alisevv
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| Tema: En busca de la libertad. Capítulo 4. La verdadera historia Vie Nov 16, 2012 8:03 pm | |
| Ron dormía profundamente, con un coro de ronquidos que eran fácilmente equiparables a los golpes que en ese momento daban a su puerta. Los toques continuaron y el pelirrojo se removió molesto, se giró hacia el otro lado y siguió roncando. Sólo cuando una mano aferró su hombro con firmeza y le zarandeó, despertó, sobresaltado.
—¿Qué? ¿Dónde? —balbuceó, al tiempo que llevaba una mano a su rostro y se restregaba los ojos todavía velados por el sueño. Los abrió con pereza y fijó la mirada azul en el hombre que le acababa de despertar—. ¿Señor Aberforth?
—Toqué repetidamente, pero no me escuchó —en su voz no se percibía ni el menor remordimiento por el sobresalto causado.
—Estaba profundo —explicó Ron.
—Era notorio —se burló el otro—. Sus ronquidos hacían temblar los cimientos —Ron se ruborizó intensamente mientras apartaba las mantas y sacaba las piernas fuera del cálido colchón—. Vístase y desayune —ordenó, señalando la bandeja que mostraba una taza de café, un par de huevos con salchichas y pan—. Y apresúrese, vendré a buscarle en quince minutos.
Ron se quedó viendo la bandeja con cierta tristeza, añorando que la hubiera traído la linda muchacha de la noche anterior y no ese sujeto tan tosco. Sin embargo, su ensoñación apenas duro un par de minutos, el tiempo que tardó su estómago en responder al delicioso olor que emanaba de la bandeja; sin pensar más en la chica, empezó a dar buena cuenta del suculento desayuno.
Tal como le había advertido, quince minutos más tarde, Aberforth tocaba a su puerta. Caminaron nuevamente a lo largo de pasillos oscuros, hasta llegar a una puerta similar a la de la habitación en la que había dormido. Sin embargo, allí terminaban las similitudes. Cuando Aberforth tocó y una voz serena les dio permiso para entrar, Ron se encontró en una sala en la que podrían caber fácilmente cinco de sus habitaciones. En el centro del espacioso recinto se encontraba una inmensa mesa de madera, rodeada de una gran cantidad de sillas del mismo material. El mobiliario era completado por varios armarios llenos de libros y artículos de escritorio, y una gran cantidad de lámparas de aceite que colgaban de ganchos distribuidos a lo largo de las paredes.
Al pasar de la penumbra del corredor a la sala, profusamente iluminada, Ron quedó parcialmente deslumbrado y no fue capaz de distinguir los rasgos de los tres hombres que estaban sentados a la gran mesa. Cuando pudo enfocar la vista, exclamó, asombrado:
—¡Señor Lupin!
El aludido esbozó una sonrisa de bienvenida.
—Ven, Ron, acércate.
Al acercarse, el joven observó las personas que acompañaban a Remus Lupin. Uno era un anciano que se parecía mucho al tipo hosco que le había recibido la noche anterior, pero sus maneras eran más amables y corteses; también tenía la barba y cabellos largos y blancos, pero era más delgado que Aberforth. Se lo presentaron como Albus Dumbledore. El tercer hombre tenía, con mucho, el rostro más temible que había visto en su vida. Su cara estaba llena de cicatrices y cubría su ojo izquierdo con un parche negro estilo pirata. Por lo demás, se mostraba tan huraño como el mismo Aberforth.
—Siéntate, muchacho —invitó Albus Dumbledore, que a Ron le dio la impresión que era quien mandaba en todo aquel tinglado. Se sentó lo más tieso que pudo y el anciano continuó—. ¿Quieres tomar algo?
—Gracias, señor, ya desayuné —rechazó Ron con tono cortés.
—Umm, pero sí tomarás una taza de té con nosotros, ¿verdad? —sin esperar respuesta, sirvió una taza de una tetera que estaba sobre la mesa y la puso frente a él—. Remus me contó todas las peripecias que tuviste que hacer para liberar al joven esclavo.
El pelirrojo miró a Remus, alarmado. Si esa gente sabía que había ayudado a huir a un esclavo y lo contaban…
>>No te alarmes —siguió hablando el anciano con tono suave, tranquilizador—. Estás entre amigos.
