La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 9. Primeras reacciones

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alisevv

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MensajeTema: ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 9. Primeras reacciones   ¿Dónde está mi bebé? Capítulo 9. Primeras reacciones I_icon_minitimeDom Ago 23, 2015 2:17 pm

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Bill Weasley miró a su alrededor y respiró profundo, llenándose los pulmones del aire que, a estas alturas del año, en esa zona era seco y bastante frío. Con un estremecimiento, hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta muggle que llevaba y emprendió el camino rumbo al castillo, si Ron había cumplido con lo que le había pedido, ya debían estar todos reunidos, esperándole.

Aunque bien podía haberse aparecido en los límites de protección del castillo, o incluso viajado por red flu  directo a los aposentos de Severus y Harry, había preferido aparecerse en Hogsmeade, eso le permitiría un breve tiempo de reflexión que le ayudara a analizar lo ocurrido en las dos últimas horas y prepararse para lo que sabía sería una reunión por demás difícil.

Había sido terrible. Aunque él era un profesional que había visto muchas cosas en su trabajo, la mayoría tristes, en este caso se trataba de su gente, a quienes consideraba su familia, y no podía permanecer indiferente ante lo que estaba pasando y lo que sabía se avecinaba.

Ver a Chris debatirse entre sus brazos, furioso y aterrado, gritando para que le regresaran con su padre, le había encogido el corazón. Se notaba que el niño adoraba a Malfoy y se preguntaba cómo podrían superar esa situación sin que el pequeño resultara irremediablemente lastimado.

Y Malfoy, esa era otra cosa. Se había debatido como una fiera, gritando para que le devolvieran a ‘su hijo’. Mientras esperaban en Nueva Zelanda a que tramitaran la extradición hacia Inglaterra, había podido observarlo a través de un sistema mágico, algo parecido a los espejos de doble visión que usaban en las comisarías muggles para ver a los detenidos sin ser notados.

En la soledad de su celda, el hombre había gritado, maldecido, implorado y amenazado, Había destrozado el camastro, la mesa y una silla de madera, único mobiliario existente en la celda, antes que dos aurores entraran y lograran contenerle. Cuando al fin los aurores habían salido de la celda, dejándole maniatado para que no pudiera continuar haciendo destrozos ni herirse a sí mismo, Malfoy la había emprendido contra la puerta, golpeándola desesperadamente con el hombro y gritando el nombre de David en forma lastimera. Al final, mientras repetía el nombre de David, una y otra vez, se había derrumbado junto a la puerta con impotencia, había acurrucando sus piernas contra su pecho y había permitido que gruesas lágrimas de angustia se deslizaran de sus ojos plateados, en donde se plasmaba una expresión de total desolación.

Eso era lo que más le había afectado, reflexionaba Bill, quien ya entraba al castillo y se encaminaba en dirección a las mazmorras. La inmensa tristeza e impotencia de esos ojos plateados. Ese hombre desolado y hermoso le había tocado el corazón. Porque Draco Malfoy era uno de los hombres más hermosos que había visto en su vida.

Sacudió la cabeza tratando de espantar esa sensación. ¿En qué demonios estaba pensando? Ese hombre era un secuestrador, un desgraciado que había hecho sufrir un infierno a sus amigos durante los últimos diez años, ¿cómo podía considerarlo atractivo? Sonrió como burlándose de sí mismo.

“Estás mal, Bill Weasley” , reflexionó mentalmente. “Si tu propia soledad te hace ver a ese canalla como un hombre atractivo y deseable, es que estás realmente mal. Tal vez debiste haber continuado tu relación con Samuel, en lugar de seguir esos tontos sueños de encontrar el amor verdadero, algo que al parecer no es para ti”

Una vez más sonrió con ironía. ¿Cómo era posible que Draco Malfoy le estuviera haciendo reflexionar sobre esa sarta de estupideces? Ahora tenía que centrarse en cosas importantes, principalmente en la reunión que tendría en pocos momentos.

Siguió bajando por un corredor y dobló a la derecha, para enfrentarse al retrato que protegía la entrada a las habitaciones de los Snape. Antes que pudiera llamar, el cuadro se corrió y en el umbral se perfiló el ansioso rostro de Harry.

—Al fin llegas —fue su único saludo, mientras aferraba un brazo de Bill y le jalaba hacia el interior con tanta fuerza que casi le lastima—. ¿Qué paso?

—Disculpa la brusquedad de Harry —pidió Severus, al ver que el pelirrojo no acertaba a reponerse aún de la ‘efusiva’ bienvenida—, pero realmente el aviso de Ron nos dejó muy preocupados. ¿Ocurrió algo malo?

—Nada malo, pero creo que es mejor que nos sentemos —contestó Bill, con un amague de sonrisa que quería ser apaciguadora. Recorrió con la vista a todos los presentes—. Ya veo que todos están aquí.

—¿Quieres dejar de dar rodeos y hablar de una vez? —exigió Ron una vez que estuvieron cómodamente instalados.

Bill puso el rostro serio y miró directamente a Harry y a Severus.

—Encontramos a Chris.

