erioleloy
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| Tema: Odio y Posesión. N -17 Capítulo 4. Dom Mayo 10, 2015 12:23 am | |
| Capítulo 4.
—Harry despertó… Snape se dio vuelta, enfrentando al hombre de pie en el umbral, y torció la boca como si hubiese tragado un remedio asqueroso, pero no dijo una sola palabra; se había acercado a la ventana para escudriñar el exterior. Hacia aproximadamente una hora que había comenzado a nevar intensamente; una fría neblina se pegaba a los vidrios escarchados.
En el exterior, el sol se ponía más temprano que de costumbre atrás de los jardines recubiertos por un grueso manto blanco. Ningún ruido más que el luctuoso susurró de la ventisca era audible, tampoco se veía otra señal vida que no fuese la de un escurridizo zorro, barriendo con su hocicó las pequeñas gotas de agua aglomerada en busca de comida.
—¿Cómo te siente, Severus? —le preguntó el director en vos baja. El hombre volvió a correr las cortinas de un tirón y dándose la vuelta, miró ceñudo al director.
—No sé, ¿cómo crees que me siento, Albus? —dijo con voz desdeñosa.
—Claro, claro… Comprendo —concedió Dumbledore con voz apacible e hizo un ademán invitándolo a tomar asiento en el sofá—. Siéntate, por favor…
Severus se pasó una mano por el pelo con un gesto nervioso y regresó a su lugar junto a la chimenea, dejando caer todo su peso en una butaca de cuero negro; su pecho subía y bajaba al compás de su respiración y tenía las mejillas encendidas.
—¿Qué tal un poco de té? —preguntó el director y se sentó en la butaca frente al profesor, tomó la tetera de la desvencijada mesa de centro con ambas manos y sirvió una humeante taza.
Snape resopló. Sentía un fuerte deseo de escapa, de correr, correr lejos y lejos, sin voltear, porque sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente; podía sentirlo en los huesos, como si estuviera de pie en el borde de un precipicio y no supiera si dar un paso al frente o dar marcha atrás.
—No, gracias. Si no te importa, preferiría algo más fuerte que una infusión de hierbabuena y sacarosa. —dijo el pocionista y un vaso de ambarino líquido se llenó y flotó etéreamente hasta su mano; seguido de cerca por una licorera de cristal.
Snape se lo bebió de un sorbo. Dumbledore alzó su taza e inspiró, apreciando el dulce aroma antes de beber un sorbo y agregar:
—Calmá, amigo mío. Todo se solucionara.
El pocionista exhaló hondo, estremeciéndose, y volvió a llenar el vaso, después de beber el segundo sorbo, dijo con precipitación:
—¿Calmá? ¡¿Calmá?! —Severus golpeó su vaso contra la mesa y se reclinó contra el respaldo con los brazos encima de la butaca; hundiendo sus uñas en el cuero—. ¿Cómo puedes pedirme calmá en esta situación, Albus? ¿Cómo…?
—No siempre se puede controlar todo lo que uno siente o piensa, Severus. Sin embargo…
—¡Sí se puede controlar todo lo que uno hace! Y yo… —lo interrumpió Severus con gravedad—, no pude controlar ninguna de las dos… ¡Ninguno! ¡Ni lo que siento! ¡Ni lo que hice! —El moreno cerró los ojos y dos gruesas lágrimas le resbalaron por las mejillas—. De qué soluciones me hablas, Albus. ¿De qué? —demandó Snape sin abrir los ojos—. ¡Ya no hay soluciones para mí! ¡No las hay…! —añadió, tapándose la cara con ambas manos y llorando con ganas.
Dumbledore no respondió, sólo aparto su mirada del rostro lloroso, como si sus lágrimas fueran indecorosas; sabía que no había peor ultraje para Severus que la compasión.
—… estoy condenado, Albus —profirió el hombre entre sollozos—. ¡Condenado, me oye! ¡Condenado!
