La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 En busca de la libertad. Capítulo 8. Las cosas se complican

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alisevv

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MensajeTema: En busca de la libertad. Capítulo 8. Las cosas se complican   En busca de la libertad. Capítulo 8. Las cosas se complican I_icon_minitimeJue Nov 29, 2012 8:06 pm

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Remus se despertó sobresaltado por los gritos que provenían de la calle. Se vistió con rapidez y salió a ver qué estaba sucediendo. Le recibió una multitud de personas armadas que gritaban ‘muerte a los tiranos’, al tiempo que corrían por la calle detrás de varios hombres a caballo.

Sin entender de qué se trataba todo aquello, se acercó al tendero del barrió, un hombre de pelo rojo y rostro bonachón, que conocía la existencia de la Orden del Fénix y les había ayudado en algunas ocasiones.

—Arthur, ¿qué está pasando aquí? —preguntó, en cuanto llegó a su lado.

—¿No estás enterado? —replicó, realmente extrañado—. La ciudad está convertida en un pandemónium. En estos momentos están asaltando el palacio.

—¿Asaltando el palacio? —repitió, sin podérselo creer. ¿Por qué nadie le había avisado?—. ¿Y toda esa gente dónde va? —preguntó, con un mal presentimiento recorriéndole el cuerpo.

—A las haciendas. Tienen órdenes de liberar a todos los esclavos y traer a todo Slytherin que se encuentren en el camino, vivo o muerto. Y no te vas a creer quienes salieron hacia la hacienda Malfoy: Goyle y Crabbe. Es insólito. Si hasta hace nada esos dos eran los esbirros de Lucius Malfoy.

Remus sintió que se le paralizaba el corazón al pensar en Draco. Maldito Dumbledore, Harry tenía razón al desconfiar de él.

—¿Goyle y Crabbe salieron hace mucho?

—Unos quince minutos.

Le llevaban mucha delantera, pero yendo por el bosque acortaría un buen trecho. Sin embargo, tenía que salir de inmediato.

—¿Tienes tu pistola encima?

—Sí, claro. Siempre la llevo conmigo, nunca se sabe cuándo se puede necesitar.

—Yo la necesito justo ahora, ¿me la prestas?

—Claro —contestó, sacando el arma y entregándosela—. ¿Necesitas ayuda?

—No, esto debo hacerlo solo —contestó, y se paró frente a un jinete que pasaba cerca en ese momento, apuntándole con el arma—. Necesito su montura de inmediato, es un caso de vida o muerte —el hombre se bajó del caballo, mirándole asustado—. No se preocupe, se lo regresaré sano y salvo. Arthur, invítale unos tragos de mi parte mientras vuelvo —y sin otra palabra, salió a todo galope, dejando a los otros hombres sin poder hablar, uno por el asombro y otro por el susto que acababa de pasar.



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En cuanto Hagrid se sintió mejor, Severus partió de regreso a Hogwarts. Tenía toda la intención de pasar por su casa y luego ir a buscar a Remus, pero al llegar a la zona donde vivía, encontró gente corriendo y gritando por las calles, entrando y saqueando las casas abiertas, y quemando algunas de ellas.

Galopó a toda prisa hacia su residencia, sin entender qué estaba sucediendo allí y por qué no había ninguna autoridad que pusiera freno a tal desmán.

Las puertas de su casa estaban abiertas de par en par, y su jardín era una masa de matorrales quemados. Corrió hacia el interior, preocupado por sus empleados, y quedó impactado. Se habían llevado todo aquello factible de ser transportado, y lo poco que había quedado estaba destrozado. Gritó llamando a su personal de servicio pero nadie respondió. De repente, escuchó una voz severa a sus espaldas.

—¿Es usted Severus Snape?

Se giró y vio a un hombre vestido de negro, bastante atildado, y que llevaba un pergamino entre las manos; iba acompañado por dos individuos con todo el aspecto de matones.

—Sí, soy yo.

