alisevv
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| Tema: En busca de la libertad. Capítulo 5. Y surgió el amor Jue Nov 29, 2012 7:20 pm | |
| Albus Dumbledore se quedó mirando a ambos hombres sin disimular su sorpresa.
—¿Están seguros?
—Sí, señor —el que contestó fue Ron—. La única diferencia son los ojos; Harry los tiene verdes.
Luego de unos momentos, el anciano se dirigió a Remus.
—Por favor, acompaña al joven Weasley; muéstrale su habitación y luego llévale a la sala de entrenamiento de los novatos. Está a punto de empezar la clase de esgrima. En cuanto le dejes a cargo de Kingsley, regresa aquí. Tenemos que hablar.
Sin una palabra, Remus asintió y guio a Ron hacia el exterior. Mientras caminaban por el oscuro corredor, el más joven comentó:
—Es increíble. ¡Harry descendiente de Godric Gryffindor! ¡Tendría que ser el Rey y no un esclavo!
—Es muy pronto para asegurar eso.
—Pero usted lo vio. Es casi idéntico al difunto —comentó, entusiasmado.
Remus se detuvo de golpe, y Ron le imitó por inercia. Con el rostro pétreo, se giró hacia el joven con tono apremiante.
—No puedes hablar de esto con nadie —ordenó—. De momento, nadie más debe saber del parecido. ¿Entendido?
.Sí, señor —el joven no pensaba argumentar sobre ese punto. Intuía que ése era un descubrimiento muy importante, y sabía que, en los tiempos que corrían, cuanto más tiempo se mantenía la boca cerrada era mejor para la salud. Cuando reanudaron su marcha, decidió cambiar la conversación a temas más placenteros—. Señor Remus, anoche conocí a una chica muy linda, ella me llevó la comida a mi cuarto. Tiene el pelo alborotado y los ojos marrones.
Remus le miró de reojo y notó un evidente azoro en el rostro pecoso, pero no detuvo su paso.
—¿Hermione?
—Sí, así dijo llamarse.
—Vaya, veo que te gusta meterte en líos —comentó, divertido, al tiempo que se detenía frente a una puerta.
—¿Por qué lo dice? —preguntó, preocupado.
—Hermione es huérfana, y ha vivido con nosotros desde que era un bebé —explicó, colocando la mano sobre el pomo—. Uno de nosotros la rescató y cuidó como un padre; en realidad, es su Padrino.
—¿Y quién es esa persona? —sin saber por qué, temía que la respuesta no le iba a gustar.
—Alastor Moody —contestó Remus, y abrió la puerta. Si seguía observando la aterrada cara de su compañero, soltaría una carcajada sin poderlo evitar.
—Hermione, la señora Molly nos contó que ayer tuvo que preparar comida para un nuevo refugiado, y que tú se la llevaste —comentó una chica de ojos achinados y largo cabello negro, que respondía al nombre de Cho—. ¿Cómo es?
—Sí, de lejos parecía joven y alto, pero no pude verle bien la cara —comentó otra, de cabello castaño ensortijado.
—¿Y tú cómo lo sabes? —Hermione la miró, extrañada—. Ustedes ya se habían ido a dormir; sólo estábamos la señora Molly y yo en la cocina.
—¿De verdad crees que nuestra amiga aquí presente, el sumun de la curiosidad, iba a escuchar el llamado en clave en la puerta y no bajar a ver quien llegaba? —se rió Cho.
—Ni que fuera la primera vez —ironizó aludida.
—Ay, Lavender, un día te van a encontrar espiando y te van a armar la de Dios —la regañó Hermione.
—Anda ya, llevo años haciéndolo y todavía no me pillan —desestimó la chica—. Y cuenta ya, que me muero de curiosidad.
—La verdad es que yo también —agregó Cho.
—Bien, debe tener unos dieciocho años y es bastante alto —Hermione se rindió ante la insistencia de sus amigas—. Tiene el cabello rojo y los ojos azules; es muy cortés y agradable.
—¿Yyyy?
Hermione movió la cabeza, dándolas por imposibles.
—Y sí, es muy guapo —terminó, mientras sus mejillas se teñían de rubor.
—¡Lo sabía! —chilló Lavender, bailoteando alrededor, mientras Cho, más discreta, sólo sonreía—. A Hermi le gusta… espera, ¿cómo se llama?
