alisevv
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| Tema: The Marked Man. Capítulo 27. El último día soleado de libertad Miér Nov 17, 2010 9:42 pm | |
| El clima de agosto era caluroso incluso a las ocho de la mañana. Severus, cubierto bajo un hechizo de ‘No verme’, caminaba tranquilamente por las calles de Privet Drive. No corría ningún riesgo de quemarse, pues vestía una holgada túnica de verano, negra, por supuesto. Sus labios se curvaron reflexivamente mientras pasaba delante de los pulcros jardines con sus reglamentarios lechos de flores y céspedes cortados, muchos de los cuales estaban siendo regados por dispositivos muggles diseñados para rociar el agua uniformemente por toda la zona verde. Mientras apreciaba la naturaleza y su benignidad en el suministro de ingredientes para pociones, encontró que esta necesidad de imponer patrones exactos en los jardines delanteros de las casas muggles le causaba perplejidad y extrañeza. Cualquier cosa que no encajara —la simple aparición de una margarita o un diente de león— era atacada implacablemente con herramientas y productos químicos. Lo había visto antes; esa necesidad muggle de cumplir con los estándares represivos de su sociedad había sido la responsable de muchas persecuciones irracionales a lo largo de la historia. Era parte de la razón por la que estaba allí esa mañana.
Aunque podía entender esa necesidad de encajar en la sociedad, no podía comprenderla o simpatizar con ella cuando resultaba en la persecución de un jovencito inocente, apenas un niño. Dudaba que ése fuera un comportamiento normal, ni siquiera entre muggles. Su propio padre había sido lamentablemente inadecuado, propenso a los estallidos de mal genio, pero comparado con la crianza de Harry, Tobías Snape había sido un dechado de virtudes. No, estos parientes de Harry —los Dursley— no eran menos malvados que los seguidores de Voldemort, y Severus estaba decidido a tratarles como se merecían. Harry era su esposo, y cualquiera que le lastimara, le dañaba también a él.
Había puesto su impresionante intelecto a trabajar en el problema y estaba decidido a tratar con los Dursley de forma tal que nadie pudiera encontrar rastros de su interferencia. Todavía permanecía invisible y el hechizo que iba a lanzar nunca sería detectado. Los efectos podrían ser fácilmente descritos como una reacción normal dentro de una familia disfuncional de muggles abusivos
Se posicionó frente al porche número cuatro. Se colocó al lado de un laurel que estaba plantado en un gran tiesto de cerámica marrón, y que había sido podado en una forma exactamente oval. ¡Merlín prohibiera que el arbusto lograra alcanzar su forma natural de árbol, con su crecimiento asimétrico y sus desagradables ramas sobresalientes! Severus bufó, detestando a todo lo que había sido formada para representar, más que a la planta misma. Al igual que con su esposo, su joven y floreciente crecimiento había sido obligado a cumplir con las restrictivas reglas de los Dursley.
Espero quieta y pacientemente; tenía años de práctica y no le presentaba problema aguardar a que la puerta del frente fuera abierta. Pudo percibir el olor a tocineta y café, pero lo ignoró. Había tomado una tostada y café antes de salir, y en ese momento su mente no estaba puesta en la comida. Tenía un hechizo listo, que podía ser lanzado en cualquier momento.
Eventualmente, escuchó que el picaporte giraba y la puerta pivotaba hacia dentro.
—Que tengas un buen día en la oficina, querido —chilló una voz de mujer.
Un hombre enorme atravesó la puerta. Era tan gordo que apenas cabía por la abertura sin tener que salir de lado. Llevaba un portafolio, y el esfuerzo por caminar le estaba haciendo resoplar.
—No llegaré tarde, Petunia —contestó, girándose para mirar a su esposa.
Severus lanzó el hechizo mientras el hombre se giraba.
—¡Rependo nam Harry Potter; somnium dolores suis, saepe!*
Una brillante luz anaranjada salió de su varita y golpeó al hombre gordo entre los omóplatos. El sujeto no reaccionó, ni dio señales de que acababa de ser golpeado por un maleficio mágico. Severus sonrió y retrocedió a su posición inicial. Uno fuera, dos por caer.
No pasó mucho tiempo. Alrededor de media hora más tarde, la puerta fue abierta de nuevo y dos personas salieron. Una mujer alta y delgada con cara de caballo iba seguida por un joven que era de inmediato reconocible como hijo del hombre gordo, no sólo por sus rasgos faciales, sino por su tamaño. Debía ser el primo de Harry, apenas unos pocos meses mayor que él, pero tan distintos que nadie imaginaría que eran parientes.
La mujer flaca —debía ser tía Petunia, aunque Severus no podía imaginar un cuerpo menos suave y florido, pues ella era todo ángulos y brusquedad— parecía estar de un humor irritable.
—Pon tu mochila en la cajuela, Dudley. Es tan grande que entorpece la palanca de cambios —ordenó, sentándose en el asiento del conductor.
