alisevv
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| Tema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 14. Romance y Despedidas Lun Sep 07, 2015 8:10 pm | |
| Esa noche fue terrible para Harry y Severus. Tan terrible como aquellas primeras noches tras el secuestro de Chris o peor. Tantos años deseando encontrar a su hijito, con la esperanza de amarlo, protegerlo y no separarse nunca mas de él, y ahora tenían que renunciar nuevamente a su presencia y su afecto, y muy posiblemente en forma definitiva.
Abrazados apretadamente, apoyándose uno en elotro en un mudo consuelo, habían visto desgranarse lentamente las horas de la noche sin siquiera intentar regresar a sus aposentos y conciliar el sueño, sabían que no podrían lograrlo. Ya los primeros rayos de sol del amanecer empezaban a iluminar la Torre de Astronomía cuando Severus habló por fin.
—Tendremos que decirle a los niños —musitó, besando el cabello de su pareja.
—Lo sé —contestó Harry con voz dolida.
—Lo van a tomar mal.
—Sí, pero van a tener que ser fuertes.
—Son sólo unos niños —comentó Severus, reflexivo—, y también han pasado muchos años anhelando a su hermano.
—Entonces tendremos que ser fuertes por ellos y por nosotros —luego de un rato, Harry levantó su mirada anhelante hacia su esposo—. Sev, ¿crees que Chris nos perdone alguna vez?
El hombre mayor apretó su abrazo alrededor del más joven.
—Estoy seguro que sí, amor —afirmó, rezando internamente por estar en lo correcto—. Hasta ahora no ha querido escuchar lo que pasó, pero cuando se calme y Draco le explique cómo sucedieron las cosas, estoy seguro que lo entenderá y nos perdonará la mentira.
—¿Y si Malfoy no le cuenta la verdad? ¿Si cambia los hechos?
—Amor, aunque en este momento la actitud de Draco sea intransigente y beligerante, piensa que está luchando por lo que siente que es suyo. Pero yo le conozco desde que nació y es una gran persona, estoy seguro que cuando Chris regrese con él y entienda que no se lo vamos a disputar, bajará la guardia y nos ayudará.
—Dios te oiga, Severus. Dios te oiga.
Draco caminaba por la salita familiar de su casa de Auckland, recogiendo cosas aquí y allá y embalándolas ordenadamente dentro de una gran caja. Había regresado el día anterior con la intención de recoger sus posesiones y las de David, y poner todos sus negocios en manos de un afamado bufete de abogados para que empezaran las gestiones de venta.
No quería seguir en ese lugar. En primer lugar, porque estaba demasiado lejos de Inglaterra y su pequeño y Draco había tomado una determinación. Aunque en un primer instante había pensado alejarse completamente del niño, sabía que eso haría mucho daño al pequeño y a él le destruiría. Por tanto, depondría todo su orgullo y aceptaría la oferta de Severus; de hecho, de ser necesario suplicaría para que le permitieran ver a David de vez en cuando. Sabía que no sería capaz de sobrevivir si no podía volver a ver su amada carita nunca más.
Bill le había asegurado que no tenía por qué preocuparse, que Severus y Potter eran excelentes personas y estaba seguro le permitirían ver a David cada vez que quisiera. Verlo, ir a visitarlo, como si se tratara de un primo o un amigo cualquiera. El sólo pensamiento hacía que un dolor agudo se clavara en su corazón.
La segunda de sus razones para abandonar la casa era la nefasta publicidad que se había creado en torno a todo lo sucedido, tanto en el mundo mágico como en el muggle. Al principio, todos los diarios se habían explayado en la captura del ‘temible secuestrador’ Draco Malfoy, con páginas y páginas describiendo los supuestos detalles de lo ocurrido; pero cuando la verdad salió a la luz y le liberaron, apenas salieron unas cuantas notitas reseñando el hecho.
Draco no imaginaba hasta donde había llegado el ataque a su persona hasta que esa misma mañana, al llegar a sus oficinas, todos aquellos que consideraba no como empleados sino como amigos le voltearon la espalda y le negaron el saludo. Lo mismo había ocurrido con sus vecinos al llegar a su casa. Sólo había recibido miradas de odio y desconfianza de parte de todos.
