La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 8. Por más que huyamos, el destino siempre nos alcanza

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 8. Por más que huyamos, el destino siempre nos alcanza   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 8. Por más que huyamos, el destino siempre nos alcanza I_icon_minitimeMar Ago 18, 2015 4:03 pm

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Severus salió a la terraza de la casita de playa donde estaban pasando las vacaciones de verano. Bueno, llamar ‘casita’ al lugar era ser realmente modesto. Se trataba de una hermosa edificación de dos pisos, blanca como la nieve, construida en lo alto de una pequeña colina. Su interior estaba acondicionado con todas las comodidades que el muggle más exigente pudiera desear: alfombras de pared a pared, cómodos y esponjosos divanes, nevera repleta con toda clase de chucherías, aire acondicionado central, equipo de música y video, sin contar con una cocina totalmente equipada y unos baños dignos de un Rey.

En el exterior, la casa tenía una piscina mediana por la parte de atrás, con un tobogán acuático que había hecho las delicias de grandes y chicos, y múltiples tumbonas y mesas de jardín. En la parte del frente, con vista al mar, había un maravilloso jardín repleto de flores, rosas, hortensias, gardenias, geranios, gladiolas, violetas, de una belleza tal que Severus a veces se preguntaba si los dueños de la casa no serían magos y las tenían hechizadas.

Desde la puerta de la casa, y atravesando el jardín, salía un camino de piedra que terminaba en unas estrechas escalinatas que bajaban hasta la playa, de una arena que de tan blanca parecía plateada.

Mientras caminaba hacia el extremo de la terraza que daba una vista completa de la playa y el mar azul, Severus agradeció mentalmente el que Remus les hubiera convencido para acompañarles a él y a Michael en esas vacaciones, especialmente por Alex y Harry. Además de Alex, se habían llevado a los niños de Hermione y Ron y al pequeño Peter, de forma que las constantes travesuras de los pequeños les mantenían entretenidos la mayor parte del tiempo, evitando que se torturaran con pensamientos dolorosos.

Pero ese día era diferente a los demás y Severus lo sabía. Harry había desaparecido hacía un buen rato y de alguna forma intuía donde estaba, así que, dejando a los pequeños en la sala de juegos bajo la vigilancia de Remus y Michael, se había dirigido a la terraza para comprobarlo.

Se apoyó en la blanca balaustrada y oteo la playa, hasta posar la mirada en la inmóvil figura sentada en la arena. Su intuición no le había engañado.

Lanzando un suspiro, bajó por una empinada escalera que conducía directo al jardín. Sus pasos lentos se encaminaron hacia el límite de la colina y empezó a descender por la escalinata de piedra. En ese momento necesitaba con urgencia la presencia de su pareja, y estaba seguro que Harry debía necesitar la suya con una urgencia similar.

Al llegar al pie del promontorio, se quitó las sandalias de playa que llevaba y empezó a caminar descalzo por la arena, a esa hora de la tarde ya estaba bastante fresca y sentir el roce de los granos de arena contra sus pies siempre le relajaba.

Llegó junto a Harry y se sentó a su lado sin decir una palabra. El hombre más joven tampoco habló, simplemente siguió observando el continuo movimiento del mar, cuyo oleaje llegaba para morir en la playa y luego retirarse para volver a renacer mar adentro.

Siempre sin hablar, Severus pasó un brazo por los hombros de Harry y besó su sien. El joven dio un profundo suspiro y se acercó más a Severus, apoyando la cabeza en su hombro con total abandono.

Luego de un largo silencio, Harry habló finalmente.

—Hoy es su cumpleaños —musitó, mientras Severus le estrechó más cerca de él—. Todo un año ya lejos de nuestro bebé.

La única respuesta del hombre fue un suave beso en el cabello de su pareja, sabía que en ese momento Harry necesitaba hablar y él escuchar.

>> A veces me preguntó cómo será —siguió Harry, con la vista perdida en el mar infinito—. Espero que haya sacado tus ojos, pero ni tu nariz ni mi cabello —Severus rio con ternura sobre el pelo de Harry—. Sabes, todo el tiempo me preguntó cómo estará. Generalmente me digo que está bien, protegido y cuidado —se detuvo un momento como dándose valor para seguir—, y por mucho que me destruya la idea, pienso que Blaise y Draco le aman y realmente le tratan como a un hijo. Pero otras… —una nueva pausa, esta vez más larga y dolorosa—…  otras me torturo pensando que tal vez nos lo quitaron para hacerme daño, porque me odian desde que estaban en la escuela. Y entonces le veo siendo maltratado y golpeado, pasando hambre, llorando con desconsuelo, o tal vez muerto. Y entonces agonizo.

—Shhh, amor, no pienses eso —musitó Severus, acurrucando a su pareja en su regazo y secando las brillantes lágrimas que empezaban a descender por sus mejillas—. Estoy seguro que nuestro pequeño está bien y está siendo cuidado y… —dudó un momento, antes de proseguir con voz firme—…  y amado.

—¿Cómo puedes estar seguro? —Harry enterró su congoja en el pecho del hombre—. Ellos me odian.

