La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Retazos de Vida. Capítulo 15

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alisevv

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Retazos de Vida. Capítulo 15 Empty
MensajeTema: Retazos de Vida. Capítulo 15   Retazos de Vida. Capítulo 15 I_icon_minitimeMar Mar 30, 2010 3:16 pm

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—Esa historia de la semillita se ha convertido en algo así como una institución familiar —se rió Draco.

—Sí, aunque no todos corrimos con tanta suerte como los abuelos —ironizó Adam, mirando con afecto a los gemelos.

—No es nuestra culpa que la historia no tuviera consistencia —se defendió Frank—. De alguna forma tenía que entrar la semillita en el cuerpo de mamá, ¿no?

—Y, por supuesto, ustedes debían averiguar cómo —ironizó Severus.

—Bueno, abuelo —apuntó Mark—, por algo somos tus nietos, preguntamos en interés de la ciencia.

—Pues a mí la historia me parece linda —comentó Lisa con ingenuidad.

—Sí, deben reconocer que es más original que la de la cigüeña y la del repollo —se rió Draco.

—Oye, que si estos dos me lo hubieran contado antes —se defendió Ron, señalando a Harry y Severus—, no hubiera pasado la pena de que Richard me dijera que la versión que le había contado Severus a Esperanza era mucho más lógica que la mía.

—¿Y a ti no se te pudo ocurrir algo mejor que un pajarraco trayendo a un niño en el pico desde París? —preguntó Severus con ironía.

—Pues era una historia muggle que parecía efectiva —se defendió Ron, enfurruñado.

—Es efectiva siempre y cuando tu hijo no te pregunte por qué, si vienen de París, los niños no hablan francés —se burló Harry.

—Ni me lo recuerden —suplicó el pelirrojo, recordando aquella aterradora conversación con su hijo mayor, tantos años antes.

—Bueno —pidió Adam, mirando su reloj—, tengo poco tiempo y quiero oír otro pedacito de ese diario antes de irme. Así que a callar todo el mundo, y papá, por favor, lee.

—Definitivamente, la curiosidad es el mal de esta familia —se burló Severus, y ante el entusiasmo colectivo, Harry se dispuso a leer una vez más.



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Es genial estar embarazado, me la he pasado estupendamente. Al principio tenía algo de temor por eso de los mareos y los vómitos, pero con la poción que me recetó William, los efectos son casi nulos.

Claro, mi Sev no puede decir lo mismo y es que a él le ha pegado el embarazo que ni veas. ¿Qué no entiendes de qué modo? Pues todo empezó dos días después de nuestra visita a San Mungo. Deja y te cuento para que veas.


Harry se despertó confundido, sintiendo como si algo le faltara. Estiró su mano izquierda en busca de Severus, pero el colchón estaba vacío, aunque todavía caliente. Confundido, se incorporó y miró alrededor buscando a su esposo, hasta que su vista fue a recalar en el antiguo reloj de pie, que estaba en un rincón de la habitación.

“Las seis de la mañana”, pensó, extrañado. “¿Dónde demonios estará Severus?”

De repente, desde el baño le llegaron varios sonidos atípicos, algo así como ¿arcadas?

Intrigado, saltó de la cama y se apresuró hacia el baño, donde encontró a su esposo inclinando sobre la poceta, devolviendo la cena de la noche anterior.

—Por Merlín, amor, ¿qué te pasa? —preguntó, inclinándose a su lado.

Severus no pudo contestar, una nueva arcada se lo impidió.

Harry tomó una pequeña toalla cercana y empezó a enjugar el sudor de la frente de su pareja, mientras acariciaba su espalda y susurraba palabras tranquilizadoras a su oído. Al poco rato, un tanto más calmado, Severus se retiró del baño, se lavó la boca, y se sentó en el piso, la cabeza inclinada contra el hombro de Harry y respirando fatigosamente.

>>Parece que anoche comiste algo que te sentó extremadamente mal —musitó el más joven, mientras convocaba un vaso con agua fría y se lo entregaba—. ¿Asaltaste de nuevo la nevera sin que me diera cuenta?

—Para nada —negó enfáticamente—. De hecho, si recuerdas, anoche apenas comí.

—Sí, lo recuerdo —le ayudó a incorporarse y le condujo hasta la cama—. Bueno, sea lo que sea que te haya hecho mal, ya lo botaste. Ahora, debes acostarte y tratar de dormir otro poco.

—Esto está mal —se quejó Severus, obedeciendo a su pareja sumisamente—. Tú eres el embarazado, yo debería cuidarte a ti y no tú a mí.

—Pero resulta que el que se siente mal eres tú —le empujó con suavidad sobre el mullido colchón y se acostó a su lado, mientras Severus se arrebujaba en su abrazo, necesitado de consuelo y cariño—. Ahora, descansa un poco, verás que cuando despiertes todo va a estar bien.



