alisevv
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| Tema: The Marked Man. Capítulo 20. Slopey Figgis Lun Jul 12, 2010 8:47 pm | |
| Mientras Harry y Remus caminaban a lo largo del Callejón Diagon, el más joven seguía pensando en Severus. La última noche se había sentido ligeramente decepcionado, por el hecho de que no hubiera pasado nada diferente a la noche previa. Nuevamente, se preguntó qué demonios quería que hubiera pasado. Finalmente, fue lo suficientemente honesto como para admitir ante sí mismo que le hubiera gustado tomar parte en alguna de las fantasías que había tenido los últimos dos días. Fantasías que incluían a Severus tocándole —tocando su polla—; fantasías que incluían a Severus besándole y saboreando su piel, y que terminaban con la cabeza del hombre enterrada entre sus muslos. Su rostro enrojeció al recordar las imágenes mientras avanzaban por la calle.
Al parecer, Remus notó su bochorno.
—¿Supongo que tu noche fue bastante bien, Harry? —le animó.
El joven carraspeó antes de atreverse a contestar. Pensó que su voz podría haber desaparecido totalmente, o al menos verse reducida a un lastimero graznido, y eso nunca lo mostraría. Remus ya suponía cuál era la fuente de su vergüenza, estaba bastante seguro; no quiso hacerlo más obvio.
—Sí, bien.
—Entonces, ¿no tuvieron problemas?
—NO. Por el contrario. Pasamos una buena noche, aunque fuimos interrumpidos.
La cabeza de Remus giró en redondo y le observó fijamente.
—¿Quién?
—Apenas un roedor furtivo —contestó, cuidándose de no utilizar nombres en la calle—. Nos dimos cuenta antes que pudiera provocar algún problema.
—Ah —el hombre le guiñó un ojo, luciendo más relajado, y luego susurró quedamente—: Imagino que estaba actuando de recadero. Siempre fue bueno para eso.
Harry asintió mientras entraban en el Callejón Knockturn. A este punto, la ruta hacia Twitchell Lane se había convertido en parte de su segunda naturaleza, e incluso la atmósfera del lugar ya no molestaba a Harry tanto como antes. Todavía se mantenía alerta, y sabía que Remus no necesitaba que le animaran a hacer lo mismo. Sus sentidos de licántropo eran una ventaja adicional, y Harry no temía ser abordado abiertamente mientras caminaban por el callejón. ‘Jim’ y ‘John’ se habían convertido en visitantes regulares, y la mayoría de la gente les ignoraba, o les saludaba con un brusco asentimiento con la cabeza al pasar.
Tim levantó la mirada cuando entraron a El Mosquete y la Bala. Como clientes habituales, merecieron un saludo.
—Erf —musitó, antes de girarse y empezar a llenar sus jarras de cerveza. Harry le sonrió mientras recibía su pinta.
Se habían sentado en una pequeña mesa cerca de la barra, cuando Tim se aventuró a acercarse con su paño y empezar a limpiar una mesa próxima a la de ellos.
—Slopey está aquí —murmuró.
Remus asintió y continuó bebiendo su cerveza sin prisas.
>>En la habitación trasera —agregó el cantinero—. ¿Le digo que están aquí?
—Hazlo —aceptó Remus.
Tim continuó limpiando, de una mesa a la siguiente, como si no tuviera intención de hacer nada diferente a su rutina diaria. Regresó a la barra cuando un cliente de túnica oscura llegó con su jarra para ser llenada nuevamente. Aparte de las respuestas estándar de Erf y sickle, no hubo nada que pudiera ser descrito como una conversación. El hombre regresó a su mesa. Sólo entonces Tim salió por la puerta de atrás unos pocos momentos.
Emulando a Remus, Harry bebió con parsimonia, fijando la vista en sus manos o en la mesa.
—¿Piensas que podamos verle? —preguntó quedamente.
—Espera a Tim. Nada pasa con rapidez, es todo muy sutil —aconsejó el otro.
—Creo que volveré a ordenar emparedados, si es que voy a seguir bebiendo así.
Remus sonrió. Era extraño ver esa sonrisa en la cara de alguien que no fuera Severus.
—Pueden pasar, caballeros. Es la segunda puerta a mano izquierda.
Tim había reaparecido por la puerta trasera y se había acercado para musitarles el mensaje. A menos que cualquiera de los otros clientes tuviera el oído tan agudo como un murciélago, no habrían podido escuchar. El propio Harry apenas si pudo captar las palabras, y eso que el cantinero sólo estaba a un paso de él.
