alisevv
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| Tema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 5. Adaptándose a la realidad Vie Ago 07, 2015 2:38 pm | |
| —Blaise —la voz de Draco seguía torturándolo insistente, exigiendo una respuesta—. Blaise —ahora lo zarandeaba con fuerza. Seguro lo odiaba—. Blaise, despierta. Blaise.
El hombre se despertó bruscamente y fijó sus nublados ojos en Draco, intentando comprender lo que estaba pasando. Miró a su alrededor sobresaltado, pero no encontró nada: ni ama de llaves, ni aurores, ni el pelirrojo mirándole con aire acusador. Estaba en su habitación, en su cama, y a su lado sólo estaba su esposo, observándole con ojos preocupados.
—¿Draco? —musitó, confundido.
—Por Merlín, Blaise, ya me estabas asustando —dijo Draco.
—¿Qué ocurrió?
—Tenías una pesadilla —explicó el hombre rubio—. Gemías y te retorcías, y mira —pasó una mano por su cuello y la levantó. Estaba perlada de sudor—, estás empapado en un sudor frío. Lo peor es que por más que intentaba no lograba despertarte.
—¿Dije algo en sueños? —preguntó Blaise, entre temeroso y preocupado.
—Nada comprensible —contestó Draco, secando con cuidado el sudor de su esposo—. Gemidos y ruidos sin sentido, pero era claro que estabas sufriendo. ¿En qué estabas soñando?
El hombre al fin pudo respirar con algo de alivio.
—No recuerdo —contestó, frunciendo el ceño como si estuviera intentando recordar—. Supongo que era algo relacionado con lo que me dijo Severus.
—Supongo que sí —convino Draco, entregándole un vaso con agua y observando en silencio mientras el otro bebía—. ¿Te sientes mejor? —le preguntó, rescatando el vaso y colocándolo en la mesilla—. ¿Quieres algo para dormir?
—No, ya pasó —musitó Blaise, dándole un ligero beso en los labios—. Mejor tratemos de dormir antes que David despierte reclamando su comida.
Sin otra palabra, dio la espalda a Draco y se arrebujó en la sábana, intentando permanecer quieto para que el otro pensara que estaba comenzando a quedarse dormido. Luego de un momento, el hombre rubio apagó la luz y se dispuso a dormir a su vez.
Pero Blaise no estaba dormido ni mucho menos. Maldito sueño. Aunque no lo admitiera, lo que le había contado su contacto sobre Weasley y su agencia de detectives le había afectado. Y esa ama de llaves. Tendría que deshacerse de ella enseguida, para que no notara el cambio de color en el cabello de Draco. Menos mal que desde que llegaron él no había salido a la calle, así que nadie notaría el cambio en su esposo.
Esa era otra cosa, tendrían que empezar a integrarse a la comunidad, congraciarse con sus vecinos y pasar como una pareja normal con su bebé. No debían parecer misteriosos, eso podría levantar rumores y sospechas.
Definitivamente, al amanecer tendría muchas cosas que arreglar. Sólo esperaba que el mocoso le permitiera unas horas de sueño tranquilo.
—Lo lamento, Severus —se disculpaba un frustrado pelirrojo, sentado en la salita del apartamento de Hertforshire—. Me habían asegurado que era un dato confiable, que Draco Malfoy estaba detenido en una cárcel del Berlín muggle —tomó un sorbo de café de la taza que balanceaba en su mano—. Al final resultó que no era él sino alguien muy parecido. Quien me pasó el dato sólo había visto la imagen del fax y la descripción física y se confundió.
—No te preocupes —el ceño profundamente fruncido de Severus y el ligero temblor del labio superior, desmentían la serenidad que trataba de imprimir a su voz—. Además, ya me habías advertido que no iba a ser fácil y que probablemente íbamos a encontrarnos con pistas que no conducirían a parte alguna.
—Sí, pero la verdad es que esta vez hasta yo me entusiasmé —confesó Bill—. El resultado me cayó como un balde de agua fría.
—¿Se tiene alguna pista nueva? —inquirió, cambiando de tema. Era inútil lamentarse por lo que no había sido.