—Eso fue hace mucho, cuando estaban en la escuela —Severus siguió hablando con voz serena, intentando tranquilizarle—. Además, saben que Chris también es mío, no se atreverían a hacerle daño.

—¿Pero entonces, por qué se lo llevaron?

—Esa es una pregunta que también me ha estado torturando desde que pasó. De Blaise lo puedo creer, siempre fue un muchacho taciturno e indescifrable y estoy seguro que luchó del lado de la Luz por conveniencia y no por convicción. Pero de Draco no lo entiendo, siempre fue un buen chico y…

—Malfoy es tan maldito como Zabini —casi gritó Harry, mirando a Severus con los ojos relampagueando de furia, al tiempo que se levantaba—. No te atrevas a defenderlo.

—No lo hago, amor —apaciguó el mago mayor, levantándose también e intentando atraer a Harry nuevamente hacia sí. Éste se dejó hacer pero a regañadientes—. Lo que estoy es tratando de entender el porqué de su comportamiento. Tal vez si lo descifráramos podríamos encontrar una pista para llegar hasta ellos.

—No hay nada que entender. Lo de ellos fue crueldad simple y pura. Crueldad en su máxima expresión —masculló Harry.

—Sí, parece que sí —comentó Severus, antes de agregar—: Ahora tranquilízate, amor, verás que muy pronto vamos a dar con ellos —se inclinó y besó a Harry hasta que sintió que se iba relajando poco a poco. Cuando se separaron, le sonrió dándole ánimos—. Y alegra esa cara, que tu hijo viene en camino y si te ve así, se va a disgustar.

—¿Cómo sabes que…?

Severus hizo un gesto casi imperceptible hacia lo alto de la escalera, por donde bajaba Remus con Alex en brazos. En cuanto llegaron al pie y Remus lo depositó en el piso, Alex se lanzó a la carrera hacia ellos.

—Papi, papá —gritó, mientras se abrazaba a las piernas de sus padres. Severus se agachó y lo alzó en brazos.

—¿Qué haces aquí, campeón? —le preguntó, antes de mirar a Remus que llegaba jadeando—. ¿Y a ti cómo se te ocurre bajar esas escaleras con Alex en brazos con lo que pesa?

—Es que estaba tan entusiasmado e inquieto que pensé que se caería si le dejaba bajar solo —explicó Remus—. Ni veas la que me armó hasta que logró que le trajera a verlos.

—¿Y por qué le hiciste berrinche al tío Remus, cariño? —preguntó Harry, aunque su tono era dulce tenía cierta recriminación en el fondo.

—No me regañes, papi, es que quería enseñarles algo que hice.

—¿Algo que hiciste? —indagó Severus, intrigado.

—Sí —dijo Alex con una enorme sonrisa, antes de pedir—: Tío Remus, ¿me lo das?

—Alex, ¿cómo se piden las cosas? —preguntó Severus.

—Lo siento, papá —musitó el pequeño, pero su rostro siguió risueño y su mano extendida hacia Remus—. Tío Remus, ¿me lo das, por favor?

Sonriendo, el aludido le pasó una hoja de pergamino.

—Toma, papi —dijo el niño, entregándosela a Harry.

—¿Y qué es? —preguntó Severus, curioso, mientras su pareja observaba el pergamino sin hablar.

—Es mi regalo para mi hermanito —contestó Alex—, por su cumpleaños. Hoy no se lo puedo dar, pero ustedes lo pueden guardar por mí hasta que él regrese. Somos Chris yo y ustedes dos.

En ese momento, el que miraba el pergamino enmudecido era Severus, mientras observaba el infantil dibujo donde dos figuras grandes y dos más pequeñas, sonreían.

—¿No les gusta? —preguntó el niño con tono compungido—. ¿Creen que a mi hermanito tampoco le guste?

—No, cielo, es precioso —se apresuró a contestar Harry, fijando sus ojos anegados en Alex, consciente de que su hijo había malinterpretado la causa de su silencio.—. Me encanta.

—A mí también —aseguró Severus con una sonrisa—. Y estoy seguro que a Chris también le va a encantar.

Remus, quien había observado todo sin intervenir, decidió que ya era tiempo de animar a su familia y trató de buscar una forma de hacerlo. Al fin sonrió, una gran bola de helado siempre era un animador excelente.

—¿Y qué les parece si vamos a la cocina y preparamos unos inmensos helados cubiertos de maní y mucho, mucho sirope de chocolate?

—Y crema batida —agregó Alex, siempre goloso.

—Tú sigues sin poder sobrevivir sin la crema batida —rio Remus.

—Pues está decidido —declaró Harry, que también sonreía—. Vamos a la sala de juegos por el resto de la tropa y asaltemos la cocina.


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—Por el nuevo medimago del Mundo Mágico —brindó Ron, alzando la copa donde un licor dorado soltaba divertidas burbujas. Ante sus palabras, todos alzaron sus copas y brindaron a la salud del recién graduado.

