alisevv
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| Tema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 15. Reencuentro de amor Mar Sep 08, 2015 4:29 pm | |
| —¡Merlín, David! ¿Tú aquí? ¿Cómo es posible? —balbuceaba Draco, la alegría y el asombro destruyendo su habitual fachada de frialdad.
—¡Volví, papá, volví! —musitaba el pequeño, mientras se aferraba al cuello del hombre rubio y enterraba su sollozante carita en su cuello—. Me dejaron regresar contigo.
—Pero… —Draco elevó la mirada y fijó sus plateados ojos en Michael, en una muda pregunta que el psicólogo entendió a la perfección.
—Los señores Snape van a desistir de cualquier reclamo sobre su hijo —explicó Michael con tono neutro, aunque interiormente estaba sufriendo por el dolor de quienes consideraba como su familia—. A partir de hoy le ceden todos los derechos sobre el niño.
Draco no contestó de inmediato. En lugar de eso, se dedicó un buen rato a consentir y consolar a su hijo. Cuando estuvo más tranquilo, su mirada vagó a su alrededor hasta detenerse brevemente en la joven bruja de Servicios Sociales que se encontraba parada en una esquina y regresó sus ojos al pequeño.
—¿Por qué no vas un momento con la joven mientras yo hablo con el señor?
—Ven, allá afuera podemos encontrar galletas y un rico chocolate —propuso la muchacha.
David se quedó mirando a Draco, pensativo y temeroso.
—No quiero. ¿Y si cuando regrese ya no estás?
—Te prometo que me encontrarás aquí —le contestó Draco—. Pero ahora necesito hablar a solas con el señor, sólo será un momento.
David frunció el ceño pero al fin cedió; su padre tenía esa cara de ‘tengo que hablar cosas de adultos’, y cuando eso ocurría sabía por experiencia que era inútil protestar.
En cuanto su hijo hubo salido, el hombre rubio se incorporó y fijó toda su atención en el psicomago.
—¿Por qué? —esa sencilla pregunta envolvía el millar de interrogantes que en ese momento bullían en su cerebro.
—Chri, es decir, David se enteró de todo hace unos días —empezó a explicar Michael, todavía con su tono profesional—. Fue a través de un periódico.
—¿A través de un maldito periódico? —el tono y los ojos de Draco Malfoy destilaban furia—. ¿Cómo pudieron ser tan irresponsables como para permitir que mi hijo se enterara de ese modo?
—Ante todo, señor Malfoy, le sugiero que se calme o no vamos a poder conversar —pidió Michael, sin dejarse amedrentar. Cuando la actitud agresiva de Draco cedió un tanto, continuó—: Se había dado la orden de impedir la entrada de El Profeta y otros diarios ingleses en el castillo, pero la madre de uno de los alumnos, que es de origen australiano, le envió un ejemplar viejo de un diario editado en Auckland. Al parecer, David lo vio y le dio curiosidad al saber que era de su ciudad.
—¿Qué pasó entonces? —indagó Draco, controlándose a duras penas.
—El niño se puso muy mal. Enfrentó a los señores Snape llamándoles mentirosos, les dijo que lo estaban haciendo para separarle de usted —el mago hizo una pequeña pausa antes de continuar—. Luego salió corriendo y se encerró en su habitación. Lleva varios días llorando, sin apenas comer, ni querer ver a nadie o escuchar ningún tipo de explicaciones. Al fin, sus padres no pudieron resistirlo más y decidieron que lo mejor para el niño era regresar con usted.
—YO SOY SU PADRE —recalcó Draco, nuevamente furioso.
—No, señor Malfoy, no lo es —contestó Michael con acento duro—. Todo esto ha sido algo terrible que ha traído muchísimo dolor, pero si usted ha sido una víctima, ellos también. Para los padres de Chris —Michael empleó ese nombre a propósito— volver a separarse del hijo que buscaron durante diez años es algo verdaderamente terrible. Espero que usted sea lo suficientemente humano para ver su sacrificio y apreciar el inmenso regalo que le acaban de hacer.
Michael tomó su capa que estaba colocada al descuido sobre una silla y se la puso.
