alisevv
Cantidad de envíos : 6728 Fecha de nacimiento : 15/01/1930 Edad : 94 Galeones Snarry : 241687 Fecha de inscripción : 08/01/2009
| Tema: En busca de la libertad. Capítulo 2. Remus, ¿qué significa esto? Sáb Nov 03, 2012 6:09 pm | |
| —Bueno, ya está todo finiquitado —decía el Conde Malfoy, mientras acompañaba a Severus hasta su carruaje, que estaba esperándole al pie de la escalinata de la señorial mansión—. ¿Nos veremos el mes que viene en el Parlamento?
El hombre de ojos negros hizo un gesto de fastidio.
—Supongo que no habrá más remedio. Si por mí fuera, no iría a la capital ni de visita. Asistir al parlamento es una verdadera pérdida de tiempo.
—¿Una pérdida de tiempo? ¿Quién haría las leyes si ninguno asistiera a su escaño?
—Los mismos que hasta ahora: ninguno. Llevo tres años ocupando el puesto que heredé de mi padre en el Parlamento y no se ha redactado ninguna ley, o modificación de ley, que valga la pena. A los pocos que hemos formulado propuestas decentes se nos ha ignorado olímpicamente.
Sin desear seguir discutiendo sobre el tema, Severus estrechó la mano de Lucius y se subió al carruaje. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera notó cuando Remus se sentó frente a él y emprendieron la marcha. Recordaba las pocas voces que se habían alzado en el Parlamento, la suya incluida, con propuestas firmes, en un intento de cambiar las injusticias que presentaba el sistema legal vigente, especialmente en lo que se refería a los esclavos.
Pero, claro, a aquella panda de vejestorios, apoltronados en sus cómodas butacas, no les convenía en absoluto cambiar un sistema que les garantizaba mano de obra gratuita para sus haciendas, o empleados que cobraban un sueldo de miseria para sus fábricas. Eran tan obtusos, que no se habían dado cuenta que lo que a ellos les parecía el paraíso, era una bomba de tiempo formada por hambre, miseria y dolor; una bomba que el día menos pensado les explotaría en la cara sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo.
De repente, un leve gemido le sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza con prontitud y fijó la mirada en los ojos color miel de su acompañante.
—Remus, ¿escuchaste eso?
El aludido no contestó. Había tenido la esperanza de que se hubieran alejado un poco más de las propiedades Malfoy antes de tener que enfrentar ese asunto. Draco y él habían tomado un riesgo importante, y confiaba en que Severus reaccionara positivamente. En caso contrario, estarían en serios problemas.
>>¿No notaste cómo un gemido? —insistió, antes de percatarse que su administrador se veía tenso y nervioso—. ¿Te sucede algo?
Una vez más se escuchó el débil gemido, y Severus bajo la vista hacia los pies de su acompañante.
>>¿Qué es ese bulto tras tus pies? —preguntó, y abriendo su chaqueta, desenfundó la pistola que siempre llevaba cuando viajaba—. ¡Hay alguien allí! Salga en este instante si no quiere que dispare —ordenó con voz autoritaria.
—No, Severus, espera —rogó Remus, para después agacharse y jalar con cuidado la manta que mantenía oculto el cuerpo bajo su asiento.
Ante los ojos atónitos del Duque de Snape, Remus desenrolló la cobija, mostrando el cuerpo delgado de Harry. Se encontraba boca abajo, con la camisa blanca que le había puesto Draco, roja por la sangre de las heridas de la espalda.
—¿Qué significa esto? —taladró a Remus con una fiera mirada, mientras en su mente surgía la comprensión—. ¿Es el esclavo que castigó Lucius? —al ver que el otro no se atrevía a hablar, su tono adquirió un matiz más grave, y aunque no alzó la voz, su administrador supo que estaba furioso—. Respóndeme.
—Sí, Milord —contestó, utilizando el título que nunca usaba para dirigirse a él en privado.
—¿Tú lo metiste aquí? —además de furia, la voz destilaba incredulidad—. ¿Te volviste loco? Ayudar a escapar a un esclavo es algo muy grave. Da orden al cochero para que de la vuelta, regresaremos a la hacienda Malfoy de inmediato.
—No, Milord, por favor, antes permítame que le explique.