Sonrió con ironía, otra cosa que le debía a Blaise. Sin embargo, debía confesar ante si mismo que todo aquello no le importaba en absoluto. Luego de haber perdido a David, todo lo demás carecía completamente de importancia.
El sonido del timbre de la puerta le sacó de sus reflexiones. Frunció el ceño; esperaba que no fuera algún vecino haciendo una visita desagradable, o peor, algún periodista buscando una primera plana para el día siguiente: Entrevista con el famoso ex-secuestrador
Con el ceño fruncido, caminó hacia la puerta, dispuesto a echar con cajas destempladas a quienquiera que estuviera tocando. Pero cuando abrió, una repentina e inesperada calidez inundó su corazón. Allí, con una gran bolsa en una mano y una botella de vino en la otra, un guapo pelirrojo le sonreía con ternura.
—¿Alguien pidió comida a domicilio? —preguntó Bill.
—¿Qué demonios haces aquí? —le preguntó Draco, en su rostro impasible no se traslucía la alegría que le daba verle allí.
Bill sólo sonrió y atravesó el umbral. Ya iba conociendo el carácter del hombre rubio, y a pesar de que a simple vista su rostro parecía inescrutable, una ligerísima curva en el labio inferior y una chispa de luz en los ojos plateados le indicaban, sin lugar a dudas, que su presencia era bien recibida en el lugar.
—Bueno, estaba a punto de almorzar en mi restauran favorito, un lugarcito italiano verdaderamente delicioso, debo decir. Entonces pensé: ya que vas a comer sólo, ¿por qué no compras para dos y vas a casa de Draco y así almuerzan juntos? Sé que son las cinco de la tarde y ya se pasó la hora hace rato, pero algo me decía que seguramente no habías comido aún.
—Claro, y supongo que tú acostumbras almorzar a las cinco de la madrugada. Esa es la hora en Londres, ¿no?
—Vale, me pillaste —replicó Bill, sonriendo—. Lo que ocurre es que me encanta comer de madrugada y ése local está abierto toda la noche. ¿Por qué no me guías a la cocina y preparamos las condiciones para dar buena cuenta de todo esto?
El rubio sonrió por fin, y con un gesto de la mano le indicó el camino.
>>Espero que te guste la lasaña —siguió hablando el mago pelirrojo—. En este restauran les queda realmente rica. No es tan buena como la mía pero no está nada mal.
—¿Así que también cocinas? —comentó Draco, escéptico. Ya habían llegado a la cocina y estaban colocando los paquetes sobre un pequeño mostrador.
—En realidad, soy un excelente cocinero —se ufanó Bill. Al ver la cara de ‘no sé si te creo’ que tenía Draco, insistió—. En serio, me encanta la cocina; de hecho, por eso siempre salía bien en Pociones.
—No creo que a Severus le hiciera gracia que compararas sus clases con clases de cocina —a la mención de su padrino le llegó nuevamente el latigazo doloroso de la ausencia de David y su rostro se ensombreció.
Bill lo notó enseguida pero siguió hablando como si no lo hubiera hecho, estaba decidido a distraer a su compañero de sus tristezas, al menos por un rato.
—Un día de estos te voy a preparar un pasticho que te vas a chupar los dedos —se quedó mirando fijamente a Draco, mientras se sentaban uno al lado del otro, en unos altos taburetes frente al pequeño mostrador—. Bueno, si es que tu aristocracia te permite chuparte los dedos.
Ante esto, el hombre rubio no pudo evitar echarse a reír.
>>Bueno, al menos te hice reír —comentó Bill, complacido—. Ahora sólo queda que me digas que te gusta la pasta y podré morir tranquilo.
Más relajado de lo que había estado en mucho tiempo, Draco tomó una porción de lasaña y la llevó a su boca, saboreándola. Luego levantó la copa de vino y tomó un pequeño sorbo.
—¿Entonces? —preguntó Bill, impaciente.
Draco tomó la servilleta y se limpió con lentitud, antes de levantar la vista y clavarla en los azules ojos que le miraban con ansia mal disimulada.
—La pasta está deliciosa, tienes razón —comentó Draco al fin—. Pero debo decirte que tienes un pésimo gusto para seleccionar vino.
El pelirrojo se echó a reír divertido antes de aceptar:
—Culpable del cargo.
