Harry se agachó, pegando la oreja a la cerradura para escuchar mejor, con una sacudida de emoción oyó el ahogado murmulló de voces al otro lado.
—¡¡Total!! ¡¡Completa humillación!! ¡¡Eso es lo que esto significa para mí!!
«Demoños» Él tragó con dificultad, golpeando su dura y obtusa cabeza contra el marco de la puerta. «¡Idiota, idiota, idiota! ¡Mil veces IDIOTA!» ¡Claro que Dumbledore estaba ahí con Snape!
Él aún no se sentía con las fuerzas necesarias para hacerle frente al hijo bastardo del Conde Drácula. No quería dar explicaciones pero, no le quedaba otra salida… no tenía escapatoria… El baño no tenía ni un jodido tragaluz, la chimenea no estaba conectada a la Red Flu, y la ventana estaban encantada con un hechizo de bloqueó, ¡ya lo había comprobado tres malditas veces!
¡Sólo le quedaba una salida y la tenía ahí frente a su nariz!
Dios… Snape le encajaría su cuchillo de plata y, con la destreza de un marinero japonés, le sacaría las tripas con un sólo movimiento. Harry suspiró apesadumbrado, y apretó un poco más la oreja contra la cerradura.
—Tú no te pusiste en cuatro patas y dejaste que un virgen de diecisiete años te… te ultrajara…
Harry boqueo, sonrojado hasta las orejas.
—¡¡No me vengas a decir que comprendes como me siento, Albus!! ¡¡Ni te llegas a imaginar!! ¡¡Nadie jamás lo hará!! ¡¡Nadie!! —Harry apretó los puños contra la madera, mirándose las manos temblorosas—. Lo sucio… lo repugnante… que esto me hace sentir…
¡Mierda, mierda, mierda! ¡¿Ahora cómo rayos demostraba que todo había ocurrido por accidente?! ¡¿Qué pruebas tenía él para respaldar su coartada?! ¡Ninguna! Su intención jamás había sido infiltrarse en los aposentos de Snape y… menos que ocurriera todo aquello…
¡Mierda! ¡Con sólo recordarlo se ponía enfermo!
Aparte de que, el único ser capaz de confirmar dicha coartada, era precisamente el mismo responsable de que él terminara encerrado en los aposentos de Snape, cometiendo semejante estupidez. Además, ahora mismo el sujeto le debía odiar tanto que, muy probablemente le arrancaría los ojos con una cuchara. ¡Jamás se inclinaría a su favor! Mucho menos si Harry consideraba que éste aborrecía a Snape tanto, o aún más que él mismo.
Joder. Ahora sí que estaba jodido.
Harry siempre había creído que Snape era un Beta. Un inusual, oscuro, cretino, intratable y amargado Beta, pero un Beta al fin y al cabo. Es más, ni en un millón de años se le hubiera pasado por la cabeza que, el murciélago grasiento que vivía acechando estudiantes desprevenidos, agazapado entre la humedad de las mazmorras, ¡fuera un Omega! Es decir, a simple vista, ¿a quién rayos se le ocurriría tamaña estupidez?
Se suponía que los Omegas eran seres agradables, delicados y hermosos. Bueno, obviamente no todos ellos eran hermosos. Aunque, con los únicos Omegas con los que Harry había tratado en toda su vida eran Dumbledore, la señora Weasley, Remus y, ahora también, Snape. Y ninguno de ellos entraba en su estándar de belleza.
Claro que también estaba, Luna «la lunática» Lovegood, delicada, discreta y hermosa, con un aire soñador. La epitome de la mujer Omega perfecta, sino fuera por su solitario y excéntrico comportamiento, su muy peculiar personalidad que rallaba lo quijotesco y su tendencia a llevar aquel horrible collar hecho con corchos de cerveza de mantequilla, o la varita pegada en la oreja izquierda, o de leer todas las revistas al revés, quizás… Bueno, tal vez, ella sería un poco más atractiva para los chicos, y ninguno sentiría «tanta vergüenza» de ser vistos con ella, pero…
De pronto, la puerta de la habitación se abrió par en par y Harry trastabilló hacia adelante, cayendo de bruces al suelo; en seguida oyó que alguno de los dos hombres en la habitación bisbiseaba algo, pero el golpe le dejó tan aturdido que su cerebro no llegó a captarlo.
Se produjo una pausa incomoda.
