¡Hola de nuevo! Perdón por la demora del nuevo capítulo, mi trabajo y una sucesión de acontecimientos inesperados se interpusieron entre el teclado y yo, mucho más tiempo del que había previsto. ;P
Especialmente a todos los que dejaron sus comentario, éste capítulo (y todo mi amor) va dedicado exclusivamente para ustedes. ¡Gracias por leer!
—Oye viejo, ¿dónde has es…? ¡Mierda! —dijo Ron mirándolo con los ojos muy abiertos, igual que el resto de los muchachos que había a su alrededor, el día siguiente a la hora del almuerzo—. ¿Qué te pasó en la cara?
—¿Por qué? ¿Qué tengo? —replicó Harry, cortante.
—Tu nariz, esta… eh… ¿Quién fue? —preguntó, con más preocupación en su voz que curiosidad—. ¿Por qué no fuiste a la enfermería? ¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no nos dijiste que…?
—Ahora no, Ron. —insistió Harry, palpándose la nariz.
—Pero… —protestó el pelirrojo.
—Me caí, sí; esa es la novedad —mintió Harry, sentándose a su derecha.
—¿Contra qué? —intervino de pronto Seamus, que estaba sentado frente al pelirrojo—. ¿Contra el puño de alguien?
—Sí, algún problema con éso —repuso él con desdén—. No sé por qué tanto alarde… como si fuera la primera vez que me rompen la nariz…
—¡Oye calma! —respondió el pelirrojo, con las palmas a la altura del pecho— ¡Estábamos muertos de miedo! ¡Dumbledore no nos quería decir nada, y Herm…!
—¿Y qué dijo Dumbledore? —le interrumpió el moreno, intentando que su voz no sonara apremiante.
Harry recorrió la sala con una mirada intranquila, cuando no encontró a Snape sentado a la derecha de Dumbledore se sintió menos tenso y angustiado, pero, entonces sus ojos se encontraron con la enigmática mirada del director. Él sólo se limitó a agachar la cabeza y cubrirse la herida de la cara con la manga de su túnica.
—¿Ah? Pues, nada —masculló Ron, poniendo una cucharada de puré al lado de su pollo frito—. Todos me preguntaba adónde diablos te habías metido y yo sabía que…
—¡Puaf! Hermano, ¿qué es ése olor que traes encima? —replicó Seamus, con cara de asco—. ¿Dónde te metiste, en una cloaca?
—¿Olor? ¿Qué olor? —preguntó Ron, olfateando debajo de sus brazos y luego al aire al rededor— . Yo no huelo nada.
—No habló de ti Ron —comentó el muchacho con el cabello rubio arena—. Es a Harry.
Entonces Ron se inclinó, agarrando a Harry por la pechera de la túnica y olfateando.
—No —Ron movió la cabeza con desazón—. No huelo nada.
—Ese olor a… ¡Eeek!, no sé es asqueroso —agregó Neville, que estaba a la par de Seamus, frotándose la nariz, con tono de bochorno—, huele a… como esa vez que un hipogrifo te vomitó…
—Mierda amigo, me quito el apetito —agregó Seamus y empujó su plato a medio acabar a un lado—; deberías ir a darte un baño.
—¿Qué quieren decir? —repuso Harry, con un sobresaltó—. Eso fue lo que hice antes de venir para aquí.
—Pues, aún apestas. —objetó Seamus, mirándolo fijo.
—Nunca olí algo tan degradable… —susurró Neville, apartando la mirada y ruborizándose.
—¡¿Qué diablos es lo que le pasa a los dos?! —exclamó Harry, golpeando con un puño la mesa, haciendo que muchas cabezas giraran haca él.
—Oye viejo, lo mismo te preguntó yo —añadió Ron, subiendo un poco la voz—. Desde que llegaste estas a la defensiva.
—¡Pues, no estaría si los tres dejaran de insultarme! —protestó el moreno, llevándose un puñado de papas fritas a la boca.
—¡¿De qué hablas?! —refunfuñó Ron—. ¡Tú eres el que viene cargando un humor de perros!