—Dame un minuto que traigo una botella de vino que no desmerezca esta excelente comida.
Al momento se levantó, seguido de cerca por los insistentes ojos de Bill, quien fue incapaz de apartar la vista de los elegantes movimientos del hombre frente a él hasta que desapareció por la puerta de la cocina. Merlín, el rubio le traía loco. En los pocos días que llevaban saliendo juntos no se había presentado un nuevo acercamiento, ni siquiera un beso; tal parecía que luego de aquel momento de debilidad en su casa, Draco se había enconchado nuevamente, cerrándose a cualquier tipo de acercamiento romántico.
Habían ido al cine, a cenar, al teatro, incluso una noche habían ido a bailar, pero el rubio no había vuelto a mandar ningún tipo de señales y Bill había decidido darle algo más de tiempo. Pero debía reconocer, aunque sólo fuera para si mismo, que como Draco no avanzara pronto, él volvería a la carga y empezaría a presionar.
Tan perdido estaba en sus pensamientos que no notó que Draco había vuelto a su lado, hasta que su sedosa voz cerca de su rostro le sobresaltó.
—¿En qué estás pensando tan ensimismado?
Bill pegó un brinco en la silla y se giró bruscamente, quedando su cuerpo a pocos centímetros del de Draco. Perdió su mirada en los estanques plateados y al fin contestó con la verdad.
—En que me muero por volver a besarte.
Pasaron unos tensos momentos en los que el silencio llenó todos los rincones, mientras la mirada de cada uno buceaba en las profundidades de los ojos de su compañero. Al fin, el dique que contenía tantas emociones se rompió y la pasión se desató.
No se podía decir quien había dado el primer paso y tampoco interesaba. Lo único importante era las bocas que se abrían con pasión dejando a las lenguas luchar en una batalla sin principio ni fin, las manos acariciando, los cuerpos frotándose uno contra el otro con pasión incontrolable.
Al fin, la pequeña voz de la razón pareció abrirse en el cerebro de Bill, quien rompió el beso y empezó a separarse de Draco.
—¿Qué ocurre? —preguntó el hombre rubio con voz sedosa por la pasión.
El pelirrojo tragó con fuerza, intentando recuperar el control de su cuerpo y su mente antes de contestar.
—Si seguimos por donde vamos no voy a ser capaz de contenerme —explicó con voz ahogada.
Ante eso, Draco sonrió y, aferrando su cintura, pegó su cuerpo contra el otro.
—¿Quién dijo que quiero que te detengas?
Bill abrió los ojos con asombro, y al captar la mirada de Draco, turbia por el deseo, sonrió con el alma. Entonces sí, sus labios volvieron a atrapar los de Draco en una fiera pasión que fue plenamente correspondida, mientras dos pares de manos se movían solícitas, retirando las ropas con rapidez. Pronto, los cuerpos desnudos se frotaban uno contra el otro en una danza deliciosa. Las manos de Bill descendieron por la fuerte espalda del hombre que en ese momento devoraba su cuello y recalaron en las deliciosas nalgas, suaves y turgentes. Con lo poco que le quedaba de consciencia, Bill musitó al oído de Draco:
—¿Recuerdas como aparecerte? —le preguntó, mordisqueando el lóbulo de su oreja.
—Claro que recuerdo como aparecerme —gruñó Draco, que estaba entretenido con uno de los pezones de Bill—. ¿Por qué demonios piensas en eso justo en este momento? —y para enfatizar a qué momento se refería, movió sus caderas contra las de Bill, haciendo que sus durezas se acariciaran y relámpagos de electricidad viajaran a través de sus columnas.
—Piensa en tu habitación.
Con una amplia sonrisa, Draco cerró los ojos e hizo lo que le pidió. Ambos sintieron un ligero mareo e instantes después se encontraban en una elegante y confortable habitación, decorada con un buen gusto que Bill ni siquiera percibió, sus sentidos completamente inmersos en el cuerpo y las caricias de su compañero.
Apenas dio un vistazo a su alrededor para localizar la inmensa cama y empezó a guiar suavemente al rubio en su dirección, mientras sus labios y manos seguían acariciando allí donde podían. Al llegar a su destino, lo empujó suavemente para recostarlo sobre la mullida superficie, antes de tenderse cuan largo era sobre su cuerpo y continuar explorando su boca a placer.
