alisevv
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| Tema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 3. Adios Chris, bienvenido David Mar Jul 28, 2015 3:10 pm | |
| Muy lejos de Londres, Blaise Zabini observaba por la ventana de la encantadora casa ubicada en la calle Nob Hill, una de las zonas de más clase de San Francisco, mientras el sol iba cayendo sobre la tranquila calle.
Sonreía pensando que al fin lo había logrado. Era impresionante la facilidad y rapidez con que Robert Dont había resuelto todo, no en balde había llegado a ocupar un lugar tan importante en el grupo de mortífagos de confianza de Lord Voldemort. En pocas horas no sólo había solucionado todo lo de los permisos de traslado con el Ministerio, sino que les había conseguido aquella casa en pleno San Francisco muggle, identidades y documentación nuevas, y había gestionado la transferencia del dinero de sus cuentas en Suiza a un banco de la localidad.
Agradeció a los cielos que su padre fuera un hombre previsivo e inteligente y, a diferencia de la mayoría de los mortífagos, amara profundamente a su único hijo. Aún podía recordar, como si fuera ayer, la conversación que habían tenido pocos meses antes de la derrota de Voldemort.
—Pasa, hijo, siéntate —invitó Theodorus Zabini, fijando su penetrante mirada sobre su heredero.
Blaise le miró entre intrigado y preocupado. A lo largo de su vida, podía contar con los dedos de una mano las escasas ocasiones en que su padre le había citado para hablar en su estudio, su santuario privado. La última vez había sido tres años antes, para informarle que su madre tenía una enfermedad terminal y moriría en pocos meses.
Y era aún más extraño porque luego de la muerte de su esposa, Theodorus Zabini se había vuelto más taciturno de lo habitual y apenas hablaba con su hijo cuando éste iba a su casa durante las fiestas escolares. Y aunque Blaise sabía que su padre le amaba y estaba seguro que le protegería con su vida de ser necesario, hubiera podido jurar que nunca más volverían a tener una conversación lo suficientemente profunda como para necesitar ir al estudio.
La voz de su padre le sacó de sus cavilaciones.
>>Quiero que hablemos de la situación con el Señor Oscuro.
Blaise se envaró de inmediato. Él y Draco, que para entonces ya era su novio, habían estado hablando mucho sobre el tema. Draco se negaba a convertirse en mortífago, pero él no lo tenía tan claro, había muchas cosas en juego y no estaba predispuesto a renunciar a su vida cómoda y fácil por oponerse a los deseos de su padre o Su Señor.
Pensaba que su progenitor iba a darle un ultimátum, pero se equivocó de medio a medio.
>>Dumbledore y su gente son cada vez más fuertes —continuó hablando el patriarca Zabini—, y estoy convencido que al final van a vencer —miró a su hijo fijamente—. No voy a permitir que el Lord te arrastre en su caída —levantó la mano para detener lo que el joven iba a decir—. No me interrumpas, por favor —respiró profundamente y continuó—: Yo ya estoy perdido, he hecho demasiadas cosas para el Lord como para que pueda ser perdonado. Pero ése no es tu caso.
>>Quiero que te unas al bando de Dumbledore —Blaise no pudo disimular la expresión de sorpresa—. Quiero que luches a su kado y que sobrevivas —alargó el brazo y, por primera vez desde que su hijo tenía conciencia, apretó su mano con calidez, mientras una mirada de ternura llenaba sus ojos—. Quiero que vivas, hijo.
Luego de ese momento de debilidad, volvió a endurecer el semblante y retiró la mano.
>>Cuando todo acabe, tal vez los ganadores se apoderen de nuestros bienes —abrió la gaveta de su escritorio y extrajo unos papeles—. Por eso decidí proteger la mayor parte de ellos —le entregó un pergamino—. Este es el número de una cuenta en Suiza, en el mundo muggle. Es absolutamente indetectable. Te permitirá vivir cómodamente. Eso sí, por un tiempo ten cuidado y retira los fondos poco a poco, que no se note que sigues siendo un mago con dinero, porque entonces pensarán que eres peligroso y estarás en riesgo.
