La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 2. Los medios no interesan, lo importante es el fin

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 2. Los medios no interesan, lo importante es el fin   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 2. Los medios no interesan, lo importante es el fin I_icon_minitimeSáb Jul 11, 2015 1:22 pm

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—Vaya que estuvo duro esta vez —musitó un cansado Remus mirando a un igualmente agotado Severus. Ambos se habían aparecido en un parque cercano, y estaban caminando el corto trecho que los separaba del edificio en que vivían Harry y Severus. Al llegar a éste, la calle parecía desierta. Ninguno de los dos se fijó en la pareja de muggles que miraba hacia el callejón cercano

—Sí, la pelea duró demasiado tiempo —dijo Severus, mientras abría la puerta de entrada, cediéndole el paso a Remus. Luego de cerrar tras ellos,  casi corrió hacia el pie de las escaleras, mientras continuaba hablando—. No me gusta que Harry se haya quedado tanto tiempo solo.

—No te preocupes, seguro está durmiendo a pierna suelta —de repente arrugó el ceño, ligeramente dudoso—. ¿Crees que es buena idea que viniera a esta hora?  Si Harry duerme voy a importunar.

—No digas estupideces —replicó el mago de cabello oscuro, girándose a mirarlo—. En primer lugar, tú eres de la familia, para Harry y para mí eres como su padrino  y en casa siempre eres bienvenido, sin importar la hora —una suave sonrisa asomó a los labios de Remus, quien iba a imaginar que Severus le diría eso algún día—. En segundo lugar, te apuesto que tu ahijado está pegado a la puerta, esperándonos. Y en tercer lugar —miró a Remus, endureciendo la expresión —creo que eres el más indicado para decirle que Bellatrix ya no va a ser más que un mal recuerdo.

—Tonta forma de morir —reflexionó Remus—. A manos de un simple novato, un recién salido de la Academia de Aurores. La vida es irónica.

—Definitivamente —concordó Severus, mientras metía la llave en la cerradura de su puerta—. En todo caso, mentiría si te dijera que no es un alivio que esa mujer por fin haya desaparecido de nuestras vidas.

Severus abrió la puerta y un mal presentimiento le golpeó como si de algo vivo se tratara. El silencio apabullante y la patente quietud no eran normales.

De inmediato se puso en guardia y sacó la varita. Remus, sin entender muy bien la actitud de Severus, pero condicionado por la costumbre, empuñó su propia varita.

—Harry no está aquí —musitó Severus.

—¿Cómo lo sabes? —indagó Remus, pensando que lo más probable era que Harry estuviera dormido en el cuarto.

—Simplemente lo sé.

Mientras Severus se alejaba a inspeccionar el cuarto principal, Remus fue a investigar en la cocina.

—No está —comentó cuando volvió a encontrarse con Remus en la sala—. Ni en los cuartos ni en los baños.

—La cocina y el trastero también están vacíos.

—Merlín, qué pudo pasar —musitó Severus, mientras revisaba la sala tratando de buscar algo que le diera una señal de qué podía haber pasado con su esposo—. ¿Y si el ataque fue una trampa? —miró a Remus sin poder ocultar su angustia—. Todavía hay muchos mortífagos que darían lo que no tienen por matar a quien terminó con su Señor.

—No lo creo —Remus continuaba buscando alguna pista—. No hay señales de violencia. Si hubieran intentado secuestrarlo, Harry se hubiera defendido y… espera, mira esto.

Severus, con mano imperceptiblemente temblorosa, tomó la nota que le tendía su amigo.

Sev, tengo contracciones.
No puedo esperar. San Mungo
                              Harry


—Mierda, Harry entró en parto —y con una exhalación fue a la chimenea, para encontrarse que no quedaba ni una pizca de polvos flu—. ¿Pero cómo es posible? —maldijo entre dientes y se precipitó escaleras abajo, seguido de cerca por Remus. Al llegar a la calle, la pareja del callejón ya se había transformado en un pequeño grupo de personas que hablaban muy nerviosas.

“Mejor, así nadie notará que desaparezco”

Y como una exhalación, partió con dirección a San Mungo.

Cinco minutos después, apareció de nuevo frente al edificio, un profundo surco de preocupación cruzando su frente. Miró alrededor como buscando algo.

—Maldición, Remus, ¿dónde estás? —musitó, antes de empezar a gritar—. REMUS.