Sin estar del todo convencido, Ron dio un sorbo a su té, posó la taza sobre la mesa y miró fijamente al anciano.
—¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?
—Antes debo presentarme, mi nombre es Albus Dumbledore.
—¿Es familia del señor Aberforth? —preguntó, pues el parecido era evidente.
—Es mi hermano —asintió, para agregar si transición—. Y sobre tus dudas, las responderé enseguida, especialmente porque debes tomar una decisión.
—Albus, no creo que debas contarle nada a este muchacho —intervino el hombre tuerto, exhalando un bufido.
—Alastor, ya hablamos de eso —argumentó el anciano, alzando la mano para evitar la protesta que estaba a punto de formular Lupin, no quería una nueva discusión entre esos dos—. Este joven arriesgó su vida por hacerle un favor a Remus, y lo que es más importante, para ayudar en la liberación de un esclavo. Te recuerdo que esa es la razón fundamental de la existencia de este sitio.
Alastor frunció el ceño pero no volvió a interrumpir.
>>Como te decía —Albus Dumbledore miró a Ron —, para contestar tus preguntas, te voy a contar la historia de este lugar. ¿Imagino que habrás oído hablar de la Gran Guerra?
—Sí, señor —contestó, antes que cierta duda se reflejara en su rostro—. Bueno, la verdad es que no entiendo muy bien ese asunto. Yo nunca estudié ni he leído libros de historia, sólo sé lo que cuenta la gente del pueblo. Circulan varias historias, y ninguna me parece muy lógica, la verdad.
—Porque eres un joven sensato —el anciano sonrió beatíficamente—. Ciertamente, las historias que corren por ahí son una sarta de fantasías, a cual más disparatada. Pero no te confundas, ni siquiera en los libros se refleja lo que sucedió realmente.
—¿Ni en los libros de historia que están en la biblioteca de la hacienda Malfoy? —Albus negó con la cabeza—. Pero Lord Draco siempre dice que en los libros se refleja la verdad, ¿por qué en estos no?
—Porque la historia generalmente la escriben los vencedores, y relata los acontecimientos como a ellos les interesa.
—Entonces, ¿cuál es la verdad? ¿Y qué tiene eso que ver con este lugar?
—Para contártelo, debo remontarme a algunos años antes que sucediera la Gran Guerra, hace ya tres siglos. Por aquel entonces, existían dos reinos: uno de ellos era regido por el rey Godric Gryffindor, un hombre bueno que había heredado el trono siendo muy joven. Sus tierras abarcaban todo lo que ahora es Hogwarts y sus alrededores, y la zona costera; es decir, el Sur y el Oeste del país. El otro reino era regido por el rey Thomas Slytherin, quien también era justo y gobernaba con equidad. Su territorio incluía toda la zona de las haciendas y las montañas, al Este y al Norte.
>>Thomas Slytherin tenía un único hijo, su heredero absoluto, llamado Salazar. Lamentablemente, no era como su padre. Era astuto y taimado, y cuando deseaba algo, hacía todo lo necesario para conseguirlo, por las buenas o por las malas.
>>Salazar conocía a Godric desde que eran niños, pues eran casi de la misma edad. A pesar de sus diferencias, eran buenos amigos. Pero, cuando crecieron, la amistad se convirtió en amor, al menos, por parte de Salazar. Cuando se declaró y Godric le rechazó, explicándole que a él le gustaban las chicas y estaba enamorado, se puso frenético, rompiendo su amistad y jurando venganza.
Al ver que Ron casi ni respiraba, pendiente de sus palabras, Albus sonrió y continuó:
>>Pasaron los años. Godric se casó y tuvo dos hijos varones. Aunque siempre lamentó haber perdido a su amigo de infancia, siguió su vida, y con el tiempo incluso llegó a olvidar las amenazas proferidas. Pero Salazar Slytherin nunca olvidó lo que el suponía una afrenta, y, a la muerte de su padre y convertirse en Rey, empezó a armar un ejército con la idea de atacar el Reino de Gryffindor.
>>Godric jamás pensó que hubiera razones reales para temer una agresión, ni de Slytherin ni de ningún otro vecino, por lo cual su ejército no estaba preparado para repeler un ataque semejante. Fue una masacre —se detuvo unos segundos, como si aquello que él ni siquiera presenció, fuera un gran peso heredado por su alma—. Los habitantes de Gryffindor que no murieron ni pudieron huir, fueron hechos prisioneros y torturados, incluso los ancianos y los niños.