Remus continuó sentado, así que Harry se obligó a ser paciente también. El hombre lobo no reaccionó ante el mensaje de Tim, quien regresó a su barra y comenzó a pulirla con el paño. Harry se sorprendió al sentirse impresionado por la limpieza del local. Puede que el interior fuera oscuro y sórdido, y el piso cubierto de serrín, pero las jarras de cerveza siempre estaban limpias y las mesas se lavaban con regularidad, y él no había tenido ningún problema estomacal luego de beber la cerveza y comer los deliciosos bocadillos de Ethel. Estaba considerando ordenar unos de esos bocadillos, cuando Remus se levantó. Él le siguió hasta la barra, para luego rodearla y entrar por la puerta que Tim había usado previamente. El cantinero les dejó pasar sin una palabra.
El pasillo trasero era estrecho y oscuro. Había una serie de puertas a derecha e izquierda, y ellos entraron por la segunda de la izquierda, tal como se les había indicado. Remus abrió sin tocar. Harry hubiera tocado, pero al parecer Remus sabía lo que era mejor. Entraron en un pequeño recinto con pesados cortinajes desdibujados a través de una única ventana, que si cabe era aún más lúgubre que el pasillo. Un hombre estaba sentado detrás de un pequeño escritorio sobre el que estaban dispersas unas pocas hojas de pergamino. Levantó la mirada cuando ellos entraron.
—Siéntense —ordenó.
Harry y Remus se sentaron en el banco frente al escritorio. A Harry le recordó las bancas de Hogwarts en el Gran Comedor, y con ese pensamiento llegó la comprensión de que estaba hambriento, y el arrepentimiento por no haber ordenado algunos bocadillos de Ethel cuando tuvo la oportunidad.
Slopey Figgis era lo que la tía Daisy de Remus hubiera descrito como un ‘astuto’. Era bajito —incluso sentado eso era obvio— delgado, pálido y de rostro estrecho, con un cabello entrecano que alguna vez debió haber sido tan leonado como el del propio Remus. Sus ojos eran grises. No de ese gris plano y melancólico de un día nublado en Londres, sino de un jaspeado que le daba la apariencia del pelaje de un joven caballo gris. Parecía feliz al observar a sus dos visitantes. Su comportamiento podía ser interpretado cómo franco y abierto, o cómo intimidante. De momento, Remus no había decidido cuál de los dos era en realidad.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Figgis—. Si se trata de dinero, necesitarán una recomendación mejor que el nombre de ese maldito tonto de Dung.
Remus se sorprendió un tanto ante esto; no por el hecho de que desconfiara de Mundungus, sino por la oferta de dinero.
—No vine aquí por dinero, a menos que lo esté regalando.
Slopey tosió. Pero no se trataba de una tos para aclarar sus pulmones; era un sonido de burla.
—¿Así que estamos de guasa? Soy un hombre ocupado, vayan al punto de su visita.
—Como ya dije, no vengo por su dinero. Escuché que compra y vende cosas. Hay un artículo que sé que Mundungus tuvo en sus manos unas pocas semanas atrás. Espero que usted sea la persona a la que se lo vendió.
—Hmm, yo compro y vendo. Muchos objetos; a veces, incluso de Dung. Él es malditamente estúpido, pero sus precios son lo suficientemente bajos como para que valga la pena el esfuerzo. ¿Cuál es el objeto que está buscando?
Figgis podía ser bajito, y vulnerable a simple vista, pero Remus dudaba que lo fuera en realidad. Obviamente, el hombre debía ser cauteloso en su tipo de negocio, y Remus estaba seguro que podría ser capaz de protegerse en caso de necesidad. Ya había escuchado rumores sobre Figgis, de sus actividades recibiendo mercancía robada y que como prestamista era un tiburón, además de tener otras actividades de dudosa legalidad. La clave era que Figgis tenía dinero, y estaba dispuesto a prestarlo a cualquiera, por un precio. También se oía de las cosas oscuras que les sucedían a sus morosos. Mirando al hombre frente a él, Remus pensó que probablemente trataría con esos morosos él mismo. No se necesitaba tener la constitución de Marcus Flint para ser temible, y sus sentidos de licántropo le decían que este hombre era peligroso y debía ser manejado con cuidado. Había algo en él… El cabello de su nuca se erizó, y echó una mirada a Harry, interesado por ver la expresión del joven.
Harry estaba frunciendo el ceño. Al igual que Remus, también podía sentir el poder de Slopey, aunque no tan claramente, y también se sentía incómodo ante el hombre. Había algo muy desagradable en él.
—Un relicario —contestó Remus.
—Hmm. No hago negocios con gente que no se ha presentado.
Remus tendió su mano
—John.
—¿Y él?