—Severus Snape, se le acusa de traición al pueblo, y a través de esta instancia se le ordena acompañarnos a Azkaban, donde esperará hasta su juicio —los hombres se colocaron a ambos lados de Severus y apresaron sus brazos—. Preferiría que nos acompañara por las buenas; si opone resistencia, será peor para usted —advirtió el mequetrefe.

—No pienso escaparme, si a eso es a lo que se refiere, así que agradecería que dijera a sus matones que me suelten. Estoy perfectamente capacitado para andar solo.

Era tal la autoridad en su voz, que el emisario hizo un movimiento de cabeza y los hombres le soltaron. Severus se colocó el sombrero que se había quitado al entrar, sacudió sus ropas, y caminó al exterior con total dignidad. Mientras le conducían hacia un carromato jaula que esperaba al pie de la escalinata, pudo atisbar a su mayordomo entre la muchedumbre, quien le hizo un gesto indicándole que todos estaban bien. Respirando más tranquilo, se montó en el carromato, entre los gritos e insultos del gentío que le rodeaba.

Dentro, encontró a un hombre y su esposa.

—Severus, a ti también te cogieron —exclamó el sujeto, un Vizconde que también pertenecía al Parlamento.

—Llegaron a casa, nos sacaron a empujones y se llevaron a los niños —comentó su esposa, las lágrimas surcando sus mejillas.

— ¿Qué está pasando? —volvió a hablar el hombre.

—No lo sé —musitó Severus—. No tengo la más mínima idea de lo que ocurre.



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En la hacienda Malfoy, Blaise estaba en los establos cuando vio llegar a los jinetes liderados por Crabbe y Goyle, que incursionaron a todo galope en la propiedad. Mientras unos cuantos se dirigían a las barracas a liberar a los esclavos, los líderes del grupo y algunos más empezaron a forzar la entrada de la casa principal y lanzar piedras contra las ventanas.

Sin detenerse siquiera a pensar, Blaise cogió una larga soga de las que tenían en el establo y un par de caballos. Tendrían que montar a pelo, pues no había tiempo de ensillarlos; afortunadamente, tanto Draco como él eran buenos jinetes. Corrió hacia la parte de atrás de la casa, donde estaba ubicada la habitación del rubio. El joven Malfoy, consciente del peligro que los gritos y golpes en la puerta de su casa significaban, se acababa de asomar a la ventana de su habitación, buscando una vía de escape.

—Aquí, Lord Draco —llamó Blaise, desde abajo—. Están entretenidos sacando a su padre y saqueando la casa, pero debemos huir antes que empiecen a buscarle a usted.

Cogió la cuerda que había traído y ató una piedra grande en un extremo, antes de lanzársela a Draco. Al tercer intento, el joven la atrapó, y la ató la pata de su cama, que era enorme y lo bastante pesada como para sostener cinco veces su peso. Luego, se acercó a la ventana, probó la tensión de la cuerda, salió por el alfeizar y empezó a descender.

>>Apresúrese, Lord Draco. Nos pueden descubrir en cualquier momento.

—Ya estoy aquí —exclamó el joven, saltando el último par de metros.

—Y yo también —se escuchó una voz burlona a pocos metros de ellos.

Ambos se giraron con rapidez.

—¡Crabbe! –exclamó Draco.

—El mismo —contestó, apuntándoles con una pistola—. No estaría pensando escaparse, ¿verdad, lordcito? —se burló con una risotada—. Sí, creo que eso pensaba hacer. ¿Sabe qué hacemos con quienes tratan de huir? —Blaise se puso en tensión, pero Draco no cambió su semblante; apenas una ligera palidez demostraba que estaba seguro que iba a morir, no había manera de deshacerse de ese loco—. Sí, justo lo que está pensando. Pero antes de proceder, quiero que vea una cosita —comentó, apartándose ligeramente.

Draco vio cómo sacaban a su padre de la casa. Se veía bastante golpeado y tenía las ropas desgarradas y los pies descalzos. Sus manos estaban atadas con una cuerda cuyo otro extremo sostenía Goyle, quien trotaba con su caballo delante de él. Los pies de Lucius empezaban a sangrar por el contacto con las filosas piedras, y de tanto en tanto daba con su humanidad contra el suelo, cuando no podía seguir el paso del caballo.