—¿Y ahora qué piensas hacer? —preguntó Severus, que estaba sentado en un sillón junto a Harry, mientras Alex y George jugaban snack explosivo en la alfombra, y Mary a un lado les daba instrucciones con una expresión muy similar a la que ponía su madre siendo niña.

—Había pensado empezar a buscar trabajo en un pequeño hospital, pero Remus me convenció de cambiar de idea —contestó el hombre, mirando a su pareja con profundo amor.

—Yo sólo te convencí de que siguieras a tu corazón —musitó Remus, mientras le abrazaba y le daba un suave beso, antes de girarse a los demás y explicar—: Cuando su padre enfermó, Michael decidió que estudiaría medimagia y luego se especializaría en psiquiatría y tratamiento de enfermedades mentales.

—Quería ayudar a mi padre y a los que hubieran pasado por circunstancias similares a las de él, tal vez encontrar una cura —las últimas palabras fueron casi un susurro dicho para sí mismo—. Con la búsqueda de mi padre, perdí todos los ahorros que tenía destinados para la carrera —prosiguió, esta vez con más fuerza—. Por eso pensé que ese era un sueño que nunca lograría. Pero Remus…— el resto de su pensamiento quedó en el aire, no encontraba palabras para expresar lo que sentía.

—Le convencí para  que siguiera estudiando —continuó Remus, abrazando más fuerte a su chico—. Apenas son dos años y mientras tanto nos podemos ir bandeando con mi sueldo. Además, ya hablé con Albus y accedió encantado a que Michael viva en el castillo conmigo.

—¿Van a vivir juntos? —preguntó Harry, con una sonrisa feliz—. Ya era hora.

—En realidad es algo más que eso —informó Remus.

Ante la interrogante en el rostro de todos sus amigos, Michael aclaró:

—Remus me pidió que me casara con él y acepté.

Mientras todos se acercaban a felicitarles, contentos por la felicidad de sus amigos, Remus musitó:

—Bueno, creo que después de dos años juntos, ya era hora de que lo convirtiera en un hombre decente.

Todos empezaron a reír por la ocurrencia, en tanto Michael miraba a Remus con un fingido enfado y el cerebro de Hermione empezaba a trabajar aceleradamente.

—Tengo que hablar con mamá Molly y Ginny —decía, caminando por la habitación—. Tenemos muchas cosas que preparar para la fiesta. La música, la comida, la decoración…

—Oye, oye, no te entusiasmes —la cortó Remus—. Michael y yo hemos estado hablando y vamos a hacer algo íntimo, apenas un puñado de amigos.

—La situación no nos permite hacer algo mayor —agregó Michael.

La mujer de cabello castaño se acercó hasta ellos y los enfrentó, poniendo las manos en la cintura, una posición intimidante que había copiado de su suegra con mucho éxito.

—Ni piensen que van a salir de esto sin fiesta —espetó, apuntándoles con el dedo—. Mamá Molly es excelente manejando asuntos de precios y además, la podemos costear entre todos. Pero de que ustedes dos van a tener una fiesta como manda Dios, la van a tener.

—Además —agregó Severus, mirando a los novios—, Michael puede trabajar a tiempo parcial en la Fundación, lo que les procuraría un ingreso extra. No te preocupes —observó, sabiendo lo que el joven iba a decir—, podemos adaptar el horario para que no interfiera con tus clases. Y, por supuesto, espero que cuando te gradúes, te quedes en la Fundación a tiempo completo, necesitamos alguien de absoluta confianza manejando el área de psiquiatría, y quien mejor que un miembro de la familia.

Ante eso, Remus y Michael sólo pudieron sonreír agradecidos. Se habían quedado sin palabras.


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Blaise paseaba por su despacho como fiera enjaulada, tratando de ignorar los gritos y risas infantiles que provenían del jardín a pesar de los ventanales cerrados. Como añoraba en ese momento poder usar su varita y lanzar un hechizo que le resguardara libre de todo ruido e indicio de vida en el exterior.

Había intentado permanecer en la pequeña fiesta infantil, de verdad que sí, pero al fin había tenido que huir del lugar donde se celebraban, según decía Draco, tres años de felicidad inmensa.

¿Felicidad? Y una mierda. Para Blaise habían sido los años más amargos de su vida. Que bien rezaba el dicho que decía que en la culpa se lleva el castigo. Él se había llevado al maldito mocoso y había ideado todo aquel absurdo para mantener a Draco a su lado, ¿y todo para qué? Para que su esposo, el único hombre que había amado en la vida, ahora le ignorara.

Y es que su relación se había ido deteriorando más cada vez y todo por culpa de ese niño del demonio. Por los continuos reclamos que le hacía Draco ante su falta de amor y atención hacia David, y por su incapacidad de, aunque fuera por un momento, fingir que el niño le importaba.

No podía fingir tanto. No soportaba al mocoso. En cuanto lo veía, el miedo y la culpa por lo hecho le asaltaban y debía alejarse perentoriamente.