Por un momento nadie fue capaz de hablar. Severus aferró la temblorosa mano de un pálido Harry y expresó en voz alta, casi con temor, lo que ambos estaban pensando en ese momento:

—¿Se encuentra bien? —su voz salió más débil de lo que pretendía—. ¿Está… vivo?

—Por supuesto que está vivo y muy bien, no se preocupen —les tranquilizó el pelirrojo de inmediato, sonriendo.

—Quiero verlo —Harry se levantó precipitadamente y si Severus no le hubiera detenido, en ese momento habría corrido hacia la puerta.

—Espera un momento, amor —musitó, abrazándole—. No te apresures.

—Pero Severus —se quejó el más joven—, encontraron a nuestro bebé, quiero verlo.

—Y lo veremos, amor, pero no va a ser una situación fácil. Primero debemos dejar que Bill nos cuente todo y analizar muy bien lo que vamos a hacer y para eso debes tranquilizarte —terminó, secando las lágrimas de emoción que ya corrían por las mejillas de Harry.

Reconociendo la sensatez de los planteamientos de su pareja, Harry respiró hondo y regresó a su puesto en el sillón. Severus se sentó nuevamente a su lado y pasando un brazo sobre sus hombros, le aferró contra si, como sosteniéndose uno al otro. Luego fijó su atención en Bill una vez más.

—¿Cómo lo encontraste? —preguntó con tono pausado.

—Daniel Richmond recibió un reporte de magia inusual en Auckland; cuando vino a decirme que se iba a Nueva Zelanda y que tenía un fuerte presentimiento al respecto, decidí acompañarlr —comenzó a contar Bill—. Llegamos a la dirección que nos dieron en el Ministerio y estuvimos esperando un buen rato, hasta que apareció un hombre de cabello oscuro acompañado de un niño de unos diez años.

—Chris y Zabini —musitó Hermione.

—Se trataba de Chris —aclaró Bill, mirando a su cuñada—, pero el hombre no era Zabini sino Malfoy, llevaba el pelo teñido de negro —hizo una breve pausa antes de continuar—. Blaise Zabini, o Gerald Rubens, como se le conocía en Auckland, murió hace cinco años en un accidente. Al parecer cayó de una lancha de su propiedad y fue devorado por los tiburones.

—Lo lamento —espetó Harry con acento fiero mientras todos le miraban extrañados—. Lamento que no sobreviviera, hubiera deseado verlo consumirse en Azkaban o ser besado por los dementores. Pero no importa, todavía Malfoy está vivo, él pagará por los dos.

Impresionados al ver a Harry, un hombre de naturaleza habitualmente bondadosa y pacífica, hablar con tanto rencor, ninguno notó el rostro desencajado de Severus Snape.

El maestro de Pociones estaba librando en ese momento una terrible lucha interior. Aunque jamás lo había mencionado ante nadie, ni siquiera ante sí mismo, en lo profundo de su alma, allí donde residía la imagen de un Draco Malfoy de dos años tendiéndole los bracitos para que lo alzara y sonriéndole, había albergado la secreta esperanza de que su ahijado no fuera culpable, que se hubiera visto obligado por su marido o por circunstancias desconocidas. Ahora, al saber que habían pasado cinco años desde la muerte de Zabini y el muchacho rubio no había hecho nada para remediar el mal ocasionado a ellos, esa esperanza se había esfumado. Había recuperado a Chris, pero había perdido definitivamente a su ahijado Draco.

—Cuando confirmé que se trataba de ellos —continuó informando Bill—, pedí ayuda al Ministerio de Magia Neocelandés, quienes me facilitaron unos cuantos aurores para efectuar la aprensión.

—¿Y dónde se encuentra ahora mi niño? —preguntó Harry, la voz estrangulada por la angustia.

—Ambos están en Londres, Chris en el Departamento Social y Malfoy en los calabozos del Ministerio de Magia.

—Necesito ver a Chris —Harry se giró hacia Severus, suplicante—. Por favor, Severus. Necesito comprobar que está bien.

—Harry —intervino Michael por primera vez desde que la conversación había comenzado—, sé que es difícil pero van a tener que revestirse de paciencia.

—¿Paciencia? —repitió Harry, sin entender—. ¿A qué te refieres?

Antes de contestar a Harry, Michael se giró hacia Bill.

—En base a lo que observaste en Auckland, ¿podrías decirnos que tal es la relación de Chris con Malfoy?

—Es evidente que el pequeño lo adora —contestó el pelirrojo, suponiendo a donde quería llegar.

—Me lo imaginaba —musitó Michael antes de fijar su atención una vez más en Harry y Severus—. Verán, Chris fue raptado recién nacido, y han pasado diez largos años desde entonces. En todo este tiempo su niño no ha conocido otros padres que Blaise Zabini y Draco Malfoy.

—Porque nos lo arrebataron, pero él es nuestro —replicó Harry con los dientes apretados y los ojos destellando furia.

—Por supuesto que es suyo, nadie lo discute —el tono de Michael era apaciguador—. Pero en este momento, para Chris su único padre es Malfoy y le ama como tal. Su hijo sólo tiene diez años y a esa edad los niños son emocionalmente muy frágiles. Si en este momento le decimos la verdad, que el mundo que él creía suyo es falso, que los padres que amaba son en realidad sus secuestradores, podría crearle una conmoción tal que podría afectarle permanentemente.