Segundos después, la boca de Bill comenzó un ardiente descenso, lamiendo y mordisqueando la fuerte columna del dorado cuello, la clavícula y los hombros, el ancho y fuerte pecho cubierto con un suave vello rubio que hacía deliciosas cosquillas en su nariz, hasta que la cálida boca se cerró sobre uno de los pezones.
Las manos tampoco se quedaron tranquilas. Viajaron por el estómago plano y firme haciendo círculos suaves y siguieron bajando, por el camino que sugerían los rubios rizos de vello. Con un rápido giro esquivaron la dureza y bajando por la ingle, rodeando los dos deliciosos bultos de carne blanda, regalando tenues caricias, tan suaves como el roce de una pluma.
Draco, perdido en las deliciosas sensaciones que le producían esa boca y esas manos, tan sólo era capaz de jadear como si el aire se hubiera acabado, y gemir como hacía tiempo no lo hacía, mientras sus manos se enterraban entre las sedosas hebras de cabello rojo.
Cuando la cálida boca de Bill se cerró sobre su dureza, emitió un pequeño grito, mitad sorpresa, mitad placer. El pelirrojo sonrió internamente, mientras sus labios se deslizaban arriba y abajo en una gloriosa cadencia. Cuando notó que el hombre rubio estaba demasiado cerca del final, se detuvo y levantó sus ojos brillantes de deseo hacia Draco.
—¿Tienes algo que pudiera usar como lubricante? —preguntó suavemente.
Saliendo ligeramente de la nube de éxtasis en que se encontraba, Draco fijó su turbia mirada en Bill, avergonzado. El pelirrojo había hecho todo el trabajo y él se había limitado a disfrutar.
—Pero tú no…
Bill le detuvo, colocando un dedo sobre sus labios.
—Shhh. Te aseguro que he disfrutado tanto como tú; además, cuando me tomes a mí puedes compensarme.
—¿Me dejarías? —preguntó Draco, que recordaba que Blaise prefería ser el dominante casi siempre.
—Por supuesto, cada vez que quieras —replicó el pelirrojo, acariciando suavemente el palpitante miembro del otro hombre—. De hecho —bromeó—, si te portas bien, quizás te permita hacerlo hoy mismo, luego que nos recuperemos.
—Pues siendo así —contestó Draco, sonriendo—, ‘accio lubricante’ —un franquito azul llegó a su mano, y se lo entregó a Bill—. Haz tu trabajo, y si lo haces bien, prometo que más tarde te compensaré.
Riendo, el Gryffindor regresó al lugar que clamaba a gritos por su atención. Mientras su boca empezaba a acariciar nuevamente la tibia dureza, un largo dedo untado en lubricante inició su camino al paraíso. Los suaves movimientos en su interior provocaron oleadas de excitación en Draco, quien gimió y abrió aún más las piernas para darle mejor acceso a su amante. Pronto un segundo dedo y un tercero se agregaron, preparando con cuidado el territorio a ser ocupado. Los gemidos de Draco subían en intensidad, y cuando los dedos fueron sustituidos por la punta de Bill y éste se empezó a deslizar en su interior, se convirtieron en verdaderos gritos de éxtasis.
Pronto, todo lo que les rodeaba dejó de tener importancia. Sólo existían ellos, y sus cuerpos, y el delicioso balanceo de sus caderas, y los gemidos de pasión, y la agonía del éxtasis. Cuando todo acabó, permanecieron allí, abrazados, disfrutando unidos de esos preciosos segundos de relajación plena que sigue al éxtasis, sin querer separarse todavía. Al fin, Bill se deslizó suavemente fuera del cuerpo de Draco, y le tomó en sus brazos, para apretarle contra su pecho. Y el rubio se dejó hacer, sintiendo que, de alguna extraña manera, no se encontraba solo, tenía alguien a quien realmente le importaba y que estaba ahí para sostenerle y apoyarle, y… ¿amarle?
¿Amor? Hacía mucho tiempo que Draco sólo usaba esa palabra cuando pensaba en David. Mucho tiempo antes de morir Blaise, su matrimonio se había convertido en una verdadera calamidad. Y luego, las escasísimas relaciones que había tenido se habían limitado al hecho de pasar un buen rato y tener un polvo gratificante.