Dudley cerró la puerta de la casa con un irritado golpe y caminó hasta la cajuela del auto. Se inclinó a abrirla, y Severus atacó de nuevo.
—¡Rependo nam Harry Potter; somnium dolores suis, saepe!
Dudley se metió en el asiento del pasajero sin su mochila y el automóvil arrancó. Severus sonrió con satisfacción. Ahora, todo lo que tenía que hacer era esperar el regreso de la tía con cara de caballo. ¡Oh, cómo le hubiera gustado ser una mosca en sus paredes esa noche! Bueno, de no ser porque estaría involucrado en la mucho más agradable actividad de Lecho con Harry Potter, lo hubiera hecho.
Tres horas más tarde, la sonrisa de Severus era cosa del pasado. Se encontraba acalorado y hambriento de estar esperando frente a esa casa muggle, aguardando por la conveniencia de la señora Petunia Dursley. Bueno, por su conveniencia, en realidad. Lo más destacado de la mañana había sido cuando otra mujer muy poco atractiva —ésta regordeta y luciendo un muy conservador tinte azul— caminó hasta la entrada y tocó la campana. Los carrillones cantaron Te estoy llamando… Te contestaré, de la canción ’The Indian Love Call’. Severus se estremeció y esperó junto a la mujer regordeta, sonriendo internamente cuando ella dijo ‘Pero, bueno, ¿a qué está jugando Petunia?’, antes de regresar sobre sus pasos con un gesto de evidente contrariedad.
Eventualmente, un auto se detuvo y Severus sonrió al darse cuenta que se trataba de la señora Dursley. Esto sería fácil.
Lo fue. Mientras Petunia insertaba la llave en la cerradura, Severus repitió el hechizo que había usado con su esposo y su hijo. Igualmente ignorante, ella entró en su casa. El hombre se permitió suspirar aliviado. Ahora podría abandonar la horrible urbanización muggle y regresar a Spinner’s End. Puede que ese lugar no fuera la gran cosa, pero era preferible a la atmósfera de Privet Drive.
Mientras Severus finiquitaba sus asuntos en el mundo muggle tan rápida y eficientemente como podía, Harry y Remus estaban aplicados en preparar la Ceremonia y el Banquete de Lecho.
Remus había decidido no intentar competir con las habilidades culinarias de Severus; él no era tan bueno en la cocina y ni fantaseaba con preparar un pavo real o algo igual de exótico. Se apegaría a un buen y anticuado asado. Después de todo, a todos les gustaba la carne asada y era mucho más tradicional, ¿no? De entrada ofrecería un coctel de mariscos, que tan fácil eran de conseguir en Mablethorpe, y decidió preparar un pastel de chocolate de postre. Le aliviaba que sólo hubiera cinco a los que atender.
Una vez la comida fue comprada, preparada, y la carne y los vegetales quedaron listos para cocinar, dirigieron su atención hacia la habitación. Harry había estado sintiendo un extraño entumecimiento durante toda la mañana. Había contestado a Remus tan bien como le había sido posible y esperaba que su mentor no pensara que estaba de mal humor. Creía que posiblemente el hombre sospechara algo, pues le había estado observando detenidamente, pero no mencionó nada hasta que llegaron a la habitación.
—Creo que deberíamos utilizar algo de magia para transformar esto en un lugar más apropiado —comentó Remus, paseando la mirada por su muy sencilla habitación. Había una cama matrimonial y un guardarropa de madera haciendo juego con una cómoda, una pequeña biblioteca, una cesta de mimbre y un largo espejo de pared. Era todo muy práctico—. Animate, Harry, vamos a hacer que se vea más romántico, te lo aseguro.
El joven consiguió esbozar una tenue sonrisa. Quizás Remus pensaba que él estaba apático porque su casa no era lo que uno vería como el lugar ideal para una boda.
—¿Qué hacemos, entonces? —preguntó, tratando de mostrar algo de entusiasmo.
—Bien, lo primero será convertir la cama en una romántica pieza con doseles de cortinas vaporosas. Serán de seda transparente dorada, la cobija será de terciopelo marrón oscuro y pondremos muchas almohadas apiladas contra la cabecera de madera.
Cuando estuvo hecho, Harry tuvo que admitir que era una mejora.
—Eso es lindo —animó.
—Incluso se puede mejorar… —Remus hizo una floritura con su varita una vez más. Ahora, el cobertor quedó salpicado de pétalos de rosas blancas, y como en la ceremonia previa del Compromiso, también había unos cuantos pétalos rojo profundo—. Tienen un hechizo para permanecer frescos, durarán hasta mañana. A menos que ustedes los machaquen completamente, por supuesto —agregó, con un brillo en los ojos.
Harry había notado que últimamente Remus se comportaba de una forma muy parecida a Dumbledore, y ese brillo en sus ojos le ponía realmente nervioso. Enrojeció vivamente ante el pensamiento de destrozar todos los pétalos de rosa, y podría jurar que el brillo de esa mirada lo hacía peor.