Una sombra de impotencia cubrió las facciones de Harry y Severus. Al fin, fue el maestro de Pociones quien encontró la suficiente voz para hablar.

—¿Qué sugieres? —preguntó, confiado. Sabía que su amigo era un excelente profesional y conseguiría la mejor solución posible.

—Déjenme ir a hablar con él —propuso—. Trataré de tranquilizarlo. En este momento debe necesitar desesperadamente alguien en quien apoyarse, así que trataré de ganarme su confianza —meditó un momento—. Puedo convencerlo de que venga a quedarse unos días en Hogwarts, con Remus y conmigo, y durante ese tiempo ustedes pueden conocerlo y hacerse sus amigos. Espero que no haya problema en eso —dijo, mirando al Director de Hogwarts, quien junto a Minerva había permanecido sentado, en silencio.

—Por supuesto que no —contestó Albus Dumbledore—. Ésta es la casa de Chris desde que nació. Además, tu idea me parece excelente

—¿Y después qué? —preguntó Severus, entendiendo lo que pretendía Michael, pero sin saber qué pasaría después.

—Cuando esté más acostumbrado a ustedes, veremos la mejor forma de decirle la verdad.

—¿Pero cuándo? —inquirió la voz dolida de Harry.

—Eso es algo que no puedo predecir ahora, tendremos que esperar el momento apropiado.

—No voy a poder —Harry se levantó y comenzó a caminar desesperado. Severus se paró a su vez, fue hacia su pareja y le abrazó—. No voy a lograrlo, Severus. Verlo ahí y no poder abrazarlo y besarlo, no poder decirle cuanto lo amo y como lo he extrañado todos estos años, la falta que me ha hecho —enterró la cara en el pecho de su esposo mientras gemía—. No lo voy a lograr.

—Si lo harás, amor. Por el bien de Chris, ambos lo haremos. Todo va a salir bien, ya lo verás.

Cuando Harry se tranquilizó un tanto y regresaron al sillón, Michael continuó:

—También van a tener que hablar con Alexander y Felicity, no se les puede escapar nada delante de Chris.

—No te preocupes, hablaremos —aseguró Severus.

—Bueno, ahora es mejor que vaya a hablar con Chris, han pasado varias horas y debe estar muy asustado —comunicó Michael, levantándose con intención de partir.

—Yo te acompaño —dijo Bill, parándose a su vez—. Cuando salí para acá iban a empezar a interrogar a Malfoy, quiero ver si ha habido progresos.

—También necesitaré que me des una autorización para que me dejen sacar a Chris del Ministerio y traerlo a Hogwarts.

—Haré algo mejor que eso —replicó Severus, antes de mirar a Remus, Ron y Hermione—. ¿Podrían quedarse con Harry y acompañarle a hablar con los niños?

Mientras los aludidos asentían, Harry preguntó.

—¿Y tú a dónde vas?

—Voy a acompañar a Michael y firmar los papeles para que pueda llevarse a Chris —al ver que el psicomago le miraba frunciendo el ceño, aclaró—: No te preocupes, te voy a dejar solo con Chris, no pienso interferir en absoluto. De hecho, mientras tú conversas con él, Bill me va a llevar a hablar con otra persona.

—¿Con quién? —preguntó el aludido elevando una ceja, interrogante.

Sin responder, un Severus Snape totalmente inexpresivo se encaminó decidido hacia la chimenea.



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Draco caminaba de una punta a otra de su celda, estaba furioso y confundido; desde unas horas antes cuando esa sarta de locos le habían capturado al frente de su casa, llevándose a David con ellos, Draco Malfoy no vivía.

En un principio había pensado que eran mortífagos y se había aterrado, especialmente al recordar las palabras que había pronunciado uno de ellos antes de llevarse a David “Mírelo bien, Malfoy, porque es la última vez que lo va a ver en su vida”

Sin embargo, con el pasar de las horas se pudo dar cuenta que le habían dicho la verdad y no eran mortífagos sino aurores. En ese momento estaba desesperado y con miles de interrogantes en su dolorida cabeza. ¿Por qué le habían apresado? ¿Y por qué le acusaban de secuestrar a quien, suponía, era hijo de su padrino y Potter? Y lo más importante, ¿dónde demonios habían llevado a su hijo?

A él, primero le habían llevado al que, según le informaron, era el Ministerio de Magia de Nueva Zelanda. Lr habían encerrado en un calabozo y pese a todo lo que gritó e imprecó, no le dieron explicación alguna, ni de su situación ni del paradero de David.

Luego de un tiempo, le habían sacado de la celda, y le habían trasladado a un nuevo calabozo. Y allí llevaba más de media hora, sin que nadie se dignara a aclararle nada de nada.

En ese momento, la puerta del calabozo se abrió y Draco observó fijamente mientras dos hombres de mediana edad, vestidos con túnicas negras, entraban en la habitación. De inmediato, se dirigió hacia ellos y los enfrentó.

—¿Dónde estoy y dónde está mi hijo?

