La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta?

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alisevv

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¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta? Empty
MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta?   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta? I_icon_minitimeMiér Jul 08, 2015 4:14 pm

Título: ¿Dónde está mi bebé?

Resumen:  Harry y Severus están casados y son felices, pero un día Blaise les roba su bebé , creando un conflicto que hará sufrir a mucha gente

Clasificación: PG-13

Género:  Angustia, Drama, Romance

Advertencia: Mpreg




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¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta? Mb.3_zpsoblasiv7


Era una cálida tarde de mediados de agosto, y el sol iluminaba con brillantez las piedras que formaban las paredes externas de la sobria casa enclavada en las afueras de Londres, en St Albans, Hertfordshire.

Era una casa relativamente grande, prácticamente una mansión, pero definitivamente austera y sombría. Como sombrío era el oscuro estudio, pues todas las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas, como si el propietario no quisiera que entrara ni el más mínimo rayo de sol. Y a quien hubiera preguntado a la esbelta figura vestida completamente de negro que recorría de una punta a otra del recinto en ese momento, le hubieran dicho que así era.

El hombre era alto y delgado, con una elegancia innata. Tenía el pelo negro y los ojos oscuros, y su rostro, habitualmente hosco, lucía una expresión preocupada, casi angustiada. Miró detenidamente el reloj mágico situado en una esquina de la habitación y maldijo entre dientes; las cinco de la tarde. Ese maldito medimago llevaba más de tres horas con su esposo y todavía no le llevaba noticia alguna.

Cuando estaba a punto de mandar todo al diablo y presentarse en su habitación a ver qué demonios pasaba con su pareja, un leve toque en la puerta le sobresaltó ligeramente.

—Pase— dijo, con tono áspero.

El ama de llaves, una mujer alta, de pelo entrecano, entró en la habitación.

—Señor, el medimago le manda a llamar con urgencia.

Sin escuchar más, el hombre se precipitó hacia la puerta y subió corriendo las escaleras hasta la habitación principal. Cuando entró, se acercó presuroso al joven rubio que, sudoroso y pálido, gemía de dolor en la ancha cama que presidía la habitación.

—¿Draco, amor, cómo estás? —musitó, tomando su mano y apretándola con calidez.

El enfermo giró su cara hacia la voz que le llamaba y trató de hablar, pero todo lo que pudo salir de sus labios fue un gemido agónico.

>> Shh, no hables, amor, descansa —como respuesta sólo obtuvo un nuevo gemido del rubio.

—Señor Zabini, tenemos que hablar —escuchó una voz a sus espaldas.

—Amor, dame un segundo, ya regreso —musitó Blaise, antes de poner un suave beso en los labios de su pareja y levantarse para hablar con el medimago.

>>¿Cómo está? —el ceño de preocupación cruzaba completamente la frente de Blaise Zabini.

—Nada bien —contestó el medimago con expresión oscura, sin saber cómo plantear a ese hombre sufrido lo que tenía que decir—. Lo siento mucho, la poca magia que le queda a su esposo está siendo consumida rápidamente por el bebé, es casi imposible que en las actuales circunstancias sobreviva al parto. En esta situación, dudo mucho que pueda salvar la vida de su hijo y de su esposo. Usted debe decidir.

—¿Decidir? —Blaise miró al brujo, agobiado y confundido—. ¿Decidir qué?

El otro lo miró un segundo, como buscando el valor para hablar.

—¿A cuál de los dos salvamos? ¿A su hijo o a su esposo?

¿Qué decía aquel hombre? ¿Él debía decidir si moría su esposo o moría su hijo? No podía esperar que él tomara esa decisión, ¿verdad?

Negó con la cabeza, mirando al medimago con el horror pintado en el rostro.

>>Sé que es una decisión muy difícil, señor Zabini, pero sólo usted puede tomarla, son su esposo y su hijo.

¿Decidir si mataba a su esposo o a su hijo? ¿Cómo iba a hacer eso? Si el bebé moría, Draco no se lo perdonaría jamás. Él adoraba a su bebé, lo había repetido una y mil veces a lo largo de su maravilloso embarazo. ¿Y si su amado moría? ¿Cómo sobreviviría él? No, Draco no podía morir. Aunque le odiara el resto de su vida, Draco no podía morir.