>>Divertido, ¿no? —comentó Crabbe con crueldad—. Dieron órdenes de llevar a todos los miembros del Parlamento a Hogwarts, donde serán juzgados y ejecutados, por supuesto.

—A ti es a quién deberían ejecutar —espetó Draco con desprecio—. Hasta hace nada eras uno de los esbirros de mi padre.

—Cierto —replicó el rudo hombre—. Y lo hubiera seguido siendo, si no nos hubiera mandado azotar para después despedirnos como a perros, por culpa de ese miserable esclavo amigo tuyo, así que tú también tienes parte de culpa —le apuntó con la pistola—. Como no mencionaron nada sobre ti, me voy a cobrar la venganza por propia mano. Despídete de mundo, Lordcito.

En un último intento por evitar que dañaran a Draco, Blaise le protegió con su cuerpo, recibiendo el balazo en su lugar, y cayendo ambos al piso. Riendo de su ingenuidad, Crabbe se acercó, empujó con el pie el cuerpo de Blaise, y apuntó al joven rubio directo al corazón—. Ahora, sí, Draco Malfoy, estás muerto.

El ruido del disparo estalló en los oídos de Draco, pero la bala que originara el estallido no impactó en su cuerpo. Asombrado, vio como Crabbe caía al suelo. Segundos después, Remus se acercaba a todo galope, con un arma humeante en la mano. Saltó del caballo y se arrodilló junto a su pareja, quién de inmediato se acurrucó en sus brazos. El hombre le abrazó uso segundos antes de preguntar:

—¿Te hicieron algo? ¿Estás herido?

—Yo no, pero Blaise sí. Me protegió con su cuerpo.

Se acercaron presurosos al joven moreno, quien en ese momento se enderezaba, aturdido.

—Es sólo un rasguño, ese tipo tenía muy mala puntería —comentó burlón.

—Toma este pañuelo y apriétalo contra la herida —ordenó Remus—. Es mejor que nos vayamos de inmediato —vio los caballos que tenían los muchachos y alzó una ceja, interrogante.

—Lo siento —se disculpó Blaise—, no me dio tiempo de ensillarlos.

—¿Saben montar a pelo? —preguntó, asombrado.

—Blaise sí, pero a mí me va a costar un poquito —confesó Draco.

—En ese caso, tú montarás conmigo. Y vamos, el tiempo corre en nuestra contra.

—Dame sólo un segundo —pidió Draco. Se acercó al cadáver de Crabbe, que yacía en el piso con un tiro en la cabeza, y escupió sobre su rostro—. Ahora, sí, Vincent Crabbe, estás muerto.



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Cuando Harry y sus acompañantes arribaron a la cabaña del guardabosque, Hagrid salió con la escopeta en la mano y cara de pocos amigos. Al ver de quién se trataba, su rostro mostró un profundo alivio y corrió a recibirle.

—¡Harry, estás bien! —exclamó el hombretón, abrazándole con entusiasmo—. Milord me dijo que estabas bien y te habías ido por tu propia voluntad, pero yo no las tenía todas conmigo. ¿Por qué te fuiste? —no pudo evitar que en su voz se notara cierto reproche.

—Es una larga historia que luego te contaré —dijo el muchacho—. ¿No está Severus?

—No, partió hacia la ciudad hace tiempo. Y no se fue antes porque yo me sentía mal por las drogas que me dieron.

El joven sintió que un escalofrío de temor recorría su espina dorsal; Severus había ido a meterse en la boca del lobo, y lo peor es que ignoraba lo que estaba pasando en Hogwarts

—Lo lamento, Hagrid —fue lo único que musitó en voz alta.

—No importa —desestimó el guardabosque—, ya estoy bien. ¿Y quienes son estas personas?

Harry regresó su atención al motivo que les había llevado a ese lugar.

—Hagrid, la vida de esta dama y los pequeños corre peligro —explicó, sin aclararle de momento de quiénes se trataba—. Vamos a llevarlos a un lugar seguro, pero necesitamos provisiones, y que tú nos acompañes para que les cuides. Mientras recogemos las provisiones, te explicaré todo.