Albus se interrumpió unos segundos y dio un pequeño sorbo a su taza de té.
>>En un principio, la idea de los atacantes era hacer juicios de protocolo, es decir, con la sentencia decidida de antemano: la muerte. Sin embargo, a Slytherin se le ocurrió una idea para conseguir mano de obra gratis para la reconstrucción de la ciudad y el trabajo en los campos, así que se dio a los sentenciados la potestad de elegir entre la muerte y la esclavitud, una esclavitud que pasaría de padres a hijos generación tras generación.
>>Muchos prefirieron el verdugo a la esclavitud, pero había padres y madres que sabían que su muerte también sería la de sus hijos y decidieron optar por una salvación que, a la larga, sólo les demostró que habían tomado la decisión incorrecta, pues era preferible morir libre que vivir en sumisión.
>>Los pocos que lograron huir se escondieron en lo profundo de los bosques, con la esperanza de rearmarse y contratacar, pero luego de escuchar sobre las ejecuciones y el nuevo sistema de esclavitud, entendieron que aquello ya era imposible. Se dirigieron a la costa. El puerto estaba poco protegido, probablemente porque los invasores pensaron que tenían la situación controlada. Atacaron a los guardias que custodiaban uno de los barcos que poseía la pequeña flota del que fuera el Reino de Gryffindor y que estaba siendo preparado para zarpar. No te mentiré; mataron tanto a los guardias como a los marineros que trabajaban en el barco. Era gente desesperada que luchaba por su vida —comentó, como tratando de disculpar las acciones que aquellas gentes habían realizado hacía ya tantos años.
Ron asintió, indicándole que comprendía. En su caso, él hubiera hecho lo mismo.
>>Navegaron hacia el norte durante cinco días con sus noches, y arribaron a una isla desierta, que por su tamaño ni siquiera aparecía en los mapas de navegación que poseían. No tenían suficientes alimentos ni agua para proseguir un viaje que ni siquiera tenía un rumbo definido, así que desembarcaron con la intención de encontrar suministros para reabastecerse. Poco se sabe de las razones, pero al final aquellas gentes decidieron asentarse en la isla, que les ofrecía agua, frutos comestibles y cobijo.
>>Tal vez fueran los dioses de la fortuna o simplemente el destino, el barco que habían utilizado para huir estaba cargado con mercadería vegetal, entre las que se contaban varios fardos con semillas de lino y algodón, legumbres y trigo, e inclusive hierbas medicinales, con lo que además de obtener alimentos, pudieron conseguir fibras para elaborar sus trajes y medicinas para curar diversas enfermedades. Además, aprendieron a utilizar los recursos de la isla y el mar para complementar su alimentación y construir sus viviendas. No todos sobrevivieron, pero quienes quedaron, con el tiempo formaron una comunidad pequeña pero sólida.
>>Trabajaban de sol a sol, pero en las noches, se reunían alrededor de las fogatas y hablaban del día en que regresarían a recuperar lo que por derecho les correspondía. Entre los fugados se encontraba un hombre sabio, arquitecto de la Corte y uno de los asesores más cercanos al difunto rey Godric.
—¿El rey Godric murió? —se atrevió a interrumpir Ron.
—Sí. Fue asesinado junto a su esposa e hijos, o al menos eso es lo que siempre pensamos.
—¿Qué quiere decir con eso? —inquirió Ron, curioso.
—Todo a su tiempo, jovencito —Albus hizo un gesto con la mano, indicándole que tuviera paciencia—. Te contaba que entre los fugados se encontraba un asesor del Rey. Él fue quien tomó las riendas de aquella pequeña comunidad de desdichados y consiguió que no olvidaran que algún día deberían regresar. Los años pasaron, niños nacieron y ancianos murieron, pero nadie olvidó. El asesor del Rey se llamaba Ebanis Dumbledore.
—¿Su antepasado?
—Ciertamente. Algo así como mi tataratatarabuelo —contestó con una sonrisa—. Como arquitecto real, era responsable de los planos de las construcciones que había en la ciudad de Hogwarts, y, lo más importante, por debajo de ella.
Ron le miró, y una luz de entendimiento brilló en sus ojos azules.