Al principio, Draco había tratado de entenderle y justificar su despego con su falta de costumbre para tratar niños, pero al pasar el tiempo y ver que Blaise no modificaba su conducta, su sentimiento paternal le empezó a acercar más a su pequeño y alejarle más de su pareja, hasta que al final se había abierto un abismo invisible pero insondable entre ellos.

Blaise se acercó a uno de los cuadros que adornaban las paredes del estudio, uno que representaba una imagen campestre con una familia que jugaba y reía feliz. Qué ironía. Le dio la vuelta y levantó la cubierta que cubría la parte posterior. Allí estaban, esas pequeñas cápsulas que se habían convertido en su único refugio. Sonrió con amargura mientras desprendía dos y se las tragaba sin siquiera tomar un sorbo de agua, de tan acostumbrado que estaba.

No eran las mismas que usaba cuando todo aquello había comenzado tres años antes, no; éstas eran más pequeñas y más eficaces… y más adictivas, según decían los expertos. ¿Pero qué más daba, si le ofrecían alivio por unas horas al menos?

Draco había descubierto su viejo escondite el año anterior y le había obligado a seguir un tratamiento de rehabilitación, bajo la amenaza de abandonarle si no lo hacía. Pero ni siquiera eso lo había hecho pensando en Blaise, que va; como el mismo Draco le había recalcado, no pensaba permitir que David siguiera viviendo al lado de un drogadicto.

Pero todavía era incapaz de dejar ir a Draco, así que él había seguido el tratamiento y le había jurado y perjurado que no volvería a tomar las pastillas. Y Draco le había creído… su esposo a veces era tan ingenuo que daba lástima.

Se movió hacia un diván cercano y se tendió, presa de una suave somnolencia y una sensación de euforia. Ahora las risas de los niños no eran tan agudas, y su vida no era tan miserable. Y podía hundirse en el sueño de Draco y él, juntos y solos, viviendo felices para siempre. Al fin podía alcanzar unas horas de olvido.


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—Papá.

Alex entró compungido en la salita de los aposentos familiares en Hogwarts. Severus le miró y frunció el ceño, preocupado, y ante la tristeza plasmada en la expresión de su hijo, se agachó y abrió sus paternales brazos y permitió que Alex se refugiara en ellos, enterrando su carita en el fuerte pecho y lanzando un débil lamento.

Severus le levantó en brazos y regresó al sillón del que se había levantado al entrar su pequeño, cobijándole apretadamente en su regazo y meciéndole suavemente para que se calmara, al tiempo que siseaba con ternura en su oído.

Cuando el pequeño cuerpo de Alex dejo de temblar, lo separó ligeramente, le limpió unas pequeñas lágrimas de sus mejillas con el suave toque de una mano que casi cubría la carita del niño, y preguntó:

—¿Qué pasó, campeón, por qué estás tan triste?

El niño le miró, desolado, antes de contestar.

—El hermanito de Peter apareció.

—¿Y eso te pone triste, cariño? Todos debemos alegrarnos por Peter y sus padres —musitó Severus, pensando que quizás su hijo sintiera que ahora iba a perder a su amiguito.

—Lo sé, papá, y estoy contento —afirmó Alex—, pero yo soñaba con que mi hermanito estuviera con él. Yo sé que era imposible, pero aun así lo soñaba.

Severus miró a su hijo con el rostro rebosante de ternura, pensando que ojala ese sueño se hubiera hecho realidad.

—Te entiendo, campeón, pero no podemos perder la esperanza, como no la perdieron Peter y su familia; verás que Chris un día regresará con nosotros.

—Sí, papá, pero mientras regresa yo me siento muy solo —musitó Alex, dejándose consentir por las caricias de su padre—. Mary y George se tienen uno al otro, y ahora Peter también tiene a su hermanito, pero mientras Chris no regrese, yo no tengo a nadie —miró a Severus, una muda súplica en sus grandes ojos verdes, tan parecidos a los de Harry—. Papá, ¿por qué tú y papi no tienen otro bebé?

Severus le observó pensativo. ¿Otro bebé? Si debía ser sincero consigo mismo, no le desagradaba la idea en absoluto, pero no sabía cómo tomaría Harry el asunto.

—La verdad, cariño, no sé cómo tomaría tu papi esa idea —replicó Severus.

—¿De qué idea están hablando? —se escuchó una voz desde la puerta.

Padre e hijo levantaron la mirada y se quedaron mirando a Harry con idéntica expresión de culpabilidad en el rostro.

>> ¿Qué están tramando ustedes dos que tienen esa cara de ‘me pillaron’? —insistió Harry, alzando una ceja interrogante.

—Que te lo diga papá —contestó Alex, saltando del regazo de Severus y corriendo hacia su habitación.

—Cobarde —dijo Severus, mientras con una sonrisa pícara, Alex desaparecía en el interior de su cuarto.

—¿Y entonces? —Harry estaba cada vez más curioso.

—Ven, amor, siéntate junto a mí —una vez que tuvo a Harry acomodado justo en el lugar que acababa de abandonar su hijo, empezó—: Alex estaba algo tristón porque apareció el hermanito de Peter.

