—Vaya, que comenzó a nevar —dijo Hermione arrugando el entrecejo y limpiando los cristales empañados de la ventana con el puño de su polera—; parece que afuera se desató una ventisca. Esperó que Harry no se encuentre afuera. ¿Ron me estas escuchando?
—¿Ah? —exclamó Ron, estirando ostentosamente los brazos y las piernas—. ¿Decías algo?
— Nada… —dijo ella volviéndose para fulminarlo con la mirada—. ¿Estás pensando en Harry, verdad?
—Uhmm… —masculló él, compungido.
—Sí. A mí también me tiene preocupada —se lamentó, cerrando el trecho que los separaba y acomodándose junto al pelirrojo en el sillón—. Nunca lo vi actúa así, Ron…
—Me lo dices a mí… —añadió él, rodeándola con el brazo y acercándola a su pecho.
«Es como si estuviera ocultando algo deshonesto» pensó ella para sus adentros, encajando la cabeza en el hueco del cuello del muchacho.
—¿Qué crees que sea? —le susurro ella al oído, mientras Ron los cobijaba a ambos con una frazada.
—Ni idea… —musitó el muchacho, enterrando su nariz entre los castaños rizos.
—¿Qué te dijo tú hermana? —preguntó Hermione, bajando la voz, y mirando hacia los demás alumnos por encima del respaldo.
Al parecer Ginny ya se había marchado a la habitación con las demás jóvenes. Hermione dio un suspiro de alivio. No quería estar presente cuando ella y Harry discutieran, tampoco quería que Ron se entrometiera entre ellos. Pero, no por lo que la mayoría de las personas pensarían. Ron defendería a Harry, con uñas y dientes, hasta de su propia hermana.
Hermione acomodó un mechón despeinado del flequillo de Ron, que permanecía taciturno, mirando el caprichoso danzar de las llamas de la chimenea. De sopetón, el recuerdo de la última vez que Ron y su hermana habían reñido por culpa de Harry le vino a la mente; aquella vez se había cruzado muy feo, y sólo por un comentario estúpido, incluso ella misma había tenido que interferir para separalos.
—Se lo encontró en el pacillo, después de que salió corriendo —susurró el pelirrojo, sintiendo una desagradable sensación de vacío en el estómago—, intentó detenerlo pero él la empujó y ella lo persiguió un tramo, pero le perdió cuando las escaleras cambiaron de posiciones…
De pronto, un rumor se alzó por toda la salá, era Harry que iba entrando, con el rostro vibrando de rojo granate, la ropa empapada, y el pelo más enmarañado que de costumbre; la pareja se volvió hacia él. Y Hermione se puso de pie de un saltó y rápidamente corrió a su encentro, pero Harry la esquivó y escapando hacia las habitaciones de los muchachos; desesperado por ir a cerrar mágicamente los doseles de su cama.
—¡Harry! —exclamó ella, intentando correr para alcanzarlo, pero Ron la retuvo por el hombro.
—Déjalo así… —dijo él con calma.
—Pero… —protestó la muchacha con un hilo de voz.
—Ya se le pasara —la interrumpió Ron—; entonces vendrá a contarnos todo.
—Ese no es el problema, ¡lo conoces! —repuso la muchacha, haciendo un mohín. Ron le dio unas palmaditas en el brazo y ellas sintió un cosquilleó de vértigo en el estómago—. No hablara hasta que reviente, ¡como el verano pasado luego de la guerra! ¿Acaso ya te olvidaste de esos dos meses internado en el la psiquiátrica de San Mungo?
—Crees que él intentara… —dijo Ron tras un suspiro—, ¿lastimarse de nuevo?
La repuesta habría sido un «sí», pero ella no quiso dársela. Sin embargo, Ron interpretó su mirada de la peor manera posible. Ninguno de los dos volvió a mencionar a Harry; es más esa noche apenas se hablaron, y se fueron a acostaron sin decirse nada, cada uno absorto en sus pensamientos.
Por su parte, Harry permaneció largo rato despierto, contemplando el toldo de su cama con corceles, e intentó convencerse de que lo que había pasado con Snape durante el almuerzo era cosas de su perturbada y atrofiada imaginación. En tanto, seguía procurando no pensar en Ginny, pese a que ésta no paraba de aparecer una y otra vez en mente, en actitudes que hacían que las piernas se le alojaran de puro miedo. A esa alturas, Harry ya no sabía a quién le tenía más miedo, si a la amenazante presencia de Snape o a la derecha boxeadora de Ginny. Lo peor de todo era que, aquel misterioso sujeto, le había dejado más dudas que certezas; miles de preguntas le sobrevolaban como Dementores en la cabeza.