—Nada de importancia —contestó el mago frente a él—. Pero te aseguro que no vamos a desistir. Te lo prometo.
—Gracias —el tono de Severus era seco—. Tú eres mi última esperanza, ayer Ron me dijo que en el Ministerio prácticamente archivaron el caso.
—Siempre pasa igual, es culpa de la maldita burocracia. Dicen que siguen investigando pero se hacen los locos —al ver la desazón en el rostro habitualmente impávido de Severus, agregó—: Pero Hary y usted aún tienen muchos amigos en el Ministerio, no van a permitir que el caso sea abandonado. ¿Sabe cuándo regresa Albus Dumbledore?
Después de la batalla final, al Director de Hogwarts le habían caído todos los años encima y su salud se había visto fuertemente deteriorada. Por esa razón, todas las vacaciones se desaparecía a una casa que tenía en un pueblito de la Toscana. Severus sabía que cuando el anciano se enterara de lo que había pasado y que no le había avisado iba a matarlo, pero Albus nada podía hacer y Severus había decidido dejar que terminara sus vacaciones en paz, ya tendría suficientes razones para preocuparse una vez regresara.
—Supongo que en cualquier momento, el lunes comienza el nuevo año escolar en Hogwarts.
—Hable con él en cuanto llegue —aconsejó Bill—. Todavía posee gran influencia en el Ministerio. Que presione para que no abandonen la investigación.
—Lo haré.
—Severus, tengo otro problema que plantearle —como siempre, el joven dudaba antes de plantear ese tema y el Profesor se dio cuenta enseguida de qué se trataba.
—¿Ya se terminó el dinero? —le miró realmente alarmado.
—Como ya le dije, éste es un proceso muy costoso —explicó Bill, mientras sacaba varios pergaminos—. Aquí tiene una descripción detallada de los gastos generados.
Severus analizó detenidamente el pergamino y a medida que lo hacía, su ceño se iba profundizando. Todos los gastos estaban plenamente justificados pero el dinero desaparecía a una velocidad inaudita. Sin decir palabra, convocó una chequera, hizo un cheque y se lo entregó al hombre.
—Espero que esto sea suficiente por el momento.
—Lo será —dijo Bill, guardando el documento y levantándose para despedirse—. Trataré de hacerlo durar lo más posible.
—Lo sé — dijo el otro, tendiéndole la mano—. Estaré esperando noticias tuyas.
Bill estrechó su mano con firmeza al tiempo que asentía con la cabeza, antes de dar la vuelta y desaparecer.
—Alex, si no te tranquilizas no vamos a terminar nunca —advirtió Severus, tratando infructuosamente de mostrar el rostro severo.
En ese momento se encontraba en el baño, intentando terminar de bañar a Alex, cosa por demás difícil pues el pequeño chapoteaba entusiasmado. Sin embargo, pese a que estaba empapado de pies a cabeza, se sentía bien. Era realmente reconfortante volver a ver a su hijo relajado y feliz.
—¿Seguro que vamos a poder ver a papi, papá? —preguntó el niño, por milésima vez en lo que iba de mañana.
—Sí, pero sólo desde lejos, no vamos a poder hablar con él —le recordó Severus, mientras lo sacaba de la bañera y empezaba a frotar su cuerpecito con una toalla esponjosa.
Ese día iban a tener su primera cita para la terapia en la institución y el doctor Edwards le había dicho que al final de la sesión podrían ver a Harry, pero no se iban a poder acercar ni hablarle, sería contraproducente a esas alturas del tratamiento.
—Lo sé, papá —el tono del niño indicaba claramente que ya había escuchado la advertencia varias veces.
—Y también recuerdas que para que eso ocurra tienes que portarte bien en la reunión que tenemos antes, ¿no?
A Severus le había resultado tan difícil convencer a su hijo de la necesidad de empezar a asistir a las sesiones de terapia, que al final había tenido que acudir a su carácter Slytherin y chantajearle: si se portaba bien en la reunión, podría ver a Harry.
—Sí, papá, ya te prometí que iba a ser bueno —Alex frunció el entrecejo en un gesto idéntico al de Severus, la dichosa reunión no le gustaba en absoluto.