Hermione lanzó un suspiro de resignación antes de contestar.
—Ron.
—¿Ron? Vaya nombre más feo —comentó, haciendo una mueca, antes de volver a bailotear, cantando—: A Hermi le gusta Ron, a Hermi le gusta Ron.
Remus regresó al gran salón y encontró a Albus Dumbledore solo.
—Pasa, pasa —apremió el anciano, invitándole para que se sentara frente a él—. Quería hablar de ese esclavo, Harry. ¿De verdad se parece tanto como dijo el joven Ron?
—Sí, Albus —contestó Remus—. Nunca había visto ese retrato de Godric Gryffindor, pero los relacioné cuando contaste la historia del heredero muerto con su esposa. Yo la desconocía.
—Sucedió antes que te unieras a la Orden. Pocos sabíamos del hallazgo, preferimos mantener el secreto hasta que estuviera a salvo. Los sucesos nos dieron la razón; hubiera sido terriblemente decepcionante para nuestro pueblo encontrar a su legítimo Rey y perderlo de nuevo.
—Sí, lo entiendo.
—Por eso es tan importante asegurarnos que ese esclavo Harry es el niño perdido antes de dar a conocer la noticia. Imagino que instruiste a Ron para que no dijera nada.
—Lo hice. No hablará, estoy seguro. Arriesgó el pellejo para desviar la atención y ayudarnos a salir de la hacienda libres de sospecha, y es demasiado leal a Draco para decir o hacer algo que pusiera en peligro a Harry.
—Tenemos que traer aquí a ese muchacho lo antes posible —cuando la noche anterior Remus le había contado sobre la huida, y que el chico se había quedado en la cabaña del guardabosque del Duque de Snape, no se había preocupado gran cosa, pensando que sólo se trataba de un esclavo más, pero las cosas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora, la supervivencia de ese joven se había convertido en algo crucial para los objetivos de La Orden.
—De momento, es imposible —argumentó Remus—. Yo había pensado llevarlo a mi casa anoche, cuando todavía estaba todo calmado, y traerlo a las catacumbas por la entrada oculta en mi sótano. Pero, ahora, Hogwarts debe ser un hervidero de gente buscándole. Llevarle de la cabaña hasta mi casa, o hasta la taberna, sería un suicidio.
—¡Maldito Duque! —blasfemó Dumbledore—. Tenía que meter su narizota en los asuntos ajenos.
—Lo hizo porque pensaba que era lo mejor para proteger a Harry —Remus defendió a su amigo—. Si me hubieras dejado contarle lo que estamos haciendo... —se quejó—. Es un hombre bueno, Albus. En cuanto heredó el Ducado, liberó a todos sus esclavos, y ha tratado de hablar en el Parlamento para lograr mejorar las cosas.
—Liberar los esclavos es apenas un acto de decencia —retrucó Dumbledore—. Y sus intervenciones en esa burla de Parlamento no llevaron a ninguna parte, y él se conformó.
—Estaba en clara minoría, no le hicieron caso. Y, te recuerdo que, con un plumazo, liberó más esclavos de los que nosotros pudimos rescatar en dos años.
—Porque tenía el poder, los esclavos eran suyos —Albus se mostraba inconmovible—. Si de verdad hubiera querido que las cosas cambiaran, hubiera utilizado ese poder para luchar en favor de un cambio real.
—Sabes muy bien que eso resultaría imposible para un solo hombre, por muy poderoso que sea. Si él supiera de nosotros, como lo sabe Draco, estoy seguro que nos apoyaría.
—Ya hemos tenido esta conversación demasiadas veces, Remus, y siempre llegamos al mismo punto —las cejas blancas del anciano se juntaron en un profundo ceño—. Es uno de los Duques de la Corte, el rango más alto después del Rey. Si le contáramos todo y hablara, estaríamos perdidos.
—No lo haría, estoy seguro.
—Pero yo no —replicó en tono cortante, dando por zanjada la discusión—. Debes estar pendiente; en cuanto la situación lo permita, debemos sacar a Harry Potter de esa cabaña y traerlo hasta aquí.
—Así lo haré —replicó el hombre más joven, aunque en su cara se reflejaba el desacuerdo ante la posición del anciano—. ¿Y qué hacemos sobre Draco? Podría venir unos días a la mansión de Severus, estaría más seguro que en la hacienda.