Harry giró sobre su costado y se tapó la cara con una almohada. ¿Por qué no había ido a robar una poción para dormir sin sueño de la enfermería?
***
—¿Se puede saber en dónde rayos te metiste? —preguntó Dumbledore con firmeza, con algo de impaciencia.
—Fui a dar una vuelta… —dijo el joven, pensativo, colgando la capa y el sombrero en un perchero junto a la puerta, y cruzando lentamente la habitación hacía la ventana—, ya sabes, despejar la cabeza y eso…
—No puedes andar pululando por los rincones del castillo como un fantasma, si alguien te ve o…
—Shuu, viejo… Hoy no estoy para tus sermones —contestó el muchacho y se dio la vuelta para que el anciano pudiera verle el perfil—. Además, nadie me vio… Bueno, si consideras como «nadie» al mocoso cara de pekinés.
—¿Hablás de Harry? —cuestionó el mago, arrugando el entrecejo.
—Sí —afirmó el joven, sus ojos se dirigieron un poco más allá de Dumbledore, a la pared más lejana, y luego, se fijaron en el marco de la ventana—. Me lo encontré echo un despojo en la Torre de Astronomía… —dijo con voz casi distante, como un poco distraído—. Ese niño no está nada bien, Albus; tienes que hacer algo y rápido…
—Lo sé… —repuso Dumbledore, con los dedos apenas doblados bajo la barbilla y el índice que parecía golpear suavemente—, pero no me cambies de tema, ¿qué hacías tú por aquel lugar?
—Ya te dije viejo topo, pensaba… —El muchacho hizo un gesto teatral con el pecho hacia afuera, la barbilla en alto y las manos en la cintura manifestado la necesidad de hacerse notar—, masticaba la bronca; iba por el camino maldiciendo tu existencia. ¿Te lo tengo que subrayar?
—Oh, ya. Ven aquí —dijo rápidamente el mago mayor; ablandando la expresión severa de su rostro—, no quiero pelear más; ya disfruté de mi cuota diaria durante el almuerzo…
—Está bien —le aseguró el muchacho luego de una pausa, con un resoplido. Mirándolo con cierto recelo, fue a su lado y apoyándose contra el escritorio, se acomodó entre sus piernas, antes de agregar con tono burlón: —. Y, ¿qué paso ahora?
—Severus… —contestó el mayor, deslizando sus cansadas manos por los firmes muslos, hasta rodearle la cintura y descansar la cabeza contra el regazo del joven.
—¿De nuevo? —dijo con un tono desdeñoso.
—No quiere comprender a lo que se está ateniendo…
—No puedes culparlo… —murmuró con apatía, sus ojos fijos en uno de los cuadros de los anteriores directores, todos evidentemente dormidos; enredando sus manos entre las blancas hebras—, en su momento tú tampoco querías comprender las consecuencias… —La serie de tablas delgadas en la que se ubicaban delicados instrumentos de plata que giraban y emitían pequeñas bocanadas de humo, habían regresado a su lugar, así como una increíble colección de libros, que constituían la biblioteca privada de Dumbledore, y el Sombrero Seleccionador que descansaba como siempre en su estante—; ambos son jóvenes, les servirá de experiencia…
—Harry aún es un niño… —dijo Dumbledore de inmediato.
—¿Desde cuándo eso es una justificación? —comentó en voz baja el chico. Por el momento, el anciano le echó una mirada vaga y somnolienta—. Por más de que quieras continuar protegiéndole Albus, él ya es un adulto, debe atenerse a las consecuencias de sus actos…
—¿Y eso lo dices tú? —Dumbledore río con la misma impaciencia de la gente que escucha las mentiras ajenas.
—Todos aprendemos de nuestros errores…—dijo el muchacho en voz baja, tironeándole del pelo. Albus sólo hizo una mueca de dolor, apartándose de la malintencionada mano—. ¿O te lo tengo que explicar?
—No…—dijo Dumbledore con tono jovial, tomándolo de la muñeca y besándole la palma, inhalando el aroma a tabaco impreso en la piel—. ¿Estuviste fumando de nuevo?
El muchacho arrugó el entrecejo.
—No me vengas a sermonear, Albus —Su enojo casi parecía sincero—. Yo no soy uno de tus mocosos retardados; no me distraerás con tus babosadas.
—El pasado, ya pasó, y es inútil vivir de él —se apresuró a decir él, intentado instintivamente aplacarlo—. Además, sabes que pese a todo, te amo.
