La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 6. Algunas cosas mejoran, pero otras empeoran

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 6. Algunas cosas mejoran, pero otras empeoran   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 6. Algunas cosas mejoran, pero otras empeoran I_icon_minitimeMar Ago 11, 2015 4:10 pm

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—¿Cómo es posible que todo esto estuviera pasando y no me llamaran?

La voz de Albus Dumbledore estaba impregnada de furia e indignación, mientras caminaba de un extremo a otro de su oficina, las manos tras la espalda y el ceño fruncido. Acababa de regresar de sus vacaciones, dispuesto a recibir a sus niños, que esa misma noche comenzaban un nuevo curso escolar, para encontrarse el más desolador de los panoramas posibles.

—De momento no podías hacer nada y necesitabas descansar —se justificó Severus.

El anciano se paró frente al hombre y lo fulminó con la mirada.

—El niño que considero como mi nieto está secuestrado —siseó, entre sus dientes apretados—. Harry está en una casa de reposo y tú estás a punto de sucumbir de angustia, ¿y dices que yo necesitaba descansar? —se detuvo un segundo, intentando controlarse pero sin mucho éxito—. ¡Ustedes son mi única familia, maldita sea! ¿Cómo te atreviste a ignorarme?

—Cálmate, Albus —musitó Remus, notando el rostro desencajado del profesor de Pociones—. Severus está a punto de derrumbarse y tus gritos no ayudan en nada —al ver que el anciano iba a seguir argumentando, levantó una mano y frunció el ceño—. Vale, debimos haberte avisado, pero estabas agotado y necesitabas descanso. Y Severus tiene razón, hasta ahora se ha hecho todo lo que se podía hacer; tu presencia hubiera sido un gran consuelo pero nada más. Nos preocupamos por ti, por eso decidimos mantenerte al margen.

—¿No hay nada más que se pueda hacer? —preguntó Minerva McGonagall, evitando que Dumbledore contestara a Remus. Aunque también se sentía dolida de que no le hubieran avisado, podía entender las razones esgrimidas.

—En realidad, sí —declaró Severus, agradeciéndole internamente que hubiera distraído la tensa atmósfera. Fijó su oscura mirada en el Director de Hogwarts—. Ron nos contó que en el Ministerio están a punto de archivar el caso. Sé que, a diferencia de nosotros, todavía tienes fuertes influencias en el Ministerio. Por favor —suplicó con la voz ronca—, trata de evitar que dejen de investigar, es muy importante.

—Cuenta con eso —aseguró Dumbledore, que a la sazón se encontraba un poco más calmado—. Todavía hay varias personas que me deben favores por allí y pienso cobrarles a fondo.

—Además, tengo otro problema —dudó, pero al ver el rostro ahora sereno de su viejo amigo y defensor, prosiguió—: Se trata de Harry. Su medimago dice que probablemente deba pasar varios meses en terapia, y no quiero que al retornar a su vida normal se encuentre con que ya no tiene empleo. Sabes que siempre ha considerado Hogwarts como su hogar y aquí se siente protegido y seguro. No creo que un cambio de trabajo le hiciera bien. Además, con la búsqueda de Chris y la clínica de Harry, los gastos se han elevado muchísimo, necesitamos con urgencia su sueldo.

El anciano Director se quedó un buen rato pensativo, con el ceño fruncido.

—De verdad que me gustaría poder complacerte, Severus, pero no veo la forma —dijo al fin—. La Cátedra de Duelo no puede ser suspendida, por tanto necesito contratar un nuevo profesor a la brevedad o el Consejo Estudiantil y el Ministerio me caerán encima. Recuerda que no sólo tenemos amigos por allí —agregó, refiriéndose a ambos—, también nos quedan unos cuantos enemigos solapados.

—Yo podría dar la clase de Duelo mientras Harry regresa —sugirió Severus.

—Dos cátedras son demasiado para ti. Sin contar con que tienes que atender a Alex y estar pendiente de Harry y la búsqueda de Chris

—Yo podría ayudar —propuso Remus—. Severus y yo podríamos arreglar nuestros horarios para compartir las clases de Duelo.

—No sé… —dudó el anciano Director.

—Yo también podría ayudar —propuso McGonagall—. No es mi especialidad pero soy una buena bruja, luche en la Gran Guerra y soy maestra, no debe ser tan difícil —miró a Dumbledore significativamente—. Incluso tú podrías colaborar.

El anciano Director vio a todos los rostros animosos y al final se dio por vencido.

—Está bien, lo intentaremos.


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Harry caminaba lentamente por uno de los jardines de la casa de reposo donde se encontraba, en sus manos un pergamino todavía enrollado y en su rostro una suave sonrisa de anticipación. Bordeó el edificio principal y caminó hacia el pequeño lago ubicado no lejos de allí, hasta llegar a un enorme y frondoso roble cerca de la ribera. Se sentó en la grama bajo el árbol y aspiró profundamente el aroma dulzón que emanaban las flores que le rodeaban. Ese era su lugar favorito de todo el jardín, probablemente porque era el que más le recordaba a su querido Hogwarts.