—¿Estamos debajo de la ciudad?
—Así es —Albus alzó la mano y señaló las paredes que les rodeaban—. Estas catacumbas son muy antiguas, tienen al menos diez siglos. Según me contó mi padre, y a él su padre, pocas personas en la Corte de Gryffindor conocían su existencia. Por eso, cuando Aberforth y yo decidimos regresar a Hogwarts, nos trajimos los planos subterráneos que nos legó nuestro antepasado.
—Pero, ¿por qué tardaron tanto en regresar? —Ron no entendía—. ¡Tres siglos!
—Al principio, porque no tenían los recursos para plantearse un posible ataque. Después, porque a pesar de los esfuerzos para que el olvido no llegara, los años pasaron y la gente se acostumbró a su vida tranquila y feliz. Tenían una nueva vida y se excusaban pensando que, después de tantos años, con todos los que vivieron la Gran Guerra ya muertos, no tenía sentido regresar —el rostro anciano se oscureció—. Ni siquiera Aberforth y yo nos decidimos hasta hace unos años. Hasta una tarde de verano, cuando algo imprevisto sucedió.
—¿Qué? —Ron estaba completamente cautivado por la historia—. ¿Qué sucedió?
—Harry, voy a tener que retirarte los vendajes para curar tus heridas —comentó Severus, levantándose de la cama—. Va a ser más cómodo si te incorporas —explicó, tendiéndole una mano para ayudarle, en previsión de que pudiera sufrir algún mareo.
Luego de unos momentos de duda, Harry tendió su diestra y aferró aquella mano elegante, de largos dedos y pulidas uñas. Era tan diferente a la suya, áspera y maltratada por el rudo trabajo a la que había sido sometida los últimos años.
Sin embargo, ese breve contacto produjo una sensación cálida y confortante en ambos hombres. Harry retiró su mano en cuanto estuvo sentado con los pies fuera de la cama, al tiempo que un tenue rubor cubría sus mejillas.
Sin mediar palabra, Severus le ayudó a despojarse de la tosca camisa que le había proporcionado Hagrid esa mañana, pues la suya estaba manchada de sangre, y se sentó tras el. Harry sentía como sus manos de sanador se movían con cuidado y suavidad al retirarle las vendas, como si de una suave caricia se tratara. Cuando esas manos tocaron su piel, revisando las heridas, Harry se estremeció visiblemente.
—¿Te duele?
¿Le dolía? No, ese estremecimiento no había sido de dolor sino de placer. Sentía algo extraño junto a ese hombre. A él le gustaban los hombres, era algo que había descubierto antes de morir su madrina; incluso Draco y él habían experimentado un poco, con besos y tonteos, pero se habían dado cuenta que lo de ellos siempre sería un cariño fraternal y no sexual. Las pocas veces que, desde lejos, había visto al Duque de Snape en la hacienda Malfoy, le había resultado un hombre atractivo, no porque fuera guapo sino por su porte, y porque hasta de lejos se notaba que emanaba virilidad. Sin embargo, nunca dio un segundo pensamiento a esa atracción, pues comprendía que para un pobre esclavo estaba prohibido hasta pensar en eso.
Pero ahí estaba, junto a él, tocando su espalda en lo que más parecía una caricia que una cura, y desplegando junto a él esa increíble virilidad.
>>Harry —la voz de Severus le apartó de sus pensamientos.
—¿Si, Milord?
—Te preguntaba si te duele.
—Sólo un poco —contestó, agradeciendo que en ese momento Severus estuviera viendo su espalda y no sus mejillas ruborizadas.
—El proceso de curación va muy bien; si tenemos suerte, no te quedarán marcas —comentó, mientras empezaba a aplicar sobre las heridas el ungüento de la noche anterior—. No tienes fiebre, lo que indica que se está controlando la infección, pero es posible que en la noche vuelva a subir la temperatura. En ese caso, Hagrid sabe qué hacer.
—Gracias, Milord.
—Por favor, no me llames Milord —pidió el hombre, mientras empezaba a vendarle la espalda.
—¿Y cómo debo llamarle entonces, señor?
El Duque se levantó y ayudó a Harry a ponerse nuevamente la camisa y recostarse sobre las almohadas. Esta vez, al joven le fue imposible ocultar el rubor que teñía sus mejillas.