El tono suplicante y servil con que Remus se dirigió a él logró lo imposible. Severus respiró hondo, fijó sus ojos oscuros en la mirada color miel y se rindió:
—Te escucho —cedió—. Y por favor, deja de llamarme Milord y tratarme de usted —bufó, y se acomodó mejor en el asiento—. ¿Quieres explicarme porqué hiciste algo tan descabellado?
—En realidad no fui yo —empezó el otro—, sino Lord Draco.
—¿Draco? —preguntó sin entender. ¿Por qué su ahijado haría algo tan estúpido?
—Es una larga historia, Mil… Severus —musitó Remus.
—Tenemos un largo camino por delante.
—¿No va a regresar a Harry con el Conde Malfoy?
—No, al menos hasta saber las razones que tuvieron Draco y tú para ayudar a este esclavo. Y espero que sean buenas, por el bien de ambos.
Un nuevo gemido salió de la boca del joven que permanecía tirado en el suelo del carruaje y ambos hombres desviaron la mirada hacia el lugar. Severus se inclinó y, con mucho cuidado, alzó la camisa y descubrió la juvenil espalda surcada por profundas laceraciones.
>>Demonios, nunca podré entender tanta crueldad —masculló Severus, asqueado—. Saca el maletín donde llevamos las medicinas. Mientras me cuentas todo, vamos a ir curando las heridas de este muchacho.
Severus Snape se había graduado de médico y bioquímico en Londres, y realizado un doctorado en elaboración de pociones curativas. En los años pasados en Inglaterra, adquirió una excelente reputación en su campo, llegando incluso a formar parte del profesorado de la Universidad de Cambridge. A la muerte del viejo Duque de Snape, muchos fueron los que lamentaron cuando se vio obligado a dejar su cátedra y su laboratorio para regresar a su país, pero ninguno más que el propio Severus.
Se vio tentado a olvidarse de sus obligaciones ancestrales y seguir su vida en Inglaterra, pero su sentido de responsabilidad, y el ingenuo pensamiento de que en su nueva posición podría llegar a hacer algo importante para mejorar el nivel de vida de su país le hicieron regresar. Grande fue su decepción al darse cuenta que todos sus intentos luchaban contra un muro infranqueable. Con el tiempo, olvidó sus ilusas intenciones de cambiar las cosas. Liberó a los esclavos de su padre, mejoró las condiciones de sus empleados, y se limitó a vivir lo más cómodamente que pudo sin traicionar sus principios. No se le ocurrió pensar que en la vida podemos pecar tanto por acción como por omisión.
Remus obedeció a su jefe, y entre ambos comenzaron a limpiar las heridas. Harry soltaba leves gemidos ante el accionar sobre su piel, pero al poco tiempo se relajó con un suspiro de alivio. Severus estaba aplicándole una crema de su propia creación, que además de cicatrizante y desinfectante, tenía propiedades analgésicas
>>Con suerte, no le quedarán marcas apreciables —comentó el Duque en tono brusco, aunque sus manos intentaban moverse con suavidad—. Vamos, habla de una vez.
Remus respiró profudamente y comenzó:
—Lord Draco y Harry crecieron juntos como los mejores amigos, como tú y yo antes que partieras a Inglaterra —su tono adquirió un leve dejo de nostalgia y Severus le miró, asintiendo como única señal de que para él aquellos años también habían sido importantes—. Lady Narcissa lo compró a un traficante de esclavos cuando tenía cinco años.
—¿A un traficante? —el tono del hombre sonaba horrorizado. Remus asintió.
—Según Lady Narcissa contó a Lord Draco, se condolió al ver a ese pobre pequeño, tan flaco que parecía que la piel se pegaba a sus huesos, y muy bajito para su edad. Se veía muy triste y desvalido, observando a la multitud con sus aterrados ojos verdes. Al parecer, estaban huyendo cuando los traficantes asesinaron a sus padres, para luego llevárselo con la intención de venderlo a algún pederasta. Fue una suerte que Lady Narcissa pasara por el lugar en el momento que le estaban subastando y le salvara de su triste destino.
Severus apretó la mandíbula pero no dijo nada, así que Remus continuó su historia.
>>Como bien sabes, Lady Malfoy era una mujer de gran corazón, pero también con un férreo carácter. Se encariñó con el pequeño de inmediato y, a pesar de las protestas de su esposo, en lugar de enviarle a los barrancones con los demás esclavos, le acogió bajo su protección y le dejó viviendo en la casa principal.
