alisevv
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| Tema: The Marked Man. Capítulo 34. Jugo de calabaza por galón Jue Jun 28, 2012 4:30 pm | |
| La mañana siguiente, Harry despertó rodeado de una sensación de paz. Se estiro perezosamente en la cálida cama y abrió los ojos para buscar a Severus. El hombre no estaba allí, pero notó el sonido de la ducha cayendo en el baño junto al pasillo. Se enderezó y sonrió, recordando cómo habían hecho el amor. Nunca hubiera creído que pudiera sentirse tan relajado respecto al sexo, pero desde su enlace todo había cambiado. Presumía que cuanto más practicaran en unir sus magias en Gibraltar, así como cada vez que tenían sexo, el enlace se fortalecería. Era algo maravillosamente anhelado.
Mientras pensaba en Severus, podía sentir la alegría del hombre que se estaba duchando. No podría explicar cómo podía sentirlo, simplemente sabía cómo se sentía su pareja. Si se concentraba, incluso podía detectar una inquietud subyacente…
Severus regresó, con una toalla rodeando sus estrechas caderas. Su largo cabello estaba húmedo pero no goteaba; debía acabar de lanzarle un hechizo de secado.
—Ya era hora que despertaras, perezoso. No eres madrugador, ¿cierto?
Hasta poco tiempo atrás, ese tipo de saludo hubiera hecho que Harry enrojeciera. Ahora, se daba cuenta de que sólo era una manifestación del áspero sentido del humor de Severus. Rió entre dientes.
—No, nunca fui madrugador; por lo general prefiero las horas nocturnas. Deberías saberlo, me atrapaste algunas veces vagabundeando después del toque de queda.
—Sí, y sospecho que lo hacías incluso con más frecuencia. Esa maldita capa de invisibilidad tiene muchas respuestas que darme. Aunque, ahora podría sernos útil. Es hora que te levantes; prepararé el desayuno en un momento.
Harry se levantó y se dirigió al baño, todavía sonriendo. Se rehusaba a perder el buen humor, aunque podía sentir un eco de incomodidad subyacente en Severus. Estaba seguro que esa sensación estaba presente en su esposo la mayor parte del tiempo, y estaba relacionada con Voldemort. Este iba a ser un buen día, podía sentirlo. El Equipo de Destrucción de Horcrux tenía un avance… gracias a Severus.
El mayor había hecho té y tostadas, y también había cereal disponible. Harry miró el Weetabix* y simplemente se vio impulsado a preguntar.
—Severus, ¿por qué demonios comes Weetabix?
—¿No te gusta?
—Sí, me gusta. Bastante. Pero no esperaba ver esta cosa muggle en tu mesa de desayuno.
—¿Por qué no? Sabes que soy mestizo. Mi padre solía comerlo todos los días.
—Oh.
Harry se sintió como un idiota. Aquí estaba, en Spinner’s End, el hogar de los señores Snape, y el señor Snape había sido muggle. Se sirvió dos cucharadas de galletas y las cubrió generosamente con leche. Le gustaba verter la leche sobre las galletas secas mientras flotaban en el liquido suficiente como para que no se empaparan del todo. Era un arte y se concentró en ello. Levantó la mirada para ver a Severus sonriéndole
—Sí hubieras sido igual de cuidadoso en tus clases de Pociones, tus calificaciones hubieran sido considerablemente mejores.
Harry le hizo una mueca y empezó a comer su Weetabix. Estaba comenzando a sentir ese lugar como su hogar, a pesar de lo sórdido que era. Por supuesto, era Severus el que hacía que se sintiera así, más que el ambiente en sí.
Después de desayunar, se despidió con un beso. En realidad, no le importaba marchar, pues sabía que regresaría en la noche. También, podía sentir que Severus deseaba mantenerle lejos de sus asuntos con los Mortífagos. La impresión llegó a través del enlace con una sensación de protección, y Harry sintió calidez. Sonrió y dijo:
—Regresaré esta noche, amor. Espero tener buenas noticias.
Severus también sonrió.
—Las buenas noticias siempre son bienvenidas. Pero tú lo eres cualesquiera que sean las noticias que me traigas.
Harry se Apareció en Mablethorpe con el corazón volando como una snitch recién liberada. Cuando llegó, Ron, Hermione y Remus bebían té en la mesa de la cocina.
—¿Harry! —exclamó la chica, encantada—. Llegaste temprano. ¿Sucedió algo? ¿Hiciste progresos en tu entrenamiento? No hay problemas, ¿verdad?