Dumbledore se aclaró la garganta, a la expectativa de que alumno o profesor dijera algo, pero nada ocurrió, los tres permanecieron en sepulcral silencio, hasta que el director dijo, con una calma calculadora:
—Oh, Harry. Adelante. Adelante.
Todavía aturdido por el golpe, Potter, levantó su negra y desgreñada cabeza con los ojos desorbitados del susto y la boca entreabierta; la puerta a su espalda se cerró con la misma rapidez con la que se abrió y él pegó un salto, tambaleándose hacia atrás para que no le machucara el pie.
—Ven, muchacho. Siéntate, por favor. —le indicó Dumbledore con una media sonrisa, extendiendo su pálida mano hacia una deslucida silla de Viena que había sido arrimada junto a la pequeña mesa de madera rustica entre las dos butacas; ofreciendo un sencillo servicio de té.
Potter parpadeó, sacudiendo la cabeza de un mago a otro, con la boca abierta y la lengua entre los dientes. Cuando las neuronas de Harry finalmente hicieron sinapsis, él avanzó con la cautela de un cazador, sentándose con cierta aprensión, como si el tapiz de la silla le quemara las nalgas.
Snape permanecía impávido, inmóvil y encorvado junto a la chimenea, emulando la clásica pose del pensador, con el codo clavado en el muslo y la cabeza detenida con una mano mientras que con la otra sujetaba un vaso de wiski. En cambio, Dumbledore, era la imagen de la calma misma, dándole pequeños sorbos a una humeante taza de té con aire taciturno y contemplando la habitación con un gesto de benévolo interés. Harry se sintió completamente fuera de contexto, tal como debería de sentirse el personaje de un cuadro mágico dentro de una pintura muggle de arte abstracto.
—¿Apetecés una taza de té, muchacho? —le preguntó el director con naturalidad.
—¡No! —soltó éste sin pensar—. Di-digo… No, gracias… —Ni loco Harry pensaba arriesgarse. ¿Qué le aseguraba que Snape no había colocado Veritaserum en su taza?
—Entonces, será una copa de Hidromiel añejada en madrea de roble, sé que ese licor es especialmente de tu agrado.
Harry cerró la boca y tragó saliva, negando nerviosamente.
—Así estoy bien, señor… gracias…
—Oh, pero debes estar hambriento, muchacho.
«Y que lo estoy», pensó Harry, sintiendo como si un manojo de gusanos carcomiera las entrañas.
—¿Por qué no pruebas un pastelillo de calabaza? Están deliciosos.
«Así parece», medito de nuevo, mordiéndose el labio inferior con ansiedad.
—Eh… No, gracias… —respondió Harry, su voz era baja y con un tono luctuoso—. Tengo un poco de acides…
—Es por el hambre; cometé un pastelillo. —insistió Dumbledore.
—No; ya se me pasara, no se preocupe, señor…
De pronto, Snape se puso de pie, y bebiéndose el ambarino líquido de un sólo tragó, lanzó al aire el vaso que patino por la mesa hasta estrellarse contra el suelo. Harry pegó un saltó, con la sorpresa y el horror dibujados en su cara.
—¡Bastá de esta estúpida paparruchada! ¡Suéltalo de una maldita vez, Potter! —gruñó Severus con voz colérica.
Los labios de Snape se veían mucho más finos y duros de los que Harry recordaba, había pequeñas arrugas alrededor de sus gélidos ojos, así como sombríos círculos negros; se veía como un hombre que había vivido mil años de dolor y sufrimiento.
Potter agachó rápidamente la cabeza, fijando la mirada entre sus manos y retorciéndose sobre la silla, incómodo. Si él no hacia contacto visual, Snape nunca podría saber hasta el más mínimo detalle de sus pensamientos, ni sacarle información alguna, como ya lo había hecho en numerosas ocasiones del pasado.
Harry podía comportarse acorde a sus contemporáneos, bueno, quizá un poco más atolondrado de vez en cuando pero, bajo ninguna circunstancia, las personas podían catalogarlo de tonto. Él nunca permitió que Snape le intimidara, aunque el horror le estuviera calando los huesos, y no pensaba comenzar justo ahora.
«No hagas contacto visual, Harry»
—¿Qué… Qué quiere decir, señor? —cuestionó el niño con cautela, tratando de controlar sus nerviosismo—. ¿A…a qué se refiere? No le comprendo…
«No hagas contacto visual…»
—Siempre será lo mismo contigo, Potter. No te hagas el desentendido, maldito mocoso. ¡Sabes muy bien de qué te estoy hablando! —la voz de Snape sonó como un latigazo.