—¿Triste? —repitió Harry, extrañado—. ¿Y eso por qué? No creo que Alex se ponga triste por la felicidad de su amigo, él no es para nada egoísta.

—Pero es un niño, amor, y se siente solo.

—¿Solo? No entiendo, siempre hay gente a su alrededor, cuando no somos nosotros, es Remus o Michael, o Ron y Hermione.

—Pero la mayoría somos adultos, y los pocos niños que hay, tienen hermanos, y Alex resiente la ausencia de Chris —al ver la tristeza que al momento inundó el semblante de Harry, se apresuró a continuar—. Él sabe que algún día Chris va a volver, pero es un niño y mientras tanto necesita compañía —al ver que Harry no hacía comentario, se atrevió a seguir—. Me dijo que quería otro hermanito.

Severus sintió como el cuerpo de Harry se envaraba sus brazos, mientras una palidez mortal cubría su semblante.

—No pienso cambiar a mi Chris por otro bebé —las palabras escaparon con dificultad entre sus dientes apretados.

—Nadie te pide eso —dijo Severus, tratando de serenarlo—. Yo tampoco cambiaría a Chris ni por miles de hijos, como no cambiaría a Alex por Chris ni a Chris por Alex. Cada uno de nuestros hijos es único e irrepetible, y cada uno tiene un lugar igual en mi corazón, como lo tiene en el tuyo. Pero tú corazón es muy grande, mi amor. Enorme. Y es capaz de albergar amor para todos los niños del Universo —acarició suavemente la mejilla de su pareja y le dio un ligero beso en los labios—. Siempre soñamos con tener muchos niños, una docena al menos, ¿recuerdas? Si tenemos otro bebé, la única diferencia será que, cuando regrese, en lugar de un hermano Chris va a encontrar dos.

Harry se le quedó mirando largo rato, pensativo.

—¿Y si ocurre lo mismo que con Chris?

—No pasará, amor; te prometo que, pase lo que pase, mientras dure el embarazo siempre va a haber alguien a tu lado, cuidándote.

Una vez más, Harry permaneció largo rato sin hablar.

—Tú quieres otro bebé, ¿verdad? —Severus hizo un leve asentimiento de cabeza—. Vale, lo tendremos, y espero que los cielos se aseguren de proteger a nuestro nuevo bebé.

Dos meses después de esa conversación, Harry y Severus, con las manos entrelazadas, daban las buenas nuevas a Alex: en nueve meses tendría un hermanito.

El embarazo de Harry fue de todo menos tranquilo o solitario. Como un solo cuerpo y una sola mente, todos los amigos se hicieron el propósito de no dejarle solo ni a sol ni a sombra y lo cumplieron, especialmente Severus.

Aunque en otras circunstancias Harry se hubiera sentido agobiado ante tanta atención sobre su persona, a la sazón se sentía seguro y protegido y agradecía infinitamente la preocupación de sus seres queridos. Y así, tras un parto relativamente cómodo, una mañana del mes de octubre abrió sus ojos por primera vez al mundo Felicity Snape Potter, trayendo en sus brillantes esferas negras un rayito de esperanza y felicidad a sus padres y hermano, y a todos aquellos que la esperaban con los brazos abiertos.


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Era una lluviosa tarde de domingo de finales de julio y la familia Zabini-Malfoy, o como todos los conocían, los Rubens, habían pasado todo el día encerrados en casa, lo cual no había contribuido a ponerles de muy buen humor que se diga, especialmente a Blaise, a quien en ese mes solía torturar, con especial constancia, el horror que había cometido cinco años antes.

David, como todo niño de cinco años encerrado un domingo en casa, se había pasado el día nervioso, llamando la atención de Draco para que jugara con él los juegos más insólitos e irritando a Blaise.

Al fin, Draco le había convencido de ponerse a dibujar en la alfombra, y Blaise había tenido un respiro para charlar con su pareja. O eso creía él, porque Draco se había sentado con un libro muy cerca de donde David dibujaba y apenas le contestaba con monosílabos distraídos, como si lo que le estaba contando fuera lo menos importante del mundo.

Pero aunque lo disimulaba muy bien, la mente y el alma de Draco estaban inmersas en asuntos muy importantes; específicamente, en su relación con Blaise, o lo poquísimo que quedaba de ella.

Ni siquiera comprendía cómo podía seguir con él, suponía que por la fuerza de la costumbre. Su esposo se había convertido en un hombre hosco e irritable, que estaba amargando su vida y lo que era peor, la de su pequeño David. Sin contar con que estaba seguro que había vuelto a la droga, su aspecto demacrado y ausente así se lo indicaban.

Pero lo peor de todo era que seguía maltratando a David y el pequeño resentía su actitud. No era que le golpeara o le infligiera algún castigo físico, Draco jamás lo hubiera permitido, pero le mostraba claramente que no lo quería, por mucho que el niño se esforzara en ganar el cariño de su padre. Algo que Draco, después de cinco años, todavía no podía entender.

Un ruido cercano le sacó de sus reflexiones y Draco vio que su hijo se acercaba con una sonrisa feliz.