Pero lo cierto es que la situación no mejoró. Severus siguió con las náuseas matutinas, o cuando olía comida o algún aroma fuerte, como colonia o humo de cigarrillo. Pasaba horas enteras en el baño, se negaba a comer y en la noche se desvelaba tremendamente, moviéndose de una a otra posición sin lograr conciliar el sueño.

Después de tres días yo ya estaba más que preocupado, así que a pesar de sus innumerables protestas, le obligué a ir a San Mungo a que le revisaran. Como William también es internista y ya le tenemos confianza, decidimos ir a verle a él.


— Te digo que todo esto es una pérdida de tiempo —protestaba Severus a medida que se acercaban a la puerta del consultorio—. Estoy perfectamente bien.

—Claro, y por eso llevas tres días sin probar bocado y vomitando sin parar.

—Estoy seguro que se me va a pasar en cualquier momento, debe ser un virus mágico o algo así.

—Tal vez, pero sea eso u otra cosa, ahora nos vamos a enterar —empujó la puerta del consultorio y saludó a la recepcionista—. Buenos días.

—Ah, doctor Snape, profesor Snape, bienvenidos —contestó el saludo con una sonrisa—. Siéntense un minuto, por favor —desapareció por la puerta del consultorio y salió un momento después—. Pueden pasar.

—Vaya, que los trae tan pronto por aquí —saludó el medimago con una sonrisa al tiempo que les tendía la mano—. ¿Acaso te has sentido mal, Harry?

—Yo no, venimos por Severus —contestó el joven, al tiempo que el maestro de Pociones emitía un gruñido de inconformidad—. No se ha sentido nada bien en estos días, y como tú eres internista…

—Ya veo —replicó William, mirando al mago mayor con aire profesional—. Severus, ¿me podrías decir los síntomas?

—Es una tontería —desestimó el aludido con un movimiento de mano—. Es sólo Harry, que está exagerando.

—¿Me permitirías juzgar eso yo mismo? —el tono del medimago era amistoso, animándole a hablar.

Severus le contó todo lo que había estado sintiendo en esos días, y a medida que lo hacía, al rostro del galeno asomaba una mirada de comprensión.

—¿Entonces, William? —interrogó Harry, preocupado—. Vas a revisar a Severus.

—No creo que sea necesario.

—¿Cómo así? —esta vez quien preguntó fue el maestro de Pociones—. ¿Ya sabes lo que tengo?

—Creo tener una idea bastante aproximada —el medimago sonrió ampliamente—. Tienes todos los síntomas de los primeros meses de embarazo.

—¿Embarazo? —inquirió Severus, atónito—. Eso es imposible, yo siempre soy el dominante y…— se detuvo, apenado, mientras Harry enrojecía fuertemente.

—No quise decir que estuvieras embarazado —William apeló a todo su profesionalismo para no echarse a reír al ver la turbación de esos dos—. Déjenme explicarles. Con cierta frecuencia, se presentan casos en donde los futuros padres sufren los mismos síntomas de sus parejas embarazadas, algo así como solidaridad.

—¿Solidaridad? —repitió Severus, frunciendo el ceño—. ¿Quieres decir que voy a seguir con las náuseas y los vómitos?

—Es posible; al menos durante el primer trimestre.

—¡Mierda!

—¿Y no hay nada que le puedas dar a Severus? —indagó Harry, notando la frustración de su esposo—. ¿Tal vez la misma poción que yo tomo?

—La poción que te prescribí ayuda porque tus síntomas son reales, provocados por los cambios que sufre tu organismo con el embarazo. El caso de Severus es diferente; sus síntomas son sicológicos, por lo cual, en su caso, ninguna poción es de utilidad.

—¡Mierda! —repitió Severus.

—De todas maneras, voy a darte unos datos de esos que usaban nuestras abuelas que seguramente te ayudaran a no sentirte tan mal— dijo William, sonriendo compasivo.

—Oye, ¿y también va a sufrir por mí los dolores del parto? —preguntó Harry, esperanzado.

—Ni lo sueñes —gruñó Severus.

—No, Harry —el medimago se rió abiertamente—. Esos van a ser sólo tuyos.

—Bueno —hizo un mohín de desilusión—. Espero al menos que no le de por tener antojos; no me veo con un barrigón, saliendo a buscar pepinillos con nata o algo parecido.


Bueno, al menos el pobre Sev se alivió relativamente pronto, pero ni te quiero contar el humor que tuvo mientras tanto.

