La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 11. Se descubren las verdades

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 11. Se descubren las verdades     ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 11. Se descubren las verdades  I_icon_minitimeMar Ago 25, 2015 4:41 pm

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Bill llevaba un buen rato al lado de la cama de Draco. El medimago había accedido a quitarle las pociones para dormir, pero aun así se requería un rato para que despertara.

Levantó una mano y apartó un rizo rubio de la frente del enfermo; se sentía tan suave. No entendía cómo ese hombre despertaba tanta ternura en su interior, especialmente ahora que sentía que no era el canalla que todos pensaban. Verle así, indefenso, le incitaba a protegerle, a borrar hasta el más mínimo sufrimiento de su vida.

—Merlín, ¿qué me está pasando con Malfoy? —susurró suavemente.

De pronto, un leve movimiento le alertó que el durmiente empezaba a despertar. Poco después, las pestañas empezaron a moverse y los párpados a abrirse perezosamente, revelando unas lagunas plateadas que a Bill se le antojaron maravillosas.

“Bien, Bill” , pensó el pelirrojo, suspirando. “Prepárate para la explosión y que Merlín te  ayude”

Luego de un corto tiempo, Draco se fijó en él y la confusión que había en su mirada se transformó en furia.

—¿TÚ? —exclamó, tratando de incorporarse, pero Bill le detuvo por los hombros—. Suéltame, maldito, y dime qué hiciste con mi niño. Quiero que me devuelvas a mi hijo y ya, o te juro que no descansaré hasta matarte como la alimaña rastrera que eres.

—Malfoy, será mejor que te tranquilices. El medimago dijo que no debes alterarte.

—Al demonio con eso —Draco se retorcía intentando liberarse del agarre del pelirrojo—. Suéltame, maldita sea, y dime dónde está David.

—Si no te tranquilizas van a tener que dormirte de nuevo —le advirtió Bill.

Quizás fueran esas palabras, o quizás que simplemente el forcejeo le había agotado, pues Draco dejó de luchar y se derrumbó en la cama

—Así nos entenderemos mejor —comentó Bill, sonriendo.

Draco se giró hacia él y le fulminó con la mirada. Reflexionó un momento, respiró profundamente, y finalmente habló:

—¿Son mortífagos, verdad? —inquirió, mientras apretaba los dientes—. Blaise tenía razón, planearon todo esto para vengarse de mí. Incluso lo de mi padrino —se detuvo otro momento como analizando la situación. Al fin, musitó, casi como si hablara consigo mismo—. Por supuesto, poción multijugos. Alguien se la tomó y se hizo pasar por Severus, ¿verdad?

—El que trate de hacerse el demente no le va a servir de nada. Sabe bien que ya no quedan mortífagos en Inglaterra.

Draco se giró precipitadamente hacia el lugar de donde provenía la voz, para encontrarse con un mago alto y de piel oscura, el mismo que le había interrogado la primera vez.

—Anderson, creo que quedó claro que yo conduciría el interrogatorio, ¿no? —advirtió Bill. El auror lució realmente molesto pero no le contradijo. Sin transición, el pelirrojo regresó su atención a Draco—. Sobre tu pregunta, no, no somos mortífagos. Como dice el auror, los últimos mortífagos renegados fueron atrapados hace varios años y están todos encerrados en Azkaban, condenados a cadena perpetua.

—No se preocupe, Malfoy. Pronto se les unirá —comentó el auror con una sonrisa de suficiencia. Bill le lanzó una mirada de advertencia, pero en lugar de reclamarle nuevamente, le habló a Draco.

—Mira, Malfoy, por el momento todas las pruebas están en tu contra, y casi la totalidad del mundo mágico clama porque te encierren en Azkaban, al fin y al cabo el secuestrado es el hijo del ‘Salvador del Mundo Mágico’. La gente está muy sensible al respecto.

—Yo no secuestré a nadie, maldita sea, cuántas veces tendré que repetirlo —replicó Draco, furioso, clavando su plateada mirada en Bill—. David en mi hijo, mío y de Blaise, y si no me lo regresas enseguida, juro que un día te cazaré como a un perro y te mataré.

