La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 En busca de la libertad. Capítulo 3. Primer encuentro y una fuga

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alisevv

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MensajeTema: En busca de la libertad. Capítulo 3. Primer encuentro y una fuga   En busca de la libertad. Capítulo 3. Primer encuentro y una fuga I_icon_minitimeDom Nov 11, 2012 7:43 pm



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Goyle detuvo su caballo e hizo una seña para que el resto de los hombres le imitaran. Había intentado convencer a Lord Malfoy para que esperara a que amaneciera y así poder seguir el rastro de manera apropiada, pero el Conde no había querido escuchar, y les había ordenado partir de inmediato. Ahora, habían llegado a la rivera del río que cruzaba el condado y el rastro que habían seguido a la luz de las antorchas había desaparecido.

—¿Qué sucede? —cuestionó Crabbe, acercándose a lomos de su caballo.

—Lo que suponíamos —contestó, malhumorado—. Ese sujeto marchó por la orilla para encubrir sus huellas.

—¿Y ahora que hacemos?

—Imitarle y seguir a lo largo del río. En algún momento las huellas volverán a aparecer.

—Pero no sabemos si marchó río arriba o río abajo.

—No, y por eso tendremos que dividirnos —ordenó Goyle—. Toma la mitad de los hombres y sigue el cauce hacia arriba, yo tomaré el resto y marcharé hacia el valle.

—Hecho —contestó el otro hombre, y reuniendo algunos de los hombres, galoparon río arriba. Goyle guió a los demás en dirección contraria.



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Ron llegó a lo que la tradición popular, desde tiempos inmemoriales, acostumbraba llamar La Encrucijada del Diablo, un punto desde el cual salían cuatro senderos: uno era aquel por el que había llegado desde el Este, donde estaban las grandes haciendas, trabajadas en su mayoría por sufridos esclavos; el sendero del Norte, más allá del bosque, conducía hacia una zona agreste, cuyos pocos pobladores tenían pequeñas tierras y se dedicaban principalmente al pastoreo de cabras; el camino del Sur cruzaba una inmensa extensión boscosa, y terminaba en una amplia zona costera, con un puerto, pero también innumerables caletas, algunas tan profundamente escondidas entre los acantilados que pasaban completamente desapercibidas para el ojo humano; el último sendero, hacia el Oeste, era el camino más corto hasta la ciudad de Hogwarts, la capital del pequeño país. Detuvo su cabalgadura y, mientras recuperaba el aliento, recordó las instrucciones de Lord Draco.

Cuando llegues a la Encrucijada del Diablo, toma el camino en dirección norte. Galopa un par de kilómetros y luego bájate y fustiga con fuerza al caballo para que continúe galopando en la misma dirección. Borra las huellas de tus pisadas y regresa a la encrucijada por el bosque. De allí sigue, siempre por el bosque, con rumbo a la capital. Si tenemos suerte, para cuando encuentren tu montura y saquen conclusiones, estarás a buen resguardo

Ron siguió las órdenes al pie de la letra y, varias y agotadoras horas más tarde, se encontraba cerca de la taberna Cabeza de Puerco. Miró a uno y otro lado de la calle para asegurarse que nadie pudiera observarle; por suerte, era bastante tarde, la taberna estaba cerrada y casi ninguna de las farolas públicas estaba en funcionamiento.

Aun así, se mantuvo atento hasta que llegó a la taberna y dio la vuelta en busca de la puerta trasera. Tocó cuatro veces, se detuvo, tocó tres veces, se detuvo, y tocó tres veces más, en lo que según Lord Draco era una especie de contraseña. Poco después, se abrió una ventanita corrediza en el centro de la puerta de madera y una voz hosca preguntó:

—¿Quién vive?

—Un hombre de paz —contestó Ron, y le entregó la nota que le diera Draco. Una mano ruda arrancó el papel de su mano y la ventanita volvió a cerrarse. Esperó con impaciencia por un tiempo que le pareció interminable, hasta que escuchó que los cerrojos se movían y la puerta se abría con cautela.

—Entre, rápido —ordenó una voz perentoria. La oscuridad, que dentro del recinto era casi tan profunda como en el exterior, apenas iluminada por un quinqué, le permitió vislumbrar la figura de un hombre alto, con barba y cabellos largos y profundamente canosos. Las cejas pobladas y el rostro hosco no eran de los que inspiraban confianza a primera vista—. Vamos —volvió a ordenar su anfitrión, y Ron dejó de analizarle para casi correr tras él.