—Será mejor que se siente, señor Malfoy —dijo uno de los hombres, sentándose y señalando una silla frente a él. Al ver que Draco no daba señales de obedecer, el hombre insistió, mientras su compañero se acercaba a él en tono amenazante—. Será mejor que haga caso a menos que quiera que las cosas se pongan difíciles para usted.

—No me asustan las amenazas —replicó Draco, furioso—. ¿Dónde está mi hijo?

—No creo que esté en posición de preguntar, señor Malfoy, y es la última vez que se lo pido amablemente: ¡SIÉNTESE!

Draco analizó su situación. Ellos eran dos y llevaban varitas, y él estaba desarmado. Además, si quería averiguar qué habían hecho con David, tendría que darles por su lado, así que frunció el entrecejo y, sin decir palabra, se sentó en el puesto que le señalaban.

>>Parece que empezamos a entendernos —habló el hombre mientras sacaba una grabadora mágica—. ¿Podría decirnos su nombre?

—Ustedes lo saben, ¿para qué quieren que lo repita?

—La actitud hostil no le va a ayudar, señor Malfoy —advirtió el funcionario—. Y respondiendo a su pregunta, es para el registro. Ahora, vuelvo a repetir, su nombre, por favor.

—Draco Malfoy —contestó de mala gana.

—¿Edad?

—Treinta y cuatro años.

—Estado civil.

—Soy viudo, demonios. ¿Quiere acabar con eso de una maldita vez e ir al grano?

—Muy bien, señor Malfoy, ya que lo pide iremos al grano. Se le acusa de participar en el secuestro de Christopher Snape Potter, ¿qué tiene que decir a eso?

— Es la segunda vez que escucho esa acusación —contestó el joven con sequedad—, y le voy a responder lo mismo que la vez anterior, ¿quién demonios es el tal Christopher?

—¿Tal vez le reconocería si lo llamo David Rubens? —preguntó el auror con ironía.

Draco palideció de inmediato. ¿De qué demonios hablaba ese hombre?

—No meta a mi hijo en este asunto —advirtió, arrastrando las palabras.

—Ese niño no es suyo y usted lo sabe —presionó su interrogador—. Es hijo de Severus Snape y de Harry Potter. Facilítese las cosas y a nosotros y confiese de una vez.

Draco le miró como si le acabaran de salir dos cabezas y se revolvió furioso. Tal vez estaba en desventaja pero se trataba de su niño, y para defenderlo a él estaba dispuesto a cualquier cosa. Así que, sin pensarlo, se abalanzó hacia el hombre, lo tiró al piso y puso una mano alrededor de su cuello.

—Maldito, más vale que me devuelva a mi hijo si no quiere que le quiebre el cuello como a una gallina.

El segundo hombre reaccionó rápidamente y, poniendo un brazo alrededor del cuello de Draco, forcejeó hasta separarlo del que estaba en el suelo. Draco peleó desesperado entre los brazos que le rodeaban, pero el auror caído sacó su varita y le lanzó un hechizo paralizante.

—Esta actitud lo único que hace es complicar las cosas para usted, señor Malfoy —advirtió el auror, furioso.

—Pues no creo que vayan a ser muy fáciles para usted cuando se sepa que está interrogándome sin darme oportunidad de conseguir un abogado— replicó Draco, que a pesar de estar paralizado, aún podía hablar.

—Muy bien —aceptó el hombre, sacudiendo su túnica—. Esperaremos a que consiga un abogado, pero ni mil abogados van a poder sacarle de ésta. Y lo peor es que perdió su oportunidad de confesar y atenuar su pena. Lástima.

Y sin otra palabra, ambos hombres abandonaron la habitación, dejando en su interior a un Draco Malfoy cada vez más angustiado y confundido.



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El ascensor del edificio de Ministerio de Magia se detuvo en el sótano y Severus salió decidido. Acababa de firmar todos los papeles necesarios para que permitieran a Michael llevarse a Chris una vez terminara de hablar con él.

Por un desesperado momento, había estado a punto de buscar a su pequeño dondequiera que estuviera, abrazarlo, besarlo y gritarle que él era su padre. Pero Michael tenía razón, las cosas debían ir lento por el bien de su hijo, eso era lo más importante.

Caminó por el pasillo, dirigiéndose hacia la zona donde estaban ubicados los calabozos y la zona de interrogación del Ministerio, lugar donde había quedado encontrarse con Bill Weasley. Luego de caminar nervioso por un par de pasillos bastante largos, encontró al pelirrojo parado al lado de una de las puertas de hierro que había en el lugar, esperándole.

—¿Qué ha pasado? —preguntó nada más llegar.

—No han logrado que confiese —le explico Bill—. Cuando lo instaron a que aceptara su culpa a cambio de una pena menor, le saltó al cuello al auror que le interrogaba y luego pidió un abogado. Les dije que tú querías verlo y les gustó la idea, piensan que si te ve soltará la lengua como cotorra, aunque debo admitir que lo dudo. Si esto no resulta tendrán que asignarle un abogado de oficio.

—Que lo hagan —replicó Severus—. Aunque no confiese, está perdido. Mi razón para estar aquí no es lograr que hable, es sólo un asunto personal.

—Severus, no estarás pensando hacer una tontería, ¿verdad? —indagó el pelirrojo, inquieto.