>>También hay unos cuantos documentos que comprometen a gente que ocupa importantes cargos dentro de la comunidad mágica, gente que tal vez no sea descubierta cuando todo esto pase. Quien sabe, tal vez algún día te sean de utilidad.
Miró fijamente a su hijo.
>>Úsalo con prudencia, Blaise, y… cuídate.
Y Blaise le había hecho caso, vaya que sí. Draco y él se habían unido a Dumbledore y habían combatido a su lado en la batalla final. Y pese al profundo rencor que le había inundado cuando su padre había sido condenado al beso del dementor y ejecutado, no lo mostró ante nadie.
Meses después de la batalla, se había casado con Draco y se habían mudado a Hertfordshire, a una casa heredada de su madre, la única propiedad de la familia Zabini en Gran Bretaña que se había salvado de la voracidad de los nuevos encargados del Ministerio de Magia. Desde entonces habían tratado de pasar desapercibidos, viviendo cómodamente pero sin lujos, esperando que el mundo mágico se olvidara de su existencia.
Cuando Draco se embarazó y vio su inmensa alegría, pensó que su vida era perfecta y su futuro prometedor y muy tranquilo, y que iban a vivir felices para siempre. No sabía cuan equivocado estaba.
—Blaise
La débil voz de Draco le sacó de sus reflexiones con tanta brusquedad como si hubiera lanzado un grito. Se apresuró hacia la cabecera de la cama y se arrodilló al lado de su esposo.
—Hola, amor —musitó, retirando un mechón rubio de su frente y acariciando su mejilla con el dorso de la mano—. ¿Cómo te sientes?
—No muy bien —contestó Draco con dificultad—. Tengo sed.
Blaise se levantó y buscó un vaso de agua. Sentándose en la cama al lado de Draco, levantó ligeramente su cabeza y llevó el vaso a sus labios.
—Bebe poco a poco, amor —le advirtió.
Luego de dar un par de sorbos, algo más animado, Draco lo miró y preguntó:
—¿David?
Hacía unos meses habían decidido que, si su hijo era niño se llamaría David, y si era niña, Grace.
—Está durmiendo tranquilo, amor, no te preocupes.
—Quiero verlo —suplicó.
—En cuanto despierte te lo traeré —le prometió el hombre de pelo oscuro.
Resignado, Draco aceptó y paseó la vista por la habitación.
—¿Dónde estamos? —preguntó extrañado, al verse en un sitio desconocido—. ¿Cómo llegamos aquí?
Blaise tragó con fuerza, había llegado el momento de empezar la mentira.
—Estamos en San Francisco —explicó, mientras acurrucaba a su esposo contra él—. Llegamos hace unas horas por medio de un traslador.
—¿Pero cómo es posible? —Draco le miró sin entender—. No recuerdo nada.
—Estabas muy débil y dormías —Blaise acarició los rubios mechones—. Tuve que traerte en camilla.
—¿Pero por qué? No entiendo —insistió, tratando de comprender lo que estaba pasando. Tomó un respiro y continuó—. ¿Por qué viajamos tan apresuradamente, cuando yo aún estoy débil y David tiene apenas horas de nacido? Pudo ser peligroso para él.
—Lo sé, pero era indispensable —Blaise rogó a los cielos o a los infiernos para que su pareja se tragara la mentira—. Severus vino anoche a visitarnos, tú estabas dormido. Me contó que esa Orden a la que pertenece, ya sabes, la del Fénix, había atrapado a un mortífago y éste había confesado que están preparando un plan para matarnos por traidores.
>>El hombre no pudo dar mayores explicaciones, ni dónde sería el atentado, ni para cuándo estaba previsto, ni quiénes lo iban a perpetrar, pero sabía que iba a ocurrir de un momento a otro. Severus me dijo que la única solución por el momento era desaparecer de Inglaterra, irnos, mientras más lejos, mejor.
>>Estuvimos barajando varias posibilidades y al fin decidimos que lo mejor era perdernos en el mundo muggle, preferiblemente en un lugar donde no llamáramos la atención. Por eso elegí San Francisco, hay una comunidad gay muy fuerte y grande, y estoy seguro que despistaremos a cualquiera que piense atacarnos.
