La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

  ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 12. ¿Y ahora, qué hacer?

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alisevv

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 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 12. ¿Y ahora, qué hacer? Empty
MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 12. ¿Y ahora, qué hacer?    ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 12. ¿Y ahora, qué hacer? I_icon_minitimeJue Ago 27, 2015 5:22 pm

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—¡Draco, por Merlín! —exclamó Bill, quien había entrado al escuchar el estruendo producido por la vajilla del desayuno al estrellarse contra el piso. Se acercó presuroso a la figura que lloraba en el suelo y le abrazó suavemente.

—Suéltame —gritó Draco, removiéndose sin éxito entre los brazos del otro para que le soltara—. ¡Maldición, que me sueltes! ¿Acaso no entiendes?

Sin inmutarse, Bill siguió aferrándole con fuerza, con la intención de que la lucha que Draco libraba por soltarse, le ayudara a sacar toda la desesperación que tenía contenida. Luego de un rato, pudo comprobar que su táctica estaba dando resultado, pues Draco, vencido, dejo de forcejear y terminó desmadejado, sostenido por los fuertes brazos del hombre pelirrojo, sin ánimos ni fuerzas para seguir luchando.

—¿Estás más tranquilo? —aunque Draco no contestó, Bill supo que la respuesta era sí. Con un cuidado probablemente exagerado, ayudó al otro a levantarse y le llevó hasta un sofá cercano. Luego se sentó en una silla frente a él y le miró en silencio.

—¿No te acompaña el otro monigote? —preguntó Draco luego de mucho rato.

—Hoy no le dejaron salir de la jaula —bromeó Bill, tratando de relajar el ambiente. La expresión de Draco no cambió, pero le miró levemente interesado, así que continuó explicando—: Anderson ya no lleva tu caso.

—¿Cómo así? ¿Lo sacaron de la investigación? —esta vez, Draco no pudo evitar que su boca se curvara en un amago de amarga sonrisa.

—En realidad, resolvió el caso. Ante el Ministerio es el héroe del día.

—No entiendo. ¿Bastó la confesión de Green para que todo quedara aclarado?

—Bueno, eso ayudó bastante —confirmó Bill—. Pero han aparecido nuevos hechos. Descubrieron al falsificador, una mala ficha pero uno de los mejores del ramo, debo decir. Él les condujo a su contacto. Alguien que trabajaba bajo las órdenes directas de Blaise Zabini —se detuvo un momento y observó a Draco. Ahora sí que se veía notoriamente interesado.

—¿De quién se trata?

—No creo que le conozcas; aunque sus hijos estudiaban en Hogwarts en tu tiempo, no iban en tu año. Además, pertenecían a la Casa Gryffindor. De hecho, él mismo perteneció a esa casa.

—¿Un Gryffindor? Vaya, al parecer no todos los leones son tan buenos y honestos como los hacen ver —comentó Draco con una amarga ironía.

—Supongo que en todas partes hay de todo —replicó Bill—. El mago en cuestión se llama Colin Creevey, como su hijo mayor, quien al parecer era un admirador de Harry en su época de estudiante.

—Ya recuerdo, un enano que le perseguía a todos lados con una máquina de fotos.

—El mismo —ratificó Bill—. Lo cierto es que Harry no le hacía mucho caso por aquel entonces y, según su padre, eso creó una gran inseguridad en el muchacho, que no logró tener éxito cuando salió de la escuela y ahora es un simple empleado en una tienda del Callejón Diagon. Cuando le interrogaron con veritaserum, Creevey dijo que por culpa de Harry su hijo era un fracasado y esa era la principal causa por la que había ayudado a Zabini.

Ante la mención de su antigua pareja, Draco frunció el ceño pero no dijo nada, así que el otro continuó:

>>Por lo que sé, Creevey lleva varios años trabajando en la oficina de comunicaciones, un puesto inmejorable para enterarse de todo lo que sucede en el Ministerio. Interceptaba las comunicaciones que le interesaban y luego daba la información a Zabini. Su posición privilegiada también le permitía acceder al archivo del Departamento de Aurores y al registro de delincuentes, presos o no, y llevaba un buen tiempo sirviendo de contacto entre algunos trúhanes que estaban dispuestos a hacer cualquier clase de trabajo sin preguntas, con magos que necesitaban sus servicios y eran lo suficientemente ricos como para pagar por ellos. Por eso no le fue difícil conseguir al falsificador.

