La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 7. Pese a todo, la vida continúa.

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alisevv

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 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 7. Pese a todo, la vida continúa.  Empty
MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 7. Pese a todo, la vida continúa.     ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 7. Pese a todo, la vida continúa.  I_icon_minitimeJue Ago 13, 2015 3:30 pm

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Los primeros meses del año transcurrieron dentro de una agitación febril para todos los que, de una u otra forma, estaban relacionados con la Fundación Christopher Snape. Tan pronto como se hizo pública la existencia de la Fundación y la asistencia que prestaba en la búsqueda de personas desaparecidas, empezaron a recibir solicitudes de ayuda de todas las partes del país.

El primer paso del proceso para recibir auxilio de la Fundación, y uno de los más críticos e incómodos, eran las entrevistas iniciales, donde se evaluaba cada caso y se determinaba si era factible brindarles ayuda y qué tipo de ayuda era requerida.

Luego que los nuevos solicitantes habían pasado por la evaluación de un trabajador social y un psiquiatra, eran remitidos a la entrevista final, donde se definía el tipo de ayuda que podían prestarle y en qué cuantía o, si no era posible hacer nada, se rechazaba la solicitud. Esa última entrevista era efectuada, obligatoriamente, por uno de los miembros de la Junta Directiva, o en su defecto, alguien especialmente designado por ellos y de extrema confianza.

Ese viernes en la tarde, a mediados de marzo, la tarea le había correspondido a Remus Lupín. Había sido una jornada especialmente ingrata, pues además de aprobar tres casos, a cual más triste, había tenido que recibir a una señora de mediana edad que buscaba al esposo desaparecido, pero que según informes obtenidos en San Mungo, era un caso imposible pues dicho esposo estaba muerto y la mujer se negaba psicológicamente a aceptarlo. Remus se había pasado una hora tratando de convencerla de que se dejara internar dentro de un programa que le permitiera aceptar la pérdida y manejar el dolor, pero al final la buena mujer había salido gritando que eran unos ingratos y no la querían ayudar, dejando a Remus con el corazón encogido.

Después que la señora saliera, se recostó en el sillón, cerró los ojos y llevó las manos a las sienes, el dolor de cabeza le estaba matando. Luego de pasar unos minutos en esa posición, intentando relajarse, escuchó como entraba la secretaria y abrió los ojos con lentitud.

—¿Qué pasó, Gladys? —le preguntó a la joven frunciendo el ceño, era evidente que se refería a su última visita.

—Salió lanzando imprecaciones —contestó la chica, sonriendo débilmente como para confortarle.

—Demonios —masculló, contrariado.

—Ya nos habían advertido que era un caso imposible, Remus —le recordó la joven.

—Lo sé —admitió el hombre—, pero yo tenía que ayudarla.

—No se puede ayudar a todos y lo sabes —razonó ella con voz suave—. Especialmente cuando no se dejan ayudar.

—No, pero eso no lo hace más fácil —comentó Remus, antes de lanzarle una mirada suplicante—. Por favor, dime que no queda nadie más.

Ella le miró como disculpándose.

—Lo siento, aún queda otra persona, venía a avisarte —dijo, entregándole un expediente—. Cuando lo hayas leído, avísame para pasarlo —señaló el documento, para después girar y caminar hacia la puerta. Cuando estaba a punto de abrirla, se dio la vuelta y le sonrió—. Aunque no sé por qué, tengo la impresión de que este caso te va a gustar —y antes de salir le guiñó un ojo con complicidad.

Remus se quedó mirando un momento la puerta cerrada, preguntándose qué habría querido decir. Al fin, moviendo la cabeza, se inclinó sobre el expediente y empezó a estudiarlo. Quince minutos después, Gladys entraba de nuevo en el despacho, acompañada de un joven alto y delgado.

Remus contuvo el aliento, el hombre que tenía frente a él era definitivamente hermoso. Según su expediente, tenía veinticinco años, pelo negro y ojos azules. Pero el expediente no hablaba de su sonrisa contagiosa, ni de sus ojos que parecían dos trocitos de cielo. Ni de ese cuerpo que lucía como los dioses.