Su padre le hizo un mohín de burla, al tiempo que lo tiraba sobre la cama.
—Muy bien, hora de vestirse.
—¿Me buscaste la franela azul que me compró mi papi? —preguntó Alex, mientras Severus empezaba a ponerle los pequeños boxer.
—Aja.
—¿Y el pantalón que me compró en el Callejón Diagón?
—Aja —repitió Severus, mientras traía la diminuta ropa.
—¿Y la túnica que me compró en Hogmade?
—Se dice Hogsmeade, y sí, también esa —terminó de colocarle la franela y buscó la túnica azul—. ¿Y se puede saber por qué quieres ponerte sólo lo que te compró Harry? —preguntó, fingiendo estar un poco celoso.
—Ay, papá —se rió el pequeño—, porque tú nunca me compras nada. Toda la ropa nos la compra papi, a ti y a mí.
Severus sonrió con añoranza. Alex tenía razón, desde que se habían casado, Harry era quien compraba la ropa para toda la familia. Según decía, tenía mejor gusto para esas cosas que Severus, quien si no fuera por él seguiría vistiendo esas horrendas túnicas negras.
Y lo peor es que tenía razón. Desde que vivía con Harry, su vestuario había ido cambiando; aunque igualmente sobrias, sus túnicas ahora eran de colores un poco más alegres, verde oscuro, grises, borgoña, y también negras, pero de materiales más finos y de corte más elegante.
—Cierto —rió Severus, poniendo a su niño de pie sobre la cama y sonriéndole—. Ya estás listo.
—¿Estoy guapo? —preguntó Alex con una sonrisa.
—Vanidoso —rió Severus y le besó con amor—. Estás guapísimo. Pero ahora deja que tu pobre padre se ponga decente, me has puesto como una sopa. Mientras termino, puedes ponerte un rato a dibujar, ¿te parece?
—Sí, pero apúrate, papá. Ya quiero ver a papi.
Con una última sonrisa, Severus dio la vuelta y caminó al cuarto de baño. Él también se moría por ver a Harry, aunque fuera de lejos.
La clínica de salud era un lugar encantador, más parecido a un lugar destinado a vacaciones campestres que una institución dedicada a reconstruir almas y espíritus destrozados.
Constaba de dos edificaciones de un solo piso, separadas entre si por un amplio jardín, lleno de árboles frondosos y múltiples macizos de flores variadas. La casa más cercana a la entrada principal, la destinada a la consulta externa, era la más pequeña. Formada por una veintena de consultorios, tenía también cafetería, un amplio vestíbulo repleto de cómodos sillones forrados de tela estampada con colores suaves y relajantes y un pequeño parque infantil. Era un lugar que lograba que el recién llegado se sintiera automáticamente cómodo y bienvenido.
Una joven bruja, con una sonrisa cálida y confortante, les recibió en la entrada y les hizo pasar de inmediato al consultorio del doctor Edwards.
El consultorio no se parecía a nada de lo que había imaginado Severus. Las paredes estaban pintadas en tonos beige claro. En una de ellas unas puertas dobles encristaladas, en ese momento abiertas, permitían ver parte del hermoso jardín que rodeaba el lugar. El piso era de parqué pulido. En un rincón se encontraba el escritorio y a su lado un diván y una cómoda silla. En el centro de la habitación se ubicaban en círculo varias sillas que también parecían muy cómodas, estampadas con el mismo tapiz que las del vestíbulo.
—Adelante —el medimago sonrió a Severus y Alex, quienes se habían quedado en el umbral de entrada, mirando a los presentes, indecisos—. Señores, quiero presentarles a dos nuevos amigos —habló el sanador, mirando a las personas que estaban sentadas en las sillas—. Ellos son Severus Snape y Alexander Snape.
—Alex Snape Potter —le corrigió el niño, levantando la carita con orgullo.
—Disculpa —dijo el doctor Edwards de inmediato—. Tienes razón. Alex Snape Potter.
En ese momento, un niño de la edad de Alex se le acercó sonriendo.
—Yo me llamo Peter —le dijo, aparentemente feliz de ver otro niño en ese lugar—. Tengo cuatro años, ¿y tú?