—Pero no podemos irnos de nuestra casa, de nuestro país. Nuestras raíces están en Inglaterra y en el mundo mágico.
—Era indispensable —al ver que Draco dudaba, usó su última carta—. Piensa en nuestro bebé, él está en peligro también.
—David —musitó Draco, la voz aterrada—. ¿Crees que quieran dañarlo? —Blaise se odió por tener que preocuparlo de esa forma—. No podemos permitir que le pase nada malo —se aferró al pecho de su esposo—. Prométemelo, Blaise.
—Te lo prometo, amor. Te lo prometo. David va a estar con nosotros para siempre.
—¿Cómo que salieron del país? —la voz de Severus estaba impregnada de furia y angustia—. Se necesita un permiso del Ministerio, de magia o muggle, para sacar a un niño del Reino Unido. ¿Cómo ese maldito pudo sacar a mi bebé sin ningún problema?
—Salieron a través de un traslador —explicó Remus, intentando conservar la calma para apaciguar a Severus—. Presentaron ante el Ministerio un acta de nacimiento firmada por August Green, un ginecólogo ampliamente reconocido, donde atestiguaba que el pequeño era suyo.
—¿Y qué explicación dio ese médico? —preguntó Hermione.
—Aún no lo localizan —contestó Ron.
—Pero aun cuando hubieran presentado ese documento —planteó Severus, haciendo denodados esfuerzos por serenarse para analizar con objetividad la situación—, el Ministerio exige varios días para hacer el trámite. Christopher apenas tiene un día de nacido.
—Presentaron una carta firmada por el Ministro de Magia —contestó Remus—. De hecho, supuestamente, él Ministro en persona dio el visto bueno a través de la red flu.
—¿Cómo pudo hacer eso el imbécil de Diggori? —Severus estaba a punto de estallar.
—No fue él —la voz de Ron sonaba ronca por la rabia contenida—. Pusimos a todos los aurores en marcha y dimos veritaserum a medio Ministerio hasta que descubrimos lo que sucedió. Robert Dont mando falsificar la firma de Diggori y utilizó a uno de los empleados de planta para que se hiciera pasar por el Ministro usando la poción multijugos.
—¿Robert Dont? —Hermione se veía cada vez más extrañada—. Pero si ese anciano es un mago honesto, hasta pertenece al Wizergamut.
—Pertenece al consejo pero es de todo menos honesto —aclaró Ron—. Le interrogamos con veritaserum y no veas la de cosas que dijo —hizo una pausa y les miró fijamente—. Fue uno de los mortífagos de confianza de Voldemort. Al parecer, de esa época quedaron unos papeles muy comprometedores que están en poder de Blaise. Con eso le obligó a ayudarle.
—Pero entonces ese hombre debe saber dónde se llevaron a Chris.
—Lo sabe pero no puede decirlo, tiene un contrato mágico de privacidad sobre ese punto en particular.
Severus renegó, recordando los efectos de ese tipo de contrato.
Luego de la caída de Voldemort, los magos oscuros habían huido como cucarachas, escondiéndose en el primer agujero disponible que encontraban a su paso. Para evitar que les siguieran el rastro y les atraparan, empezaron a acostumbrarse a lanzar ‘obliviate’ a todos aquellos que se cruzaban en su camino.
Cuando el Ministerio detectó lo que estaba pasando, lanzó un decreto incluyendo el Obliviate dentro de las maldiciones imperdonables y prohibiendo estrictamente su uso so pena de encarcelamiento, e hicieron un embrujo muy complicado que permitía detectar al instante el uso de tal hechizo dentro del territorio de Gran Bretaña.
Ante esto, los mortífagos empezaron a usar los contratos mágicos de silencio, hechizos de magia oscura donde aquellos que lo recibían se veían comprometidos a guardar silencio sobre aquellos aspectos que decidía el mago que lo lanzaba, a menos que quisieran recibir una muerte lenta y muy dolorosa.