—Una pregunta a la vez, Hermione —rió Remus—. Déjale respirar. Debe estar cansado, después de todo.
Harry fingió mirar con furia a Remus, quien es su opinión estaba demasiado sonriente.
—No estoy cansado, dormí muy bien, gracias. Y vine temprano porque voy a ir a Hogwarts con ustedes. Severus tuvo una idea de dónde buscar y creo que es buena.
Harry fue instado a que se sentara y una taza de té fue puesta ante él. Todos estaban interesados en escuchar la nueva idea sobre la copa. En vista de que no habían encontrado nada a la fecha, ya todos estaban comenzando a preguntarse si no estarían perdiendo el tiempo.
—¿Recuerdan el día que estuvimos en las mazmorras y Dobby apareció?
—Sí…
—Bien, le mencioné el hecho a Severus, y que Dobby nos había ofrecido sus copas para el jugo de calabaza, y Severus dijo: ¿Qué mejor sitio para ocultar un árbol que un bosque?
Remus rió en voz alta.
—¡Viejo Sly del demonio! Confía en un Slytherin para ver lo que no pudimos ver aún estando frente a nuestras narices. Tiene un punto, y uno malditamente bueno.
—¡Las cocinas! —exclamó Ron con entusiasmo—. Ésa es buena idea, incluso si fue Snape el que la pensó.
—Severus está lleno de buenas ideas, Ron —le regañó Harry—. Incluyendo todo este plan del enlace. Si matamos a Voldemort, será tanto gracias a él como a cualquiera.
Ron lució tanto avergonzado como incómodo ante el obvio entusiasmo de Harry por su esposo.
—Sí, bien… Mejor nos vamos a buscar ya. Si está allí, yo seré el primero en agradecerle por la pista.
Hermione miró a su novio con aprobación.
—¿Vendrás con nosotros, Remus? —preguntó Harry—. Estoy extrañando cazar Horcruxes contigo.
Remus sonrió con genuino placer.
—Pienso que me gustaría un viajecito a Hogwarts, Harry. Especialmente si vamos a almorzar en el Gran Comedor. Y siempre es agradable ver a Minerva.
—Parece extraño no estar haciendo planes para regresar — musitó Hermione.
—Si encontramos este Horcrux, Hermione, todavía puedes regresar y presentar tus EXTASIs. También Ron —comentó Harry.
—Sí, claro que podrías —agregó Remus—. Tienes un futuro académico enorme, Hermione. Sería una pena que perdieras un año.
—Haré lo que sea necesario para destruir a este malvado —contestó ella con determinación—. Si debo perder el año, lo haré. No es el fin del mundo. Dejar que Voldemort se hiciera más fuerte sí lo sería.
Con eso, los cuatro magos se Aparecieron en las afueras de Hogsmeade, unidos en su determinación de encontrar la copa y dar un nuevo paso para acercarse a la destrucción de Voldemort
—Es bueno verte, Remus; y, por supuesto, a mis tres estudiantes recientemente idos —saludó Minerva al grupo, que acababa de entrar en su oficina. Ella estaba sentada en su escritorio, rodeada por montones de pergaminos, luciendo bastante aturullada aunque apenas eran las nueve y media de la mañana—. Tengo muchas cosas del nuevo personal que organizar, es un fastidio.
Harry pensó en Severus. Naturalmente, Minerva todavía creía que su esposo era un asesino traidor. La rehabilitación de Severus en la sociedad mágica iba a ser un problema casi tan grande como destruir al Señor Oscuro.
—Vinimos a decirle que hoy vamos a cambiar el centro de nuestra investigación —explicó Hermione—. Agradeceríamos su permiso para buscar en las cocinas.
Las cejas de la Directora se alzaron con sorpresa. Hermione continuó:
>>Al parecer, existe la posibilidad de que la copa que estamos buscando fuera puesta allí, junto con las demás.
McGonagall asintió.
—Ya veo. Es una posibilidad, por supuesto. Si un elfo domestico encontrara una copa extraviada, él o ella se asegurarían de llevarla a la cocina. ¿Pero no dijeron que el artículo es una reliquia?
—Sí, pero se ve bastante común, Minerva —contestó Remus—. No parecería algo extraño.
—Bueno, claro que pueden investigar donde deseen. ¿Necesitan la ayuda del señor Filch?