—¿Baja la voz, quieres? —rezongó Harry, indignado. Había demasiada gente tratando de escuchar su conversación o que simplemente los observaba y cuchicheaba por lo bajo.
—¡Oye tú, que tanto señalas con ese dedo, ¿quieres que te lo corte?! —le espetó Ron a un alumno bajito, que le estaba murmurando algo a su amigo, y se ruborizó con el susto.
—Te dije que bajara la voz… —masculló Harry con tono ofendido, intentando beber un poco de jugo de calabaza.
—¡Ahí estás! —saltó Hermione desde el otro lado del comedor y, Harry dio un respingo, sintiéndose de golpe terriblemente culpable. «Perfecto, lo que me faltaba»—. ¡¿En dónde diablos te habías metido?!
—Qué, ¿tú también con el cuestionario? —respondió Harry con desánimo, y se puso a masticar una tostada.
Hermione miro fijamente a Harry, como si no diese crédito a sus ojos.
—¡¿Qué te paso en la cara?! —se escandalizó Hermione.
—Más tarde les cuento —replicó Harry, con un suspiro; tratando de hacerle creer que se había visto envuelto en algún asunto heroico.
—¿Por qué no fuiste a la enfermería?
—Yo le pregunté lo mismo. —agregó Ron, con la boca llena, y luego estornudo sobre la manga de su túnica.
—¡Ronald! —exclamó ella, zurrándole la nuca.
Ron se encogió sobre sí mismo, sosteniéndose la cabeza; luego se giró medio cuerpo y abrió la boca y sacó la lengua, mostrándole la comida a medio triturada a la castaña.
—No tuve tiempo, ¿sí? —replicó el muchacho con voz cansina—. Pensaba ir luego de poner algo dentro de mi estómago, mamá.
—Vuelve a sacarme esa lengua y te la cortare. —dijo la castaña con el ceño fruncido
—Tú serás la única que la extrañara… —masculló Ron entre dientes.
—¿Quieres que te corte otra cosa aparte de la lengua, Ron? —le amenazó ella, y sacó su varita mágica, apuntando hacia el rostro de Harry, que se echó para atrás y bizqueó los ojos de la impresión—. Tú, quedate quietó.
—Pero… —Harry ni alcanzó a acerrar los ojos cuando la bruja exclamó: «Episkey», y él sintió el rostro envuelto por un intenso calor y luego por un intenso frío—. Gracias… —musitó, tocándose con cuidado la nariz.
—¿Tienes idea de lo preocupado que estábamos? —cuestionó Hermione, empujando a Ron y sentándose a la izquierda de su novio—. ¿Dónde te metiste? —insistió, muy alertada, pero Harry llenó su vaso de nuevo, lo vacío de un sorbo y dijo:
—Fui a visitar a mis tíos…
Hermione arqueó las cejas pero se limitó a decir:
—¿Cómo? —con incredulidad.
—Sí, eh… —dijo él por fin—. Dudley ya sabes…
—Porqué siento que, ¡eso me suena a una muy mala mentira! —exclamó la muchacha, con desdén—. ¿Desde cuándo te importan tus tíos? Y más, tú odioso primo.
—¡¿Y desde cuándo esto se volvió un tribunal?! —chilló Harry, en tono cortante—. ¡¿Por qué tengo que dar vida y obra de todo lo que hago, o dejo de hacer?!
—¡Nadie te está acusando de nada, ¿qué rayos te pasa?! ¡Nos tenías…! —exclamó Hermione, pero, de pronto ella abrió muy grande los ojos y sus protestas quedaron ahogadas—. ¿Qué es ése olor asqueroso?
—Neville y Seamus dice lo mismo —farfulló Ron y terminó de tragarse un pan con huevo frito entero—, pero yo no huelo nada.
—Es obvio que tú no hueles nada —comentó Seamus con altiveza—, eres un Beta.
—Podríamos cambiar de tema. —siseó Harry, ya sin ganas de discutir.