Le siguió a lo largo de pasillos y escaleras que bajaban todo el tiempo, tanto que Ron pensó si no le estaría conduciendo al fondo del infierno. Al fin, el hombre se detuvo ante una puerta de madera, que abrió con una de las pesadas llaves que colgaban de su cinto. En el interior, un simple camastro, una mesita con un quinqué similar al que portaba el que parecía ser su anfitrión, y una mesa un poco más grande con una silla, todo elaborado en madera rústica. El quinqué estaba apagado, pero cuando el hombre lo encendió, Ron paseó su mirada por el recinto, notando que en una esquina había otro mueble un poco más alto sobre el que estaba posada una jofaina y una gran jarra con agua, y un par de palmos por encima, un tosco espejo colgado de la pared.

>>Ahí tiene ropa limpia y un paño, así podrá asearse un poco —indicó, señalando la cama. No lo dijo en voz alta, pero en los ojos del hombre se leía claramente ‘vaya que lo necesita’—. También le traerán algo de comer.

—Espere, señor —pidió el pelirrojo, al ver que el otro estaba a punto de salir—. ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?

—Mi nombre no es importante, pero me llamo Aberforth —contestó con tono llano—. Para cualquier otra explicación, tendrá que esperar hasta mañana y hablar con los jefes. Le sugiero que coma y descanse, nada más puede hacer de momento.

Cuando el extraño personaje salió, Ron se dirigió al espejo, que reflejó un rostro cansado y lleno de tierra, al igual que su cabello y ropas. Se desvistió y se lavó lo mejor que pudo, antes de ponerse las prendas que habían dejado para él. Le quedaban un tanto holgadas, pero de momento se apañaría con ellas. Se sentó en la cama, con miles de preguntas en su cabeza; la más perentoria, saber si el tal Aberforth se habría olvidado de su promesa de enviarle comida. Una vez superados el miedo y la tensión de la huida, su estómago reclamaba algo de alimento.

Como si de una respuesta a su pensamiento se tratara, unos discretos golpes en la puerta llamaron su atención.

—Adelante.

A Ron le gustó mucho lo que entró por la puerta. No sólo la bandeja que contenía un estofado de cordero que olía a cielo, pan, mantequilla de la casa y una pinta de cerveza, sino la joven de pelo castaño alborotado y sonrisa tímida que la sostenía.

—Buenas noches, señor —saludó la muchacha, mientras él se apresuraba hacia ella y sostenía la bandeja—. Perdone la tardanza, tuve que calentar el estofado.

—No hay problema —contestó Ron—. Esto huele riquísimo —elogió, y ella se ruborizó—. ¿Lo preparaste tú?

—Sí, señor.

—Por favor, no me llames señor, me haces sentir un carcamán —bromeó mientras se sentaba a la mesa y empezaba a comer—. Me llamo Ron, ¿y tú?

—Hermione.

—Hermione, bonito nombre —la chica volvió a ruborizarse, pero se mostró complacida—. Encantado de conocerte, Hermione.

Ella sonrió con sinceridad.

—Encantada de conocerte, Ron.



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—¿Cómo que no los encontraron? —bramó Lucius.

—Encontramos las huellas cuando salió de la ribera del río y las seguimos hasta la Encrucijada del Diablo —explicó Goyle, sabiendo que lo que iba a decir no iba a gustar para nada al Conde—. De allí continuaban por el sendero del norte, así que lo seguimos muchos kilómetros. Al fin, encontramos el purasangre, pero ni rastro de Weasley o el esclavo.

—¿Cómo que ni rastro?¿No se les ocurrió rastrear las huellas de las pisadas?

—No había huellas de pisadas.

—Debieron cubrirlas —gritó el hombre rubio.

—No, Milord, revisamos el sendero cuidadosamente, e incluso la zona boscosa de los alrededores.

—¿Y por qué abandonaron a Buckbeak? ¿Está herido?

—Que va, el caballo está en perfectas condiciones —intervino Crabbe, pensando que al menos eso satisfaría a su amo.

Lucius meditó con el ceño fruncido. ¿Qué razones podrían tener para abandonar a un caballo sano y seguir el camino a pie?