>>Mañana a primera hora se harán todas las diligencias para que David quede legalmente inscrito como su hijo en el Ministerio de Magia de Gran Bretaña. Que tenga buena noche —el hombre se dio media vuelta y sin otra palabra, abandonó el lugar.
Draco se tiró en un sillón cercano, su alma plena de sentimientos encontrados, el más fuerte de ellos, el alivio y la alegría que le producía saber que su amado hijo estaba de nuevo con él y esta vez para siempre. Pero también, allá en el fondo, sentía una angustia latente. Si tenía que ser sincero, el sufrimiento de Potter le tenía sin cuidado, al fin y al cabo siempre habían sido enemigos, y ni siquiera mientras lucharon en el mismo bando, ni luego cuando se casó con Severus, pudieron llevar buenas relaciones.
Pero su padrino era otro asunto. Amaba a Severus, él había sido la única figura paterna que había tenido en la vida, y ni siquiera las desavenencias que habían tenido los últimos tiempos habían logrado matar ese cariño.
Su lucha interna terminó cuando la puerta se abrió abruptamente y David entró corriendo y se lanzó de nuevo a sus brazos. Luego, el pequeño se separó ligeramente y clavó sus negros ojos en los de Draco.
—Papá, ¿es cierto?
No fue necesario que David aclarara a qué se refería, Draco lo sabía perfectamente.
—Sí, es cierto —confesó con voz ronca.
—¿Por qué nunca me dijiste?
Draco recordó las palabras del psicomago, David no había querido escuchar explicaciones de nadie. Respirando profundamente, le sentó sobre su regazo y contestó:
—No lo sabía. Blaise te raptó y me hizo creer que tú eras mi hijo muerto.
—¿Tu hijo muerto? —repitió el niño sin comprender.
Draco lo acomodó mejor, orando internamente por poder encontrar las palabras adecuadas para no dañar a su niño más de lo que ya estaba. Luego, mirando sus negros ojitos, comenzó:
—El día que naciste yo también di a luz un pequeñín, pero no pudo sobrevivir, nació muerto —hizo una breve pausa mientras se calmaba la punzada de dolor que atenazó su corazón ante el recuerdo—. Blaise… él se desesperó y salió de la casa como desquiciado. Por lo que me contaron, encontró a Potter a punto de tenerte y le ayudó en el parto. Pero después que naciste, te secuestró.
>>Luego fue a casa. Yo apenas había despertado del agotamiento que me había producido el esfuerzo del parto, te oí llorar y pedí verte. Entonces Blaise se acercó y me mintió. Me dijo que tú eras mi hijito y… se llevó a mi bebé muerto.
—¿Por qué hizo eso? —preguntó David, horrorizado.
—Creo que enloqueció. No encuentro otra explicación.
—¿Y ellos, por qué no me buscaron?
—Lo hicieron —Draco sabía que tenía que ser sincero—. Te buscaron todos estos años. Pero Blaise supo ocultarnos muy bien.
—Por eso te cambiaste el nombre y llevabas el pelo negro —David acarició las hebras, ahora doradas, de Draco. El hombre rubio asintió en silencio—. Me gusta más así —dijo el niño, sonriendo débilmente.
Draco le regresó la sonrisa antes de continuar.
—Blaise me llevó con él bajo engaño. ¿Te acuerdas que te conté de los mortífagos? —David asintió y Draco continuó explicando—: Me dijo que querían vengarse y nos buscaban para matarnos, para matarte a ti. Eso me aterró y me hizo aceptar todas sus decisiones, todo lo que hizo para evitar que nos encontraran.
—¿Por eso me odiaba, verdad? —David parecía haber madurado repentinamente—. Porque yo no era su hijo y había tenido que cambiar toda su vida por mi culpa.
—Él no te odiaba, amor —musitó Draco, besando su cabecita—. En realidad, creo que se odiaba a si mismo. La culpa y el miedo le destruyeron.
—¿Leí en el periódico que te llamas Draco?
—Así es, Draco Malfoy.
