alisevv
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| Tema: Retazos de vida. Capítulo 6 Lun Feb 01, 2010 6:51 pm | |
| Harry levantó la vista del diario que había estado leyendo, un mundo de añoranza por el amigo hace tiempo perdido brillando en el fondo de sus verdes pupilas. Haciendo un esfuerzo por sustraerse a los recuerdos, fijó la vista en los semblantes acongojados de sus cuatro nietos.
Lisa –acurrucada en los brazos de Draco– tenía su pequeño rostro surcado de lágrimas de tristeza, los gemelos mostraban un semblante serio y compungido que los hacía parecerse aún más al abuelo Severus, y la expresión de Draco era inescrutable, sólo una furtiva lágrima delatora evidenciaba la pena que sentía en ese momento.
—Chicos —habló Harry al fin, algo preocupado—, en lo que sigue están plasmados unos recuerdos muy hermosos, pero también otros muy duros, ¿qué les parece si nos saltamos unas cuantas páginas?
Por un momento nadie habló, concentrados en lo que había planteado su abuelo. Al fin, Draco, abrazando apretadamente a Lisa contra sí como para darse valor, murmuró:
—No abuelo, yo quiero escuchar todo —su voz reflejaba su firmeza de carácter y Harry se sintió muy orgulloso de él—. Mamá me contó todo lo que pasó con mi abuelo, tal como ustedes se lo contaron a ella, pero eso no se compara ni mucho menos con oírlo así. Yo quiero que sigas.
—Nosotros también —intervino Frank, luego de recibir un gesto de aprobación de su gemelo—. Hasta ahora, Draco Malfoy había sido solamente el abuelo muerto de nuestro primo, una imagen perdida en el tiempo. Pero ahora se convirtió en alguien tangible y valiente, se convirtió en el abuelito Draco, alguien que queremos conocer... hasta el final.
Harry miró a sus nietos con orgullo no exento de asombro, era impresionante el nivel de madurez que habían adquirido sus chicos. Pero también estaba Lisa. ¿Cómo tomaría ella esas cosas tan tristes?; era tan pequeña y frágil. Se inclinó sobre su nieta y, levantando su carita abatida, su mirada se fijo en aquellos ojos tan parecidos a los propios.
—¿Y tú, mi niña? —le preguntó suavemente—. ¿Crees poder continuar?
La niña vaciló unos momentos, pero al final prevaleció la valentía heredada de sus ancestros y asintió lentamente con la cabeza. Harry se giró hacia Severus, aún dudoso.
>>¿Tú qué crees, amor?
El antiguo maestro de Pociones clavó la mirada en los ojos de su esposo. Hasta ese momento había escuchado la conversación sin decir palabra, aún inmerso en los recuerdos de un mundo perdido hacía ya tanto tiempo, pero no por eso menos amado. Después de reflexionar un buen tiempo sobre la pregunta de su pareja, y mirar los rostros tristes pero decididos de sus nietos, afirmó:
—Deben saber —la voz del mago era terminante—. La historia de Draco es parte de lo que son, directa o indirectamente su valor y su bondad han afectado la vida de todos nosotros —respiró con fuerza y repitió—. Deben saber
Con un suspiró, Harry abrió nuevamente el diario y continuó:
Estos días pasados desde que se descubrió la enfermedad de Draco, han sido los más terribles, pero los más hermosos de mi vida.
Si vieras lo valiente que es, el anhelo con que está esperando el nacimiento de su niña, la resignación con la que ha aceptado su destino aunque los demás no podamos hacerlo. Él es quien nos sostiene y nos conforta, especialmente a Severus y a mí, que somos quienes estamos más unidos a él.
Como Draco decidió conservar a su bebé, su medimago, aún estando en desacuerdo con la decisión, comenzó a tomar las medidas necesarias para que el embarazo pudiera llegar a buen término y Draco tuviera fuerzas para dar a luz. Lo primero que hizo fue recetarle reposo absoluto y prohibirle estrictamente el uso de cualquier tipo de magia, por leve que ésta fuera.
Los primeros días Draco estuvo de muy mal humor, no le hacía ni pizca de gracia el encierro. Los muchachos se hicieron el propósito de distraerle y su habitación vivía llena de Gryffindors a todas horas, a pesar de los continuos gruñidos de Severus.
La situación llegó a tal extremo, que Draco vivía en un estado de excitación permanente que le comenzó a hacer daño. Hasta que al fin Severus explotó. Gritó a todos que Draco necesitaba reposo, REPOSO, y el parloteo de un rebaño de Gryffindors le tenían agobiado.
Al final, se prohibieron las visitas en su habitación, excepto las de Hermione, Ron, y las mías. Sin embargo, eso tampoco ayudaba, porque Draco se pasaba largas horas pensativo y aburrido sin nada que hacer. Por fin, a Hermione se le ocurrió algo que le permitiera trasladarse sin mucho esfuerzo.
Ayudada por Severus –los milagros existen– hechizó una de esas sillas de ruedas muggles para convertirla en una ‘silla flotadora’; así, Draco puede desplazarse a cualquier sitio con sólo mencionar el lugar, y eso le ha permitido sentirse un poquito más independiente.
Como el tiempo está muy frío y Draco necesita sol, vamos todas las mañanas al Cuarto de los Menesteres. Allí conseguimos una terraza soleada, con muchas plantas, unas cómodas tumbonas y un pequeño lago lleno de patos y peces multicolores, con mini cascada incluida. ¿A que tengo imaginación? Draco se ríe de mí y de mi imaginación, pero le gusta y le relaja, eso es evidente, pues pasa el resto del día mucho más animado.