—Casi cumplo cuatro —contestó Alex, luego de evaluar a su interlocutor. Ese niño le caía bien.
—¿Quieres jugar conmigo? —preguntó, señalando un rincón donde estaban esparcidos varios juguetes de brillante colorido.
—¿Puedo, papá? —preguntó Alex, mirando a Severus, indeciso.
Severus miró al medimago pues no sabía qué se esperaba de ellos, pero ante su casi imperceptible asentimiento, se giró nuevamente a su hijo y sonrió.
—Claro que puedes, campeón —sonrió y beso su negra coronilla—. Mientras, yo voy a hablar con los señores.
El niño sonrió y estaba a punto de partir cuando Severus le detuvo.
>>¿Alex, no se te olvida algo?
El niño se puso colorado y se giró hacia los presentes.
—Con permiso
Luego miró a su padre nuevamente y al ver que sonreía, partió a jugar con su nuevo amiguito.
—Es un niño encantador —comentó una mujer rubia—. Está muy bien educado.
—Gracias —replicó Severus, con una ligera sonrisa.
—Bueno —comenzó John Edwards—, ya que estamos todos completos, creo que sería conveniente empezar a presentarnos. Severus, ya que tú eres nuevo en el grupo, ¿qué te parece si nos hablas un poco de ti y nos cuentas por qué estás aquí?
Severus permaneció callado, no le resultaba cómodo contar sus intimidades ante extraños.
—Sabemos cómo te sientes— comentó un hombre de unos treinta años, de facciones agradables y ojos tristes—, la primera vez siempre es difícil. ¿Qué te parece si nosotros te contamos primero nuestras historias, a ver si así te sientes más cómodo?
Severus le miró agradecido y el hombre empezó a hablar.
—Mi nombre es Stephen Morgan y ella es mi esposa, Marcia —tomó la mano de la mujer que había hecho el comentario sobre Alex, una linda rubia claramente embarazada, de una edad similar a la de su esposo—. Nos casamos al salir de la universidad y casi enseguida empezamos a buscar un bebé. Al principio yo no estaba de acuerdo, los tiempos eran difíciles, los ataques de Quien-Ya-Saben eran cada vez más fieros y yo era auror, mi vida estaba permanentemente en riesgo. Sin embargo, Marcia anhelaba una familia y no tuve corazón para negarme. Además, pensé que si yo moría, al menos a ella le quedaría un afecto, una razón para seguir.
—Por más intentos que hicimos, no logramos nada —intervino Marcia, con una voz dulce y suave—. No me embarazaba.
—Decidimos buscar ayuda médica. Vimos a varios medimagos e hicimos diversos tratamientos pero nada. Hasta que al fin logramos el milagro, Marcia estaba embarazada.
—Al principio no nos lo podíamos creer, era como un sueño —continuó la mujer, mientras sus ojos se anegaban—. El Que No Debe Ser Nombrado había sido derrotado por tu esposo unos meses antes —sonrió agradecida a Severus y éste pensó distraídamente que Harry hubiera odiado ese comentario, detestaba llamar la atención—, y las cosas empezaban a tranquilizarse. Stephen tenía un trabajo estable en el Ministerio, y aunque era peligroso, confiábamos en que todo saldría bien, e íbamos a tener nuestro bebé.
—Marcia empezó a tratarse en un hospital cercano a nuestra casa, por aquellos tiempos San Mungo tenía más que suficiente con los múltiples afectados por la reciente guerra y los heridos que llegaban continuamente, producto de los ataques de los mortífagos renegados.
>>Todo su embarazo fue estupendo y el parto fácil y relativamente rápido. Pronto tuve en mis brazos a mi pequeñita, con su pelusita rubia y su carita sonrosada. Corté el cordón umbilical y se la llevé a Marcia para que viera nuestro pequeño milagro.
>>Esa fue la última vez que la vimos —prosiguió, con la voz ronca por la emoción, mientras lágrimas de tristeza se deslizaban por el rostro de su esposa—. Esa misma noche se la llevaron del hospital. Por más que buscamos, todos los caminos nos llevaron a un callejón sin salida. En el Ministerio investigaron un buen tiempo pero sin ningún éxito.