Un giro final de la varita hizo que el mobiliario utilitario se transformara en algo que no desmerecería en la mansión Malfoy. Ahora, la cómoda y el guardarropa lucían muy barrocos, repletos de florituras y espirales en dorado. La biblioteca ahora contenía volúmenes encuadernados en cuero con los títulos impresos en elaborados diseños: la clase de libros que estarían en la bóveda de un banco o resguardados en lugar seguro. La sencilla cesta de mimbre parecía hecha con paja trenzada en múltiples colores.
—¿Esto cuenta con tu aprobación? —preguntó Remus.
—Sí, es encantador —tuvo que admitir Harry. Si no fuera por el hecho de que todo era una actuación, en ese momento se estaría sintiendo maravillosamente.
Ambos bajaron nuevamente.
—¿Qué haremos el resto de la tarde? —indagó el mayor—. ¿Hay algo que te gustaría hacer tu último día de libertad? —suavizó la pregunta guiñando un ojo, pero eso hizo que Harry se sintiera más aprensivo aún.
—Es un buen trabajo el que Severus hizo anoche para que los collares fueran invisibles. Me hubiera sentido un poco idiota caminando por ahí con Severus Tobías Snape escrito alrededor de mi cuello para que todos lo vieran. Pero ya que lo oculto, me gustaría salir. Volver a caminar por la playa hasta el parque de atracciones —pidió—. Quiero gastar tanto dinero como pueda en los caballitos y algodón de azúcar, y tratar de ganar un peluche que ciertamente no necesito.
Remus rió entre dientes.
—Me gusta cómo suena eso. Y no debemos olvidar el tren fantasma. Creo que a Severus le gustaría que llegaras emocionado.
Harry rodó los ojos.
—Puedes intentarlo —murmuró.
Y Remus lo hizo, y pasaron una tarde que Harry atesoraría. El sol de agosto era caliente; había una atmósfera de felicidad a lo largo de la playa y en la feria, y el joven se unió sin ninguna vergüenza a los chillidos de emoción de los niños, en la montaña rusa y el tren fantasma. Remus no había montado en los caballitos hacía mucho, y parecía estar disfrutando también. Finalmente, algo quemados por el sol, hartos de algodón de azúcar y con Harry cargando un peluche con forma de cerdo que tenía una ridícula sonrisa, el cual había elegido en el juego de disparar porque le recordó a su futuro esposo, regresaron a casa para empezar a cocinar.
—Recuerda mis palabras; esta noche, Severus empezará frotándote crema para después del sol.
De pronto, Harry se sintió incómodo. Antes del Compromiso, había esperado esta noche con impaciencia. Pero ahora, luego de darse cuenta que Severus hacía todo esto solamente por el asunto de la magia, se sentía de nuevo incómodo. No deseaba tener que escuchar esos chistes sobre el sexo, pero imaginó que todo empeoraría cuando Ron y Hermione regresaran.
—Iré a ponerme algo de crema ahora, no quiero que él me de un discurso por esto —replicó, y subió las escaleras rumbo al baño. Pasó un rato mientras cubría sus brazos hasta el borde de la camiseta. Se sentían ligeramente calientes, pero no creía que fuera una quemadura seria. Se alegraba de haber llevado jeans, pues sino sus piernas necesitarían el mismo tratamiento.
Ron y Hermione regresaron, con las manos vacías y ligeramente descorazonados, pero pronto se animaron al ver las preparaciones para el banquete.
—¡Este asunto del matrimonio es genial! Creo que iré a cualquier ceremonia medieval; ¡consigues tres comidas!
Hermione puso los ojos en blanco, un hábito que había adquirido de Harry. Esto ahorraba la repetición, en todo caso. Si no fuera por el gesto, estaría regañando a Ron interminablemente cuando se trataba de comida.
Cuando Harry bajó su amiga le abrazó, para luego observar nerviosa el lugar donde estaba el invisible collar alrededor de su cuello.
—Está bien, no pasa nada —la tranquilizó Harry, levantando las manos en un gesto de ‘Yo soy inocente’.
—Ésa es una buena picardía también —comentó Ron, entusiasmándose con el tema—. No tengo que vigilar a Mione cuando estés alrededor. Sería genial si tuviéramos unos de esos, ¿no crees, Mione?
—¡No, no lo creo, Ronald! —replicó enérgicamente, finalmente exasperada con el humor bullicioso de su novio—. Harry tiene que llevar uno, pero eso no significa que cualquier persona estaría dispuesta a hacerlo de buena gana.
Eso hizo que Harry se sintiera incluso peor. No la culpó; era terrible cuando se pensaba sobre esto. El collar de plata se había adaptado al calor del cuerpo y las últimas horas había olvidado que lo llevaba, hasta que Ron lo mencionó una vez más.
Los cuatro amigos se sentaron a beber té antes de subir a prepararse para el banquete de la Ceremonia de Lecho. | |
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