—Salve a mi esposo, doctor.


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—¡Papi, papa! —gritaba un niño de unos tres años, de cabello negro y ojos verdes, desde las llamas de la chimenea.

—Hola, cariño —saludó Harry, sonriente, mientras Severus le ayudaba a arrodillarse frente a la chimenea pues sus ocho meses de embarazo no le permitían agacharse con facilidad. Luego, el profesor de Pociones se arrodilló junto a su esposo y vio la carita de su sonriente hijo.

—¡Hola, campeón! —saludó Severus—. ¿Qué tal las vacaciones?

El pequeño Alexander, Alex para la familia y amigos, estaba pasando unos días con Molly Weasley y sus mejores amigos, Mary y George, los gemelos hijos de Hermione y Ron.

—Genial, papá —el niño estaba muy entusiasmado—. La abuela Molly nos llevó a montar en unos caballos chiquitos y a bañarnos en el lago. Fue muy divertido.

—Espero que te hayas portado bien —dijo Severus con fingida severidad.

—Claro que sí, papá —contestó el pequeño con su mejor carita de ángel, la cual no engañaba a nadie. Luego fijó sus verdes ojos en Harry—. ¿Cómo está mi hermanito, papi?

—Está muy bien, amor —contestó el aludido, acariciando su prominente barriga—. Pateando más que nunca. Creo que te extraña.

—Yo también lo extraño —el niño hizo un puchero—. Pero dile que no se preocupe, que pronto estaré con él.

—Se lo diremos, campeón —dijo Severus, mientras alargaba la mano y hacía una sutil caricia sobre la panza de Harry.

—Me tengo que ir, la abuelita dice que vamos a comer. Los quiero mucho.

—Y nosotros a ti. Cuídate mucho, amor.

—Diviértete, campeón.

Cuando hubo terminado la conexión por la red flu, Severus se levantó y ayudó a su pareja a incorporarse, para luego guiarle a un cómodo sofá donde se sentaron, Harry acurrucado en los brazos de Severus.

—Parece que la está pasando bien —comentó Severus, besando el pelo de su esposo.

—Así parece —rió Harry, mientras se acomodaba mejor en el regazo de Severus—. Le extraño mucho, pero con lo pesado que va mi embarazo, agradezco un montón que Molly se lo haya llevado unos días. Es un terremoto.

—¿Y cómo está Christopher? —preguntó, escurriendo la mano bajo la camisa de Harry y haciendo caricias circulares en su vientre.

—Hoy se ha portado terrible —contestó Harry—. Ha estado dando patadas todo el día, y también unos cuantos latigazos de dolor.

—¿Te ha estado doliendo? —Severus frunció el ceño, preocupado.

—Sí, pero quita esa cara —se rió el más joven, acariciando la frente del hombre para suavizar la arruga de su ceño—. Es algo normal.

—¿No tendrá que ver con el parto?

—No, tranquilízate, aún falta un mes.

—Sí, pero recuerda que el parto de Alex se adelantó —Severus no podía evitar sentirse inquieto.

—Sí, pero sólo quince días, y el medimago dijo que pasó porque yo era primerizo —acercó su rostro al de su esposo y le dio un tierno beso en los labios, antes de levantarse y tenderle la mano—. Vamos, acompáñame a la cocina, creo que Chris tiene algo de hambre.

Y con una sonrisa, jaló a su preocupado esposo rumbo a la cocina.

¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta? Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am¿Dónde está mi bebé? Capítulo 1. ¿Por qué la vida es tan injusta? Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am


Blaise, con el ceño fruncido, caminaba a lo largo del pasillo que comunicaba con la puerta de su cuarto, rogando a todos los dioses conocidos y por conocer que se produjera un milagro y tanto su esposo como su hijo lograran salvarse.

Cuando la puerta de la habitación se abrió y vio la expresión del rostro del medimago, supo que sus ruegos no habían sido escuchados.

El hombre se adelantó con el rostro pétreo y un pequeño bulto en sus brazos. Al llegar a la altura de Blaise, estiró los brazos y murmuró:

—Lo siento mucho.

