—C-creo que… sí, señor… —Harry consiguió decir con voz entrecortada; se preguntó si estaría tan pálido como se sentía, era como si fuera a desmayarse de un instante al otro.
—Perfecto… —prosiguió Dumbledore—. Como ya dije anteriormente, todo lo que vivimos es el resultado de nuestros propios actos, y estos a su vez, derivan de una infinidad de situaciones que nosotros mismos hemos elegido vivir en la vida de esta dimensión. Esto es lo que se convierte en nuestro destino; lo bueno y lo malo. Todos contamos con un poder creador (la feminidad sagrada) que reside en nuestro interior y a veces, debido al mal uso del mismo creamos situaciones difíciles y dolorosas, las cuales nos empecinamos en revivir una y otra vez. De esta manera, vamos fabricándonos nuestro propio "drama personal" —Dumbledore se perdió en el mundo de su mente por un instante. Y, Harry pensó que en su vida volvería a ver semejante espectáculo—. Por ejemplo, tú Severus… Todos estos años, fuiste muy orgulloso para admitir que, quizás, esos supresores te estaban haciendo un daño irreversible…
»Del mismo modo en que tu negación y represión a todos los instintos femeninos lo hacen, los deseos y anhelos más profundos de tu naturaleza Omega rasguñan tu interior por emerger; manifestarse en cada aspecto de tú vida, y tú te empecinas en virilizarle. Cada uno de nosotros tiene en su interior, Energía Femenina y Energía Masculina, no importa si se es hombre o mujer. O si es Alfa, Beta u Omega. No importa la orientación sexual que se posea. Estas energías deben trabajar unida, en equipo, en armonía como dos fuerzas inseparables. Y deben estar disponible para nosotros en todo momento; no se puede trabajar con sólo una de ella…
»Hay una fuerza muy sabia en tu interior Severus, aquella que a través del autoestudio y la experiencia ha evolucionado encontrando la calma interior. Un verdadero Omega no teme expresarse y, lo hace tan bien que, a través de su voz y su intención es perfecto co-creador de su realidad; todo lo que manifiesta es benéfico para él y para los que le rodean, está muy conectado con su misión de vida, es intuitivo, contemplativo y receptivo, reconoce su parte femenina y su parte masculina, debido a que se ha permitido experimentarlas ambas sin rechazarlas; ha experimentado tanto la luz como la oscuridad, y reconoce que ambas son parte de un mismo todo. Recuerda, Severus, el camino que tomes para eludir tu destino, será el que te lleve directamente hacia él… Y que, el mismo, tiene formas muy caprichosas de manifestarse…
Severus sólo hizo un mohín, incorporándose pálido como la cera.
—¡¿Estás insinuando que yo mismo fui el artífice de éste disparate?! ¡Y que debería sentirme orgullosos de ello!
—No. No te lo estoy insinuando —dijo Dumbledore elevando una de sus blancas ceja—, te lo estoy afirmando… Y no fuiste sólo tú, fueron ambos, tú y él lo hicieron; ambos gestaron está situación. No logro imaginarme el motivo pero, ambos labraron un mismo camino para acabar unidos. Por eso, como ya te dije con anterioridad, deberías sentirte agradecido de que aún puedas tener periodos de celo y, aún más agradecido, por haber logrado establecer una unión.
—¡¡Eso no disminuye ni un ápice la culpa de Potter!!
—Es de esperarse que tú, Harry —prosiguió Albus ignorando las réplicas de Snape—, desarrolles (y créeme, lo harás) tendencias más «dominantes» hacia Severus. Y tú, Severus, recuerdas que en correspondencia deberás desarrollar tendencias más «sumisas» hacia él… —repuso con paciencia—. Imagino que está tarea no será precisamente sencilla para ninguno de los dos, y no me parece realista pensar que ambos serán capaces de desarrollar dicha actitud de la noche a la mañana pero, es importante comenzar a cultivarla lo antes posible. Además, cualquier resistencia de tu parte, Severus, podría derivar en lamentables consecuencias durante el siguiente acoplamiento.
—¡¡No me estas escuchando, viejo sordo!! ¡No habrá siguiente acoplamiento! ¡No habrá! —replicó el pocionista mirando al muchacho con el mayor desprecio—. ¡Potter violó la ley mágica! No hay ninguna necesidad de darle a éste… ¡a éste chiquillo! ¡Ninguna extensa catedra sobre la aventajada posición que ahora posee sobre mí persona! ¡No las necesitara cuando se esté pudriendo en Azkaban!
—Te equivocas, Severus, si la hay; siéntate, por favor, no hemos terminado… —repuso Dumbledore con un leve enardecimiento. Snape sólo le dirigió una mirada amenazante; sin embargo, regreso a su lugar con aire petulante—. De ahora en más, Harry no sólo será tu compañero, también será el protector de tu magia. Por años Harry ha sido tu responsabilidad, ahora tú eres la de él; al presente son una dualidad entretejiendo sus propias polaridades. Los dos son uno; uno son los dos.
