alisevv
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| Tema: En busca de la libertad. Capítulo 9. Sobrevive la esperanza Jue Nov 29, 2012 8:14 pm | |
| Remus se le quedó mirando fijamente. Conocía a Harry, y sabía que amaba a Severus, así que debía tener una razón para decir aquello. Se acercó a un cómodo sillón que estaba junto a la ventana, e hizo una seña a Harry para que se sentara sobre la cama.
—Vamos, ponte cómodo y cuéntame de qué va todo esto.
Harry se sentó y sonrió con cierta burla.
—Por un momento, dudaste —comentó.
—Por un momento —aceptó Remus—. Vamos, dilo ya.
—¿No te has preguntado por qué no he seguido insistiendo en ver a Severus?
—Me llamó la atención, pero pensé que habías aceptado que no te iban a dejar verle.
—Nunca lo hubiera hecho —aseguró Harry—. El asunto es que, cuando estuve en palacio hace dos días, me interceptó Aberforth; por cierto, está de nuestro lado.
—Me lo imaginaba —comentó Remus—. Ayer me hizo un par de comentarios acerca de su desagrado ante la situación actual, pero preferí no darle cuerda, no estaba seguro de sus lealtades.
—Puedes estarlo. Y para él resulta peor que para nosotros, el vejestorio de Albus es su hermano.
—Vale, Aberfoth es de los nuestros, pero, ¿qué tiene que ver esto con Severus?
—Estaba en un anexo del despacho real, el que está usando Dumbledore en el palacio, cuando escuchó una conversación entre éste, Moody y Scrimgeour.
—¿El encargado de todo ese circo de los juicios?
—El mismo —Harry frunció el ceño con furia ante el simple recuerdo—. El tema de conversación era el juicio de Severus. Dumbledore le preguntó que probabilidades había de que fuera sentenciado a muerte. Scrimgeour le contestó que, aunque habían sido citados varios testigos en su defensa, al ser Duque, un cargo tan alto dentro del antiguo régimen, podrían apañarlo.
Ahora fueron los ojos de Remus los que destellaron con ira. Había seguido por años a un verdadero criminal.
>>Dumbledore insistió y le preguntó qué pasaría en caso de que el rey Harry hablara en su favor. Scrimgeour contestó que entonces no tendría posibilidad de presionar a los jueces para dictaminar su ejecución, y se le sentenciaría a prisión.
—Entonces, más a mi favor. Deberías presentarte a declarar.
—No has escuchado todo —pidió Harry—. Cuando Scrimgeour salió, Dumbledore dio un puñetazo en la mesa, comentando que tenían que impedir que yo me presentase a juicio pues Severus tenía que morir. Moody le preguntó la razón, y Dumbledore le dijo que se había dado cuenta que yo estaba enamorado de Severus y eso entorpecería todos sus planes.
>>Al parecer, nuestro estimado mentor planea encontrarme una linda y tonta esposa, que me de muchos hijos que me tengan muy entretenido, para poder manejarme como a un pelele.
Remus estaba cada vez más atónito.
—Me pregunto, cuáles eran los verdaderos planes de Albus Dumbledore antes de saber de tu existencia. ¿Acaso esperar hasta poder autoproclamarse Rey? Es increíble.
—Espera, que lo peor viene ahora —bufó Harry—. Alastor le dijo que no se preocupara. Que aunque yo me presentara y ‘le salvara el pellejo a Snape’, palabras textuales, a nadie le extrañaría que un preso muriera en una pelea dentro de la cárcel. ¿Entiendes ahora?
A Remus ya nada podía sorprenderle de esos canallas, pero había algo que no comprendía.
—Entiendo que Severus estaría en peligro si entrara en Azkaban, pero no cómo podría ayudar que le sentenciaran a muerte.
—Desde que me enteré de esa conversación, llevo dando vueltas a la cabeza, buscando una salida para salvarle —explicó Harry—. Aunque se supone que soy el famoso heredero, la influencia de Dumbledore es demasiado fuerte, y han exacerbado el odio hacia los Slytherins hasta límites imposibles. Ni tú ni yo tendríamos oportunidad de sacar a Severus de la cárcel; no por las buenas, al menos.
—¿Qué quieres decir?