—No. Por ahora es mejor que siga allí, todo debe continuar como si nada hubiera pasado.
—Pero si empezamos el alzamiento…
—Aún falta un tiempo para que eso suceda; todavía debemos prepararnos más, y si lo que pensamos es cierto, preparar a Harry Potter —al ver que Remus fruncía el ceño, agregó—: No te preocupes, Draco va a estar bien. Te prometo que ante la más mínima posibilidad de peligro, le sacaremos de allí.
Draco estaba observando la escena con una sonrisa de satisfacción. Había pasado una semana y ni las amenazas, ni las recompensas ofrecidas, habían logrado que Harry Potter apareciera. Todos decían que era como si se lo hubiera tragado la tierra.
Lucius Malfoy, incapaz de desahogar su ira e impotencia de otra manera, había cumplido su palabra, y Goyle y Crabbe estaban siendo azotados en la misma cruz en que un día había sido castigado Harry.
Además de la alegría de ver a esos dos recibiendo su merecido, sentía la tranquilidad de saber que su mejor amigo ya debía estar en un lugar seguro. En cuanto las cosas se calmasen un poco más, dejaría la hacienda para ir a la mansión que su Padrino tenía en Hogwarts. Se moría por estar con Remus, y ni loco iba a esperar a que regresaran al campo para verle.
—Buena vista, ¿cierto? —musitó Blaise a su lado, bajando la cabeza en señal de sumisión ante la posibilidad de que alguien les estuviera observando.
—Excelente —contestó Draco, entregándole las riendas de su caballo. Regresaba de montar justo cuando se encontró el espectáculo—. Cepíllalo bien y dale pienso extra— pidió, acariciando el morro del pura sangre —; hoy se portó muy bien.
—Enseguida, Lord Draco —palmeó el cuello del animal y bajó la voz—. Llegó un emisario —no tuvo que decir de parte de quién, Draco lo sabía—. Todo está bien, pero no se mueva de la hacienda hasta que le avisen. No se preocupe, mientras esté aquí le protegeré con mi vida —sin agregar nada más, jaló a la montura, hablando en voz alta—. Vamos, bonito, hoy te voy a consentir un poco.
El joven rubio observó como Blaise se alejaba sin cambiar la expresión neutra de su rostro. Parecía que tendría que posponer sus planes, pero si Remus pensaba que era mejor que se quedara en la hacienda de momento, así lo haría.
Harry estaba sentado en el enorme sillón de Hagrid, con uno de los libros que le había llevado Severus descansando olvidado sobre su regazo. Ya estaba casi completamente recuperado de sus heridas, y lo que era más importante, era feliz.
Incluso más feliz que cuando era un adolescente despreocupado que correteaba con Draco bajo la amorosa protección de su madrina Narcissa. Más incluso que cuando tenía cinco años y vivía arropado por el amor de sus padres. Porque esta vez había encontrado un amor diferente, adulto. Harry Potter se había enamorado.
Su único pesar era la consciencia de que su amor no era ni podría ser correspondido jamás. Severus Snape era como un inmenso sol resplandeciente, y él como esas pequeñas florecillas silvestres que vivían gracias al calor de ese sol, pero sin poderlo alcanzar.
Desde un principio había sabido que era una locura dejarse llevar por sus sentimientos, pero qué ser humano sería capaz de resistirse ante todas las atenciones que el Duque le prodigaba.
Llegaba cada mañana no sólo a curarle, sino que siempre le traía un detalle: hoy un libro, mañana un chocolate, al otro día un almohadón más suave o ropa más cómoda. Era como si cada día fuera su cumpleaños.
Después de curarle se quedaba con él, leyéndole en voz alta o conversando hasta la hora de comer. Y no siempre almorzaban la humilde comida de Hagrid, no. Severus había llevado vino, quesos finos, patés y un montón de cosas deliciosas que Harry no probaba desde la muerte de Narcissa Malfoy. Después de comer, daban largos paseos por el bosque cercano, respirando el aire puro, mientras el Duque le ofrecía su brazo aduciendo que aún estaba convaleciente.