—¿Y las actas de salida del Ministerio? —insistió Hermione, sintiendo que por ahí podrían localizar a Blaise—. Ahí debe aparecer obligatoriamente el punto de destino.
—Fueron falsificadas —Ron la abrazó intentando infundirle ánimos—. Ponían Egipto como destino. Remus y yo fuimos hasta allí pero se trata de un paraje desierto, no hay una vivienda en millas a la redonda.
—¿Y ahora qué hacemos? —Severus, quien había permanecido firme tratando de encontrar una solución, se veía repentinamente derrotado.
—No te preocupes, ya el Ministerio está hablando con la INTERPOL mágica, estoy seguro que en cualquier momento tendremos noticias —Remus puso una mano en el hombro de su amigo y le miró a los ojos—. Tú debes sostener a Harry, esto va a ser muy difícil para él.
—¿Cómo sigue? —inquirió Ron.
—Está estable, pero el doctor lo va a tener dormido un par de días mientras se recupera completamente, una especie de cura de sueño —explicó Hermione.
—Tal vez tengamos suerte y cuando despierte ya hayamos rescatado a Chris, no creo ser capaz de decirle que nuestro niño ya no está en el país —musitó Severus, deseando con el alma que eso fuera así.
Todos los presentes le miraron, pensando que esa posibilidad estaba cada vez más lejana.
—Pero hay algo que no puede esperar, Severus —cuando el maestro de Pociones fijó la vista en él, Ron continuó—. Mamá me llamó, Alex lleva todo el día pidiendo hablar con ustedes. De algún modo inexplicable, intuye que sucedió algo malo; se pasó toda la tarde llorando hasta quedarse dormido.
Severus cerró la mandíbula, pensando cómo le iba a explicar a su pequeño todo lo que estaba pasando.
—¡Maldito Zabini! Juro que en cuanto caiga en mis manos, lo mato.
—¿Por qué no te callas de una vez, maldito mocoso? —mascullaba Blaise, mientras caminaba de una punta a otra la habitación del pequeño—. Si sigues llorando de esa manera, ni la poción para dormir que le di a Draco va a evitar que despierte.
Se había pasado toda la noche en vela. El bebé se había despertado cada hora y él había tenido que cambiarle los pañales, darle de comer y acunarlo a lo largo de toda la noche. Y lo peor es que, hiciera lo que hiciera, esa criatura no dejaba de gemir y sollozar, sólo se callaba el poco rato en que caía dormido de cansancio.
Ya no sabía qué hacer. Nunca le habían gustado los niños, pero conociendo lo ansioso que estaba Draco por tener hijos, había accedido de inmediato a tener uno propio, pensando que un hijo de su sangre definitivamente le iba a gustar.
Pero ese niño que mecía en sus brazos no era hijo de su sangre y le desagradaba tanto como todos los demás; o tal vez más, pues le recordaba constantemente su culpa y, aunque no quisiera confesarlo ni a sí mismo, el miedo que tenía a que le descubrieran, se lo quitaran, y Draco no le perdonara jamás.
>>Hoy mismo busco alguien que te cuide —gruñó entre dientes.
—Blaise —llegó la adormilada voz de Draco desde la habitación continua—. David está llorando, tráemelo, por favor.
—Maldición —gruñó el moreno entre dientes, furioso—, sabía que si seguías berreando ibas a despertar a Draco —respirando profundamente para serenarse, puso su cara más angelical y fue hacia la habitación principal con una forzada sonrisa en el rostro.
—Oh, mi niño —musitó Draco, cuando su esposo colocó el pequeño bulto en sus brazos—. ¿Qué te pasa, mi amor? —acarició con suavidad la sollozante carita y lo empezó a mecer con un suave ronroneo—. No pareces estar sucio —sonrió mirando al pequeño, cuyos sollozos empezaban a decrecer—. ¿Acaso tienes hambre? ¿O es sólo que quieres volver loco a tu papá Blaise?
"Eso es lo más probable”, pensó Blaise, molesto, pero su rostro continuó con la sonrisa imperturbable.
—Creo que te extrañaba.
Draco amplió su sonrisa.