—Señor —se atrevió a interrumpir Hermione—, los niños tienen hambre; ¿cree que podamos conseguir algo de comida para ellos?

—Por supuesto, señorita. Y no sólo los niños, creo que a todos les sentaría bien una buena comida —Ron asintió con efusividad y Harry no pudo evitar sonreír—. Tengo leche y unos bollos para los pequeños, y acabo de terminar un estofado de conejo. También tengo pan, mantequilla y algo de vino.

—Eso estará perfecto, Hagrid —aseguró Harry.

—Señor, no sé cómo agradecerle lo que hace por mí y por mis niños —musitó Lady Voldemort con los ojos anegados.

—No tiene nada que agradecer, señora —contestó el guardabosque—. Y ahora pasen, adentro podremos hablar mejor.



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A Severus y los otros prisioneros les habían llevado a la prisión de Azkaban, que había sido construida a unas pocas leguas de la ciudad. Les habían encerrado en una celda amplia, junto con varios miembros de la nobleza que ya estaban en el lugar; ‘así tendrían compañía de su calaña mientras esperaban los juicios’, les habían dicho.

Era un recinto oscuro y húmedo, con el suelo de piedra. En un rincón, unas cubetas hacían las veces de retrete, impregnando el lugar de un olor francamente nauseabundo. No había ni un mísero catre, y hombres y mujeres estaban sentados en el duro suelo, ellas llorando y lamentándose, y ellos maldiciendo.

Severus conocía a la mayoría de los presentes, pero tenía que admitir que a pocos de ellos les tenía en buen concepto. Sin embargo, descubrió una cara conocida y amistosa, un hombre delgado de cabello negro, Duque de Black, y uno de los pocos que habían apoyado la eliminación de la esclavitud en el Parlamento cuando se hizo la propuesta. Se apresuró a acercarse a él.

—Severus —le saludó con un gesto amable, cuando el recién llegado se sentó junto a él en el piso.

—Regulus —le saludó estrechando su mano—. ¿Sabes de qué va todo esto?

—Según han contado algunos presos y los guardias, al parecer, atacaron el palacio y mataron a Voldemort y a todo el que encontraron —informó el hombre—. La ciudad está siendo saqueada… bueno, no toda la ciudad, sólo las propiedades de la nobleza y de algunas personas que se conocen por tener relación con nosotros. Están apresando a todos los nobles y enviándoles aquí.

—Y les separan de los niños.

—Cierto, ¿cómo lo sabes?

—A la familia que trajeron en la jaula conmigo se los quitaron —comentó, señalando a la pareja que, no muy lejos de ellos, se acurrucaban uno contra el otro, la mujer llorando sin parar.

—Nadie tiene idea de a dónde se los han llevado ni el por qué —comentó Regulus.

—Al menos no están aquí. Espero que a ellos les hayan tratado mejor.

—Yo también —dijo Regulus, aunque tenía sus dudas—. No nos han dado ni agua desde que llegamos, ni siquiera a las mujeres, y eso que algunas están embarazadas.

—¿Se sabe quiénes son los instigadores de todo esto?

—Según dicen, un grupo que de denomina la Orden del Fénix. Dicen ser descendientes de los antiguos Gryffindor, e incluso se dice que encontraron un heredero del mismísimo rey Godric.

—¿Un heredero de Godric Gryffindor? Nunca escuché que quedara nadie vivo de ese linaje.

—Ni yo. Lo único que escuché es que responde al nombre de Harry.

Severus le miró, aferrando sus hombros y zarandeándole en un gesto completamente inconsciente.

—¿Sabes el apellido de ese muchacho?

El otro le observó con suma extrañeza antes de contestar.

—No, sólo que se llama Harry. Además, a los Gryffindor se les tenía prohibido usar su apellido, ¿no?

Severus se recostó contra la pared y se hundió en sus pensamientos. Harry le había contado que no tenía apellido, y que Potter era algo que había inventado Narcissa mientras le tuvo como ahijado. ¿Sería él quien estaba liderando esta sangrienta revuelta? Negó con la cabeza. Era imposible. Su Harry sería incapaz de apoyar algo tan atroz.