—Es asqueroso, como a huevo podrido. —dijo ella cubriéndose el rostro con una mano, mientras Ron se abalanzaba sobre una apetecible rebanada de tarta.
—Más bien, como aun animal muerto. —terció Seamus, con cara de asco—. ¿Seguro que te duchaste?
Harry le dedico una mirada asesina y estiró su brazo por encima del plato de Ron para tomar un par de patas de pollo, pero, en ese preciso momento Snape cruzó las puertas de comedor empinando su grande y ganchuda nariz, mientras su capa serpenteaba como un siniestro animal pisándole los talones, y a Harry se le encogió el estómago.
«¡Oh, mierda!»
Se le encogió el estómago, por el repentino miedo que le congelo la espalda y porque, en ese preciso estante, por su mente pasó la inverosímil idea de que Snape se veía absolutamente salvaje y hermoso; y su pequeño amiguito del sur, había decidido que ya era hora de comenzar a despertarse.
En ese momento, Snape se giró medio cuerpo con un floreo de su capa, alisándose las dos cortinas grasientas de cabello hacia atrás con una mano, y a Harry se le congeló el aliento, cuando aquellos linces escarabajos negros le perforaron el alma. Y su corazón comenzó una carrera por escapar de su pecho y sus manos volvieron a sentirse calientes y húmedas.
Snape arrugó la frente y torció la boca con una mueca de incredulidad mezclada con repulsión. La mente de Harry quedo en blanco; le estaba ocurriendo algo espantoso y él no sabía qué hacer. Su cuerpo estaba empezando a tensarse y a palpitar. Sólo podía pensar en el poderoso pulso acelerado que golpeaba contra sus oídos.
El modo en que Snape le miraba por debajo de sus densas y negras pestañas, no dejaba ninguna duda: él también rebozaba de deseo sexual. Harry no sólo presentía la tensión sexual que emanaba desde el Omega: ¡casi podía palparla! Casi podía olfatear el dulce aroma del flujo de Snape mojándole la entrepierna. Harry sofocó un gritó ardiente y descarado cuando su mente les imaginó entrelazados, ahí delante de todos; besándolo, sodomizándolo contra la meza de profesores, mientras el Gran Comedor se volvía un hervidero de exclamaciones, gritos, murmullos y cuchicheos.
De repente, la pastosa y viril voz de Snape zumbó dentro de su cabeza como un fogonazo: «¡Largó!» Harry abrió los ojos como platos y tragó saliva con dificultada. El pánico le invadió rápidamente. ¿Acaso Snape le había hablado mediante telepatía? ¡¿Ahora Snape le podría leer libremente la mente y saber cada uno de sus pensamientos?!
—¿Harry? —preguntó Seamus, moviendo su mano delante del rostro del moreno.
—Esta como ido… —cuchicheó Neville sobre el oído del muchacho rubio.
Potter le sostuvo la mirada a Snape por un instante más, y luego, se sobresaltó como si acabara de despertar de un profundo sueño. Observó perturbadamente a Ron, que a su vez lo miraba angustiado, y forcejeó como si su cerebro no pudiera encontrar o armar las palabras apropiadamente.
—Saben qué, recordé algo que… —se disculpó, levantándose precipitadamente, ni bien vio a Snape avanzar dos pazos en dirección a su mesa—. Los veo al rato, ¿sí?
—¡¿Qué?! ¡Esperá! —exclamó Hermione levantándose detrás suyo, y deteniéndolo por el brazo—. ¡¿Acaso piensas seguir faltando a clases?!
Harry le dedicó una mirada desesperada, luchando por retener las lágrimas, y ella confundida lo soltó suavemente, observándole perderse detrás del umbral de la puerta con la velocidad de un rayo.
***
Harry corrió por los pasillos, el miedo volvía a apoderarse de su pecho; aquella presión sofocante había regresado, esa misma sensación abrazadora que le punzaba la carne y le carcomía los huesos. El frio aire de la mañana invernal le agrietó el rostro, mientras las paredes de piedra se deslizaban una por una a su alrededor; subió y bajo escaleras una y otra vez hasta perder el sentido de la orientación. Cuando sus piernas cedieron al sobre esfuerzo y a los calambres, se derrumbó de rodillas sobre el suelo sosteniéndose la cabeza y los ojos se le anegaron en lágrimas.