Snape soltó una marga carcajada.
—Potter, no posee ningún talento extraordinario. Siempre salió airoso de diversos aprietos gracias a la colaboración de otros con más talento que él.
—No me estas oyendo, Severus…
—¡Es mediocre en grado sumo! ¡Aunque tan repugnante y engreído como su maldito padre! —masculló con resentimiento el Omega—. He hecho hasta lo increíble y lo imposible para evitar que otros le matasen o atacasen delante de mi persona. Y ahora debó, ¿qué? Esperar que mi integridad física y psicológica, mi entorno, ¡mi vida!, dependa de… ¡de éste mocoso inmaduro!
—Sí, ciertamente… —concedió de pronto Dumbledore y Snape se quedó boquiabierto, con las palabras atragantándole la garganta—. Un acoplamiento es algo extremadamente sagrado para los Omegas… —subrayo el director, girándose hacia el menor del grupo—. Tal vez sea porque cuando elegimos un compañero es para toda nuestra larga existencia, o tal vez porque no todos tienen la suerte de encontrar a su pareja destinada; un ser con quien nos completamos tanto en el plano espiritual y sentimental, como en intelectual y físico, formando un todo único —dijo el director con un tonó más afable, pero aun formal—. Está es una condición que, ni se elige, ni se fuerza, ni se elude, ni se acaba. Uno y otro, se reconocen desde el primer momento en que sus miradas se cruzan, aunque éso no quiere decir que simpaticen de buenas a primera; la antipatía y la atracción son la cara de una misma moneda —Snape torció sus labios en una expresión de desdén; intentando quitarle importancia a la pequeña indirecta que el comentario abarcaba—. Muchos Omegas pasan toda su vida buscando a su compañero, otros sólo deben conformarse con entablar una delicada relación como la que estamos tratando en éste momento, en donde la cabeza y el corazón dicen una cosa, y el instinto dice otra muy diferente; es por esto mismo que son tan altas las tasas de infidelidades.
»Muchos Omegas están tan desesperados por apaciguar su fuego interno, por tener un compañero con quien contar en ésos desesperantes momentos de quebranto, que se empecinan en creer que la primera persona con la que se tropiezan es su pareja destinada y al siguiente celo se acoplan con ellas… —Dumbledore suspiró con cierta aprensión, como si recordara algo muy doloroso—. Para comprender mejor todo esto, alegaremos nuevamente la desgraciada historia de Merope Gaunt. Ése es un ejemplo muy triste pero, también es una conducta gravemente peligrosa; la necesidad por obtener una pareja es tan fuerte que rápidamente empuja a muchos a una muerte ridícula y violenta —explicó Albus, liberando a Harry de tener que expresar lo que pensaba en voz alta—. Para evitar éste tipo de desagradables sucesos es común que, entre las familias más antiguas, prestigiosas y tradicionalistas, se arregle una uniones para sus hijos, ni bien estos cumplan la mayoría de edad.
»Claro que, existen complicadas cirugías mágicas, especialmente diseñadas para remover éste tipo de vínculos cuando no es deseado, pero éstas deben de ser aprobadas por el Ministerio de la Magia mediante la audiencia de un juicio con el Tribunal del Wizengamot. Ya que, si es que alguno de los dos no muere durante la intervención, la sensación de vacío que provoca la misma, vuelca a ambas partes a un estado depresivo tan perjudicial que puede empujarlos al suicidio o, al asesinato de sus anteriores parejas. Eso sin contar, con las asfixiantes presiones sociales que dicha separación les acarrearía a cada uno.
Dumbledore lo habían visto cientos de veces y, lo mismo ocurría con aquellos magos y brujas que enviudan, ellos literalmente morían poco a poco por la tristeza; la gran mayoría de los Omegas no resistían el primer año de viudez, sólo unos pocos lograban continuar adelante, pero ellos nunca volvían a ser los mismos, vivían en una oscura media vida y pasaban los años dentro de una perpetua nube de desesperación.
Severus… Severus era uno de ésos Omegas…
—¡Oh, Dios!
—Así es, Harry. Oh, Dios… —concedió Dumbledore con voz apacible.
—Yo… no… no sabía nada de eso, señor…
—No esperaba que lo supieras —dijo el anciano con una sonrisa tan pragmática como incómoda. Harry pestañeó—. Hogwarts es una institución educativa pero, un Decreto Educacional nos prohíbe tratar dichos temas, sólo un instructor habilitado por el Ministerio puede impartir Educación Sexual Integral a los alumnos de sexto y séptimo año; es un curso de doces semanas que se dicta el segundo trimestre del año escolar, junto con el Curso de Aparición. Sin embargo, debido a los peculiares cambios que ocurrió en el programa los tres años anteriores, dicha materia no se impartió. Y claro que, por el fluido dialogó que mantenías con tus tíos, he de suponer que ellos jamás te hablaron de dichos temas…
Harry negó, con los puños apretados sobre las rodillas.
