Bonus: Un sueño real
Bueno e.e... no me iba ir sin dejarles un regalito. Así que
¡Tarán! Un capitulo extra. Ésto pudo (y digo pudo xD porque no sé en que pensaba) haber sucedido antes de la graduación :33 no afecta en nada a la historia realmente, pero estoy encantada de compartirlo con ustedes.
¡Ahora, a leer! :3
Manecillas reloj, el tic tac característico, el movimiento circular.
Eso era lo que había estado viendo debajo de sus parpados cerrados. Abrió los ojos como cada vez que despertaba, el sonidito del reloj aun palpitaba en sus oídos como si lo hubiera estado escuchando de verdad toda la noche. Se incorporó pesadamente, sopesando que era la hora de salir de la cama. Debía dar clases.
"Otro día aburrido" —Pensó mientras se desperezaba. Se dirigió al baño y se duchó, se vistió, recogió lo necesario para sus clases y, cuando iba a abrir la puerta, unos gritos le hicieron fruncir el ceño. Tiro del picaporte y lo que vio fue totalmente imposible, irreal y le confirmaba que no sería un día como cualquier otro. Alumnos corrían por el pasillo mientras un naipe gigante les perseguía, pero el pasillo no era un pasillo, era una especie de camino amarillo rodeado por altos muros de plantas tupidas.
Sacó su varita y con un rápido movimiento congeló a la carta, se acercó a los alumnos que se habían agazapado en una esquina en espera de la casi segura muerte.
—¿Se puede saber qué significa esto? —Siseó, señalando al congelado naipe y todo el lugar en general con un gesto.
Los alumnos, que eran dos niñas y un niño de primero de Slytherin, le miraron como su tabla de salvación y las dos pequeñas corrieron hacia él, refugiándose bajó su capa y abrazándole mientras lloraban y temblaban. El chico fue menos efusivo y se mantuvo a unos centímetros sin dejar de temblar.
—¡Pero que! —Exclamó—. ¡Suéltenme!
Trato de sacarse a las niñas de encima sin obtener resultado alguno. Justo en ese instante otro grupo de alumnos entró corriendo con otro naipe siguiéndoles, entonces se dirigió al pequeño.
—¿Qué diablos sucede aquí?
—N-No lo sé señor —Dijo el niño, titubeando pero renuente a mostrarse asustado—. Los naipes han salido de la nada, todo estaba así al despertar.
Snape bufó, por el rabillo del ojo pudo ver una rubia cabellera pasar como un rayo. Comenzó a caminar por los pasillos, con las niñas colgadas de él y el niño siguiéndole. Fue congelando naipes, que daban bastante pelea con una especie de lanzas, y el número de alumnos a su alrededor fue aumentando hasta ser ridículamente grande, no sólo había Slytherins ahí, también Hufflepuffs de todos los años. Cuando lograron subir hasta donde sería el vestíbulo, lo que les recibió fue tan impactante que creyó era una pesadilla.
El lugar tenía altos setos de rosas rojas, las grandes puertas de roble ahora eran de un escandaloso rojo y las adornaba un corazón. Había también flamencos por doquier, caminando elegantemente. Esquivo a los animales y empujo las puertas lo suficientemente fuerte para abrirlas.
—Permanezcan todos juntos, no saldrán del gran comedor hasta que algún otro docente o yo mismo les indi...
—¡Qué le corten la cabeza!
La exclamación le hizo volver la vista al frente, mirando hacia el gran comedor. Este parecía la sala de tronos del castillo y, en un trono precisamente, frente a él estaba sentada Minerva McGonagall, vestida con un esponjoso vestido blanco y negro con motivo de corazones rojos, sus mejillas tenían dos círculos, que parecían chapas, de un exagerado maquillaje carmín. A su lado, estaban Madame Pomfrey, la profesora Sprout y Filch, vestidos como cortesanos.
Severus se llevó la mano a la boca, intentando esconder la sonrisa que ahora surcaba sus labios.
—¡Oh Severus, eres tú! —Exclamo la mujer, pero al notar que la expresión contenida, frunció el ceño, enojada—. No te atrevas... —Le advirtió.