“Remus, deja de pensar tonterías” , se regañó mentalmente, sacudiendo la cabeza. Obligándose a reaccionar, sonrió al recién llegado al tiempo que señalaba un asiento frente a su escritorio.

—Siéntese, por favor —invitó, fingiendo revisar el expediente mientras lograba centrarse nuevamente—. Su nombre es… Michael Wright, ¿no?

—Sí, señor —contestó el joven con cierta timidez, se notaba a leguas que se sentía algo incómodo.

Tratando que se tranquilizara, Remus le sonrió y le preguntó afablemente.

—¿Le gustaría tomar algo, tal vez té o café? —al ver que el otro se disponía a negar, agregó—. La verdad es que llevo toda la tarde aquí adentro y a mí también me hace falta una buena taza de algo caliente.

Ante la actitud de Remus, el joven se relajó visiblemente.

—Té estará bien, gracias —contestó.

Remus fijó la vista en su secretaria, que seguía parada en la puerta con una sonrisa burlona.

—Gladys, nos podrías traer té, por favor.

Luego de volver a guiñarle el ojo, la chica desapareció de la habitación, mientras Remus hacía esfuerzos inauditos para no echarse a reír. Momentos después, regresaba con un servicio de té y una bandeja con galletas. Al ver que los dos hombres la miraban asombrados, sonrió poniendo cara de circunstancias y replicó:

—Soy bruja, ¿no?

Eso terminó de relajar la tensa atmósfera por completo. Tomando su taza de té, Remus se reclinó en su silla y miró a Michael fijamente.

—¿Por qué no me cuenta qué le trae por aquí?

El joven habló largo rato, mientras Remus se limitaba a asentir y hacer anotaciones esporádicas en el expediente. Michael le contó que su padre era veterano de la Batalla Final. Era medimago, especialista en cirugía, y junto con otros colegas había estado apostado en un hospital de campaña en pleno campo de batalla, destinado a atender los casos más urgentes y estabilizarlos para luego poder trasladarlos a un hospital.

En un momento especialmente cruento de la lucha, vio como un jovencito, casi un niño, caía azotado por un maleficio. Corrió fuera del hospital de campaña con la idea de rescatar al herido, sabía que algunas veces unos minutos podían significar la diferencia entre la vida y la muerte. Cuando ya se levantaba cargando al joven desmayado, fue atacado por una serie de maldiciones, una y otra vez.

—Cuando lo rescataron, ya no había nada que hacer —contaba en ese momento Michael, mientras Remus recordaba claramente a Alice y Frank Longbotton—. Pudo recuperarse de las heridas pero su mente se había perdido para siempre. El diagnóstico fue Demencia Irreversible, así que no tuve más remedio que internarlo en San Mungo —Michael se detuvo un momento, mirando fijamente la taza con el té ya frío que sostenía en las manos.

>>Luego, hace casi un año —siguió el joven, mirando nuevamente a Remus—, hubo un descuido en el hospital y escapó. Hice lo posible por encontrarlo —siguió recordando con la mirada perdida—, incluso abandoné los estudios y conseguí dos trabajos para contratar una persona que lo buscara, pero resultaba tan costoso que apenas pude mantenerlo unos pocos meses, hasta que se terminaron todos mis ahorros —una vez más fijó su mirada azul en Remus, en una muda súplica—. Necesito su ayuda, por favor. Incluso puedo contribuir con una suma mensual; no es mucho pero…

Remus levantó la mano y sonrió.

—No diga más, señor Wrigth —musitó amablemente—. Voy a pasar su caso a la Junta Directiva y prometo avisarle a la brevedad. Muy pronto tendrá noticias nuestras.


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—Gladys tiene razón —comentó Severus mirando a Remus—. Ni con las mejores intenciones se puede ayudar a quien no quiere.