—Con amenazarme no logras absolutamente nada —comentó Bill, hablando suavemente para tratar que el otro se tranquilizara—. De hecho, en estos momentos soy el único en todo el mundo mágico que está predispuesto a creer en tu inocencia —al ver que Draco empezaba a protestar, alzó una mano y le interrumpió—. Si quieres que todo esto se solucione a tu favor, escúchame sin rechistar —al ver que parecía bajar un tanto la guardia, prosiguió:

>>Antes que nada, David Rubens no es tu hijo. Se le hicieron las pruebas pertinentes y se confirmó la verdad, es hijo de Harry Potter y Severus Snape sin ninguna clase de dudas, lo podrás comprobar en el momento que desees. Blaise Zabini —Bill se apresuró para lograr atajar una nueva protesta de Draco— lo secuestró el día que nació, dejando a Harry moribundo en un callejón oscuro; Potter se salvó de puro milagro.

—Eso no puede ser, estás mintiendo.

—No estoy mintiendo, basta mirar al niño para ver la verdad, es muy parecido a Severus Snape. Si insistes en tu posición y vas a juicio, cualquier tipo de prueba, muggle o mágica, comprobará la paternidad real, y serás condenado por secuestro. Por eso es mejor que hables y cuentes todo. ¿Qué te dijo Zabini? ¿Qué David era un niño abandonado? ¿Qué lo había comprado ilegalmente? ¿Por eso salieron tan apresuradamente de Inglaterra?

—No, no y no —contestó Draco, cuya furia se había trocado en angustia—. David es mío, lo llevé nueve meses en mi vientre, casi muero al darle a luz. Y ustedes son unos mortífagos que me quieren enloquecer.

—Si fuéramos mortífagos, ¿qué ganaríamos con hacer esto? —refutó el pelirrojo, tratando de hacerlo razonar. Cada vez era más fuerte su convicción de que ese hombre era inocente, pero necesitaba que hablase para lograr llegar a la verdad de lo que había pasado tantos años atrás—. Te hubiéramos matado al momento de encontrarte, a ti y a David, y nos hubiéramos ahorrado un montón de problemas.

—Cómo puedo saber qué pasa por sus mentes enfermas, quizás quieran hacerme sufrir antes de matarme.

—Si sigues por ese camino no vamos a adelantar nada —dijo Bill, exasperado—. Yo…

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando la puerta se abrió; un auror entró en la celda y llamó a Anderson. Después de intercambiar unas cuantas palabras, el auror salió apresuradamente.

—Creo que ahora se le va a descubrir todo el pastel, Malfoy —dijo Anderson con aire satisfecho, mirando ora a Draco, ora a Bill—. Tenemos una sorpresa para usted.

—Pero que demon… —empezó Bill, pero nuevamente fue interrumpido por la puerta al abrirse, dando paso a un hombre bajo y enjuto. Todos fijaron la vista en el recién llegado y Draco lanzó una exclamación de sorpresa. Aunque hacía diez años que no le veía, y a pesar de que el hombre parecía haber envejecido tremendamente, frente a él estaba su antiguo doctor, August Green.

—Doctor Green —musitó el rubio, conteniendo el aliento. Al fin una cara conocida que podría aclarar todo ese embrollo. Él le había atendido en el parto, sabía que David era su hijo

—Doctor Green, por favor, pase y siéntese —la voz de Anderson era de todo menos amable—. Le presento al señor Bill Weasley y supongo que ya conoce al señor Malfoy —terminó el hombre con ironía.

El medimago se sentó donde le indicaban y fijó la vista en Draco por un largo rato, como disculpándose.

>>Tengo que informarle que todo lo que se diga aquí está siendo registrado —señaló una pluma vuelapluma que se hallaba en un rincón de la habitación—. Según me dijeron, renunció al derecho de que le asista un abogado durante el interrogatorio.

Draco miró hacia el rincón que el auror señalaba y vio la pluma escribiendo a toda velocidad. Distraídamente, pensó que el dichoso artilugio debía haber registrado todo lo dicho en esa habitación desde que despertó, y también reflexionó en que a él no le habían concedido el privilegio de tener un abogado presente, pese a haberlo exigido.