Un graznido se escuchó en lo alto del cielo, y Harry alzó rápidamente su cabeza, asustado. Era Fawkes quien revoloteaba. Fawkes, quien había regresado a Hogwarts, como llamado por un encantamiento el mismo día que Dumbledore había puesto de nuevo un pie en sus terrenos. La criatura simplemente había llegado rompiendo los murmullos con su canto, posándose con total naturalidad en el hombro del anciano y extendiendo sus alas en señal de total potestad.
Paso un momento desorientado y confuso; observó a su alrededor, comprendiendo que sus pies le habían terminado por llevado de regreso a la Torre de Astronomía. ¿Qué rayos tenía ése lugar? ¿Por qué siempre terminaba ahí adentro? ¿Quizás era por los recuerdos de la batalla, o quizás los de Dumbledore precipitándose al vacío de cara a una muerte segura? ¿O el rostro de Snape en aquel momento, tan similar al que había visto hacía apenas unos segundo? Harry no supo que significaba todo aquello, ni le importo. Sólo le importaba una cosa: ¿Qué sería de su vida de ahora en más?
Harry se incorporó bruscamente alarmado. Recordó enseguida que se había cruzado con Ginny en el pasillo, que ella había intentado detenerlo tomándolo del brazo y sacudiéndolo, pero él había tirado, y luego la había empujado, haciendo que ella golpear su espalda contra la pared; sin embargo, ella se había recuperado rápidamente y le había perseguido un par de metros, gritando su nombre.
De pronto, él se quedó paralizado, respirando con dificultad.
«Ginny…»
¿Qué sería de su relación ahora? Ellos habían decidido intentarlo de nuevo al final del verano. Ella no solo le había ayudado, lo había amado, le había cuidado y hasta le había alimentado; atendió cada aspecto de Harry, hasta que él logro salir del pozo depresivo en el que había caído luego de la última batalla.
Ella había soportado su bronca, su odio, su ira contra el mismo, ¡contra el mundo entero! Había sobrellevado juntos el estrés postraumático y la culpa de tener tantas almas marcadas en su haber; habían pasado noches enteras llorando, abrazados, hasta caer agotados por el dolor. Y hora él sentía que le había fallado, ¡que le había apuñalado fríamente por la espalda!
Sin compasión, sin culpa, ¡sin vergüenza alguna!
¿Por qué no había pensado en ella antes? Había pensado en Ron, en Hermione, en Remus, ¡hasta en la Señora Wesley! ¡En todos menos en «su» novia! ¿Qué era lo que él le diría ahora? ¿Ella se daría cuenta de lo que pazo? ¿Ella lo odiaría? ¿Lo abandonaría? Ella era una Alfa, y una Alfa Dominante. Dios, Harry la amaba, estaba tan enamorado de ella y todo eso le confundía tanto.
¡Y ahora, estaba tan confundido! ¡Inexplicablemente, mucho más confundido que luego de la última batalla de Hogwarts! Él sentía un enorme vacío en el cuerpo, como un hombre que ha perdido un brazo o una pierna, e insiste en que puede sentir dolor donde antes había estado dicho brazo o pierna. Harry no lo podía explicarlo, era una desesperación por algo que no comprendía.