«¡Concéntrate!»
A Harry se le seco la garganta, frotándose distraídamente las manos contra la tela de los pantalones. ¿Por qué se habían puesto de repente tan pegajosas?, él se preguntó.
«¡No! ¡Mantén la mente en blanco!»
—No; yo no… —masculló Harry; deseando poder aclararse la garganta sin dar muestras de la tensión que le embargaba—. No sé de qué me habla, señor…
«¡En blanco!»
—Mentiroso… —le espetó Severus con furia recelosa.
—¿C-cómo dice?
—¿Por qué lo hiciste, Potter? —exigió Snape con la mirada rabiosa, y la misma dureza que Harry le había visto utilizar durante sus clases de Oclumancia—. ¿Qué… qué clase de… ¡de estupidez insensata, pasó por ésa mediocre cabeza!? ¡Por ésa insignificante nuez reseca que te dieron como masa encefálica! ¡Hablá! ¡Escupe la verdad! ¡¿Qué rayos era lo que querías probar, maldito mocoso necio?!
—Y-yo, n-no, n-no… —balbuceó Harry completamente nervioso.
—¡Dejé de balbucear, orate! ¡Estúpido cerebro de troll! ¡Cabeza de bufalo disecada! ¡Cara de marsopa con anteojos! ¡¿En dónde diablos se metió el sentido común?! ¿En dónde? ¡Insensato! ¡Imprudente! ¡Retrasado! ¡Hijo de…!
—Suficiente, Severus… —le interrumpió el director, manteniendo un tono neutro—. Deja de gritar, éste no es un estadio de Quidditch; ya te descargaste, deja de insultar al muchacho y permítele explicarse.
«¡En nada Harry! ¡No pienses en nada!»
—¡Que hablé entonces! —dijo de mala gana el pocionista y luego se volvió hacia el muchacho—: ¡Adelante! ¡Ilústranos, Potter! ¡Ilústrenos con tú sarta de patrañas! ¡Con tú telaraña de mentiras!
—Severus… —le reprendió Albus, con una mezcla de desaprobación y consternación.
—Q-qué… —Harry tragó—. ¿Qué quiere que diga…?
«¡En nada!»
—¡La verdad maldito insensato! —exclamó Snape con impaciencia—. ¡¿Qué diablos pasaba por ése desierto árido e infértil al que le llama cerebro, y en el que sólo crese un reseco cactus marchito, el cual no riega nunca?!
—N-no… no sé a qué se refiere… —mintió Harry con osadía.
—¡Déjate de farsas, Potter! ¡Bien sabés que tus astucias no funcionan conmigo! —Snape entrecerró los ojos y apretó la boca—. Di la verdad, por tu propio bien, di la verdad. Te lo advierto mocoso descerebrado, ¡confiesa! —dijo con tono amenazador—. No tienes otra opción, Potter. No saldrás de esta habitación hasta que lo hagas, así tenga que arrancarte las palabras de la garganta con mis propias manos y —le advirtió—… sabés que tengo mucha y variada experiencia en el campo de la tortura; puedo hacerte sufrir, Potter, sufrir lenta y dolorosamente, y ni siquiera necesitaría de mi barita —dijo él con tono terminante—. ¡Así que hablá! ¡Antes de que te retuerza el cuello como a una gallina! —A Harry le dio un vuelco el corazón—. ¡Dime, ¿por qué lo hiciste?!
Harry le echó una mirada furtiva a Snape, este le observaba con expresión seria y dura, esperando una explicación. Él sabía que el murciélago grasiento sólo iba a quedarse satisfecho con la verdad.
¿Pero él quería decir la verdad?
No.
¿Tenía alternativa?
No. En realidad, no.
Snape simplemente podía perder la paciencia e ir al Ministerio, y levantar cargo por asaltó y violación en su contra. ¡Mierda! ¡Él tenía todas las pruebas a su favor para denunciarle y hacerle pasar una larga, y muy divertida estadía en Azkaban!
Por un lado, Harry comprendía la complejidad de la situación pero, por el otro, él no quería aceptarla. Le daba mucho miedo. Miedo de la reacción de Snape. Miedo de las represalias que este pudiera tomar en su contra. Miedo de las repercusiones mediáticas que la situación levantara.
¿Qué diría Ron? ¿Sentiría asco de él? ¿Odio? ¿Pena? ¡O Hermione se pondría tan furiosa que, seguramente le golpearía hasta que le doliesen los nudillos! Y la señora Weasley, o ella… ella estaría tan decepcionada que… que lloraría durante semanas… Y Remus… ¿qué pensaría Remus de él ahora? ¿Algún día le volverían a ver, sin la recriminación brillándole en los ojos?