El hombre asintió pero ni bien parpadeó, hizo un ruidito y, segundos después, una sonora carcajada se escuchó por el lugar. Snape se llevó las manos al abdomen desternillándose de risa, los alumnos que estaban allí, abrieron los ojos al escucharle por primera vez en sus vidas y luego sus expresiones se tornaron horrorizadas, tanto por la risa de su profesor de pociones como por el atuendo de la de transformaciones, esas debían ser las señales de Apocalipsis o el Armagedón.
—¡Deja de reírte Snape! —Le ordenó McGonagall tan colorada como el cabello de los Weasley—. ¡Ordenare que te corten la cabeza si no lo haces!
—Por Salazar —Respondió el hombre entre espasmos—. ¡Tienes las corona y todo!
—¡Qué le corten la cabeza!
—Ya, ya... Jajajajajajaja —Dijo Snape moviendo su mano para que se detuviera—. Ya, dejaré de reírme... —Inspiró fuertemente y dejo salir el aire, irguiéndose nuevamente—. Ya...
—Más te vale. Ahora... Necesito que...
—¡Jajajajajaja! —Volvió a reír el pocionista—. Lo siento, no puedo evitarlo —Agregó ante la mirada furiosa de su compañera de trabajo.
La mujer suspiro cansinamente y decidió armarse de paciencia y esperar a que el hombre dejara de reír. Cuando Snape se secó las lágrimas y se aclaró la garganta, sabiendo que ya era demasiado espectáculo, le miro indignada.
—Necesito que busques a Dumbledore, tiene que romper esta ilusión —Dijo con tono demandante.
—¿Por qué no se lo pides a tus guardias? —Bromeó el pocionista, más a la otra no le hizo mucha gracia—. Vale, iré yo por Dumbledore —Anunció, tomando camino a la salida.
—Date prisa—Dijo McGonagall antes de que él no pudiera oírle.
* * *
Le costó un poco de trabajo reconocer el lugar por el que caminaba, pero, siguiendo el camino amarillo, al fin había encontrado las escaleras (que seguían moviéndose a su antojo a pesar de que solo estaban los peldaños, flotando en el aire) para tomar camino al despacho del director. Al pisar la segunda planta, las cosas se volvieron aún más extrañas. Ahora parecía estar en un bosque con hongos gigantes, enredaderas y una espesa niebla, que no sabría decir de dónde provenía. Caminó con mucha cautela, esquivando plantas y escuchando pasos lejanos. Un par de alumnos pasaron a su lado, corriendo en la dirección en la que él caminaba, le miraban más no parecían fiarse de sus ojos y pasaban de él. De pronto se sintió observado.
Una sombra pasó por su lado derecho, volteó en esa dirección y de nuevo le pareció ver una ráfaga de cabello rubio, esta vez también un poco de tela blanca y un destello que no distinguió con claridad. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Qué era toda esa locura y que la estaba provocando?
Llegó frente despacho del director sano y salvo, sin contar que estaba turbado con todo ese ambiente, encontrando la gárgola, convertida en lo que parecía ser una rosa con rostro petulante.
—¿Contraseña? —Dijo con una voz chillona parecida a la de la dama gorda.
—Varita de regaliz —Respondió con voz neutra.
La flor se hizo a un lado y accedió a la escalera de caracol que rápidamente empezó a girar. Al llegar, se dio cuenta que no había puerta. Miró el despacho, que más parecía una especie de jungla fungi, donde apenas y entraba la luz del día por el resquicio de una ventana rota. Donde debería haber estado el escritorio, había un enorme hongo con una silueta regordeta encima que respiraba acompasadamente. Se acercó con lentitud, esperando encontrar al director antes de que la cosa que estaba allí despertara.
—¿Director? —Susurró—. ¿Director, está aquí?
Mala fue su suerte, pues lo que sea que había en el hongo, comenzó a moverse. Miró con ojos aterrados como se erguía cuan alta era y se volteaba lentamente. Apretó la varita entre sus dedos y le apuntó.
—¿Severus?
—¿Dumbledore? —Preguntó incrédulo. Activó un lumus y fue entonces que lo vio.
Frente a él estaba Albus Dumbledore, por así decirlo, parado sobre el hongo mientras se tallaba un ojo. Llevaba puesto un enorme traje de oruga azul, que lo hacía ver regordete, en contraste con sus manos y pies que eran demasiado flacuchas. Su larga barba caía al frente.
—¿Qué sucede Severus? —Preguntó el director al ver que Snape apretaba los labios. El ojinegro negó con la cabeza—. Oh vaya… —El hombre se miró a sí mismo—. Parezco una salchicha gigante…
—Oruga —Le corrigió Snape ya sin contener su sonrisa burlona—. Creo que es una oruga.