—Vaya —Draco se quedó un buen rato pensativo, mirando sus manos. Al fin levantó la cabeza, miró a Bill y preguntó—: ¿Ese tal Creevey dijo dónde está mi bebé… muerto?

Bill se le quedó mirando con pesar.

—No, sobre ese asunto nadie sabe nada. Parece que Zabini se encargó personalmente de eso.

Un nuevo silencio, al final del cual Draco tragó con fuerza y cambió de asunto.

—¿Cómo queda mi situación ahora?

—Estás libre de sospechas, el Ministerio reconoció que todo lo hizo tu ex-esposo.

—¿Cuándo puedo salir de esta celda?

—En el momento que quieras, los papeles ya deben estar listos.

—Perfecto. Entonces, si me disculpas —Draco se levantó y se dirigió hacia la puerta.

—¿Adónde irás ahora? —preguntó Bill, aunque ya sabía la respuesta.

—Voy a ir a buscar a mi hijo, ¿adónde más?

—Draco, eso es imposible.

—¿De qué demonios hablas? —se giró hacia Bill echando chispas por los ojos—. ¿No acabas de decir que estoy libre?

—Sí, pero no te van a regresar al niño.

Ahora sí que el rostro de Draco se transformó en una máscara de furia inhumana.

—Por supuesto que me van a devolver a mi hijo, por Merlín que sí.

—Ni siquiera te van a permitir llegar hasta él —trató de razonar el pelirrojo—. Puede que estés libre de cargos, pero el niño no es tuyo, es hijo de Harry y Severus Snape. Quisiera poder hacer algo por ti pero es imposible.

—David es mío, lo ha sido desde el día que nació, y voy a pelear con uñas y dientes para que me lo devuelvan —contestó Draco, mientras aferraba el pomo de la puerta—. Y voy a ganar, eso te lo juro —abrió la puerta, pero antes de salir se giró una vez más hacia Bill, su expresión de furia trocada en tristeza—. Si de verdad quieres hacer algo por mi, averigua dónde está enterrado mi bebé.

Y sin una palabra más, salió de la habitación, dejando allí a un preocupado pelirrojo. Draco Malfoy le interesaba cada vez más y mucho se temía que el sufrimiento del hombre apenas estaba comenzando.

—Si lo único que puedo hacer por ti es averiguar dónde está enterrado tu hijo —musitó en voz baja para sí mismo—, ten por seguro que lo voy a hacer.

Y con esa decisión, también abandonó la celda, aún tenía unas cuantas dudas y necesitaba aclararlas antes que Draco abandonara el Ministerio.



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—Puaggg, ¿estás seguro que esto es necesario para hacer esa poción? —preguntó Chris, mientras miraba con asco los restos de escarabajo que estaba triturando en el mortero de piedra.

Severus, que en ese momento picaba raíces de jengibre, sonrió internamente, al parecer había heredado la aversión de Harry a los escarabajos.

—Qué extraño, no te oí quejarte cuando tuviste que cortar la cola de rata o majar el ojo de tiburón. No pensé que fueras aprensivo.

—No lo soy —se defendió el niño, mientras terminaba de machacar los insectos—. No me importa cortar o triturar lo que sea, pero los escarabajos son realmente repugnantes, debes admitirlo —señaló el mortero con un gesto de desagrado—. Bueno, eso ya está. ¿Qué hago ahora?

—Echa un litro de agua al caldero y ponlo a calentar a fuego medio. Ten cuidado al encender el fuego, hay que ser precavido con las hornillas de gas.

—No te preocupes, estoy acostumbrado. Los fines de semana soy el ayudante de papá en la cocina —empezó a llenar el caldero con agua—. Aunque me gustaría poder hacerlo con magia.