Sin embargo, eso no le importó. Si era cierto que esos hombres eran aurores del Ministerio de Magia, era más que claro que estaban cometiendo un terrible error y estaba convencido que August Green aclararía la confusión. Cuando él contara todo le dejarían en libertad y le regresarían a su hijo, estaba seguro. Aunque un millón de ideas bullían en su cabeza y su corazón, y quería gritar de impotencia ante lo absurdo de la situación, se aferró a su prudencia Slytherin y se obligó a permanecer callado y escuchar, centrando su atención en el interrogatorio del medimago.

—Sí, señor —contestaba en ese momento el hombre.

—Perfecto —espetó Anderson—. Empecemos entonces. Díganos su nombre para el registro.

—Augus Albert Green.

—¿Edad?

—Cincuenta y un años.

Bill le miró, impresionado, ese hombre parecía tener al menos diez o quince años más.

—¿Nos podría comentar qué tipo de relación tiene o tuvo con el señor Malfoy, aquí presente?

—Fui el medimago que le atendió durante su embarazo y parto.

Por unos breves segundos, Anderson lució sorprendido, pero se repuso rápidamente y continuó:

—En qué época ocurrió eso.

—Hace poco más de diez años.

—¿Nos podría decir qué ocurrió durante el embarazo y parto del señor Malfoy? —esta vez quien preguntó fue Bill Weasley

—El embarazo fue normal, pero… —se detuvo un segundo y miró a Draco con tristeza—… el parto se complicó. Luché muchísimo pero al fin tuve que hablar con el señor Zabini, él debía tomar una decisión.

—¿Qué clase de decisión? —preguntó Anderson, mientras Draco se ponía rígido, pendiente de cada palabra que decía el medimago.

—Le dije que sólo podía salvar a uno de los dos, el señor Malfoy o el bebé. El señor Zabini lo pensó un momento y al final decidió que salvara a su esposo.

—¿Entonces qué pasó?

—A pesar de todo hice nuevos esfuerzos por salvar a los dos pero al final fue imposible. El bebé murió — miró a Draco con profunda tristeza.

—No, no, no —gritó Draco, tratado de levantarse mientras Billl le sostenía con fuerza contra la cama—. Eso no es cierto, no puede ser cierto. ¿Por qué está mintiendo?

Bill estiró una mano, asió un frasco con un líquido azul claro que estaba en una mesilla al lado de la cama y se lo tendió a Draco.

—¿Qué haces? ¿Qué mierda es eso? —preguntó el rubio con desconfianza.

—Una poción tranquilizante que te recetó el medimago para evitar que volviera a subirte la presión —al ver la cara de Draco, bufó—. Si quieres averiguar todo lo que pasó sin colapsar nuevamente, tómala sin chistar. Y ya deja de mirarme con esa cara, joder.

Sin dignarse a replicar, el hombre rubio se tomó la poción de un trago y fijo nuevamente su atención en August Green, mientras el auror observaba atentamente las reacciones de ambos.

—¿Está mintiendo, verdad? —miró al medimago con ojos furiosos—. Está aliado con ellos, ¿cierto? ¿Por qué demonios me hace esto?

La tristeza en la mirada del hombre aumentó.

—Créame que de verdad quisiera decirle que sí, que todo es mentira, pero no puedo —hizo una breve pausa—. Su bebé murió durante el parto.

Draco quedó mudo, y tan aturdido por la impresión y la confusión que parecía se había desconectado del mundo, aunque en realidad estaba muy consciente de todo lo que pasaba a su alrededor.

Ignorando el drama que se presentaba ante sus ojos, que para él no era otra cosa que un espectáculo muy bien montado, Anderson, impasible, siguió su interrogatorio.

—Diga qué pasó después —su tono era tan rudo que Bill se preguntó de dónde habrían sacado a ese tarado. Quiso intervenir, pero el permiso que había logrado Dumbledore se refería únicamente al interrogatorio de Malfoy, August Green era asunto exclusivo de Anderson.