—También me gusta más que el otro nombre, tienes más cara de Draco que de Ernest, era un nombre horrible, ¿no podías haber elegido otro? —preguntó con una mueca burlona.
—No se vale burlarse de tu padre, jovencito —replicó Draco, riendo—. Además —continuó en tono confidencial—, no lo elegí yo. A mí también me parece espantoso. ¿Sabes lo que sufrí viviendo con ese nombre por diez años?
Ambos se echaron a reír, la primera risa sincera que lanzaba Draco en mucho tiempo.
—Así que ahora soy David Malfoy —comentó el niño—. Me gusta.
—Sí, suena muy, muy bien —contestó el hombre con una sonrisa. Quedó callado un momento, pensando como plantear lo que quería decir—. David, sobre tus verdaderos padres…
—Tú eres mi padre —le interrumpió David casi con furia.
—Lo sé, mi niño —musitó Draco, intentando calmarlo—. Pero ellos también te quieren, te han buscado tanto.
—No quiero hablar de eso —replicó David, enfurruñándose—. Ellos me mintieron. Dijeron que eran mis amigos, que te iban a ayudar, y lo que estaban haciendo era separarme de ti
—Pero David, debes comprenderlos —insistió Draco—. Ellos te aman.
—Pues yo no los quiero a ellos ni quiero volver a verlos.
Draco le miró en silencio. David estaba confundido, dolido y temeroso, era poco probable que pudiera hacerle comprender en ese momento. Además —pensó, un poco guiado por el egoísmo de su propio amor—, en ese momento lo principal era que estaban juntos y David era feliz. Luego, ya se vería.
—¿Pero qué lugar es éste? —David miró incrédulo el descuidado jardín y luego clavó sus negros ojos en Draco, quien ya se imaginaba lo que iba a decir su hijo—. Está horrible.
—A veces te pareces demasiado a mí cuando tenía tu edad, ¿sabías? —le contestó el hombre, divertido ante la cara de asco que había puesto el chico—. Quita esa cara, adentro está mejor.
—Lo dudo —declaró el muchacho, al tiempo que Draco empujaba la puerta de entrada—. ¿Pero en serio, dónde estamos?
—En St Albans, en las afueras de Londres. Ésta es la casa antigua, donde vivía con Blaise para la época en que tú naciste.
David reflexionó un momento mientras caminaba pensativo por el descuidado jardín.
—¿Por qué vinimos aquí? ¿Por qué no a Auckland, a nuestra casa?
—La puse en venta —David detuvo su marcha y le miró interrogante, así que Draco continuó explicando—. Las cosas por allí estaban difíciles. Todo el mundo me miró muy mal; aunque las cosas se aclararon, mucha gente sigue pensando que soy un vulgar secuestrador.
Los ojos del niño relampaguearon de furia.
—Todo es culpa de ellos, si no te hubieran acusado…
—No es su culpa y lo sabes —razonó el hombre rubio poniendo una mano sobre el hombro del niño—. Ellos sólo querían recuperar a su hijo, que volvieras a su lado —levantó una mano deteniendo la nueva protesta del chico—. En su lugar, yo hubiera hecho exactamente lo mismo. David, aquí el único culpable fue Blaise Zabini.
Mientras seguían su camino hacia la puerta de entrada, Draco continuó:
>>En todo caso, esto va a ser temporal. Pienso buscar una linda casa o un apartamento para que podamos vivir con tranquilidad.
Llegaron a la puerta de la casa, que sorpresivamente resultó abierta, apareciendo bajo el umbral un pelirrojo que les observaba con el ceño fruncido.
Después de su apasionado encuentro, Bill había ayudado a Draco a recoger el resto de sus pertenencias y a realizar la mudanza a la casa de St Albans. Estaban acomodando las cosas cuando Draco recibió el aviso del Ministerio. No deseando que el rubio se sintiera molesto o incómodo por su presencia y preocupación, había decidido darle libertad y dejarle ir solo a la reunión en el Ministerio, mientras él se quedaba en casa comiéndose las uñas por la ansiedad. Literalmente.
—Al fin llegas —Bill no pudo contener la ansiedad reprimida en su tono. Draco le iba a contestar, pero cierto mini huracán furioso le tomó la delantera.
—¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo entró en nuestra casa? —aunque conservaba una distancia prudente de Bill, David presentaba una clara posición agresiva y sus ojos destilaban furia—. Si piensa que me va a volver a llevar con usted, olvídelo.
—David, no… —intentó contenerle Draco.
—Papá, éste es el hombre que me llevo, ¿no te acuerdas? —preguntó, mirando brevemente a Draco, antes de girar una vez más hacia el pelirrojo, en idéntica actitud agresiva—. Por si no se ha enterado, me dejaron regresar con mi papá, así que ya no tiene nada que hacer aquí.
—¿Cómo? —Bill miró a Draco, atónito, sin saber de qué se trataba todo aquello.
—David ya sabe todo. Severus y Potter me lo regresaron —le explicó brevemente.
—Así que ya ve que no tiene nada que buscar aquí. Váyase.
—David, espera —dijo Draco, intentando tranquilizar al muchacho—. Bill no está aquí por lo que crees. Él es mi amigo.
David ahora clavó los ojos en Draco.
—¿Cómo que tu amigo? Él fue quien me apartó de ti, ¿acaso no recuerdas?
—Es un poco largo de contar pero todo tiene una explicación —al ver que el niño no cambiaba su actitud, miró a Bill con una muda disculpa en sus ojos plateados—. Bill, ahora necesito conversar a solas con David y explicarle algunas cosas, ¿podríamos vernos mañana? David y yo te invitamos a almorzar —al ver que el menor iba a empezar a protestar nuevamente, le puso una mano en el hombro en señal de advertencia.
El mago seguía confundido con la situación, pero entendió que Draco tenía razón, era claro que esos dos tenían mucho de qué hablar. Ya al día siguiente su rubio le explicaría todo.
—Sí, es mejor que me vaya. Además, ya es muy tarde —miró a Draco y a David y sonrió—. Buenas noches.
—Papá, ¿cómo es eso de que ese hombre es tu amigo? —le reclamó el muchacho en cuanto la puerta se cerró detrás de Bill—. Demonios, ese hombre es el culpable de todo.
—David, ¿qué te he dicho sobre maldecir? —le reprendió Draco.
—Perdón, papá, pero es que no entiendo.
—Ven —pidió el hombre mayor, conduciéndole hasta un sofá frente a la chimenea. Cuando ambos estuvieron cómodamente sentados, empezó su explicación—. Bill es detective privado. Tus verdaderos padres —David hizo una mueca de desagrado pero no dijo nada— le contrataron hace diez años para buscarte. Él sólo estaba haciendo su trabajo, David.
El niño quedó unos momentos pensativo y al fin habló.
—Vale, eso lo puedo entender, ¿pero por qué es tu amigo? ¿Por qué estaba aquí, esperándote?
—Él me ha ayudado mucho en el Ministerio. Estuvo en los interrogatorios y medió para que no fueran muy agresivos conmigo. Además —sus ojos se entristecieron repentinamente—, me ayudo a encontrar el lugar donde estaba enterrado mi bebé.
—¿Hizo eso?
—Aja —confirmó Draco, moviendo la cabeza en señal afirmativa—. Me ha apoyado mucho, de verdad.
El niño miró fijamente el rostro de su padre, que se había ruborizado ligeramente. Luego sonrió con picardía.
—Te gusta, ¿cierto?
—Sí —confesó Draco luego de una pequeña duda y su rubor aumentó ligeramente.
—¿Cuánto? —indagó el pequeño.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —dijo Draco, un tanto confundido.
—Bueno, si te gusta un poquito o te gusta mucho.
—No lo sé —musitó Draco.
—Papá, claro que lo sabes —musitó David, inclinándose y besando su mejilla—. ¿Es como esos señores con los que saliste en Auckland? —Draco no dijo nada—. ¿Es más? —el hombre rubio asintió en silencio—. ¿Cómo lo que sentías por… Blaise?