—No, creo que no —se apresuró a replicar Remus—. Los elfos domésticos son los mejores guías en las cocinas. Dobby, el amigo de Harry, podrá ayudarnos, estoy seguro.
Minerva sonrió.
—Ah, Dobby, es un pequeño sujeto encantador y siempre está hablando sobre Harry —le hizo un guiñó al joven de ojos verdes, quien puso los ojos en blanco—. Le llamaré —con un giro de su mano, Dobby apareció.
—Sí, Directora —gorjeó alegremente; cuando vio a Harry, agregó rápidamente—. ¡El señor Harry Potter está aquí! Es bueno volver a verle, Harry Potter.
—Dobby —ordenó McGonagall—. Ve con esta buena gente y ayúdales a buscar en las cocinas.
—Sí, Directora. Dobby está complacido de ayudar a Harry Potter a buscar. Vayan por ese camino, por favor; todos.
Los cuatro magos salieron de la oficina de Minerva, seguidos por un elfo doméstico que vestía el más extraño surtido de ropas. Comparado con los demás elfos de Hogwarts, Dobby llevaba mucha ropa. Además de su uniforme de elfo doméstico de Hogwarts, lucía unas medias disparejas en verde y amarillo fluorescente, y un sombrero de punto que Hermione reconoció como elaborado por ella. Dobby parloteó todo el camino hasta la cocina, diciéndoles cuán alegre estaba de verles de regreso en Hogwarts y de que estuvieran escuchándole. Tener magos escuchando sus consejos parecía elevar su ya gran —para ser un elfo doméstico— ego.
La puerta de la cocina se abrió al acercarse Dobby, retirando la necesidad de estimulación digital sobre las piezas de fruta del cuadro de entrada. Obviamente, la puerta estaba hechizada para admitir a los elfos domésticos sin problema, lo cual era una gran idea si se tenía en cuenta que ellos frecuentemente pasaban con impresionantes pero precarias pilas de loza balanceándose en sus brazos.
>>Hay dos armarios de copas —comenzó Dobby, señalando dos altas puertas que iban desde el suelo hasta el techo. Remus abrió una de las puertas y ojeó dentro. Hileras e hileras de estanterías, separadas a un pie de distancia, llenas de copas. No parecía difícil descartar allí, pues todas eran doradas. Al menos, claro, que la copa de Hufflepuff hubiera sido pintada de dorado en algún momento. Deseó no haber pensado en eso, pero decidió que volverían aquí si no encontraban la copa.
—Estás son doradas —comentó a los demás—. Echemos un vistazo al otro.
Ron abrió la puerta y se enfrentó con una distribución similar, pero esta vez todas las copas eran de plata.
—¡Estas son más parecidas! Primeras copas de plata que veo desde la Habitación de Trofeos, y aquellas no daban el tipo de todas formas.
—Puedo sacarlas y llevarlas a esa mesa, señor Weasley, señor —ofreció Dobby, señalando con excitación hacia el mesón más cercano—. Usamos estas de plata para el personal, excepto en las fiestas, cuando damos a todos las doradas. Al profesor Snape no le gustan las doradas, dice que parecen adornos de árbol de Navidad… —se calló al darse cuenta que acababa de mencionar al traidor-que-nadie-debía-volver-a-nombrar.
Para cubrir la incomodidad, Ron empezó a sacar copas de la estantería más baja y entregárselas a Hermione, quien las colocaba sobre la mesa.
—Vamos a sacarlas primero —sugirió Remus—. Luego podremos examinarlas con más atención. Aunque si me preguntas, es como buscar una aguja en un pajar, con tantas copas de plata de donde elegir. Nuestra copa debe estar marcada con un tejón, pero puede estar oscurecido por la patina o simplemente muy tenue por los años.
—Podré reconocerlo —aseguró Harry, refiriéndose al modo en que parecía ser capaz de sentir la presencia de los Horcruxes, pero Dobby lo tomó al pie de la letra.
—Si es una herencia del señor Harry Potter, la reconocerá, señor —chilló con entusiasmo—. Es importante que las cosas de la familia de Harry Potter se mantengan juntas.
Ron puso los ojos en blanco, y Hermione y Remus rieron entre dientes. Dobby era incansablemente entusiasta con todo lo que dijera o hiciera Harry.
Cuando todas las copas estuvieron alineadas sobre la mesa —y parecía haber cientos de ellas— los cuatro magos se pararon alrededor, uno a cada lado, y empezaron a examinarlas. Todas las copas eran de plata, y algunas tenían un diseño uniforme.