—Eso es imposible hasta que cumplas los once años, exigencias del Ministerio.

—Sí, eso me contó mi papá. Pero me parece algo tonto, al fin y al cabo somos magos desde que nacemos, ¿no?

—Sí, pero cuando el mago es joven le resulta muy difícil controlar la magia.

—Pero papá me contó que mi abuelo le permitía hacer magia desde que tenía nueve años.

—Lo cual fue una verdadera imprudencia —sentenció Severus con rostro serio.

—Bueno… sí, eso también me lo dijo papá —confesó Chris, con una cara de ‘me has pillado’, con lo cual ambos se echaron a reír.

—Tu papá te contó muchas cosas por lo que veo —indagó Severus.

—Sí, estuvimos horas y horas hablando, me contó muchísimas cosas.

Severus se le quedó mirando con una sonrisa, pensando que era el primer momento de confidencia real que tenía con su propio hijo. Eso le hacía sentir bien, a pesar de que cada vez que llamaba a Draco papá, sentía un dolor directo en el corazón.

Tratando de mantenerse sereno y apartar por un rato sus emociones, decidió ahondar un poco en los sentimientos de su hijo, especialmente ante los que creía sus verdaderos padres.

—Tú quieres mucho a tu padre, ¿cierto?

—Muchísimo —contestó Chris con una sonrisa—. No sólo es mi papá, es mi amigo, y hacemos un montón de cosas juntos.

—¿Y a tu otro papá, lo recuerdas?

El rostro del pequeño se ensombreció al punto.

>>¿Qué ocurre, David?

—No quiero hablar de él.

El mago mayor no sabía qué creer. Lo lógico era pensar que la actitud de Chris hacia el recuerdo de Blaise se debía a que estaba muerto, pero sentía que allí había algo más. Consciente de que era importante conocer los sentimientos de su pequeño hacia su secuestrador, Severus insistió suavemente.

—¿Acaso no confías en mí?

El pequeño le miró con sus grandes ojos tan parecidos a los propios y al fin suspiró y apartó la mirada, fijándola de nuevo en el caldero.

—Sí —musitó en voz muy baja—, pero…

—¿Pero? —Severus tomó la barbilla de su hijo e hizo que se girara hacia él. Su corazón se encogió al ver que los ojitos de su pequeño estaban cuajados de lágrimas—. Sabes que soy tu amigo y te quiero. Anda, cuéntame.

Después de mucho dudar, Chris empezó a hablar con gran esfuerzo.

—Él no me quería —Severus no dijo nada todavía. Se limitó a alzar la mano y empezar a acariciar el cabello de su hijo. Luego de un rato, el niño siguió hablando—.  De hecho, creo que me odiaba. Por más que hiciera cosas para agradarle, nada le complacía. Jamás me sonreía, ni me acariciaba. Casi ni me hablaba.

Severus sintió que hervía de furia. El desgraciado de Zabini no sólo se había llevado a su bebé, sino que además se había atrevido a despreciarlo. Deseó que resucitara sólo para tener el placer de matarlo con sus propias manos. Pese a sus sentimientos, se obligó a seguir hablando serenamente.

—Eso no quiere decir que te odiara, a veces la gente se comporta así porque es su personalidad. Fíjate en mí, soy hosco por naturaleza.

—Es muy diferente, Severus —argumentó el niño con voz dolida—. Tú eres serio, pero cuando estoy a tu lado me siento seguro, protegido. Sé que me quieres y que no dejarías que me sucediera nada malo.

—¿Y con él no? —siguió indagando el hombre—. ¿Acaso… te maltrataba? ¿Te pegaba?

—No, nunca me llegó a pegar, pero creo que era porque sabía que papá me protegía y no lo iba a aceptar —se quedó mirando el caldero. Las manos de padre e hijo no habían estado quietas mientras hablaban y ya los ingredientes burbujeaban alegremente en el recipiente.

—Pon el fuego al mínimo —le instruyó Severus. El pequeño así lo hizo antes de seguir hablando.