—Sí —confirmó el director de Hogwarts con naturalidad, posando la taza sobre la mesa—. Así es, pero…
Snape soltó un repentino grito de ira y desesperación; tirándose del largo y negro cabello. Se puso de pie tan rápido que la butaca se estrelló contra el suelo, y comenzó a pasarse de un lado a otro de la habitación, con las manos en la cabeza. Dumbledore alzó la mirada, pasmado; en tantos años de conocer a Severus, sólo una vez le había escuchado soltar ese sonido horrible, ese alarido de animal herido.
Severus anhelaba no sentir…
Deseaba poder arrancarse el corazón, el estómago, el hígado, ¡todo lo que vociferaba dentro de él! ¡Escapar a la cabeza de otro! ¡A los zapatos de otro! ¡Sería un gran alivio! ¡Nada podía ser peor que sus propios pensamientos!
Los recuerdos se arremolinaban una y otra vez con un sentimiento de imprudencia, de abandono, de culpa; aumentando su odio, su miedo, su pesar.
Snape se apoyó contra su escritorio y recogió un montón de hojas sueltas, rompiéndolos, aparentemente desquiciado. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, comenzó a arremeter contra todo lo había sobre el mueble. Frascos llenos y vacíos, calderos, pergaminos y libros; tinteros y demás utensilios, volaron por los aires y rodaron por el suelo, haciéndose añicos.
—¡Potter, Potter, POTTER! —gritó el moreno a pleno pulmón, destrozando más hojas—. ¡Siempre es Potter! ¡Siempre el maldito mal en mi vida! ¡Infectando como la pus! ¡Arrebatando y destruyendo como la peste! ¡Como las lavas y los gusanos que comen la carne putrefacta! ¡Primero el padre, ahora el hijo! —aulló Snape— ¡Siempre, siempre, SIEMPRE! ¡Tú James! ¡Tú! ¡JAMES! ¡Maldito hijo de puta! ¡Después de tantos años, aun muerto, me sigues torturándome con toda tú maldita mierda!
» ¡Y yo qué te hice! ¡¿Qué?! ¡Tú empezaste con todo! ¡Me obligaste! ¡Me obligaste a seguir! ¡A callarme! ¡Incluso te quedaste con ella! ¡Con Lily! ¡Con mi Lily! La alejaste de mí… ¿Por qué…? ¿Por qué la alejaste…? ¿Por qué hiciste eso…? ¡Maldito cerdo egoísta! ¡Maldito! ¡Mil veces maldito! ¡Yo la amaba! ¡Yo la amo! ¡Y tú la tienes! —Severus se desplomó sobre sus rodillas y se quedó en el suelo, sollozando. Por un momento, el director de Hogwarts pareció estudiarlo con intensidad, pero en seguida sus rasgos se suavizaron con profunda compasión—. Tú la tienes allá, contigo… Maldito, maldito cerdo… tú la tienes… Por mi culpa… por mí…culpa… ¡por mi gran culpa!
Dumbledore se puso de pie y le cogió por los brazos, levantándolo del suelo; en un principio Snape se resistió, pero luego perdió los ánimos de forcejeó y se dejó llevar de regreso al sofá, desplomándose como un muñeco de trapo.
El director sirvió más wiski y le puso el vaso en la mano. Hincándose delante del pocionista, Albus frotó sus manos arriba y abajo de los temblorosos hombros, confortándolo.
—Ya basta, Severus. Bebé y controlate. Dumbledore nunca lo había visto tan perturbado, tan fuera de sí. Severus era una persona muy privada. Un hombre, reprimido, solitario y sin amigos (más allá de la fraternidad paternal que ambos compartían) que, veía toda manifestación de emociones como la más vergonzosa debilidad humana. Tenía un control excelente sobre sus emociones y era un experto en ocultar sus pensamientos y sentimientos.