Lo de Herm también va viento en popa y a toda vela; está enorme, pero lindísima. Además, tanto ella como yo estamos estudiando a todo dar: a principios de julio van a ser los últimos exámenes y a finales la ceremonia de graduación. Estoy entusiasmado y agradecido. Aunque se me va a notar algo mi embarazo el día de la graduación, Herm, bendita sea, va a estar mucho más gorda que yo, así que nadie se va a fijar en una ballenita teniendo un cachalote al lado, ¿verdad?

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—Por Merlín, abuelo, que cruel —exclamó Mark, retorciéndose de risa en la alfombra—. Menos mal que querías a tía Hermione.

—Sí, la verdad no sé si reírme como los chicos o retorcerte el pescuezo —gruñó Ron.

—Ahora entiendo porqué en casi todas las fotos de la graduación apareces al lado de la tía Hermione —se rió Adam.

—No te rías, que si estaba gordo era por tu culpa —musitó Harry, ruborizado—. Bueno, tuya y de tu padre, todo hay que decirlo —Severus frunció la frente y los demás rieron—. Pero deben comprender. Era el segundo embarazo de Hermione y ya estaba acostumbrada; por el contrario, yo me sentía como un hipopótamo. Ella era mi único consuelo. Además, me llevaba ventaja porque estaba preciosa.

—Tú también estabas hermoso, amor —comentó Severus, besándole los labios—. Pero será mejor que sigas leyendo, a menos que quieras que cierta comadreja me deje viudo.

Todos rieron, incluido la comadreja en cuestión, y Harry siguió leyendo.



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¡¡Ya soy medimago!!! Para ser más específico, tengo un diploma que dice: Doctorado en Medimagia, Opción Pediatría.

Estoy absolutamente feliz.

Hermione también se graduó, Doctora en Leyes Mágicas, Opción Derechos Civiles de Criaturas Mágicas. Ya sabes, ella siempre estuvo luchando por defender los derechos de los elfos domésticos; ahora podrá hacerlo con mayores herramientas, y no sólo a los elfos, sino a los centauros, licántropos, gigantes y muchas criaturas más que siguen siendo ignoradas y maltratadas por la burocracia del Ministerio de Magia.

La ceremonia estuvo preciosa, y después de graduados hicimos una fiesta en la mansión de Inverness, algo 'relativamente' sencillo, para las amistades de Hermione y las mías. Escucha con atención, que voy a contarte cómo fue todo.


—Harry, ¿quieres dejar de moverte? Vas a poner la túnica hecha un asco —le regaño Severus, mientras se inclinaba y le daba un tierno beso con la intención de calmarlo.

—No puedo, estoy muy nervioso —se disculpó, mientras saltaba de un pie al otro, se estrujaba las manos y miraba al podium con inquietud.

—Parece mentira, tu siempre tan tranquilo; ni te reconozco.

—Deben ser las hormonas —sugirió Remus, quien parado al lado de Bill, miraba la escena con una sonrisa—. Ya sabes que su medimago dijo que estaría muy susceptible y propenso a los cambios de humor.

—Yo sólo quiero que ya empiece —se quejó Harry, mirando al estrado por quincuagésima vez en esa noche.

—Miren, ahí llegan Ron y Hermione —comentó Bill, con la intención de distraer un poco a Harry.

—Herm —casi gritó Harry, y corrió a abrazarla. La chica le abrazó a su vez, y, al momento, ambos estaban llorando sin tregua.

—Demonios, no ha dejado de llorar desde que se despertó —se quejó Ron con cansancio.

—Bienvenido al club —se lamentó Severus, antes de preguntar—: ¿Y Esperanza y Richard? —la niña estaba pasando unos días en la madriguera

—Ya vienen. Mamá estaba terminando de vestirles —contestó el pelirrojo—. Nos adelantamos porque Herm estaba a punto de descabezarme por la impaciencia.

—Pues nosotros llevamos media hora larga aquí, así que supondrás cómo está Harry —comentó Remus, riendo.

Una voz, hablando por el altoparlante, interrumpió la respuesta del pelirrojo.

—Señoras y Señores, les agradecemos se ubiquen en sus asientos, la ceremonia va a comenzar


Fue realmente emocionante, especialmente cuando nos hicieron levantar a todos los medimagos y recitar el Juramento de Hipócrates, ese que es el primer paso que debe dar todo medimago o médico muggle antes de iniciar su carrera, jurando respeto a su profesión, a sus enfermos y a la vida humana por encima de todo.

Mientras hablaba, las palabras escapaban de mi corazón; levanté la mirada y observé a Sev y a Esperanza, y a toda mi familia; luego, puse una mano en mi vientre y juré a todos los míos, y a mí mismo, que trataría de ser el mejor médico del mundo, prudente y humano ante el dolor, para que siempre estuvieran muy orgullosos de mí.


Una vez terminada la ceremonia, Harry y Hermione se abrazaron emocionados y luego corrieron hacia su gente.