—Podría servirse galones de jugo de calabaza en éstas —comentó Ron mientras miraba con atención una de las copas—. Nunca me di cuenta de que Hogwarts tuviera tantos estudiantes.
—Creo que en el pasado hubieron incluso más estudiantes. Puede que podamos ahorrar tiempo si apartamos aquellas que formen parte de un juego —sugirió Remus—. La que buscamos no debería tener otra copa similar, ¿no les parece?
—Bueno… —contestó Hermione, pensativamente —, ésa sería buena idea para empezar, pero pienso que deberemos examinar todas. A menos que tengan alguna marca que indique cuándo o dónde fueron hechas, no creo que podamos descartar ninguna, pues la copa original pudo haber sido modificada a lo largo de los siglos.
—Gracias, Hermione —se quejó Ron—. Tú siempre animando.
Lo que siguió fue un par de horas de diligente examen de la vajilla. Las pocas que lucían como si pudieran ser más antiguas que las demás fueron dejadas aparte para futuro escrutinio.
—¿Has sentido algo, Harry? —indagó Remus después de un rato.
—Nada —contestó—. Ten por seguro que gritaré cuando lo haga.
—Rolanda Hooch —interpuso Ron, al azar.
—¿Eh?
—Ésta tiene un nombre: Rolanda Hooch.
—Sí, señor Weasley, señor —se unió Dobby, ansioso por ayudar—. Los profesores tienen sus propias copas, con sus nombres en ellas.
Harry se mostró interesado.
—¿Qué sucede cuando un profesor se marcha, Dobby? ¿Su nombre es reemplazado?
—No, Harry Potter. Se llevan sus copas porque son objetos personales. Como un recuerdo de Hogwarts.
Harry gruñó. Así que las copas vagaban. La que ellos buscaban podría haber desaparecido con algún profesor retirado décadas o incluso centurias atrás. Los cuatro reemprendieron su examen con menos esperanzas que las que habían tenido al abrir el gabinete por primera vez, revelando la mina de copas de plata.
—Ésta tiene unas marcas que no puedo identificar —murmuró Ron un poco después—. Ha sido pulida por arriba, pero debajo permanece sin pulir. Está toda deslustrada.
—Déjame echar un vistazo —pidió Hermione, tendiendo su mano.
Ron le entregó la copa. Común y corriente como había demostrado ser el resto, ninguno tenía muchas esperanzas de que significara algo.
—Hmm, tienes razón. Hay una inscripción aquí. Incluso pueden ser iniciales…Pienso que son I.I.H.
—Podría ser una vieja copa de Harding. Ignatius Insipidus Harding. Él fue profesor de Aritmancia los dos primeros años que estudié aquí —sugirió Remus—. Siempre pensé que era un nombre malditamente estúpido.
—Me preguntó porqué no se la llevaría con él —musitó Harry.
—Es extraño. Él se retiró y se despidió en el banquete de despedida y todo. Hubiera pensado que debería habérsela llevado, si es la tradición. Era tan tradicional como un tronco de Navidad.
Hermione todavía estaba mirando fijamente la marca.
—¿Tienes algún líquido para pulir para plata, Dobby?
—Sí, señorita Granger. Dobby lo traerá enseguida.
Dobby salió a través de una puerta lateral y regresó rápidamente con un paño suave y una lata. Hermione desenroscó la tapa y las ventanas de su nariz fueron asaltadas por el fuerte olor de ¡Addlepate, Limpiador de Plata Patentado! No hay mejor limpiador para desterrar la mugre
—¡Urgh! ¡Esa cosa apesta! —gruñó Ron.
Harry rió entre dientes ante la reacción de su amigo.
—Debes recordarlo, pasamos mucho tiempo puliendo trofeos con eso.
—Sí, pensé que lo olería por última vez cuando me fui de aquí. Apúrate con eso, Mione. La cocina está apestando.
Hermione no contestó. Ella estaba frotando la base de la copa con un dedo rodeado por el paño.
—Estaba equivocada. En realidad, no dice I.I.H. sino H.H! la pieza que cruzaba la primera hache no se veía por la patina. ¡Harry, creo que es ésta!
Todos permanecieron callados. Dobby se mostraba confundido.
—Pero Black no tiene las iniciales H.H., ¿verdad, Harry Potter?
—Es ésta —replicó Harry, tendiendo su mano hacia la copa.
Cuando Hermione la puso en su palma, él supo que la habían encontrado. | |
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