—Mira, papi —le dijo el pequeño, tendiéndole un pergamino dibujado.

—Está precioso, cariño —musitó Draco, abrazándole y besando su oscura coronilla.

Cuando su papi le soltó, el pequeño se giró hacia Blaise y se acercó a él tímidamente,

—Mire, padre —musitó, tendiéndole también el pergamino.

—Está bien —replicó Blaise, sin mirar al niño ni tomar lo que le tendía

—Es un dibujo de papi, usted y yo —le miró con sus negros ojitos suplicando una señal de cariño, pero el hombre no volteó—. ¿Por qué no lo mira?

—Mira, David, ahora estoy muy ocupado —la voz brusca y carente de amor hirió al pequeño profundamente—. Además, me duele la cabeza, será mejor que me vaya a la habitación.

Draco sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al ver el profundo dolor reflejado en la carita de su hijo. Sin decir palabra, abrió los brazos y permitió que el pequeño se refugiara contra su pecho, llorando desconsolado.

—No me quiere, papi —gemía David entre lágrimas—. ¿Por qué padre no me quiere?

—Él si te quiere, cariño —Draco trataba de consolarle, dándole tiernos besos en su cabecita—. Lo que pasa es que su carácter es así.

—No es cierto —las palabras dolidas se intercalaban con los suaves sollozos—. Sólo me habla para regañarme, y nunca me da un beso o me sonríe como a ti. ¿Por qué padre no me quiere? —repitió el pequeño como un mantra.

—Shhh, pequeño, shhhh.

Mientras arrullaba a su hijo, los ojos de Draco se endurecieron hasta convertirse en dos trozos de frío acero. Había llegado a su límite, éste sería el último desprecio que Blaise le hacía a David o dejaba de llamarse Draco Malfoy.


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—¿Qué maldita cosa crees que hiciste?

Draco entró furioso en la habitación de huéspedes, que era utilizada por Blaise desde hacía un buen tiempo, y observó con ojos coléricos al hombre tirado en la cama.

—No sé de qué hablas —replicó Blaise fingiendo indiferencia, aunque interiormente sentía que la crisis de su relación con Draco estaba a punto de explotar en forma definitiva.

—Por supuesto que lo sabes —replicó el otro, siseando entre dientes—. No sé qué maldito problema tienes con David. Lo has despreciado e ignorado desde que nació, y yo he aguantado, y a estas alturas ni siquiera sé por qué —los ojos grises lanzaban llamaradas de furia—. Pero se acabó, ya no vas a herir más a mi niño.

—¿Qué quieres decir? —Blaise estaba pálido, el tono de Draco era realmente amenazante.

—David y yo nos vamos a dormir; mañana cuando despierte no quiero verte en la casa.

—¿Qué? No puedes botarme de mi propia casa —Blaise se había levantado y temblaba, no sabía si de furia o de miedo—. No puedes botarme de tu vida.

—Tal vez de tu casa no, pero de mi vida definitivamente sí —la declaración de Draco era terminante—. Perfecto, puedes quedarte con la casa. David y yo nos iremos mañana temprano —y sin una palabra más, dio media vuelta y abandonó la habitación.


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Blaise Zabini salió de su casa al amanecer, pero en sus manos no llevaba una maleta o un maletín con sus cosas, sino dos botellas de whisky, y en sus bolsillos, una apreciable cantidad de cápsulas doradas. Atrás quedaba una habitación completamente destrozada, clara muestra de la noche de insomnio y violencia que acababa de pasar.

Tambaleándose con pasos inseguros, caminó en dirección al muelle, hasta llegar al lugar donde estaba anclado un hermoso y elegante yate blanco. El joven encargado de cuidar la nave dormía en cubierta al momento en que Blaise abordó el yate.

—Señor Rubens —el chico se levantó y acudió solícito a su encuentro—. Usted por aquí tan temprano, ¿va a pescar? ¿Quiere que vaya a buscar al Capitán?

—No, hoy voy a navegar solo.

El joven se le quedó mirando detenidamente. Si bien era cierto que su patrón era un buen navegante, y muchas veces salía al mar sin llevar al Capitán, esa mañana no lucía un buen aspecto. Estaba ojeroso, sus ojos se mostraban rojos y turbios, y se tambaleaba ligeramente al moverse por la borda, así que insistió.

—¿Está seguro que no quiere que llame al Capitán?

—¡¡Ya te dije que no!! Lo único que quiero que hagas es que liberes de una vez este maldito barco.

Ante el grito que lanzó Blaise, el jovencito retrocedió y corrió a soltar las amarras. Si eso quería el señor Rubens, eso tendría. Total, él era sólo un insignificante grumete, no era nadie para oponerse a las órdenes del patrón.

Al ver que el muchacho terminaba de soltar las amarras, Blaise puso en marcha el yate y comenzó a salir del muelle, con rumbo hacia ninguna parte.


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Llevaba navegando más de una hora, tomando grandes tragos de bebida y alguna que otra pastilla, al punto que ya se había tomado seis. Pero esta vez nada funcionaba, ni la bebida ni la panacea dorada, nada le dejaba olvidar el rostro de furia de Draco y sus ojos de hielo cuando dictó su sentencia final: mañana cuando despierte no quiero volver a verte en la casa.