—Felicidades —musitó Severus en la sien de Harry, mientras él y Esperanza le abrazaban con fuerza.

—Felicidades, papi.

—Gracias mis amores —musitó Harry, besándoles a ambos, antes de ser apartado bruscamente y paseado por una infinidad de brazos cálidos y rostros sonrientes que le deseaban toda la felicidad del mundo.


Aquello era la locura, todos estábamos tan contentos. Pero lo mejor de la noche fue el regalo que Sev me dio.


La fiesta en la mansión Snape estaba verdaderamente animada. Se podía decir que estaban a casa llena; todos los que querían a Harry y Hermione se encontraban allí. Y justo era reconocer que eran muchos, o así lo atestiguaban los elfos domésticos que, con una sonrisa en sus caras deformes, se habían pasado la noche corriendo de aquí para allá, para que todo quedara a gusto de sus amos, a quienes todos apreciaban sinceramente.

De pronto, la música cesó y el cantante del grupo que estaba tocando en ese momento, tomó la palabra.

—Buenas noches. Ante todo, queremos felicitar a Hermione y a Harry, y desearles un gran éxito profesional.

Después de muchos aplausos y unos cuantos vítores, provenientes especialmente de un par de gemelos, el cantante continuó:

>>Ahora, nuestro anfitrión, Severus Snape, quiere darle un regalo muy especial a su esposo.

Todos miraron expectantes mientras Severus tomaba la mano de Harry y, levantando la varita, apuntaba a su propia garganta y murmuraba ‘Sonorus’ .

—Todos me conocen —empezó, su voz ampliada por el hechizo—, y saben que no soy muy dado a hablar en público. Pero ustedes son nuestros amigos… nuestra familia, y sé que lo que voy a decir les va a alegrar tanto como a mí —tomó un breve respiro y prosiguió—: Hace varios años, empecé una investigación conjunta con un científico muy respetado entre la comunidad científica del mundo: el profesor Wolf Kistler, de Ucrania.

Harry miró a Severus con expectación, y luego miró a Remus; su sonrisa le dio la respuesta

>>Nuestro objetivo —siguió explicando la voz de Severus —era desarrollar una cura efectiva contra la Licantropía —todos los miraron, asombrados—. Remus se ofreció a servirnos de conejillo de indias, y como consecuencia ha tenido que sufrir muchas cosas, en su mayoría desagradables

>>Por momentos, desesperamos; estuvimos a punto de rendirnos y admitir que no había mejora posible a la poción antigua. Pero Remus no nos permitió desistir —sonrió con calidez al mago de ojos color miel—. Y ahora puedo asegurarles que estamos a punto de lograrlo. Por lo pronto, conseguimos una poción que anula por completo la transformación —todos observaban, impactados; aquello era increíble—. Aún debemos resolver un problema, ya que la poción debe ser tomada durante tres días en la luna llena y provoca un sueño profundo durante ese tiempo. De todas maneras, estoy seguro que con más investigación podremos eliminar ese efecto secundario, e incluso lograr obtener una vacuna que permita la cura definitiva de la enfermedad. Les aseguro que vamos por buen camino.

Mientras todos aplaudían una vez más, Harry miró a Severus con los ojos llenos de lágrimas y luego se abrazó a su cuello.

—Gracias, gracias, gracias


Gracias mi amor, nuevamente me has hecho el mejor de los regalos posibles


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—Otro regalo que te ahorraste —comentó Frank, bromeando.

—Ese es un comentario demasiado Slytherin para un Gryffindor —replicó Severus, alzando una ceja y sonriendo con ironía.

—¿Qué quieres? Es parte de mi herencia Snape, que esos genes son fuertes.

—Que me lo digan a mí, que he tenido que lidiar con Snapes toda mi vida —Harry sonrió, y antes que su esposo, hijo o nietos empezaran a protestar, se puso a leer apresuradamente.



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¡¡Es varónnnnnnnn!!!

Sí, voy a tener un hermoso hijo. Sev y yo estamos contentísimos y Esperanza está super feliz.

Lo supimos el mes pasado. William había programado una ecografía mágica y nos había dicho que, si queríamos, podríamos averiguar el sexo del bebé. Sev, Esperanza y yo celebramos un consejo y decidimos que era mejor saberlo, así podríamos comprar la ropita, los muebles, decorar la habitación. Así que los tres marchamos contentos a San Mungo, íbamos a saber el sexo de mi bebe.


—Esperanza, sabes que tienes que portarte bien y no correr ni gritar dentro del hospital —advirtió Severus, alisándole la túnica rosa, parados en la entrada de San Mungo.

—Ya me lo dijiste tres veces, papá —contestó la niña, alzando la ceja de un modo muy similar al de Severus—. Me voy a portar como ustedes dicen, como una señorita.