Draco se quedó mirando a David, pensando que ya era todo un hombrecito. Ellos siempre habían tenido plena confianza uno en el otro, eran grandes amigos, y dentro de la discreción natural debido a la edad de su pequeño, siempre le había contado sus cosas. Respiró profundo, tratando de explicarle a David de una forma que el niño entendiera.
—Yo quise mucho a Blaise —comenzó, acariciando su pelo negro—. Él fue mi primer amor, nos casamos tan jóvenes. Sabes, entonces no era el Blaise que tú conociste, era muy alegre y cariñoso —hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Pero fue un amor juvenil que no pudo madurar, el mismo Blaise se encargó de matarlo. Lo de Bill… no sé, en cierta forma lo siento como más real, con él me siento protegido, querido. Yo sé que parece raro porque nos conocemos hace muy poco, pero lo siento así.
—A mí no me parece raro —comentó David.
—¿A ti… —Draco dudó un segundo, antes de continuar—… te molesta la idea de que él y yo estemos juntos? Porque si es así yo…
—No, no papá —David sonrió y se abrazó al hombre—. Tú has estado muy solo todos estos años.
—No he estado solo, te he tenido a ti —replicó, abrazando con fuerza a su pequeño.
—Sí, pero yo soy tu hijo, y sé que los adultos necesitan otro tipo de afecto.
—¿Entonces? ¿Me das permiso?
—Bueno, en principio sí, pero conste que es tentativo —rio el pequeño—. Ese señor no las tiene todas conmigo todavía. Va a tener que portarse muy bien para que lo apruebe al final.
—Pobre Bill —musitó Draco, fingiendo un aire compungido—. Creo que va a sufrir mucho en un futuro próximo.
Con una carcajada, padre e hijo se abrazaron con fuerza, disfrutando la bendición de estar juntos una vez más
Las semanas siguientes probaron cuan ciertas habían sido las palabras de Draco. Bill Weasley se había visto sometido a innumerables ‘pruebas’ que David evaluaba muy seriamente y de las que el pelirrojo había salido airoso. A los pocos días, ya era considerado uno más de la familia. Bill les había ayudado a elegir una buena casa, más pequeña que la de St Albans pero mucho más bonita y acogedora; les había acompañado a elegir los muebles e incluso hizo importantes sugerencias para la elección del mobiliario de la recámara principal, ante la divertida mirada de David, quien por primera vez veía que su padre aceptaba sugerencias sobre un asunto tan íntimo.
También había ayudado en el jardín, cavando hoyo tras hoyo al estilo muggle, pues Draco insistía que así era mejor para que las plantas enraizaran fuertes. Junto con Draco, había comenzado a dar a David clases a fin de prepararle para su ingreso a la escuela de magia al siguiente año y había pasado interminables noches asando malvaviscos y contando historias de su vida en Egipto, algo que tenía fascinados tanto a David como a Draco, o viendo películas infantiles en el DVD muggle de la casa.
Y todas las noches, sin falta, había acompañado a Draco a arropar a David y esperado junto a él hasta que el muchachito se dormía con una sonrisa de felicidad en sus labios. Y muchas de esas noches, en lugar de regresar a su frío apartamento, el cielo se abría ante él y podía acompañar al rubio a su habitación y hacerle el amor hasta caer extenuado.
Y así, poco a poco, fue haciéndose tan indispensable en la vida de padre e hijo, que para finales de noviembre fue invitado a vivir en la nueva casa de una manera permanente. Y por supuesto, aceptó.
Esos meses, que para Draco, Bill y David habían sido tan felices, para Harry y Severus habían sido un verdadero infierno. Pese al amor y el apoyo que le brindaba toda la familia, extrañaban a su hijo terriblemente y cada día se preguntaban si el pequeño alguna vez aceptaría tener algún tipo de relación con ellos.
Pero conforme pasaba el tiempo, esa esperanza era cada vez más débil. Por Bill, habían averiguado que Draco había hecho varios intentos por hablarle de ellos y hacer que el niño les perdonara y aceptara verles, pero todo había sido inútil. David se negaba rotundamente a tener ningún tipo de contacto con ellos y Draco no quería presionarle más sobre ese tema.
Y Severus y Harry se morían por verle.