>>Lord Draco, que no tenía hermanos ni ningún niño con quien jugar, se mostró más que dispuesto a acoger a Harry. Poco a poco, entre él y Lady Malfoy lograron que los miedos de Harry fueran cediendo, y seis meses más tarde se había transformado en el niño cariñoso y alegre que probablemente fuera antes que asesinaran a sus padres.
>>Aunque Lord Lucius protestó reiteradamente, la Condesa se mostró inflexible e instaló a Harry en una habitación junto a la de Lord Draco, le compró ropas buenas y logró que asistiera a las mismas clases que su hijo. El pequeño esclavo aprendió a leer y escribir, aritmética, geografía e historia, música y arte. Se le enseñaron las reglas de etiqueta, el modo correcto de hablar, caminar y comportarse en una mesa, a montar a caballo y a tocar el piano. Cada una de las cosas que aprendió Lord Draco, también las aprendió Harry.
>>No sé qué pretendía Lady Malfoy al hacer eso. Ella debía saber que Harry era un esclavo y siempre lo sería, y era más que probable que, al crecer, se enfrentara al dilema de no sentirse cómodo en ninguno de los dos mundos. Pienso que esperaba que, cuando el chico cumpliera su mayoría de edad, podría convencer a Lord Lucius para que le diera su carta de liberación y conseguirle un trabajo decente en un lugar lejano, donde nadie conociera sus orígenes.
>>Sean cuales fueran los planes que Lady Narcissa tuviera para él, se vieron truncados cuando, unos meses antes que tú regresaras de Inglaterra, tuvo un accidente mientras cabalgaba. Aunque sobrevivió a la caída quedó muy mal herida, y los médicos dijeron a su familia que no había nada que hacer. Sabiendo que iba a morir, hizo prometer a Lord Draco que protegería a Harry e intentaría convencer a su padre para que, llegado el momento, le diera la libertad.
>>Pero, luego del entierro de Lady Narcissa, Lucius Malfoy se transformó. O quién sabe, tal vez siempre fue así y había disimulado todos esos años por la presencia de su esposo.
—El Lucius que yo conocí de joven era arrogante y altanero, pero no el hombre que es ahora. Pienso que la muerte de Narcissa le trastornó.
—Quizás —musitó Remus, aunque en su tono podía detectarse que lo ponía en duda—. Lo cierto es que el día posterior al entierro, ordenó que trasladaran a Harry a las barracas con los demás esclavos y le puso a trabajar en los campos de sol a sol. Lord Draco intentó interceder por él pero su padre ignoró todos sus intentos. Harry volvía a ser sólo un esclavo más.
—¿Empezó a acosarlo desde entonces? —preguntó Severus, realmente interesado en la historia que Remus le estaba contando.
—No, Harry nunca le mencionó nada al respecto a Lord Draco —replicó el hombre de ojos color miel—. Supongo que no se quiso arriesgar, la ley no permite tener sexo con los esclavos hasta que cumplen dieciocho años. Menuda hipocresía —comentó con voz amarga.
—Entonces, debo suponer que este muchacho ya cumplió los dieciocho años.
—Hace dos semanas —confirmó Remus.
—Y desde entonces, Lucius le está acosando —más que una pregunta se trataba de una afirmación.
—Así es.
Severus observó a su administrador con suspicacia.
—¿Todo esto te lo contó Draco?
—Sí.
—¿Qué te traes tú con mi ahijado? —el otro no contestó, sólo se sonrojó hasta la raíz del cabello—. Ya veo —musitó Severus, pensativo—. ¿Espero que estés consciente de que Lucius te desollará vivo si se entera que estás enredado con su hijo?
Remus asintió con la cabeza pero se mantuvo firme y no apartó la mirada de los ojos negros que le escrutaban con intensidad.
>>En fin —dijo el Duque al fin—, más vale que solucionemos un problema primero y el otro después —terminó de poner la pomada en la espalda de Harry—. Tenemos que vendarlo. Ayúdame a voltearlo y mantenlo algo levantado.
Cuando Remus giró al muchacho con delicadeza y le incorporó, Severus pudo ver por primera vez su rostro y quedó impactado. Tenía los rasgos más hermosos que había visto en joven alguno: la nariz perfilada, las largas pestañas, los labios sonrosados, y un cabello negro ébano que en ese momento estaba alborotado y sucio, a causa del sudor y el polvo del lugar donde le habían azotado. Sus rasgos lucían apacibles en el sueño, gracias a los efectos calmantes del ungüento que había aplicado en sus heridas y a la poción para dormir que le había suministrado.