Giró la cabeza al callejón, ahí seguía esa gente y hablaban y miraban nerviosos, al parecer algo ocurría allí. Entonces un nuevo presentimiento atenazó su corazón. ¿Y si…?

Corrió hacia el callejón y todos sus malos presentimientos se volvieron realidad. Remus estaba inclinado sobre el cuerpo de Harry y estaba practicando técnicas de resucitación. Bajo el joven, un inmenso charco de sangre se hacía cada vez más grande.

Miles de ideas rondaron en el fondo de la mente de Severus. ¿Harry estaba vivo? ¿Por qué estaba sangrando? ¿Dónde estaba su bebé? Sin embargo, ninguna de ellas lograban alcanzar a su consciente, que seguía allí parado, con los ojos fijos en la figura caída de su esposo, sin poder reaccionar… sin siquiera poder respirar.

—Severus —la voz de Remus le llegaba de un lugar muy lejano, abriéndose paso a través de la bruma que era su mente—. ¡Severus, por Merlín! ¡Reacciona!

De repente, toda la situación estalló en su cerebro y el mago regresó a la realidad. Corrió hacia su pareja y, arrodillándose a su lado, puso el torso de Harry sobre su regazo.

—Cuando llegué no respiraba —musitó Remus, mientras las exclamaciones de horror y desconfianza de los muggles curiosos que se habían ido congregando alrededor se hacían cada vez más fuertes y expresiones como ‘¿Cómo puede estar sangrando por ahí?’ ‘¿Dónde demonios hay una ambulancia cuando se la necesita?’ o ‘Hay que llamar a la policía’ se sucedían sin cesar—. Tuve que aplicarle resucitación. Su pulso es muy débil pero está estable —la gente empezaba a zarandearlos y decirles que dejaran el muchacho y esperaran a la ambulancia. Perdiendo la paciencia, Severus alzó la varita y musitó un hechizo; al momento, todos quedaron petrificados.

>>Al Ministerio no le va a gustar esto —Remus miró a los muggles con el ceño fruncido— pero debo reconocer que es mejor así —puso la mano sobre el brazo de su amigo—. Severus, Harry está grave, ha perdido mucha sangre. Debes llevarlo de inmediato a San Mungo.

Severus asintió y empezaba a acomodar a su pareja entre sus brazos para llevarlo al hospital cuando se congeló.

—Remus, ¿y mi bebé? Tenemos que buscarlo, puede estar malherido y es muy pequeño, no puede defenderse.

—No te preocupes, Severus, yo lo buscaré —prometió Remus—. Llamaré a la Orden del Fénix y te aseguro que entre todos vamos a encontrarlo enseguida —le dio una débil sonrisa de aliento—. Ahora ve, Harry debe ser atendido con urgencia.

Levantando el cuerpo de su pareja con mucho cuidado, Severus se alejó del grupo de muggles petrificados y desapareció.



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Blaise se apareció frente a su casa con el bebé en brazos y luego de lanzarle un hechizo para que no se escuchara su estridente llanto, que estaba a punto de volverlo loco, entró sin que nadie lo notara. Necesitaba pensar y decidir qué iba a decir y qué no diría jamás. Luego de media hora ya tenía todo planificado.

Sabía que Harry había quedado en mal estado, pero a estas alturas eso era algo que no revestía la más mínima importancia para él, su espíritu quebrantado había traspasado la línea que dividía el bien del mal y lo único que podía pensar era que había hecho lo correcto, lo que debía hacer para garantizar su felicidad y la de Draco. Si Harry Potter fallecía en el proceso, peor para él.

Decidido, subió a su habitación, donde seguramente estaría el doctor Green atendiendo a Draco. Miró al bebé en sus brazos. Los gestos de la cara indicaban que tenía un berrinche monumental y pensó distraídamente lo maravilloso que era ese hechizo para quitar la voz.

Cuando el medimago escuchó la puerta abrirse, se giró en redondo y se apresuró a su lado.

—Al fin llega — dijo, enfadado—. Tiene que… —se interrumpió al ver al pequeño en brazos de Blaise, que movía desesperado los bracitos y la cabeza—. ¡Por Merlín, qué hizo!

—Sólo un hechizo para que se callara.