—¿Es cierto eso, amor? ¿Extrañabas a papá Draco? —el niño empezaba a dormirse, arrullado por la cálida voz—. No te preocupes, fue sólo por ayer porque papá Draco se sentía mal, pero a partir de ahora te voy a cuidar y a consentir —puso un beso en la delicada frente.
—No puedes esforzarte —le recordó Blaise—. Hoy mismo buscaré alguien que se encargue de David.
Draco fijo su penetrante y determinada mirada plateada en los oscuros ojos de su pareja.
—Eso ni hablar— negó categóricamente—. Puedes buscar alguien para que ayude en la casa, pero de mi niño me voy a ocupar yo —levantó una mano para impedir que el otro argumentara—. No malgastes tus esfuerzos, Blaise, no me vas a convencer de lo contrario.
—Está bien, amor —se rindió Blaise, aunque la idea no le gustaba en absoluto. Él había pensado contratar un par de niñeras especializadas para desentenderse del niño lo más posible. Debía haber imaginado que Draco no lo iba a permitir—. Lo que tú quieras.
Severus había pasado nuevamente la noche en San Mungo, pero esta vez, gracias a una poción dejada caer subrepticiamente en su café por una mano amiga, la había pasado durmiendo en una cama al lado de la de Harry.
Se despertó sobresaltado, aunque notablemente más descansado. Después de verificar que Harry dormía tranquilo, se aseó un poco y salió a verificar si había alguna noticia nueva sobre su hijo. En el pasillo del hospital se encontró con Hermione y Ginny que llegaban en esos momentos.
—¿Dormiste bien, Severus? —preguntó Hermione con una dulce sonrisa.
—¿Así que fuiste tu? —Severus la observó con mirada acusadora y luego sonrió débilmente—. Gracias.
—Tenía que hacerlo o te hubieras derrumbado —musitó la chica, posando una mano sobre su hombro.
—¿Cómo está Harry? —preguntó Ginny, sonriéndole.
—Sigue dormido —contestó el hombre, antes de fijar su anhelante mirada en Hermione—. ¿Se sabe algo?
—Nada —contestó la chica, moviendo la cabeza desalentada—. Lo siento.
Severus endureció la mirada pero no dijo nada. Luego de unos momentos, preguntó:
—¿Podrían quedarse un rato con Harry? —sabía que era innecesario, que su pareja dormiría todo el día, pero la idea de que no hubiera nadie haciéndole compañía le resultaba desoladora.
—Claro que sí —contestó Hermione, sonriendo con calidez una vez más—. ¿Adónde vas?
—Tengo que hablar con Alex.
Hermione se le quedó mirando largo rato, sabía lo difícil que iba a ser esa conversación.
—Suerte.
—Papá —gritó Alex, abalanzándose contra Severus en cuanto éste entró en la salita de la casa de campo de los Weasley. El hombre lo estrechó con fuerza, mientras el pequeño enterraba su carita en el hombro de su padre—. Al fin viniste, estaba muy asustado —levantó el rostro y miró alrededor con preocupación—. ¿Dónde está papi? ¿Le pasó algo?
Severus se le quedó mirando un segundo, asombrándose una vez más del don que tenía su hijo para presentir cuando algo andaba mal.
—Ven conmigo, cariño —musitó, alzándolo en brazos y dirigiéndose hacia un sillón cercano, donde se sentó con el niño en sus rodillas.
—¿Dónde está papi? —persistió el pequeño en su idea anterior.
—Verás —comenzó Severus, acariciando su pelo oscuro para tranquilizarlo y tranquilizarse—, papi está un poquito enfermo y tuvimos que llevarlo al doctor.
Los ojos de Alex volvieron a llenarse de lágrimas.
—¿Enfermo? ¿Es por mi hermanito? —preguntó, recordando que su padre le había dicho que el embarazo de su papi era delicado y tenían que cuidarle mucho.