—Él no nos quería, ni a mi padre ni a mí. Yo… —dejó el resto del pensamiento en el aire, como si no se atreviera a ponerlo en palabras.

—¿Tú…?

Chris finalmente confesó:

—Yo nunca se lo he dicho a papá, me da vergüenza, pero… —una nueva pausa—…cuando murió  me sentí aliviado —levantó la entristecida y llorosa carita hacia Severus y preguntó—: ¿Estoy mal, verdad? Debo ser algo así como un monstruo para sentir alivio porque mi padre muriera. Por favor, no le digas a papá, si lo supiera se horrorizaría de mí.

Maldiciendo internamente una vez más por todo el daño que Blaise Zabini le había provocado a su pobre niño, Severus se arrodilló a su lado y lo estrechó entre sus brazos.

—No, mi pequeño, no eres ningún monstruo —su voz era un suave susurro tranquilizador—. Tu reacción es normal dada la actitud de tu padre, te lo aseguro. Y estoy seguro que tu papá va a pensar lo mismo que yo y va a quererte aún más, ya verás.

—¿Tú crees? —preguntó, apartando su lloroso rostro del pecho del maestro de Pociones.

—Estoy seguro.

—¿Y cuándo podré verle, Severus? —imploró acongojado—. De verdad le extraño mucho.

Sin saber que contestar, el hombre volvió a tomar a su pequeño en sus brazos, y esta vez lloró junto a él.



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El hombre alto, vestido completamente de negro, miraba con amargura la oscura silueta de su antigua casa de St Albans. La regia edificación siempre había sido austera y sombría, pero con un aire de elegancia y distinción que ahora no poseía.

Se acercó a una verja oxidada, a cuyo pie crecía desordenadamente la mala hierba, y en cuyo aldabón de entrada colgaba un cartel de madera, bastante maltrecho por el paso del tiempo. Alargó la mano, tomó el cartel y lo acercó a su rostro para leerlo.

"Propiedad confiscada por orden del Ministerio de Magia de Gran Bretaña”

Rio con amargura y lanzó el cartel a un lado. Por fortuna nadie ha comprado su antigua casa de St Albans , le habían dicho los del Ministerio, como si a él le sirviera de algo una estúpida casa. A punto había estado de arrojar los papeles de propiedad a la cara del funcionario del Ministerio, pero luego lo pensó mejor. No podía irse de Inglaterra, al menos no hasta que recuperara a su hijo, y necesitaba un lugar para vivir mientras tanto, ¿no?

Claro, cuando decidió eso, no se imaginaba ni por un momento que se encontraría con esa pocilga que tenía ante sí. Aunque, pensándolo bien, tal vez sería la adecuada. Se veía tan triste y desolada como él mismo se sentía en ese momento.  


Empujó la verja y, no sin algo de esfuerzo, al fin logró que cediera. Unos pasos más y entró en lo que había sido el lugar más amado por Draco en su vieja casa: su jardín. Paseo la vista alrededor con profunda tristeza; donde antes había frondosos macizos de rosas y hortensias, ahora sólo la maleza crecía sin control. Las fuentes del jardín, otrora llenas de pájaros y mariposas, ahora estaban rotas y cubiertas de moho. Y los árboles, antes frondosos y repletos de hojas de color verde brillante, ahora se veían amarillentos y deslucidos.

Apretando las mandíbulas, se encaminó a la escalinata que llevaba a la entrada de la casa. Intentó abrir la puerta sin resultado, así que sacó su varita, que afortunadamente los imbéciles del Ministerio se habían dignado entregarle, apuntó a la cerradura y emitió un ronco ‘alohomora’

La palabra se sintió extraña en su boca, luego de tantos años sin pronunciarla, pero la puerta cedió con facilidad. Draco empujó decidido y entró, encontrándose con un oscuro vestíbulo. De nuevo una sencilla palabra, ‘lumus’, y de la punta de su varita salió un rayo que iluminó parcialmente la estancia.