—Me dio tanta pena esa mujer —musitó Remus con el ceño fruncido.

Estaban todos es la salita de las habitaciones de Remus, discutiendo los casos que había recibido ese día y analizando lo que se podía hacer con cada uno.

—Lo que no entiendo es por qué no le dijiste de una vez a ese chico, Michael, que podía participar en el programa —comentó Ron, mirando a Remus—. Cumple todos los requisitos para optar a una ayuda de la Fundación y tú tenías autoridad para aprobarlo de inmediato.

Remus se ruborizó ligeramente.

—Preferí que la decisión saliera de ustedes —fue todo lo que contestó.

—Pero…

—Ron, aterriza —se burló Bill—. A Remus le gustó ese chico, y no quiere que se sienta ‘agradecido’ con él, es todo.

Remus le miró con el rostro inescrutable y no dijo nada.

—¿Crees que porque tú andas con ese millonario dizque filántropo todos son iguales? —replicó Ron con ironía.

—Ríete de su filantropía, pero está dando tres mil galeones mensuales a la Fundación —replicó Bill con una sonrisa satisfecha.

—Sí, pero cuando rompas con él veremos adonde queda su donativo.

—Ron, me estás ofendiendo —Bill se puso repentinamente serio y frunció el ceño—. Samuel es un gran tipo y apoya muchas obras. Estamos juntos porque me gusta y lo pasamos bien, no porque esté apoyando a la Fundación.

—Creo que esta vez te volaste la barda, Ron —comentó Hannah Abbott, que estaba sentada en un cómodo sofá, acurrucada en el regazo de George Weasley—. Ese comentario no fue para nada agradable.

El pelirrojo miró a su hermano mayor, avergonzado.

—Lo siento, Bill —se disculpó con sinceridad—. Fue sólo una broma estúpida.

—No importa —replicó el aludido, nuevamente relajado.

Hermione apenas había prestado atención al intercambio de los hermanos Weasley, pues seguía con su mirada inteligente clavada en el rostro abochornado de Remus.

—Ese chico en verdad te gusta —más que una pregunta, era una afirmación.

Ante eso, todas las conversaciones cesaron y los ojos curiosos que le rodeaban se clavaron en Remus, interrogantes.

—Por Merlín, Remus, te pusiste rojo —la voz de Fred sonó en un punto medio entre la burla y el asombro.

—No lo puedo creer —agregó George.

—Vamos, chicos, dejen de molestar a Remus —intervino Bill, sonriendo—. Que el pobre viejito también tiene su corazoncito.

—Oye, viejos los caminos —gruñó Remus.

—¿Realmente te gusta ese joven? —indagó Severus, ignorando las risas y burlas de los varones Weasley.

—Para ser sincero, un montón —confesó el maestro de Defensa.

—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Hermione. Al ver que no contestaba, agregó—. No te irás a quedar de brazos cruzados, ¿verdad? Por lo que contaste, ese joven parece ser una persona culta y de lindos sentimientos.

—Sin contar con que al parecer está como un tren —acotó George y todos rieron.

—Sin contar con que está como un tren —repitió Hermione, sonriendo—. Remus, tienes que conquistarlo.

—No creo que…

—Yo estoy de acuerdo con Hermione, al menos vale la pena intentarlo —sentenció Severus.

—Y nosotros te vamos a ayudar —declaró Fred, sonriendo ampliamente.

—En ese caso, que Merlín me ayude —clamó Remus, y ante su cara resignada, los presentes no aguantaron y se echaron a reír.


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Auckland, ciudad situada sobre un estrecho istmo que separa dos puertos naturales: el puerto de Manukau, abierto al Mar de Tasmania, al oeste, y el de Waitemata, que se abre al Golfo de Hauraki, en el océano Pacífico, es la ciudad más grande y activa de Nueva Zelanda y uno de sus puertos principales. Fue fundada en 1840 por colonos ingleses, quienes la compraron a los maorí, sus pobladores originales, y sus habitantes son una mezcla de personas de origen europeo, mayormente inglés, comunidades de maoríes, polinesios y asiáticos; de hecho, tiene la población Polinesia más numerosa del mundo.