Sí, Harry Potter era feliz. Sabía que era una felicidad efímera, que pronto se desvanecería igual que las otras cosas bellas que había tenido en su corta vida, y también sabía que esta vez le dolería más. Pero mientras durara, pensaba disfrutarlo a tope.
Escuchó los cascos del caballo de Severus y la sonrisa afloró a sus labios. Se levantó, y ni cuenta se dio que el libro caía al piso, su único pensamiento fijo en salir a recibir al hombre que amaba.
El Duque también sonrió al ver a Harry en la puerta, esperándole. Se detuvo a una distancia prudencial, se apeó y se acercó al joven, llevando al animal de las riendas.
—Hola, Severus —saludo Harry con voz alegre.
—Buenos días —contestó, llegando hasta él—. Veo que amaneciste muy animado hoy. ¿Dormiste bien?
—Como un tronco.
—¿Y las heridas?
—No duelen en absoluto.
—Perfecto, porque hoy quiero que vayamos de pesca.
—¿A pescar? —preguntó el joven, no sin cierto asombro.
—Sí, ¿de qué te extrañas? —se burló, emprendiendo el camino hacia el pequeño almacén anexo a la cabaña del guardabosque.
—No sé —Harry sacudió la cabeza—. Yo te imaginaría más bien cazando osos, y no sentado un montón de aburridas horas a la espera de que pique algún pez.
—¿Insinúas que pescar es aburrido?
—¿No lo es?
—En absoluto. Te relaja; y te permite pensar si estás solo, o conversar apaciblemente si estás acompañado.
Harry nunca lo había visto de esa manera. Draco y él preferían salir a cabalgar, o practicar esgrima en la sala de armas de la mansión, incluso tocar música, pero jamás les dio por ir a pescar. Aunque, la idea de pasar largas horas charlando con Severus mientras los bichos esos picaban no le disgustaba en absoluto.
>>Y dónde está Hagrid —preguntó el Duque, al tiempo que sacaba una llave y abría la puerta del almacén.
—Fue al establo —contestó Harry—. Creo que se va a demorar un poco.
—En ese caso, vas a tener que ayudarme a buscar las cañas de pescar. Yo traje la carnada, pero no los instrumentos.
—Severus —preguntó el chico, mientras revisaban entre azadas, picos, palas, rastrillos y un sinfín de herramientas—, ¿por qué el establo y el gallinero quedan tan lejos de la cabaña?
—Bueno, lo cierto es que, cuando regresé tras la muerte de mi padre, encontré este sitio hecho una ruina —explicó, mientras levantaba una manta que esparció en el ambiente un sinfín de polvo retenido—. De hecho, el almacén sigue siendo una ruina —gruñó, y Harry se echó a reír—. Mi padre llevaba mucho tiempo sin venir a cazar, y no teníamos guardabosque.
>>Cuando contraté a Hagrid, él estaba muy decepcionado de la gente y me pidió que le permitiera abstenerse de ir al pueblo. Argumentó que podía restaurar la cabaña para hacerla habitable, y hacer un pequeño huerto —el que está detrás de la casa— para alimentarse de lo que cosechara y lo que pudiera cazar en el bosque —removió unas tablas y exclamo—: ¡Vaya, aquí están las cañas! —mientras Harry se acercaba para ayudarle a sacar los aparejos, continuó—: Como entendí sus razones, le convencí para que, además de ayudarle con algunas herramientas y materiales, aceptara unas cuantas gallinas y una vaca, así podría disponer de huevos, leche y elaborar queso —terminaron de sacar lo que buscaban y se encaminaron a la salida—. Así que, una vez lista la cabaña, construyó el establo y el gallinero.
—Pero, ¿por qué tan lejos? —ambos salieron y Severus echó el cerrojo.
—Según sus propias palabras, ‘prefería caminar un pequeño trecho que estropear este lugar tan hermoso’.
—¿Un pequeño trecho?
—Bueno, si tomamos en cuenta el tamaño de sus zancadas —replicó Severus con ironía y ambos se echaron a reír.
—Sí, imagino que para él debe ser un trecho muy pequeño —comentó Harry, antes de mirar los artilugios que tenían en las manos—. Y bien, hacia dónde nos dirigimos.
—Hacia el caballo —al notar la cara de extrañeza del joven, explicó—. Vamos a ir a un lugar que queda a un par de leguas. No pensarás ir a pie, ¿verdad?