Con manos temblorosas, rompió el lacre del pergamino y lo desenrolló. A medida que iba leyendo, lágrimas de nostalgia y amor brotaban de sus verdes ojos.

Querido Harry

Yo también te extraño muchísimo y lo único que evita que en este momento vaya a buscarte y te traiga a casa con nosotros, es el convencimiento de que todo esto es por tu bien.

Alex está muy bien y más amoroso que nunca; no se si seré yo, pero me parece que crece de un día para otro.

Hoy empezaron las clases y no veas la cantidad de mocosos insoportables que nos trajo el nuevo año. Sobre todo los Gryffindors

Harry sonrió débilmente, Severus nunca cambiaría.

Con decirte que apenas les di dos horas de clase y ya explotaron dos calderos. Dime, tú que eres Gryffindor, ¿acaso les dan un entrenamiento previo para ser desastrosos en Pociones y es algo así como una consigna de la Casa amargarle la vida al viejo profesor Snape o se trata de algo genético?

La sonrisa de Harry se amplió.

Por tu puesto no tienes que preocuparte, logré que Albus te lo mantuviera todo el tiempo que sea necesario

Harry frunció el ceño, pensando cómo habría logrado Severus convencer a Albus y qué harían entonces para dictar su materia.

Remus, Hermione y los Weasleys en pleno te mandan todo su amor y mandan decir que en cuanto se los permitan, también ellos te van a escribir.

Cuídate mucho, mi amor, y recuerda que mi primer pensamiento al despertar y el último antes de dormir, son para ti y nuestros hijos.

Te amo.

Severus



La mano de Harry subió a su rostro y con la manga de la túnica secó las lágrimas que en ese momento le cegaban al punto de impedirle seguir leyendo. Luego respiró con fuerza y regresó a su lectura.


Hola papi.

Esto me lo está escribiendo papá porque yo aún no sé escribir. Quise que me dejara una de esas cosas que escriben solas para que fuera como ustedes dicen, privado, pero papá no me dejó

( Nota de Severus: ¿Puedes creer que Alex me dijo que la correspondencia era privada y no aceptó dictarme hasta que le dije que también iba a leerle lo que yo te escribiera? Estoy seguro que va a ser Slytherin.)


Harry se echó a reír sólo de imaginar la cara que debía haber puesto su pareja cuando Alex le soltó toda aquella argumentación.

Papi, te extraño mucho, y me estoy portando muy bien para que regreses pronto, me estoy comiendo las verduras y recogiendo todo los juguetes de mi habitación (Harry, te juro que si lo vieras no lo reconocerías). Sabes, en las… ¿papá, cómo es que se llaman?... a sí, en las terapias conocí a un niño muy simpático. Se llama Peter y tiene cuatro años y no tiene el super robot mágico porque sus papás no tienen dinero para comprárselo, ¿podríamos regalarle uno?

Papá dice que hablo como cotorra y debo terminar.

Te quiero mucho, mucho papi, hasta la luna y de vuelta

Alex.


Harry se quedó largo rato con la vista fija en la armoniosa escritura de Severus, mientras por su cara corrían las lágrimas que esta vez no podía ni quería detener. Pero eran lágrimas de emoción y alegría, lágrimas sanadoras que descargaban buena parte de la congoja de su alma. Luego de mucho rato, besó el pergamino con amor, lo enrolló y lo guardó en el bolsillo de su túnica, antes de emprender el regreso al edificio.


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¿Es que acaso no lo entiendes? Lo hice por nosotros.

No quiero oírte. Vete.

Draco, por favor, me están persiguiendo los aurores. Debes ayudarte

Me mentiste, ahora ya no puedo hacer nada por ti. Vete y déjanos solos, a mi hijo y a mí.

Draco, por favor, no me abandones.

Por favor, por favor…

—Por favor…

Blaise se despertó sobresaltado en medio del sueño y rápidamente volteó hacia Draco, para ver si se había despertado con su voz o sus movimientos. La cama se encontraba vacía; Draco debía estar atendiendo al condenado mocoso, y por una vez, agradeció que asi fuera.

Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana, abriéndola y permitiendo que el viento frío soplara contra su rostro, serenándole. Otra vez había tenido la maldita pesadilla. Debía hacer algo para controlar sus sueños o Draco iba a empezar a sospechar en serio.

No conocía muy bien la medicina muggle, eso que llamaban somníferos, pero quizás podría preparar algo para dormir sin sueños; él había sido muy bueno en pociones, y si no recordaba mal, los ingredientes para la poción podían ser conseguidos fácilmente en los mercados muggles. Aparte de eso, todo lo que necesitaba era un buen caldero, un termómetro, agua y fuego. Estaba decidido, prepararía una poción para dormir sin sueños y así se libraría de una vez por todas de esas malditas pesadillas.