—Despreocúpate, no pienso arriesgar la felicidad que ahora tengo por causa de Draco Malfoy —y sin decir otra palabra, abrió la puerta para enfrentarse con quien por mucho tiempo había considerado como un hijo.



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David Rubens estaba seriamente asustado. Unas horas antes, varios hombres mal encarados habían esposado a su papá, mientras un hombre pelirrojo se lo había llevado a él, dejándolo en una habitación, a cargo de una señora que le había dicho era asistente social del Ministerio de Magia Neocelandés.

Aunque la mujer se había portado muy amable y le había dicho que podía pedirle todo lo que quisiera, no había sido capaz de responderle dónde estaba su papá. Así que, después de soportar su rabieta y sus gritos furiosos por alrededor de media hora, la dichosa asistenta se había ido, dejándolo solo con su furia y su miedo.

Mucho rato después, otro hombre había llegado y lo había trasladado a una nueva oficina, con otra asistenta y la misma falta de compasión hacia su angustia por saber de su padre.

Un nuevo acceso de furia por su parte también había ahuyentado a la nueva asistenta, así que llevaba un buen rato solo, en esa fría oficina, rumiando su rabia y su tristeza.

El ruido de la puerta al abrirse llamó su atención y se giró para encontrarse con un hombre de pelo negro y ojos azules, que le miraba con una sonrisa en el rostro y los ojos. Por alguna razón que David no acertaba a explicar, ese hombre le cayó bien de inmediato; pero no podía bajar la guardia y sonreír, al menos no hasta que supiera dónde estaba su papá, así que permaneció con su expresión hosca, sin apartar la vista del hombre, mientras entraba en la habitación y se sentaba en un sillón frente a él.

—Hola, me llamo Michael —musitó el recién llegado, ampliando su sonrisa y tendiéndole la mano. El niño le miró un buen rato sin ceder, pero al ver que el adulto no retiraba la mano, y recordando que su padre le decía que siempre debía comportarse con educación, sin importar las circunstancias, extendió su bracito y le dio la mano.

—David Rubens —le dijo, sintiendo la calidez que trasmitía el mayor al apretar su mano, calidez que en ese momento necesitaba desesperadamente.

—¿Quieres algo de comer? —le invitó Michael, tratando de crear una atmósfera cómoda. Aunque el niño negó con un movimiento de cabeza, pudo ver que sus ojos brillaron cuando pronunció la palabra comida; en vista de esto, agregó de forma casual—: Pues yo no he almorzado y me muero de hambre, así que, si me lo permites, voy a comer mientras hablamos —se levantó y se dirigió a la puerta, habló un par de minutos y regresó al sillón frente al niño—. Ya está, en un momento me la traen. Por cierto, me dijeron que había espaguetis y torta de chocolate; que suerte, porque a mí me encanta.

De sólo pensar en los espaguetis y la torta de chocolate, al niño se le hizo agua la boca y sintió que sus tripas empezaban a protestar con urgencia. Al ver la ansiedad retratada en el rostro de Chris, Michael rio para sus adentros, recordando que Remus siempre decía que no había nada que el chocolate no pudiera resolver.

Momentos más tarde, una linda muchacha entró, levitando frente a ella una enorme bandeja.

El niño miró extasiado el contenido de la bandeja, la pasta se veía y olía delicioso, y que decir de la torta. Además, al lado había una pila de golosinas, a cada cual más atractiva que la otra.

Se fijó en Michael, que empezaba a comer con verdadera satisfacción, y no pudo evitar preguntar:

—¿Te vas a comer todo?

El hombre se le quedó mirando, luego miró la bandeja y sonrió.

—Elsa es un poco exagerada, ¿verdad? —hizo un mohín que hizo sonreír al chico—. Es demasiado y da pena que se desperdicie esta comida tan deliciosa. ¿Estás seguro que no quieres probar?

—Bueno… —el chico dudó un poco más pero al final se rindió—… quizás un poquito.

Minutos más tarde, comía con entusiasmo, mientras él y Michael charlaban amigablemente, especialmente de barcos, el tema favorito de David.

—Aquí hay una regata famosísima, la de la Universidad de Oxford contra la Universidad de Cambridge, se realiza todos los años en el río Támesis. ¿En Auckland también tienen regatas? —preguntaba Michael en ese momento.

—Sí, y son geniales. Mi padre me lleva todo el tiempo —ante el recuerdo de Draco, el rostro del niño se ensombreció y miró al adulto, interrogante—. ¿Tú sabes dónde está mi padre?

—Por lo que me dijeron, está arreglando algunos problemas —contestó Michael, tratando de ser lo más sincero posible.

—Pero esos hombres se lo llevaron esposado —siguió el pequeño, acongojado—. Decían que había hecho algo malo. Pero debe ser un error, mi padre no ha hecho nada malo en su vida, te lo juro —a ese punto, los ojitos negros estaban llenos de lágrimas de angustia. Michael sacó un pañuelo y secó sus mejillas.

—Estoy seguro que todo se va a arreglar —le tranquilizó, sonriendo—. No te preocupes.