—Bueno, qué más da —Desestimó el viejo—. ¿Qué te trae a mi despacho?
—¿Qué no lo ve? —Dijo cansadamente ante la aceptación del mayor a las cosas raras—. El colegio es un caos, parece un mundo psicodélico sacado de una mente retorcida, hay naipes gigantes corriendo por las mazmorras, el gran comedor es una sala de tronos, Minerva es una soberana arcaica —Agregó, sonriendo mientras recordaba a la mujer—. ¡Este piso es una jungla!
—Oh si, ya lo veo —Musitó, observando a su alrededor—. ¿Qué crees que haya pasado?
—No tengo la menor idea.
El anciano se acarició la barba, pensando. Luego de un momento, se bajó del hongo y comenzó a dar vueltas por el piso.
—A mi miente viene la torre de Gryffindor —Dijo finalmente. Snape arqueó una ceja, interrogante. Entonces su mente fue asaltada por cierto ojiverde. ¡Sí! ¡Debían ir a la torre de Gryffindor! ¡Tenía que ver si Harry estaba bien y…! Sacudió su cabeza, no… no había pensado eso ¿O sí? Esperaba firmemente que no, mejor encontrar primero a su ahijado y luego verificar si los demás alumnos estaban bien, reunirlos, buscar a los demás docentes y… al diablo, irían a la torre de los leones.
—Andando —Dijo con firmeza, emprendiendo hacia la salida.
Dumbledore le siguió, con dificultad pues caminaba con la agilidad de un viejo gusarapo, y como no, si estaba vestido como uno. Snape se mordió los labios al verle tambalearse, ambos apenas y cabían en la escalera, así que suspiró al salir. Caminaron por el pasillo-jungla, rumbo a las escaleras. Algunos alumnos estaban encima de los hongos, mirando lo que había en el pasillo desde allí. Muchos, voltearon y sonrieron al ver al director.
—Todos al gran comedor —Anunció con voz potente el pocionista—. ¡Ahora!
Casi todos bajaron de un salto de los hongos y se unieron a ellos. Entre todos los que corrían, Snape pudo ver con claridad a Draco.
—¡Draco! —Le llamó. El rubio se detuvo y le esperó, impaciente.
El Slytherin tenía un traje blanco de etiqueta, que le sentaba muy bien. Tenía un reloj dorado en su mano y movía el pie frenéticamente; en su cabeza llevaba un sombrero con una cintilla plateada del cual sobresalían dos largas orejas blancas.
—¿Qué sucede? Se acaba el tiempo.
—¿El tiempo? ¿Para qué? —Preguntó intrigado—. ¿Y por qué vistes así?
—No lo sé —Miró nuevamente el reloj—. Solo sé que llego tarde.
—¿A dónde?
—No lo sé —Suspiró cansinamente—.Tengo que ir a algún lugar y no sé dónde ni por qué. Solo sé que tengo que ir.
—Ven, iremos a la torre Gryffindor, no quiero que andes por allí solo.
—Pero no hay tiem…
—Lo dices de nuevo y por Salazar que te sellaré la boca —Le amenazó.
—Vale, vale. Vamos, rápido.
Retomaron el paso por el pasillo, esta vez más rápido por petición del rubio.
—¿Qué rayos viste el Director? —Le preguntó al reparar en el azul anciano.
—Ni idea. Pero tú no te quedas atrás —Respondió divertido mientras apretaba el pequeño rabo esponjoso que sobre salía en la parte trasera de su ahijado.
—¡Hey! —Dio un peño saltito y se sonrojó—. ¡No lo toques que parece ser de verdad y me haces cosquillas!
Snape sonrió burlonamente, muy a pesar de Draco que ahora cubría con sus dos manos el rabito, tan rojo como un saludable tomate. Al llegar a la escalera se separaron después de un "Tengan cuidado" del director a los menores y subieron hacia la torre de Gryffindor, saltando de peldaño en peldaño. Al llegar, la dama gorda no estaba, en su lugar, habían dos chicas. Ginny Weasley y Luna Lovegood, vestidas con un pantaloncillo corto de color negro y una blusa manga larga de rayas, exactamente iguales.
—Buenos días, señoritas —Saludó Dumbledore—. ¿Saben que sucede?