—Yo también… —Él entonó la mirada, como si recelara.
—Qué, ¿también me amas? —preguntó Dumbledore, ascendiendo por su estómago y pecho con perezosos besos.
—No. Yo también me amo. —sonrió desdeñosamente.
—¿Te estas burlando de mí? —Albus le miró fijamente, con suspicacia; luego su expresión se endureció y se volvió más sombría—. Te digo que te amo y tú me sales con una de tus niñerías.
El muchacho sacudió la cabeza lentamente, le agarró de los brazos y se apartó de él.
—Estaba bromeando…
Hubo un silencio, y luego Dumbledore soltó una carcajada, dándole un capirotazo en la punta de la nariz.
—Yo también, tontillo, pero… —replicó el mago mayor sonriendo; tomándolo por la barbilla y acariciándole los carnosos labios rosados con los dedos— sabes que si me engañas o me traicionas de nuevo… —Introdujo luego sus largos y toscos dedos entre su pelo, aparto la melena rubia y buscó su cuero cabelludo. Él muchacho dejó de respirar— te castrare… con mis propias manos —dijo con un susurró suave y seductor—; así que, mejor no me tientes…
Al muchacho se le encendieron las mejillas, mientras pasaba saliva. Aunque su contacto era tierno como la caricia de un amante, los años y aquella leve y casi engreída mirada le aseguraba que, a pesar del tono bromista, Dumbledore no estaba jugando.
—Maldito imbécil… —dijo él con voz ronca, sintiendo su orgullo de Alfa pisoteado, pero aun así sus brazos le rodearon acogiéndolo en un cálido abrazo.
El director rio de nuevo, pese a todo. Luego se puso serio.
—Severus cree que está vez será igual que con su anterior Alfa —repuso Albus, y sacudió la cabeza con consternación, pero su rostro se mantuvo sereno—. No comprende que la magia de James se desvaneció de este plano cuando su cuerpo se descompuso… —El muchacho tembló, cuando Dumbledore enterró el rostro en su pálido cuello. El levísimo aleteó de sus fosas nasales, sobre la piel caliente hizo que el cuerpo se le crispara— en cambio la de Harry, seguirá aquí; tirando de él constantemente —masculló el Omega—. Es tan terco que me frustra…
—Un dolor de huevos; como digno hijo tuyo —se río con ganas el muchacho—. Después de todo, los hijos adoptivos son más parecidos a los padres que los biológicos…
—Sabes que —musitó, tras una leve vacilación—, a veces pienso que sí…
—¿Que sí, qué…? —preguntó el chico, frotando la tierna piel del lóbulo con los dedos. Dumbledore ronroneó como un gato y le acaricio la espalda, remarcando los músculos con los anulares.
—Que sí… —susurró el director, con sus labios moviéndose contra el pálido cuello, imprimiendo pequeños besos húmedos—, que todas esa barbaridades que siempre dices son verdad…
—Oh, gracias, por tu condescendencia —dijo el rubio con voz pastosa, robándole un beso, sin apartar la mirada de esos magnéticos ojos azules.
—No seas imbécil —susurró Dumbledore contra los húmedos labios, acariciándole el hueso de la mandíbula con los nudillos —. Sabes que siempre reflexiono sobre todo lo que me dices; no importa que tan necio o insulso me parezca.
—¿Estas insinuando qué sólo digo sandeces? —preguntó el Alfa, capturando un travieso dedo en su boca y chupándolo con avidez, imitando los movimientos de una felación.
—No. Sólo digo que tú no tienes una lengua, tienes un cuchillo —jadeó Albus, retirando su mano—. Así que, bien podríamos haber criado a un pequeño Severus juntos…
—Con tu osadía, labia e inteligencia, y mi lascivia, astucia y sensualidad —el muchacho sonrió salvajemente y hecho la cabeza hacia atrás; apretándolo contra sí con la fuerza de un toro—, podría haber salido algo mucho mejor que éso.
—No te creas, Severus tiene todas esas cualidades y más.
De pronto, Albus se halló envuelto en un calor que empezaba a invadirle de adentro hacia afuera y, comenzó a advertir aquella extraña sensación familiar, aquel asombroso poder viril proveniente de su compañero, que lo rodeaba como una increíble fortaleza; experimentando con toda claridad una suave y dulce sensación de debilidad.
—Sí, claro, por eso la cola de candidatos rodeaba todo Hogwarts —dijo con sarcasmo.