—Hagamos un trato —propuso el mayor, sentándose nuevamente en la esquena del colchón que ocupara inicialmente—. Mientras estemos en esta cabaña, ni tú serás un esclavo ni yo un Duque. Seremos solamente un par de amigos, Harry y Severus.
—¿Quiere que le llame Severus? —preguntó Harry, escandalizado.
—¿Tan feo es mi nombre? —inquirió con una sonrisa.
—No, Milord, pero no se si podré —al observar que el otro le miraba sonriendo, sonrió a su vez—. Pero lo intentaré.
—Perfecto —se levantó con presteza y sacó un paquete que llevaba en uno de sus bolsillos—. Y para sellar nuestro trato, te dejo esto.
—¿Para mí? —Severus asintió con la cabeza y Harry desenvolvió con cuidado el paquete—. Es una novela —comentó, con tono alegre.
—Es muy entretenida, así te permitirá matar el ocio al tener que estar en cama. Espero que te guste leer.
—Me encanta —de repente, su rostro se ensombreció—. Pero no voy a poder leerlo. Necesito lentes para ello, y me los quitaron cuando murió Lady Narcissa. Seguro que los destruyeron hace tiempo.
—De hecho, no —Severus se metió la mano en un bolsillo interior, más pequeño que aquel en que traía el libro—. Remus me dio esto para ti. Por lo visto, Draco se los entregó antes que nos marcháramos.
Los hermosos ojos verdes se anegaron de lágrimas contenidas.
—¿Draco los guardó todo este tiempo?
—Así es.
—¿Qué hice yo para merecer un amigo así? —musitó casi para si mismo.
—Probablemente, ser el mejor amigo del mundo —contestó Severus, observando cómo el alegre joven se calzaba sus lentes y miraba la portada de su nuevo libro con verdadera ilusión.
—Buenos días, Blaise —saludó Draco al muchacho moreno que trabajaba como mozo de cuadras—. ¿Cómo amaneció hoy Aragog?
—Está muy inquieto, Lord Draco —contestó el joven, saliendo del pesebre donde estaba trabajando—. Creo que una buena galopada le sentaría muy bien.
—Sí, y a mí también —replicó el rubio—. ¿Y el potrillo que nació ayer?
—Está perfecto, estoy seguro que va a ser un gran semental ¿Le gustaría verlo?
Draco siguió al muchacho hasta un pesebre apartado, donde se encontraba la yegua recién parida con su potrillo. Ambos entraron en el recinto y se agacharon junto al pequeño recién nacido, mientras Draco fingía que le revisaba los genitales y las patas.
—¿Dónde está el jefe de caballerizas? —musitó, en un tono tan bajo que sólo podía ser escuchado por el mozo de cuadras.
—Salió con los demás hombres tras la busca del esclavo —contestó en un tono igual de conspirativo—. No se preocupe, no queda nadie por aquí.
—¿Has oído algo nuevo?
—Sólo que Goyle y Crabbe regresaron sin ningún resultado —susurró, riendo entre dientes.
—Ni veas la bronca que les echó mi padre —bromeó Draco—. Los gritos se oían por toda la casa. Aun así, no estoy del todo tranquilo.
—No se preocupe, a estas horas Harry y Ron deben estar a buen resguardo —al ver que Draco seguía con el ceño fruncido, agregó—: ¿Quiere que vaya a Hogwarts para averiguar?
—No, podrían preguntar por qué te envío a la ciudad justo ahora. En estos momentos debemos comportarnos de la forma más natural posible, es extremadamente importante que nadie sospeche. Pero ten los oídos bien abiertos —musitó, antes de enderezarse y hablar en un tono mucho más alto del que había usado hasta entonces. Como bien dijera Blaise, no parecía haber nadie más en las cuadras, pero no podían fiarse—. Si, señor, este potrillo definitivamente apunta maneras de semental —salió del pesebre con andar firme y autoritario—. Ensíllame a Aragog, voy a darle gusto y a galopar un buen rato.
Diez minutos más tarde, partía a todo galope. Blaise debía tener razón; a estas horas, Harry y Ron estarían en las catacumbas. Sin embargo, hasta que obtuviera la confirmación de Renus sería incapaz de tranquilizarse del todo. Acicateó al caballo para que corriera más rápido y, por un buen rato, dejó fluir todas sus preocupaciones y disfrutó del ejercicio.