Automáticamente, y sin reflexionar en lo que estaba haciendo, Harry se arrimó a la baranda, que era lo suficientemente alta como para tener una perfecta visión del cielo nubloso y gris; un fuerte golpe de viento le revolvió los cabello, mientras él miraba hacia arriba, a la majestuosa criatura que dibujaba erráticas formas en el aire. ¿Qué se sentiría poder volar como Fawkes? Extender sus alas y simplemente marcharse lejos de aquel lugar, de aquellos problemas; coger su escoba y alejarse se de tanta confusión, de tanto dolor…
«No sentirás nada… nunca más…»
Primero una mano contra la columna, luego un pie, finalmente el otro, y Harry ya estaba arriba de la baranda, sólo tenía que cerrar los ojos y dejarse caer. Dejarse ir y regresar a aquel lugar pacifico en el limbo, dejarse envolver por aquel calor tibio, por esa sensación de armonía total y…
«Dumbledore no está muerto», le recordó una vocecilla en su cabeza. «En realidad jamás lo ha estado», está repitió. Harry tragó duro. Él no tenía, ni jamás tendría la seguridad de que aquel lugar etéreo que él recordaba existiría en alguna parte del universo o de que, todo aquello, no hubiese sido un simplemente desvarió de su mente… Su cuerpo comenzó a temblar con tanta violencia que, el muchacho sentía que se desmoronaría en pequeños pedazos.
«Un paso… Sólo necesitas dar un paso y todo se acabara…» Harry cerró los ojos, voces ininteligibles llenaron su cabeza; sollozos, gritos y lamentos, el recuerdo de los cuerpos inertes que había dejado atrás durante la guerra. La voz de Ginny y de Ron reclamándole, maldiciéndole.
«¡Olvidados!»
«¿Acaso nos has olvidado?»
«Morimos por tú culpa, ¡por tú culpa!»
«Nos dejaste atrás, nos olvidaste.»
«¡Dimos nuestra vida por ti!»
«¡Por tú culpa!»
«¡Todo fue tú culpa!»
«¡Tú culpa, Potter!», una imagen del rostro de Snape furioso golpeó su cabeza apenas abrió sus ojos , y sus pies se deslizaron al frete, suspendidos en el aire…
—Oye niño, yo que tú me bajaría de ese lugar, antes de lastimarme. —El corazón de Harry dio una brincó y, desesperadamente, se aferró con ambas manos a la columna. El muchacho tembló y miró la descomunal caída, y luego, por encima del hombro, observando aquella cara desconocida.
—¡Y tú qué sabes! —exclamó, y luego, contempló, estupefacto, al sujeto.
Sus ojos se movieron lentamente sobre el abrigo negro de corte elegantemente y los extensos pliegues de una capa escarlata, la corbata de seda negra anudada al cuello y de la camisa tan blanca como su piel. Miró el abundante pelo rubio, las ondas que estaban peinadas hacia atrás encima de las orejas, los rizos que apenas tocaban los bordes de sus hombros, el sombrero de ala ancha rojo, decorado con una pluma blanca. Sus ojos eran de un azul grisáceo sorprendentemente claro. Permanecían fijos en él con perturbadora intensidad.
Parecía tan sorprendido como él. Harry se estremeció.
—Wow, niño. ¿Quién te dejo así la cara? —preguntó el intruso, y empezó a reírse. El chico, aturdido, contestó rápidamente:
—¡Qué mierda te importa!
—Espera, ya sé, no me digas —repuso el muchacho, sacando del bolsillo una cajita roja y blanca, que Harry rápidamente identifico como cigarrillos Muggle—, ¿un telescopio de juguete te dio un puñetazo? —preguntó encendiendo un cilindro, con un chasquido de dedos que dejó a Harry aturdido—. Deberías ver a la enfermera, esas cosas no se quitas así nomás.
—¡Cállate! —A Potter le tembló un poco la voz. ¿Quién era ese sujeto? Su cara le era vagamente familiar, tenía la sensación de recordarla de alguna parte; era un hombre muy alto (o al menos lo era para Harry que apenas media un metro sesenta y cinco), como quince o veinte centímetros más alto que él, y sorprendentemente enjuto en carnes, de unos veinticinco años quizás, y…
Dios, qué apuesto era. Como un vivo fogonazo que resplandece con ferocidad.
—Oye, mocoso. Yo sólo sé que romperte los sesos contra el piso no es algo que te convenga —dijo el joven rubio en tono cortante, saboreando una pitada—. Además, hace mucho frío, la nieve esta dura, no sé, sólo es una opinión personal.