—Imbéciles, les han engañado miserablemente —bufó al darse cuenta de que habían caído en una estúpida treta—. Seguramente usaron el caballo para distraerles —comenzó a pasear por su despacho, mientras sus empleados se preguntaban si cumpliría su promesa y les mandaría a azotar. Al fin, se detuvo y fijó su acerada mirada en los dos hombres—. Quiero que les busquen por todas partes, hasta debajo de las piedras. Den la descripción de ambos y hagan correr la voz de que cualquiera que de información sobre ellos será magníficamente recompensado.

—Sí, señor.

—Mas les vale que no me fallen esta vez —amenazó.

—No señor.

Cuando estaban a punto de abandonar la habitación, Lucius volvió a hablar.

—Vayan a casa de Remus Lupin.

—¿El administrador del Duque de Snape? —la voz de Goyle sonó alarmada y la expresión de Crabbe no se quedó atrás. Sabían muy bien que el Duque apreciaba a su Administrador, y ninguno de los dos deseaba echarse encima un enemigo aún más poderoso que el Conde Malfoy.

—No estoy pidiéndoles que le acosen —replicó Malfoy, quien tampoco deseaba enemistarse con Severus—. Sólo vigilen su casa. Vean si entra alguien sospechoso, un médico quizás, y pregunten por ahí si han visto movimientos extraños en los alrededores. Usen el cerebro, demonios, que para eso les pago.

—Sí, señor.

Y ambos sujetos se apresuraron a salir antes que a su jefe se le ocurriera una nueva manera de meterlos en problemas.



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Severus apenas había logrado dormir un par de horas. Por más que intentaba, no era capaz de comprender qué demonios le había poseído para llevar a aquel esclavo a la cabaña de Hagrid.

Vale, era un ruego de Draco, a quien él quería como a un hijo, y, ciertamente, su triste historia le había afectado. Pero debía haber montones de esclavos con historias iguales o peores, al menos Harry había crecido siendo protegido y querido por Narcissa.

En todo caso, debería haberle llevado a casa de Remus; conocía bien a su amigo y estaba seguro que ya tenía una idea para resolver el problema del muchacho. Entonces, ¿por qué había insistido en que se quedara con él? Cierto, como Duque de Snape ocupaba un alto nivel en la Corte, pero ni su poder ni su prestigio le librarían de ir a Azkaban por un buen tiempo si encontraban un esclavo fugado dentro de su propiedad.

Cuando los primeros rayos de la aurora se levantaban en el horizonte tuvo que admitir, al menos ante sí mismo, que había una sola razón para que cometiera aquella insensatez: Harry.

En cuanto había visto su hermoso rostro había surgido en él la imperiosa necesidad de cuidarle y protegerle. Era absurda, un sin sentido, algo incomprensible, pero allí estaba: deseaba con todo su corazón proteger a Harry Potter del mundo.

Se levantó de la cama y paseó impaciente por la habitación. Maldición, él no era un pelele blandengue y enamoradizo como tantos que había visto en Londres, y en la misma Hogwarts. Nunca se había enamorado, ni ilusionado, y, definitivamente, nunca se había preocupado realmente por nadie. Había perdido a su madre a muy corta edad, y su padre era un hombre demasiado ocupado con sus tierras llenas de esclavos y sus fulanas como para preocuparse de dar amor a un pequeño niño, aunque éste fuera su hijo.

Por eso apreciaba tanto a Remus, era el único afecto genuino que había conocido en su infancia. Era hijo de un pastor, no de ovejas sino de hombres, que se acercaba a las haciendas a confortar a los esclavos y trabajadores, y llevar a todos la palabra de su Dios. Había conseguido permiso del padre de Severus para predicar en su hacienda, y cada domingo a las once se presentaba puntualmente, acompañado de su único hijo, Remus, con la esperanza que éste siguiera sus pasos y se convirtiera en predicador.

Pero Remus Lupin no tenía madera de santo, así que, mientras el padre salvaba almas, el hijo del Pastor se escapaba con el hijo del Duque a pescar, cazar patos con piedras, o subirse a los árboles a hartarse de frutas maduras. Lo que sí tenía era un gran corazón y un montón de neuronas bien puestas, por eso le había convertido en su administrador.

Un administrador que ahora le había metido en un buen lío emocional. Algún día encontraría la manera de devolverle el ‘favorcito’.

Con un suspiro, mitad resignación y mitad anticipación, decidió vestirse y partir hacia la cabaña de Hagrid. No quería esperar más tiempo para saber cómo había pasado la noche Harry, y dado que en verano siempre acostumbraba a cabalgar muy temprano en la mañana, cuando el aire todavía era fresco, a nadie extrañaría que saliera a esa hora.