—Si es tan lejos, no, pero hay un solo caballo.
—Se hubiera visto muy extraño que saliera con dos caballos de casa —comentó el hombre—. Pero no te preocupes, Peeves puede con los dos —al ver el rubor que teñía las mejillas de Harry, preguntó—: ¿Tienes algún problema en que cabalguemos juntos?
¿Qué si tenía algún problema? Claro que tenía un problema. ¿Cómo iba a resistir cabalgar al lado de Severus durante dos leguas sin morir de la turbación?
—No, no, ningún problema —contestó en voz alta.
—¡Perfecto! —exclamó, y enganchó los aparejos de pesca a su montura—. También traje nuestra comida, es un lugar ideal para pasar el día. Así que tendremos que desviarnos para avisar a Hagrid primero, no queremos que regrese y al no verte se muera de un infarto.
Severus montó en su caballo y le tendió una mano para ayudarle a subir. Harry pensaba que cabalgaría a la grupa, pero el Duque le izó y le acomodó delante de él, abrazándole para tomar las riendas. Así, con la cabeza apoyada en el fuerte pecho y los sentidos impregnados por el varonil olor que despedía, Harry sintió que el hombre acicateaba la montura y salían cabalgando a toda velocidad.
Remus Lupin detuvo su cabalgadura frente a las puertas de la mansión que poseía el Ducado de Snape en la capital. Subió las escalinatas de mármol con rapidez y llamó con la pulida aldaba de bronce. Momentos más tarde, un joven lacayo abrió la puerta y le saludó, tomando su sombrero y cediéndole el paso al vestíbulo principal.
—Señor Lupin —un hombre de edad madura salió de una salita lateral. Vestía un impecable traje negro, aunque por el corte y la calidad de la tela evidenciaba que no se trataba de un traje caro. Desprendía ese aire, mezcla de autoridad y servilismo, que identificaba a los mayordomos de las casas nobles—. Lamentablemente, perdió nuevamente su viaje. Milord salió a cabalgar y dejó dicho que no vendría hasta la noche.
Remus maldijo mentalmente. ¿En qué estaba pensando Severus al ir todos los días a la cabaña? Porque podría jurar que era allí donde se encontraba en esos momentos.
—¿Le dio mi mensaje?
—Sí, señor Lupin —le contestó, con la deferencia que se esperaba hacia el administrador general del Ducado—. Contestó que no se preocupara y se tomara unos días libres. Que en caso de necesitarle, le mandaría llamar. ¿Puedo ofrecerle algo de beber? Hace mucho calor en las calles.
—No, se lo agradezco —replicó en tono cordial—. Voy a seguir el consejo del señor Duque. Que tenga buenas tardes.
—Buenas tardes, señor.
Remus recogió el sombrero que le devolvía el lacayo y salió a la calurosa calle. A ver cómo le explicaba a Albus que seguía sin poder hablar con Severus, y sin tener noticias de Harry. Si la situación continuaba así, tendrían que arriesgarse y enviar a alguien a la cabaña.
Harry estaba seguro de que si, a la hora de su muerte, alguien le preguntara cuál había sido el día más feliz de su vida, contestaría sin dudar que el que estaba viviendo justo ahora.
Había cabalgado con Severus, sintiendo su fuerza y calor mientras cruzaban los bosques a toda velocidad, en un galope que muchas veces rozaba el filo del peligro pues habían sorteado piedras y raíces que atravesaban su camino, pero que, lejos de asustarle, hacía que la adrenalina liberada corriera por su cuerpo como producto de la emoción.
Habían llegado a un lugar tan hermoso que no le hubiera importado quedarse a vivir bajo uno de aquellos inmensos y antiguos árboles que rodeaban el lugar. Severus había desplegado una especie de mantel y sacado un montón de cosas ricas, y se habían dado un festín, para después ponerse a charlar recostados contra uno de aquellos anchos troncos, hasta quedarse dormidos apoyados hombro contra hombro.
El Duque le acababa de despertar, diciéndole que era hora de pescar, ante lo cual Harry arrugó la cara.
—No sé pescar, me voy a hacer un lío.
—Ya verás que es fácil, sólo tienes que hacer lo que yo —le contestó el mayor—. Primero, vamos a preparar la caña y poner la carnada en el anzuelo —explicó, abriendo una lata que contenía unos gordos gusanos.