Sonrientes, Severus y Harry tomaron las manos de su hija y penetraron en la edificación.

>>Que feo huele aquí, como en la enfermería del castillo —protestó la niña, ante el fuerte olor a antiséptico que los recibió.

—Es el olor de las medicinas, mi amor —explicó Harry, mientras se dirigían al ascensor.

Caminaron en silencio pero lentamente, pues Esperanza les paraba a cada rato para curiosear, hasta que llegaron al consultorio de William.

—Vaya, miren a quién tenemos aquí —exclamó el medimago, sonriendo a la pequeña después de saludar a sus padres—. ¿Tú eres Esperanza, no?

—¿Usted me conoce? —preguntó la niña, intrigada.

—Sí, yo te ayudé a nacer.

—Que guay, y también va a ayudar a mi hermanito, ¿verdad? Mis papás me lo dijeron.

—Sí, también voy a ayudar a tu hermanito —contestó William con una sonrisa.

—¿Y es cierto que hoy lo vamos a poder ver? ¿Cómo en una foto?

—Bueno, no es una foto, sino algo parecido —le explicó el hombre—. Vamos a hacer un hechizo sobre la barriga de tu papá y va a aparecer un holograma mágico.

—¿Un holoqué? —la niña fijó sus interrogantes ojos en su interlocutor.

—Un holograma —repitió el medimago, riendo—. Es un poco difícil de explicar, así que es mejor que lo veamos, ¿te parece?

—Siiiii.

El hombre se giró hacia un sonriente Harry.

—Ya sabes el procedimiento. En el baño tienes una bata, nosotros te esperamos aquí para conocer al nuevo miembro del clan.

—¡Genial! —se escucho de nuevo la voz entusiasmada de Esperanza.

Cuando Harry estuvo acostado en la camilla, William le cubrió con una sábana de cintura para abajo, dejando al descubierto su ya abultado vientre. Le untó un gel sobre éste y, sacando la varita, murmuró un conjuro. De repente, apareció una imagen tridimensional del interior del vientre de Harry, en cuyo centro palpitaba la figura ya definida de un pequeño feto.

—A estas alturas de la gestación —comenzó a explicar el medimago con voz profesional—, el feto está completamente definido. Aquí pueden ver la cabeza —con la punta de la varita señaló un punto en el holograma—, los brazos, las piernas —siguió señalando a medida que hablaba—, y esto, Esperanza, quiere decir que vas a tener un hermanito.

—¿Un varón? —pregunto Severus con una sonrisa.

—Sí.

—Yupiiii.


En cuanto a mi embarazo, éste ha sido lo que podría llamar el trimestre de los antojos. En serio, si en este tiempo Sev no me mató es porque, o definitivamente me ama muchísimo, o tiene miedo de que le encierren en Azkaban


—Te aseguró que fue lo segundo —comentó Severus con una mueca divertida—. Aunque, por un momento, incluso la idea de Azkaban me resultaba atractiva, si antes podía retorcerte el pescuezo.

Harry le dio un golpe cariñoso en el pecho y continuó:


Es que he estado definitivamente insoportable. Primero fueron las comidas; se me antojaban las cosas más inverosímiles —y algunas veces asquerosas, debo confesar— a las horas más intempestivas.

Para que te hagas una idea de mi grado de manía criminal en lo que a comida se refiere, y la paciencia de santo de Sev, te contaré algo que pasó a mediados de agosto, tiempo para el cual yo ya tenía cinco meses de embarazo y una barriga bastante prominente.


Harry se despertó intranquilo y sintiendo una creciente desazón. Levantó cuidadosamente el brazo desnudo de Severus que rodeaba su abultado vientre y se levantó de la cama, tratando de no despertarle.

Fue hacia la ventana y miró la noche estrellada y con luna llena, pensando que ese día Remus debía estar durmiendo profundamente, vigilado por Bill. Y por un segundo le envidió; al menos él podía dormir.

Pasó un largo rato y la desazón no cedía. De repente, esa desazón se convirtió en algo mucho más definido, unas ansias terribles por comer.

Pero no quería comer cualquier cosa, no señor. Le apetecía una enorme y grasosa hamburguesa. Sí, eso mismo. Miró hacia la cama y suspiró, Severus dormía tan apaciblemente que daba pena despertarlo; pero él estaba embarazado, y había escuchado que los antojos de los embarazados debían cumplirse a riesgo de… ¿y si era verdad y su bebé nacía con cara de hamburguesa?

Se acercó a su esposo y le tocó ligeramente en el hombro.

—Sev.

Al ver que el otro seguía durmiendo a pierna suelta, le zarandeó un poquito.

>>Sev, cariño. Despierta.

Inútil, el hombre no se dio por aludido. Harry, impaciente, le tironeó con brusquedad, al tiempo que gritaba:

>>SEVERUS.