—Pero yo no tengo a nadie más —libre de la furia que le había sostenido las horas previas, en ese momento David sólo era un niño triste y asustado—. No tengo donde ir, y no me quiero quedar en este sitio, ¿no podrías pedir que me llevaran con mi papá?

—Eso es imposible, David, lo lamento —musitó Michael, entristecido a su vez por la angustia del niño y pensando que la situación iba a ser realmente complicada en un futuro próximo—. Pero se me ocurre algo —el niño levantó sus ojitos interrogantes hacia Michael—. ¿Te gustaría quedarte conmigo mientras lo de tu papá se resuelve?

—¿Contigo? —preguntó David, con un tono de alivio en la voz—. ¿Podrías? ¿Hay espacio en tu casa?

—Oh, sí, mucho espacio —aseguró el adulto, riendo francamente—. Vivo en un castillo.

—Un castillo —el niño abrió los ojos con asombro.

—Sí, un castillo enorme, que en realidad es una escuela de magia —explicó Michael—. Vivo allí con mi esposo, que es profesor en la escuela.

—¿Tu esposo enseña magia?

—Aja.

—¿Me enseñaría a mí?

—Estoy seguro que puede enseñarte unos trucos sencillos, y cuando cumplas once años, podrás entrar en la escuela.

—Sí, mi padre me explicó que cuando cumpliera once, asistiría a Hogwarts como él —dijo con orgullo.

Michael se le quedó mirando, intrigado, ¿Malfoy había hablado de Hogwarts con el niño y le había dicho que iría allí a estudiar? Definitivamente raro, tomando en cuenta que el hombre debería querer que su hijo estuviera lo más lejos posible de la escuela. Sacudió la cabeza, decidiendo que pensaría en eso más tarde, y centró su atención nuevamente en el niño.

—Entonces, ¿te gustaría venir al castillo conmigo?

—Sí, pero sólo hasta que mi padre regrese, ¿vale? —replicó el muchacho con una sonrisa.

—Vale.



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Draco de nuevo caminaba de un extremo a otro de su celda en un intento vano por tranquilizarse y ordenar sus ideas. ¿Qué demonios estaba pasando ahí? No entendía absolutamente nada. ¿Quién habría inventado toda esa historia de que su David era hijo de su padrino y Potter y por qué? ¿Acaso Potter lo había ideado para vengarse de lo que él le había hecho en su adolescencia?

Movió la cabeza denegando, esa actitud infantil no se ajustaba a la forma de ser del Niño-Que-Vivió, de lo poco que lo conoció las veces que habló con él una vez casado con su padrino; según recordaba, Potter era un hombre bastante sensato y equilibrado. ¿Pero entonces, quién?

Bueno, quienquiera que haya sido, en cuanto analicen la huella mágica de David se darán cuenta que todo ha sido un tremendo error y me lo devolverán”, pensó, no sin cierto alivio, al menos no habían caído en manos de mortífagos resentidos. “Y cuando todo vuelva a la normalidad, voy a descubrir quién inventó toda esta maldita cosa y juro que lo va a pagar con sangre”

Perdido en sus pensamientos, no se dio cuenta que alguien había entrado en la celda hasta que sintió una penetrante mirada taladrando su espalda. Dio media vuelta para encontrarse con unos ojos negros que le miraban fijamente, unos ojos que no pensaba volver a ver, en esa vida al menos.

—Pa… padrino —atinó a balbucear, tan impactado que tuvo que sostenerse del respaldo de una silla para recuperar el equilibrio—. Merlín, ¿estás vivo?

Draco no entendía nada. Su padrino estaba muerto, había muerto hacía años, y de repente lo veía ahí, mirándole con furia y… ¿dolor?, como un oscuro ángel vengador. ¿Qué pasaba, acaso estaba alucinando?

—Tu padrino —escuchó que decía la imagen lentamente, casi deletreando—. Padrino, el sustituto del padre. Alguien que te va a querer y proteger aún a costa de su vida —la figura se iba acercando lentamente—, sin pedir nada a cambio, tal vez sólo un poco de amor de parte de aquel que considera como un hijo.

Draco retrocedió unos pasos, verdaderamente asustado.

—Pero tú… tú estás muerto —atinó a decir, tartamudeando.

—¿Muerto? —repitió Severus, adelantando un nuevo paso—. ¿Sabes que en este momento preferiría estar muerto antes que tener que aceptar la crueldad que hiciste contra mí? —las palabras del hombre eran un susurro dolido—. Y todavía, después de tantos años, no soy capaz de entender por qué. ¿Fue por Harry? ¿Le odiabas tanto que con tal de destruirle no te importó llevarme a mí por delante?

—No… —Draco se sentía cada vez peor, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo—…no entiendo.
—¿Por qué ayudaste a Zabini, Draco? —la voz dolida seguía acusándole, imperturbable—. ¿Por qué secuestraron a mi bebé?

—¿Tú bebé? —Draco estaba cada vez más aturdido—. ¿Qué bebé?

—¿Cómo te atreves a preguntar eso? —ahora el dolor de Severus se había vuelto a transformar en una furia sorda—. Tu maldito esposo le arrebató a Harry nuestro bebé recién nacido, tú le ayudaste a esconderlo, ¿y te atreves a preguntar cuál bebé?