—Insinuar algo referido al sexo era peo que decir una blasfemia, ¡como si ellos hubiesen hecho a mi primo con azúcar, flores y muchos colores!
—¿Qué cosa? —preguntó Albus, alzando una ceja, sin estar seguro de haber oído bien.
—Lo siento, recordé algo que… —«¡Callate idiota!¡Acaso quieres que se enteren de todo lo qué haces de madrugada!», se dijo, aflojando los puños y añadió con voz modulada—: que vi en un programa de televisión muggle hace un par de años atrás…
—No me imagino qué es lo que piensan los científicos muggles —Harry se rasco la nuca, y paseó su mirada por el suelo y las paredes de piedra, como si fuera a encontrar los más grandes misterio del universo entre sus uniones—, pero dudo que se pueda crear cualquier cosa con eso…
—No. Claro, que no… —le respondió con apatía, pensando en varias líneas de cocaína, un par de plantas de Amapola, y muchas y coloridas capsulas de fármacos; la combinación perfecta para destruir miles de vidas humanas.
—Con decía, encuentro lógica esta situación, ustedes dos siempre se han mantenido muy cercanos el uno del otro, aunque fuera de una forma indirecta; desde el primer momento en que Harry puso un pie en Hogwarts, tú lo protegiste, Severus. Tú conjuraste el Patronus que lo hizo recuperar la espada y destruir el relicario. Siempre luchaste en secreto, siempre desde las sombras, por detener a Voldemort… y por proteger a Harry…
—¡Tú sabes porque le protegía! —rugió Snape, echándose para adelante— ¡Tú me obligaste! ¡Y sabes que sólo accedí a protegerle como castigo! ¡Porque tú, Albus, no pudiste hacer nada para impedir que ella muriera!
—Sí. Y tristemente también recuerdo, lo que le ofreciste a Voldemort antes de pedir mi ayuda… —dijo Dumbledore. Harry nunca había oído tanto disgusto en su voz. Snape pareció encogerse un poco en su lugar.
«Sangre por vida», recordó Harry, apretando de nuevo los puños. Snape había ofrecido su sangre, la sangre de un niño inocente y la de su padre, por la vida de su madre. Tan irónico como en una obra de Teatro Grotesco; le parecía que veía a los dos hombres desde el final de un largo túnel, lejos de él, con sus voces formando eco en sus oídos.
—Para mí infortunio, que éste…saco de estiércol inútil, se mantuviera con vida era necesario para la causa; podría haber sido un trabajo mucho más sencillo, por no mencionar que agradable, dejar que en alguna de sus temerarias aventuras acabase con su inútil vida.
—¿Qué estás urdiendo, Severus? —se apresuró a inquirir Dumbledore. La frente de Harry se frunció, en la cara perpleja de Snape estaba dibujada la respuesta.
—Tú mismo lo dijiste, ¿o no? —masculló él, con tono neutro y actitud estoico—, existen ciertas clínicas clandestinas que, se especializan en deshacerse de ciertos paracitos indeseables…
—Sí, por supuesto, y luego qué, ¿sentarse y esperar la muerte? —La larga y gris barba de Dumbledore se balanceó de un lado a otro cuando sacudió su cabeza—. ¿Quieres eso, Severus? ¿Soportaras tanta agonía? Porque mi estimado amigo, ya no eres precisamente un jovencito, y tienes todas las de perder…
—¡Pero el mocoso es joven! ¡Es fuerte! ¡Sobrevivirá! Es más, le estaré haciendo un grandísimo favor; en cuanto a mí… —dijo él entre dientes. Sólo deseaba meterse en la cama y no levantase de nuevo hasta aquel día. Quizás ni siquiera entonces; sólo cerrar los ojos y dormir, y no despertar jamás—, correré el riesgo. En caso contrario… ya sabes… Azkaban…
—En cuanto denuncies a Harry —le recordó él con cierta aspereza—, una pluma mágica anotara tu nombre en el Registro de Omegas acoplados, y el Ministerio te obligará a firmar un Contrato de Enlace; no te preguntarán, Severus, te ombligarán.
—¡Ya me harté de tú palabrería absurda! —exclamó con tono amenazador—. ¡No me harás cambiar de opinión! ¡Ya dije lo que quiero! ¡Clínica clandestina! ¡Cirugía Mágica! —Harry abrió los ojos desmesuradamente.—. ¡Éso es lo único que evitara que denuncie al mocoso al Ministerio y se pudra en Azkaban! ¡¡O aceptas o él paga!! —dijo Snape al fin y cruzo los brazos—. Sabes que por más influencias que tengas, de está no le salvas, ni te salvas. Sabes que ellos también te encerraran, si se comprueban que trataste de ocultarlo o encubrirlo…
Dumbledore permaneció callado, mirándolo pensativo, uniendo la punta de los dedos bajo su mentón; cerrando los ojos.