—¿Qué? ¿Cuál? ¿Dónde es el incendio? —se despertó sobresaltado y miró a su alrededor, hasta que enfocó la vista en su esposo—. ¿Harry? —trató de coordinar sus ideas a través de las brumas del sueño—. ¿Qué te pasa, te sientes mal?

—No, es que… —bajó la vista, avergonzado—… tengo un antojo.

—¿Un antojo? ¿A esta hora? —Severus observó como el joven empezaba a morderse los labios, conteniendo el impulso de echarse a llorar, así que reaccionó de inmediato—. Vale, no te preocupes —le tranquilizó—; dime lo que quieres y te lo traeré.

—Una hamburguesa —contestó Harry, con el rostro radiante.

—¿Una hamburguesa? —repitió, frunciendo el ceño como si tratara de recordar—. ¿Es aquella cosa muggle que comimos el otro día? —Harry asintió en silencio—. Bueno, no te preocupes, iré a decirle a los elfos que te preparen una.

—No. Yo quiero una de la tienda —suplicó.

—¿De la tienda muggle donde fuimos el otro día? ¿Mc Gonnals?

Harry se echó a reír.

—Bueno, no se llama así pero sí, de allí.

—Pero nosotros estamos en Escocia y esa tienda está en… —de nuevo, el puchero acongojado en el rostro de Harry—. Está bien, iré —sacó su varita y se puso un vaquero y una camisa muggle—. Ya regreso.

—Ah —señaló Harry antes que partiera—, recuerda que no le pongan pepinillos, me dan acidez.

Poco después, Severus estaba de vuelta con la hamburguesa muggle… y totalmente empapado.

—Por Merlín, Sev, ¿qué te pasó?

—Estaba lloviendo un poquito en Londres.

—Un mucho, diría yo —pero en realidad no le prestaba atención, estaba demasiado interesado en el paquete que le había traído. Abrió la bolsa, frenético, curioseó dentro, y alzó sus decepcionados ojos hacia su esposo—. ¿No trajiste papas fritas? ¿Ni refresco de cola?

—No me las pediste —se defendió el hombre.

—Pero la hamburguesa no sabe igual sin papas fritas o refresco de cola.

Severus suspiró con resignación; total, ya estaba empapado.

—Vale, voy a por las papas y el refresco —y saliá rumbo a los terrenos para poder aparecerse.

Un poco después, ya estaba de vuelta, aún más empapado que antes.

—En Londres debe haber una gran tormenta —comentó Harry, mientras le arrebataba lo que traía y le daba un gran mordisco a la hamburguesa, que había dejado a un lado en espera del resto de la comida. Cambió la expresión de su rostro de deleite a tristeza y se giró hacia Severus—. Sin pepinillos no sabe bien.

—Pero los pepinillos te dan acidez.

—Cierto —reflexionó por un momento—. Pues a falta de pepinillos necesito más salsa.

—¿Salsa?

—Sí, salsa de tomate, y mayonesa —de nuevo cara de perrito apaleado.

—Bien, llamaré a Dobby para que te la traiga.

—No —negó Harry, verdaderamente compungido—. Las salsas de los elfos no saben igual. Quiero las de esas bolsitas pequeñas que vienen herméticamente cerradas.

—¿O sea, las de la tienda muggle?

De nuevo la cara de cachorro de Harry y el suspiro de resignación frustrada de Severus.

>>Vale, iré, pero te advierto que ésta será la última vez. Como no te la comas del todo, juro que te la meto por el culo.


Luego de la etapa de los antojos, vino la del rechazo, especialmente a mi pobre Sev. Le criticaba por todo; no podía acercarse a menos de cinco metros sin que yo pusiera mala cara, y le mandé a dormir al cuarto de huéspedes. Le criticaba la colonia, el champú —bueno, en eso tenía razón— las túnicas, las botas, la forma de caminar, la forma de comer. En fin, todo y más.

Una vez superada la etapa del rechazo, vino la de los cambios de humor y la autocompasión. De repente estaba alegre como unas pascuas y al momento había caído en una depresión total. Cualquier cosa que me decían me hacía llorar, sobre todo lo que se refería a mi gordura, pues me sentía enorme como una ballena.

De hecho, aún sigo en esa etapa, comiendo como cerdo y llorando como magdalena. Sólo espero que esto pase rápido, antes que Sev me mate o yo acabe ahogándome en la bañera.

Por cierto, ya nació la bebita de Ron y Hermione. Es una preciosidad, con su carita redonda y su pelusita roja. Se va a llamar María, y Ron y Hermione decidieron que Severus fuera su padrino, ya que yo soy el padrino de Richard. El no lo confesaría ni a punto de morir, pero está emocionadísimo con la noticia.