En la sala principal de las catacumbas, Ron esperaba, ansioso, la respuesta a su pregunta.
—Esa tarde —siguió contando Dumbledore—, un pequeño bote llegó a nuestra playa, y en su interior yacía un naufrago casi moribundo. Tenía varias cicatrices en el rostro, una de las cuales había alcanzado uno de sus ojos; sufría una profunda insolación y estaba inconsciente. Pasó varios días entre la vida y la muerte. Pero al fin sobrevivió, y con su recuperación llegaron noticias sorprendentes que hicieron reaccionar a nuestro espíritu dormido.
Ron miró a Alastor Moody.
—Era usted —más que una pregunta era una aseveración. El hombre endureció su rostro pero no contestó.
—Sí, Ron, se trataba de Alastor. Era un esclavo que había logrado huir del que se había convertido en el Reino de Slytherin, escondiéndose en un barco como polizón. Pero había sido descubierto, y el Capitán, en lugar de darle una muerte rápida, había mandado que le dieran una paliza atroz y le había dejado en ese pequeño bote en medio de la nada, con la idea de que muriera a causa de las heridas, el hambre y la sed, con mayor dolor y sufrimiento. Por Alastor supimos que, aunque nuestra vida era buena y feliz, había cientos de descendientes de Gryffindor que seguían siendo esclavizados, y nosotros no habíamos hecho nada para remediarlo, olvidando aquello que habíamos prometido, generación tras generación.
>>Preparamos el barco que habíamos conservado en buen estado por tantos años, y junto con Aberforth y unos cuantos hombres más, emprendimos el viaje de regreso a nuestros orígenes, con la intención de inspeccionar el terreno y ver cómo podríamos ayudar. Alastor insistió en acompañarnos, razonando que él conocía bien el reino, y que solos no sobreviviríamos ni un día.
>>Una de sus funciones como esclavo había sido trabajar para el empleado encargado de las compras de la hacienda de su amo e iba con frecuencia a Hogwarts para ayudar a la carga de las provisiones. El empleado de compras, un sujeto llamado McNair, además de jugador y bebedor, era un hombre muy parlanchín, y en los viajes de ida y vuelta a la hacienda le contaba de la gente de baja calaña que conocía y los sitios que frecuentaba. Precisamente ese conocimiento de los bajos fondos de la ciudad le había ayudado a escapar en una de sus visitas a Hogwarts, luego de deshacerse del empleado y robarle el dinero que llevaba para la compra. En el callejón Knockturn se podía conseguir lo que se quisiera y nadie preguntaba de dónde salía el dinero con que se pagaba.
>>Sus argumentos fueron irrebatibles y no pudimos negarnos a su petición. Además, estaba tan desfigurado que era prácticamente imposible que alguien le relacionara con el esclavo fugado.
>>Luego de mucho planificar, decidimos que, al llegar, Alastor iría al callejón Knockturn y nos conseguiría ropa adecuada, caballos y papeles falsos, además de dinero en efectivo. Para ello, contábamos con algunas joyas que nuestros antepasados habían podido llevarse consigo al huir. Separamos las gemas de los engarces porque eran mucho más fáciles de vender en el mercado negro. Mi hermano, yo y el resto de los hombres que nos acompañaban, esperaríamos ocultos en el bosque. Una vez que Alastor hubiera conseguido todo lo necesario, Aberforth y yo nos haríamos pasar por prósperos comerciantes que venían a Hogwarts con la intención de adquirir una buena taberna. De hecho, la verdad es que ya sabíamos la taberna que queríamos comprar. Habíamos analizado los planos del subsuelo y sabíamos que bajo el callejón Hogsmeade se extendía una amplia galería subterránea que conducía a las antiguas catacumbas, y en ese callejón se encontraba una taberna que estaba en venta, según le había comentado McNair a Moody en el último viaje a la ciudad.
>>Antes de partir, revisamos a conciencia los viejos planos del antiguo reino, lo que nos permitió localizar una caleta lo bastante oculta como para que nos permitiera aproximarnos y desembarcar sin ser descubiertos. La travesía y el desembarco se produjeron sin incidentes, y despedimos nuestra nave con instrucciones de regresar en un mes, tiempo en el cual nosotros intentaríamos llevar a cabo nuestros planes. Fijamos una fecha, y di instrucciones que si ese día no estaba nadie en la caleta, regresaran a la isla y no volvieran jamás; si nos descubrían, no podíamos poner en riesgo al resto de nuestra comunidad.