A Draco le gustó en cuanto la vio, especialmente la zona de los puertos, por lo que no puso objeción cuando Blaise sugirió instalarse en una pequeña pero elegante casa cercana al puerto. Tampoco se quejó cuando su esposo compró un hermoso velero y anunció que iban a aprender a navegar.

Después de la inmensa pena por lo sucedido a su padrino, y la obligación de mudarse nuevamente, esta vez al confín del mundo, Draco pensó que al menos habían llegado a un lugar donde podrían vivir en paz y su hijo podría crecer sano y fuerte, en contacto con el mar y la naturaleza.

Blaise también se sentía a gusto en el lugar. Bajo su falso nombre de Gerald Rubens, compró unos grandes depósitos y empezó a gestionar el papeleo para instalar un almacén de aduanas, excelente negocio en un puerto con un movimiento de importación y exportación tan grande como Aucklan.

Sí, ya sin la Espada de Damocles que significaba el temor constante de ser descubierto, ahora podría respirar tranquilo y ser feliz.

Pero entonces… ¿por qué la sensación de agobio y frustración no disminuía?


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—¡¡¡PAPI!!! —el grito resonó en la habitación y una pequeña tromba de cuatro años se lanzó en los brazos de Harry quien, acompañado de Severus, en ese momento entraba a sus aposentos en Hogwarts.

—Hola, mi cielo.

Harry se agachó sonriente a su altura y le abrazó interminablemente, antes de incorporarse con su hijo fuertemente aferrado a su cuello y mirar lo que le rodeaba con lágrimas en los ojos.

La salita de sus habitaciones parecía un carnaval. Por todas partes flotaban globos y serpentinas multicolores, y en medio de la estancia, un cartel realmente enorme, pintado en letras negras rodeadas de un montón de corazones rojos, decía: ¡¡¡BIENVENIDO, PAPI !!!

—¿Te gusta? —preguntó Alex en sus brazos—. Lo hice yo —se quedó un minuto pensando y mirando a Severus antes de rectificar—. Bueno, lo hicieron papá y los tíos, pero yo tuve la idea.

—Gracias, mi amor, está hermoso —Harry le dio un beso en la mejilla, para luego dejarlo en el suelo y acercarse a saludar a los demás.

—Hola, preciosa —dijo, dando un beso en la mejilla de Hermione, que al minutó le abrazaba, llorando—. Shhh, no llores, ya me siento mejor.

—Lo sé, pero me alegra tanto que estés aquí —contestó la joven, separándose con los ojos anegados.

—Tío Harry —llamó una pequeña voz y Harry se agachó nuevamente, abrazando a los gemelos de Hermione.

—Hola, pilluelos —los saludó con una sonrisa—, espero que se hayan portado muy bien en mi ausencia.

—Mucho, tío Harry —aseveró el pequeño George con seriedad.

—Claro, mientras estaban dormidos —dijo Ron, al tiempo que abrazaba a su mejor amigo—. ¿Cómo estás, compañero?

—Muy bien, Ron —contestó, sonriéndole con afecto.

—¿Y para tu viejo padrino no hay un saludo? —se quejó Remus. Harry dio media vuelta y le miró sonriente.

—Por supuesto que sí, no sabes cuánto te extrañé —le abrazó con sincero afecto, antes de fijar la vista en el joven parado unos pasos detrás de Remus—. Supongo que tú debes ser Michael.

—¿Me conoce? —el aludido se veía francamente extrañado.

—¿Conocerte? —repitió Harry, mientras le tendía la mano franca—. Por supuesto, si eres famoso en la familia. Todos en sus cartas me han hablado de ti.

—¿Todos?