—Sí —Dijo Luna.
—No —Dijo Ginny al mismo tiempo.
—¿Sí o no? —Inquirió el pocionista con exasperación.
—Sí y no —Respondieron a la par.
—¿A qué se refieren? —Preguntó, arrugando el entrecejo.
—¿Quieren pasar? —Le ignoró la pelirroja con una voz amistosa, Luna parecía perdida en las nubes.
—Obviamente —Dijo Draco, rodando los ojos.
—Pues deberán descifrar un acertijo —Explicó Luna, mirándoles soñadoramente y poniendo un dedo frente a ella—. ¿Aceptan el reto?
—No estamos para juegos Lovegood, tenemos que pasar.
—Si no aceptan no pueden pasar, es el pago —Agregó Ginny, divertida—. Vamos, anímense, estamos muy aburridas ¿Verdad Loony?
—Así es Ginny —Corroboró Luna con una sonrisa—. ¿Aceptan o no?
Snape las fulminó con la mirada, más ellas solo sonrieron inocentemente, como si les valiera un rábano que fue su profesor o no. Draco bufaba cada cierto tiempo, mirando el reloj en su mano que no dejaba de hacer "tic-tac". Dumbledore comenzó a tararear una canción desesperante, que le provocó el inicio de una fuerte jaqueca.
—Ya, está bien. ¿Cuál es el acertijo? —Bufó, tallándose el puente de la nariz.
—¡Trato aceptado! —Chillaron ambas, colocándose en pose de victoria.
—En una prisión de la que debemos salir, existen dos puertas —Comenzó Ginny, levantando su mano derecha, a su lado, apareció el cuadro de la dama gorda, totalmente vacío.
—Una lleva a la salida, la otra, a la muerte segura —Continuó Luna, imitándola con la izquierda, donde apareció un retrato exactamente igual.
—Cada puerta está custodiada por un guardián.
—Sabemos que uno de ellos siempre dice la verdad y que el otro miente siempre.
—Pero no sabemos cuál es cada uno.
—La cuestión es: Si pudiera hacer sólo una pregunta a una de las dos…
—¿Qué pregunta le haría para saber qué puerta es la buena?
Tanto Severus como Draco y Dumbledore, miraron confusos al par de chicas que tenían un brillo casi demencial en sus miradas. Ambas comenzaron a tambalearse, mientras esperaban a que la respuesta a su acertijo llegara. Snape se llevó una mano al mentón, poniendo gesto pensativo. Si una siempre decía la verdad y la otra siempre mentiría, podría preguntar a la que le diría la verdad que puerta era la correcta… pero había un problema…
¿Quién era la que decía la verdad?
Tic-Toc. Se escuchaba en el reloj de Draco. Tic-Toc. Una siempre diría la verdad, una siempre mentiría. Tic-Toc. ¿Por qué Dumbledore miraba alrededor con tanta tranquilidad y no pensaba en el acertijo? Tic-Toc. ¿Por qué Draco hacía muecas tan raras? Tic-Toc. ¿Quién diablos había inventado ese acertijo? Tic-Toc. ¿Por qué no querrían que entraran a la torre de Gryffindor? Tic-Toc ¿Harry también vestiría tan adorablemente como su ahijado? Tic-Toc. ¿Eso que rayos importaba?
—¡Lo tengo! —Exclamó. Todos le miraron expectantes—. Mi pregunta sería… ¿Cuál es la puerta que diría tu compañera que es la correcta?
Ambas chicas alzaron las cejas y se miraron.
—Pero… ¿Para quién es la pregunta? —Dijo Ginny.
—Para la que desee responder.
Ambas chicas se lo pensaron un momento, luego luna sonrió.
—Mi compañera diría que es la derecha —Dijo simplemente.
—Pero profesor, eso no responde cual es la puerta correcta —Continuó Ginny, sonriendo burlona—. Ha perdido.
—Pero por supuesto que no —Respondió Snape, inflando el pecho.
—Si una dice la verdad y una dice mentiras, entonces la que dice la verdad responderá una mentira, porque su compañero eso respondería… Ahora bien, la que dice mentiras, diría una mentira porque siempre miente y su compañera habría dicho la verdad. Así que, en ambos casos, la respuesta es falsa. Por lo tanto, la puerta correcta es la izquierda.