—Ven que te muestro algo —sacó un pliego de papel de debajo del colchón y lo extendió sobre la mesa—. Es evidente que sacar a alguien de Azkaban es imposible, y por eso dije que necesito que le condenen a muerte. Azkaban queda aquí —señaló un punto en el tosco mapa que estaba dibujado en el papel—, y el monte donde han montado el patíbulo aquí, a tres leguas de distancia. Por seguridad, está prohibido que la gente ronde cerca de la prisión, por lo que la chusma —pronunció con desprecio al recordar a esa gentuza que vitoreaba la muerte de otros hombres—, sólo puede congregarse en el último trecho del camino hasta el cadalso.
>>He hecho averiguaciones. Los condenados son conducidos en una carreta jaula, custodiada por cuatro soldados, cinco si contamos al conductor. Dudo que ese número aumente en el caso de Severus, pero supongamos que sean ocho. Les podemos interceptar aquí —señaló otro punto, a medio camino entre la prisión y el cadalso—; hay una zona boscosa donde podemos escondernos y atacarlos cuando pasen. No se van a dar cuenta ni de qué les golpeó.
Remus sonrió, entre aliviado y asombrado.
—Veo que has pensado en todo —comentó, animado—. ¿Así que nos vamos a convertir en asaltantes de caminos?
—Siempre me gustó la historia de Robin Hood —Harry también sonrió—. Necesitamos avisar a Ron y a Blaise, y reclutar unos cuantos hombres de absoluta confianza.
—Con eso no habrá problemas —aseguró Remus—. Yo conozco varios amigos que están completamente en contra de la actitud de Dumbledore, y estoy seguro que Ron y Blaise también saben a quién acudir. También podemos sustraer unas cuantas armas y municiones de las que aun quedan en las catacumbas; estoy seguro que a Dumbledore no se le ha ocurrido revisar lo que quedó allí, está demasiado engolosinado con lo que hay en ‘su palacio’.
—Genial. Explica a todos lo que vamos a hacer y cítalos mañana en la noche en la cabaña de Hagrid para afinar el plan. Que lleven pañuelos para tapar su rostro. Sólo nos falta saber la hora de ejecución; verifícalo personalmente, es fundamental. Si todo sale como esperamos, pasado mañana Severus volverá a ser un hombre libre.
Después de concluido su juicio y dictada su sentencia, a Severus le habían llevado a una celda diferente, mucho más pequeña, y para él solo. Suponía que así trataban a los condenados a muerte. Bueno, al menos en esta celda no olía tan mal, tendría que agradecerles la cortesía a sus carceleros.
Había pasado los días más terribles de su vida. Hacinado con un montón de personas que no cesaban de lamentarse, recibiendo un mendrugo de pan y un cuenco de agua por todo alimento, viendo como los presos eran sacados a empujones, entre gritos, llantos y maldiciones. Su único apoyo en medio de ese horror había sido su amigo Regulus; su presencia de ánimo y su valentía le había ayudado, por momentos, a olvidarse del mundo que le rodeaba.
Pero cuando anochecía y apagaban las escasas luces de la prisión, y todos caían en un inquieto sueño, Severus encontraba la paz suficiente para poder pensar en Harry. Le extrañaba tanto que dolía. Recordaba uno a uno todos sus besos, todas sus caricias. Su felicidad había sido tan efímera.
Ahora, asumía su condena como un justo pago por haber hecho tan poco para liberar a tantas personas que habían sufrido vejaciones y maltratos injustos. Siendo joven, se había comportado como un egoísta avestruz que huyó a esconder su cabeza en Inglaterra para no ver lo que pasaba, y una vez regresó, no había luchado con el ímpetu necesario para defender sus convicciones. Había pecado por omisión y debía afrontar su castigo.
Ya sabía que Harry era el que todos los Gryffindor llamaban su nuevo Rey. Por un momento, había tenido la esperanza de que asistiera a su juicio, no para salvarle de su destino, sino para poder verle por última vez. Pero ni él ni Remus habían estado presentes, aunque la defensa había presentado a varios esclavos liberados por él. Algo ingenuo, su defensor, creyendo que con eso lograría cambiar lo que ya estaba decidido.
De una extraña manera, se sentía en paz para morir. Sólo esperaba que Harry y Remus fueran más fuertes que lo que él había sido, y pudieran hacer algo para detener tanta injusticia, esta vez contra los Slytherin. A pesar de todo, y aunque le llamaran iluso, aún confiaba en ellos.