Al fin, Bill había convencido a Draco para que les permitiera ver al niño, aunque fuera de lejos. Y por eso, allí estaban Harry y Severus, ocultos tras un árbol de un parque muggle, esperando impacientes la llegada de su hijo, mientras Severus recordaba con tristeza una situación semejante ocurrida muchos años antes, sólo que en aquella oportunidad los que esperaban eran Alex y él, y el esperado era Harry.
—Mira, allí están —la voz de Harry sacó a su pareja de sus reflexiones—, vienen por el camino de la derecha.
Severus miró hacia donde Harry le indicaba y se quedó observando extasiado.
—Está hermoso —murmuro, mientras de forma instintiva tomaba a Harry por los hombros y le apretaba junto a él—. Si hasta parece que creció.
—Sí, está más alto —confirmó Harry—, y se ve tan feliz —musitó, al ver que el niño reía por algo que decía Bill en ese momento—. Parece que se lleva muy bien con Bill —dijo con tristeza, antes de agregar casi para sí mismo—. ¿Por qué con él sí puede reír y ser feliz y con nosotros no?
—Shhh, amor, no sufras. Entiende que para él es difícil acercarse a nosotros.
—Pero no entiendo por qué, Sev. Malfoy le explicó, según Bill ha hecho serios esfuerzos por tratar de que nos acepte, ¿por qué nos sigue rechazando?
—No sé, amor. No sé —contestó el hombre con desaliento.
—¿Y si nos acercamos? Tal vez si le hablamos, si le hacemos entender que le queremos, que todo lo que hicimos…
—No podemos y lo sabes. Si hacemos eso, Chris y Draco podrían molestarse y colocaríamos a Bill en una situación difícil. Recuerda que él es nuestro único contacto con nuestro niño.
Sin poderlo evitar, aunque se había prometido mil veces ser fuerte, Harry se inclinó sobre el pecho de Severus y lloró suavemente, en un amargo sollozo de tristeza e impotencia infinita.
Draco, Bill y David decidieron pasar las fiestas navideñas esquiando en una pequeña villa de los Alpes Suizos. Aunque el pelirrojo hubiera amado poder llevar a los que llamaba ‘sus chicos’ a la Madriguera y pasar esos días tan especiales en familia, sabía que era de todo punto imposible. Allí también iban a estar Harry, Severus y el resto de la familia, y todavía no era el tiempo propicio para que David enfrentara un encuentro de ese tipo. Internamente, Bill rogaba porque algún día lo fuera.
A pesar de todo, habían pasado una Nochebuena muy hermosa. Habían cenado con los otros residentes del hotel muggle en que se encontraban y luego habían ido a sus habitaciones, donde debajo de un hermoso árbol se encontraban una buena cantidad de regalos, la mayoría de David.
El niño había recibido con alegría no sólo los regalos de parte de Draco y Bill, sino también los provenientes de Arthur, Molly y el resto de la familia Weasley. Al final, cuando ya había abierto todos los paquetes y lucía una sonrisa cansada y feliz, Draco sacó un pequeño paquetito envuelto en papel plateado y con un hermoso lazo rojo y llamó al pequeño.
—David, hijo, ven acá.
El chico acudió obediente y se plantó delante de su padre, quien estaba sentado en un diván con Bill a su lado.
—¿Si, papá?
—Escucha, éste es un regalo muy especial y quiero que por favor lo aceptes —musitó su padre, tendiéndole el obsequio—. Lo trajo Bill, es… es de tu otra familia.
Al instante, la sonrisa del niño murió en sus labios.
—No quiero —negó con firmeza.
—No te están pidiendo nada, David —Bill trató de convencerle—. Es sólo un pequeño obsequio, algo que perteneció a tu abuela.
—No quiero —insistió el niño con terquedad.
—Escucha, amor —dijo Draco, jalando al pequeño que, a regañadientes, se sentó sobre sus rodillas—. Como te dijo Bill, Severus y Harry no te están pidiendo nada a cambio, pero para ellos es muy importante que conserves esto. ¿Por qué no lo abres y luego decides?