La sonrisa en los labios de ambas chicas se esfumó, dando paso a una mueca de asombro. Luna se encogió de hombros y se hizo a un lado justo en el momento en el que el retrato daba paso a la sala común. Snape pasó con su paso altivo, seguido por Draco con paso apurado y luego por Dumbledore, que se atoró un momento en el hueco.
Al entrar, se dieron cuenta de que el lugar no estaba intacto como se pensara en un principio, la sala común de Gryffindor era la misma, pero todos los objetos en ella, o eran gigantes o eran muy pequeños y tenían forma alargadas. Era algo surreal.
Había estudiantes que no podían bajar de las butacas, y otros que intentaban ayudarlos. Snape anunció que todos deberían ir al gran comedor con su jefa de casa y ayudaron a bajar a algunos más que no podían hacerlo para que siguieran a los otros. Caminaron por el lugar, observando si había alguien a quien ayudar o simplemente curioseaban por los alrededores. Al rodear un gigantesco sofá, vislumbraron una alargada mesa, donde se sentaban varios estudiantes vestidos excéntricamente. Al final de la mesa, se veía a una persona con un sombrero de copa que comía ávidamente unos pastelillos y tomaba una taza de té.
Se acercaron, con la intención de avisar que bajaran y de paso averiguar si sabían algo sobre lo que ocurría, más ninguno de los dos mayores esperaba que Draco saliera corriendo en dirección a la mesa, con una sonrisa radiante.
—¿Llegue a tiempo? —Dijo felizmente el rubio, sentándose a lado del sujeto con sombrero.
Unos ojos azules se posaron en los grises, y Ron sonrió tan feliz como el rubio. Vestía un traje desaliñado, muy parecido a la túnica de gala que usara en cuarto año, y un sombrero a juego. Su cabello rojo sobresalía entra la solapa del accesorio, su piel se miraba más pálida de lo normal.
—¿Y qué es el tiempo? —Respondió—. Mira que hay cosas mejores, como comer pastelillos.
—Engordarás —Señaló Draco—. ¿Eso no te importa?
—Bah, moriré lleno y feliz.
—Vaya Weasley —Dijo entonces Snape, llegando hasta ellos—. ¿Teniendo una fiesta de té?
—Sí —Dijo con retintín—. ¿Ha notado que el día esta maravilloso?
—¿Y cómo voy a saberlo? No hay ni una condenada ventana —Dijo. Ron sonrió—. ¿Esta drogado Weasley?
—El amor está en el aire —La mirada soñadora de Ron se posó en Draco, seguidamente tomó su mano y se acercó peligrosamente.
—¡Aléjese de ahijado! —Exclamó alarmado Snape, interponiéndose entre los dos.
—¡Padrino! —Le riñó Draco, intentado alejarlo.
—¡Ni muerto permitiré esto! ¡Si Lucius lo supiera!
—¡A padre no le importa, ahora déjanos! —Terció el rubio—. ¡No hay mucho tiempo y quiero pasarlo con él!
—¡NUNCA!
El pocionista jaló a Draco con todo y silla hasta el otro extremo. El menor pataleaba intentando huir. Dumbledore dejo escapar una risita divertida, al igual que Luna y Ginny, que los habían seguido.
—¡Eres peor que un elfo niñera! —Bufó Draco—. Tú andas haciendo tus arrumacos y yo no te digo nada… pero claro, no dices nada porque es P…
—¡Te callas jovencito! ¡Y me obedeces antes de que te maldiga!
Ron, que había mirado todo con su mirada soñadora, muy parecida a la que pusiera en sexto año, cuando ingirió un filtro amoroso, qpoyó la cara en su mano y miró a Draco, suspirando exageradamente. El rubio le miró entonces y sonrió.
—¡Deje de mirar a mi ahijado como si fuera qué! —Espetó Snape. Ron le ignoró y se subió a la mesa, sin importarle tirar todo a su paso y se sentó al filo de la mesa, frente a Draco, y le besó ligeramente. Snape palideció.
—Señor Weasley —Intervino Dumbledore, Ron le miró—. ¿Sabe usted que está pasando?
—Sí, la reina blanca tiene un sueño —Fue lo que respondió, para volver a su flirteo con el rubio.
—¿La reina blanca? ¿De qué rayos habla? —Inquirió Snape—. ¡Y quite sus sucias manos de ahí!
—Creo que se refiere a quien ha hecho la ilusión —Dijo Dumbledore—. Quizá sea un sueño, como dice.