¿Por qué Draco se había portado así con él, si su único delito había sido amarle con desesperación?

—No puedes botarme de tu vida.

—Tal vez de tu casa no, pero de mi vida definitivamente sí.


—¿Por qué, Draco, por qué me haces esto?


—Es el pago que recibes por todo el mal que hiciste.

—¿Quién dijo eso? —Blaise miró a todos lados con desesperación.

—¿Tanto he cambiado que ya no me recuerdas?

Entre la bruma de su conciencia, Blaise vio una figura vestida de negro.

—No, no puedes ser tú.

Sí,lo soy —la figura avanzó hacia él y Blaise empezó a retroceder de espaldas, sin apartar la vista de la forma oscura—. Claro que lo soy. Nos hiciste mucho mal a Harry y a mí y vengo a cobrarme.

Blaise seguía retrocediendo mientras buscaba desesperado algo con que defenderse.

—No, yo subí solo al yate, no puedes estar aquí, Snape.

Blaise divisó un remo que estaba en el suelo, lo empuñó y empezó a blandirlo con dirección a la figura. Entonces escuchó una carcajada macabra.

—¿Crees que con eso vas a detenerme? —Blaise, quien ya estaba cerca del extremo de popa, seguía blandiendo el remo hacia la figura—. Debes pagar, Blaise Zabini. Llegó la hora de mi venganza.

—Nooo. Vete, espectro maldito.

En ese momento Blaise tropezó con unas cuerdas tiradas en cubierta. El movimiento de blandir el remo y la cantidad de droga y alcohol en el organismo, hicieron que perdiera el equilibrio y cayera por la borda con un grito agónico. Cuando los ocupantes de una nave cercana acudieron a su rescate ya no había nada que hacer. Ese día los tiburones tuvieron una comida muy, muy especial.


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Draco tomó la noticia de la muerte de Blaise con profunda tristeza; aunque el amor que le había unido a su pareja ya no existía, había vivido mucho tiempo a su lado, y en un momento de su vida lo había amado con locura.

Cuando las autoridades, luego de analizar los restos dejados por los tiburones, dictaminaron que en el organismo de Blaise había gran cantidad de alcohol y droga no le extraño, como tampoco le extrañó escuchar que había caído al mar en medio de un delirio producido por las drogas y el alcohol, el comportamiento observado por los ocupantes del barco cercano antes de que cayera al agua así lo indicaban.

Pero haciendo a un lado a la tristeza, Draco sabía que tenía ante él una nueva vida a la que enfrentarse, al fin y al cabo Blaise se había hecho cargo de todo durante demasiado tiempo. Así, inscribió al pequeño David en una escuela y él asumió la presidencia de los almacenes aduanales. El resto de la fortuna de Blaise prefirió ignorarla.

De eso ya habían pasado cinco largos años y Draco debía reconocer que durante ese tiempo la vida había sido buena con él. Los negocios habían crecido una enormidad y él era un patrón justo y humano, que era respetado y querido por todos sus empleados. Tenía unos cuantos amigos, pocos pero excelentes, y tenía a David, quien a la sazón se había convertido en un hermoso hombrecito al que adoraba. No había vuelto a encontrar el amor en su vida, y dudaba seriamente que algún día lo hiciera, pero aun así tenía una hermosa vida.

—Papá —la voz de David le sacó de sus pensamientos.

—¿Si? —Draco le sonrió al guapo jovencito en que se había transformado su hijo.

—¿Podría hacerte una pregunta?

—Claro.

—Verás —el muchacho se movía incómodo—, quisiera saber… ¿dónde está mi mamá?

Draco se le quedó mirando fijamente sin mostrar extrañeza ante la pregunta, viviendo entre muggles tenía que llegar en algún momento. Llevaba un buen tiempo esperándola y tenía claro que su hijo no merecía otra cosa que la verdad.

—Ven, vamos a sentarnos porque ésta va a ser una conversación larga y difícil —le invitó, empujándole suavemente hacia unos sillones cercanos.

Con hablar pausado y sereno, Draco le habló de su herencia mágica, del mundo que existía paralelo al muggle pero cuya existencia era ignorada por éstos. Un mundo donde los hombres se embarazaban y podían tener a sus bebes; un mundo maravilloso al que esperaba que pudieran regresar algún día.

—¿Entonces tú me llevaste en tu barriga y eres mago? —David se le quedó mirando fijamente—. ¿Me estás tomando el pelo, verdad? Papá, mira que éste es un asunto serio. No que me importe mucho quien fue mi madre, pero es serio.

—Imaginé que pedirías pruebas, siempre las pides —dijo Draco, riendo suavemente. Se levantó y se acercó a su escritorio; metió una mano por debajo del cajón principal y tocó un botón que abría un compartimiento secreto, del que sacó lo que a David le pareció una simple vara de madera.