Cediendo finalmente ante la insistencia de Draco, David desenvolvió el paquete y sacó una cadena con un medallón, que estaba rodeado por ocho esferas pequeñas.
>>Éste medallón perteneció a la madre de mi padrino Severus —continuó explicándole Draco—. Cuando yo era pequeño me lo mostró una vez. Verás, su mamá murió cuando mi padrino era muy chico, casi no pudo disfrutar su amor, y esto fue lo único que le quedó de ella. Por eso es tan importante para él.
—Con más razón, yo no puedo tenerlo —el niño tendió el medallón a su padre con mano temblorosa—. No es mío.
—Sí lo es, porque él quiere que lo tengas —dijo Bill—. De verdad, es muy importante para ellos.
—Sabes, hay mucha magia en él, magia de amor —continuó Draco con voz suave—. Si lo tomas en tu mano y lo aprietas contra tu corazón pensando en una persona a la que quieras mucho, una de las esferas se iluminará y una imagen de esa persona aparecerá en la esfera, tal y como la estás imaginando, y entonces quedará ahí permanentemente. Así podrás tener junto a tu corazón los rostros de quienes amas.
—¿Por qué no haces la prueba? —sugirió Bill.
Fascinado ante lo que le estaba contando Draco, David olvidó por un momento de donde procedía el medallón, así que lo puso contra su pecho y pensó en el hombre al que siempre había considerado su padre. Al momento, una de las esferas empezó a adquirir un resplandor rosado. Cuando el resplandor se fue, el rostro sonriente de Draco Malfoy le miraba desde la esfera.
—Sí es mágico —dijo el niño, entusiasmado—. Es tu rostro, tal como lo estaba imaginando.
—Prueba de nuevo —sugirió el mago rubio.
Lo volvió a hacer y esta vez apareció la imagen de un sonriente Bill.
—Es genial —comentó encantado.
—Y tienes seis espacios más —comentó un sonriente pelirrojo, emocionado porque David hubiera pensado en él para unirlo al medallón.
El niño quedó un buen rato pensativo
—Pero no tengo a nadie más a quien poner —comentó finalmente, con tristeza.
—Sí tienes y lo sabes, aunque todavía no estés dispuesto a admitirlo ni siquiera ante ti mismo —le dijo Draco, sabiamente—. Conserva el medallón, hijo, y estoy seguro que antes de lo que imaginas, todas las esferas van a estar llenas de rostros sonrientes.
David se quedó mirando fijamente a Draco y al final movió la cabeza, denegando.
—No lo creo, papá —musitó con pesar—. Conservaré el medallón por complacerte, pero no creo que ninguna otra de las esferas vaya a iluminarse.
Y sin otra palabra, dio media vuelta y abandonó la habitación.
—¿Qué voy a hacer? —musitó Draco, arrebujado en los brazos de Bill, mucho rato después de que el niño partiera—. ¿Sabes?, soy egoísta. Si sólo se tratara de Severus y Harry, no me alegraría, por supuesto, pero tampoco me importaría mayormente. Pero conozco a mi hijo, sé que esto le está afectando y que hasta que no sea capaz de aceptar a su otra familia, no va a ser verdaderamente feliz. Pero no sé qué hacer para lograr que eso suceda.
—Dale tiempo, amor —acurrucó a Draco junto a él—. Deja que entienda que el hecho de amarlos a ellos no quiere decir que te va a amar menos a ti. Entonces lo aceptará.
—¿Crees que eso sucederá algún día?
—Estoy seguro que antes de lo que imaginas. Y si no, siempre puedes usar terapia de choque.
—¿Terapia de choque? ¿A qué te refieres?
—Simple. En agosto cumplirá once años y le toca ir a una escuela de magia, ¿no?
—Claro, sabes que ya tiene su cupo asegurado en Durmstrang, lo solicité el mes pasado y está muy entusiasmado con eso.
—¿Y qué tal si en lugar de a Durmstrang lo envías a Hogwarts?
—¿Te volviste demente? Conozco a David, si hago eso se desatará el infierno.
—Lo dicho, terapia de choque —terminó Bill con una sonrisa malevola. | |
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