Luna Llena de las Largas NochesRecuerdo sentir a papá triste por primera vez, su desesperación, su angustia. Aquella noche no dormimos mucho, mi hermana y yo llorábamos porque sentíamos lo que él sentía y no teníamos consuelo.
Y con cada amanecer la desesperación daba paso a la aceptación. Papá se armó de valor y decidió que no podía quedarse allí, llorando para siempre. Nosotras estábamos creciendo, teníamos necesidades y había un solo lugar al que querría ir.
Pidió ayuda a la sucesora del profesor Dumbledore, la profesora McGonagall, su antigua institutriz de Transformaciones. Habló con ella por mucho tiempo, mientras nosotras éramos cuidadas por la tía Hermione y cuando volvió, le dijo con una sonrisa que ella le había aceptado como profesor de vuelo.
Papá vendió la casa y guardó todo el dinero en Gringotts como ahorros para cuando tuviéramos alguna emergencia. Nos mudamos al castillo en junio de ese año, cuando comenzaban las vacaciones. Llegamos a Hogwarts en tren, yo colgada a la espalda de papá gracias a un canguro y mi hermana aún pequeña al frente.
Cuando mi hermana cumplió un año aún no comía mucho, era un poco delicada y lloraba demasiado por las noches. Debido a los reclamos de Filch, papá tuvo que insonorizar la habitación. Había escogido profesor de vuelo porque era una clase que solo se impartía a los niños de primer año y, además, le encantaban los partidos de Quidditch. No tenía que pasar mucho tiempo estudiando sobre qué temas iba a dar en clase, así que nos prestaba la suficiente atención.
El año inició tranquilo y, aunque papá cabeceaba en el comedor porque Luna no lo había dejado dormir la noche anterior, fue bien recibido por el alumnado. Al principio papá pensó que era buena idea llevarnos a la clase porque así nos cuidaría y tomaríamos aire fresco. Había puesto una pequeña casita improvisada para protegernos del sol, mantas y muchas almohadas. Luna dormía todo el día y por ella no había problema pero, lo que mi papá no había contemplado era que yo ya empezaba a caminar.
Durante una de sus clases me escurrí entre los alumnos y me colgué a la primera escoba que vi, que fue la de un niño asustadizo de Gryffindor. Papá se aterró tanto que gritó: «¡Lily Eileen Snape Potter! ¡Baja de allí ahora mismo» y el chico entró en pánico, alzándonos más aún. Yo reía divertida y papá acabó con nosotros y el niño en la enfermería. A partir de ese momento nos dejó al cuidado de la vieja Madame Pomfrey y su aprendiz, Hannah Abbott.
Papá dice que yo tenía un apetito voraz, que a todas horas hacía rabietas pidiendo comida. Me convertía en lobo solo para dar vueltas por toda la habitación… ¡Y ladraba! Decirlo ahora me da vergüenza pero lo hacía… y no hay que llorar sobre la leche derramada.
Luna y yo siempre hemos sido como las dos caras de la moneda, parecidas y distintas. Yo el día y ella la noche. A mis seis años yo ya corría por todo el castillo, explorando cada rincón y “cazando” alimañas. Para mí era genial ser un lobo y relucía como uno la mayor parte del tiempo, marcando mi territorio por aquí y por allá. A sus seis años, Luna se sentaba en la biblioteca silenciosamente a leer.
—Pon atención, Lily, esto es importante —Me dijo papá un día, estaba frente a las dos con un cuaderno de dibujos, nos contaba un cuento—. Lily y Luna son lobas… pero no deben andar mostrándolo a todo el mundo.
—¿Por qué? —Pregunte yo en mi ingenuidad.
—Pues porque no es correcto, tonta —Respondió Luna con su aire de sabionda que a mi tanto me sacaba de quicio.
—No soy tonta, tonta.
—Si lo eres —Me sacó la lengua y yo gruñí en advertencia.
—Basta las dos, ninguna lo es. Pero Luna tiene razón, cariño, no es correcto. No todos los magos son lobos y muchos de ellos les temen.
—¿Por qué? Jamás le hemos hecho daño a nadie.
—¿Recuerdas que ese chico Slytherin que te lanzó un hechizo cuando te transformaste frente a él? —Yo asentí, cachándole el punto—. Bueno, muchas de las personas del mundo mágico piensan que los protectores lunares son criaturas peligrosas y terminan por matarles. No quisiera que les hicieran daño —Nos acarició la cabeza y ambas nos acurrucamos contra él—. Que sea nuestro secreto ¿vale? Si lo descubren, podrían querer que nos fuéramos del colegio.
—Vale —Dijimos al unísono.
—Y, Lily… no caces a los animales pequeños, mucho menos a las mascotas de los demás.
—¿Por qué?
—Porque eso pondría triste a tu padre…
—Vale, papi. No lo haré más.
Papá tuvo complicaciones para criar a dos pequeñas lobas, jamás había preguntado a mi padre como había sobrevivido él a su infancia. Cuando nos enfermábamos nos sabía qué hacer, si llamar al medimago o al especialista en criaturas mágicas, algunas veces termino por llevarnos con el tío Hagrid… pero crecimos en un ambiente divertido, rodeados de amor por los tíos Ron y Hermione, que tuvieron sus propios hijos. Con el tiempo nos hicimos más altas y más fuertes, nuestro pelaje lobuno se hizo más espeso y aullábamos a la luna llena.
Sin embargo, papá siempre se perdía en sus propios pensamientos. A veces lo atrapaba mirando al cielo y sus ojos brillaban como si fuera a ponerse a llorar. Pero no lo hacía, papá no había llorado nunca frente a nosotras.
—¿Extrañas a papá? —Le pregunté una noche de luna llena.
Papá asintió sin mirarme. Entonces lo vi en sus ojos, a alguien distinto a mi amado papi, era un extraño triste y desolado. Asustada, le tomé de las mejillas y le obligué a volver conmigo. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y él me miró por fin.
—Perdona, cariño —Susurró—. Me he perdido un momento… ¿Por qué lloras?
No me atreví a decir nada, solo le abracé y, no por primera vez, odié a mi padre por habernos abandonado.
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