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El mes de septiembre pasó como un suspiro a los ojos de Severus. Con la ayuda de todos, especialmente de Remus, habían logrado asumir las clases de Duelo sin generar molestias en los estudiantes, a quienes, a falta de Harry, les resultaba divertido el cambio continuo de profesores.

Las sesiones de terapia iban cada vez mejor. Sus compañeros de grupo se habían convertido en amigos, y así fue como pudo enterarse que sus problemas económicos eran peores que los propios: todos estaban casi en la quiebra, agobiados por los excesivos gastos, razón por la cual ni siquiera podían disponer de recursos para apoyar la búsqueda de sus hijos, y lo poco que hacían era a costa de mil sacrificios.

También descubrió el amor, la calidez y la solidaridad de todos ellos, quienes lejos de envidiarle porque aún podía costear una agencia de detectives para buscar a su bebé, se alegraban sinceramente por él.

Severus deseaba profundamente poder ayudarles, pero a comienzos de octubre, luego de una nueva visita de Bill, se dio cuenta que si seguía así, en muy poco tiempo ni siquiera podría ayudarse a sí mismo. Las arcas de Gringotts disminuían aceleradamente y la ayuda que religiosamente recibía de los amigos desaparecía igual de rápido.

Desesperado, consiguió un contrato para elaborar pociones para una droguería del Callejón Diagon. Así, cada minuto libre que tenía, incluidos fines de semana, se encerraba en su laboratorio a trabajar, lugar en el que permanecía hasta altas horas de la noche.

Para mediados de noviembre, Severus Snape parecía una simple sombra de lo que había sido. Demacrado y ojeroso, la falta de sueño y comida estaban minando aceleradamente su cuerpo y su espíritu; si seguía así, pronto se derrumbaría completamente. En ese punto, sus amigos celebraron una reunión y decidieron que eso debía cesar, si no querían terminar perdiéndolo. Deberían intervenir, pero si querían que Severus les hiciera caso, debían ir con pies de plomo.

Así estaban las cosas cuando, un domingo por la tarde en que Severus se encontraba encerrado en su laboratorio de las mazmorras, trabajando, sintió unos firmes golpes en la puerta. Ceñudo, levantó la vista del mesón de trabajo pero no contestó. Estaba muy ocupado para recibir a nadie; estaba seguro que, fuera quien fuera, se iría al no obtener respuesta.

Pero se equivocaba. Los golpes se repitieron, esta vez con más fuerza, y una clara voz se escuchó a través de la puerta.

—Severus, sé que estás ahí, así que te agradezco que abras.

—Lupin, estoy ocupado y ahora no puedo atenderte. Hablaremos más tarde.

—No, Severus, hablaremos ahora. No nos vamos a mover de aquí hasta que abras.

“¿Nos vamos? ¿Quién más estará con Remus?”

—Severus, abre si no quieres que eche la puerta abajo —se escuchó otra voz ronca.

“Aja, la comadreja”

—Podríamos tratar de lanzarle un Alohomora —sugirió una tercera persona.

“Y la sabelotodo Granger”


Suspiró resignado, sabía que esos tres no se iban a ir hasta que consiguieran hablar con él, así que se dirigió con pasos cansados a la puerta y la abrió con brusquedad.

—¿Qué demonios quieren?

—Buenas tardes para ti también, Severus —saludó Ron con ironía, al tiempo que los tres pasaban si esperar a ser invitados.

—Para mañana tengo que preparar una poción que recién empiezo y no puedo perder el tiempo en ‘charlas’.

—Precisamente de eso venimos a hablarte —habló Remus. Al ver que Severus levantaba una ceja interrogativa, agregó—: No puedes seguir así.

—No entiendo qué quieres decir.

—Sólo mírate. Estás demacrado y flaco, con la piel de un amarillo enfermizo. Te estás matando, Severus.

—Lupín, ¿me haces el favor de dejar el melodrama?

—Severus —musitó Hermione suavemente, acercándose y tomando con su cálida mano la del Profesor, y guiándole hacia un sillón ubicado frente a la chimenea—. Remus tiene razón y lo sabes. Si sigues a este ritmo te vas a enfermar seriamente.

Severus fijo la mirada en los ojos castaños que le miraban con afecto y se derrumbó.

—¿Es que no lo entienden? Debo seguir, tengo que conseguir los fondos para continuar la búsqueda de Chris.

—Por mucho que lo intentes, no puedes seguir sosteniendo ese ritmo de gastos por mucho tiempo —razonó Remus.

Severus llevó las manos a su cabeza y mesó sus cabellos. Al fin, levantó la mirada y murmuró con voz entrecortada, donde se reflejaba claramente toda la angustia contenida:

—No sé qué más hacer.