—Severus, ¿le vendas tú o lo hago yo?
La voz de su amigo le hizo volver a la realidad y empezó a vendarle el torso con mucho cuidado para no despertarle. Cuando terminó, le volvieron a cubrir con la cobija que le había puesto Draco.
—De momento, no podemos hacer nada más —comentó el Duque, sin apartar la vista del joven dormido—. Algunas de las heridas son muy profundas y están infectadas, al parecer le dejaron demasiado tiempo expuesto. Será necesario administrarle antibióticos durante varios días, y es posible que presente un cuadro febril en las próximas horas.
—No te preocupes, me encargaré de atenderle según tus instrucciones.
—De hecho, yo me encargaré de él.
—¿Tú? —preguntó Remus con extrañeza.
—En la hacienda Snape estará más protegido que en tu casa, nadie le buscará en mi mansión.
—No te preocupes, Lord Draco ya resolvió eso. Su ayudante de cámara escapó esta tarde, y se va a correr la voz de que le acompañaba Harry.
—Vaya, parece que mi ahijado es más listo de lo que yo —y su padre— pensábamos. Un estuche de monerías —comentó con ironía antes de volver a asumir un tono serio—. Sin embargo, conociendo a Lucius, estoy seguro que van a mandar alguien a tu casa a buscarle. No se fía de ti, y estabas en la hacienda cuando sucedió el hecho.
—Pero si lo descubren en tu mansión podría ocasionarte un problema realmente serio. Además, tienes servidumbre, podrían hablar.
—Estoy seguro que nadie de mi casa diría nada que pusiera en peligro a mi persona —al ver la expresión preocupada de Remus, continuó—: Está bien, para tu tranquilidad, sólo unos pocos sabrán de su existencia. Lo voy a dejar en la cabaña del guardabosque del Ducado; Hagrid es de mi total confianza, y cuidará de él cuando yo no esté.
—Sí, confío en Hagrid —aceptó Remus, algo más tranquilo. Él ya había hecho sus planes, y eran más seguros, pero tenía claro que no iba a convencer a Severus sin explicárselos, y eso era algo que no podía hacer—. ¿Pero cómo le dejaremos allí sin que el cochero se entere?
—Voy a pedirle que se detenga en la cabaña de Hagrid porque necesito hablar con él. Mientras tú le distraes, yo entraré a Harry envuelto en la cobija.
—¿No habrá problemas?
—Amigo mío, si mi ahijado pudo meter a este chico aquí sin que nadie se diera cuenta, te aseguró que tú y yo podremos sacarle con la misma facilidad.
Ron galopaba como desquiciado rumbo a su destino. Pese a la aparente confianza que mostraba Lord Draco, él no las tenía todas consigo. Sabía que si le atrapaban, sólo le dejarían vivir apenas el tiempo suficiente como para torturarle hasta que confesara lo que había hecho con Harry, y no serían muy inteligentes pero, en cuestiones de tortura, los hombres de Lucius Malfoy eran unos verdaderos expertos.
Lucius caminaba junto a Goyle y Crabbe. La reunión con Severus se le había hecho larguísima, y en cuanto éste hubo marchado, mandó llamar a los dos matones para que le llevaran junto a su esclavo. Casi sonreía con anticipación; estaba seguro que luego de este castigo, ese pequeño patán no seguiría resistiéndose a sus requerimientos. Harry Potter iría a su cama por su propia voluntad si no quería morir a golpes.
El camino era largo y veía con desagrado como el polvo ensuciaba sus zapatos y la orilla de sus finos pantalones, pero ese era un mal menor ante el placer de atestiguar personalmente la derrota de la voluntad del esclavo. Narcissa le había permitido demasiadas concesiones, y su menoría de edad le había protegido hasta el momento, pero ahora sabría quién era realmente el amo.
La noche había caído y había luna nueva, por lo que sus acompañantes alumbran el camino con sendas antorchas. Cuando la cruz de castigo estuvo a la vista, Lucius se detuvo y su ceño se frunció con furia.