—Sí, mi niño —a Severus se le rompió el corazón al ver caer las lágrimas por el rostro de su hijo, pero tenía que tratar de explicarle las cosas de modo que las pudiera comprender—. ¿Recuerdas lo que te contamos sobre cómo iba a venir tu hermanito al mundo? ¿De cómo iba a salir de la panza de tu papi? —el niño asintió en silencio—. Pues bien, la otra noche tío Remus me mandó llamar por una cosa de trabajo, había mucha gente en peligro y necesitaban mi ayuda.
>>Yo no quería dejar solo a papi pero él insistió en que debía ir —puso un suave beso sobre la cabecita morena—. Mientras estuve fuera, tu hermanito quiso nacer y papi fue a buscar ayuda —tragó con fuerza y estrechó aún más fuerte a su hijito entre sus poderosos brazos antes de continuar—. Encontró un hombre que le ayudó, pero era un hombre malo y se llevó a nuestro hijito.
—¿Alguien se llevó a mi hermanito? —la carita acongojada de su hijo le rompió el corazón—. ¿Por qué?
—No lo sé, amor —musitó el hombre, pensando que en verdad no sabía por qué ese desgraciado había hecho eso, y lo que era peor, por qué Draco, su ahijado, un niño al que había visto crecer y al que había llegado a querer como propio, le había ayudado—. Pero no debes preocuparte, ya tío Remus, tío Ron y los aurores del Ministerio los están buscando y pronto lo vamos a tener con nosotros.
Alex se quedó un momento pensativo.
—¿Papi va a estar bien? —preguntó con voz temblorosa.
—Sí, Alex, papi va a estar bien.
Un nuevo silencio por parte del niño, esta vez más prolongado.
—Fue mi culpa, ¿verdad? —dijo al fin, con voz angustiada, su actitud parecía la de un niño mucho mayor que su edad.
—¿Qué dices? —preguntó Severus sin entender.
—Fue mi culpa, si no me hubiera ido con la abuela Molly, papi no habría estado solo.
Severus soltó una exclamación y lo acurrucó contra su pecho, meciéndolo suavemente mientras el pequeño volvía a llorar acongojado.
—Shhh, mi amor —susurró Severus sobre su cabecita—. Por supuesto que no fue tu culpa, aunque hubieras estado ahí no hubieras podido hacer nada, eres muy pequeño.
—Tengo casi cuatro años.
Severus sonrió suavemente, recordando como Harry siempre bromeaba con su hijo diciéndole que era un pequeñajo sólo para verlo encresparse y gritar que ya tenía casi cuatro años.
—Aun así todavía eres muy chico, no habrías podido enfrentarte a un mago adulto —tomó su barbilla y levantó su carita triste—. Deja ya de pensar así. Y anímate, verás que muy pronto vamos a encontrar a Chris.
Y en silencio rezó para que sus palabras se convirtieran en realidad.
Severus regresó a San Mungo, luego de dejar a un Alex más tranquilo a cargo de Molly, sabiendo que con ella y los gemelos de Hermione iba a estar cuidado y entretenido mientras él solucionaba el terrible caos en que se había convertido su vida.
Al llegar a la habitación de su pareja, se encontró con que Ron también se encontraba allí. Luego de ver a un todavía durmiente Harry y darle un suave beso en los labios, le hizo una seña al joven pelirrojo para que lo acompañara afuera.
—¿Se ha sabido algo? —le preguntó en cuanto se encontraron en el pasillo.
—Nada —contestó el otro, decepcionado—. La INTERPOL mágica ha movido todos sus tentáculos, incluso se ha comunicado con el jefe de la INTERPOL muggle para que investiguen por su cuenta —se detuvo brevemente y miró a Severus—. El problema es que tienen muchísimos más casos de los que pueden abarcar, especialmente la oficina muggle; por ejemplo, la cantidad de niños secuestrados anualmente en el mundo muggle es verdaderamente espeluznante. Además, nuestra influencia sobre ellos es limitada, así que no sabemos cuanta atención vayan a prestar al asunto.
Severus se apoyó en una pared y apartó su cabello del rostro, su expresión era una mezcla de desesperación e impotencia.
—¿En ese caso qué demonios vamos a hacer? —la pregunta, hecha más para sí mismo que para Ron, era un gemido agónico.