—¿Cómo se le ocurre? —el instinto sanador del medimago estaba horrorizado ante semejante locura—. Es muy pequeño, un hechizo como ese puede destrozarle las cuerdas vocales de manera irremediable —miró a Blaise con dureza y tomó al niño en brazos—. Deshágalo de inmediato.

—Por supuesto.

En cuanto Blaise alzó la varita y lanzó el contra hechizo, los berridos de angustia de la criatura llenaron toda la habitación.

—¿Es mi bebé? —la voz de Draco fue muy leve pero Blaise la captó enseguida.

—¿Despertó? —Blaise miró al mago, interrogante.

—Hace una media hora.

—¿No le habrá dicho que nuestro bebé murió, verdad? —preguntó con brusquedad, mientras aferraba al medimago por el pecho de la túnica.

—Por supuesto que no —replicó el hombre—. Eso es algo que usted debe informarle.

—Bien —Blaise soltó la túnica del mago—. Bien.

—Blaise —esta vez la voz de Draco era más firme—. Blaise, mi bebé está llorando, déjame verlo.

Sin mucho miramiento, Blaise arrebató el niño de los brazos del medimago y se dirigió a la cama. Arrodillándose a un lado, acomodó el pequeño bulto sollozante en los brazos del rubio. Draco lo cobijó en su cálido seno y empezó a murmurar suaves palabras cariñosas, y como si fuera un milagro, los sollozos del bebé comenzaron a decrecer, hasta que al fin sólo fue un leve gemido lastimero.

—Pobrecito mío, ¿extrañabas a tu papi, verdad? —Draco acarició levemente la rosada carita y el pelito negro—. Viste Blaise, sacó tu color de cabello —levantó la mirada hacia su pareja y sonrió—. Estoy seguro que va a ser tan guapo como tú, con todo ese encanto Zabinni.

—Y con toda la elegancia aristocrática Malfoy —Blaise sonrió y le dio un suave beso.

—Gracias, mi amor —musitó Draco sobre sus labios—. Gracias por darme un niño tan hermoso.

Ante esas palabras, una leve punzada de culpa golpeó el corazón de Blaise, pero la desechó enseguida.

—Ahora es mejor que descanses —susurró, dándole un tierno beso—. El parto fue muy difícil y estás agotado.

—Pero no lo apartarás de mi lado mientras duermo, ¿verdad? —suplicó Draco, mirando al pequeño bebé, que se había quedado dormido en sus brazos.

—No lo apartaré.

—¿Y tu tampoco te irás, verdad?

—Sólo unos momentos mientras arreglo unos asuntos pero te prometo que regreso enseguida.

Con una sonrisa de satisfacción ante la promesa, Draco cerró los ojos y pronto dormía plácidamente.



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—Severus, ¿cómo está Harry? —preguntó Remus, sentándose al lado del hombre que esperaba angustiado en la salita de espera de la zona de emergencia, con el rostro hundido entre las manos.

Severus levantó la cabeza lentamente, los ojos rojos y enfebrecidos a duras penas contenían las lágrimas acumuladas por la desesperación.

—No lo sé —la voz ronca era casi un sollozo—. Desde que se lo llevaron no han venido a decirme nada —miró a Remus con una súplica agónica—. Por favor, dime que encontraron a Christopher.

—Hasta ahora no aparece —el licántropo puso una mano confortante en el hombro de Severus—. La Orden en pleno lo está buscando y un montón de aurores también. Verás que lo encuentran de un momento a otro.

—¿De un momento a otro? —la voz de Severus rugió de rabia contenida—. Mi niño es un bebé indefenso, en ese breve momento puede morir —se levantó bruscamente y empezó a pasear por la habitación—. Merlín, ¿por qué tuve que ir a esa maldita misión y dejar solo a Harry? —se reprochaba iracundo—. Él me dijo que no se había sentido bien en el día, ¿por qué demonios no me quedé a su lado? ¡Maldita sea la Orden y todos los Mortífagos! —se tiró en su silla y volvió a hundir la cara entre las manos—. Si Harry o mi bebé mueren, no podré perdonarlos jamás…. No podré perdonarme jamás.

Y en ese momento toda su resistencia se quebró, y las lágrimas corrieron a raudales, libres ya de toda contención.



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—¿Me quiere explicar de qué se trató todo eso allá arriba? —el medimago lo miraba intrigado. Habían dejado al ama de llaves al cuidado de Draco y el bebé, con la firme instrucción de que, si cualquiera de los dos despertaba, los llamaran de inmediato, y ellos habían bajado al despacho para conversar.