—¿Qué es lo que opinas tú, Harry? Aún no has dicho nada con respecto a esta situación.
—N-no… No sé qué es lo que —Harry se frotó la nuca pensativo. Deseaba estar soñando y espera despertar pronto pero, aquello no ocurrió pasados, dos, cinco, diez segundos. Todo era muy real—… se supone que debo pensar, señor.
—¡No debe «pensar» un bledo, Potter! —dijo Snape rápidamente—. Está claro que «pensar» nunca fue su fuerte, ¡sólo mantenga la boca cerrada y concéntrese en respirar lo menos posible!
—El niño posee una voz y derecho de…
—¡Sí! ¡Derecho de ser justamente enjuiciado! —le cortó Snape, con los ojos fijos en los de Harry—, ¡Y lo será! ¡El tribunal de Wizengamot le dará lo que se merece!
—Gracias, señor —le interrumpió Harry con los puños apretados sobre las rodillas—. Pero contrario a lo que el profesor Snape se empecina en profesar, soy perfectamente capaz de tomar decisiones por mí mismo…
—Eso ya lo hemos observado una infinidad de veces —dijo el mayor, levantando la cabeza y proyectando la barbilla hacia adelante—.Y he aquí, como siempre, los desastrosos resultados de sus ingeniosas facultades, Potter. Aunque, después de todo, la incompetencia es una epidemia mundial, ¿porque deberías ser inmune?
Harry se levantó con tanta brusquedad que las patas de la silla arañaron el suelo con un quejido metálico. «Cálmate», se dijo, aflojando los puños y añadió con voz modulada:
—Y si ésa cosa, sea lo que sea, le hace feliz… que así sea…
—Acabó de explicarte que puedes morir. —replicó Dumbledore, categórico.
—Sí. Lo comprendí… —Harry apretó la mandíbula—, pero el profesor Snape tiene razón; yo soy joven y él es fuerte. Ambos ya vencimos una vez a la muerte. Podemos hacerlo…
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo…
—Es lo mejor para el nombre del colegio. —Harry agachó la cabeza y elevó la mirada; aquello que le hacía parpadear no podían ser… No, no eran lágrimas…
—El «colegio» es lo menos importante en éste momento, muchacho.
—¡Es lo que el profesor Snape quiere! —Harry hizo una pausa, se pasó la lengua por los labios, y después agrego—:¡Es lo mejor para ambos!
—No, Harry. No lo es —murmuró Albus de mala gana— Y él sabe que éso no es lo mejor, y tan poco lo quiere… Sólo está siendo obstinado como siempre… —Severus le fulminó con la mirada, pero sólo hizo un gesto despectivo con la mano, y Harry sintió como si le hundieran un cuchillo entre las costillas.
—Es… es necesario y —Harry volvió a sentarse en su lugar, de nuevo temblaba sin saber que decir o hacer—… es lo correcto —su voz comenzó a quebrarse—. Y, aunque yo puedo ser muchas cosas, no soy un cobarde.
—¿Ah, sí? —expresó Snape con ironía—. Uy, pero qué novedad.
—¿Cómo puedes decir éso muchacho? —Albus mostraba una expresión severa y las palabras pesaban en la garganta—. Ni siquiera sabes a lo qué te afrontas. Tu magia y la de Severus están entretejidas como una telaraña, no puedes tirar de una hebra sin deshacer la siguiente, y estás diciendo que piensas someterte a una cirugía que probablemente ¡dure más de veinticuatro horas! —dijo con firmeza—. Y que dejaras que un grupo de desconocidos extraigan, hasta el más pequeño átomo mágico de tu cuerpo, lo manoseen, lo fraccionen, lo alteren a gusto y paladar, y luego lo devuelvan a tu interior, ¡como si embotellarán una pócima barata! —exclamó, más irritado está vez—. ¡Siempre se pierden partes importantes en la intervención! Cómo… ¿cómo puedes estar pidiendo algo así? Hay… hay altas posibilidades de que termines como un squibs; éso es lo que estas pidiendo… —Cerró los ojos y aspiró profundamente—. Es… escalofriante… continuarías íntimamente relacionados con la magia, a pesar de no poder practicarla…
»Y tú Severus, ya pensaste en las consecuencias de esto si llega a fallar, sería una situación mucho peor que la actual —Dumbledore vio la garganta de Potter hinchase al tragar, mientras se echaba hacia atrás y se pasaba una mano por el pelo, frotándose luego una oreja—. Una unión entre ambos, no sería tan contraproducente, como si sus cadáveres son encontrados pudriéndose dentro de una clínica clandestina…
A duras penas calmado, Snape soltó con sequedad:
—En todo caso serán mis repercusiones, Albus. Y como voy a estar, bien muerto, me va a importar un bledo lo que pasé o dejé de pasar de éste lado del charco. —concluyó, sin dar muchas vueltas a lo que estaba pasando. Entonces, con tanta dignidad como pudo sacar, Snape se puso de pie y con un movimiento de su varita abrió la puerta, invitando a ambos visitantes a retirarse.