Quizás, el haber crecido en un hogar violento, con un padre emocionalmente vacío que lo despreciaba y una madre desmoralizada y negligente que luchaba por criarlo en una pobreza miserable, mientras era golpeada y maltratada por su esposo, había contribuido en buena parte a formar el frío carácter de Severus; sin embargo, cundo se trataba de hacerle frente a Harry Potter, él tenía una facilidad alarmante para perder los estribos.
—Sé que esto es difícil pero, intenta mantener la compostura…
Con manos temblorosas el hombre, apuró todo el vaso de un sorbo y el líquido le goteó por el mentón.
—¿Qué voy a hacer? ¡¿Qué?! —balbuceó Snape con la voz contraída, mientras respiraba entrecortado y las lágrimas seguían resbalando por sus pálidas mejillas.
—No llores más, Severus —le consoló Dumbledore, dándole palmaditas en la espalda, mientras Snape sollozaba con la cabeza apoyada en su hombro—. Esto no fue tu culpa, sé que tu jamás hubiera…
—¡Ni lo menciones! —chilló Snape, tan furioso que parecía desquiciado; los ojos se le salían de las órbitas— ¡No te atrevas a mencionarlo, Albus! —Severus se puso de pie de un salto, tan pálido como la nieve; forcejeando por apartarle.
—De acuerdo, de acuerdo… —contestó el mago más viejo, empujándolo de regreso a la butaca. Snape dejó de reñir, pero otra vez se tapó la cara con ambas manos. Albus lo agradeció interiormente, no podía soportar la sinceridad y el anhelo en los oscuros ojos; era como si una mano negra le retorciera las entrañas—. Shhh, sólo respirá, Severus… lento… respirá, lento… —le dijo muy afligido. Severus respiró profundamente y luego dejó que el aire de sus pulmones saliera lentamente. — Bien, así… eso es… calmá… calmá…
—¿Qué hago…? —hipó Snape—. ¿Qué…? ¿Qué hago, Albus…?
—Por ahora, sólo escuchar lo que el niño tenga que decir en su defensa, luego… luego ya veremos qué hacer, cómo remediar esta situación…
El pocionista emitió un sonido de burla y lo sujetó de las muñecas, apartándolo de él. Secándose las lágrimas con los puños de su túnica, Severus, levanto el rostro luego de un instante; perecía un hombre que hubiese vivido cien años de miseria.
—Si… si crees que —dijo Severus con la voz cargada de ironía—, el impertinente y mentiroso de Potter, confesara su fechoría de buena a primera (con el debido respeto Albus), pero esta senil. Dumbledore frunció un poco el entrecejo y le dijo fríamente:
—Sí, tal vez este senil, pero también tengo muchas mañas, Severus.
Hubo una pausa muy larga, lentamente Snape recupero el control de sí mismo, regulo su respiración, y al final dijo:
—¿Quién más sabe de esto?
—Sólo Minerva —El pocionista hizo una mueca, como si estuviera olido algo desagradable—, Twinky, y por supuesto tu interlocutor.
—¿Twinky? ¿Quién diantres es Twinky? —increpó Snape, sin dejar de observarle con una angustiada y feroz cara.
—Un nuevo elfo doméstico que comenzó a trabajar en las cocinas durante la fiesta de Halloween, francamente es adorable y muy atento, su tarta de maleza es la mejor que he comido en año —suspiró el director, enderezándose con gran esfuerzo y dándole la espalda a Snape mientras sacaba su barita y la sacudía con un amplio y rápido movimiento—. Él fue quien los encontró. Minerva le pidió que verificara porqué te habías ausentado a tus labores…
Hubo un largo silencio, interrumpido sólo por un extraño ruido de algo revolviéndose. Era el ruido de los calderos, los libros y pergaminos, volando a su posición original; frascos reparándose por sí solos antes de deslizarse a sus estantes; manchas de tinta y hojas rotas evaporándose del suelo.
—… sabés que no debes preocuparte, Severus, este incidente no saldrá de estas cuatro paredes. Minerva es muy reservada, y Twinky no dirá una sola palabra; ya hablé con él y me juro que guardaría la mayor discreción… —añadió Albus con gentileza, guardando la barita en su bolcillo. Snape inclinó la cabeza y alzó su vaso; sin suavizar un ápice su gesto de rudeza.