Miró alrededor con un rictus amargo. Si afuera estaba desolado, aquí el ambiente era de un total abandono. El polvo y las telarañas cubrían todo, y las ratas y cucarachas paseaban tranquilamente por el piso. Con un suspiró, pensó en todo el trabajo que se iba a necesitar para volver a hacer de ese sitio un lugar medianamente habitable.

Lentamente, subió las escaleras que llevaban al piso superior, sin ser consciente hacia donde se dirigía realmente, en ese momento iba guiado por un instinto más fuerte que él. Llegó a lo alto de las escaleras y tomó el pasillo de la derecha. Una, dos… empujó la tercera puerta y de repente una luz brillante le encegueció.

A diferencia del vestíbulo y el pasillo, todos los ventanales de esa habitación estaban abiertos, y por ellos entraba el sol a raudales, iluminando completamente el lugar. Cuando sus ojos se adaptaron al repentino cambio de luz, miró alrededor. Era una habitación clara, pintada de blanco y con unas cenefas azules que, diez años antes, había pintado él mismo al estilo muggle, sin magia. Una mesita para cambiar bebés en un rincón, una cesta llena de juguetes que habían sido comprados con toda la ilusión del mundo y que jamás habían podido ser usados en otro rincón.

Mientras una lágrima solitaria comenzaba a deslizarse por su mejilla, se dirigió hacia el extremo opuesto de la habitación, donde una hermosa cuna seguía ahí, con la cobijita azul desplegada, como esperando que su dueño llegara para arroparlo con amor. Estiró la mano para acariciar el suave tul que cubría la cuna, ahora lleno también de polvo y telarañas, como si se estuviera despidiendo por última vez. Y así era.

Ya no podía seguir llorando por las cosas idas. Ni por su hijo muerto, ni por la traición de Blaise, ni por su vida destruida. Debía volver a convertirse en el viejo Draco Malfoy, el frío y duro Slytherin que iba a luchar con uñas y dientes por recuperar su vida, sin importar a quien tuviera que llevarse por delante para lograrlo.

—No te preocupes, David —musitó en voz baja, como si su hijo realmente pudiera oírle—. Voy a hacer lo que sea necesario para que estemos juntos de nuevo, y lo voy a lograr. Te lo juro



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—¿Entonces se confirmó que Draco no tuvo nada que ver en el secuestro? —preguntó Albus Dumbledore, mirando fijamente a Bill. Se encontraban reunidos una vez más en la oficina del Director, en Hogwarts.

—Sí, parece que todo fue tramado y ejecutado por Blaise Zabini, quien incluso engañó a su propio esposo.

—¿Pero si ese es el caso, por qué Draco aceptó fugarse con él? —preguntó Remus.

—Sí, lo mismo me preguntó yo —comentó Harry, quien estaba sentado al lado de Severus, con el ceño extremadamente fruncido—. ¿Y por qué aceptó mantenerse oculto por diez años?

—Eso también fue culpa de Zabini —explicó Bill, intentando que Harry entendiera. Sabía muy bien que sería el más reacio a aceptar la inocencia de su antiguo enemigo—. Malfoy me contó que estaba muy débil por el parto y Zabini le sacó del país inconsciente. Cuando despertó y le pidió explicaciones, Zabini le montó un cuento de que Severus le había aconsejado huir, que los mortífagos les iban siguiendo y su niño corría peligro, y que ya habían matado a Pansy y a su niña.

—Pero que barbaridad —comentó Minerva McGonagall, espantada.

—Eso no es todo. Tiempo después, Malfoy volvió a insistir en hablar con Severus y entonces Zabini preparó todo lo del diario y la carta de Harry falsas. Parece que el hombre le hacía desistir contándole historias de horror, cada vez que Malfoy hacía el más mínimo intento de regresar al mundo mágico.

—Vale —convino Harry, rechinando los dientes—. ¿Pero por qué no intentó regresar después, una vez muerto Zabini? No puedo creer que Malfoy todavía pensara que había mortífagos buscando venganza.