—No sé a qué se refiere —dijo Blaise con calculada tranquilidad.

—¿Cómo que no sabe a qué me refiero? —el mago estaba indignado—. Usted le dijo a su esposo que ese niño era su hijo.

—Sólo le dije la verdad.

—¿La verdad? —el medimago respiró hondo tratando de serenarse, comprendía que ante las malas noticias las personas a veces reaccionaban de maneras  impensables—. La verdad es que su niño murió en el parto. El ocultarle la realidad a su esposo en este momento y dejarle ilusionarse con ese pequeño, sólo hará las cosas más difíciles.

Blaise se abalanzó sobre él y lo estampó contra la pared.

—Jamás, escúcheme bien —zarandeaba al medimago como si fuera un muñeco—. Jamás vuelva a repetir que ese niño no es nuestro.

—¿Pero qué locuras está diciendo? —con un gran esfuerzo, el medimago se desprendió de las manos que lo aferraban y se alejó de Blaise—. Un momento —una repentina idea iluminó su mente—. ¿De dónde sacó ese niño?

—Lo compré.

—¿Lo compró? —el rostro del medimago reflejaba su profundo asombro. Blaise rió con un graznido desagradable.

—Cuando se dice que en el Callejón Knocturn venden cualquier cosa que el dinero pueda pagar no es una exageración.

—¿Usted compró un bebé? —al sanador le parecía imposible que pudieran ocurrir cosas así, pero empezaba a entender lo que pretendía la mente trastornada del hombre frente a él—. Usted piensa hacerle creer a su esposo que el hijo que compró es suyo —más que una pregunta era una afirmación, pero, aun así, Blaise contestó:

—Bingo.

—Y  pretende que yo participe en su charada.

—Volvió a acertar.

—Está completamente loco si cree que yo voy a prestarme a eso.

—Piénselo, doctor, hay mucho dinero en juego. Miles y miles de galeones sólo por guardarme el secreto y firmar el certificado de nacimiento.

—No tengo nada que pensar —rechazó el sanador—. Yo soy un medimago, no un maldito estafador, ni por todo el oro del mundo me prestaría a algo semejante.

—Entonces lo pondré de otro modo —el nuevo tono de voz, suave y aterciopelado, sonó definitivamente amenazante—. O usted acepta la pequeña fortuna que le estoy ofreciendo y firma el certificado de nacimiento y un contrato mágico que lo comprometa a no revelar esta verdad jamás o… digamos que su salud va a sufrir mucho en un futuro próximo.

—No le tengo miedo —aunque el tono de su voz indicaba que sí le empezaba a temer y mucho.

—Es que usted no me comprende —Blaise lo soltó y se alejó, poniendo tono de tristeza. El medimago pensó que ese hombre estaba al borde de la locura—. Yo no tengo familia y siempre he anhelado una —fue al escritorio y sacó una foto y varios papeles—. No soy como usted, con su linda esposa y sus pequeñas hijas —miró la fotografía y sonrió—. ¿Cómo es que se llaman? Kate y Clara, ¿no?

—Maldito, me estuvo investigando.

—Por supuesto —arrojó los papeles sobre el escritorio y se acercó de nuevo al medimago—. Ahí está todo sobre su familia. Las amigas de su esposa, con quién juegan sus niñas, la escuela primaria a la que asisten, los horarios y lugares de las clases de piano y el ballet, lo que desayunan, almuerzan y cenan. Sé absolutamente todo de usted, hasta el más mínimo detalle.

>>Y también sé que usted es un padre amoroso y responsable. ¿Está dispuesto a arriesgar a su familia? ¿A que un día su esposa amanezca violada o sus hijas desfiguradas, todo por mantener sus altos ideales?

—Maldito, usted está loco.

—Probablemente —Blaise se sentó tras su escritorio—. Pero soy un loco con fortuna y poder, y tan desesperado que soy capaz de cualquier cosa con tal de que ese bebé aparezca como mi hijo —miró fijamente al hombre—. Estoy loco, y puedo ser un loco muy manso y generoso o uno muy, muy  peligroso, usted decide a cuál de los dos quiere enfrentarse.