La verdad era un arma muy peligrosa, para ser utilizada tan a la ligera…
Así que él prefirió continuar fingiendo, quizás Snape se apiadaría de él. Quizás, le tomaría por un pobre diablo que cometió una estupidez infantil, y todo el asunto se zanjaría por sí sólo. Después de todo, sería muy vergonzoso (o por lo menos lo seria para Snape), admitir que había sido sorprendido y ultrajado por uno de sus propios estudiantes.
Además, de buenas a primera, ¿quién le creería?
Los encabezados de los periódicos rezarían los siguientes títulos:
DETIENEN A ADOLECENTE POR VIOLAR A SU MAESTRO DE POCIONES.
HARRY POTTER: ¿ACUSADO POR CARGOS DE VIOLACIÓN?
EL DRAMA DESCONOCIDO: PROFESOR DE 38 AÑOS ADMITE HABER SIDO ABUSADO SEXUALMENTE POR UN ALUMNO DE 18 AÑOS.
“EL ELEGIDO ME VIOLO”; DENUNCIA CONTROVERTIDO HÉROE DE GUERRA Y EX-DIRECTOR DE HOGWARTS.
Snape se trasformaría de inmediato en el hazme reír de la sociedad mágica. Alguien de su edad, de su contextura física, con su pasado, ¿abusado por un adolecente? ¿En dónde se había visto situación semejante? Nadie volvería a confiar en sus capacidades como profesor. Los padres de los alumnos le culparían de todo, pedirían la inmediata expulsión de aquel sátiro de Hogwarts. Las habladurías se levantarían, nuevas versiones, mentiras y exageraciones, sobre Snape y sus pervertidas manías, surgirían como el agua de una napa subterránea.
Y si Harry había aprendido algo en todos esos años bajo el yugo de Snape era que, él odiaba que le tomara como un objeto de burla; jamás se arriesgaría a semejante humillación pública. Una cosa era ser temido, incluso odiado por un pasado funesto, y otra muy distinta, era ser despreciado y ridiculizado por una circunstancia que se había escapado de los límites de su inmensamente obsesivo autocontrol.
—Le repito. No sé de qué me está hablando… —dijo Potter, sin intimidarse.
—¿Cómo te enteraste de mí condición? —insistió Snape, con firmeza, apretando los dientes.
—¿Qué condición? ¿De qué me habla? Yo no sé nada.
—No me digas que, está fue alguna clase de estúpida venganza infantil, Potter, porque no respondo de mí… —Severus se pasó una mano por el pelo; frotándose la nuca—. ¿Tienes alguna idea de la magnitud del disparate que cometiste, Potter? —le preguntó, con tono luctuoso— Del dilema en el que no has colocado. ¡Nos has condenado mocoso trastornado! ¡Tú maldita inmadurez nos ha condenado a ambos, Potter! ¡Tú estás tanto, o aún más jodido que yo con este aprieto! —dijo Snape entre dientes, humillado—. Tu vida jamás volverá a ser la misma de antes, Potter… ¡Nunca más, ¿me entiendes?! ¡Este es un camino de una sola dirección, mocoso ignorante! ¡O lo recorrés, o te mueres! ¡No hay escapatoria! ¡¡Nunca hay escapatoria!!
Harry alzó su cabeza y lo miró airadamente, manteniéndose en sus trece.
—¿Está sordo o qué? Ya le dije que, ¡yo no sé de qué me está hablando!
Snape permaneció callado, con el ceño fruncido, le observo fijamente. Harry apartó su mirada otra vez, encogiéndose levemente de hombros, y Dumbledore suspiró luego de un ruidoso sorbo de té.
—Entonces explica, ¿cómo diablos entraste en mis aposentos? —masculló el pocionista entre dientes y tan bajo que, Harry, tuvo que afinar el oído para escucharle.
—No lo sé… —Potter entrelazó sus manos, inquieto; sabía que sus mejillas se estaban poniendo coloradas—. Dígamelo usted, son sus a…
—¡¡¿Cómo, Potter?!! —le interrumpió Snape con un gritó atronador.
—¡No lo sé! —mintió el muchacho, observando detenidamente una de las patas del escritorio de Snape—. ¡Yo sólo desperté ahí!
—¡Vamos, Potter, puedes hacerlo mejor!