Un ruido en la puerta de su celda le hizo levantar la cabeza, y sintió una mezcla de alegría y tristeza al ver entrar a Regulus; alegría porque iba a disfrutar de su compañía las largas horas que faltaran hasta su ejecución, y tristeza porque su presencia allí seguramente significaba que también había sido condenado a muerte.
—Vaya, parece que nuestro destino es encontrarnos —comentó el recién llegado, sentándose al lado de Severus.
—¿Te condenaron a muerte?
—Aja —contestó, mientras sacaba dos cigarros y unos fósforos—. Acompáñame a fumar.
Severus aceptó y ambos encendieron sus cigarros.
—¿Cómo los conseguiste?
—Esta vez nos tocó un buen guardia. ¿Sabes algo? Hay gente que no está muy de acuerdo con lo que está pasando. Ese guardia es uno de ellos.
Severus dio una honda calada a su cigarro.
—¿A qué hora te toca?
—Al alba. Hasta en eso me vas a tener que soportar, nos van a llevar juntos al cadalso.
El Duque de Snape no lo miró, pero dijo lo suficientemente alto como para que el otro le pudiera oír.
—Para mí será un honor.
Severus y Regulus habían pasado las horas conversando de mil cosas, como la vida de Severus en Inglaterra o los deseos de Regulus de conocer París. Antes de amanecer, había llegado un letrado tan estirado como el que había apresado a Severus, quien les había leído sus condenas e informado que iban a ser llevados al lugar de su ejecución.
—¿Cuánta gentileza la de los señores? —se burló Regulus, y Severus no pudo evitar sonreír con ironía.
Tanto el letrado como los guardias que le acompañaban les miraron con cierto respeto. No era común que los condenados se dirigieran al cadalso con tanta dignidad como esos dos.
Les ataron las manos a la espalda y les sacaron de Azkaban, por unos pasillos tan oscuros que de no ser por la lámpara que llevaba el guardia que iba delante no se habría podido caminar sin tropezar. Al salir al exterior, pudieron ver que el cielo empezaba a adquirir ese tono rojizo que precedía al amanecer. Severus respiró a todo lo que daban sus pulmones, disfrutando el regalo que le estaba dando la naturaleza.
Les condujeron a una carreta jaula, y empezaron su camino, escoltados por cuatro soldados a caballo, dos delante y dos detrás. Mientras avanzaban por el pedregoso sendero, hasta el parlanchín Regulus permaneció en silencio, hundido en sus pensamientos. Severus sólo podía pensar en Harry, en sus bellos ojos verdes y su tibia sonrisa. Estaba seguro que esa imagen iba a permanecer en su mente hasta exhalar el último suspiro.
Habían recorrido un buen trecho cuando encontraron unas piedras en el camino, que obstruían el paso de la carreta, por lo que tuvo que detenerse. Los soldados apenas lograban asimilar que era imposible que esas piedras estuvieran allí, cuando ya estaban rodeados de bandidos embozados que les apuntaban con pistolas y escopetas.
—Tiren sus armas —ordenó el que parecía ser el jefe del grupo—. Y háganlo con mucho cuidado, mis hombres tienen el pulso muy sensible y cualquier movimiento extraño podría hacerles disparar —los soldados obedecieron—. Usted también —ordenó, dirigiéndose al cochero, que tenía un rifle a su lado.
El bandido hizo un gesto a dos de sus hombres, que se apresuraron a recoger todas las armas del suelo.
>>Ahora, bajen de sus monturas muy lentamente.
Cuando los cinco hombres estuvieron abajo, varios de los enmascarados se acercaron y les ataron de pies y manos, obligándoles a sentarse en el suelo.
>>¿Dónde está la llave de la jaula?
—En mi cinturón —contestó el cochero casi de inmediato. No estaba dispuesto a arriesgar el pellejo por evitar que escapara un condenado. Uno de los bandidos arrebató la llave y abrió la jaula, ayudando a salir a Severus y a Regulus, y desatando sus manos.
—No se preocupe, señor Snape —volvió a hablar quien llevaba la voz cantante—, no vamos a hacerle daño. Está usted entre amigos.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Severus.
—Pronto lo sabrá. De momento, debemos irnos.
—¿Y qué hacemos con éste, jefe? —preguntó uno de los embozados, señalando a Regulus.
—Suéltenle y que se busque la vida.
—No, señor, por favor. Él también iba a ser ejecutado. Si le dejan aquí, seguramente le atraparán.
