Luna Llena de los BrotesLa primavera se abrió paso entre las frías garras del invierno y el hielo se empezó a derretir; las columnillas heladas en los marcos de la puerta del hall goteaban, cayendo en el cuello de alumnos desafortunados y haciéndoles tiritar. Peeves, el poltergeist, se divertía echando pedorretas a Filch y su gata mientras estos daban largos paseos por los pasillos. Papá salía a tomar aire fresco y atrapaba rayos de sol entre sus cabellos, la tía Hermione suele decir que al hacerlo, la vida se refleja en sus ojos verdes.
Normalmente, el profesor Snape jamás solía salir de las mazmorras, a menos que necesitara algo en especial. Aquel día, papá descansaba sobre la suave cama de hierba del linde del bosque prohibido, el tío Hagrid había entrado en él para investigar sobre el pequeño incendio que mato algunos Bowtruckles la noche anterior. Él apareció, llevando su estela oscura con su andar.
—¿Cómodo, Potter? —Le preguntó, haciéndolo sobresaltar. Papá rápidamente se incorporó.
—Lo siento, profesor.
—¿Por qué se disculpa? —Inquirió divertido por su reacción—. ¿Acaso ha hecho algo malo?
Papá se puso rojo de las orejas, había estado pensando en él mientras cerraba los ojos y suspiraba.
—N-No…
—Entonces no se disculpe —Dijo—. ¿Tiene algo importante que hacer ahora mismo?
Sorprendido, papá levantó la mirada y lo encontró observándole también. Si bien, el profesor Snape no era alguien muy expresivo, su mirada dejaba traslucir solo un atisbo de su humor.
—¿En este momento?... No. Ayudaba a Hagrid pero se ha adentrado en el bosque y no sé a qué hora volverá.
—Entonces sígame. Ya que Hagrid no está, usted me servirá de ayuda. Puede considerarlo como un crédito extra, si lo prefiere.
Asintió y ambos se pusieron camino al bosque. Papá jamás había entrado con otra persona que no fuera el tío Hagrid y una oleada de excitación se agolpó en su pecho. Observó al profesor, que caminaba firme, bien erguido y con paso seguro… aunque cojeaba un poco. Se fijó en su cara, que llevaba un par de cortes ocultos por los mechones de su negro pelo. Se preguntó qué era lo que le había provocado aquellos malestares.
—¿Se siente bien? —Preguntó sin más. Aunque el profesor no era muy querido en el colegio por su forma estricta, papá se sintió seguro de haberlo hecho, como si fuera la pregunta correcta.
—Perfectamente.
—Pero cojea —Dijo en un hilo de voz. El profesor le miró un poco, como si le hubiera escuchado perfectamente.
—Eso no me afecta en lo absoluto, así que mi respuesta es válida para su pregunta.
—Entonces… ¿le duele algo?
—Muchas partes —Suspiró—. Pero eso no es de su incumbencia, Potter.
—Lo siento, no quería ser entrometido… ¿A dónde vamos exactamente?
—Aquí.
Papá miró a su alrededor, encontrándose en medio de un claro. El sol de la media tarde se colaba entre las copas de los densos y altos árboles, proyectando solo pequeñas manchas de luz. El profesor se adelantó y recogió pequeños brotes de una flor blanca que aún estaban muy tiernos, así que se apresuró a colocarse a su lado y recoger algunas. Llevó la mano al saco que sostenía el hombre y, antes de poder meter las florecillas, vio el hilo rojo atado al dedo meñique de este.
—Potter, necesito muchos de esos, por eso le traje. No para que los maltrate.
—¿Qué es eso que tiene…? —Musitó, ni se había dado cuenta en que momento soltó los capullos—. ¿Qué es eso en su meñique?
—¿En mi meñique? —Preguntó el hombre confundido y se miró, frunció el ceño—. ¿De qué habla?
Papá sacudió la cabeza y volvió a mirar, el hilo ya no estaba.
—Había… —Se mordió un poco el labio, preguntándose si de verdad estaba loco—. Lo siento, olvídelo.
—Me intriga un poco —Confesó el profesor—. ¿Le pasa muy a menudo ver cosas en donde no las hay?
—No, quizá solo esté cansando… —Papá se sentía más que intrigado, estaba asustado.
—¿De qué podría cansarse un estudiante?
—Bueno… trabajo a medio tiempo en el colegio para poder pagar mi estancia —Le explicó, aplicándose para recoger los brotes—. La mayoría de las veces estoy en la biblioteca, ordenando libros. Pero hay ocasiones especiales como esta en las que vengo a ayudar a Hagrid o puedo bajar a las cocinas para ayudar a los elfos… aunque estos se molestan y prefieren darme algo de comer.
—Ya veo, entonces las “ocasiones especiales” son en las que puede hacer el vago —El profesor esbozó una especie de sonrisa, un poco torcida y muy tenue.
—No —Sonrió papá—. Las ocasiones especiales son en las que puedo estar con amigos. Hagrid, los elfos, el profesor Dumbledore.
—¿Qué clase de trabajos le hace al Director? —Inquirió. Papá lanzó una carcajada.
—Preguntado así, cualquiera pensaría muy mal, profesor. Solo le ayudo a ordenar sus cachivaches o limpio el armario de recuerdos.
—Parece tenerte mucha confianza.
—Vivo aquí desde mi segundo año, diría que son como mi familia. Aunque Madame Pince aun parece odiarme.
—Bueno —Meditó el profesor—. Tengo la firme creencia de que esa mujer odia a todo aquel que no sea un libro. Es una urraca.
—Al menos es mejor que trabajar con Filch.
—O conmigo, supongo.
—La verdad es que me estoy divirtiendo bastante.
El profesor le miró un momento más y papá sintió un cosquilleo en la base del estómago, ocultó su sonrojo moviéndose para tomar más capullos y se alejó de él. Jamás había sentido nada así.
* * *
Severus Snape volvió a faltar aquel mes. El profesor Dumbledore explicó que tuvo que salir por un ingrediente para una de sus muchas pociones. Papá constató que fue durante La Luna Llena.
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