Harry trabajó afanosamente, y aunque se hizo un lío con el carrete y el sedal, al fin logró que quedara más o menos decente, en tanto Severus le observaba, divertido.
>>Ahora tienes que aprender a lanzar la línea lo bastante lejos como para conseguir buenos peces —instruyó, acercándose a la orilla del río que corría por la zona y mostrándole el movimiento.
Después de diez intentos, todos infructuosos, Harry estaba dispuesto a jurar que pescar era la actividad más difícil del mundo. Sin poder contener las carcajadas ante su predicamento, Severus se aproximó a él.
>>Si esperas que los peces se acerquen a la orilla a morder tu cebo, te vas a morir de viejo —comentó, divertido—. Permíteme que te ayude —se colocó a su espalda y, mientras con el brazo izquierdo rodeaba su cintura, con el derecho sujetó la mano que sostenía la caña—. Es un movimiento suave pero firme; echas el brazo hacia atrás y…
Harry no lo pudo resistir más. El ronco sonido de la aterciopelada voz a su oído fue demasiado para sus excitadas hormonas. Sin detenerse a pensar, soltó la caña, dio media vuelta dentro del abrazo de Severus, y acercó sus labios a los del hombre de ojos negros. Un segundo después, le estaba besando como si la vida le fuera en ello.
Por unos instantes, Severus quedó rígido, tal fue su impresión. Pero no pasó mucho tiempo y ya estaba estrechando el delgado cuerpo de Harry entre sus brazos y asaltando su boca con violenta pasión. El joven gimió con satisfacción en medio del beso, y durante mucho tiempo sólo se escucharon los sonidos del bosque y los roces de ambos cuerpos y gemidos de ambas bocas.
—Llevo deseando esto por tanto tiempo —suspiró el Duque, cuando al fin fue capaz de separar su boca de los labios del joven, enterrándola en el suave cuello.
—¿Y por qué te tardaste tanto? —jadeó Harry.
—Porque soy un caballero —susurró.
El joven apartó ligeramente su cabeza, privando a Severus de su diversión, y le miró con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Estás queriendo decir que yo no soy un caballero?
El hombre se echó a reír.
—No, quise decir que tienes menos fuerza de voluntad que yo —al ver que iba a protestar, le beso de nuevo para impedirlo—. Pero sólo un poquito —declaró a modo de disculpa—. Yo estaba a punto de ceder.
—Pues si llego a saberlo, me espero —refunfuñó Harry, aunque no pudo evitar el tono de diversión en su voz.
—Anda, deja de gruñir por haber perdido y vamos a sentarnos un rato —tomó su mano y le guio hasta el árbol donde habían dormido; esta vez, en lugar de sentarse uno junto al otro, Severus se recostó contra el tronco y Harry se acomodó entre sus piernas.
>>No muevas demasiado ese culito que tienes o no respondo de mí —advirtió el Duque.
—Vaya, ése no es un vocabulario muy caballeroso —comentó Harry.
—Créeme, en este momento no me siento nada caballeroso —musitó, y empezó a juguetear con el lóbulo de su oreja.
—Quisiera que nos pudiéramos quedar aquí eternamente —dijo el joven, un buen rato después. Severus no contestó, pero le abrazó con más fuerza—. Pronto tendré que irme.
—Podrías quedarte conmigo —mientras la súplica salía de sus labios, él mismo se dio cuenta que esa no era una opción.
—Sabes tan bien como yo que eso es imposible —Harry empezó a acariciar las manos del hombre—. ¿Sabes algo? Ni siquiera me importaría vivir a la sombra, en medio del bosque, si pudiera estar contigo; pero eso es una ilusión. Tarde o temprano alguien me descubriría, y ambos estaríamos perdidos —se detuvo un segundo antes de agregar—: Prefiero morir antes que volver a la hacienda Malfoy.
Como si de repente se diera cuenta de algo, Harry se enderezó, y girándose, quedó sentado mirando de frente los ojos negros.
>>En este poco tiempo que hemos pasado juntos, y con lo que me has contado de tu vida, creo que he llegado a conocerte bien —declaró—. Nadie puede fingir tan bien.
—¿Qué quieres decir? —indagó el Duque, extrañado.