—Severus creo que, nunca antes había estado tan avergonzado de ti y de tu infantil comportamiento —dijo con amargura—. Y, considerando todas las cosas que has hecho a lo largo de tu vida, estoy diciéndote bastante…
Dumbledore no agrego nada más, y mirándolo lleno de indiferencia, se retiró con la misma calma con la había llegado. Ya encontraría tiempo para entablar otra larga y tendida conversación con Severus cuando Harry no estuviera presente, cuando la máscara de hielo hubiese caído, y su corazón estuviese más expuesto, más vulnerable, más desesperado…
—¡Tú…! ¡Tú!—bramó Snape, dando traspiés hacia la puerta—. ¡Debería haberme imaginado que te pondrías de su lado! —patino y choco contra la mesa, tirando la bandeja con el servicio de té al suelo—. ¡Maldito! ¡Maldito viejo!
Entonces, Snape giró la cabeza y miró fijamente a Harry, que estaba sentado al borde dela silla, con las manos flexionándose sobre sus rodillas y ojos llenos de lágrimas, boquiabierto; sin despegarle los ojos de encima ni por un sólo segundo.
Un silencio asfixiante reinó mientras ambos se contemplaban.
—¿Y tú qué haces aquí? ¿Acaso no piensas largarte? —le espetó, levantándose con la dignidad de un príncipe—. ¿Qué no me escuchaste? ¿O que, aparte de idiota también te volviste sordo? —El mago pateando una taza de porcelana al otro lado de la habitación—. ¡¿O esperando a que te invite otro revolcón en mi cama?!
Sin embargo, Harry no se marchó, sólo se enderezó en el asiento; aún tenía un par de preguntas repiqueteándole en la cabeza, taladrándole el cerero desde hace años. Se enjuago las lágrimas con el dorso de su mano.
—¿Está… está seguro de que —dijo sin mucha convicción—, no hay otra forma de… separarnos…? El director dijo que…
—¡¿Cómo qué?! —le cortó el otro, cruzando los brazos a la altura del pecho.
—¡No lo sé! ¡Una pócima! ¡Un talismán! ¡Algo! —gritó Harry, clavando las uñas en sus muslos—. Lo que sea, que… no implique la muerte o la invalides de por vida… —añadió cuando Snape adelanto un pie hacía él—. Algo que… Debe haber algo más, ésa no puede ser la única solución…
—¿Asustado, Potter? —Snape rio sin humor.
—Y usted, ¿no? —preguntó Harry a su vez con desdén, mirando hacia los lados—. ¿No hay cosas que desee hacer antes de…? ¿Deseo, anhelos, sueños? Lo que sea que… que…
«Alguien tan amargado y ruin como usted pueda aspirar…»
—El único deseo que anhelo realizar con extrema urgencia es separarme de usted, y no me importa si eso implica la muerte o perder parte de mi magia…
—Por lo menos… —susurró, deslizando las manos por los muslos, uniéndolas por delante de los genitales—. Podría decirme, ¿por qué me odia tanto, o no?
—¡¿Después de todo lo que pasó se atreve a preguntar?! —soltó Snape con brusquedad—. ¡Que desfachatez!
—¿Es por él? ¿Es por mi padre? —preguntó Harry con un valeroso matiz de reproche—. ¿Es por lo que él le hizo cuando…cuando eran estudiantes?
—No sé, Potter —rebatió él otro, con las piernas muy separadas, gesto con el que quería transmitir dominancia y territorialidad—. ¡¿Quizás sea porque urdió un perfecto plan para ultrajarme?!
«Usted ya me odiaba desde antes…», pensó Harry, mas no contestó. Snape se estaba enfureciendo de nuevo.
—Lo único que yo siempre deseé fue un lugar al que llamar hogar —dijo Harry como si nada (como si hubiesen pasado la a última hora charlando del clima de Londres), tras una breve pausa—, con un jardín, quizás un perro; con el tiempo, niños corriendo con sus pequeños pies por todos lados, marcando sus diminutas manos con comida por las paredes; el ajetreo del primer día de escu…
—Se lo advierto, Potter —lo interrumpió Severus de mal modo, dedicando una agria mirada al techo—, no siga o va a hacerme vomitar.