—No podemos llevarle con nosotros.
—Entonces, yo tampoco voy.
—Severus, no digas tonterías —intervino Regulus—. Me llevaré uno de los caballos de los soldados, seguro que no me atraparán.
—En ese caso, yo voy contigo. No voy a permitir que huyas solo.
—Tanto le importa este hombre, como para despreciar el refugio seguro que le ofrecemos —preguntó el jefe de la banda con frialdad.
—Es mi amigo —contestó Severus con voz firme—. Estoy seguro que todos ustedes saben lo que es la amistad.
El bandido permaneció pensativo un buen rato.
—¿Me da su palabra de honor que este hombre no representará un peligro para nosotros?
—Por supuesto. En este momento le confiaría mi vida.
—Está bien —aceptó el hombre al fin—. Monten todos y vámonos de aquí antes que alguien note el retraso y vengan a buscarlos. Y vamos a llevarnos los dos caballos sobrantes, los vamos a necesitar.
Severus montó el caballo de uno de los soldados y, antes de partir, se acercó al jefe de los bandoleros.
—¿Tanto confía usted en mi palabra? —le preguntó.
—A usted le confiaría mi vida.
Y sin más explicación, acicateó a su caballo y todos se pusieron en camino.
A medida que el grupo de bandoleros avanzaba, a antiguo Duque de Snape se le hacía más conocido el camino. Cuando llegaron a la cabaña de Hagrid, el jefe de la banda hizo señas a Severus y ambos galoparon, alojándose del grupo lo bastante como para que Regulus no pudiera distinguir los rostros.
—¿Estás seguro que confiarías tu vida a ese sujeto, Severus? —preguntó nuevamente—. Porque vamos a ir a tu lugar secreto.
—¿A mi…? ¿Harry?
El joven se bajó el esbozo y sonrió.
—Así me llamo; Harry, tu esclavo.
Con una sonrisa de emoción, Severus acercó su caballo al del joven de ojos verdes, aferró su nuca, y acercándose a sus labios le besó con pasión. Cuando al final se separaron, el hombre preguntó:
—¿Qué significa todo esto? ¿Tú vestido como bandolero, y eso de que vamos a mi lugar secreto?
—Es una historia muy larga que te contaré cuando lleguemos allí, pero antes necesito saber si debo vendarle los ojos al sujeto ese o no. Además, ¿desde cuando acá se convirtió en tu mejor amigo? —preguntó, fulminándole con la mirada.
—¿Sabías que te ves encantador cuando te pones celoso?
—Severus…
—También es una historia larga, pero es sólo un gran amigo, mi amor —musitó—. Y ahora, que tal si me das otro beso, para tener ánimos durante el viaje.
A la distancia, Regulus abrió mucho los ojos.
—¿Severus está besando a su jefe? —les preguntó.
—Así parece —contestó uno de los bandidos, y los demás se echaron a reír.
En La Guarida de Severus, como Harry había bautizado al sitio secreto, los hombres bajaron de sus cabalgaduras.
—Bien, señores. Antes de entrar, debo hacer las presentaciones pertinentes para que conozcan a mi banda de forajidos —comentó, mirando a Severus y a Regulus, antes de quitarse el embozo—. Mi nombre es Harry.
—¿El Rey de los Gryffindor? —preguntó Regulus, impresionado.
—Eso dicen algunos —contestó, con una sonrisa cordial—. Pero como todos nos pusimos apodos, aquí soy Harry ‘el esclavo’. Te doy la bienvenida, siempre y cuando no te metas con Severus, quedas advertido.
Todos rieron y el joven siguió su presentación. A medida que les nombraba, los hombres se quitaban el embozo.
—Por orden, tenemos a Ron ‘el rojo’, Neville ‘el bribón’, Seamus ‘el granuja’, Blaise ‘el jinete’ y Cedric ‘el guaperas’. Este sujeto tan aburrido no ha querido ponerse mote, así que le llamaremos simplemente Remus.
—¡Remus! —exclamó Severus con alegría, abrazando a su amigo—. Gracias.
—Bienvenido, Milord —se burló el otro con tono afectuoso.
—Genial —comentó Harry—. Le llamaremos Severus ‘el Milord’.
El hombre no dijo nada, pero le miró con una ceja alzada. Harry a veces se comportaba como un chiquillo.