Las cejas de Snape se alzaron expectantes y Harry frunció el ceño.
—¡Es la verdad! —dijo sin aliento—. ¡Lo juró!
—¿Seguro de lo que dices, Potter?
—¡Sí! —confirmó Harry sin titubear.
—¿Cuán seguro? —le preguntó Snape con recelo.
—¡Absolutamente! —dijo Harry con firmeza.
Snape soltó un bufido mescla de impaciencia e incredulidad.
—Veo que tú brillantes —espetó Snape con frialdad—, está tan sobrevalorada como siempre, Potter —Harry pasó saliva, mientras los vellos de los brazos se le erizaban—. ¿Sabés lo que pienso, Potter? —Severus se adelantando unos pasos, con un tono de voz tan oscuro que hizo a Harry estremecer. Los glaciales ojos negros de Snape se clavaron de nuevo en las esmeraldas del muchacho, que sacudió la cabeza, luchando por no mirarle. «Cierra tu mente. Cierra tu mente. Cierra tu mente»—. Pienso que debería arrancarte esa maldita lengua y… —dijo Severus, imprimiendo el mayor desprecio en cada silabas—… echársela a las babosas carnívoras, así no tendremos que oír tus sucias mentiras; ya no oiríamos nada más de ti, Potter, ¿qué opinas? Ni una sola asquerosa palabra volver a salir de ese sucio hocico de sabandija, ¡maldito y despreciable granuja!
—Pues que no… estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, aun esquivando la oscura mirada—. En verdad, preferiría que no lo hiciera.
—¡¿Acaso intentas verme la cara de estúpido, mocoso maldito?!
—¡No! No, señor, yo… yo… eh… —Harry se mordió el labio inferior; con el corazón espantosamente desbocado, mientras sacudía la cabeza—. Na-nada que ver, yo sólo… sólo respondía a su pregunta —«Cierra tu mente. Cierra tu mente»—. Créame yo, no tengo ninguna intención de… —dijo Harry, con un fuerte dolor en el pecho—… de… de verle na… nada, señor… —«Al menos que sea esas bonitas nalgas rosadas…» Un poco de té casi salió disparado de los labios de Dumbledore, como si el anciano le hubiese estado leyendo la mente.
«¡Oh, mierda!» Harry se observó las manos, rojo hasta las orejas, cuando por fin levantó la mirada se tropezó con los ojos azules de Albus, que aun tocia atragantó. La cara de Harry se ruborizó aún más y sus orejas se volvieron, increíblemente, más rojas. Él no sabía cuánto de su asuntó con Snape había descubierto el anciano metiche pero, el brillo recriminador ellos le indicó que él sabía hasta el más mínimo y oscuro detalle…
Quien diría que debajo de tantas y tantas capas de tela, de todas esas ridículas túnicas negras que lo hacían ver como un murciélago gigante, ¡estarían las mejores nalgas que Harry había visto en toda su corta, pero bien jodida vida! Eran perfectas, no muy grandes y paraditas, con la forma exquisita de una jugosa manzana; el quiebre se producía apenas terminaba la cintura haciendo un semicírculo casi perfecto; prometedoras, demoledoras, duras como una roca. Golosas y exigentes.
«Redondas, grandes y sabrosas…»
Lástima que pertenecieran a un arrogante cretino hijo de…
—¡¡¿Qué dices, Potter?!!
—Que… que yo… eh… —Harry se percató lo suficiente rápido de la estupidez que había dicho de forma inconsciente, y agregó:—, no sé por qué está furioso, pero… —Se detuvo un momento, armándose de todo su característico valor Gryffindor ante de continuar—, yo… lo… lo lamento… sea lo que sea yo… yo… lo…lo lamento mucho… no lo hice apropósito… —soltó lo último con voz ronca y ahogada, tan bajito que probablemente, Snape ni siquiera le hubiese escuchado.
Sin embargo, Snape sí le escucho. Y se quedó pasmado, patitieso, contemplando al muchacho, mientras los colores se le desvanecieron de su rostro y una sensación oscura, pesada, vertiginosa, se instalaba en su estómago, trepando, reptando lentamente por su pecho hacia su garganta, estrangulándole. Sí él pretendía alguna clase de confesión, de «entonación de mea culpa» por parte de Potter, ¡ahí la tenía! El mocoso acababa de echarse la soga al cuello por sí sólo.
—¿Cómo puedes lamentar algo que hiciste, sino sabes qué fue, Potter…? —siseó Snape, entrecerrando los ojos de manera amenazante.