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—Merlín, abuelo, no sé como sobreviviste —comentó Draco, alzando una ceja.

“Debió ser por mis muchos años de entrenamiento y tortura a manos de los mortífagos”  pensó Severus.

—Me revestí de paciencia —dijo en voz alta—. Y también hablaba mucho con Ron; digamos que nos dábamos apoyo mutuo —le sonrió con afecto al anciano pelirrojo, quien le regresó la sonrisa.

—Y Herm y yo ignorantes de todo, de lo que uno se entera —se quejó Harry, con fingida decepción.



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Ahora sí, estoy a punto de reventar, parezco un inmenso globo aerostático. Te cuento que, para felicidad de todos los que me rodean, mi etapa de depresión y malhumor es cosa del pasado. Ahora me siento perfectamente bien; mis únicos problemas son el cansancio, los pies hinchados, y las continuas ganas de orinar.

Bueno, y también el peso, especialmente a la hora de dormir. En las noches tengo que dar vueltas y vueltas en la cama hasta lograr una posición que me permita descansar sin sentir que me asfixio.

Aun así, estoy feliz; falta tan poco tiempo para que pueda tener a mi bebé en los brazos. Si vieras lo hermosa que ha quedado su habitación en el castillo. Y lo que nos costó decorarla, ya que se empeñaron en hacerlo al estilo muggle, porque supuestamente era más divertido.

Así que un día, Sev, Remus, Bill, Esperanza y yo, vestidos con ropa de albañil y con un montón de latas de pintura, brochas, cenefas, pegamento, rodillos y un largo etcétera de implementos muggles, nos dispusimos a decorar la habitación de nuestro bebé.

Bueno, eso de ‘nos dispusimos’ suena a mucha gente, pues yo con mi barrigota era bien poco lo que podía hacer, así que junto con Esperanza me senté en una esquina y nos dedicamos a darles instrucciones a los esclavos decoradores.

Se me había olvidado mencionarte que ya no estamos viviendo en las mazmorras; pensando en los niños, nos mudamos a otras dependencias, lo bastante cercanas a la Casa de Slytherin como para que los alumnos puedan acudir a Sev en caso de necesidad, pero mucho más cálidas y alegres.

La habitación que elegimos para Adam es hermosa. Queda al lado de la de Esperanza y, como la de ella, tiene un amplio ventanal con vista a los jardines y el lago. Pintamos las paredes de azul pastel y blanco, y les pusimos unas cenefas en azul oscuro, donde cientos de snitch doradas, bugglers y escobas, le brindan un toque de color y diversión.

La cuna, la mesa de cambiar el bebé y las cómodas donde va su ropita, son todas en blanco con dibujos en distintos tonos de azul y unos toques de rojo y amarillo, y en un rincón pusimos un arcón enorme donde ya se encuentra la mayor cantidad de juguetes que puedas imaginar.

Y es que ahora, cada vez que salimos, sin importar lo que vayamos a comprar, los pasos de Severus se dirigen a la sección de juguetes. Sonajeros, móviles, carritos, muñecos, no tienes idea. Si a eso sumamos que contagió su locura a Remus y Bill, ya te podrás imaginar. La que sale ganando con todo eso es Esperanza, pues a cada juguete para Adam le compran uno a ella para compensar.

También hemos comprado pañales, biberones, baberos, mantitas, escarpines, guantecitos e infinidad de ropita de bebé, a cual más preciosa que la anterior. Queremos estar preparados para cuando llegue Adam.

Por cierto, tampoco te lo había comentado, mi bebé se llama Adam. El nombre lo elegimos hace cosa de un mes, o más bien debería decir que lo eligió Esperanza. Escucha.

Severus y Harry estaban en su habitación, el mago mayor leía un libro mientras acariciaba suavemente el vientre de su pareja, que medio dormitaba en su pecho luego de un día pesado y agotador. La noche era tormentosa y la lluvia azotaba con fuerza los cristales, mientras el resplandor de los relámpagos refulgía en el cielo y los truenos hacían eco por todo el castillo. De repente, un apurado toque sonó en la puerta y ambos hombres se miraron, sonriendo.

—Ya se estaba tardando —comentó Severus, antes de agregar en voz más alta—. Pasa, cariño.

Una pequeña tromba entró en la habitación, vestida con ropa de dormir y con un león de peluche aferrado a su cuerpecito. Se paró en mitad de la habitación y les miró con ojos suplicantes.

—No es que tenga miedo, ¿vale?, pero… ¿podría dormir con ustedes?

—Claro que sí, cariño —Harry le sonrió y eso fue todo lo que necesitó Esperanza para brincar en la cama de sus padres y ubicarse entre ambos, apoyando su cabecita en la suave barriga de Harry.