Severus se sentía por una parte acongojado, pero por otra tenía una sensación de solidaridad, como si ya no se sintiera tan solo, como si ahora supiera que había personas como él, que habían logrado sobrevivir y le iban a ayudar a hacerlo.
—¿Entonces su niña ahora debe tener…?
—Poco más de cinco años —musitó Marcia, mientras su esposo la abrazaba y le secaba las lágrimas.
Mientras Severus trataba infructuosamente de buscar algo que decir para consolar a la pareja, escuchó una voz ronca que se dirigía a él.
—Mi nombre es Brian —Severus fijó la vista en el hombre pequeño y delgado que hablaba pausadamente—, Peter es mi hijo y mi esposa, Maggy, está internada en la clínica para un tratamiento intensivo —miró hacia donde su pequeño jugaba con Alex, riendo feliz—. Me hace tanto bien escuchar su risa —murmuró, casi para sí mismo—. Ha reído tan poco en este último año —después de un momento, pareció salir de su ensoñación y fijó la vista nuevamente en Severus—. Hace poco más de un año —continuó en el mismo tono—, Maggy y mis gemelos salieron de compras al Callejón Diagon, era un día tan lindo que ella pensó que a los niños les haría bien respirar un poco de aire puro. Iban a entrar en Gringonts para retirar algo de dinero cuando el mundo estalló sobre sus cabezas: Un ataque mortífago se presentó de repente.
>>Maggy corrió tratando de proteger y poner a salvo a los niños pero el pandimónium que se formó a su alrededor se lo impidió. Fue bruscamente empujada y cayó desmayada al piso. Cuando recuperó el conocimiento, se encontró con que un buen samaritano la había trasladado a un refugio. Se puso como loca e intentó salir pero se lo impidieron, era muy peligroso. Cuando todo se calmó, salió y empezó a buscar a los gemelos desesperada. Después de mucho rato, encontró a Peter sentado en los escalones de una casa y llorando, pero de Michael no había ni rastro. Peter nos contó que unos hombres de mal aspecto los habían atrapado. Él le había dado un puntapié a uno y logrado escapar, pero cuando trató de buscar a Michael, ya el otro hombre había desaparecido con su hermano. Al ver que el desalmado que lo había cogido iba de nuevo hacia él, salió corriendo y no se detuvo hasta que lo despistó.
>>Mi esposa nunca se perdonó, aunque ella no fue culpable. La angustia la torturaba y por eso hubo que recluirla. Peter y yo estamos en terapia externa desde entonces.
—Papá —en ese momento llegó Alex, llamando la atención de Severus—. El hermanito de Peter también se perdió, pero era más grande que Chris. Peter dice que tal vez estén juntos y como Michael es más grande, debe estar cuidando a mi hermanito, y Chris debe estar haciéndole compañía mientras los encontramos.
Severus miró los confiados ojos verdes de su pequeño y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Estoy seguro que así es, campeón.
—Genial —dijo, sonriendo y yendo a donde estaba su amigo para decirle que su papá también pensaba que sus hermanitos podrían estar juntos, cuidándose.
Severus giró de nuevo la vista hacia sus compañeros de grupo. La última integrante respiró profundamente y empezó a hablar.
—Yo soy Cindy Anderson —explicó con voz temblorosa la mujer de pelo marrón y unos cuarenta años—. Soy viuda, mi esposo resultó muerto en la batalla final —Severus la miró con simpatía—. Me quedé sola, sin profesión y con tres niños que alimentar. Me costó mucho trabajo pero, con el apoyo de algunos buenos amigos, logré salir adelante —se detuvo un minuto, como buscando ánimos para continuar.
>>Hace dos años, mi hijo menor se puso muy enfermo, hervía de fiebre y no lograba que le bajara con nada, así que dejé a los dos mayores, Joseph y Josua, en casa, y corrí a San Mungo.
>>Cuando regresé, encontré a Joseph durmiendo, pero ni rastros de Josua. Cuando le pregunté dónde estaba su hermano, me contestó que habían discutido y le había dicho que estaba harto y se iba de la maldita casa. Me dijo que no me preocupara, que pronto volvería. Pero pasaron las horas y Josua no regresaba.