Cabalgó como un poseso, intentando mitigar la ansiedad que sentía en el pecho. Su largo cabello negro azotaba contra su rostro, movido por el viento que jugueteaba con el de manera inmisericorde. En apenas media hora, hizo el trayecto que mediaba entre su casa en la capital y la cabaña donde vivía el guardabosque que cuidaba del coto de caza del Ducado de Snape.

Como era su costumbre, Hagrid salió a recibirle a la puerta de su humilde hogar.

—Milord —exclamó, sorprendido—, no esperaba verle llegar tan temprano. Y por lo que veo —agregó, notando su agitación —fue una buena galopada.

Severus entregó las riendas de su montura al hombretón y se arregló el cabello con las manos. En lugar de contestar a su comentario, cuyo tono dejaba entrever una respetuosa ironía, preguntó:

—¿Cómo se encuentra el muchacho?

—Estuvo delirando por la fiebre —explicó Hagrid—. Llamaba a su madre y a alguien de nombre Narcissa, la llamaba madrina. Musitaba cosas como por qué se murieron y le dejaron solo —el ceño del Duque se frunció—. Pero gracias a la poción que me dejó, la fiebre cedió y esta mañana amaneció fresco como una lechuga —declaró con satisfacción—. Despertó hace un rato. Iba a buscar un poco de leche y unos huevos para preparar el desayuno. ¿Nos haría el honor de desayunar con nosotros?

—Sólo si me preparas una buena taza de tu estupendo café.

—Enseguida, Milord.

Al ver que su empleado daba media vuelta con intención de entrar en la vivienda a preparar el café, Severus le detuvo.

—Ve a buscar los huevos y ordeñar la vaca —sugirió con tono animado—. Mientras lo haces, hablaré con el muchacho. Luego podrás preparar el desayuno y esa reconfortante taza de café. ¿Le has contado algo?

—Nada, Milord. Sólo le dije que pronto vendría el dueño de la cabaña y aclararía sus dudas. Lo aceptó con tranquilidad. Es muy agradable y cortés, y tiene modales refinados. ¿Está seguro que es un esclavo?

El Duque se limitó a asentir en señal de confirmación, antes de dar la vuelta y dirigirse hacia la cabaña.

Ciertamente, Severus no estaba preparado para el impacto que recibió ante la mirada de los preciosos ojos verdes que se fijaron en él cuando entró en la casa de Hagrid. Harry se encontraba acostado, apoyado ligeramente sobre unos suaves almohadones, y su mirada reflejó una extraña mezcla de sorpresa, orgullo y resignación.

—Lord Snape —habló, y a Severus le pareció que su voz sonaba dulce y algo temblorosa.

—¿Me conoces? —preguntó, extrañado.

—Lo vi alguna vez en la hacienda Malfoy —replicó con simpleza—. Sé que es un Duque muy influyente, amigo de mi Amo, Lucius Malfoy —esto último lo dijo con un claro tono de amargura—. Pero no entiendo qué estoy haciendo aquí. Por lo que me dijo el señor Hagrid, asumo que esta cabaña es de su propiedad.

—Mi ahijado te ayudó a escapar, metiéndote en mi carruaje. Tú estabas inconsciente.

—¿Qué? ¿Draco se volvió loco? —en medio de su angustia olvidó que no tenía derecho de dirigirse al rubio por su nombre de pila delante de terceros—. Por favor, Milord, cuando me regrese a la hacienda Malfoy, no mencione que él tuvo nada que ver en mi fuga. Diré que yo me escondí en su coche.

—Es muy difícil que crean que te liberaste solo de los grilletes y lograste llegar a mi carruaje en el estado en que te encontrabas —el ceño de Harry se frunció con preocupación—. Además, ¿quién dijo que te fuera a entregar?

Ahora, los rasgos juveniles cambiaron hasta evidenciar un genuino asombro.

—¿No lo va a hacer?

—No.

—Pero mientras esté aquí, tanto usted como el señor Hagrid corren peligro. ¿Por qué no entregarme?

—Draco te ocultó en mi carruaje porque confía en mí, sabía que yo te protegería.

—¿Y por qué iba usted a querer protegerme?

—Porque envió un emisario muy insistente para convencerme.

Harry le observó, pensativo.