Con manos temblorosas, el joven recogió a su pequeño y abrió las cobijas con lentitud. El rostro del bebé reflejaba tal paz que parecía dormido. Al ver aquella pelusa rubia y su fina barbilla, tan semejante a la de Draco, no pudo evitar que las lágrimas contenidas durante tantas horas, escaparan incontrolables de sus ojos.

Luego de un largo rato contemplando a su bebé, le dio un primer y último beso en la frente y lo cubrió totalmente con la mantita. Luego, elevó los ojos hacia el médico, en una dolorosa interrogante.

—¿Cómo está Draco?

—En este momento duerme —contestó el medimago— y lo hará por varias horas. Su organismo está muy maltratado pero sobrevivirá.

Blaise miró la expresión del hombre y supo que sus tristezas todavía no terminaban.

—¿Pasa algo más, verdad? —preguntó, mirando al sanador con expresión oscura.

—Verá, señor Zabini —hizo una pausa, antes de continuar con tono profesional—. El embarazo de su esposo fue muy complicado y sufrió numerosos traumas internos al tratar de dar a luz —otra pausa que a Blaise se le antojó interminable—. Su esposo no podrá embarazarse nuevamente.

Blaise sintió como si la losa que presionaba su corazón hubiera aumentado drásticamente su peso. Mirando sin expresión al medimago, le entregó el cuerpecito de su hijo no nacido y se dirigió hacia la puerta.

>>¿Señor Zabini, dónde va?

Pero el joven no contestó, en ese momento no podía. Sentía que se ahogaba y que necesitaba respirar aire puro con urgencia o moriría irremediablemente.


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—He comido como una bestia —comentó Harry, mientras caminaban de regreso a la salita.

—Eso no te lo discuto  —se burló Severus con una sonrisa—. Últimamente consumes más combustible que un zeppelín.

—Malvado —se rió Harry, dándole un golpecito en el hombro—. Recuerda que tengo que alimentarme no sólo por mí, sino también por tu hijo.

—Pues por la forma en que te alimentas, pareciera que estuvieras esperando tres o cuatro bebés como mínimo.

Harry rió nuevamente y estaba a punto de replicar, cuando un destello especial en la chimenea les avisó que tenían llamada. Al instante, la cara seria de Remus Lupin aparecía entre el fuego del hogar.

—Remus, que gusto —saludó Harry alegre, pero enseguida frunció el ceño al ver la expresión del viejo amigo de sus padres.

—Hola, Harry, Severus, ¿cómo va el bebé?

—Bien, bien —acertó a contestar el más joven de los tres.

—¿Qué ocurre, Remus? —preguntó Severus, la cara de su amigo presagiaba problemas.

—Hay un grupo de mortífagos atacando un centro comercial muggle —explicó el licántropo—. Son muchos y están agrediendo de forma salvaje. Te necesitamos, Severus.

Tanto Severus como Harry fruncieron el ceño profundamente. Luego de que Harry derrotara y matara a Voldemort en su séptimo año, numerosos mortífagos habían logrado escapar, formando un importante grupo de renegados que cometían desmanes sangrientos cada cierto tiempo.

En vista de que el Ministerio por si solo había resultado incapaz de detener al grupo, la Orden del Fénix tuvo que mantenerse en pie de guerra. Harry y Severus, que se habían enamorado durante ese último año del joven en la escuela, se casaron en cuanto Harry se graduó, y adquirieron un pequeño y cálido apartamento en Hertfordshire, donde pasaban las vacaciones, las fiestas navideñas y algunos fines de semana, y al que consideraban su verdadero hogar, lugar en el que se hallaban en ese momento.

Durante la época escolar vivían en Hogwarts, donde a Harry habían ofrecido el puesto de Profesor de Duelo, y en su ‘tiempo libre’, ambos se habían convertido en piezas claves de la renovada Orden del Fénix, y se habían dedicado concienzudamente a atrapar y encarcelar a muchos de esos magos renegados.