>>Las horas se convirtieron en días y los días en semanas. Luego de darse cuenta que no era una broma y su hermano no iba a regresar, Joseph entró en un profundo estado depresivo. Pocos días después me convencieron de internarlo aquí y no me arrepiento. Ahora es un joven más confiado y ya no se culpa por lo que pasó. Según me confirmaron, en un par de semanas lo van a dar de alta.
—Pero… —Severus miraba a todas aquellas personas, su dolor era tan profundo como el propio—. ¿Cómo lo superaron? ¿De dónde sacaron fuerzas para seguir adelante?
—Nunca lo superas —musitó Marcia, suavemente—, por eso yo no pude evitar llorar hace un rato. Eso va a seguir ahí, partiéndote el corazón. Aquí no te garantizan que el dolor va a cesar, pero te aseguro que te van a dar las armas para soportarlo y seguir con tu vida, poder continuar.
—Pero yo no sé si quiera continuar, no quiero perder la esperanza de encontrar a mi bebé.
—Nadie te pide eso —Brian sonrió amigablemente—. Ninguno de nosotros hemos olvidado a nuestros niños, todos seguimos buscando y tenemos esperanza de que algún día regresen. Pero mientras tanto, seguimos viviendo, por nosotros y por nuestras familias.
—¿Entonces, Severus? —habló el sanador Edwards con una sonrisa—. ¿Nos quieres contar tu historia?
Y Severus habló, por supuesto que habló. Descargó todo el dolor y la angustia de su corazón y quedó al descubierto ante esas personas, las únicas que podían saber exactamente como se sentía. Las únicas completamente capaces de entender su dolor
Severus salió de la sesión con sentimientos encontrados. Por una parte, el conocer a esas valientes personas le había confortado y dado ánimos para seguir; además, sabía que en un futuro, ellos y el doctor Edwards le darían las herramientas para reconstruir su vida y ayudar a Harry a reconstruirla también.
Pero pese a lo que le habían dicho, temía que si se conformaba y replanteaba su vida para seguir sin Chris, con el tiempo le olvidaría. Y no podía permitirse eso, debía seguir alerta, luchando por recuperar a su hijito. No podía bajar la guardia ni un momento.
¿Qué hacer?
—Papá, no puedo ver —escuchó la voz suplicante de Alex—. Álzame.
Severus se le quedó mirando por largo rato. Ahí estaba su respuesta. Jamás dejaría de buscar ni olvidaría, pero tenía que tratar de llevar una vida lo más normal posible, por su hijo y por Harry.
>>Papá, álzame —insistió la voz del pequeño—. Quiero ver a papi.
Severus se inclinó, lo tomó en brazos y lo apretó con fuerza contra él, antes de besar su revuelto cabello negro. Luego, se giró hacia los jardines de la casa contigua y ambos fijaron la vista, tratando de distinguir a Harry entre las siluetas que paseaban por el jardín.
El medimago le había comentado que, aunque con bastante lentitud, Harry iba progresando. Empezaba a hablar más y ya no respondía con monosílabos, y cuando tenían la sesión de terapia, preguntaba a los medimagos por Severus y su hijo y pedía verlos. Edwards le había explicado que eso todavía no era posible, pero si quería podía escribirles unas líneas, así que ahora tenía una carta de Harry muy bien guardada en el bolsillo de su túnica, junto a su corazón.
Entonces lo vio, su solitaria silueta caminando lentamente por el jardín, la tristeza plasmada en sus bellos rasgos. Severus sintió que su corazón se estremecía de dolor y de amor.
—Papá, ¿lo ves? —la voz de su pequeño le sacó de sus reflexiones.
Desviando la vista de Harry, la fijó en su pequeño y sonrió. Lo elevó un poco más para que tuviera una mejor vista.
—Sí, allí está —musitó, señalando un punto a la derecha—. ¿Lo ves?
El niño frunció su pequeño ceño y trató de fijar la vista, en un gesto tan peculiar que Severus estuvo a punto de echarse a reír.
—No puedo verlo, papá — se lamentó el chiquillo. —Un poco más a la derecha, al lado del arbusto de las flores blancas.