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Mientras las mujeres y los niños descansaban en la cabaña de Hagrid, los hombres habían ido al almacén, en busca de una vieja carreta que no había sido usada por años. Afortunadamente, el vehículo estaba construido con materiales de muy buena calidad y había resistido el paso del tiempo. Limpiaron la madera, revisaron y aceitaron los engranajes y verificaron el estado de las ruedas; luego de veinte minutos de arduo trabajo, la carreta estaba lista para partir.

La sacaron al exterior y empezaron a cargarla con casi todo lo que podrían necesitar para sobrevivir por un buen tiempo: todas las provisiones de la despensa, las escopetas y municiones disponibles, las lámparas de aceite, las pieles y cojines, el botiquín de medicinas que había dejado Severus, mantas, equipo de cocina, cerillas y un sinfín de menudencias más, incluidas unas garrafas de vino para Hagrid. Además, habían colgado de los laterales unas cuantas jaulas, pues pensaban pasar por la vaca y las gallinas. No podían dejar a los animales morir de hambre, y así dispondrían de leche fresca para los niños y un suministro diario de huevos.

Estaban terminando de cargar la carreta, cuando vieron dos caballos acercarse por el camino. Todos echaron mano a las escopetas en prevención de un posible ataque, pero el grito de júbilo de Harry reverberó en el aire al reconocer a los jinetes.

—Draco —gritó, corriendo a abrazar al muchacho rubio que saltaba en ese momento del caballo. Estuvieron abrazados largo rato, hasta que una discreta tos hizo que se separaran.

—Si siguen así me voy a poner celoso.

—Hola, Remus —saludó Harry, aunque no se mostró demasiado cordial.

—Tienes razón de estar enfadado, Harry —admitió el hombre, avergonzado—. Notaste en unos minutos lo que yo no supe ver en años. Lo siento.

—¿De qué están hablando? —preguntó Draco.

—Al parecer, Dumbledore preparó el asalto al palacio y a las haciendas, y ni siquiera me lo dijo para que pudiera avisarte con tiempo. Por eso llegué tan tarde. Me enteré por lo que me contó el tendero de mi barrio.

—Y no sabes del cuento la mitad —el tono de Harry era duro y sus ojos destilaban furia—. Nos engañó, al menos a muchos de nosotros. Partimos a palacio conscientes de que habría bajas de ambos lados, pero era una pelea necesaria para mejorar las cosas.

—¿Y no era así? —preguntó Blaise, que había estado callado hasta el momento.

—Y una mierda —espetó Harry—. La orden era matar a todos los habitantes de palacio, mujeres y niños incluidos. Alastor Moody le clavó una espada en el pecho a Voldemort cuando yo ya le había vencido y estaba tirado en el piso, indefenso. No se trataba de justicia sino de venganza.

Remus estaba literalmente abrumado por la noticia. Él había confiado en esas personas, creyendo que eran buenas y justas.

>>Estoy muy preocupado por Severus —agregó Harry—. Cuando llegué aquí ya se había marchado. Si también masacran a los nobles… —no se atrevió a poner en palabras lo que estaba pensando.

—No lo creo —comentó Draco, aunque también estaba muy preocupado—. Antes que Crabbe tratara de matarme…

—¿Qué Crabbe hizo qué? —le interrumpió Harry.

—Si no llega a ser por Blaise, que me protegió, y por Remus, que llegó en ese momento y le mató, no te lo estaría contando. Crabbe y Goyle llegaron con varios hombres —explicó su mejor amigo—. Unos fueron a liberar a los esclavos, pero ellos y varios más entraron en casa y golpearon a mi padre, sacándole a rastras. Yo bajé por la ventana de mi cuarto, con ayuda de Blaise, pero entonces nos descubrió Crabbe. Él nos dijo que habían dado órdenes de llevar a todos los miembros del Parlamento a Azkaban, para ser juzgados y….

—¿Y? —apremió Harry.