El medimago miró esos oscuros y desquiciados ojos y supo que estaba hablando en serio, ese hombre haría cualquier cosa con tal de obtener sus fines. En ese momento capituló.

—Está bien —respiró profundo, sabía que los remordimientos le iban a perseguir de por vida—. Acepto.


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—¿Ya se sabe algo de Harry? —preguntó Ron, mientras Hermione se sentaba al lado de Severus y lo abrazaba. El acongojado mago bajó las defensas y permitió el consuelo que le ofrecían los cálidos brazos, antes de levantar la cabeza y mirar a Ron.

—Todavía no nos dicen nada —explicó—. Remus fue a ver si conseguía alguna información —miró a Ron con angustia—. ¿Supieron algo de mi bebe?

—Nada todavía —musitó Hermione en lugar de su esposo—. Se está revisando hasta el último rincón pero aún no tenemos resultados.

—De hecho —explicó Ron— pude escaparme porque mi jefe ordenó que un auror viniera a tratar de hablar con Harry a ver si puede explicar lo qué pasó y dónde está el niño.

En ese momento, Remus entró en la salita acompañado de un sanador alto y delgado, de unos cincuenta años. Severus se levantó de inmediato y se acercó a los dos hombres.

—Severus, el doctor Mendel es el medimago que está atendiendo a Harry.

—Doctor, por favor, ¿cómo está mi esposo?

—En estos momentos se encuentra estable. Nos costó mucho recuperarlo pues había perdido demasiada sangre; sin embargo, tiene a su favor el que es un hombre joven y fuerte. Sigue en estado crítico, pero si supera esta noche es casi seguro que se pueda salvar.

—¿Puedo verlo? —preguntó Severus, ansioso.

—Sí, pero solamente usted.

—Doctor, ¿hay alguna posibilidad de que pueda hablar con él? —tanteó Ron—. Además de su mejor amigo, soy un auror en funciones. El bebé de Harry está extraviado y no tenemos idea de dónde está. Necesitamos hablar con él con urgencia a ver si nos puede dar algún dato que nos permita encontrar al niño.

—Sí, ya el señor Lupin me había comentado algo, pero en estos momentos es del todo punto imposible. El señor Snape está inconsciente y dudo que reaccione en las próximas horas.


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—Pase, Robert —invitó Blaise al anciano que había sido abogado de la familia por más de cincuenta años—. Siéntese, por favor.

—¿A qué se debe que me llamaras tan tarde? —el mago había servido fielmente a la familia por mucho tiempo, pero nunca le había agradado demasiado el heredero menor.

—Tengo un problema y necesito su ayuda.

—¿Y no podía esperar hasta mañana?

—Definitivamente no.

Cuando Blaise terminó de contar la misma versión de la situación que había narrado a Green, el anciano exclamó:

—¿Acaso te volviste loco?

—Parece que últimamente esa es una opinión generalizada sobre mi persona.

—Quizás sea porque te comportas como desquiciado —la voz del abogado era grave—. ¿Tienes idea del delito que implica comprar un niño en el mercado negro?

—No tengo idea, pero ya está hecho y no hay marcha atrás —Blaise frunció el ceño y oscureció su mirada—. Ahora lo que necesito es que prepare los documentos para que pueda aparecerme fuera del país con el niño. Y lo necesito para mañana en la mañana.

—Aunque estuviera dispuesto a apoyarte en esta locura, que no lo estoy, esos trámites llevan mínimo una semana.

—Sé que usted puede acelerarlo. Deles dinero, amenácelos, chantajéelos, haga lo que quiera pero necesito esos papeles para mañana a primera hora.

—¿Estás seguro que lo compraste en el callejón y no lo robaste? —el hombre lo miró con cautela, no le colaba mucho el cuento que le estaba haciendo ese joven.

—Por supuesto que lo compre, pero en todo caso, a usted no debe interesarte de dónde salió el mocoso.

—Por supuesto que me importa —replicó el otro—. No pienso complicarme en un secuestro o algo parecido. La sentencia en Azkaban por ese delito es cadena perpetua.

—Eso suena raro viniendo de un ex mortífago, ¿no cree? —sin poderlo evitar, el anciano se sobresaltó—. Verá, mi padre fue más que generoso conmigo. Me cedió una serie de documentos de su época como mortífago, diciéndome que quizás algún día me podrían ser de utilidad. Creo que tenía razón.