—Déjame ver: Severus, Alex, Ron, Hermione, Albus, Remus… sí, todos los que me escribieron en los últimos dos meses me contaron sobre el nuevo novio de Remus —al ver que tanto el joven como el licántropo se ruborizaban, Harry rió dulcemente y agregó—: Y todo lo que me dijeron son cosas buenas, así que bienvenido a la familia —miró al muchacho fijamente—. Sólo te advierto que hagas feliz a Remus o te la verás con la punta de mi varita.

—Lo prometo —Michael sonrió al tiempo que abrazaba a Remus.

—Por cierto, Severus me contó que encontraron a tu padre.

—Sí, estaba en un refugio para indigentes en Alemania, no tengo idea de cómo pudo haber llegado hasta allí.

—Al menos tú pudiste encontrar a quien buscabas —musitó Harry, mientras su voz se ponía repentinamente triste y Severus le abrazaba contra sí.

—Y también vamos a encontrar a Chris, te lo prometo —declaró Bill, sonriéndole de forma alentadora.

—Gracias —Harry se quedó un momento con la mirada perdida, pero pronto sacudió la cabeza y miró a Albus, sonriente.

—Entonces, Albus, ¿todavía conservo mi puesto? —preguntó al tiempo que le daba un abrazo. Cuando se separó, el anciano asintió con la cabeza.

>>Quiero agradecer a todos —siguió Harry, mirando a Remus, Albus y Minerva— por haber apoyado a Severus en lo de las clases, es muy importante para mí poder seguir siendo Profesor de Hogwarts.

—Ni lo menciones —la profesora McGonagall hizo un movimiento de la mano desestimando el hecho.

—Aunque los estudiantes se la pasaron muy bien con los continuos cambios —comentó Dumbledore—, creo que a estas alturas todos te está añorando.

—Pues por mí perfecto, quiero empezar las clases de inmediato.

—¿Estás seguro? —preguntó Severus, preocupado—. Podrías tomarte unos días más hasta que te acostumbres.

—Estoy seguro, amor —Harry se abrazó a su pareja y le besó la mejilla—. Necesito recuperar mi vida, al menos la parte que pueda, y falta poco más de un mes para que termine el año escolar, quiero preparar a los chicos para los exámenes —un nuevo destello de nostalgia inundó sus facciones—. También quiero empezar a trabajar con la Fundación.

—Harry, no me parece prudente —razonó Severus—. Apenas acabas de salir del hospital y todavía estás muy frágil para…

—Puedo hacerlo —le interrumpió Harry—. En la casa de salud ayudé a muchos de mis compañeros —al ver que Severus seguía sin estar convencido, agregó—: Para que estés tranquilo, te voy a permitir elegir las actividades en que puedo participar, ¿qué te parece?

—Si no hay más remedio —contestó el mago mayor, y Harry no pudo evitar echarse a reír ante su cara de frustración.


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—Merlín, que día —comentó Harry, saliendo del baño enfundado en un suave pijama de seda color borgoña, el pelo todavía húmedo por la ducha que se acababa de dar. Sonriendo dulcemente, se dirigió a la cama donde Severus le esperaba, leyendo un libro—. Creí que Alex nunca se dormiría.

—Estaba muy excitado —Severus dejó el libro en la mesita de noche y abrió los brazos para recibir a Harry, quien de inmediato se acurrucó contra su pecho.

—Es la primera vez que llega despierto hasta el final del cuento —rio Harry, mientras su pareja empezaba a acariciar con ternura su cabello. Luego de un largo rato disfrutando la sutil caricia de su esposo, continuó—: Está enorme y hermoso, has hecho un gran trabajo con él todos estos meses.

—No sólo yo —respondió Severus—. El deseo de que su papi estuviera orgulloso de él cuando regresara ha obrado milagros.

—Sí, lo sé, ahora se come las verduras y ordena su habitación —ambos rieron suavemente—. E incluye a Chris en sus plegarias. ¿Tú le enseñaste a hacerlo?