—Cuando le dije al señor Zabini que el niño estaba muerto quedó impactado. Tomó el cuerpecito del bebé entre sus brazos, lo acunó y le dio un beso en la frente, mientras lloraba en silencio. Luego preguntó por su esposo y le dije que estaba durmiendo, que se salvaría pero —se detuvo un momento para mirar a Draco, quien había comenzado a llorar silenciosamente— su organismo había quedado destrozado, no podría volver a quedar embarazado. Parece que eso fue demasiado para él pues puso expresión aturdida, me entregó el cuerpecito del bebé y salió sin decir nada más.

Por un momento nadie dijo nada, al parecer incluso Anderson estaba impresionado con el relato. Al fin, fue el auror quien habló.

—Continúe.

—Zabini regresó mucho tiempo después, trayendo un niño en brazos al que había lanzado un hechizo para evitar que llorara. Yo le reclamé diciendo que en un bebé tan pequeño ese hechizo podía destrozarle las cuerdas vocales y le exigí que lo retirara de inmediato. Él obedeció y el llanto del niño despertó al señor Malfoy, quien preguntó si el que lloraba era su bebé.

Hizo una nueva pausa como si le costara continuar.

>>Zabini me preguntó si le había dicho a su esposo que el bebé estaba muerto y cuando dije que no, tomó al niño que yo sostenía, se acercó a la cama y lo puso en los brazos del señor Malfoy, como si fuera su propio bebé.

—No puede ser, Blaise no pudo haberme hecho algo tan cruel —el tono de Draco era de angustia e incredulidad.

—Si de algo le vale —comentó el medimago con voz apagada— creo que su esposo lo hizo por amor a usted. Era evidente que estaba desesperado, como enloquecido.

—¿Y por qué usted no evitó que hiciera esa barbaridad? —le preguntó Draco sin comprender.

—Sí, yo me pregunto lo mismo —agregó el auror Anderson.

—Lo hice —se defendió el medimago—. Cuando el señor Malfoy se quedó dormido bajamos al estudio y le reclamé el engaño. Cuando le pregunté de dónde había sacado al bebé, me dijo que lo había comprado en el Callejón Knocturn, en ningún momento me dijo que lo había robado.

—De todas formas usted solapaba un delito, la compra de un niño es un acto criminal —puntualizó Anderson.

—¿Acaso cree que no lo sé? Cuando me di cuenta de lo que pretendía y que necesitaba mi ayuda para hacerlo, me negué en redondo. Entonces me ofreció dinero, y como aun así me seguí negando, me amenazó.

—¿Por qué no acudió a las autoridades?

—Lo pensé, pero tuve miedo. Me mostró un dossier con información sobre mi familia. Tenía todo sobre mi vida, fotos de mis niñas y mi esposa, de nuestras amistades, los sitios que frecuentábamos, algo realmente impresionante. Las amenazó y supe que estaba hablando en serio, ese hombre estaba loco —se detuvo un segundo, buscando las palabras para continuar—. Claudiqué y firmé el certificado de nacimiento del pequeño como hijo de Blaise y Draco Zabini. Y juro que me he arrepentido cada segundo de mi vida de haberlo hecho.

—Pero en todos los medios del mundo mágico se difundió la noticia del secuestro del niño Snape —comentó Anderson—. ¿Nunca imaginó que podía haber relación entre ambos casos?

—Por supuesto que sí.

—¿Por qué no acudió a nosotros entonces? ¿Y por qué huyó? Mucha gente le estuvo buscando por esos días.

—Zabini me ordenó que saliera del país. Mi familia y yo nos mudamos a Bélgica y cambiamos de nombre, supongo que por eso no pudieron encontrarnos. En cuanto a por qué no vine a declarar, la razón es que me lanzó un hechizo de magia negra, un contrato de privacidad. Si decía algo, moriría irremediablemente.

—Igual que a Dont —comentó Bill.

—¿Y cómo es que está aquí ahora?

—Un amigo belga recibe El Profeta diariamente, vivió muchos años en Inglaterra y le quedó la costumbre de leer ese pasquín —se notaba a las claras el poco aprecio que tenía a ese diario—. Ahí apareció la noticia del rescate del niño luego de diez años, y que tenían encerrado al señor Malfoy, acusado de secuestro. Supe que tenía que venir y confesar, por el bien del señor Malfoy, y porque quizás así podría llegar a aliviar mi conciencia, al menos en parte.