—Nosotros tenemos una idea —declaró Ron.

Severus les miró, expectante.

—¿Una idea? ¿Qué clase de idea?

Al ver que todos dudaban en plantearla, insistió:

>>¿Qué clase de idea?

—Verás —habló Hermione al fin—, sabemos que en principio la idea no te va a gustar, pero te ruego me permitas hablar hasta el final antes de empezar a protestar —al ver que el hombre, pese a tener el ceño fruncido, asentía en conformidad, continuó—: No sé si recuerdas a Luna Lovegood.

El ceño de Severus se acentuó mientras intentaba recordar.

—¿Era una muchacha rubia, muy mala en Pociones, que siempre parecía vivir en otro mundo?

—La misma —confirmó Hermione—. Resulta que su padre es editor de ‘El Quisquilloso’.

—¿Ese no es el pasquín donde salió una entrevista de Harry cuando estaba en la escuela?

—El mismo —intervino Ron—, pero ya no es un pasquín. Durante los meses previos a la Gran Guerra, y en buena parte impulsado por Luna, se convirtió en una revista seria y un fuerte puntal para aglutinar la opinión pública en contra de Voldemort y sus mortífagos, y hoy día es tan leído como El Profeta, si no más.

—También tenemos ‘Corazón de Bruja’ —siguió Hermione—. Una compañera nuestra, Parvati Patil, lleva la sección de horóscopo y adivinación del futuro de la revista —no pudo evitar reír ante la mueca de desprecio que apareció en el rostro de Severus al mencionar el trabajo de Parvati—. Ella puede contactarnos con algún reportero de la revista.

—Y también tenemos a Seamus —agregó Ron—. Él vive en Canadá y maneja la parte deportiva de una prestigiosa revista sobre temas diversos; me ha mandado algunos ejemplares y dedican una buena parte de su contenido a narrar historias de índole humano o social.

—Ya va —exclamó Severus al fin, bastante aturdido si debía ser franco—. ¿Me pueden explicar a dónde quieren llegar con todo este asunto de las revistas y sus amigos?

—Lo que los muchachos te están queriendo decir —explicó Remus, sonriendo dulcemente—, es que necesitas contar tu historia.

Severus se quedó un rato pensativo, mientras la información era procesada en su cerebro. Al final, espetó furioso:

—¿Contar nuestra intimidad a esa serie de buitres que lo único que buscan es un jugoso escándalo para llenar sus páginas de chismes baratos? ¿Acaso se volvieron dementes?

—No van a ser chismes baratos, Severus —Hermione trató de tranquilizarle—. Tanto Luna como Parvati y Seamus son amigos de Harry, ninguno haría nada que pudiera dañarles a él o a ti. Te aseguro que van a tratar el tema con muchísimo respeto.

Severus los miro, en absoluto convencido.

—No lo creo, conozco muy bien a los reporteros sensacionalistas —dijo al fin—. Además, qué conseguiría con contar nuestra historia a esas gentes.

—Ayuda —sentenció Remus—. Los muchachos me contaron que después de salir los artículos, muchos de los casos obtuvieron ayuda de la gente.

—Harry y tú son héroes del mundo mágico —agregó Ron—, y aun cuando los imbéciles del Ministerio no les consideren todo lo que deberían, hay mucha gente común allá fuera que les quiere y no olvidan lo que hicieron por todos nosotros.

—Harry y yo no necesitamos caridad —replicó Severus, frunciendo el ceño, orgulloso.

—Pero necesitan ayuda y con urgencia —argumentó Hermione—. Severus, no es el momento para mostrar un falso orgullo. No puedes más, estás tan cansado que estás empezando a descuidar tus clases y especialmente a tu hijo; Alex sólo tiene cuatro años y está alejado de Harry y a ti apenas te ve. El otro día lloró con los gemelos y les dijo que tú sólo trabajabas y él se sentía muy solito, que no entendía por qué trabajabas tanto.

—Y lo peor, como ya aceptaste, es que tus esfuerzos son inútiles —siguió Ron, implacable—. Si no haces nada al respecto, pronto vas a tener que abandonar la búsqueda de Chris.

—Eso jamás —ladró Severus, entre los dientes apretados.

—Entonces debes ceder —declaró Remus—. La idea de los muchachos es buena. Y no sólo por la posible ayuda que puedas recibir. También puedes dar la descripción de Blaise y Draco, y quien sabe, quizás alguien los reconozca y de aviso.

—Si están en el mundo muggle es muy difícil —argumentó Severus, desalentado.

—Pero no imposible, hay muchas brujas y magos viviendo entre los muggles y ellos leen esas revistas —Hermione se arrodillo frente al hombre, que en ese momento empezaba a sentirse perdido, sin saber qué hacer—. Severus, tienes que intentarlo, por favor.