—Qué significa esto —su tono era helado, y sin poder evitarlo, los otros dos se estremecieron—. Ahí no hay nadie —clavó sus furiosos ojos en los dos indeseables—. ¿Dónde demonios está el esclavo?
Ninguno de ellos se atrevía a contestar, principalmente porque no tenían idea de cómo había desaparecido ni dónde estaba.
>>¡Con un demonio, contesten! —gritó Lucius, lívido de furia.
—No sabemos, Milord —tartamudeo Goyle, quien siempre llevaba la voz cantante de los dos empleados—. Le dejamos aquí, y estaba desmayado. Quizás alguien le soltó y le llevó a las barracas de los esclavos.
—Más les vale que sea así. Vayan a buscarle y llévenle a mi casa. Y no se atrevan a presentarse allí sin él.
—¿Qué sucede, padre? —se escuchó la interesada voz de Draco—. ¿A qué viene tanto grito?
—A nada que te importé —ladró su padre—. ¿Y qué haces tú por aquí a estas horas?
—Venía a buscarte —replicó el muchacho, fingiéndose ofendido—. El jefe de caballerizas fue a casa, parece que ha desaparecido el purasangre árabe que compraste el mes pasado.
—¿Buckbeak? —ahora se mostraba claramente iracundo—. ¿Qué ha desaparecido Buckbeak? ¿Cómo es posible? —taladró con la vista a sus subordinados—. ¡El esclavo se escapó llevándose a Buckbeak!
—Eso es imposible, Milord —argumentó Goyle—. Estaba inconsciente. Además, no pudo liberarse solo de los grilletes.
—Si de algo sirve —comentó Draco con tono casual—, hace un rato que estoy buscando a mi valet y no lo encuentro por ninguna parte.
—¡Eso es! —esta vez, la exclamación vino de Crabbe—. Ese pelirrojo estaba en nuestras barracas cuando…
Se interrumpió al ver la expresión alarmada de Goyle, pero ya era demasiado tarde.
—¿Cuándo qué? —gritó Lucius.
—Pues… nosotros… —el rostro de Goyle estaba tan blanco que parecía a punto de sufrir un ataque—, estábamos bebiendo y… —se detuvo un momento— comentamos qué el esclavo aguantó pero que después de doce latigazos empezó a gemir como putita —ambos sujetos sonrieron sin poderlo evitar.
El rostro de Draco permaneció impasible, pero se juró que llegaría el día en que esos dos se la pagarían.
—Y mientras ustedes dos fanfarroneaban, ese muchacho se enteró de todo y decidió rescatar al esclavo —habló Lucius, y como por encanto, los matones dejaron de sonreír—. Más les vale que hallemos a esos dos y a mi caballo, o mañana quienes van a estar atados a esa cruz con la espalda ensangrentada serán ustedes dos.
El carruaje se detuvo frente a la cabaña que servía de morada al guardabosque del Ducado de Snape. Aunque pequeña, era una hermosa vivienda construida con los troncos de los mismos abetos que crecían en el bosque en medio del cual estaba ubicada. Justo al lado de la vivienda, se alzaba otra construcción más pequeña donde se guardaban las escopetas, municiones y otros útiles de caza, junto con herramientas de muy diversa índole.
Mientras el Duque caminaba hacia la casa, Remus se acercó al pescante del carruaje y habló con el cochero, un antiguo esclavo que, luego de ser liberado por Severus, se había quedado a trabajar bajo sus órdenes, y a quien Remus conocía desde hacía algún tiempo.
—Un viaje pesado, ¿verdad? —comentó, mientras sacaba su paquete de tabaco y se lo ofrecía—. Vamos, Dean, Su Señoría va a demorar un rato. Baja de ahí y demos un paseo para estirar las piernas mientras tanto.
El hombre aceptó agradecido tanto el tabaco como la invitación a estirar los músculos. Bajó del carruaje y, acompañado de Remus, empezó a caminar en sentido contrario a la cabaña.
Al tiempo que se alejaban, la puerta de la vivienda se abrió y un hombre enorme con una barba poblada y el cabello enmarañado, ambos muy mal cortados, apareció en el umbral.
—Bienvenido, Milord —saludó, solícito—. Que raro verle por aquí a estas horas.
—Rápido, Hagrid —musitó en cuanto le tuvo cerca—. ¿Remus y Dean se están alejando del carruaje?