Pero ahora, cálidamente cobijado entre los brazos de Bill, Draco se preguntaba qué sentía realmente. No creía que fuera amor, habían pasado muy poco tiempo juntos y él no creía en el amor a primera vista. De hecho, no creía en el amor a ninguna de las vistas. ¿Sería tal vez el miedo a quedarse solo? ¿La necesidad de sentirse acompañado de otro ser humano? No, eso tampoco. Con Bill sentía una calidez, una seguridad y un bienestar que no había sentido con nadie en su vida, ni siquiera con Blaise. Entonces… ¿sería amor?
Sonriendo, decidió no darle más vueltas al asunto. Sin importar como se llamara, el sentimiento que le inspiraba el hombre acostado a su lado le llenaba de paz y plenitud, con eso bastaba.
—Ahora te pregunto yo —se escuchó una ronca voz a su lado—, ¿en qué estás pensando?
—En cuanto tiempo se necesitará para que yo pueda empezar a compensarte —replicó Draco, con voz divertida.
La ronca risa hizo que el pecho de Bill se moviera contra la mejilla de Draco.
—Por Merlín, dame algo de pausa —suplicó, aunque su voz era divertida—. Recuerda que te llevo unos cuantos años, no me puedo recuperar tan rápido.
—Vaya, ese es el problema de enredarse con un viejo —se burló el rubio, recibiendo una nalgada y una suave risa como respuesta.
Luego de un rato, Draco habló nuevamente, esta vez con un tono mucho más serio.
—¿De verdad crees que Snape y Potter permitan que vea a David? —preguntó, buscando que Bill se lo asegurara una vez más.
Casi de forma inconsciente, Bill abrazó con más fuerza la delgada figura.
—Estoy seguro, Severus nunca falta a su palabra. Y Harry tampoco se negará, créelo. Sólo dales un tiempo para que Chr… David se acostumbre a ellos y puedan explicarle todo.
—Puedes llamarlo Chris —musitó Draco con tristeza—. Al fin y al cabo, ese va a ser su nombre a partir de ahora.
Bill no dijo nada, sabía que en ese momento más que escuchar, el hombre en sus brazos necesitaba hablar, así que se limitó a sostenerlo contra si.
>>Es tan difícil —continuó Draco, dos pequeñas gotas empezaban a deslizarse por sus mejillas—. Duele tanto. ¿Cómo voy a poder resistirlo?
—Shh, amor —musitó Bill y ninguno de los dos pareció darse cuenta del verdadero significado de la palabra pronunciada por el pelirrojo—. Lo vas a lograr, yo te ayudaré. Shhh.
Y sin más palabras, ambos permanecieron abrazados, Draco desahogando su pena en un pecho amoroso y fuerte, en alguien en quien podía confiar y a quien podía llegar a amar sin miedo y dolor, y Bill deseando proteger y amar al hombre en sus brazos para que nunca más el dolor volviera a alojarse en su corazón. Si de él dependía, Draco Malfoy jamás volvería a sufrir.
—Hola —saludó Alex, entrando en los aposentos de sus padres, antes de mirar en derredor y fruncir el ceño—. ¿Qué ha hecho Chris ahora?
Alex Snape estaba muy molesto con su hermano menor. Había pasado demasiados años viendo el sufrimiento de sus padres y no podía aceptar que ahora, cuando todo debería ser felicidad, la actitud de su hermano siguiera haciéndoles daño. Su mente de adolescente no podía entender que Chris estuviera algo menos que feliz por haber recuperado a sus padres.
Severus le miró con comprensión. Tanto su hijo mayor como su pequeña también habían sido víctimas inocentes de toda esa situación. Desde que Chris había descubierto la verdad unos días antes y había rechazado a toda la familia, sus hijos la habían pasado muy mal, y mientras Felicity se la pasaba con carita triste y llorosa, Alex había levantado una enorme muralla de furia para protegerse.
—No ha hecho nada —contestó Severus al fin—, pero sí se trata de él. Por favor, hijo, toma asiento.