El niño hizo un nuevo esfuerzo y de repente empezó a brincar alborozado.
—Sí, lo veo —exclamó feliz, pero después de un momento, giró su carita triste hacia su padre—. Pero se ve triste, papá —se lamentó—. Eso es porque está solito, nos necesita. Vamos a buscarlo.
—Yo también quisiera ir, cariño, pero no podemos.
—¿Por qué no? —insistió Alex—. Papi es nuestro, vamos y les decimos que nos lo devuelvan.
—Es por su salud —trató de explicarle—. Aunque se ve triste, se está recuperando, créeme —acarició su carita, por donde ya se deslizaban las lágrimas—. Sé que no lo puedes comprender, pero todo esto es necesario para que papi vuelva a ser el de antes.
—No importa si no vuelve a ser el de antes, no importa si no me quiere, yo sólo quiero que regrese con nosotros.
—Alex, papi te quiere y mucho —abrazó el tembloroso cuerpecito de su hijo—. Y si nosotros le queremos, debemos ser fuertes por él, porque esto es lo que necesita, ¿me entiendes?
En niño asintió con la cabecita, las lágrimas no le permitían hablar.
>>Por un tiempo sólo vamos a poder verlo desde aquí, mi amor, pero verás que el tiempo va a pasar rápido y pronto lo vamos a tener en casa, sonriendo como siempre.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Papi, no —exclamó Alex de pronto al ver que Harry daba la puerta y se encaminaba a la casa—. No, papi, no te vayas —suplicó con voz llorosa.
—Ya, mi niño —musitó Severus, estrechaándole contra su pecho, mientras sus ojos también se anegaban—. En quince días vendremos de nuevo y lo podremos volver a ver. Si te pones así cada vez que vengamos no voy a poder traerte.
—No, papá, ya no lloro —aseguró el pequeño, limpiándose los ojos—. Pero quiero regresar.
—Lo haremos, no te preocupes —dio la vuelta y empezó a caminar con dirección a la salida—. Y volverás a ver a Peter, creo que hiciste buenas migas con él, ¿no?
—Sí, es muy simpático —Alex sonrió al recordar a su nuevo amigo—. Le dije que la próxima vez que viniera iba a traer mi super robot mágico, a él no le han podido comprar uno, es muy caro. ¿Podríamos regalarle uno, papá?
—Ya veremos lo que se puede hacer —replicó Severus, pensativo—. Por ahora, ¿qué te parece si vamos a comprar un helado al Callejón Diagon?
—¿Con dos bolas de chocolate?
—Con dos bolas de chocolate.
—Y trocitos de maní y crema batida.
—Vale.
—¿Y una bola extra de fresa?
—No abuses de tu suerte, jovencito, sabes que tanto helado es demasiado.
—Bueno, pero sí con barquilla, ¿verdad?
—Aceptado, con barquilla.
Y las voces se perdieron en el aire mientras Severus y Alex desaparecían con dirección al Callejón Diagón.
Ya tarde esa noche, Severus seguía sin poder conciliar el sueño. Miró extasiado el pequeño cuerpecito dormido en sus brazos y apartó un mechón de pelo negrísimo de su cara. Era un verdadero ángel. Ese día, luego de leer la carta de Harry, le había suplicado que le permitiera dormir con él y no había tenido corazón para negarse. De hecho, él también necesitaba furiosamente la cercanía de su pequeño.
La carta de Harry. Unas pocas letras que se habían clavado en su alma de manera indeleble.
Queridos Severus y Alex
¿Cómo podría explicarles cuanto los extraño? No tengo palabras Los amo tanto. Estos días aquí encerrado, sin ustedes y sin Chris, han sido duros, muy duros. Pero estoy haciendo todo lo que me dicen y siento que voy mejorando.
Me dicen que aún no puedo verlos, no estoy lo suficientemente fuerte. Pero prometo trabajar con todas mis fuerzas para que muy pronto me dejen poder abrazarlos y ver sus hermosos rostros.
Los adoro, con todo mi corazón. Prometo que pronto estaremos juntos de nuevo. Lo juro
Harry
p.d: El sanador Edwards dice que ustedes me pueden escribir también, ¿lo harían?