—No, yo no… —Draco sentía que estaba a punto de derrumbarse.

—¡Por supuesto que tú sí! —Severus avanzó otro par de pasos, lucía imponente y absolutamente intimidante—. De nada te sirve negarlo a estas alturas, ya estás descubierto —la voz de Severus bajó de volumen hasta ser apenas un siseo furioso—. Te amé como a un hijo, lo puedo jurar, pero también juro que ahora te odio profundamente y sólo espero que tu vida sea muy, muy larga, porque vas a pasar lo que queda de ella encerrado en una mugrosa celda de Azkaban, y ni aún con eso podrás ser capaz de pagar todo el daño que nos hiciste a mí y a mi familia —se fue alejando del hombre rubio, que a esas alturas estaba con la cabeza baja, sosteniéndose a duras penas de la silla en que estaba apoyado—. Que Dios te perdone, Draco, porque yo no puedo hacerlo.

El ruido de la puerta al cerrarse tras la salida de Severus fue lo último que escuchó Draco Malfoy, antes de que su mundo se oscureciera y cayera al piso, desmayado.



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Una pequeña y preciosa tromba de seis años, de ojos y cabello negro, entró corriendo en la salita donde Harry, Remus, Hermione y Ron, conversaban nerviosos y eufóricos sobre todo lo acontecido ese maravilloso día. Sin pensarlo, corrió hacia el sillón en que estaba sentado Harry y se escondió detrás, riendo sin parar.

—Por favor, papi, protégeme —suplicó al hombre de pelo negro.

—¿Qué hiciste esta vez? —preguntó Harry, divertido.

Antes que la respuesta llegara, se escuchó una voz desde la entrada de la habitación.

—Ay, enana, deja que te atrape y verás lo que es bueno —amenazó un atractivo muchacho moreno completamente empapado, quién enseguida descubrió a la niña escondida—. Así que ahí estás.

—Merlín, Alex, ¿por qué estás empapado? —preguntó Harry, mirando a su hijo mayor, interrogante.

—Porque a la enana le pareció gracioso agarrarme descuidado y lanzarme al lago —contestó el chico—. Y encima se ríe

—Felicity —llamó Harry con tono de amonestación, mientras sacaba su varita y lanzaba un hechizo secador a Alex.

—Lo siento, papi, pero es que Alex puso una cara verdaderamente graciosa.

—Pues no creo que te vaya a hacer tanta gracia cuando tu hermano ya no quiera seguir jugando contigo —le dijo Hermione—. Sabes que muy bien podría estar con sus amigos o en su sala común, y toma parte de su tiempo para llevarte a pasear.

—¿No vas a querer seguir jugando conmigo? —la carita de la niña era verdaderamente triste—. No, Alex, por favor, prometo que no te vuelvo a tirar al lago, palabra.

—Vale, enana, pero que no se repita —todos en la habitación sonrieron ante la situación, sabían que tanto Alex, como Severus y Harry, eran suave cera moldeable en las manos de la pequeña tirana—. Y ahora me voy, tengo entrenamiento de Quidditch. Gracias por secarme, papá.

Pero antes que pudiera desaparecer rumbo al campo de juego, la voz de su padre le detuvo.

—Alex, espera un segundo, tenemos que hablar.

—¿No podríamos hablar en otro momento? —pidió el joven—. Apenas tengo tiempo para llegar y el capitán del equipo es muy estricto con los horarios de inicio del entrenamiento, se pone como fiera cada vez que alguien se retrasa.

—Esto es importante —musitó Harry.

Alex se detuvo en seco, cuando su padre hablaba en ese tono es que era realmente importante.

—Dime, papá —con una sonrisa, el muchacho se sentó frente a su padre.

—Pequeña, ven aquí —pidió Harry.

Felicity, que en ese momento estaba haciéndole carantoñas a Remus, al escuchar la petición de su padre saltó de las rodillas de su tío y fue a sentarse al lado de su hermano.

>>Tengo algo muy importante que decirles —comenzó Harry, con voz suave.

—¿Le pasó algo a papá? —preguntó Alex, a quien hasta ese momento no había preocupado la ausencia de Severus, pues sabía que su padre siempre tenía algo que hacer.

—No, no se trata de Severus —le tranquilizó Harry—, sino de Chris —al ver las expectantes caritas de sus hijos, explicó—: Bill encontró a su hermano.

Por un momento, los niños se quedaron estáticos, tan impactados que no sabían que decir. Felicity fue la primera en hablar.

—¿Dónde está, papi? Quiero verlo —suplicó, yendo hacia Harry y sentándose en su regazo, al tiempo que le abrazaba. Estaba realmente entusiasmada; había aprendido a amar a Chris a través del amor de sus padres y hermano, y la perspectiva de tenerlo de regreso la hacía tan feliz como a todos ellos. Alex, cuyo carácter con los años se había vuelto más serio y sereno, muy parecido al de Severus, no dijo nada, pero en sus ojos se leía la misma súplica de su hermana—. ¿Papá fue a buscarlo para traerlo a casa?

—No, cariño —contestó Harry—. Papá está haciendo otras diligencias. Quien lo va a traer es tío Michael.