—No, todo nació de él —contestó Severus—. La noche que te internaron estuvimos un buen rato hablando y le conté un cuento; antes de dormir, me dijo que quería rezar como tú le habías enseñado, así que juntó sus manitas y pidió que tú y su hermanito estuvieran bien y regresaran pronto a casa. Desde ese día no ha dejado de hacerlo… ni yo tampoco

—Ni yo —musitó Harry, besando el pecho desnudo de Severus—. Cada día de mi vida ruego porque Dios proteja a mis niños —miró a Severus y le dio un tierno beso en los labios—… y a ti. Y que traiga a nuestro hijo de vuelta a nuestros brazos.

Ninguno de los dos dijo nada, sólo siguieron allí, abrazados, disfrutando la paz que les provocaba su mutua compañía y relajándose poco a poco. Después de mucho rato, Harry musitó sobre el pecho de Severus:

>>Sabes, la otra noche soñé contigo.

—¿Si? —Severus le observó, curioso, notando que sus mejillas habían enrojecido suavemente.

—Sí —el más joven dudó un momento, pero continuó, al tiempo que sus mejillas enrojecían aún más—. Fue un sueño húmedo.

Severus le miró, con una de esas miradas que siempre habían hecho que Harry se derritiera.

—¿Y por qué no me cuentas qué soñaste? —le animó el hombre, besándole suavemente los labios.

—Soñé que entrabas en mi cuarto de la casa de salud. Yo estaba dormido y tú te acercabas a mi cama.

—Oye, pero en la casa de salud compartías cuarto con otro interno, ¿no? —Harry asintió con la cabeza—. ¿Y él estaba presente en tu sueño?

—¿Cómo crees? —le regañó Harry, golpeando suavemente su hombro.

—No sé, que alguien nos observara podría ser muy excitante.

—Vaya, no te conocía esos gustos —comentó y Severus rió suavemente en su oído.

—Quedamos en que yo me acercaba, ¿y entonces?

—Entonces —siguió contando Harry con acento sugerente— te inclinabas sobre mí, que estaba dormido, y apartabas con cuidado un mechón de cabello de mi frente. Luego te inclinabas mas y me dabas un beso suave en los labios.

—¿Así? —el maestro de Pociones retiro con suavidad el cabello que caía sobre la frente de su pareja y besó sus labios.

—Justo —musitó el joven, devolviendo el beso—. Entonces, entre sueños, yo te contesté y profundizaste el beso.

Severus hizo lo que le decía y le dio un beso mucho más apasionado. Harry abrió la boca y las lenguas se enzarzaron en una batalla sin fin. Cuando se separaron, obligados por la necesidad de respirar, Severus musitó:

—¿Qué pasó después?

—Me quitaste la ropa, mientras me acariciabas. Luego te alejaste ligeramente y te desnudaste.

Severus no necesitó que se lo repitieran dos veces, en minutos ambos hombres estaban completamente desnudos.

—Luego te acostaste a mi lado —contuvo el aliento mientras sentía el colchón hundirse bajo el peso del cuerpo desnudo de su pareja— y empezaste a darme besos y mordiscos, mientras bajabas por mi cuello y pecho hasta detenerte en mis pezones —Harry dejó escapar un gemido cuando la boca de su esposo se cerró alrededor de uno de sus pezones hasta ponerlo duro cual piedra—. Luego seguiste bajando, acariciando mi abdomen con tu boca.

—Oye —se quejó de pronto Severus, levantando la cabeza—, ¿y tú no hacías nada mientras tanto?

La suave risa de Harry fue como un bálsamo en el corazón del hombre.

—Fue mi sueño y yo estaba muy perezoso, así que todo lo hacías tú.

—Vale —aceptó Severus, fingiendo resignación y volviendo a su labor—. ¿Qué pasó luego? —preguntó, mientras hundía su lengua en el ombligo de Harry.

—¿Tomaste mi pene con tu mano?

—¿La derecha o la izquierda?

—Tonto —musitó Harry, mientras una vez más se escuchaba su risa cantarina.

—Señor Potter-Snape, recuerde que cada paso de las instrucciones es muy importante. Por eso nunca fue bueno en Pociones.