—¿Qué clase de ser es usted…? —Una risa amarga y triste golpea contra sus oídos—. ¡¿Acaso nunca ha deseado sentir el calor de otro ser humano?!
—Y tú sabes mucho de eso, ¿verdad, mocoso? —En la sien de Snape palpitaba una vena como la que Harry había visto una infinidad de veces latir en la sien de Tío Vernon— El calor…la avaricia…la lujuria… la gula…
—Me refiero a un afecto casto… —replicó él con frialdad. Sólo quería hacerse una bolita esconderse del mundo. Harry reprimió un sollozo, pero rápidamente se irguió en la silla y se reprendió por tener estos pensamientos.
—Y cree que…todas esas patrañas que escupe me importan —Snape rechinó los dientes. Ese día su paciencia había quebrado su propia marca—. No sé si se ha dado cuenta Potter, pero la vida es injusta, ¡y es justo que así sea!
—Sabe que todo fue un accidente…—continuó Harry, sin apartar la vista de sus zapatos. «¡Eres un hombre, Harry! Mantener la dignidad: de eso se trata»—, aunque aún tengo varias… lagunas mentales sobre, ¿qué fue exactamente lo que pasó? Sí, recuerdo el por qué ocurrió, pero lo demás es…
—Sí, un accidenté… —siseó el pocionista—. Utilizar un elfo doméstico… Alterar sus recuerdos… fue algo bajo y vil, muy sucio, Potter… hasta para mí…
El de ojos verdes ladeó la cabeza y bufó.
—¡Yo no altere mis recuerdos! —puntualizó con rigidez—. ¡Y ya le dije que fue un maldito accidente!
—¡Igual que tú nacimiento! —gritó Severus, echado los hombros hacia delante—. ¡Tú no tendrías que haber nacido Harry Potter! ¡Yo debí haberme desecho de ti cuando aún podía hacerlo! —Harry alzo la cabeza y le miró directamente, sus ojos verdes en alerta—. ¡Si tan sólo ese maldito vejete adicto al azúcar, no se hubiese entrometido! Si no hubiera mandado a aquel fantoche, a ese remedo de semigigante a recogerte de entre los escombros, yo… —La duda llena la mente de Severus, mas no se deja llevar por ella. Su alma está tan agriada que no podía pensar en otra cosa que no fuera la venganza— …te habría matado sin culpa alguna.
—La magia de mi madre nunca se lo hubiese permitido…—dijo Potter con voz enérgica. Las palabras nunca le habían surgido con tanta elocuencia de sus labios.
—Así es —concedió Snape con amargura—, no me hubiese permitido matarte mediante magia —Severus prefería no pensar en nada de lo que decía. Sabía que su mente podría flaquear si se detenía por tan sólo un segundo—, pero con estás dos manos… Oh, sí… Eras un mocoso muy llorón y, con una sola almohada hubiese bastado para hacerte callar… de por vida… No habrías sido ni el primer ni el ultimo bebé de menos de un año que muere por asfixia.
—No se… no se hubiese atrevido… —dijo Harry con un hilo de voz, más por rabia contenida que por miedo.
—Tú no me vas a venir a decir a mí, que me atrevería o no a hacer. —repuso y escupió el suelo entre ambos. Una parte de su mente le gritaba: ¡callate y razona! Pero no, Severus eligió ignorar esa vocecilla interna, embriagado en el ansias de venganza, él prefirió dejarse llevar por su lado más vil.
—Pero, al final no lo hizo…
—¡Oh, pero como lo hubiese disfrutado! —dijo Snape con sorna, regalándole la mueca de una sonrisa triste—. Incluso ahora te puedo imaginar: violáceo, volteado boca arriba, hinchado como un sapo a punto de reventar y esparcir sus viseras por todas partes…
—Es un…—Potter volvió a mirar con fijeza hacia abajo y se mordió el labio inferior. No. No caería en la trampa. «Mantén la compostura»—, un ser despreciable… y si puede regocijarse con el sufrimiento de un bebé, me apiado de usted…
—Piedad, es lo que necesitaras cuando seas un asqueroso y repugnante Squibs —dijo Severus, moviendo apenas los labios—; husmeando como una rata apestosa entre los contenedores de basura muggles, buscando trozos de comida mohosos y putrefactos.
Potter puso los ojos en blanco, y sintiendo un escalofrío por la espalda.
—¡Cierre la jodida boca! ¡Usted se pudrirá en su apestosa y helada tumba antes de que eso ocurra!
—¡Sí, claro…! ¡Olvidaba que, Harry Potter, siempre podrá correr a esconderse bajo las faldas de Dumby cuando haya problemas! ¡Él protegerá a su pupilo favorito de caer en la desgracia! —exclamó Snape con sorna—. ¡Él le apañará! ¡Arreglara todo para que el niño de oro viva alegre y despreocupado! ¡Con su rebelde cabello flotando en el viento, cabalgando un hipogrifo hacia el atardecer en busca de la siguiente aventura!