—Has liberado a tus esclavos, tratas bien a tus empleados, me has ayudado a mí, aún sin conocerme… Eres una buena persona, Severus. Por eso, no puedo entender que seas amigo de alguien como Lucius Malfoy.
El hombre reflexionó por unos momentos, antes de contestar.
—Lucius y yo nos conocimos de niños —explicó—. Era un chico agradable y divertido, y cuando creció tuvo una etapa algo díscola, pero se tranquilizó al casarse con Narcissa. No sé que pasó para que cambiase tanto, quizás la muerte de su esposa…
—No, Severus —le interrumpió Harry—. Él sólo fingió durante todo su matrimonio. Ante los ojos del mundo era un esposo y padre ideal, pero entre los esclavos su nombre es sinónimo de terror.
—¿Qué quieres decir? —el ceño del Duque se veía profundamente fruncido.
—Cuando me enviaron a las barracas de los esclavos me enteré de muchas cosas —explicó—. Lucius Malfoy acostumbraba violar a todas las esclavas y esclavos jóvenes, y aquellos que se resistían, recibían el trato que me dio a mí, e incluso peor. Encontré esclavas con la cara desfigurada por cicatrices de cortes de cuchillo, y esclavos marcados con hierro ardiente como si se tratara de ganado. Incluso organizaba orgías a las que invitaba a sus amigotes del Parlamento. Y eso siguió pasando durante los tres años que yo estuve en las barracas; sólo nos salvábamos los menores de edad, y eso porque tenía miedo a la Ley Sobre Esclavos Menores.
—¿Pero cómo es posible que hiciera todo eso con su familia en la hacienda?
—Aprovechaba cuando mi madrina viajaba a la ciudad y nos llevaba con ella, algo que sucedía con frecuencia —explicó—. Luego de su muerte, ya no tuvo necesidad de ser discreto.
—¿Y Draco? Él seguía allí.
—Sí, pero recordarás que acostumbraba visitarte en Hogwarts y pasar largas temporadas contigo. Lucius aprovechaba esas ausencias. Draco no lo supo hasta hace un año, y eso porque yo se lo conté.
—¿Y no hizo nada?
—¿Qué podía hacer él? Los esclavos son de Lucius. El único que no le pertenecía era yo, porque me había comprado mi madrina directamente. Pero al morir ella —los ojos verdes se ensombrecieron con la tristeza —yo también pasé a ser de su propiedad. Por eso Draco tenía tanta urgencia en sacarme de allí. Habíamos hablado de ello y le supliqué que no se arriesgara por mí, pero es evidente que no me hizo caso —terminó, con una sonrisa.
—Apenas puedo creer tanta crueldad. ¿Cómo pudo fingir tan bien ante mí?
—Porque, como ya te dije, eres una buena persona y no fuiste capaz de ver la cara real de la esclavitud en este reino. Créeme, Lucius Malfoy no es la excepción, sino la regla.
Severus permaneció callado mucho rato, hundido en sus pensamientos. Harry entendió que estaba procesando la información recibida y respetó su silencio.
—Yo también soy culpable —musitó al fin, con un gesto contrito.
—¿Tú? ¿Por qué? —preguntó Harry sin entender.
—Porque no quise ver —confesó el hombre—. Porque no insistí para que las cosas cambiaran y me conformé con resolver mi pequeño mundo sin preocuparme del resto.
—¿Qué podrías haber hecho tú solo ante tanta maldad? —razonó el joven—. ¿Cómo ibas a saber lo que en realidad está pasando si nadie te lo ha dicho?
Severus le miró fijamente.
—Te prometo que a partir de ahora voy a hacer todo lo posible para que las cosas cambien —aseguró—. No soy el único, he escuchado otras voces en el Parlamento que están en contra de la esclavitud. Somos pocos, pero si nos ponemos de acuerdo, podremos presionar y lograr algo.
—Quizás —musitó Harry, aunque en realidad no creía en que las cosas pudieran cambiar; no por las buenas, al menos—. De momento, vamos a ser un poquitín egoístas tú y yo, y a disfrutar el tiempo que tengamos. ¿Quieres dejar de ser caballeroso y besarme una vez más?
Última edición por alisevv el Dom Feb 28, 2016 3:33 pm, editado 1 vez | |
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