—¿Y quién cree que sea?
—Eso es algo fácil de saber —Respondió otra voz, detrás de él. Snape giró, más no había nada allí.
—¿Escuchó eso? —Inquirió, dirigiéndose al director, quien asintió—. ¿Dónde estás?
—Aquí, allá —Volvió a escucharse la voz a sus espaldas. El pocionista escudriñó por todos lados, más no vio nada. De la nada, unos ojos de color caramelo se materializaron en el aire—. Aunque ahora estoy aquí.
—¿Quién eres?
—Irónicamente, muchos me llaman "rata" o "ratón"
Primero, como en una niebla, apareció la cabeza y luego el cuerpo de una chica. Tenía unas curiosas orejas gatunas en su cabeza y una cola escurridiza que se meneaba en un vaivén hipnotízate a sus espaldas, así como unos finos bigotes en sus mejillas.
—Ah, Granger —Comentó Snape casi con indiferencia—. ¿A usted también le ha afectado?
—Al parecer —Respondió, flotando en el aire—. Aunque no puedo negar que es divertido. Y me sorprende que usted este normal, debiera ser usted el más afectado.
—¿Por qué lo dice? —Inquirió.
—Por nada en realidad —Desapareció nuevamente y luego habló desde la mesa, donde se encontraba recostada boca abajo, su rostro apoyado en sus manos y una sonrisa altiva en sus labios—. ¿Cómo supieron que debían venir aquí?
—¡Fui yo! —Exclamó entusiasmado Dumbledore.
—Oh, usted es el sabio —Sonrió Hermione—. Creo que todos tenemos un personaje.
—¿Un personaje? —Replicó Snape—. ¿Esto es una historia?
—Sí, de un libro muggle. Deberían leerlo, es muy entretenido.
—Déjese de rodeos Granger ¿Quién es el causante de esto?
—El único que no está aquí —Respondió, mientras volvía a evaporarse como si fuera humo—. Y a quien usted más desea ver.
—¿A quién más dese…?
Se quedó mudo, un solo nombre pasaba por su cabeza en ese instante y confirmó que la chica se refería a él cuando ésta le sonrió triunfante, apoyada en su hombro. Decidió ignorarla y hacerse el desentendido.
—No sé a qué se refiere. Ya, díganos quien es.
—Es obvio que es Harry —Respondió esta vez el director y el pocionista lo fulminó con la mirada—. ¿Dónde está, señorita Granger?
—En su habitación —El rostro de Hermione, pareció luchar contra lo que le hacía actuar tan hilarante y se contrajo en un gesto de preocupación—. Está enfermo, tiene mucha fiebre… desde anoche no se sentía bien pero no quiso ir a la enfermería y se fue a dormir. No me quede tranquila y en la noche fui a llevarle una poción contra el dolor de cabeza, al entrar noté que las cosas no iba bien. Era como estar en una capsula donde todo cambiaba de pronto. Quise llamar a alguien pero ya no pude salir. Esta mañana desperté así y pude salir, pero es difícil controlarme a mí misma —Suspiró—. Lo siento.
—Está bien señorita Granger —Le animó el director—. ¿Podría llevarnos a su habitación?
—Claro —Sonrió ella, volviendo a su estado felino—. Es por aquí, no me hace gracia que Harry me haya convertido en el gato de Cheshire, pero debo admitir que es genial desvanecerse.
Volvió a evaporarse y apareció nuevamente unos metros más lejos. Snape le siguió de inmediato, sin esperar siquiera al director. La chica les condujo por lo que quedaba de la sala común, que constaba de una gran butaca y un pergamino gigante en el que se refugiaban más alumnos.
Al llegar a las escaleras, parecía que el suelo se había desvanecido y daba paso a un gran vacío, los peldaños estaban intercalados como en las escaleras principales. Con dificultad, saltaron de uno en uno hasta llegar a los dormitorios de las chicas, lo primero que pudo ver era que había más puertas de la que debiera.
—No sabría decirle que puerta es —Ronroneó Hermione. El director le acariciaba una oreja.
—Lo averiguaremos —Aseguró Snape.