—¿El señor Lupin? —sabía que siempre acompañaba al Duque en sus visitas a la Casa Malfoy; de hecho, así era cómo se habían conocido él y Draco.

—Pues sí, pero, ¿cómo lo supiste? —Harry enrojeció vivamente y Severus frunció el ceño—. Ya veo. Draco y Remus están locos —musitó, casi para sí mismo.

—Sí, pero es una locura hermosa —les defendió Harry, aun arriesgándose a sonar irrespetuoso. A pesar de todos los problemas que su relación implicaba, se sentía feliz al saber que su único amigo hubiera encontrado el verdadero amor.

—Sí Lucius lo descubre va a dejar de ser hermosa, te lo aseguro —argumentó Severus.

—El amor siempre vale la pena el riesgo.

—¿Hablas por experiencia? —el tono de Severus se notó mas duro de lo que había sido hasta el momento y Harry le miró con extrañeza, pero no se amedrentó. Los tres últimos años le habían curtido lo bastante como para no dejarse humillar bajo ninguna circunstancia.

—Aunque por poco tiempo, pude presenciar el profundo amor que se tenían mis padres, y se arriesgaron a escapar y murieron por el amor que me tenían, porque deseaban darme una vida mejor. Sí, señor Duque, hablo por experiencia.

La expresión de Severus se suavizó de inmediato.

—Perdona —se disculpó, y dándose cuenta que seguía parado en el umbral, se acercó al lecho—. No fue mi intención lastimarte.

—No lo hizo, no se preocupe —replicó, suavizando también su actitud—. Más bien, le estoy agradecido por todo lo que ha hecho por mí, pero no puedo exponerle a más riesgos. Hagrid comentó que iba a preparar el desayuno; en cuanto coma, me marcharé.

El Duque observó que el maletín que había dejado para curar a Harry estaba sobre la mesita de noche, al lado de un tosco quinqué a medio consumir, y señaló la cama donde reposaba el joven esclavo.

—¿Me permites sentarme? —el muchacho apenas logró asentir, sorprendido ante la cordialidad que manifestaba el hombre—. Irte en estos momentos es lo peor que podrías hacer —explicó, sentándose en una esquina del colchón y mirando fijamente los preocupados ojos verdes—. Para estas horas, deben estar buscándote por todas partes, y es más que probable que hasta hayan ofrecido alguna recompensa a quien te entregue. Tus heridas están infectadas y es muy posible que la fiebre regrese y te aqueje durante algunos días. ¿Cuánto tiempo crees que pasaría antes que alguien te llevara de vuelta con Lucius Malfoy?

Harry no replicó, pero Severus notó que seguía dudando.

>>Si no lo haces por ti, hazlo por Draco. Si te llevan a la hacienda Malfoy y se descubre todo, lo pasaría muy mal.

—Yo jamás diría que él me ayudó a escapar —aseguró el joven con firmeza.

—Te creo, pero créeme tu a mí cuando te digo que hay hombres expertos en hacer confesar —el tono de Severus seguía siendo suave, persuasivo—. Lo que te hicieron ayer sería un juego de niños al lado de las torturas que pueden infringirte —al ver que Harry iba a intervenir para protestar, levantó una mano para detenerle—. Estoy seguro que eres muy valiente, pero en el hipotético caso de que resistieras los interrogatorios, ¿crees que Draco iba a permanecer callado mientras a ti te torturaban?

Los ojos verdes vieron todo el asunto con una luz nueva. El Duque tenía razón; si le atrapaban, Draco, y probablemente el señor Lupin, estarían perdidos.

—¿Y qué puedo hacer? —preguntó con angustia.

—De momento, obedecer las órdenes de tu médico, es decir, yo —declaró, logrando que Harry emitiera una ligera sonrisa—. Voy a cambiarte el vendaje y ver cómo están las heridas, y después, daremos buena cuenta del desayuno que nos va a preparar Hagrid. Pero debo advertirte algo. Si te ofrece un pedazo de su bizcocho, recházalo; es horrible.

Esta vez, Harry no emitió una sonrisa sino una divertida carcajada.





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Última edición por alisevv el Sáb Feb 27, 2016 6:35 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: En busca de la libertad. Capítulo 3. Primer encuentro y una fuga   En busca de la libertad. Capítulo 3. Primer encuentro y una fuga I_icon_minitimeJue Ene 15, 2015 9:56 pm

jjajaajaj claro...esos motivos y porque se enamoro perdidamente sev de harry..XD hahahahahha
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