>>Y por último, ese estiradito de allí es Draco ‘el aristócrata’.
—Dioses, Draco, estás bien —Severus corrió hacia su ahijado y le estrechó entre sus brazos—. Estuve tan preocupado por ti.
—Y yo por ti, Padrino —musitó el joven rubio, enterrando la cabeza en su pecho, incapaz de contener las lágrimas.
—Bueno, ya está —habló Harry luego de un rato, con una amplia sonrisa—. Remus, recoge a tu rubio llorón antes que me siga ajando a Severus, que aún me falta el berrinche de Hagrid.
—¿Hagrid también está aquí?
—Por supuesto —contestó Harry, esquivando una rama que le mandó Draco por llamarle llorón—. Y seguro nos ha preparado uno de sus guisos, y no se ustedes pero yo tengo hambre.
—¿Harry, pero, todo esto…? —Severus no entendía nada.
—Es mejor que te lo contemos con un buen plato de comida y una copa de vino delante. Entremos ya.
—Albus, ¿me mandaste llamar? —preguntó Moody, observando al anciano, cuyo rostro estaba descompuesto.
—Acaba de llegar un mensajero de Azkaban —dijo Dumbledore, quien temblaba de rabia—. Un grupo de bandoleros asaltó la jaula que llevaba a Severus Snape al cadalso y le liberaron.
—¿Bandoleros? Pero para qué iba un grupo de bandoleros a rescatar a Snape.
—Piensa, Alastor. Deben ser amigos de ese hombre, por eso le rescataron.
—¿Qué amigos le pueden quedar? Los Slytherin que no están presos, están muertos.
—¿Recuerdas a todos los libertos que le defendieron en el juicio? —preguntó Dumbledore con mordacidad.
—¡Demonios, tienes razón! —exclamó su interlocutor—. Enseguida doy orden para que los traigan para interrogarles.
—Alastor, ¿te estás escuchando? —preguntó el anciano con irritación—. ¿Se supone que somos los magnánimos liberadores de esclavos? ¿Cómo crees que reaccionaría el pueblo si apresáramos a un grupo de libertos?
El otro apretó los dientes ante la mordacidad de su jefe, pero tenía que reconocer que tenía razón. Controló su propia irritación y preguntó:
—¿Y qué vamos a hacer entonces?
—Buscarle por cielo y tierra, y matarle. Corre la voz entre tus matones.
—¿Y con Harry? En cuanto sepa que escapó va a querer reunirse con él.
—No lo creo. Los últimos días ni ha preguntado por Snape. A su edad los caprichos se olvidan con facilidad, y los jóvenes son muy manipulables. Yo me encargaré de él —comentó, sin darse cuenta que la creencia en su propio poder sobre la voluntad de las personas quizás fuera lo que un día le hundiera—. Por otra parte, no creo que Snape se atreva a venir a buscarle. Y ahora, apresúrate y da la orden: le queremos muerto o muerto.
Estaban todos sentados en una de las cuevas mas grandes, que se solía utilizar como comedor y lugar de reunión de los habitantes del lugar. No poseían muebles, y todos estaban sentados sobre las pieles que estaban esparcidas por el piso. En ese momento Harry se alegraba de que Hagrid hubiera vivido como ermitaño, y acumulado las pieles de todos los animales que cazaba, además de todo lo que le había suministrado Severus cuando le había contratado como guardabosque.
Mientras comían, habían explicado a Severus y Regulus todo lo ocurrido en Hogwarts durante los días en que ellos estuvieron presos, sobre todo lo referente al ataque al palacio y el rescate de Lady Voldemort y los niños. Luego de recoger los platos de la comida, la dama y Pansy se habían retirado para llevar a los niños a su siesta, dejando a Hermione como la única chica en medio del variopinto grupo de hombres.
—Severus, antes que nada, quiero que me disculpes por haberles traído hasta aquí —se excusó Harry—. Sé que era tu lugar secreto, pero no se me ocurrió un sitio más seguro.
—Hiciste bien —contestó el aludido, asintiendo—. Lo más importante era salvar a los pequeños. Ron, Hermione, agradezco profundamente la ayuda que prestaron a Harry en esto. Y Remus y Draco parece que también estuvieron muy entretenidos.
—Sí, pero ese terco que tienes por pareja, no me permitió salir de aquí hasta anoche, cuando nos reunimos para planear tu rescate —refunfuñó Draco, quien luego miró a Remus—. Y tú le apoyaste.