—Sí, Milord, pero…
—¿Están de espaldas hacia nosotros? —le interrumpió, y el hombre supo que no habría explicaciones, al menos de momento, así que se limitó a afirmar nuevamente.
—Sí, Milord.
—Vigila atentamente, y si ves que miran hacia aquí, me avisas enseguida.
Sin otra palabra, Severus dio media vuelta y se apresuró hacia el carruaje. Tomó su maletín de curación y el cuerpo de Harry que, envuelto con la cobija, se encontraba sobre el asiento que había estado ocupando él. Asiéndole contra su pecho, le llevó a la cabaña.
El interior del recinto era humilde pero prolijo, y el fuego en la chimenea y la sopa que se estaba cocinando en una marmita sobre los leños, daban una sensación de calidez y confort que hacía sentir a gusto y bienvenido a cualquiera que entrara al lugar. Severus se dirigió hacia la gran cama que ocupaba buena parte de la habitación y colocó a Harry con suavidad sobre el cómodo colchón, para luego retirar la cobija que le envolvía.
El joven emitió un leve quejido entre sueños pero no despertó. Severus puso la mano sobre su frente y notó que la temperatura estaba empezando a subir. Se giró hacia Hagrid, quien, parado en la entrada, le observaba con una expresión de asombro imposible de disimular. El Duque respiró con fuerza y se dirigió al guardabosque.
—Hagrid, vamos a sentarnos un momento. Necesito tu ayuda, pero tengo algunas cosas que explicarte primero.
—¿Le apetece tomar una taza de café mientras hablamos? —preguntó el hombretón, que sabía del gusto de su patrón por el aromático líquido—. ¿O prefiere un tazón de sopa? Está recién hecha.
—Mejor café —aceptó Severus, sentándose en una de las grandes butacas ubicadas frente a la chimenea—. Me gusta tú café, fuerte y sin azúcar. Y si puedes echarle un chorrito de ese licor que guardas en la alacena, mejor.
Una vez ambos estuvieron sentados con su respectiva taza en la mano, el Duque comenzó a hablar.
>>El joven es un esclavo de Lucius Malfoy.
Hagrid frunció el ceño.
—¿Un esclavo fugado?
—Sí —confirmó, dando un buen sorbo a su café mientras buscaba las palabras para continuar—. Te confiaría mi vida sin dudarlo, y por eso le traje aquí. El chico es un gran amigo de mi ahijado Draco.
—Sabe que daría mi vida por usted, me ayudó cuando todo el mundo me temía y despreciaba por mi tamaño y aspecto. Pero no entiendo. ¿El esclavo de Lord Malfoy es un gran amigo de su propio hijo?
—Es una larga historia y ahora no tengo tiempo para contarla. El asunto es que Lucius lo ha estado acosando, y esta tarde mandó darle unos latigazos por negarse a aceptar sus ‘atenciones’. Quienes le azotaron se ensañaron con él, y además, le dejaron varias horas con las heridas abiertas, a la intemperie. Yo hice una primera cura, pero está empezando a subirle la fiebre, signo inequívoco de infección.
—Desea que yo le cuide —más que una pregunta era una afirmación.
—Sé que te estoy pidiendo demasiado, que si te descubren con un esclavo fugado irías a prisión, pero no tengo otro lugar donde…
—No tiene nada que explicarme, Milord —esta vez fue Hagrid quien interrumpió—. Lo haré con mucho gusto. Y no sólo por usted, sino por este pobre joven. Es increíble que vivamos en un mundo tan cruel.
Severus no supo que decir ante esa última afirmación. El hombre tenía razón; era un mundo cruel, pero hasta ese momento no se había visto cara a cara con la realidad de tan extrema crueldad.
—Te voy a dejar este maletín con medicinas. Esto —sacó un recipiente de cristal que contenía un líquido transparente —va a ayudar a bajarle la fiebre. Haz que tome una cucharada ahora y puedes repetirle la dosis cada seis horas si la fiebre continúa. Le administré una droga para dormir, así que no creo que despierte en varias horas. Mañana regresaré para cambiarle los vendajes y curarle las heridas.
—No es necesario, Milord. Si me explica como hacerlo, yo puedo encargarme.
Severus negó con la cabeza y sólo dijo una palabra:
—Vendré.
Última edición por alisevv el Sáb Feb 27, 2016 5:52 pm, editado 7 veces | |
|