—Él es un sibarita, como alguien que yo conozco —mientras él hablaba, el joven Alfa sentía el roce de su barba en la mandíbula, y su aliento acariciándole el oído—; sin embargo, no aceptaría halagos y adulaciones de cualquiera.
—Sabes que —dijo sin rodeo, sus gruesos labios mordisqueando la oreja del mayor—, ya me aburriste con tu cotorreo sobre feto mal logrado de murciélago.
—Por favor, no le llames así…—dijo el director, acomodando un mechón dorado detrás de su oreja; conteniendo el aliento cuando el muchacho le cogió la misma mano, guiándola a su entrepierna, separando más los muslos, y apoderándose nuevamente de su boca.
—Qué bien sabes.
Albus inhaló bruscamente. El muchacho estaba excitado. Increíblemente excitado. Su miembro enorme y duro apretando contra su mano era electrizante. Una enorme línea recta, rígida y levantada.
—Para ya, creo que… —El Omega se humedeció los labios— es suficiente…
—Dejá todo esto acá —ordenó el muchacho con un placer evidente, hincando las caderas hacía adelante con un gemido—, y vamos a hacer travesuras; llevas semanas escapándote. Eres peor que el conejo blanco de Alicia.
—Qué más quisiera yo, pero… —musitó. Un rubor de emoción ascendía desde su cuello hacia las mejillas. Parecía afiebrado— aún tengo mucho papeleo pendiente; revisar las protecciones y que todos los niños hayan regresado a sus habitaciones, y luego…
—Uff… ¡Siempre eres tan aburrido, Albus! —le reprochó, empujándolo por lo hombros y bajándose del escritorio con un saltó—. Ve a cambiarles los pañales a tus queridos bebés retardados. Yo me iré a divertir solito —Hizo un ademán grosero, mientras rodeaba el mueble—. ¡La noche es joven, y esta rebosante de placeres inimaginables! ¡Placeres que aclaman mi cuerpo, como las sirenas que sollozan por las atenciones de Odiseo! —Y, con la misma velocidad que ataca una serpiente, cruzó al otro extremo de la habitación—. ¡No me esperes, Albus, porque no sé cuándo regreso!
Dumbledore exhaló y se echó hacia atrás cruzando los brazos.
—Gégé, no pienses que…
—¡«Gégé, no pienses»! —repitió Alfa con sarcasmo, tocándose suavemente el pecho con el puño—. Ni creas que me quedaré aquí adentro, amohosándome como un cacharro viejo y arreglando problemas ajenos; estás mal del coco, viejo —replicó, descolgando la capa escarlata de la percha y echándosela sobre los hombros—. Yo me voy a mover éste hermoso cuerpito que Dios me dio. Te veo cuando el destino nos cruce de nuevo… —Volteó sobre sus talones, tomando un puñado de polvos flu de un recipiente de plata y echándolos a la chimenea.
—¿Adónde te vas? —se apresuró a preguntar Dumbledore poniéndose de pie y, con la calma que sólo los años le habían otorgado, se plantó delante del joven; guiando su anciana y cansada mano al terso y pálido rostro.
—Eso no es de tú incumbencia, pero… —se río el muchacho, entrelazando los dedos de la mano opuesta con los del Omega— si quieres saberlo… ya sabes lo que tienes que hacer…
—Como quisiera tener tú misma energía… —susurró, besándole la frente como a un pequeño cachorro perdido—. Al menos éste jueguito del gato y el ratón seria más justo…
—Por lo menos aún guardas tú amor por la aventura… —dijo cogiéndole ambas manos y besando la tibia piel arrugada de las palmas.
—Sí, pero… —dijo el director apartando la mirada, hacia el oscuro cielo que se veía por la ventana— últimamente, ciento que los años me pesan más que de costumbre; incluso, hasta llegue a envidiarte… pero sólo un poquito…
—Sabes que no hay nada para envidiar, Al… —dijo el chico agachando la cabeza.
—Lo sé…—aseguró sonriendo—, pero a veces me gustaría poder hacer más travesuras juntos; quizás, corretearte por la campiña y hacerte el amor a la orilla de un riachuelo co…
—El tiempo pasa y…—suspiró el joven, rodeándole el cuello con los brazos— nos prepara para cosas nuevas… cosas mejores…
Albus rio entre dientes, rodeándole la cintura.
—¿Cuándo fue que te volviste tan sabio? —su voz sonaba llena de orgullo.
—Bueno, ya sabes, los años no vienen solos —dijo el muchacho tras una breve pausa, besándole las mejillas y el cuello, —. Dios, eres una dulce condena…
Los ojos del director brillaron. Ese movimiento de labios le puso de punta todos los pelos del cuerpo; enviando una sensual oleada por el cuerpo que, no fue muy diferente al placer de un orgasmo.