Harry se humedeció los labios y tragó saliva.
—¡Pues, guárdate tus opiniones en…! —En cuanto habló, Harry deseó no haberlo hecho. El joven rubio cruzó la sala antes de que él pudiera tomar aliento. Harry dejó escapar un grito, pero ya era tarde. El sujeto le había rodeado los hombros con un brazo.
—Mirá imbécil, por mi has como quieras —repuso, mientras el humó que se escapada de sus labios—, pero creo que al viejo hippie cara de loco le molestara un poquito saber que te echaste un panzazo desde la torre más alta de esta cochinada de colegio, o lo que sea.
Harry respiró hondo y captó su marca de olor. Olía a menta, algo espeso y aceitoso, y… El corazón le dio un vuelco, desalentado. Sus miradas se encontraron al instante. El sujeto era un Alfa. ¿Con tanta belleza delicada? ¿Cómo podía ser un Alfa? Él casi… casi parecía una muñeca de porcelana, piel pálida, mejillas rozadas, boca grande y labios carnosos….
Harry se tensó al sentir el calor que comenzá a excitarse (y no en el buen sentido de la palabra) entre ellos. El sujeto estaba marcando su territorio, le estaba midiendo y recolectando información. ¡Joder!, ahora sabría desde lo que comió, hasta su estado emocional.
«Maldito Reflejo de Flehmen», pensó Harry.
—¿Ha-hablas del profesor Dumbledore? —preguntó con voz áspera, aclarándose la garganta.
—¿Conoces otro viejo hippie cara de loco? —añadió el muchacho haciendo una mueca—. Bueno, perdón. Cierto que aquí hay varios, comenzando por la vieja borracha con el pelo de estopa, la comadreja con corpiño cara de gato, la bataraza negra escuálida, el batracio de sexo indefinido, el gnomo de jardín cascarrabias, el hombre elefante, la…
Él exhalo con fuerza, pero no de alivio. No quería estar a solas con aquel hombre. Su mente trabajaba a toda velocidad. Él sabía que no podía simplemente confrontarlo. Aquel tipo era demasiado poderoso, demasiado fascinante. Harry sólo había olfateado una marca territorial Alfa tan poderosa en su vida: «La marca de Voldemort.»
—De cualquier modo —contesto temblando; su corazón latía incontrolablemente. Sus manos comenzaron a temblar—, ¿quién rayos se supone que es tú? Obviamente, no eres alumno del colegio, ni tienes pinta de venir a enseñar clase alguna, ¿qué haces aquí?
—¿A caso eso importa? —Él le lanzó otra sonrisa seductora; saltaba a la vista que esta acostumbrado a engatusar a las personas para que hicieran lo que él quisiera—. La cosa es que, el viejo de las calcetas locas, se molestara si ve tu cerebro regando todo el jardín y… ¡Mierda, mocoso! —el muchacho pellizcó la nariz, alejándose de él—. ¡ Sí que estas bien ciscado!
Los ojos de Harry se dilataron. Cuando el muchacho aparto el brazo él corrió al otro lado de la habitación, se volvió y pegó la espalda a la pared para mirarlo. Tenía que encontrar un modo para salir de aquel lugar, ¡y rápido! Harry se deslizó un par de pazos hacia la puerta con la espalda pegada a los tabiques de piedra.
—¿De… de qué…?
—¿Es por eso que te querías suicidar? —Él estuvo punto de asentir, pero su mente le gritaba cosas extrañas, cosas que le confundían; la feromonas de aquel sujeto todavía le impregnaban la nariz—. Créeme mocoso, no vale la pena perder algo tan preciado como la vida, en una forma tan estúpida.
—Yo no me quería suicidar… —Harry esquivó su mirada. Él se mostraba tan firme como podía, lo que le parecía una enorme hazaña. Se apartó el flequillo de los ojos con mano temblorosa.
La sonrisa del intruso se volvió cazadora.
—Acabas de adquirir un Omega, ¿verdad? —le miró de arriba abajo, cáusticamente.