—Eso espero, porque si ése altanero mocoso impertinente y deslenguado abre la boca, y empieza a fanfarronear… —El moreno bebió un sorbo antes de continuar—, yo mismo me encargare de tomar mi mejor cuchillo para desmembrar y cortarle ése asqueroso, pequeño e inútil trozo de carne, antes de que tenga la oportunidad de…
—Harry —lo interrumpió Dumbledore, elevando la voz por encima de las amenazas de Severus—, jamás haría eso, Severus, él es muy maduro —Él sirvió más té en su taza y regresó a su lugar en la butaca de al lado—. Puede tener un carácter algo volátil y ser propenso a romper, una que otra regla y un par de artículos personales de mi propiedad, pero el chico es leal y modesto, y lo más importante, es como un libro abierto; su personalidad predecible es algo muy poco común en un Alfa.
—¡Ah! ¡Sí, claro! ¡Lo olvidaba! ¡El alumno favorito del director! ¡San Potter! —replicó Snape, traqueteando entre la ira y la indignación— El Beato de los estudiantes vagos y atolondrados que les encanta ponerse en peligro y llamar la atención, con heroicas proezas alocadas y superfluas… —El director de Hogwarts apretó los labios con fuerza, sin querer dale crédito a lo que estaba escuchando—… mediocre, temerario, irreflexivo e imprudente; soberbio, engreído, deslenguado y pedante, ¡tan igual a su padre!
»Siempre llamando la atención e impertinente hasta los huesos; empeñado en romper las normas a cualquier costo. Potter, es el icono de su género. Les hace honor y honra a todos los Alfa, a esos botarates, dominados por su humor hormonal y su muy limitado número de neuronas.
—Eso es como decir que, todos lo Omegas tenemos una enfermiza necesidad de controlar y manipular la vida de las personas ante la carencia de una propia, Severus. O afirmar que estamos resignados al perpetuo estereotipo del mártir sacrificado y que, nuestro concepto de amor es flagelar todo aquello que nosotros consideramos un vicio social…
—¿Acaso no es así? ¡¿Acaso en nuestro caso no es así?! —protestó Severus sin titubear—. ¡¿Acaso tú no eres un perspicaz maquiavélico, Albus?! ¡Y yo! ¡¿No soy yo un malicioso amargado?! ¡¿Acaso ambos no somos unos estoicos pragmáticos con tendencia a las mentiras y los secretos?! Acaso no vivimos obsesionado, ¡torturados!, marcados por nuestro pasado… Acaso no estamos llenos de culpa, de remordimiento, de reproches, por nuestro… nuestros errores, por nuestro egoísmo…
Dumbledore no respondió; por primera vez se veía algo descolocado. Snape alzó su vaso y bebió un sorbo de wiski antes de continuar:
—Ambos, tú y yo, somos dueños de nuestras propias verdades; vemos con claridad nuestros propios intereses y jodemos a lo demás tan honestamente que, a veces ni siquiera nos damos cuenta de lo que hacemos; no puedes negarlo…
—No, yo no negaré nada.
—Siempre pensando en nosotros mismos como poseedores de una mente útil y profundamente analítica. Y aunque, efectivamente, somos más inteligentes que la mayoría de los varones de nuestro generó, nuestro mayor defecto es que… tenemos demasiados aires de grandeza —arguyó Snape con impavidez—, vamos de poder en podre, de gloria en gloria; ése es nuestro pecado en este mundo y… se llama inconformismo… otros le dicen ambición… yo le digo estupidez…
»Ególatra y petulante, estupidez. Tú luchas continuamente por mejorar tu entorno, atribuyéndote decisiones arbitrarias, según lo que para criterio tuyo es beneficioso para el resto de la humanidad. Y yo… yo lucho contra éste vacío… con éste urgente deseo de formar parte de algo más poderoso e importante, todo para que mi pequeña burbuja de mundanidad sombría no explote…
Dumbledore dejó su taza y junto las manos delante de su rostro; ciertamente este Severus filosófico era tan inusual como irritante.