Apresuradamente, el Alfa deslizó una de sus manos hacia abajo, por sobre la gruesa tela de su túnica y le dio al pene de Omega un firme apretón, deleitándose con el escandaloso gemido que recibió en respuesta.
—No me provoques, Gatito… —ronroneó el director, como acariciando las sílabas; deslizando sus manos por las pequeñas pero firmes nalgas, duras como roca, y dándole una juguetona palmada—. No quieres que te castigue de nuevo… —El muchacho sonrió sagazmente, chupó y mordió los labios, y luego el cuello de su amante.
—Al menos… dejame chuparte… —repuso el chico, dejando que sus manos vagar por el cuerpo de su amante, mientras se escabullía sumisamente hacia abajo. Cuando su cara quedo a la misma altura que la dolorida polla del Omega, él miró hacia arriba esperando ver la tan ansiada señal en aquello ojos de cielo—. Por favor, Al… Está noche no voy a poder dormir sino te tengo…
El director lo miró maliciosamente por encima de sus anteojos con forma de media luna, relamiéndose los labios. Un hilillo de roció comenzaba a deslizarse por sus piernas.
***
A muchos kilómetros, la misma fría nieve que escarchaba las ventanas de la Salá Común de Gryffindor, flotaba hasta posarse suavemente sobre una calle llenas de maleza y chatarra esparcida por varios rincones. No se oía ninguna ruido, sólo el susurro del viento amenazando.
De pronto, un débil «¡crac!», rompió el sigilo de la noche, y una oscura y encapuchada figura apareció contra la luz mortecina y titilante, de una vieja farola con el protector roto. La extraña figura miró alrededor por un momento, como si tratara de orientarse entre el blanco inmaculado que cubría todo, y luego avanzo con pazos rápidos y ligeros; como si sus pies flotaran sobre el agua congelada.
Un giró brusco en una esquina y, la alarga capa ondeó, susurrando con el viento, mientras la alta figura entraba como una flecha por una estrecha callejuela. A medida que se internaba en el desierto laberinto el número de zonas deshabitadas crecía, ventanas de casas y vidrieras de comercios con los vidrios rotos, cegados por tablones podridos que se caían a pedazos. La figura discurrió entre una esquina y otra, desembocando en una y otra calle idéntica, entre farolas rotas corría entre tramos de luz y zonas de oscuridad absoluta. Unos minutos más avanzando y, por fin llego a la última cuadra que concluía en una calle sin salida, en donde la luz brillaba a través de la amarillenta cortina de una casa.
Por un instante la figura estudio su rededor comprobar que, efectivamente, estaba solo. Sacó la varita mágica del interior de su capa y, la sostuvo cerca de su rostro, con un gesto amenazador. Llamó a la puerta con la otra mano y esperó, resollando, mientras que una pequeña nube de vapor caliente se escapaban de entre sus agrietados labios.
—¿Quién? —inquirió una voz profunda y masculina del otro lado.
—Vengo a ver a… —repuso el visitante, con un forzado susurró— La Hacedora de Ángeles…
—¿Y se puede saber quién la busca? —preguntó la misma voz, con indolencia.
—Alguien con el suficiente dinero para que, el idiota que se encuentre del otro lado, dejé de hacer preguntas estúpidas —exclamó la figura encapuchada, dándole un puntapié a la puerta.
—Lo lamento, pero, Madame, no atiende a nadie sin una cita y una recomendación — contestó el hombre del otro lado con impavidez—. Regresé cuando tenga ambas, o sino mejor ni vuelva.
—¡Tengo ambas maldi…! —espetó la figura encapuchada, aporreando la puerta—. ¡Yo tengo una cita! ¡Hoy a la doceava campanada! ¡Me mandó Pluma Nuez!
—¿Y no crees que es más fácil decir la contraseña? —dijo la voz con ironía.
—¡Abre ya, por un maldito demoño! —exigió la figura, con el mismo tono autoritaria de antes.
Pasaron unos segundos, se escuchó el cuchicheo ahogado entre personas, algo se movió detrás de la puerta y ésta se abrió un poco. Un hombre de color, alto, calvo y fornido le miró por la rendija, con cara severa. La alta figura de otro lado se quitó la capucha, y la silueta de otro hombre fue develada. Un hombre con dos largas cortinas de pelo negro y lacio, y unos ojos de iguale color, que enmarcaba un rostro amarillento y demacrado.
—Ya era hora…