Harry imitó a su mentor.
—Jim.
Slopey asintió.
—Un nombre. Necesito ambos.
—John Fox y Jim Evans —replicó Remus—. Amigos de Mundungus Fletcher. Bueno, conocidos, más bien.
Slopey asintió de nuevo. No estrechó ninguna de las manos extendidas, sino que movió sus propios dedos, largos y pálidos, frente a ellos.
—Relájense, caballeros. No haría dinero si no vendiera lo que compro, ¿cierto? A un precio decente por mis molestias, por supuesto.
—Por supuesto —repitió Remus.
—Dungs estuvo aquí por última vez hace tres semanas. Trajo un montón de ornamentos. Puede que hubiera un relicario entre ellos.
—Es de oro, pesado y sencillo. No es de calidad superior, ni se puede abrir.
Los ojos del hombre brillaron.
—Si no es especialmente valioso, no puedo evitar preguntar por qué lo buscan con tanto interés
—Era de mi abuelita —intervino Harry. Era hora que hiciera notar su presencia y ayudara a Remus—. Cuando murió, su antigua casa estaba repleta de naderías y menudencias. Dung se llevó algunas cosas antes que pudiéramos rescatar esto. Lo quiero recuperar. Tiene un valor sentimental —miró resueltamente a Figgis, decidido a no lucir culpable o falso. Y el hombre le regresó la mirada, considerando sus palabras con la gravedad de un juez en una corte.
—Bien, tendré que revisar mi almacén…
—Cuesta creer que alguien como usted no recuerde sus propias existencias —comentó Harry, alzando la barbilla en actitud beligerante.
Francamente, ya se sentía enfermo y cansado de estar dando vueltas alrededor de cada cosa que se preguntaba. Podía sentir su enojo fraguándose bajo la superficie. Si ahora que finalmente estaban frente a Figgis, el hombre pensaba que se iba a escapar sin darles una respuesta apropiada, debería pensarlo dos veces.
Remus le miró con cierta alarma. Podía sentir la cólera del joven, y la repentina alerta del hombre al otro lado del escritorio, lo que indicaba que Figgis también la había sentido. La piel de Harry pareció brillar con una luz dorada. ¿Serían imaginaciones suyas, o eso tenía relación con el brillo en la habitación?
No eran imaginaciones de Remus. Pequeñas chispas de poder mágico fluctuaban fuera del cuerpo de Harry, quien obviamente estaba fallando en controlar su poder. Peor que eso, el joven se levantó de repente y aferró el borde del escritorio de Figgis, gritando:
>>¡Sólo vaya y consígalo, si es que lo tiene! ¡Le pagaremos por ello, si eso es lo que le preocupa!
Figgis se paró de un salto, sus movimientos no sólo tan rápidos que Remus apenas lo notó, sino extrañamente ágiles también. Harry se encontró mirando una tosca cara que le impresionó mucho, por lo que retrocedió un paso involuntariamente. Figgis le estaba mostrando sus dientes… sus largos y afilados dientes caninos. Sus ojos brillaban con un tono rojizo y menos que humano. El sonido que emitió era una especie de aterrador siseo gorgoteante.
Remus dio un salto —ahora todos estaban de pie— y se colocó entre Harry y el escritorio. Sus ojos destilaban oro salvaje, y gruñó a Figgis en voz alta.
—¡Retrocede! ¡Aquí no vas a poder ganar! —le gritó.
Los ojos del hombre se clavaron en el furioso brillo dorado de los de Remus, mientras el cuerpo de Harry chispeaba con una clase de poder mágico concentrado al que cualquiera raramente había visto y sobrevivido. Gradualmente, Slopey cerró la boca, y volvió a sentarse en su sillón.
—No hay necesidad de esto… dígale que se siente. Es amenazante, ahí parado y brillando de esa forma.
Remus miró al comerciante; luego, viendo que su arrepentimiento por haber atacado a Harry era sincero, se giró hacia el joven y colocó las manos sobre sus hombros. Podía sentir la ardiente energía mágica que corría bajo la piel del joven; se sentía como un cálido río bajo la superficie, agitado en un completo torrente.
—Cálmate, Harry. Todo está bien. Ahora, todos no entendemos.
El chico respiró profundamente. Era su manera de serenarse. Se enfocaba en su respiración, decidido a contener su temperamento, algo que siempre le había resultado difícil. Cerró los ojos y se concentró en las manos de Remus sobre sus hombros. El mayor le guió hacia el banco y le empujó para que se sentara.
—Bueno, debo decir que estoy sorprendido; no me di cuenta de inmediato de que usted era un vampiro —comentó Remus.