—Puedes enfrentar, sobrellevar esto, Severus —dijo Albus, mirándolo a través de sus anteojos con una expresión insondable—. Creo que eres lo sufrientemente fuerte como para hacerlo y…
—Tú siempre tomas despiadada y manipuladora ventaja sobre mis emociones —continuó Severus, haciendo oídos sordos a las palabras del director—, pero en esta ocasión Albus, no lo harás —dijo con voz trémula, casi ahogada, pero marcada de convicción—. Todo lo que digas o hagas, para convencerme de ponerle buena cara a esta… a esta mierda… está por debajo de mis principios más básicos y, mis principios, no cambiaran… Ni por ti ni por Potter…
—No te pido que le pongas buena cara a esta desgracia, Severus; eso sería hipócrita, comprendo tu pesar…
—No. No lo haces. —le interrumpió el pocionista con gravedad, apretando sus manos en puños.
—Yo también me siento culpable y molesto con Harry por lo que hizo —murmuró Albus, descartando la interrupción—, pero tú sabes la importancia de…
—¡¿Y qué propones, Albus?! ¿Qué? ¿Ah? ¡Que me prostituya! —lo volvió a interrumpir, golpeando sus puños contra el brazo del sofá—. ¡Que deje que Potter me convierta en su maldito esclavo sexual!
—Nadie está hablando de prostitución y esclavitud aquí, Severus, por favor ubicate —Se limitó a decir Dumbledore con voz dura—. El lazo que se forma entre dos almas que se acoplan, es algo tan hermoso y puro, como sagrado; no es para que lo desestime de esa forma.
—Perdona, Albus. Lo olvidaba. ¡Ser violado y forzado a un enlace permanente no es esclavitud! ¡No, claro que no! ¡Por qué Potter es tan inocente como un recién nacido! —respondió el pocionista con tono tajante—. Total, completa humillación, ¡eso es lo que esto significa para mí! Completa subordinación a… a… —Snape calló, evitando observarlo a la cara; el efecto del alcohol se acumulaba en sus demacradas mejillas.
—… a tu estudiante. —terminó Dumbledore.
—Sí…—siseó Snape, mientras alzaba el vaso de wiski y le daba un sorbo; sus manos tiritando con más violencia.
Dumbledore se aclaró la garganta y señalo con firmeza:
—Ya bebiste sufriente por una noche, Severus.
—Suficiente —replicó Snape con sorna—. Nunca. Me oyes, Albus. Nunca será suficiente para sacar esas… esas horribles imágenes de la cabeza… —susurró él con voz quebrada—. Tú no te pusiste en cuatro patas y dejaste que un virgen de diecisiete años te… te ultrajara…
» ¡No me vengas a decir que comprendes como me siento! ¡Ni te llegas a imaginar, Albus! ¡Nadie jamás lo hará! ¡Nadie! —Severus se sostenía la cabeza con una mano y oprimía el vaso con la otra; derramando el ambarino liquidó por los bordes— Lo sucio…, lo repugnante que… esto me hace sentir… yo… yo me… me…a… a…
Hubo una pausa; luego Dumbledore dijo con calma:
—Como dije antes, esperemos a ver qué es lo que Harry nos tiene para decir…
Severus frunció el ceño y despego los labios pero, Albus se adelanto y levantó su dedo índice pidiéndole silenció; el pocionista enmudeció de inmediato. El director sacó su barita del bolsillo y la sacudió rápidamente. La puerta de la habitación de Snape se abrió y cerró con un golpe, dejando que la pequeña y conmocionada figura de Harry Potter trastabillara y callera de cara al suelo.
—Decías de la madures de Potter, Albus… —espetó Snape, con hastió. Dumbledore sólo saltó un fuerte suspiró.
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