La primera puerta que abrió, daba paso a lo que parecía ser un mar, en el cual se balanceaban las camas del dormitorio, más un chorro de agua y luego un gigantesco cuerpo blanco saltó del agua, lanzando un ruido ensordecedor. Severus cerró la puerta con cada de pocos amigos mientras secaba su ropa con la varita. La segunda, tenía monstruos peludos (que quizá eran chicas transformadas) que le miraron con sus seis ojos y le rugieron, desprendiendo una sustancia verde y pegajosa que se pegó en su túnica. Compuso una mueca de asco y pensó en mandar a Potter a lavarla con la lengua.
La tercera puerta fue más complicada, pues se trataba de un mecanismo de puerta tras puerta que terminaba en una puertecilla de no más de diez centímetros, que daba a un mundo de personillas que bailaban en un círculo, cantando algo que no llego a comprender. La cuarta, la tuvo que abrir y cerrar al mismo tiempo antes de que una acromántula decidiera clavar sus colmillos en él. Recorrió otras tres puertas, maldiciendo a Harry a voz viva, hasta que llegaron a una que era de color blanco. Dumbledore quiso acercarse, pero una fuerza extraña lo repelió y fue a dar contra la pared contigua. Snape le ayudó a levantarse y luego se acercó a la puerta con cautela, más nada le sucedió.
Tomó el picaporte, entendiendo que quizá solo él era aceptado, y lo giró, esperando encontrarse con algún otro bicho. Una fuerza extraña lo jaló dentro de la habitación, que pareció tragárselo y cerró la puerta de un portazo.
Afuera, Dumbledore y Hermione se miraron y se encogieron de hombros.
* * *
A su alrededor solo había cielo, azul y con nubes, parecía estar volando entre ellas mientras sentía el suelo firme bajo sus pies, pero no podía verlo. Dejó de pensar en el motivo por el cual estaba allí y disfrutó de la vista, el cielo fue cambiando rápidamente hasta encontrarse en medio del crepúsculo y luego la noche.
Después se encontró en el infinito, las estrellas le rodeaban y todo era tan hermoso. Todo sería perfecto si esa maravilla pudiera compartirla con… Reaccionó y empezó a buscarlo por todos lados, algo difícil pues solo se veían puntitos luminosos.
—¿Dónde estás? —Susurró casi inaudiblemente, más quizá fue escuchado pues no muy lejos de allí, se delineó la figura pequeña de quien buscaba.
Se acercó con rapidez, sintiendo cierta adrenalina y vértigo ya que parecía que caminaba en la nada y todo se movía. Se acuclilló a un lado de Harry y lo miró. Estaba con un pijama blanco y delgado y parecía flotar en el mismo infinito que él.
Posó su mano sobre su frente, notando que aún tenía fiebre; al sentir su toque, Harry abrió los ojos. Las estrellas se reflejaron en ellos como si fueran mini galaxias. Sus mejillas finas estaban rojas y sus labios sonrosados se curvaron en una sonrisa un poco débil.
—Profesor —Musitó con su suave voz femenina—. Vino…
—¿Cómo se siente Potter? —Dijo con suavidad.
—Cómo en un sueño —Suspiró—. Ha venido por mí…
Snape ni supo que más decir, Harry alargó su brazo y acarició su mejilla con la yema de los dedos, lo que le hizo estremecer.
—Esta vez se siente tan real…
—Es real —Susurró—. Estoy aquí Potter, le llevaré a la enfermería. Pronto estará mejor.
—No se vaya —Masculló el menor débilmente, cerrando los ojos—. Quédese conmigo…
—No me iré a ningún lado —Dijo, mientras le tomaba en brazos con delicadeza.
Harry suspiró conforme y se acurrucó contra él, sonriendo como si fuera el lugar más cómodo donde hubiera estado en toda su vida. El pocionista se inclinó levemente y pego su frente en la cabeza de cabellos azabaches. Se mantuvo así un momento, luego simplemente giró sobre sus talones y salió de la habitación.
Afuera, Dumbledore le sonrió al verle sostener a Harry en brazos, como si fuera lo más frágil que hubiera en el mundo, y él gruñó, sintiendo sus mejillas ruborizarse. Bajaron siguiendo sus mismos pasos y, al llegar a la sala común, Ron saltó de la mesa para ir con su amigo.
—¿Cómo está Harry? —Preguntó, preocupado—. Dios, lo siento no podía salir del trance.
—No te preocupes Ron, yo tampoco podía —Respondió Hermione—. Su magia es muy fuerte.