La niña se quedó un buen rato pensativa, con su pequeño ceño fruncido.

—¿Algo te preocupa, princesa? —le preguntó Severus, instándola a hablar.

Esperanza siguió un rato en silencio y al fin habló nuevamente.

—Cuándo nazca mi hermanito, ¿me van a querer igual? —sus ojitos preocupados iban de uno de sus padres al otro.

—No te vamos a querer igual, cariño —musitó Harry abrazándola con fuerza—. Te vamos a querer más.

—¿No lo van a querer más que a mí?

—Claro que no, princesa —le aseguró Severus—. ¿Por qué piensas eso?

La niña vaciló de nuevo por unos segundos, como si buscara las palabras para expresar lo que estaba sintiendo.

—Es que Richard me dijo que, desde que nació María, están todos tan ocupados con su hermana que nadie le hace caso a él.

Severus intercambió una mirada con Harry y su pareja entendió el mensaje en seguida: tendrían que hablar con Ron y Hermione con urgencia.

—A ver, pequeña, ven con papá —Severus la alzó y la apoyó contra su regazo—. Verás, ahora que nazca tu hermanito, va a ser muy chiquito y va a necesitar cuidados extraordinarios.

—Sí, ustedes me explicaron que hay que darle de comer, bañarlo y cambiarle los pañales.

—Exacto, porque no puede hacerlo solito —besó su cabecita—. Por eso papi y yo vamos a tener que dedicarle mucho tiempo, pero eso no quiere decir que te queramos menos, de igual modo que tus tíos no quieren menos a Richard que a María, ¿comprendes?

Esperanza sonrió y asintió.

—Además —agregó Harry—, necesitaremos que nos ayudes a cuidar a tu hermanito con la cosas que puedas hacer.

—¿En serio?

—Claro que sí —confirmó Severus—. Y para empezar, ¿qué te parece si nos ayudas a encontrarle un nombre?


Estuvimos un montón de tiempo y, al final, haciendo caso a Esperanza, decidimos que nuestro bebé se va a llamar Adam Snape Potter. ¿A que suena lindo?

Retazos de Vida. Capítulo 15 Harry_zps504lvwbw


—No tienen idea del monstruo que crearon, aún todavía me recuerda que ella eligió mi nombre —comentó Adam—. De niños, cuando se enojaba conmigo, siempre me decía que se arrepentía de no haberme llamado Anacleto.

Las risas resonaron por toda la biblioteca.

—¿Y cómo hiciste con mi papá, abuelo? —preguntó Draco, mirando a Ron.

—Cuando Harry y Severus nos contaron lo que les había dicho Esperanza, nos sentamos y tuvimos una conversación de padres a hijo.

—Traducción: se arrodillaron y suplicaron el perdón de Richard —se burló Severus.

—Sí, más o menos —admitió Ron, enrojeciendo.

—Abuelito, ¿y ahora vas a leer sobre el nacimiento de tío Adam?

—Sí, pero es muy largo —comentó Harry—. Creo que es hora de dormir.

—A no, eso sí que no —se quejó Adam—. Que yo no puedo venir mañana, no me irás a dejar sin el cuento de cómo nací.

—Pero si te lo hemos dicho un montón de veces.

—Sí, pero una cosa es contarlo ahora y otra en el momento que lo estabas viviendo. ¿Por favor?

—Si abuelito, por fa.

—Por favor, abuelo.

—Bueno, está bien —aceptó—, pero es lo último que leo por esta noche —advirtió, y tomando de nueva cuenta el diario, empezó a leer.




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harry Retazos de Vida. Capítulo 15 Cap.16_zps53tqxz2v sev


Última edición por alisevv el Dom Feb 07, 2016 5:11 pm, editado 2 veces
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MensajeTema: Re: Retazos de Vida. Capítulo 15   Retazos de Vida. Capítulo 15 I_icon_minitimeMiér Jun 11, 2014 7:47 pm

jajajajaj que persistente familia..XD haahhahaha que risa anacleto hahhahhaahaha ah esperanza que linda.>.<
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MensajeTema: Re: Retazos de Vida. Capítulo 15   Retazos de Vida. Capítulo 15 I_icon_minitimeMiér Jun 11, 2014 7:53 pm

Quiero pensar que Sev y Harry hubieran hecho reflexionar a Esperanza si hubiera querido llamarlo Anacleto, jajaja
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MensajeTema: Re: Retazos de Vida. Capítulo 15   Retazos de Vida. Capítulo 15 I_icon_minitimeMiér Jun 11, 2014 9:25 pm

muy lindo capitulo, Esperanza es una linda niña, lo de Anacleto es genial
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MensajeTema: Re: Retazos de Vida. Capítulo 15   Retazos de Vida. Capítulo 15 I_icon_minitime

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