—¿Y no le dio miedo morir por el contrato? —indagó el auror, queriendo atraparlo en un desliz.

—También leí que el señor Zabini estaba muerto, y como usted debe saber muy bien, el contrato de privacidad se termina en cuanto muere el mago que lo lanzó —al ver la duda en el rostro de Anderson, continuó—: Estoy dispuesto a ser interrogado con veritaserum o bajo el medio que quieran para confirmar que lo que digo es completamente cierto.

Antes que Anderson pudiera contestar, Draco se levantó de la cama, y esta vez Bill no hizo nada por detenerle. Aunque había dejado de llorar y su rostro estaba completamente inexpresivo, para él era evidente que el hombre rubio al fin había aceptado la verdad. Caminó lentamente hasta el lugar donde se encontraba el medimago, y con voz ronca, preguntó:

—¿Dónde enterraron a mi bebé?

El medimago le miró un largo rato antes de contestar.

—Eso no lo sé, el señor Zabini se quedó con el cuerpo cuando abandoné la casa.

En ese momento Draco no resistió más; sus piernas empezaron a temblar de forma incontrolada y de no ser por Bill, quien le abrazó contra su cuerpo, se habría caído al suelo. Sin poderlo evitar, enterró el rostro en el pecho del pelirrojo y empezó a llorar sin control.

—Creo que por hoy ya fue suficiente —dijo Bill, aferrándole contra sí.

—Pero aún hay cosas que debemos saber —argumentó Anderson.

—Lo que sea, tendrá que esperar a mañana —el pelirrojo no cedió ni un ápice—. A menos que usted quiera explicar al medimago que atiende al señor Malfoy el por qué su paciente sufrió una nueva recaída.

El auror frunció el ceño pero sabía que tenía la batalla perdida, así que se giró hacia August Green.

—Venga conmigo, doctor, usted y yo aún no terminamos.

Y sin otra palabra, abandonó la habitación. El medimago lanzó una nueva mirada apenada hacia Draco y le siguió en silencio, sintiendo por lo menos el alivio de haber logrado descargar su conciencia.


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—No, no y no —la voz de Harry retumbaba en las paredes de piedra de su habitación—. Por más que Bill diga, no creo en la inocencia de Malfoy.

—Tampoco yo estoy muy convencido, pero debes reconocer que lo de la carta y el periódico es muy extraño —argumentó Severus.

—Tú hablas así porque es tu ahijado y quieres que salga libre de culpa de todo esto —espetó Harry, mirando furioso a su pareja—. Por eso olvidas lo que nos hizo sufrir todos estos años.

—¿Cómo puedes decir eso? —le reprochó Severus con mirada dolida—. Sabes que para mí lo más importante son tú y los niños, nunca pondría a nadie por encima de ustedes. A nadie.

Al ver la expresión de su esposo, Harry se arrepintió en el acto de sus palabras. Fue hacia el maestro de Pociones y le abrazó con fuerza.

—Perdóname, Sev —murmuró, enterrando la cara en su pecho—, pero tengo tanta rabia… y tanto miedo.

—¿Miedo? —murmuró el hombre de ojos negros, abrazando también a su esposo—. ¿De qué? —al ver que el otro no contestaba, insistió—. ¿Harry?

El hombre más joven se separó de Severus y le miró a los ojos, las esferas verdes cuajadas de lágrimas contenidas.

—No creo que Malfoy sea inocente pero ¿y si lo es? ¿Si se demuestra que no es culpable, que todo fue ideado por Zabini y…?

—¿Y?

—…y nos quitan a Chris.

Severus miró detenidamente a su pareja, entendiendo en parte su enorme miedo, pero no tenía razón de ser.

—Sin importar si Drac… Malfoy es inocente o culpable, Chris es nuestro, somos sus padres y eso no lo va a cambiar nadie.

—Pero él le crió todos estos años, Chris le ama, ¿y si es inocente y pelea porque se lo regresemos?

—Ya amor, aunque hiciera eso no va a conseguir nada. Chris es nuestro hijo y de ahora en adelante va a permanecer con nosotros, en su verdadero hogar. Pero entiende que si Malfoy es inocente de todo esto, sería cruel culparle y condenarle.