Hubo un silencio. Harry se había quedado petrificado, con gesto inexpresivo.
—¿Co-cómo lo sabes? —balbuceo. Su corazón se negaba a aquietarse.
—¡Uff! El hedor, mocoso —forzó una sonrisa que pareció débil y repugnante—. Te delatá kilómetros a la redonda, pero… —dijo, golpeado el cilindro con el pulgar para que la ceniza callera al suelo— no te alarmes eso es normal, recuerdo que a mí me duro como un año y medio, fue una época horrible; no se me acercaban ni los perros…
—¿Ni los perro? —inquirió ladeando la cabeza.
—En sentido figurado, mocoso.
—¡No me digas mocoso! —gritó él con voz pastosa—. ¡Tú apenas debes ser unos años mayor que yo, ¿qué tanto puedes saber?!
—¿Ah, sí? Claro… —El rubio con un bostezo y tiro lo que quedaba del filtro, aplastándolo de un pisotón y rápidamente encendió otro cigarrillo, e inhaló con sus ojos fijos en los verdes del moreno, acercándose con un suave crujido de su capa—. Como te decía, fue una época de difícil interacción con los demás, ya sabes, me volví muy agresivo, de un día para el otro; incluso me llené de odio por mi compañero.
Y como si no pudiera reprimir la pregunta o si está a su pesar, se le deslizara de entre los labios, Harry preguntó:
—¿Tu unión también fue forzada?
—¿Qué? No, mocoso. Yo le amaba —dijo con un exhalación de humo—, pero en aquella época me molestó tanto que él no hiciera lo que yo decía que me desquicie… tanto como para perder la cabeza por un tiempo, pero… pesé a todo… él fue el único capaz de regresarme la cordura… —razonó el joven como para si—. En fin, éso no te pasara…
Esas cuatro palabras fueron como un alivio, como un bálsamo, un arcoíris de esperanza en una tarde de tormenta. Harry logró volver en sí al instante y se apartó de la pared, .
—Eso es bueno, ¿no? —musito, y luego se refregó la nariz con la manga de la túnica. ¡Maldición! ¿Por qué no podía sacarse el asqueroso hedor de aquel sujeto de la nariz? Lo tenía impregnado en el tabique, y le ardían las fosas nasales. ¿Qué diablos le pasaba? Sus sentido jamás habían sido tan agudos. Hermione siempre lo regañaba por aquello, decía que tenía menos olfato que una gallina con moquillo. ¿Por qué ahora todos los aromas, los colores y los sonidos, le parecían tan intensos?
—¿Lo es? —preguntó él a su vez con ironía—. A ti no te pasara «éso», porque a ti te pasara algo, peor.
—¿P-peor…?
—Mucho peor… —interrumpió el muchacho, sacudiendo una mota de polvo en su traje—. ¿No dijiste «también fue forzada»? —Harry tragó y asintió con gesto contrariado; sintiendo como un ardor punzante se iba erigiendo en la boca de su estomago—. Pues, será mucho peor de lo que tú pequeña cabecita, se lo pueda imaginar. ¡Oh, peor! ¡¡Mucho peor!!
Entonces el rubio empezó a reírse, con una risa punzante y aguda, como el sonido de algo metálico golpeando, un sonido que Harry jamás había oído antes; era casi como si el sujeto le hubiese hipnotizado. Harry sacudía la cabeza, intentando bloquear aquel sonido desagradable de su mente.
—¡Oh, niño! ¡Tú estás bien jodido! ¡¡Jodido!!—gritó él jubiloso, sosteniéndose el estómago y apoyándose en la columna más cercana—. ¡Antes de que termines el ciclo escolar te volverás loco! ¡Loco!
—¿Lo- loco…?
—¡¡… de remate!! —repuso, echándose el pelo hacía atrás con una mano—. Sera como tener dos fuerzas descomunales tironeándote por extremos opuestos; desgarrándote los intestinos.
—Estás mintiendo…—replicó Harry en voz baja, mirando hacía abajo.