Alex miró a su padre Severus, quien estaba parado junto a la chimenea con el rostro pétreo. A su hermana, que casi lloraba sentada en el regazo de Harry, como si presintiera que en esa habitación se iban a decidir cosas muy graves. Y a Remus, Michael, Hermione y Ron, que se sentaban en sillones cercanos, todos con rostros serios y confundidos. Al fin, miró de nuevo a Severus y habló con tono serio.
—Prefiero permanecer de pie, papá.
Con un asentimiento de cabeza, Severus aceptó la decisión de su hijo. Caminó hasta el sofá y se sentó al lado de Harry antes de comenzar a hablar. Y como siempre, fue directo al grano.
—Harry y yo hemos decidido que Chris regrese con Malfoy.
En un principio todos quedaron mudos, de tan impactados como estaban. El primero en reaccionar fue Ron.
—¿Devolvérselo a Malfoy? —preguntó con extrañeza—. ¿Por qué? No entiendo.
Harry hizo un esfuerzo para tratar de explicarse.
—Nuestro niño está sufriendo —musitó con voz entrecortada—. Somos incapaces de ver como se destroza sin hacer nada al respecto.
—Pero… —Ron trató de argumentar.
—Hemos analizado todo mil veces —le interrumpió Severus—. Para Chris, Malfoy es su padre, su única familia —el dolor era palpable en la voz, manaba de él como un manto oscuro—. Si Draco le hubiera maltratado, o fuera una mala persona, ni siquiera nos plantearíamos esta posibilidad. Pero él le ama y le ha cuidado con cariño todos estos años.
—Pero nosotros también lo amamos, papi —dijo Felicity, que desde que había escuchado que su hermano se iría, se había puesto a llorar sin control—. Chris es nuestro, no de él.
—Lo sabemos, amor —la consoló Harry, meciéndola con dulzura—. Pero tu hermano está sufriendo, necesitamos ser fuertes y dejarle partir.
—Pero no entiendo, ¿por qué no nos quiere? ¿Por qué quiere irse?
—Porque él creció con Draco, mi niña —musitó Severus, acariciando su cabecita—, y aprendió a amarle como a su padre.
—Pero ahora vive con nosotros, ¿por qué no puede aprender a amarnos también?
—Con el tiempo lo hará, cariño —aseguró Harry—. Cuando entienda que lo adoramos por encima de todo, estoy seguro que vendrá a vernos y nos querrá tanto como nosotros a él.
—No —gritó Alex en ese momento—. Si Chris no quiere nada con nosotros, peor para él. Yo no pienso perdonarle cuando venga con el rabo entre las piernas a pedir perdón. ¡¡JAMÁS!!
Y con eso, salió intempestivamente de la habitación. Harry miró impotente hacia la salida, con Felicity abrazada a él, sollozando, y Severus hizo amago de correr tras él, pero Hermione le detuvo.
—Es mejor que le dejes, Severus —aconsejó—. En este momento necesita estar solo.
—Estoy de acuerdo —intervino Michael, en su papel de psicólogo—. Ahora necesita soledad para reflexionar, verán que pronto se calma.
—No estoy tan seguro —comentó Harry—. Igual que Chris, se parece demasiado a Sev y a él le duran mucho las broncas —explicó, ganándose un gruñido de su esposo y una pequeñita risa de la llorosa Felicity.
—Saben que si deciden que Chris regrese con Malfoy no habrá marcha atrás, ¿verdad? preguntó Ron—. Dudo que él acepte si no le ceden todos los derechos sobre el niño y ya saben lo que eso significa. Luego no podrán arrepentirse.
—No lo haremos —replicó Harry, con dolor pero con firmeza—. Si ese es el precio que debemos pagar para que nuestro hijo sea feliz, lo pagaremos.
—Y que los cielos nos ayuden —terminó Severus.
Desde una de las ventanas que daban al lago, un serio Severus y una llorosa Felicity, observaban como se alejaba la esperanza que había sostenido a la familia Snape Potter por tantos años, Chris caminaba entusiasmado al lado de Michael, pues sabía que en poco tiempo volvería a ver a su padre. En todo el trayecto hasta llegar al límite de las protecciones del castillo, tras las cuales podrían aparecerse sin problema, ni una sola vez miró hacia atrás. Iba a recuperar su vida y, para él, eso era lo único importante.
Antes de apartarse definitivamente de la ventana, Severus musitó una suave plegaria.