—De hecho, eso va a continuar así —Harry levantó una mano para detener la protesta del rubio—. No te preocupes, vas a tener compañía.
—¿Qué has planeado? —preguntó Severus, clavando la mirada en esos increíbles ojos verdes.
—Remus y yo hemos estado hablando mucho sobre esto. Si me permites —pidió, mirando a Remus—, yo les explicaré.
—Eres el Rey —contestó éste, burlón.
—Muy gracioso. En fin, lo cierto es que primero debemos asumir la situación real —observó que todos le miraban con atención—. Dumbledore y su gente tienen engatusada a la mayoría de la población, y existe demasiado odio acumulado en muchas personas, algo que va en nuestra contra —varios de los presentes asintieron—. No nos queda más remedio que jugar el juego que ellos practicaron por tantos años, pero con nuestras reglas.
—¿Qué quieres decir?
Harry respondió profundamente. Sabía que lo que iba a plantear sería duro, incluso para Severus y él mismo.
—Blaise y Seamus, ustedes no tienen familia en Hogwarts, ¿verdad? —ambos jóvenes asintieron—.Vendrán a vivir aquí. Los bandoleros tienen que seguir en activo, necesitamos conseguir armas, caballos, dinero, cualquier cosa que sea útil —miró a todos atentamente—. Severus es quien más experiencia tiene, por eso le voy a designar jefe de este lugar. Todos deberán acatar sus decisiones.
—Eso me suena a nepotismo —comentó Ron, burlón. Harry sonrió, pero el rostro de Severus permaneció impasible.
>>Irán a Hogwarts y dirán a sus amigos que piensan montar una granja en la zona de las haciendas. Es una excusa creíble, pues se sabe que están vendiendo la mayoría de las tierras que pertenecieron a los Slytherin; creo que gente de Alastor está detrás de ese asunto —comentó con furia, antes de volver a centrarse en lo que debía—. Nos encargaremos de preparar dos carretas con provisiones para que las traigan, a nadie extrañará que salgan bien equipados si piensan instalarse en otras tierras. ¿Necesitan algo en particular?
—Tabaco y vino —pidió Hagrid.
—Eso dalo por descontado —aseguró Seamus.
—Café y unos cuantos libros interesantes —dijo Draco.
—También tenemos un problema con la vaca —intervino Hermione—. La que tenemos está terminando su ciclo de dar leche, y si no conseguimos que quede preñada, vamos a tener problemas para conseguir leche para los pequeños. Y por estos lados no he visto un toro, la verdad —terminó con gesto cómico.
—Tengo una idea —intervino Neville—. Mi abuela tiene una granja, con varias vacas y dos toros mansos, de cría. El trabajador que le ayudaba se fue para unirse a ‘la rebelión’. Son demasiados animales para atenderlos ella sola, así que estoy seguro que nos venderá sin dificultar una vaca y un toro; incluso podemos conseguir gallinas, un gallo y algunos pavos.
—Conseguir todos esos animales costará mucho dinero, ¿no? —intervino Ron.
—Dejen eso de mi cuenta —dijo Remus—. Severus me pagaba un sueldo más que generoso, y siempre viví modestamente. Tengo una buena cantidad de monedas de oro ahorradas.
—No podemos usar tu dinero —negó Severus.
—Éste es un compromiso de todos, y cada quien debe ayudar en la medida de sus posibilidades.
—Igual no costará tanto —comentó Neville—. Soy su único nieto y digamos que tiene debilidad conmigo. Además, va a estar agradecida de que le libremos de buena parte de su trabajo diario.
—Entonces perfecto, vendrán en cuanto tengamos listas todas las provisiones —se giró a Severus—. Una vez lleguen, tendrás que empezar a organizar incursiones con la banda —el hombre asintió, pero no dijo nada y su rostro permaneció pétreo.
—¿Y qué van a hacer ustedes? —indagó Draco.
Harry miró a Remus en una muda súplica para que continuara él.
—Nosotros tendremos que regresar a Hogwarts, Draco.
—¿Cómo? Pero, ¿por qué? Pueden quedarse con nosotros y ser miembros de la banda.
Para sorpresa de todos, el que contestó fue Severus.
