Luna Llena del CiervoCuando papá le confesó que lo sabía, el profesor le miró con ojos fríos. Por un instante, le pareció que se habían congelado y el pecho le dolió al pensar que podría estar firmando su condena. Imaginó como sería ser odiado por él.
Ninguno dijo palabra alguna, se quedaron quietos en sus lugares, mirándose fijamente a la luz de una luna menguante en los jardines. El profesor fue quien dio la iniciativa y avanzó hacia el frente, papá dice que pensó que lo golpearía, pero en lugar de eso pasó de él hacia el castillo.
Papá pone un gesto adolorido cada vez que le pido que me explique qué sintió en aquel instante, sus ojos se apagan levemente y se muerde el labio inferior casi imperceptiblemente.
—Se sintió como se sentiría una muerte inesperada —Es lo que respondió cuando creyó que era suficientemente mayor para entenderlo.
Y después de eso, solo hay silencio. Papá y el profesor permanecieron así por una temporada, ninguno se dirigía la palabra. El profesor ignorando y papá sufriendo por ello, creo que es una forma bastante cruel de tratar a una persona y me siento enojada en este momento, relatándoselos. Harry Potter por primera vez, dejó de ser participativo, siempre se mostraba apagado y con un aire de resignación que yo jamás he llegado a conocerle. Papá es tan alegre que me cuesta imaginarle siendo vencido por la tristeza.
Cayó tan al fondo que empezó a ahogarse con sus propios sentimientos, sus propias lágrimas. Y decidió que era hora de liberarse. Al principio de las vacaciones, subió a la torre de astronomía durante la noche y miró el cielo estrellado, con la luna completamente llena opacándolas. En ese instante sintió deseos de volar —que era la cosa que papá más amaba en el mundo— y aspiró el aire fresco de verano. Estiró los brazos y cerró los ojos, como un pajarillo a punto de partir del nido.
—¡Pero qué demonios está haciendo!
El sobresalto que le causó aquella exclamación le hizo girarse demasiado rápido. El borde de la torre, que hasta entonces había estado soportando su peso, le soltó en el movimiento y se precipitó al vacío. Papá dice que parece verlo a cámara lenta debajo de sus parpados, cayendo lentamente por el borde y la mano que se apresuró a tomar la suya. Dice que a veces suele verlo como si él fuera un tercero, puede imaginarse a sí mismo, cayendo a la luna y al profesor Snape halándole para que no volara. Le parece hermoso y aterrador a la vez, pues había jugueteado con la muerte por unos segundos.
—Ay, Merlín —Recuerda haber dicho mientras despegaba la mirada de los ojos negros y daba una ojeada hacia abajo, la cama de hierba sobre la dura tierra que le esperaba para recibirle con los brazos abiertos cuando tocara el suelo.
—¿Qué diablos estaba pensando? —Refunfuñó el profesor, halándolo hacia arriba—. Usted, mocoso idiota.
—¿Yo? —Jadeó papá al tocar el piso de la torre con sus pies nuevamente—. Por Merlín, casi me mata del susto… ¡Literal y figurativamente! ¡¿Qué le da por aparecerse así de repente?!
—¡Pero si usted es el que intentaba matarse!
—¿Qué? —Papá estaba ofuscado—. ¿Matarme? ¿Por qué habría de hacer eso?
El profesor pareció meditarlo un momento.
—¿No pensaba tirarse?
—¿Qué le hizo pensar eso? —Preguntó papá horrorizado. Estaba triste pero tampoco era estúpido, era más fácil ingerir veneno.
—Quizá tenga que ver con que tenía los brazos abiertos a la orilla de la torre.
—Sí, bueno… no lo hacía con ese afán —Suspiró y se dejó caer en el suelo, las piernas le temblaban como una gelatina.
—¿Se encuentra bien?
El profesor se acuclilló frente a él y, en cuanto papá vio sus ojos, algo se sacudió dentro de él. Recordó que estaba haciendo allí, admirar la luna llena. Miró al cielo, aquella seguía allí, brillando en todo su esplendor.
—No es posible… —Articuló, no estaba seguro de haberlo dicho en realidad.
—¿Qué no es posible?
Le miró nuevamente, oídos sensibles, todas las señales seguían allí.
—Usted… yo creí que… —El profesor ladeo la cabeza, como un cachorrillo y eso le intrigó más—. Creí que era un hombre lobo…
Los ojos negros se endurecieron nuevamente y volvió la mirada al suelo. Papá no entendía que ocurría.
—Pero creo que me he equivocado —Se apresuró a decir. Él se mantuvo en silencio y volvió a sentir un peso en el pecho, la sensación de que se ahogaba, de que se moría. El profesor se había equivocado, papá no buscaba matarse, buscaba revivir—. Lo lamento… será mejor que me vaya.
Se puso en pie lentamente y se dio la vuelta, resignado a que… no, no sabía a qué… solo sabía que no era bueno.
—¿Y te molestaría?...
Miró al profesor, que seguía sin moverse. Por ese lapsus de tiempo, papá lo sintió indefenso.
—¿Qué?
—¿Te molestaría… si lo fuera? —Los ojos negros se posaron en él, heridos de alguna forma. Esperaban algo de él y papá volvió a ver la ráfaga roja, esta vez extendiéndose desde la mano del profesor, dando giros entre ellos y llegando a su propia mano. Lo vio también, atado a su meñique.
—No —Respondió sinceramente—. No me molestaría…
—¿Te asustaría?...
Papá avanzó hacia él y se acuclilló también. Sonrió cálidamente, acariciándose su propio meñique.
—¿Por qué habría de asustarme? Seguiría siendo usted, seguiría siendo mi profesor.
El profesor le miró y sus ojos poco a poco fueron suavizándose. Asintió y emitió una leve sonrisa que a papá le aceleró el corazón. Temiendo que pudiera escucharlo, se puso de pie y le ofreció su mano, el profesor la aceptó y al tacto entre ellas, papá pudo distinguir, nítido y brillante, el hilo rojo que les unía.
Papá dice que esa noche fue una metamorfosis, como cuando le crecen las astas a los ciervos, anunciando el inicio de su madurez.
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