—Adiós, hijo mío. Que seas muy feliz.
Harry entró lentamente en la Torre de Astronomía, su refugio de tantos años; se había sentido incapaz de ver la partida de su hijo, quizás para no volverle a ver jamás. Al entrar, no le extrañó ver que el amplio espacio que él solía llamar ‘su alfeizar’ ya estaba siendo ocupado.
Se acercó a la ventana y preguntó suavemente:
—¿Puedo sentarme?
—El alfeizar es libre —contestó Alex, sin voltear a verle, estaba demasiado enojado con sus padres por dejar que se llevaran a Chris.
Harry no contesto, pero se acercó más y se sentó al lado de su hijo.
—Supongo que tampoco quisiste verle partir.
Alex no replicó, simplemente se encogió de hombros. Harry pareció no notarlo y siguió hablando.
>>Yo no fui capaz de verlo, creo que hubiera muerto de tristeza —Alex continuó ignorándole—. Sabes, es tan hermoso y a la vez tan complicado ser padre; es algo que sólo podrás entender cuando tengas tus propios hijos. El primer instante que te vimos recién nacido, tan pequeñito e indefenso, tu padre y yo supimos que estaríamos dispuestos a cualquier sacrificio, que aceptaríamos dichosos cualquier dolor si a cambio lográbamos que tú fueras feliz.
Alex se estremeció y las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
>>Lo mismo sentimos el primer instante en que vimos a Felicity. Y aunque no pudimos ver a Chris sino hasta diez años después, nuestros corazones siempre abrigaron el mismo sentimiento hacia él.
Alex se giró hacia su padre y le miró con el rostro lleno de angustia, su barrera de ira completamente perdida.
>>Tú y tus hermanos son nuestro tesoro, lo más importante que existe en nuestras vidas, y moriríamos con alegría con tal de que fueran felices, tenlo por seguro.
—Lo siento, papá —musitó Alex, avergonzado—. Estaba tan dolido con Chris por quererse ir, y con ustedes por permitir que se fuera —enterró el rostro en el pecho de Harry y empezó a sollozar—. Y no sabía qué hacer para lograr que todo estuviera bien, que ustedes ya no sufrieran.
—Lo sé, hijo, lo sé —Harry trazaba suaves círculos en la espalda de su hijo, algo que siempre lograba calmarle—. Pero eso es algo que escapa de tus manos, de la misma forma que escapa de las nuestras. Ahora, lo único que podemos hacer es esperar y no perder la fe. Y pase lo que pase, seguir viviendo.
—Tienes razón, papá —dijo el adolescente, dejando de llorar y alejándose un tanto de su padre—. No es el momento de que me ponga a llorar como si fuera un bebé como Felicity. Debo ser fuerte y apoyarles.
—¿Cómo que ‘un bebé como Felicity’? —se escuchó una vocecilla indignada. Harry y Alex giraron para encontrar a Severus con la niña en brazos.
—¿Es una reunión privada o la podemos convertir en un encuentro familiar? —preguntó Severus. Harry y Alex sonrieron.
—Saben que éste es el alfeizar de la familia Snape Potter —declaró Harry, mientras hacía lugar para que Severus se sentara, Felicity seguía en sus brazos.
—Y no soy un bebé —aclaró la pequeña.
—Es cierto, eres una enana —replicó Alex, ante lo cual la niña siguió reclamando.
Harry rio enternecido y clavó sus pupilas en Severus.
—Hay cosas que nunca cambiarán, ¿verdad?
—Cierto, y yo doy gracias por eso.
Pronto, todos estaban fundidos en un cálido y fuerte abrazo. Pasara lo que pasara, iban a seguir juntos y apoyarse eternamente.
Draco llegó presuroso al Ministerio de Magia de Londres. Le habían pedido que acudiera con urgencia a las oficinas del Departamento de Asuntos Sociales y Familiares y no pudo evitar que la preocupación le inundara. Sin siquiera tocar, empujó la puerta de la oficina y le recibió la visión más gloriosa que había tenido en su vida.
—Papá —gritó el pequeño niño de cabello oscuro antes de abalanzarse a sus brazos, que le abrazaron con desesperación.
Draco Malfoy acababa de recuperar a su hijo | |
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