El hombre se quedó largo rato mirando los afligidos ojos de su amiga y cedió al fin.

—Está bien, lo haré, aunque no sé si Harry no me matará cuando se entere, odia la publicidad.


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—¿Por qué me citaste aquí? —espetó Blaise con brusquedad, tan pronto se sentó en la pequeña mesa, casi escondida en el rincón más oscuro de un miserable bar muggle—. Te dije que deberías evitar el contacto a menos que se tratara de un caso de vida o muerte. Cualquiera podría seguirte y encontrarme.

—No se preocupe, jefe —le tranquilizó su interlocutor, un hombre pequeño de mediana edad—. Nadie me toma en cuenta en el Ministerio, me miran casi como si fuera una cosa, inútil e inofensivo —dijo con desprecio—. Pero eso no importa, así me puedo mover con absoluta libertad. Además, lo que le tengo que mostrar es verdaderamente importante.

Y sin más, sacó varias revistas que tenía escondidas bajó el abrigo muggle que llevaba. Blaise lo desplegó ante sus ojos y bajo la tenue luz de una lámpara cercana, ante su vista aparecieron, a todo color, las fotos de Harry y Severus, las desgraciadas víctimas de un terrible secuestro, y las de Draco y él, los desaprensivos secuestradores.

—Pero que mierda… —exclamó Blaise, conteniéndose para no dar un puñetazo en la mesa—. ¿Como si no tuviéramos bastante con el tal Weasley, ahora esto?

—Y eso no es todo —agregó el hombre—. Ésta —señaló una de las revistas— se publica en Miami, y se distribuye entre los magos y brujas de todo Estados Unidos.

—Maldición, maldición.

Blaise se quedó pensando un largo rato. De pronto, ante sus ojos San Francisco se había convertido en una ciudad sumamente peligrosa. Debía hacer algo drástico, algo que convenciera a Draco de que era imperioso que se mudaran nuevamente.

—¿Conoces unos buenos falsificadores, pero que no vivan en Inglaterra ni en Estados Unidos?

—Conozco alguien en Turquía. Altamente confiable, pero es muy, muy caro.

—No importa el precio. Esto es lo que quiero que hagas.


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—No lo puedo creer —exclamó Severus, viendo la montaña de cartas que estaba en el piso de la salita, en sus aposentos de Hogwarts—. Son cientos de cartas.

—Te lo dijimos —comentó Hermione con una alegre sonrisa—. Mira, aquí te envían un cheque de cien galeones y una nota: ‘Esperamos que pronto encuentren a su bebé’

—Aquí pusieron cincuenta galeones y sólo unas palabras: ‘Suerte y Fé’   dijo Bill.

—Ey, Bill, escucha ésta —se mofó Ron—. Un tipo loco manda doscientos galeones y ofrece cinco mil más si el investigador que lleva el caso acepta tener una cita con él, parece que vio tu foto en la revista. Incluye una fotografía y la verdad es que el tipo no está mal.

—Por cinco mil galeones saldría con el mismísimo demonio —declaró Bill, arrebatándole los objetos y mirando la foto, para después sonreír—. Severus, cuenta con esos cinco mil.

—Escuchen ésta —intervino Minerva—: ‘Profesor Snape. Mi nombre es Mary, tengo doce años y cuando tenía tres también fui secuestrada. Gracias a Dios, me encontraron pronto y tengo fe en que ustedes puedan encontrar pronto a Chris. Le mando veinte galeones, perdone lo poquito pero es todo lo que tenía reunido, papá les manda cincuenta más. Dios los bendiga’

—Déjamela —pidió Severus—, me gustaría contestarla.

—Ésta señora pregunta que por qué no haces una Fundación y así podría enviarte dinero mensualmente —comentó Hermione—. No me parece mala idea.

—Ni a mí —terció Dumbledore, quien tenía en su mano un cheque de tres mil galeones—. Aquí hay mucho dinero.

—No sé, no quisiera utilizar más que el mínimo indispensable.

—Pero no puedes regresar el resto —comentó Minerva—. Con una Fundación, incluso podrías ayudar a tus amigos de la terapia.

—Eso me gustaría —reflexionó el profesor de Pociones, sonriendo.

—Pues es cosa de sentarnos a planificarlo —declaró Minerva, decidida—. Tenemos que…

—Chicos —la interrumpió Ginny, entrando en ese momento, con dos enormes sacos levitando tras ella—. Llegó el correo.


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Diciembre saludó a Severus con mucho más optimismo que en los meses pasados. Habían recibido una cantidad impresionante de dinero, pues para su propia sorpresa, mucha más gente de la que creía estaba agradecida al salvador del mundo mágico y a su pareja.