—¿Celoso, profesor? —rebatió Potter, riendo sin humor—. ¿Acaso le intimida que yo sea más importante para Dumbledore que usted?
—¡Ridículo! —dijo Severus con suficiencia—. No soy tú, Potter. No necesito que nadie, menos un sucio costal de huesos viejos, chantajista y manipulador, me palmeé la espalda y sonría, felicitándome, ¡mintiéndome en la cara!, que no soy una inútil montaña de estiércol.
El rostro de Harry pasa de la ira, a la confusión y al dolor.
—Por lo menos no soy una vieja y jodida puta que, menea su culo caliente y gastado implorando porque alguien, quien sea, ¡se la meta hasta el fondo! —Potter traga aliento caliente y se tapó la boca con una mano, rápidamente. ¡No podía creer lo que acababa de saltar de sus labios! ¡¿Por qué había dicho eso?! ¡¿Tanto le molestaba que Snape insultara a Dumbledore?!
No… no era Snape, cada vez que alguien, quien fuera, hablaba mal del director, su sangre bullía como el caldo dentro de una olla a presión. La discusión había llegado demasiado lejos; de nuevo, la ira impulsiva y su lengua floja le habían entregado a Snape su cabeza en bandeja de plata.
Harry sólo alcanza a ver los ojos furiosos de Snape y una mano que lo tomó del brazo, aferrándolo con un apretón atenazador, mientras que un gran puño, se estrella contra su cara y sus gafas volando. Un tanto aturdido, Potter, se puso de pie y reacciono con igual ligereza que Snape sujetando a por el cuello de la camisa, estampándolo contra la superficie más cercana, que resultó ser el duro suelo de la mazmorra; exponiendo sus amenazadores caninos, con un gruñido.
Severus intentó soltarse, pero en cada forcejeo Harry lo presionaba más contra el suelo con una fuerza descomunal; cerrando las manos alrededor de su cuello con ímpetu, cortándole la respiración de ha ratos. Trató de voltear posiciones, golpearle de nuevo con el puño o con la rodilla, pero por la posición en la que se encontraban le era imposible moverse, el niño estaba montado sobre su pecho, y prácticamente le aplastaba las costillas con las piernas.
¡Rápido! ¡Tenía que hacer algo para quitarse ése engendro maldito de encima, antes de que le rompiera la tráquea! ¡¿En dónde estaba su barita?! Severus, le busco rápido con la mirada, la divisó salir del bolcillo izquierdo de su chaqueta a varios pies de distancia y, se maldijo mentalmente por ser un idiota impulsivo. En aquel momento, por su mente pasó una descabellada idea, la ocurrencia de probar algo que hacía años que no intentaba.
De pronto, el pequeño Alfa se sintió asaltado, aturdido y embriagado, por las feromonas apaciguadoras del Omega. Era un olor ligeramente almidonado, muy masculino y penetrante, tan diferente al empalagoso aroma a leche y miel de Dumbledore. Harry meneó la cabeza, sintiendo unas repentinas ganas de echarse a llorar, pero por supuesto que no lo haría, eso sólo era un pensamiento, una sensación que venía y se iba como las olas de mar.
Fue entonces que, a pesar de que Snape jamás hubiese creído posible, él sintió como Potter rompía la corta distancia entre sus rostros y le asaltaba con un beso voraz y furioso. Pasmado ante la impresión, él olvidó que hacer y dejó de forcejear, su cuerpo se quedó estático y su primer instinto fue cerrar los labios, pero sólo logró soltar un aterrorizado jadeo cuando sus lenguas se chocaron.
—¡¿Qué mier…uhm…?! —intentó decir él, pero sus palabras murieron entre los labios del muchacho— ¡¡Po…tter…!
Harry mordía y succionaba con fuerza aquellos labios ajenos. No comprendía muy bien ¿qué rayos le estaba pasando? Sólo que él debía… que él necesitaba… él necesitaba urgentemente poseer esa boca… ese cuerpo… Poco a poco fue aflojando la presión de sus manos y deslizándolas hacia arriba, hasta enredarlas entre el largo, negro y grasiento, cabello de Severus Snape, profundizando aún más el beso; refregando su afiebrado miembro contra el pálido pecho, primero hacia adelante y luego atrás, y luego en deliciosos cirulos, y…
Harry sintió que de nuevo quiere echarse a llorar. ¿Qué dirían sus compañeros, sus amigos si se enteraban de todo eso? ¿Qué pensaría Hermione? ¿Qué diría Ron? Él ya no sabía qué pensar. Así que no piensa mucho y devuelve el beso que Snape le ofrece con más furia.