—Debemos llevarlo con Pomfrey —Le dijo Snape a Dumbledore—. Su fiebre aun es alta.
—Tienes razón Severus, debemos controlar su magia también para que todo vuelva a la normalidad.
Todos asintieron y tomaron camino hacia el gran comedor. Al abrir la puerta del salón, todos los presentes se volvieron hacia ellos.
—¡Albus! ¡Severus! —Exclamó Minerva con júbilo—. ¡Por fin! ¿Qué le sucedió a Potter?
—Está enfermo —Respondió Dumbledore—. Poppy ¿podrías atenderlo? Tiene mucha fiebre.
—Enseguida director.
Mientras la sanadora examinaba al ojiverde y le daba algunas pociones, Snape no despegaba la mirada de ellos. McGonagall le sonrió cómplice al director, quien le guiñó un ojo en respuesta. Ron y Hermione se miraron, el primero confuso y la segunda divertida. Draco se mantenía a un lado del pelirrojo, mirando a su padrino con burla. ¿Ahora quién era el que debería ser más discreto?
* * *
Harry abrió los ojos luego de un rato, mirando su alrededor con confusión.
—¿Qué sucedió?
—Tenías fiebre —Le respondió Hermione, flotando encima de él. El ojiverde se sobresaltó y se alejó asustado. La castaña dejo escapar una risita divertida—. Luego ajustaremos cuentas tu y yo sobre convertirme en gato, no me causa mucha gracias ¿Sabes?
—Y también conmigo Potter —Terció McGonagall—. Esta ropa es ridícula. ¡Haré que te corten la cabeza!
—A mí no me molesta —Sonrió Dumbledore—. Creo que el azul me queda bien.
Harry les miró a todos, detenidamente. Entonces se fijó en la única persona que parecía normal allí, Snape le devolvió la mirada.
—¿Me puede explicar?
—Su magia descontrolada como siempre Potter, eso es lo que sucede. No se puede ni enfermar como Dios manda que ya altera todo el castillo.
—Entonces… ¿No fue un sueño?
—Me parece que no.
El menor sonrió, sus mejillas se colorearon y Snape entendió que había afirmado que lo ocurrido en la habitación también era verdad. Se pateó mentalmente.
Harry, por su parte, se levantó y miró el lugar con un nuevo brillo en su mirada, al pocionista le pareció que las estrellas nuevamente se reflejaban en sus pupilas y las comisuras de sus labios se curvearon casi imperceptiblemente.
—Lo siento —Se disculpó Harry—. Creo que puedo volverlos a la normalidad.
Acto seguido, cerró los ojos y se concentró, los cambios fueron notorios cuando las paredes volvieron a la normalidad y los demás también. Hermione estuvo a punto de caer al suelo, pero los fuertes brazos de Blaise lograron sujetarla antes de que sucediera. Ella se sonrojó y le agradeció torpemente. Unas risillas hicieron voltear hacia Dumbledore, que vestía un camisón purpura con motivo de unicornios de colores, éste sonreía sin importarle mucho. Harry también sonrió y miró a otros más, que aún estaban en pijama.
Los que ya estaban arreglados, se sentaron a desayunar en sus respectivas mesas mientras los demás salían del gran comedor. Harry salió junto a Hermione, Ron, Draco y los demás rumbo a sus salas comunes.
Snape se sentó en su respectivo lugar y frente a él apareció una taza de café. Harry se volvió a mirarlo.
—Le diste el papel de Alicia —Le dijo Hermione divertida—. Aunque no entiendo porque a él no le pusiste el disfraz y a nosotros sí.
—Me daba miedo —Confesó—. Aunque tal vez…
El color de la ropa de Snape cambió, un vestido azul pálido y un delantal blanco era lo que lucía, un lazo negro adornaba el cabello. Su cara pasó de pálido a rojo y pareció que le explotaría la cabeza cuando le miró furioso. Harry le sonrió dulcemente antes de salir corriendo.
—¡Vuelva aquí Potter! —Bramó mientras pateaba la mesa de los profesores, volcándola y saliendo como bólido tras el ojiverde con la varita en ristre y lanzando cuanto hechizo recordaba.
Harry corrió a todo lo que sus piernas daban, esquivando los hechizos sin dejar de sonreír, no le importaba cumplir con un millón castigos hasta que cumpliera cincuenta, pues Severus Snape había atravesado el país de las maravillas… solo para llegar hasta él.
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