Con los aportes, habían creado una Fundación, presidida por Albus Dumbledore, y en cuya Junta Directiva estaban Minerva, Hermione, Remus, un anciano amigo de Dumbledore de alta estima en la comunidad mágica y el mismo Severus. Y en cuanto fue promulgada su existencia y se hizo pública, empezaron a recibir cartas de futuros benefactores, ofreciendo importantes aportes mensuales a la causa.

Como primera medida, Severus había dado instrucciones a Bill para que agrandara sus oficinas y contratara un numeroso grupo de detectives para dedicarse en forma exclusiva a los casos de la Fundación.

Además de soporte técnico en la búsqueda de desaparecidos, abrieron una sección médica para apoyar a los familiares, lo cual incluía el costo de los tratamientos y las medicinas requeridas. También abrieron una sección de orientación donde se evaluaba cada caso y se distribuía en los diferentes programas de la Institución de acuerdo a las necesidades.

Severus todavía se hacía cruces sobre cómo habían logrado montar semejante tinglado en apenas un mes y su única respuesta era la colaboración y buena voluntad de todos los involucrados, y las influencias de Albus, que lograron que se aceleraran al máximo todos los procesos burocráticos.

Por supuesto, los primeros en lograr los beneficios de la Fundación fueron los compañeros de terapia de Severus. Todos los casos fueron puestos en manos de Bill para que los distribuyera entre sus investigadores y se estableció un programa de ayuda para los pagos de la clínica y las terapias.

Pero lo que más alegría trajo a Severus fueron las noticias sobre los enormes progresos que había tenido Harry en su proceso de recuperación. Según el sanador, las pesadillas habían desaparecido casi por completo y el joven estaba mucho más optimista, sirviendo de apoyo incluso a otros internos cuyas depresiones eran muy agudas; de seguir así pronto podría regresar a casa.

Aun cuando Severus no le había comentado en ninguna de sus cartas los apuros económicos por los que atravesaba, Harry no era tonto, así que recibió con enorme alivio y felicidad la noticia de la creación de la Fundación. De hecho, todos los internos lo hicieron, pues se les prometió que en cuanto empezara el nuevo año, la Fundación iba a analizar caso por caso con la intención de prestar la ayuda que requirieran.

Y el veintitrés de Diciembre, Severus y Alex recibieron un enorme regalo de Navidad. Ambos, en compañía de Remus y Albus, estaban invitados a la cena de Navidad a celebrarse en la casa de reposo donde estaba Harry. Al fin podrían abrazarse nuevamente.


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Mientras caminaba por el nevado terreno, rumbo al edificio principal de la Casa de Reposo, Severus pensaba que nunca un camino se le había hecho tan largo; anhelaba a tal grado volver a contemplarse en los hermosos ojos de su pareja, volver a estrecharlo en sus brazos y besar sus dulces labios, que a duras penas contenía las ganas de echar a correr y no detenerse hasta tener a Harry en el seguro cobijo de sus brazos.

A su lado, la mente de un ansioso Alex iba por el mismo camino, pero a diferencia de su padre, el niño no podía evitar brincar y moverse nerviosamente. Detrás de ellos, Albus y Remus caminaban pausadamente, sonriendo con comprensión.

Cuando llegaron a la entrada de la edificación, Severus alzó en brazos a su pequeño, y se disponía a tocar la aldaba cuando la puerta se abrió de repente y un sonriente y nervioso Harry apareció en el umbral.

Mientras gemían sus respectivos nombres, padres e hijo se fundieron en un apretado abrazo, mientras las lágrimas caían indistintamente por los tres rostros. Luego de mucho rato, Harry se separó y besó la carita sonrosada de su hijo; luego se giró hacia Severus y mientras Alex los miraba sonriente, se fundieron en un prolongado beso, un beso que había sido contenido por demasiados meses.

—Señores, compórtense —dijo Remus, fingiendo un tono de reconvención—, miren que hay niños y ancianos presentes.

—Supongo que lo de anciano lo dirás por ti —comentó Dumbledore, logrando que todos se echaran a reír.

—Lo que ocurre es que Remus está celoso y también quiere abrazarte —se burló Severus.

—Definitivamente —confirmó Remus, mientras estrechaba a Harry entre sus brazos—. Me alegro muchísimo de verte.

—Yo también —musitó con una sonrisa antes de girarse hacia el Director de Hogwarts y abrazarlo—. Bienvenido, Albus.

—No sabes cuánto me alegra verte tan bien, hijo —el anciano lo estrechó con los ojos húmedos.

—¿Qué les parece si pasamos? —propuso Harry, mientras se separaba de Albus y cargaba a su hijo, que le estaba tendiendo los bracitos. Acomodándolo en su brazo derecho, pasó el izquierdo por la cintura de Severus y entró sonriente en el salón.


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La noche había resultado hermosa. Todos habían recibido a Severus con especiales muestras de alegría, conscientes de que gracias a su lucha una nueva perspectiva se abría en el futuro de todos. Por unas pocas horas, comieron, charlaron, cantaron villancicos y se permitieron tener esperanzas.