—No soy un vampiro completo, sino un dhampiro —contestó Figgis—. No lo suficiente como para ser obvio, pero sí lo bastante como para ser un paria dentro del mundo mágico. Estoy clasificado como ‘Criatura Oscura’ —justo igual que tú, hombre lobo— y tengo que proveerme la vida dónde y cómo puedo.
El aludido asintió, pero Harry estaba confundido. Centrándose, preguntó:
—¿Un dhampiro? ¿Qué es eso?
Figgis le miró. Parecía cauteloso pero no desconfiado; por lo visto, ahora que los secretos habían salido a la luz podía relajarse un poco más. Su estado de alerta no era tan evidente.
—Medio vampiro —contestó.
Harry pareció más confundido aún.
—¿Cómo puede estar medio ‘no muerto’? —indagó.
El hombre se echo a reír —un sonido extraño, pero esa debía ser su versión de una risa—. Sonaba como el chirrido de una puerta, o más específicamente, el de una tapa de ataúd al abrirse.
—Claro que no —se burló—. Como tampoco puedes estar ‘medio embarazado’. No, mi padre era un vampiro, mamá una bruja. Recibí mi magia de ella, y el resto de él.
Harry deseaba seguir preguntando sobre el dhampirismo, pero sabía que no habían ido allí por eso, por más interesante que fuera el tema. Siempre tendría opción de preguntarle a Severus. Si Hogwarts te hubiera proporcionado una instrucción decente en Artes Oscuras, Harry, sabrías cosas como esa. O si te hubieras molestado en leer, sería probablemente su respuesta.
>>Sé lo que eres tú —continuó Figgis, observando a Remus—, pero Jim es un poco extraño, ¿no?
—Sangre pura —replicó Remus. No era completamente cierto, ¿pero qué importaba? —. Poderoso —agregó.
Slopey asintió a regañadientes.
—Entonces, lo mejor que podemos hacer, supongo, es concluir este pequeño asunto, ¿cierto?
Harry miró al dhampiro con fiereza.
—No vamos a concluir el asunto hasta que nos muestre el relicario. Vinimos a comprarlo —insistió.
El hombre tendió sus manos pálidas con las palmas hacia abajo y empezó a moverlas arriba y abajo, como para tranquilizar a Harry.
—No hay necesidad de seguir molestos… No quiero que se ponga nervioso aquí dentro. Yo lo tengo; o eso creo, al menos. De oro… no se puede abrir. Dung lo trajo hace unas semanas. Lo iré a buscar.
Se levantó y se giró hacia la puerta que estaba detrás del escritorio. Harry se apresuró a levantarse otra vez.
—¡Ni piense que se va a escapar por atrás! —gritó.
Figgis miró hacia atrás.
—Él puede venir conmigo —dijo, señalando a Remus—, pues no me fío de que tú no explotes todo.
Remus puso una mano en el brazo de Harry y le jaló para que se sentara; luego, se levantó y siguió a Figgis a través de la puerta. Después de unos cinco minutos o algo así, Harry empezaba a ponerse nervioso cuando la puerta se abrió nuevamente y regresaron. Remus le miró y asintió brevemente mientras entraban en la brillante habitación.
—Listo, caballeros. Son cincuenta galeones, en efectivo —dijo Slopey, colocando el relicario en el escritorio, frente a él.
—Debo revisarlo —replicó Harry.
—No —Figgis cerró su mano sobre el relicario—. Él lo aprobó. Cincuenta galeones y todos habremos resuelto nuestro día. Luego podremos despedirnos, y si ustedes insisten, me sentiré complacido de que sea para siempre.
Remus asintió.
—Es el correcto, Harry, estoy seguro. Se siente el correcto. Tu abuelita estaría aliviada de que lo recuperaras.
Harry metió la mano en su bolsillo y sacó su monedero. Ciertamente, cincuenta galeones era una cantidad considerable, pero no excesiva si se consideraba que la pieza rota que había sobre la mesa, frente a ellos, era un Horcrux. Contó cinco de las grandes y gruesas monedas de diez galeones y las dejó sobre el escritorio, ante el comerciante. Éste retiró su mano del relicario, atrayendo las monedas hacia él y levantándose.
—Adiós —se despidió, y con otro rápido y fluido movimiento, atravesó la puerta trasera.
Harry atrajo el relicario hacia él, jadeando al sentir la fuerza mágica en él. Era lo que habían estado buscando, no había duda. Lo deslizó en su bolsillo junto con su ahora considerablemente más ligero monedero, y ambos hombres se levantaron y abandonaron la habitación y El Mosquete y la Bala sin lanzar una sola mirada hacia atrás. | |
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