Severus suspiró mientras pasaba la mano suavemente por el pergamino. Sonrió con ternura, la misma letra apresurada y desordenada de siempre. Rogó a los cielos porque Harry se recuperara pronto, no sabía cuánto tiempo podría soportar sin tenerlo cerca.
Acomodó mejor a Alex en su abrazó y sus pensamientos volaron hacia Chris. ¿Cómo sería su bebé? ¿Tendría el color de sus ojos o el de los de Harry? ¿Le gustarían las pociones cuando creciera? ¿Sería tan tragón como Alex y tendría tan buenos pulmones como él? Como anhelaba el levantarse por la noche y poder cambiar sus pañales, aunque lo despertara una y mil veces como hacía Alex. Si no regresaba, no podría cantarle las canciones de cuna que tenía preparadas para él. No podría enseñarle a hacer pociones y Harry no podría entrenarlo en Quidditch. ¿Quién le acompañaría a elegir su varita y le enseñaría a usarla? ¿Cómo podría regañarlo cuando se portara mal si no estaba junto a él?
Mientras las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas, arrebujó el cuerpecito de Alex aún más cerca de su regazo y enviando un último pensamiento de amor a Harry y a Chris, dejó que el sueño finalmente le venciera.
—No, Draco, no te vayas, yo lo hice por ti —murmuraba Blaise, moviéndose y suplicando entre sueños—. No te vayas.
Blaise se despertó sobresaltado, con el corazón latiéndole a millón, para encontrarse con los asombrados ojos de su esposo.
—¿Qué hiciste por mí que te angustia al punto de tener estas pesadillas? —preguntó el rubio, enarcando una ceja.
Blaise reaccionó rápidamente, maldiciendo mentalmente. Esa maldita pesadilla se volvía a repetir.
—¿Hacer por ti? —preguntó, simulando un tono confundido—. ¿De qué hablas?
—Dímelo tú, hablabas en sueños, repitiendo que no me fuera y que lo habías hecho por mí.
—No recuerdo, supongo que estaría soñando que me abandonabas por otro y suplicaba que no te fueras —bromeó para distraer a su esposo y que dejara de interrogarle.
—¿Estás seguro? —Draco sonaba dudoso.
—Seguro no, pues no recuerdo el sueño —contestó, acercándose provocativamente—. Pero supongo, dado que me tienes muy abandonado últimamente —se acercó y tomó sus labios con ansiedad.
Aunque en principio lo había hecho para distraer la atención de su pareja, al sentir la respuesta de Draco se liberaron todo el deseo y las emociones reprimidas en los últimos tiempos. Subió una mano hasta la nuca de su esposo y le atrajo hacia sí, con la intención de profundizar el beso.
Las ropas desaparecieron rápidamente y pronto Blaise tenía a Draco clavado contra el colchón y frotaba sus caderas con fuerza, mientras el roce de sus erecciones provocaba gemidos ardientes en cada uno.
Estirando la mano, alcanzó un tubo de lubricante de la mesilla de noche y preparó a Draco apresuradamente, ansioso por hundirse en la carne suave y firme y empujar hasta el infinito. Se colocó en la entrada cálida y subió las piernas de Draco a sus hombros para lograr una mejor posición. Cuando estaba a punto de enterrarse, un estridente sonido llegó hasta sus oídos.
—Merlín, Blaise, es David —exclamó Draco, intentando incorporarse.
—Déjalo —musitó Blaise, inclinándose sobre sus labios y besándole ansioso—. Sólo tiene hambre, deja que llore un rato.
—¿Cómo se te ocurre? —Draco le miró espantado, empujándolo—. ¿Acaso no ves como llora nuestro bebé? ¿Cómo puedes decir que lo deje así mientras tú y yo nos divertimos? —se paró de la cama y se puso apresuradamente la bata, antes de salir del cuarto sin dar otra mirada a Blaise
En la cama quedó un Blaise muy cabreado y con una gran erección por resolver.
—Maldito mocoso, lo único que trae son problemas —gruñó antes de pararse con intención de tomar una ducha fría, dudaba que esa noche Draco estuviera dispuesto a continuar con lo que habían comenzado.
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