—Vale, tomaste mi miembro con la mano izquierda y me empezaste a masturbar.

—¿Así? —preguntó Severus, mientras cerraba su cálida mano sobre la dura masculinidad de su esposo y empezaba a moverla arriba y abajo en un movimiento delicioso.

—Definitivamente —jadeó Harry, perdido en el placer.

—¿Qué más pasó? —indagó el mago mayor, sin dejar de mover la mano y besar el estómago de su pareja—. Y te sugiero que aceleres la historia, estoy que exploto.

De nuevo aquella risa divina. ¿Cuánto hacía que no oía reír a Harry de aquella manera?

—Entonces convocaste un frasco de lubricante y…

—Creo que ya me sé el resto del sueño —musitó Severus, mientras abría un cajón de la mesita de noche y extraía un frasquito de lubricante.

El olor a aceite de almendras inundó los sentidos de Harry, mientras sentía como su pareja volvía a su lado y tomaba sus labios, besándole con pasión. Levantó las piernas y las enroscó alrededor de la cintura de Severus, dándole pleno acceso a su cálida entrada. Mientras Severus empezaba un movimiento de caderas que hacía que sus miembros se rozaran una y otra vez de manera delirante, impregnó un dedo en aceite de almendras y, luego de acariciar varias veces el trasero de Harry, lo deslizó al interior sin ninguna dificultad. Pronto dos dedos más hacían su trabajo, distendiendo y preparando.

—Severus, por favor…

La súplica sobre su cuello le indicó que su esposo ya estaba preparado para recibirlo, así que, ubicándose en la amada entrada, dejó que su deseo se deslizara en el cálido refugio del cuerpo de Harry. Cuando estuvo completamente dentro, se detuvo un segundo, no sólo para permitir que su pareja se acostumbrara a su intrusión, sino para sobreponerse a la abrumadora emoción que sentía al sentirse nuevamente en el interior de ese amado cuerpo.

Segundos más tarde, luego de un invitador movimiento de cadera de Harry, empezó a moverse con suavidad. Pronto ambos hombres se estaban moviendo frenéticamente, dejando escapar no sólo el inmenso amor que les unía, sino gran parte de la angustia y soledad que habían soportado los pasados meses. Ambos habían regresado del infierno y, al menos durante esos breves momentos, habían podido ingresar al paraíso.

El dolor de la pérdida subsistiría, pero volvían a estar juntos, y a partir de ahora podrían luchar por recuperar su vida y, si los dioses eran bondadosos, recuperar también a su hijo.


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Me engañaste, Blaise.

No, yo no…

Me mentiste.

No, por favor.

Te odio


Blaise se despertó con la voz de Draco retumbando en su cerebro

Te odio… te odio

“Maldita sea, otra vez no”


Tenía ganas de llorar de frustración, la maldita poción para dormir sin sueños cada vez le hacía menos efecto. Con cuidado, tratando de evitar que Draco despertara, abrió el cajón de la mesilla de noche. Tomó el frasco de la poción pero la desechó enseguida; esa noche necesitaba algo más fuerte.

Se deslizó fuera de la cama y se acercó al armario. Apartó unos trajes y levantó una esquina de la alfombra que cubría el piso del lugar. Allí estaban, esos tranquilizantes de origen muggle que usaba para ocasiones especiales y que prefería que Draco no descubriera para evitarse preguntas incómodas. En la farmacia no habían querido vendérselos sin prescripción médica, aduciendo que eran demasiado fuertes y generaban dependencia, pero él sabía dónde acudir cuando necesitaba algo difícil de conseguir.

Desprendió una de las cápsulas rojas del envase y se la tomó sin dudar. Al fin y al cabo, una sola pastilla no podía hacerle daño, ¿cierto?

Con una sonrisa satisfecha, regresó a la cama al lado de Draco. Ahora sí podría dormir tranquilo, sin esas pesadillas que le atormentaban cada vez más.




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