—En realidad, no estaba seguro —explicó Bill con paciencia—. Llegó a ponderar la idea de regresar, pero al final decidió que no valía la pena. Ya no le quedaba nadie en el mundo mágico, ni siquiera su padrino —terminó, mirando significativamente a Severus.

—¿Pero era el legado mágico de su hijo, no?

Bill sonrió, era claro que Harry no iba a ceder tan fácilmente.

—Esa fue una de las razones que le decidieron a decirle la verdad a Chris, y a hacer el hechizo por el cual le detectamos.

Sin argumentos con que rebatir, Harry se quedó por fin callado, pero su ceño no cedió ni un ápice.

—¿Y Draco ya fue liberado? —preguntó Dumbledore.

—Sí, hace unas horas —contestó Ron.

—Pues que ni piense que ahora va a poder venir a quitarme a mi niño —exclamó Harry, levantándose furioso y empezando a caminar en círculos. Severus se levantó e intentó abrazarle pero Harry le rechazó—. No, Severus. Me vas a decir que me tranquilice, que todo va a estar bien, pero sé que no es así. Malfoy va a querer venir a llevarse a nuestro niño, lo sé —si giró cual vendaval hacia Bill, que permanecía sentado en silencio—. ¿Es así, cierto?

El aludido se limitó a asentir en silencio.

—¿Lo ves? —preguntó, mirando a Severus—. Y no sé tú, pero yo no pienso permitir que me quite a mi hijo.

—¿Cómo puedes pensar que yo sí? —el reproche era patente en la voz de Severus, pero su tono era pausado y sereno, un tono que siempre calmaba a Harry, quien al final se derrumbó sobre su pecho—. No te preocupes, amor —musitó el maestro de Pociones, acunando a su pareja con amor—. Malfoy no va a poder lograr nada, las leyes están a nuestro favor.

—El problema aquí es Chris —intervino Michael por primera vez, y todos fijaron su atención en él. El psicomago se levantó y se acercó a Harry y Severus—. La situación emocional de Chris es muy frágil, cualquier conflicto puede alterarl . Además, recuerden que para él Draco Malfoy, o mejor dicho, Ernest Rubens, sigue siendo su papá. Cualquier conflicto con Malfoy repercutiría en el pequeño.

—Yo no pienso cederle mi niño a Malfoy —insistió Harry.

—No he dicho eso —Michael hizo un gesto tranquilizador.

—¿Entonces qué sugieres? —preguntó Severus.

—Lo más razonable es que hablen con Malfoy y lleguen a un acuerdo.

—¿Un acuerdo de qué tipo? —preguntó Remus. Todos miraron expectantes a Michael.

—Eso no lo sé, pero si quieren que Chris salga de esta locura sin secuelas, definitivamente todos van a tener que ceder.

—Si es por la felicidad de Chris, haré lo que haya que hacer —musitó Harry vencido, toda su ira transformada en angustia—. Y si tengo que suplicar a Malfoy, suplicaré.

—No es buena idea que tú hables con él —dijo Severus, besando la sien de su pareja—; conociéndolos, van a terminar lanzándose imperdonables uno al otro. Yo iré a verle, le  conozco desde que nació y sé cómo manejarle. Además, le traté muy duramente la última vez que nos vimos. Le debo una disculpa.

—Yo también creo que es mejor que vaya Severus —comentó Bill—. Harry, Malfoy no es mala persona y está sufriendo mucho. Sé que para ti es difícil, pero ponte por un momento en su lugar.

Harry se quedó pensativo largo rato y al fin lanzó un fuerte suspiro.

—Sé que tienen razón, y en verdad lamento mi comportamiento respecto a Malfoy. Pero es que yo… —Harry se calló, consciente que si decía una palabra más, la angustia se iba a desbordar en llanto.

—Tranquilo, amor, lo sabemos —musitó Severus, abrazándole—. Ya no te angusties, sé que de una forma u otra, todo se va a arreglar. Confía en mí.

Y Harry supo que, si no quería enloquecer, tendría que confiar en que todo se arreglaría al final. Sabía que no resistiría perder a su hijo una segunda vez, entonces sí que moriría de dolor.




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