>>Pero no nos descubrieron —Albus sonrió ampliamente—. Alastor fue brillante, y consiguió todo lo que necesitábamos en pocos días.
—No fui yo, sino los rubíes y las esmeraldas —gruñó el aludido, y en ese momento, a Ron le resultó extraño escuchar el sonido de una voz diferente a la de Albus Dumbledore.
El anciano sonrió y siguió narrando.
—Lo cierto es que, para cuando se cumplió el mes, ya éramos dueños del Cabeza de Puerco, y enviamos un mensajero para que avisara a la nave que todo estaba bien y regresara en tres meses para recibir novedades. Los hombres que nos acompañaron figuraron como empleados de la taberna, y Alastor desapareció de la vista, permaneciendo escondido en la taberna y moviéndose desde entonces entre las sombras. Para los fines del registro público, él no existe.
—¿Por qué razón?
—Eso no es algo que te interese —bufó el hombre tuerto.
—Alastor puede hacer cosas que no podría siendo un miembro conocido de la comunidad —explicó Remus, quien hasta el momento se había limitado a escuchar.
—Ciertamente —confirmó Albus.
—¿Qué tipo de cosas? —insistió Ron, su curiosidad era más fuerte que su prudencia.
—¿Qué parte de que no te interesa no entendiste? —esta vez Moody se veía realmente enfadado.
—A pesar de sus maneras poco corteses —Albus miró al antiguo esclavo con una expresión de reconvención—, en este caso, Alastor tiene razón. De momento, hay cosas que es mejor que no sepas.
—Vaya, hasta que al fin estás de acuerdo conmigo.
Ignorando la exasperación del hombre, Albus continuó su historia.
—Se requirieron dos años de intenso trabajo para hacer una galería que nos permitiera llegar hasta la entrada de las catacumbas, pero cuando al fin lo conseguimos, quedamos deslumbrados. Una cosa era ver aquella inmensidad en los planos y otras constatar la magnificencia de su construcción. Estaban armadas en piedra, y habían permanecido intactas a pesar de los años transcurridos. Resultaban perfectas.
—¿Perfectas para qué?
—Para cumplir los objetivos que nos habían traído hasta aquí —el pelirrojo le miró sin comprender, y Albus fue más claro—. Durante todos estos años, hemos ayudado a escapar a muchos esclavos y les hemos enviado a la isla.
—¿De cuántos años estamos hablando? —Ron estaba asombrado.
—Alrededor de veinticinco.
—¿Veinticinco años ayudando esclavos a fugarse? —del asombro pasó al estupor—. Pero si he vivido aquí toda mi vida y nunca he escuchado nada sobre fugas reiteradas de esclavos.
—Porque utilizamos diferentes métodos para hacerlo. Verás, hubo un momento en que los esclavos descendientes de los antiguos Gryffindor resultaron insuficientes para la gran demanda, así que se empezaron a utilizar otros métodos para adquirir mano de obra gratis; por eso puedes ver que, de tiempo en tiempo, llegan tratantes de esclavos a la ciudad.
—Muchas veces les atacamos a ellos —comentó esta vez Alastor, quien tenía un odio cerval hacia los traficantes—. Como no están protegidos por ese payaso que nos gobierna, el que se hace llamar rey Voldemort, ni por ese chiste de parlamento que le apoya, podemos actuar contra ellos con cierta impunidad.
—Pero también hemos rescatado a varios descendientes de los antiguos Griffindor, a veces por la fuerza y a veces con engaños —agregó Remus—. Somos muchos los que estamos en esta misión.
—Pero, ¿cómo fue que usted se les unió? —Ron no entendía que alguien como Remus Lupin pudiera tener relación con ese grupo.
—Es una historia muy larga, quizás te la cuente algún día —replicó el aludido.
—¿Y ahora siguen rescatando esclavos? ¿Por eso ayudó a Harry?
—Bueno, lo de Harry fue un favor personal para Draco. Le hubiera ayudado aunque no existiera La Orden del Fénix.
—¿La Orden del Fénix?
—Es el nombre de nuestro grupo —explicó Dumbledore.