—Ejecutados.

—¡Malditas escorias! —blasfemó Harry—. No puedo creer que quienes disfrutaron azotándome ahora estén en el bando que se supone son ‘los buenos’ —miró a Remus—. Aunque el desgraciado viejo te haya engañado, todavía tienes autoridad en la Orden. Por favor, ve a Hogwarts y trata de averiguar qué ha sido de Severus. Ron y Hermione te acompañaran.

—No íbamos a llevar a las mujeres y los niños a un lugar seguro —preguntó el pelirrojo.

—Yo lo haré. En cuanto los deje instalados bajo la protección de Hagrid, regresaré a Hogwarts. Deben comportarse del modo más natural posible —ordenó, mirando a Ron—, como si no tuvieran idea de nada.

—¿Idea de qué? —preguntó Remus.

—¿Qué mujeres y qué niños? —indagó Draco.

Antes de contestarles, se volvió a Ron.

—Entra y diles que ya pueden ir saliendo, cuanto antes partamos, mejor. Me urge regresar a Hogwarts —cuando el joven salió presuroso, Harry fijó su atención en los demás—. Hermione nos advirtió que pensaban asesinar a la esposa y los hijos de Voldemort. Les rescatamos y están aquí; vamos a llevarles a un lugar seguro.

—Es casi imposible creer todo lo que estás contando —comentó Draco—. Matar mujeres y niños es aberrante —se giró hacia su novio—. Remus, ¿podemos curar a Blaise antes de partir a la ciudad?

—No es necesario, se detuvo el sangrado —replicó el aludido—. Podré esperar a que lleguemos.

—De hecho, tú no vas a ir a Hogwarts, Draco —declaró Harry—. Es claro que Dumbledore pensaba deshacerse de ti, o habría enviado a alguien para que te avisara. Allí corres peligro.

El rubio le fulminó con la mirada.

—No me pienso esconder como una sabandija —bufó—. Sé pelear.

—Sé que sabes pelear, y vamos a necesitar tu espada y tu inteligencia. De nada nos sirves si te matan o te meten en prisión.

El rubio estaba a punto de volver a protestar cuando su pareja le interrumpió.

—Harry tiene razón. Te necesitamos vivo —se inclinó y, abrazándole, le besó con pasión—. Yo te necesito vivo.

—¿Alguien más observó el incidente con Crabbe? —indagó Harry.

—No.

—Bien —comentó, satisfecho—. Blaise, cuando te pregunten, que lo harán, tú vas a decir que Draco y Crabbe se enfrentaron y ambos resultaron muertos. Di que te llevaste el cadáver de Draco y lo enterraste en el bosque, porque era un aliado de la Orden y no querías que el populacho que había entrado en la hacienda mancillara su cadáver. Remus, tú dirás que estuviste con las redadas que estaban apresando a los miembros de la nobleza. Te harás el ofendido por no haberte avisado con tiempo y exigirás saber dónde está tu novio. Seguramente, el vejete te va a contar una historia sobre que Draco está en un lugar seguro y blablablá. Finge que te lo crees.

Miró hacia la entrada de la cabaña.

>>Ahí vienen las damas. Preparémonos para partir.



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En la celda de Azkaban, Severus vio como la reja se abría y un par de guardia tiraban dentro el cuerpo maltrecho de Lucius Malfoy. Estaba desmayado, extremadamente golpeado, y sus pies, prácticamente en carne viva, sangraban profusamente.

Aunque después de la historia que le había contado Harry su amistad por el rubio se había convertido en desprecio, no pudo evitar sentir compasión por él. Pidió a Regulus que le ayudara, y entre ambos arrastraron a Lucius hasta el rincón en que estaban sentados. No tenía nada con que curarle los pies, que con toda seguridad estaban infectados; ni siquiera tenía agua para poder lavarlos, así que se limitó a romper un girón de su chaqueta y vendarle los pies para tratar de contener la salida de sangre.

—Se ensañaron con él —comentó Regulus.