—¿Eso crees? —cuestionó el muchacho, que ya no reía y lo observaba con atención—. Que iluso eres anteojitos…
—¡Mientes! —Harry habría deseado que su voz no se quebrara de miedo y tención. Que las palabras dichas por Dumbledore, no fueran confirmadas por aquel extraño. Que la ira de Snape, no fuera otra cosa que su ego herido—. Ni siquiera te conozco, ¿porque creería en las patrañas que dices?
—Mirá mocoso, podría darte un par de concejitos útiles —rebatió el otro Alfa, mirándolo directamente a los ojos—, pero me caes tan mal que, ¡jodete!
—¡¿Y quién diablos querría tus concejos?! —Harry cerros los puños y dejó caer sus hombros—. ¡No eres mucho mayor que yo, ¿qué rayos puedes saber?!
—Tú los querrás, cuando vuelvas a estar en la misma habitación que tu Omega y sientas tanta necesidad de reclamarle que te terminaras bajando los pantalones en público, y le darás duro contra el muro y suave contra el suelo.
—¡Eso no pasara! —Harry movió la cabeza, tocándose ligeramente la nariz—. Antes… antes me corto las manos que volver a tocarle…
—¿Sí? Dime éso cuando te vuelva a ver. —El muchacho tiro el cigarrillo enciendo al suelo, se quitó el sombrero e hizo una reverencia con una sonrisa bufonesca, antes de voltearse sobre los talones y enfilar hacia la puerta.
—¡Espera! —Las palabras salieron de la boca de Harry, antes de que este pudiera frenarlas—. Yo… ¿Cómo podría evitarlo?
El rubio se volteó con un floreo de su capa y le lanzó una mirada diáfana y calculadora.
—¿Qué cosa, mocoso…?
—Querer «eso»… —Harry enfatizó las palabra con sus manos— de nuevo…
Al muchacho se le escapó una risotada, pero sólo consiguió que sonara como un fuerte estornudo.
—¿No era que no volvería a pasar?
—¡Si «eso» ocurriera no sería por mi propia voluntad! —objetó Harry, rojo hasta las oreja—. Sólo… sólo quiero saber si hay algo que… que pueda hacer para evitarlo… —masculló, rascándose luego la cabeza— sí es que llega a ocurrir…
—¿Aparte de cortártela? —respondió el otro, con una media sonrisa ladina. Y Harry se le cayó la mandíbula y abrió bien grande los ojos—. No hay nada que puedas hacer para evitarlo, mocoso —aseguró, encogiéndose de hombros—, sólo abandonarte a tus instintos y, francamente, disfrutar.
—¿Y eso se supone que es un consejo? —protestó, cruzándose de brazos.
—¿Yo te dije que lo fuera?
Otro silencio incomodo se formó entre ambos.
—Bromeabas con eso de, «cortármela», ¿verdad?
—¿Y tú qué crees? —contestó, frotándose las manos por el frio.
—Que… —Harry tragó, balanceándose de un pie a otro, incomodo— que la idea de ser un eunuco… nunca me había parecido atractiva hasta el día de hoy…
—Uff… Bien, mocoso, te lo diré… Sólo porque le tengo lastima a tu amiguito; nadie debería ser descabezado —contestó al fin con voz monocorde y continuó camino hacia la puerta—. Así que, escuchá con atención: «Por medio de cosas pequeñas, grandes cosas pueden llegar a pasar; no dejes que éstas se descuiden y se pierdan» —el muchacho ya había llegado a la puerta doble de roble cuando giró la cabeza y dijo:—, es la mejor forma de mantener satisfecho a un Omega. Y un Omega contento, es igual una vida tranquila.
—Oye, ¿y qué significa eso? —preguntó Harry, haciéndose altoparlante con las manos.
—¿Qué acaso las quieres todas regaladas, mocoso? —dijo él, y el eco de su voz revotó por las paredes del pasillo—. Pon un poco de esfuerzo de tu parte, ¡y échate algo de trabajo sobre los hombros, joder!