Después de la cena, Joseph Anderson, en representación de todos los presentes, se levantó y agradeció a Severus, Harry y la Fundación Christoper Snape Para la Ayuda de Familiares de Personas Desaparecidas por haberles regalado la posibilidad de continuar en su difícil camino. También recordó a los familiares desaparecidos, rogando porque, allá donde estuvieran, se encontraran sanos y fueran felices. Cuando terminó, casi todos los ojos de los presentes estaban cuajados de lágrimas.

A la medianoche se intercambiaron los obsequios y Alex por fin pudo regalar a su amigo Peter el tan preciado super robot mágico, y ambos niños corrieron a jugar con una sonrisa en los labios, situación que aprovechó Severus para invitar a Harry a dar una vuelta por el jardín.

Caminaron en silencio hasta llegar al viejo roble frente al río y permanecieron en silencio mucho rato, abrazados y con la mirada perdida en el lago plateado.

—Te he extrañado tanto —murmuró Severus al fin, besando la sien de su pareja—. Me moría por ver tus ojos y escuchar tu voz, por oír tu risa contagiosa y sentir tus dedos acariciar mi nuca —giró a Harry hasta tenerlo frente a él y se perdió en sus verdes ojos, para luego bajar la cabeza y susurrar casi sobre su boca—: Me moría por besar tus dulces labios —con eso, Severus cubrió con los suyos los labios de Harry, quien de inmediato se plegó a su cuerpo, entregándose completamente al beso.

Se besaron como posesos, como si estuvieran tratando de recuperar en unos minutos todo el tiempo perdido durante esos largos meses. Cuando la falta de oxígeno les obligó a separarse, Severus se deslizó hacia la mandíbula de Harry, con besos húmedos y suaves, hasta terminar refugiado en el cálido cuello.

Harry estaba totalmente entregado, perdido en las caricias de su esposo, pero cuando sintió la mano de Severus rozando su entrepierna, se puso repentinamente rígido y se separó.

Aunque el sanador Edwards le había advertido que eso podía pasar, el hombre mayor no pudo evitar que una punzada de dolor se clavara en su corazón al sentir el rechazo del único hombre que había amado en la vida.

—Lo siento, Sev —musitó Harry, después de un rato en silencio—. No es por ti, yo te sigo amando y deseando, es sólo que…

—Lo sé, amor, no te preocupes —susurró Severus, poniendo un dedo sobre los labios de Harry—. El sanador Edwards me lo explicó —al ver que Harry le observaba, interrogante, aclaró—: Me dijo que era probable que rechazaras cualquier acercamiento mío de tipo… sexual; me aclaró que era previsible.

—Dice que es porque aún no venzo el sentimiento de culpa por lo de Chris, y aunque mi corazón lo anhela, mi subconsciente se niega a permitirme la felicidad que sería entregarme a ti —miró las oscuras orbes con remordimiento—. Lo siento, Sev, te juro que no lo hago a propósito.

—Shhh, no sufras amor, yo lo sé.

—Pero te prometo que estoy trabajando muy duro en eso y voy a superarlo, sólo te pido un poco de paciencia.

—Sé que estás haciendo tu máximo esfuerzo pero no te preocupes, esperaré el tiempo que haga falta para que vuelvas a mí.

—Estoy contigo, nunca me fui, ni siquiera en mis más oscuros momentos. Tú y Alex fueron los que me mantuvieron ligado a la cordura. Te amo y siempre te amaré.

Severus lE estrechó con fuerza en sus brazos y besó su negro cabello.

—Yo también te amo, Harry, con todo mi corazón.

—Feliz Navidad, Sev.

—Feliz Navidad, amor.


¿Dónde está mi bebé? Capítulo 6. Algunas cosas mejoran, pero otras empeoran Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am


Draco estaba sentado frente a la chimenea del estudio en su casa de San Francisco. Mientras mecía a David que estaba dormido entre sus brazos, miró las llamas con añoranza.

—Quiero hablar con Severus.

—Sabes que eso es imposible, Ernest —replicó Blaise.

—Deja de llamarme por ese maldito nombre —aunque el tono de Draco era bajo para no despertar a David, la furia fluía a través de cada una de sus palabras. Se levantó y dejó a su hijo en la pequeña cuna portátil que estaba a su lado—. Severus es la única familia que me queda, estamos en Nochebuena y quiero hablar con él.

Blaise le miró fijamente, pensativo. Dos días atrás le había llegado lo que había pedido a su contacto, una falsificación tan bien hecha que merecía hasta el último centavo que había pagado por ella. Sólo estaba esperando el momento adecuado para utilizarlo y ahora Draco se lo estaba poniendo en bandeja de plata.