Al ir mermando el grupo de mortífagos libres, los ataques eran cada vez menos frecuentes, pero más cruentos, y se necesitaban de todos los recursos disponibles. Ambos sabían que, dada la condición de Harry, Severus no hubiera sido llamado a menos que se tratara de algo muy, muy importante.

—¿Es indispensable? —preguntó Severus, frunciendo el ceño—. No quisiera dejar solo a Harry en este momento.

—Sabes que Remus no te llamaría si no fuera indispensable —musitó Harry a su lado, Severus se giró hacia él.

—No quiero dejarte solo.

—Voy a estar bien; además, probablemente sólo sea un par de horas a lo sumo —acarició su mejilla y le sonrió con dulzura—. Esas personas te necesitan más que yo.

Dudando todavía, convocó su varita y su capa, le dio un suave beso y una mirada preocupada a su esposo y dijo en voz alta:

—Apártense, que voy para allá —sin otra palabra, tomó un puñado de polvos flu, lo lanzó a las llamas y casi gritó—. Grimauld Place.


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—Sírvame otro —pidió Blaise al barman del bar de mala muerte en que se hallaba en ese momento. El hombre le miró indeciso, pensando si era conveniente seguir sirviéndole. Todas las noches se presentaban clientes así, dispuestos a emborracharse para olvidar las penas; clientes que muchas veces hacían escenas escandalosas y debían ser sacados discretamente del local

Sin embargo, ese no parecía ser el caso de ese hombre; ya se había bajado casi una botella de whisky y parecía tan sereno como cuando había entrado, e igual de desesperado.


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Poco después de la partida de Severus, Harry sintió la primera punzada que envió una oleada de dolor directamente a su cerebro. Inclinándose sobre su estómago, esperó a que se parara el dolor y caminó hasta el sillón más cercano, orando para que no fuera lo que estaba pensando.

Media hora y varias contracciones después estaba totalmente convencido, estaba en el proceso de dar a luz. Tomó el tiempo entre contracción y contracción: ocho minutos; volvió a rezar, esta vez para que Severus regresara temprano. Media hora más tarde entró en pánico, las contracciones eran demasiado seguidas y no podía seguir esperando.

Caminó lentamente hasta la chimenea y echando un puñado de polvos flu, gritó el nombre de Molly Weasley; no pasó nada. Después de un par de intentos infructuosos tuvo que aceptar que la conexión con la casa de campo de Molly estaba cortada. Luego de una nueva contracción, más agresiva que las demás, hizo un nuevo intento, esta vez musitando el nombre del Hospital San Mungo, o eso al menos creía él, los jadeos hicieron que sonara como San Nungo. Llamada infructuosa.

Angustiado, se dio cuenta que su provisión de polvos flu se había terminado y maldijo en silencio por no haber ido a comprar más como había pensado esa mañana. Estaba solo, imposibilitado de comunicarse con nadie y a punto de dar a luz. No podía quedarse en ese lugar, los embarazos masculinos eran demasiado difíciles, si no conseguía ayuda pronto su vida y la de su hijo estaría en peligro.

Sin poder hacer magia por su embarazo, su única posibilidad era salir a la calle y encontrar ayuda. Quizás el autobús noctámbulo se pararía y podría llevarlo a San Mungo. En los espacios de respiro entre dos contracciones, alcanzó la puerta y comenzó a descender por las escaleras, pues el edificio muggle en que vivía no tenía ascensor. Por suerte vivían en el primer piso.

Cuando al fin salió a la calle estaba agotado, bajar cada peldaño había sido un suplicio. Miró a lo largo de la calle y suspiró aliviado, al menos no había muggles a la vista, así que se sentó en un banco de una parada de autobús desierta y rezó porque el autobús noctámbulo apareciera pronto.


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Blaise caminaba por la acera con pasos ligeramente erráticos. No estaba borracho, pese al montón de licor ingerido, pero deseaba estarlo para no seguir sintiendo el dolor que laceraba su pecho. Su bebé estaba muerto porque él había elegido, y Draco no iba a perdonarlo jamás.