—Albus Dumbledore y Alastor Moody han demostrado ser hombres astutos y crueles, una combinación muy peligrosa. Si Remus y Harry no aparecen, llagará a la conclusión más lógica. Se inventará alguna infamia sobre ellos y empezará una persecución que no nos conviene. Aunque no nos guste la idea —su tono se hizo más duro—, es la única alternativa.
—Además —agregó Remus—, estando allí, podremos conocer sus movimientos por anticipado, y avisarles en caso de que salga algún trabajo importante. Y también podremos reclutar más aliados, es indispensable si queremos tener alguna posibilidad contra esa gente.
—Hay otra cosa importante —señaló Harry—. En mi papel de futuro Rey, podré ayudar a las gentes que están en Azkaban, y especialmente a los niños del orfanato. Remus va a seguir preguntando por Draco de tanto en tanto, y va a permanecer viviendo en su casa. Yo, en cambio, esperaré un par de semanas para que el asunto de la fuga de Severus se enfríe. Luego, me presentaré en palacio a hablar con Dumbledore, fingiendo que estoy aburrido de vivir con Remus y quiero ocupar el puesto que me pertenece, bajo su sabia tutela, por supuesto. Fingiré ser el discípulo perfecto.
—¿Estás seguro que te creerá? —preguntó Severus, preocupado.
—No te inquietes —susurró, apretando brevemente su mano—. Albus Dumbledore tiene el mayor ego del Universo. Nunca pasará por su cabeza que un simple esclavo de dieciocho años tenga la inteligencia suficiente para engañarle.
—Pensaba que ahora estaríamos juntos para siempre —se quejó Draco, mirando a Remus con gesto triste—. Y todo esto que plantean puede demorar un montón de tiempo.
Mientras Remus consolaba al joven rubio, Harry hizo un gesto a Severus para que le siguiera al exterior. Caminaron tomados de la mano, pasando por detrás de la cascada, y se sentaron en el pedazo de césped donde habían hecho el amor por primera y única vez.
—Pasé tanto miedo por ti —musitó Harry, acariciando su mejilla—. Estás tan delgado.
—Yo estaba resignado a morir. Lo único que lamentaba era no haber podido verte una vez más.
—Yo me moría por verte, pero no podía asistir al juicio. Debía desligarme de todo para evitar cualquier sospecha.
—Lo entiendo. Gracias por rescatarme —el hombre sonrió y abrió los brazos—. Anda. Ven aquí.
El joven se acurrucó en el cálido refugio y permanecieron así largo rato.
>>Entiendo a Draco —musitó al fin Severus, besando la negra coronilla—. Te voy a extrañar horrores.
—Vendré cada vez que pueda —prometió el joven—. En estas dos semanas no me va a ser posible, pero en cuanto esté en palacio, pediré que me asignen la habitación que ocupaba Lady Voldemort en el ala infantil. Dumbledore estará encantado, pensando que no quiero disputarle su derecho a ocupar la habitación del Rey, y yo tendré una trampilla por donde escaparme alguna noche.
—No quiero que te arriesgues.
—No te preocupes, dejaré a Ron vigilando. Al fin y al cabo, ya está acostumbrado; lo hacía cuando Draco se escapaba para verme —comentó, riendo.
—Sabes que esto puede llevar años, ¿verdad?
—Lo sé —musitó con tristeza—. Pero nosotros podremos superarlo. Mientras me sigas amando, yo resistiré.
—Ya no sabría lo que es vivir sin amarte —Severus bajó la cabeza y besó su nuca con suavidad—. Estás tan dentro de mí. Y tengo tanto miedo.
—¿Miedo? —levantó la cabeza para mirar los hermosos ojos negros—. ¿De qué?
—De que pase demasiado tiempo y Dumbledore presione para que te cases y tengas un heredero. ¿Qué haremos entonces?
—Le confesaré que soy impotente, así quizás se anime él a buscar ese heredero —replicó con mueca cómica, y Severus no pudo contener la carcajada—. No tengas miedo, mi amor. No sé cuánto va a durar esto, ni cómo lo vamos a lograr; en estos momentos, lo único que tengo seguro es que, cerca o lejos, lo vamos a lograr juntos.
Y abrazándose al cuello de Severus, cerró su promesa con un apasionado beso.
Dos semanas más tarde
Albus Dumbledore estaba furioso. No sólo no habían dado con el paradero de Severus Snape, sino que parecía ser que los bandoleros que le habían rescatado eran los mismos que habían asaltado los carruajes de dos importantes miembros del nuevo régimen, y lo que era peor, un cargamento de armas que se enviaba de la ciudad hacia las tierras del Este.