Draco se quedó mirando el objeto fijamente, tenía ya diez largos años sin usarla, todo por miedo a ser descubiertos. Pero no podían seguir escondiéndose, ni él ni David. Decidido, empuñó la varita con su mano derecha y sintió la reconfortante sensación de la magia latiendo en sus venas. Al fin volvía a sentirse un verdadero mago.

>>Ésta es mi varita —le explicó a David, mostrándosela—. La obtuve a los once años, pocos meses antes de entrar a la escuela de magia. Es un objeto mágico que me permite canalizar la magia en mi interior y utilizarla. Observa:

Draco volvió a empuñar la varita y dijo ‘Lumus’ . Asombrado, David vio como un rayo de luz salía de la punta del palo de madera. Y asombrado, siguió contemplando como su padre hacía levitar cosas, transformaba vasos en ratones, e infinidad de pequeños trucos más.

—¿Entonces sí eres un mago? —los ojos del muchacho estaban abiertos como platos.

—No soy mago, somos magos.

—¿Yo también?

—Sí, tú también. Y te prometo que voy a lograr que recibas tu herencia y puedas desarrollar tu magia. Todavía no sé cómo, pero lo voy a lograr.


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Daniel Richmond entró intempestivamente en la oficina donde Bill Weasley revisaba concienzudamente los expedientes de varios casos que aún tenía pendientes. Con diez años a cargo del grupo de investigadores del caso de Chris conocía y apreciaba a Severus y Harry, y los respetaba enormemente. A la sazón, descubrir el paradero del pequeño y enjaular a sus secuestradores se había convertido en algo tremendamente personal.

—Me voy a Auckland —comunicó en cuanto el hombre pelirrojo levantó la mirada.

—¿Auckland? ¿Para qué?

—Me avisaron del Ministerio de Magia de Nueva Zelanda, se ha reportado magia en la ciudad, en una zona completamente habitada por muggles.

—¿No será de alguien, algún mago que está de visita en el lugar?

—Es posible, pero tengo una intuición de que puede tratarse de algo grande.

El hombre había dicho la palabra clave, Bill sabía que la intuición de Daniel Richmond era proverbial, algo que no debía ser ignorado.

—¿Cuán fuerte es tu intuición?

—Muy, muy grande —contestó el hombre, sonriendo confiado.

—Es ese caso —el pelirrojo se levantó y agarró su chaqueta— yo voy contigo.


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—¿Estás seguro que ésta es la dirección que nos dieron en el Ministerio? —preguntó Bill, él y Richmond estaban escondidos tras un grupo de matorrales cercanos a la casa de Draco.

—Seguro —contestó el hombre.

—Según nos dijeron aquí vive Ernest Rubens. Su esposo, Gerald, murió hace cinco años, así que si son los que buscamos, uno de los dos, o Malfoy o Zabini, debe estar muerto.

—Mira, allí viene alguien con un niño.

Se quedaron en silencio, observando el hombre y el niño que luego de bajarse de una camioneta se dirigían a la puerta de entrada.

—Albricias, Daniel —la voz de Bill sonaba eufórica—, los conseguimos.

—¿Estás seguro?

—Completamente, ese niño tiene un enorme parecido con Severus Snape.

—El hombre que le acompaña es moreno, así que supongo que el que murió fue Draco Malfoy.

Bill se quedó observándolo detenidamente.

—No, ése es Draco Malfoy. Tiene el cabello teñido pero es él. Vamos.

—¿Adónde?

—Al Ministerio, necesitamos que nos presten un par de Aurores, tenemos un arresto que hacer.


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—Un momento —dijo Draco, al tiempo que se dirigía a abrir la puerta para encontrarse con varios hombres que le miraban con el rostro pétreo.

—¿Es usted Draco Malfoy?— preguntó el jefe de la cuadrilla de aurores.

Al oír su nombre verdadero Draco se asustó, ¿serían acaso Mortífagos? ¿Le habrían encontrado?

—No, está equivocado —contestó todo lo sereno que pudo—. Mi nombre es Ernest Rubens.

—No mienta más, Malfoy —dijo Bill Weasley—. Ya está descubierto.

—Señor Malfoy —volvió a hablar el jefe de aurores, mientras uno de sus subalternos sacaba su varita y lanzaba un hechizo para esposarlo—. Por el poder que nos confiere el Ministerio de Magia de Nueva Zelanda, queda usted detenido por el secuestro de Christopher Snape Potter.

—¿De qué demonios está hablando? ¿Quién es el tal Christopher?

En ese momento, David salió del interior de la casa.

—¿Papá, qué está pasando? —al ver a los hombres que tenían esposado a Draco, les imprecó—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué retienen a mi papá?

—Weasley, ya se puede llevar al niño.

Al ver que David se movía intentando zafarse del agarre de Bill, Draco se revolvió furioso.

—Deje a mi hijo, maldito.

—Mírelo bien, Malfoy —intervino Daniel Richmond, furioso—, porque es la última vez que lo va a ver en su vida.

Y sin otra palabra, Bill, David y Daniel desaparecieron ante la impotencia de un desesperado Draco Malfoy.




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