Su esposo ansiaba tanto tener una familia. Aún recordaba cuando, apenas con un mes de casados, le había rogado que fueran a un medimago a verificar si alguno de los dos estaba capacitado para ser portador. Y también recordaba la inmensa alegría que habían sentido cuando habían descubierto que Draco era un portador y que podrían tener sus propios bebés. Y ahora esa ilusión estaba desvanecida para siempre, él no era portador y su esposo no podría volver a embarazarse jamás.

La vida era una verdadera mierda, pensaba, mientras secaba las lágrimas que corrían por su rostro con el dorso de su mano.

Al doblar una esquina, algo llamó su atención. Aquella figura sentada en un banco, en medio de la calle solitaria, doblado sobre si mismo, era la imagen viva del dolor.

< i> “ Tonterías” </i>  pensó, < i>  “seguramente es alguien tan borracho como yo… o por lo que veo, mucho más” </i>

Sin embargo, al pasar a su lado la figura levantó la cabeza y Blaise se encontró con unos ojos verdes muy conocidos.

—¿Potter?

Harry enfocó la vista, tratando de reconocer a quien le hablaba.

—¿Zabini? —al ver que el otro asentía, Harry suspiró con alivio—. Zabini, estoy dando a luz —su voz era apenas un murmullo agotado—. Necesito ir a San Mungo, por favor, ayúdame.

Blaise se espabiló de inmediato. Los Gryffindors en general no eran santos de su devoción, y éste en particular menos, pero era incapaz de seguir su camino y no prestarle al menos un poco de ayuda.

—A ver, Potter, apóyate en mí y trata de levantarte, te llevaré al hospital —con un esfuerzo inmenso, Harry se levantó, pero profirió un gemido de dolor. Cuando intentó caminar, un nuevo dolor cruzó su vientre y se apoyó en el brazo de Blaise, jadeando.

>>¿Cada cuánto son las contracciones? —preguntó Blaise, alarmado.

—Casi continuas —contestó el otro.

—No tenemos tiempo. San Mungo queda muy lejos y aquí no hay hospital mágico. Además, por tu estado no puedes aparecerte.

—Por favor, ayúdame —la súplica era agónica—. Yo no importo, pero no quiero que muera mi bebé.

Blaise trató de pensar con rapidez. Él había hecho un curso de primeros auxilios después de salir de la escuela y conocía los rudimentos básicos del asunto. No era una gran garantía, pero si no lo atendía de inmediato, lo más probable es que tanto Potter como su bebé murieran, y dos niños muertos en una noche era más de lo que podría soportar.

—¿Crees que puedas caminar hasta allí? —preguntó, señalando unas cajas tras las cuales se percibía un espacio más o menos amplio—. Si te voy a ayudar, no puedo hacerlo aquí, en medio de la calle.

—Lo haré.

Con mucho esfuerzo llegaron hasta el lugar señalado. Blaise convocó una manta e hizo que Harry se tendiera en ella. Luego musitó unas palabras y apareció un caldero con agua caliente, varios lienzos limpios, antiséptico, gasas, guantes y varias cosas más.

—Bien, Potter, tenemos un bebé que traer al mundo.


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Luego de un buen rato, Blaise se levantó, llevando un pequeño niño sollozante entre sus brazos. Olvidado momentáneamente del padre, quien yacía en el piso totalmente agotado, su mirada quedó prendida en ese cuerpecito en sus brazos. Era perfecto, blanco y con una pelusita negra en su coronilla. Casi podría ser la mezcla perfecta de Draco y de él.

Y mientras convocaba una mantita para cubrirlo y lo mecía contra su pecho, algo en su frágil estado de ánimo se quebró y una idea loca entró en su cabeza y su corazón. Ese bebé podía ser su hijo. Si fuera suyo, Draco no estaría triste ni lo alejaría de él.

Después de todo, Harry estaba bien, podría tener otros niños. Él sólo tenía que tomar a su esposo y llevarse al bebé fuera del país. Nadie sabía dónde vivía y confiaba en que eso le daría unas horas de margen para desaparecer con su hijo. Porque era suyo, al fin y al cabo estaba vivo gracias a él.

—Lo siento, Harry, pero te prometo que lo voy a cuidar mucho y va a ser un niño muy, muy feliz.

Y con una última mirada al cuerpo en el suelo, desapareció.


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