Libre de la presión en su garganta, y con más oxígeno en su cerebro, Severus tomó real conciencia de lo que ahí estaba sucediendo, ¡ése maldito mocoso no sólo estaba profanando su boca, también se estaba masturbando en su pecho! Con gran esfuerzo, él logró propinarle al mocoso un puñetazo en un costado del costillar, y luego otro más en el plexo solar, derribándole de encima suyo.
Harry cayó de lado y se encogió sobre sí mismo, sin aliento. Snape aprovechó la oportunidad para convocar un «Accio» y recuperar su barita, rápidamente se enderezó, contemplando como el Alfa luchaba por ponerse de pie, mientras un rugido de pura cólera abandonado lo más hondo de su pecho.
«Oh, no. Eso no, Potter.»
Snape levantó su barita y gritó: «¡Relaxo! » Harry salió disparado hacia atrás, tropezando con una silla, y cayendo nuevamente de espalda; ágilmente él zanjó la distancia que les separaba, y le propino una fuerte patada en la cara. Harry notó como se le rompía la nariz, salpicando sangre por todos lados; sin embargo, no satisfecho, Snape, le escupió en el rostro y le dio otra patada, esta vez entre las costillas.
«¡Ningún asquerosa Alfa me volverá a intimida o someter a su voluntad!»
—¡¿Esto te parece divertido?! —chilló Snape, y agarró al muchacho del codo y tiró de él—. ¡¿Te parece divertido, roñoso infeliz?!
—Lo… lo siento…—balbuceó Harry, tratando de liberar su brazo sin mucho éxito—, fue…fue instintivo…
—¡Repugnante saco de pus! —vociferó Severus, apretando su brazo con tal fuerza, que la mano Harry de empezó a entumecerse. Todo eso era decido aterrador; los labios de Snape estaban temblando, su cara estaba blanca, sus dientes amarillos al descubierto, como lo de un animal rabioso—. ¡Escoria humana! ¡Abominación de la naturaleza te atreves a…! ¡A mí que te…! ¡Engendro maldito! ¡¡Monstruosidad!!
—No… yo… —Las piernas le flaquearon y comenzó a respirar agitadamente, preso del pánico y la desesperación. ¡¿Qué diablos acababa de hacer?!
Snape apartó al chico con todas sus fuerzas. Harry cayó de nuevo contra el piso de la mazmorra y pasó saliva, notando cómo la sangre que brotaba de su nariz le resbalaba, cliente y húmeda, por la cara; escurriéndosele por la boca entre abierta y provocándole nausea.
—¡Maldita! ¡Por tus venas tenía que correr sangre maldita y roñosa! —rugió Snape con crueldad y volvió a escupir el suelo entre ambos—. ¡No le repetirás a nadie lo que aquí paso!
—No, yo no.… —aseguró Harry, poniéndose de pie y alejándose de Snape cuanto pudo—. No, por supuesto que no...
—Si dices una sola palabra a alguien sobre… —espetó el pocionista, avanzando hacia el muchacho y señalándolo con un dedos de uña amarillenta—, sobre todo esto…te corte algo más que esa lengua venenosa, ¡¿comprendido?!
Harry asiento con la cabeza y dio un paso hacia atrás, tragando duro. No le gustaba nada la mirada que el pocionista le dirigía. Él conocía muy bien ésa mirada, era la misma mirada que Snape le dedicó cuando le confeso que él era el Príncipe Mestizo; aunque, Harry aún no sabía qué era exactamente lo que ésa mirada representa, ¿regocijo asesino, quizás? ¿Snape sería capaz de asesinarle? ¿Eso era lo que le quería decir? Después de todo lo que había hecho durante años para salvarle la vida, ¿sería capaz de…?
—¡Largo, fuera de aquí! ¡No quiero verle nunca más en esta oficina! ¡Y en los próximos días procure no cruzarse en mi camino! ¡O ya verá de lo que soy capaz!
Y mientras Harry corría hacia la puerta, una jarra con algo negó y viscoso de fétido hedor, explotó sobre su cabeza; abrió violentamente la puerta y cuando cerró tras de él, oyó con claridad a Snape diciendo:
—¡Si le encuentro a menos de diez metros mío, voy a patearle tanto el trasero, que le saldrán hemorroides hasta por…!
Harry voló a lo largo del corredor, deteniéndose únicamente cuando había puesto tres pisos de distancia entre Snape y él. Entonces se recargó contra la pared, jadeando, frotándose con una mano las doloridas costillas y con el dorso de la otra se limpió la sangre de la magullada cara.
En ese momento recibió una descarga de odio puro.
La rabia y el odio que bullían en partes iguales dentro de Harry, parecían apuntó de desbordarse, de explotarle en el pecho; de regresar y devolver al maldito cada golpe. Harry nunca creyó odiar tanto al murciélago grasiento como en ése preciso momento…