—¿Y por qué no fuimos todos a buscarlo? —siguió parloteando la niña—. Es más, papi, podemos hacerle una fiesta de bienvenida, ¿qué te parece?

—Me encantaría pero no va a ser posible, mi amor —musitó Harry—. Por el momento no vamos a poder decirle que es nuestro hijo o su hermano —agregó, mirando a sus dos hijos.

—¿Por qué, papi? —preguntó la niña. Harry levantó la vista y observó en el rostro de su hijo mayor que éste tampoco entendía la razón de tal petición.

—Verán, su hermano se crió lejos de nosotros, pensando que sus padres eran otros. Enterarse de todo de pronto podría hacerle mucho daño. Va a venir a vivir aquí pero no podemos decirle quien es, al menos por el momento. ¿Creen que podrán guardar el secreto? Es muy importante para la salud de Chris.

Ambos jóvenes asintieron sin dudar.

—¿Y nunca vamos a poder decirle que es nuestro hermano? —preguntó Felicity, desilusionada.

—Claro que sí, mi amor —contestó Harry, abrazándola—. Sólo habrá que esperar un poquito a que nos conozca y se acostumbre a nosotros. Mientras tanto podemos ser sus amigos, ¿no crees?

La niña asintió feliz. Entonces, Harry fijó la mirada en su hijo mayor.

>>Alex, voy a necesitar que nos ayudes mucho. Probablemente Chris venga muy desconfiado y va a necesitar un amigo con urgencia. Sé que tienes muchas cosas en la escuela, pero por tu edad eres quien puede acercarse a él con mayor facilidad. ¿Podrás ayudarnos con eso?

—Por supuesto, papá, cuenta con eso —se levantó y se acercó a su padre, abrazándole—. Y no te preocupes, verás que va a estar feliz con nosotros y muy pronto vamos a poder decirle quién es en realidad.

—Sí, papi, ya verás —dijo Felicity, abrazándolo y besándolo.

—¿Y nadie tendrá un abrazó que le sobre para este pobre viejo? —se escuchó la voz de Severus desde el umbral. Enseguida, Felicity dio un brinco y corrió a abrazarlo y besarlo—. Hola, mi pequeña.

—Hola, papá —Alex le saludó con una sonrisa y Severus le alborotó el cabello.

—Hola, campeón —le dijo, usando el apelativo que le daba cuando era pequeño. Hacía tiempo que no lo usaba para dirigirse a su hijo mayor, al menos en público, pues ambos habían decidido que Alex ya estaba demasiado grande para eso. Sin embargo, en ese momento a Severus le reconfortó tanto el alma decirlo como a Alex escucharlo.

—¿Cómo te fue? —preguntó Harry, acercándose y dándole un suave beso. Aunque su esposo no le había dicho nada, sabía perfectamente que había ido a encontrarse con Draco Malfoy.

—¿Hice lo que tenía que hacer? —fue la única respuesta de Severus. Harry movió la cabeza en aceptación, ya después le sonsacaría lo ocurrido en la reunión.

—¿Sabes algo de Chris? —volvió a preguntar Harry.

—Cuando salí del Ministerio, Michael todavía estaba hablando con él.

—¿Pudiste verlo? —los ojos de Harry estaban cuajados de lágrimas. Severus le dio un suave beso y negó con la cabeza.

—No se preocupen —les tranquilizó Remus—. Michael sabe lo que hace, estoy seguro que pronto lo traerá a casa.

—No lo pongo en duda —contestó Severus—, sabemos que tu esposo es un gran profesional y nos quiere bien, estoy seguro que está haciendo lo mejor para todos.

—Bueno, es mejor que mientras tanto llega Chris nos pongamos a hacer algo de provecho, ¿no les parece? —propuso Ron, con una sonrisa—. Qué tal si estas dos bellas damas —sonrió mirando a Hermione y Felicity— y yo, acompañamos a Alex al entrenamiento y observamos sus avances en Quidditch.

—Genial —casi gritó Felicity.

—¡El entrenamiento! ¡El Capitán me va a matar! —exclamó Alex—. Me adelanto, los espero en el campo.

Mientras el muchacho corría rumbo al campo de Quidditch, seguido de unos sonrientes Ron, Hermione y Felicity, los demás se sentaron cómodamente frente al fuego, Harry estaba preparado para sacarle a su pareja hasta la más pequeña fracción de información sobre su visita al Ministerio.



¿Dónde está mi bebé? Capítulo 9. Primeras reacciones Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



—Vaya, ¿acaso los magos no tienen una forma más tranquila para viajar? —se quejó David, asiéndose a los brazos de Michael mientras el mundo dejaba de dar vueltas a su alrededor.

—Pues mientras te acostumbras —se rio el adulto— debo admitir que los viajes mágicos son bastante agitados.

—¿Agitados? —repitió el muchacho—. Esa es una forma conservadora de decir que uno termina como si hubiera descendido de un carrusel descontrolado, ¿no? —mientras el otro seguía riendo, el chico empezó a observar los alrededores hasta fijar la mirada en el inmenso castillo que tenía frente a él.

—Diantres, ¿ese es…?

Michael sonrió ante la expresión atónita del pequeño, antes de anunciar:

—David, bienvenido a Hogwarts, tu nuevo hogar.




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