—¿Y Lord Draco sabe que existe todo este… —dudó un momento sin saber cómo llamarlo —… todo esto?
—Y nos ha ayudado en diversas ocasiones —aseveró Remus—. Por ejemplo, hace tres meses, salió a cazar y llevó un esclavo con él, con la excusa de que recogiera las presas que matara. Al regresar a la hacienda, le contó a su padre que había intentado huir, así que le había disparado y tirado por un barranco para que se lo comieran los buitres. La verdad es que el esclavo está aquí, con nosotros.
—Dios, si descubren a Lord Draco le ejecutaran.
—Es muy astuto, no le descubrirán –declaró Remus.
—Y muy convincente —Ron sonrió—, doy fe de ello. ¿Y el esclavo no ha partido a la isla?
Albus miró a Alastor, que se limitó a gruñir en desaprobación; luego miró a Remus, quien asintió en silencio, y finalmente a Ron.
—¿Recuerdas que te dije que deberías tomar una decisión? —el aludido asintió, pero no dijo nada. Intuía que lo que iba a escuchar sería muy importante—. Desde hace algún tiempo, los esclavos están regresando de la isla, junto con muchos de nuestros hombres de allá. Además, hay mucha gente de la ciudad que nos apoya y también se está preparando.
—¿Preparándose para qué?
—Para la segunda Gran Guerra. Vamos a recuperar el Reino de Gryffindor.
—Por eso debes decidir si prefieres partir a la isla o quedarte con nosotros —intervino Remus—. Eres un hombre inteligente, nos serías de gran ayuda aquí.
—Pero yo no sé luchar —argumentó Ron—. Además, si salgo a la calle no duraré ni un día con la cabeza sobre mis hombros.
—Te quedarías aquí —explicó Dumbledore—. Entrenándote.
El pelirrojo reflexionó largo rato y al fin se decidió. La causa de La Orden del Fénix era justa, y él no iba a huir como una rata mientras los demás luchaban.
—Me quedo.
—Perfecto —Los ojos azules de Albus Dumbledore brillaron con satisfacción—. Si no tienes más preguntas, Remus te acompañará a tu nueva habitación. Es un poco más cómoda que la anterior —comentó, guiñándole un ojo.
—Pues, si me permite, todavía tengo una pregunta.
—Por supuesto, muchacho, ¿de qué se trata?
—Hace un rato dijo que siempre pensaron que los dos hijos del rey Godric habían muerto. ¿Tiene razones para creer que no fue así?
—Veo que eres un hombre listo y no olvidas las cosas fácilmente —comentó el anciano con satisfacción—. Sí, todos pensábamos que ambos niños habían muerto, pero hace trece años encontramos un esclavo que tenía que ser descendiente de Godric, era casi idéntico a él.
—¿Conservan retratos de Godric Gryffindor?
—Sí, junto con los planos y mapas, Ebanis Dumbledore se llevó un retrato de su Rey. Supongo que para utilizarlo como ícono para aglutinar a la gente alrededor.
—¿Y qué sucedió con ese esclavo? —el que preguntó esta vez fue Remus. Él desconocía esa historia.
—Ha sido, hasta la fecha, nuestro mayor fracaso. Preparamos todo hasta el mínimo detalle para que pudiera huir con su esposa e hijo, pero en el camino se encontraron con unos tratantes de esclavos. Le mataron a él y a su esposa.
—¿Y el niño? —preguntó Ron.
—El pequeño desapareció.
—Albus, ¿sabes que edad tenía ese niño? —preguntó Remus, con una expresión que el anciano no fue capaz de descifrar.
—Según me dijeron, unos cuatro o cinco años. ¿Por qué lo preguntas?
En lugar de responder, el hombre hizo otra pregunta. Sería una coincidencia increíble pero, quizás…
—¿Tendrías a mano ese retrato que conservas de Godric Gryffindor?
—Si, claro —se giró hacia Alastor—. Por favor, me puedes traer el retrato que está en la gaveta inferior del tercer armario —pidió, señalando el objeto en cuestión.
Sin comprender mucho de que iba todo eso, el hombre obedeció y regresó con el objeto.
—¡Me llevan los demonios! —exclamó Ron—. Ese hombre es…
—… idéntico a Harry Potter —completó Remus Lupin.
Última edición por alisevv el Dom Feb 28, 2016 2:46 pm, editado 4 veces | |
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