—Lo sé, lo sé.

—No te preocupes, todo va a salir bien, ya verás

—¿Me lo prometes? —preguntó Harry, casi como si fuera un niño pequeño

—Te lo juro, amor —musitó el hombre con una sonrisa, antes de bajar la cabeza y cubrir los labios de su esposo en una tierna caricia, donde compartía todo el amor y la inquietud que les unía en ese momento.


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Draco se miró en el espejo del baño y sonrió con tristeza. El reflejo le mostró el rostro ajado, los ojos rojos e hinchados y unas enormes ojeras. Separó la mirada del espejo y salió a su celda, porque sin importar lo cómoda y agradable que pareciera era sólo eso, una celda.

Caminó hacia una mesita donde estaba colocada una bandeja con su desayuno, y debió reconocer que era mucho más abundante y apetitoso que los alimentos que le habían suministrado el día anterior.

—Al parecer ya empezaron a aceptar que no soy tan culpable como pensaban —musitó con ironía en voz alta, hablando hacia la nada.

Tomó una tostada, le untó mantequilla y caminó hacia la cama, dejándose caer en el mullido colchón mientras mordisqueaba la rebanada de pan. Había pasado una noche infame. Pese a la poción que le había obligado a tomar el insufrible del Weasley, no había podido pegar un ojo en toda la noche. Una tras otra, todas las verdades que el día anterior salieran a la luz se repetían sin parar en su cerebro, mezclándose como si de un calidoscopio loco se tratara.

Ahora muchas de las actitudes de Blaise cobraban innegable sentido ante sus ojos. Su evidente despego y falta de amor hacia su niño. Su nerviosismo constante. Las salidas hacia otra habitación cada vez que le llamaban por teléfono. Su drogadicción. Su… suicidio.

¿Pero cómo había sido capaz de hacer algo tan horrible como lo que había escuchado el día anterior? Secuestrar al hijo de su padrino y dejar a Potter desangrándose en la calle. Y a él, hacerle creer que su padrino, la única familia real que le quedaba y a quien consideraba casi como un padre, había muerto. Permitirle vivir aterrado con el miedo de que los mortífagos pudieran hacerle daño a su pequeño. Negarle incluso el derecho de visitar la tumba de su hijo muerto. Y lo de Pansy, ¿también sería mentira? ¿Qué clase de demente había sido su esposo?

¿Y su padrino? Con razón le había tratado con tanto odio, considerando que creía que había secuestrado a su bebé. Pero él le conocía, aparte de Blaise su padrino era la única persona a quien había mostrado su alma al desnudo, ¿por qué ni siquiera le había dado la oportunidad de defenderse?

Su mano derecha estaba destrozando la humilde rebanada de pan, pero perdido en sus reflexiones, Draco ni siquiera se había dado cuenta. Se levantó de la cama y siguió sumido en su propio mundo de desesperación y dolor.

Y su bebé. Su pequeño y hermoso bebé, a quien había llevado por nueve meses dentro de él, amándolo hasta el infinito. Ni siquiera había podido darle un beso antes que se lo llevaran, o abrazar su pequeño cuerpecito para darle un último adiós y prometerle que le recordaría por siempre. Porque incluso ese recuerdo le había arrebatado la locura de Blaise.

Y su niño, su pequeño David. Eso era lo que más le desesperaba. Sin importar cómo hubiera sucedido, sin importar lo que el mundo entero dijera, David era su hijo. Él le había amado desesperadamente desde el primer momento que le vio, había sido su vida y su sostén durante los últimos diez años. Y ahora se lo arrebataban. Había perdido un hijo que no pudo conocer y también perdería el hijo que quería con el alma. Eso no sería capaz de resistirlo, si le quitaban a David moriría porque ya no le quedarían motivos para seguir viviendo, ni uno solo.

Se acercó a la bandeja del desayuno y con un manotazo de rabia derramó todo su contenido, antes de caer de rodillas al suelo, llorando desconsoladamente y musitando con voz ahogada por el dolor:

—David, hijito, ¿dónde estás?




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