En ese momento, se escucharon unos toques en la puerta. Contestó ‘adelante’ y el guardia que vigilaba su despacho entró y se cuadró frente a él.
—El heredero al trono, Lord Harry Potter, pide audiencia.
Sin saber que pensar ante el hecho de que Harry se presentara como el heredero al trono, Albus ordenó que entrara de inmediato.
—Mi muchacho, al fin te veo —saludó con fingida sonrisa—. Pensaba que te habías olvidado de este pobre viejo.
—Tú no eres viejo, Albus, tienes más vitalidad que yo —Harry le estrechó la mano, sonriendo.
—Pero siéntate, por favor —pidió, indicándole una silla frente al escritorio—. Sé que éste es tu despacho, pero como estabas con Remus, yo…
—Albus, no, no te disculpes —pidió, fingiendo afabilidad. Severus hubiera estado orgulloso de sus capacidades histriónicas—. Y éste no es mi despacho sino el tuyo. Yo todavía soy muy joven y tengo mucho que aprender antes de poder ocuparlo, así que te agradezco que estés haciendo el trabajo apropiado mientras tanto.
—¿Y a qué debo el placer de tu visita? —preguntó el anciano, encantado con la adulación.
El joven se mostró avergonzado.
—Quería pedirte disculpas por no aceptar vivir contigo en el palacio —musitó con tono contrito—. Aprecio mucho a Remus, pero no entiendo por qué insiste en quedarse en su casita pudiendo venir aquí. Entre nosotros, ya no soporto ese barrio —el anciano sonrió; sabía que tarde o temprano el joven regresaría al redil—. ¿Me dejarías vivir aquí y aprender de ti? No quiero que me proclamen Rey todavía —se apresuró a agregar—. Necesito que me ayudes y me instruyas. Sólo te pido que me permitas seguir haciendo lo que hago ahora, como ocuparme del orfanato. Me preocupan mucho los pequeños.
El anciano le miró fijamente, sopesando su petición. En realidad, no le importaba que el chico se divirtiera haciendo sus obritas de caridad, siempre y cuando no se inmiscuyera en los asuntos importantes.
—Sabes que este palacio es tuyo, como justo heredero al trono; yo sólo estoy aquí para apoyarte. Me siento honrado de que aceptes mis consejos. Ahora estoy ocupando las habitaciones del rey Godric, pero enseguida me mud…
—No, Albus, por supuesto que no te voy a sacar de tus aposentos —el tono de Harry volvía a ser adulador—. Si no te importa, preferiría elegir una habitación en el ala Este del palacio.
—Pero ésa es la zona de los niños.
—De momento, no hay niños en palacio —razonó Harry—. Y allí estaré cómodo, tendré ese pequeño espacio para mí.
El anciano sonrió internamente. Para él era estupendo que Harry prefiriera ubicarse en el ala infantil, eso ratificaría su propio poder como tutor delante de los cortesanos.
—Si lo prefieres así —dijo en voz alta—. Puedes elegir la habitación que desees.
—Te agradezco mucho, Albus —se levantó, sin dejar de sonreír—. Ahora, si me lo permites, iré a instalarme.
Salió del despacho sonriendo internamente, el viejo desgraciado había picado enseguida. Casi corrió rumbo al ala infantil. Abrió la habitación donde habían encontrado a Lady Voldemort y a los niños. Estaba todo sucio, era claro que esa habitación no había sido tocada desde el asalto al castillo y agradeció por eso.
La alfombra estaba en su lugar, tapando la puerta del pasadizo, que según recordaba se disimulaba entre las piedras del suelo. Luego de levantar el tapete, intentó abrir la puertecilla, que cedió con facilidad; Harry sonrió ampliamente. Ahora, tendría que buscar a Hermione y pedirle que encontrara una persona de plena confianza para limpiar sus aposentos; no deseaba que alguien demasiado dispuesto decidiera levantar la alfombra para limpiar y descubriera la trampilla.
Miró la salida hacia el pasadizo una vez más, la cerró, colocó la alfombra y sonrió.
Esa noche, Ron tendría que hacer vigilia, porque él al fin dormiría entre los amados brazos de Severus Snape.
Última edición por alisevv el Dom Feb 28, 2016 5:52 pm, editado 1 vez | |
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