Pero por otro lado era Nochebuena, y algo en su interior se negaba a darle a su esposo un disgusto semejante en vísperas de Navidad. El brusco movimiento de Draco al levantarse le sacó de sus reflexiones.

—¿A dónde vas? —preguntó al ver que se dirigía hacia la puerta.

—Severus debe estar en su apartamento de Hertfordshire. Si recuerdas, esa es una zona muggle y yo tengo el teléfono de su casa, así que voy a llamarle —le lanzó una fría mirada—. Le llamaré desde el salón para no molestar.

Eso lo decidía todo.

—No vayas, por favor.

—Quiero hablar con mi padrino y nada de lo que digas va a poder impedírmelo.

—Yo no pienso hacer nada por impedirlo, pero aun así no vas a poder hablar con él.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Draco, frunciendo el ceño—. ¿Qué es lo que sabes y yo no?

Blaise respiró profundamente, sabía que iba a darle a su esposo la última estocada mortal pero no podía evitarlo. Había pensado que lo de Pansy sería suficiente pero una vez que Draco había superado la impresión inicial, habían empezado a cuestionarse nuevamente sobre la necesidad de continuar en el mundo muggle.

Sabía que la razón para comunicarse con Severus no era sólo nostalgia, quería preguntarle cuándo podían volver. Y eso era algo que debía impedir a toda costa, tenía que cerrarle a Draco todas las puertas.

Sin contestar, fue hacia su escritorio y abrió un compartimiento que ni el propio Draco conocía. Extrajo un pergamino y una hoja de periódico, regresó junto a su pareja y le entregó lo que a todas luces era una carta.

—Ese pergamino llegó hace dos días para ti. Disculpa por leerlo y no entregártelo, no sabía cómo hacerlo.

Sin decir nada, tomó lo que le entregaba y lo desenrolló, empezando a leer. A medida que leía, su rostro se tornó del color de la cera, sus ojos se oscurecieron y un rictus de dolor apareció en su cara.


Malfoy

Decía el encabezado, pero estaba tachado y vuelto a empezar en la línea de abajo.

Draco

Supongo que te sorprenderá que te esté escribiendo pero estoy cumpliendo la última voluntad de… de tu Padrino.

Severus fue asesinado anoche en una emboscada de mortífagos. Hace unos meses, me había dejado una carta con la petición de que no la abriera a menos que algo le ocurriera. En ese momento no le hice caso pero ahora…


Entre la bruma de su dolor, Draco notó que en ese punto la letra lucía extraña, como si hubiera sido escrita con mano temblorosa.


En la carta me pedía que tomara a nuestros niños y huyera al mundo muggle y eso es exactamente lo que voy a hacer, me voy a perder a donde nadie pueda encontrarnos a mí o a mis hijos jamás.

También me daba esta dirección y me pedía que te escribiera y te pidiera que desaparecieras también. Si cazaron a Severus puede que tu casa ya no sea segura. Piérdete como yo, mientras más lejos, mejor.

No creo que volvamos a comunicarnos jamás

Suerte

Harry Snape



—No, esto no puede ser —exclamó Draco, derrumbándose sin fuerzas en un sillón—. Es imposible, esto debe ser una broma macabra del maldito Potter, o de alguien más.

—No es una broma —susurró Blaise, sentándose a su lado—. Con la carta venía esto.

Draco desplegó una hoja de la primera plana de El Profeta, donde aparecía una foto a todo color de lo que parecía el cadáver de su padrino y el encabezado: “Héroe de Guerra, Severus Snape, muere en una emboscada a manos de mortífagos renegados”

—No, no, no —repitió Draco, rompiendo la hoja de periódico en mil pedazos antes de caer en brazos de Blaise, llorando desconsolado.

—¿Ahora entiendes el porqué de mi insistencia con el pelo y los nombres?  —preguntó el moreno, mientras apoyaba el mentón sobre su cabeza—. David y nosotros estamos en peligro constante.

—Por Merlín, mi niño —musitó Draco, el temor que había sentido al enterarse de lo de Pansy no tenía comparación con lo que sentía ahora—. Pero Harry dijo que este sitio tal vez no fuera seguro y tú recibiste esa carta hace dos días, ¿cómo es posible que no hayas hecho nada?

—No sabía cómo decírtelo —Blaise fingió sentirse acongojado—, pero ya tengo todo arreglado. Alquilé una avioneta que nos está esperando lista en el hangar, con un piloto de guardia las veinticuatro horas; en pocas horas nos puede poner en Puerto Rico y de allí podemos tomar un vuelo para Australia.

—¿Australia?

—Sí, a Sydney, donde tomaremos otro vuelo hacia Auckland, en Nueva Zelanda.

—¿Eso está lejos?

—Muy, muy lejos.

—Perfecto, ¿cuándo partimos?




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¿Dónde está mi bebé? Capítulo 6. Algunas cosas mejoran, pero otras empeoran
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