—Así es —fue la escueta respuesta de Severus, inmensamente preocupado por la suerte de Draco. Tenía la intuición de que tanto Remus como el propio Draco tenían contactos con esa Orden del Fénix de la que hablaban los presos. Si así era, su ahijado debía estar bien, aunque no lograba entender que ellos formaran parte de un grupo que estaba actuando con tan extrema crueldad.


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Harry estaba sentado en su cama de la habitación de invitados de Remus, a donde se había mudado a pesar de la insistencia de Albus Dumbledore para que se quedara con él en palacio.

Con el ceño fruncido, reflexionaba en todo lo que había sucedido en los últimos cinco días. Cuando Remus le había informado que Severus estaba recluido en una celda de Azkaban, había hablado con Dumbledore para que le permitiera ir a verle. El viejo ladino se había negado, aduciendo una excusa pueril. Hizo un par de intentos más pero desistió de insistir luego de hablar con Aberforth.

Se había sucedido un juicio tras otro, y se habían condenado a muerte a infinidad de aristócratas. De hecho, los que se habían salvado había sido gracias a que Remus, él y otros miembros de la Orden con cierto peso, habían conseguido buenos abogados defensores, que habían presentado en la sala empleados y esclavos que habían hablado a favor de sus antiguos amos. También habían conseguido que se perdonara la vida a las mujeres de los nobles, bajo la premisa de que no había forma de demostrar que ellas pudieran impedir las acciones de sus esposos. Sin embargo, todos los que se habían librado de la horca habían sido condenados a penas de prisión que iban desde treinta años hasta cadena perpetua.

Lucius Malfoy había sido ejecutado el día anterior. Harry había asistido al acto, pero debía confesar que no había sentido nada, ni pena ni alegría. Quizás sólo asco al ver cómo actuaba la gente. No podía entender que personas que se suponía eran básicamente buenas y ni siquiera conocían a Malfoy, le insultaban, le lanzaban piedras y basura, y se reían ante la desgracia de un ser humano, por malvado que éste fuera.

Lo que más entristecía a Harry era que habían reunido a todos los niños de esas personas y les habían enviado a una especie de hospicio en las afueras de la ciudad. Había visitado el lugar y había quedado aterrado al ver las condiciones en que tenían a los pequeños. En esta ocasión, no había aceptado excusa alguna y había cambiado a los cuidadores por gente de la confianza de Remus, además de ordenar que entregaran suficientes suministros como para que los niños estuvieran bien alimentados y vestidos, camas adecuadas para dormir, y un grupo de profesores que les permitiera seguir su instrucción. Sí Dumbledore iba a usarlo como rey para sus fines, él iba a demostrarle que podía jugar con las mismas reglas.

Una idea llevaba rondando su cabeza con persistencia. En las circunstancias actuales, sólo veía una salida, pero iba a tomar un buen tiempo lograr llevarla a buen término.

Unos toques en su puerta le sacaron de sus reflexiones.

—Harry, ¿puedo pasar? —se escuchó la voz de Remus.

—Sí, pasa —al ver el rostro serio del hombre, preguntó—: ¿Qué sucede?

—He estado en los juzgados —explicó Remus—. Mañana le toca a Severus —Harry frunció el ceño pero no dijo nada—. Al ser un Duque, van a ser más duros con él. Los esclavos libertos van a ir a hablar en su favor, pero su abogado cree que no va a ser suficiente. Necesitamos que tú testifiques.

Harry le miró fijamente con semblante pétreo.

—No.

—¿No? —Remus no podía creer lo que estaba oyendo—. Si él no te hubiera protegido, quizás estarías muerto. ¿Por qué no quieres ayudarle?

—Porque necesito que le condenen a muerte.



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Última edición por alisevv el Dom Feb 28, 2016 5:19 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: En busca de la libertad. Capítulo 8. Las cosas se complican   En busca de la libertad. Capítulo 8. Las cosas se complican I_icon_minitimeVie Ene 16, 2015 1:08 pm

PEROOO QUE COSAS DICE HARRY.......noooooo sev noooo.. :s...bueno me sorprende harry pueda idear tantas cosas en momentos tan criticos yo me hubiera quedado en blanco..XD
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