>>Tal vez le interese saber —siguió Blaise con voz cada vez más suave— que entre todos esos documentos hay varios que no sólo le podrían llevar a Azkaban sino directo al beso del Dementor —el hombre palideció intensamente—. Ya veo que sabe a qué documentos me refiero. Creo que ahora sí podremos hacer negocios, ¿cierto? —se inclinó hacia el hombre y lo miró fríamente—. Esto es lo que quiero que haga.



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—Harry, mi amor —musitaba Severus al oído de su esposo, mientras acariciaba el negrísimo cabello del joven—. Por favor, no te mueras, no nos dejes solos a tus hijos y a mí, ¿Qué vamos a hacer sin ti?

Harry había podido superar la noche con bien, pero ya había pasado todo el día y no daba señales de despertar. El Ministerio había rastreado los bajos fondos y las guaridas de todos los malvivientes que pudieran haber sido capaces de efectuar el secuestro pero no habían encontrado ni una sola pista del paradero del niño. Nadie sabía absolutamente nada.

>>Cariño, necesitamos que despiertes para que nos cuentes qué pasó —la voz de Severus seguía su súplica acariciante—. Chris está perdido y necesitamos que nos ayudes a encontrarlo.

De repente, Severus sintió que los dedos que sostenía en sus manos empezaban a dar señales de vida.

>>Eso es, Harry. Ven a mí —le animó Severus—. Sigue mi voz, recuerda que te necesito —se inclinó y besó sus labios con ternura—. Por favor, regresa a mí.

—Sev —la voz era tan tenue que apenas se oía.

—Sí, amor, aquí estoy. Te estoy esperando.

Las espesas pestañas empezaron a moverse, mientras su propietario hacía grandes  esfuerzos por abrir los ojos. Al fin, luego de interminables minutos, logró abrirlos  y enfocar su verde mirada en Severus.

—Sev —musitó.

—Bienvenido a la vida, amor —dijo Severus con una tenue sonrisa.

Harry trató de sonreír pero no tenía fuerzas. De forma inconsciente, su mano bajó lentamente y se posó sobre su panza. Cuando sintió su vientre plano, se agitó asustado.

—Sev, mi… bebé, ¿dónde… está mi… bebé?

—Tranquilo, amor, no te agites que te hace daño —Severus lo sostuvo de los hombros para evitar que se moviera.

—Mi bebé…   de repente miró a Severus sobresaltado, mientras se acordaba de la imagen que había visto justo antes de desmayarse—. Blaise —jadeó.

—¿Blaise? —preguntó Severus, extrañado.

—Él lo… tiene…Sev. Él tie… ne a mi… bebé. Tráe…melo, por… favor —fue lo último que dijo antes de desvanecerse.



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Severus se paseaba de nuevo por la sala de espera. Los medimagos le habían sacado de la habitación mientras atendían a Harry, y él, aunque seguía muy angustiado por su esposo, sabía que tenía otras cosas de que ocuparse.

—¡Hasta que llegan! —exclamó, acercándose a Remus y Ron.

—Disculpa, Severus, estábamos verificando una pista que nos habían dado, pero fue un globo de humo —explicó Ron.

—Harry despertó —levantó una mano para detenerlos—. No digan nada, sé que están felices por nosotros, pero justo en este momento tengo que decirles algo muy importante. Blaise secuestró a Chris.

—¿Blaise? —preguntó Remus, extrañado. Ése chico había luchado en la batalla final a favor de la luz. Era un buen chico.

—Sí —confirmó Severus—. Me lo dijo antes de desmayarse nuevamente.

—Entonces vamos a recuperar a nuestro niño y enseñarle a ese tipo a no meterse con nosotros —dijo Ron y salió decidido a hacer justicia, siendo seguido de cerca por Remus.

Un par de horas después regresaron, encontrando a Severus de nuevo en la salita de espera, de nuevo acompañado por Hermione.

—Al fin llegan —dijo Severus con el alivió reflejado en el rostro—. ¿Dónde está Chris?

—Lo siento, Severus —musitó Ron.

—¿Qué pasa? ¿Acaso no era Blaise?

—Sí, el secuestrador fue él.

—¿Entonces? ¿Por qué no trajeron a mi bebé?

—Lo siento, Severus —repitió el joven. Blaise, Draco y el bebé salieron al mediodía del país con destino desconocido.



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