—Estuve pensado y se me ocurrió algo —el joven pelirrojo notó que tenía la total atención de Severus—. Después de la batalla final, mi hermano Bill decidió renunciar a su trabajo en Egipto y quedarse a vivir en Londres —explicó—. Como siempre le había gustado la investigación, entró a trabajar en una oficina de investigadores privados. Hace un par de años se independizó y montó su propia oficina —miró a Severus con duda—. No sé qué pienses sobre los detectives privados, pero te aseguro que desde que empezó, Bill y su grupo han resuelto varios casos importantes y podría decirse desesperados, tanto en el mundo mágico como en el muggle.
Severus se quedó un largo rato mirando el vacío, sopesando la sugerencia que le había hecho Ron.
—Llama a tu hermano —dijo al fin—. No pienso desechar ninguna posibilidad que pueda ayudarme a dar con el paradero de mi hijo.
—Así se hace, corazón —musitó Draco, sonriendo, mientras veía como David terminaba hasta la última gota de su biberón—. Vaya que eres un gran tragón, pronto serás un chico grande y fuerte, ya verás —puso al niño sobre su hombro y empezó a darle suaves palmaditas para que expulsara los gases—. ¿Quieres ayudarme con esto, amor? —preguntó a su esposo, quien leía el periódico en un sillón cercano.
Blaise se le quedó mirando fijamente antes de contestar.
—No creo, el niño se pone muy nervioso cuando lo sostengo.
—Tonterías —desestimó Draco con un gesto—. Lo que pasa es que tienes que acostumbrarte a manejarlo para que se sienta cómodo. Ven y te explicó lo que debes hacer.
Luego de la explicación de Draco, Blaise tomó a David con cuidado y lo colocó sobre su hombro. En cuanto el pequeño notó el cambio, empezó a llorar desconsoladamente.
—Lo ves —dijo Blaise, apartando al niño de si y entregándoselo a su pareja—, no quiere nada conmino.
Draco rió suavemente.
—Verás que pronto se acostumbran uno al otro. En cuanto…
Sus palabras fueron interrumpidas por la entrada de la nueva ama de llaves, una joven muggle recién contratada.
—Con permiso —musitó la joven.
—Pase, Clarisa —bufó Blaise—. ¿Qué ocurre?
—Tiene una llamada telefónica, ¿quiere que se la pase aquí?
—No, la atenderé en el estudio —y con eso salió precipitadamente, pensando que a partir de ahora deberían acostumbrarse a la vida muggle, pues no sabía hasta qué punto su magia o la de Draco podría ser detectada. Era mejor prevenir que lamentar.
Entró al estudio con paso firme, ya suponía quien le estaba llamando, su número sólo lo tenían Dont y su otro contacto en el Ministerio.
—Alo.
—Jefe, soy yo.
—¿Qué noticias me tienes?
—Esto es la locura —explicó la voz—. Interrogaron a un montón de gente con veritaserum y llegaron hasta Robert Dont —Blaise torció el gesto. Lo suponía y si Dont hubiera sabido que el niño no había sido comprado sino que se lo había quitado a Harry Potter, se hubiera negado en redondo a ayudarle, ni siquiera ante la amenaza de mandarle a Azkaban—. Le estuvieron interrogando con veritaserum.
—No te preocupes —le tranquilizó—. Me aseguré de que Dont no pueda decir nada, al menos no contra mí. Claro, si hicieron las preguntas adecuadas creo que a nuestro amigo le debe estar yendo muy mal —la maledicencia era patente en su voz y el hombre al otro lado del teléfono se estremeció—. ¿Algo más?
—Hay un montón de aurores en esto, también buscaron la ayuda de la INTERPOL mágica y muggle, están buscando hasta debajo de las piedras.
—Que lo hagan, las personas que buscan ya no existen. Mantente alerta y cualquier cosa que averigües, por nimia que sea, me avisas.
Cuando colgó el teléfono sonrió con satisfacción.
Ya era seguro. David era de ellos y ni Harry Potter ni Severus Snape podrían hacer nada al respecto. | |
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