Lo segundo que hizo el médico fue recetarle una dieta estricta para sobrealimentarle. Vegetales, carne, pescado, y muchos postres. Esa es otra. Los elfos domésticos también entraron en la asociación de ‘Vamos a consentir a Draco’ y viven inventando nuevos postres sólo para lograr que les premie con una sonrisa.
¡Quién iba a decir que el antes tan odioso Príncipe de Slytherin se iba a convertir en el chico más querido y consentido de la escuela!
El medimago también le recetó un reconstituyente, y Severus elaboró una poción especial –muy costosa y complicada– que ha logrado bajar la velocidad a la que Draco está perdiendo su magia, sin tener efectos nocivos para Esperanza.
Sí, se va a llamar Esperanza. Hace unos quince días, Draco y yo estábamos en nuestra terraza particular cuando...
—La verdad es que este lugar que te inventaste está muy bien —comentó Draco, desperezándose sobre la tumbona colocada bajo un frondoso árbol—. ¿Quién pensaría que tendrías una imaginación con tanta clase?
—No la tengo —contestó Harry, burlón—. Lo que ocurre es que repasé libros y libros sobre sitios lujosos adecuados para un Malfoy.
—Ya no soy un Malfoy, ¿no recuerdas? —había un tono de pesar en su voz y Harry se hubiera pateado por ser tan estúpido—. Pero no pongas esa cara —continuó, sonriendo para desestimar la breve sensación de desasosiego que le había inundado y tranquilizar a Harry— que tienes razón, un Draco tiene gustos que la mayoría ni siquiera entendería.
Ambos rieron, permaneciendo callados largo rato mientras miraban las tranquilas aguas del lago.
—Se llamará Esperanza —musitó Draco de improviso.
—¿Cómo? —preguntó Harry sin entender.
—Mi niña, se llamará Esperanza —explicó el joven rubio—. Porque es mi esperanza que ella pueda tener una hermosa vida, la vida que Blaise y yo no pudimos lograr —declaró, mientras su vista se fijaba sin ver sobre la transparente superficie del agua. Al fin, como si le costará un gran esfuerzo, musitó—: Tengo tanto miedo.
Sin saber qué decir, Harry se limitó a apretar con fuerza su hombro.
>>Pero no te engañes —continuó mirando el infinito, como si hablara consigo mismo—. No tengo miedo de morir, ya lo hice el día que Blaise cayó a mis pies, muerto; desde ese día he ansiado ir a su encuentro —un nuevo silencio que Harry no se atrevió a interrumpir, pensando que en ese momento Draco necesitaba hablar y él escuchar—. Tengo miedo por mi Esperanza; miedo no, terror. ¿Qué va a ser de ella cuando yo no esté? —la angustia era patente en la voz del joven mago, pero su rostro continuaba pétreo. En ese momento, giró la cabeza hacia el chico de pelo negro, y la súplica desgarrada salió de sus labios—. Harry, prométeme que la cuidarás —miró al fondo de las pupilas verdes de su amigo—. Prométeme que cuando yo no esté, velarás por mi niña. Pero —levantó una mano para impedirle hablar— antes piénsalo bien, porque más pronto de lo que supones te exigiré que cumplas tu promesa.
Harry se quedó mirando a su amigo con el alma en los ojos y musitó desde el fondo de su corazón:
—Lo prometo.
Se lo prometí sin pensarlo porque no tenía nada que pensar; por supuesto que, si está en mis manos, protegeré a Esperanza con mi vida. Pero la verdad es que ni siquiera sé en qué forma podré hacerlo.
Pasando a otro asunto, mi relación con Severus ha mejorado bastante; al menos tolera mi presencia. Será porque no le queda más remedio pues, le guste o no, siempre estoy rondando por sus habitaciones para ayudar a Draco. Creo que podría decirse que hemos firmado un armisticio, al menos temporal.
Remus y Bill habían pensado irse a Suiza por Navidad y me invitaron a acompañarles, pero en vista de qué yo no quiero dejar a Draco en estos días, decidimos quedarnos a pasar las fiestas en el castillo. En cuanto se enteraron, Ron y Hermione también se agregaron al grupo, así que van a ser unas navidades ‘en familia’, y según Ron, Sev es el tío gruñón del grupo. Menos mal que no le escuchó, sino habría un pelirrojo menos en el mundo.
Ayer, mientras Severus charlaba con Draco, nos fuimos a Hogsmeade a comprar los regalos de Navidad. Draco me dio la lista de sus regalos y no pude evitar sonreír cuando vi los nombres de Ron y Hermione. Es tan extraño; quién nos diría cuando nos llamábamos comadreja, hurón, sabelotodo o cararrajada, que nuestra amistad iba a transformarse en algo tan sólido.
En el listado se incluía un libro de Pociones recién editado, con los últimos adelantos en la materia, como obsequio para Severus. No tienes idea de lo que me costó conseguirlo. Resulta que no estaba en la librería del pueblo, y como tengo prohibido aparecerme, no podía ir al Callejón Diagon a buscarlo. Sin embargo, el dueño de la librería me dijo que el autor vivía en el pueblo y podía intentar contactarle, aunque me advirtió que era muy huraño. Bueno, para hacerte breve el cuento, no sólo conseguí el libro sino hasta una dedicatoria especial del autor. Ésa es una de las ventajas de ser ‘El Salvador del Mundo Mágico’. Bueno, eso y mi gran capacidad para rogar, suplicar, mendigar y, en general, incordiar.
Yo también le compré un regalo, un kit completo para trabajo en Pociones a escala microscópica. También adquirí una esclava de plata con forma de serpiente que me encantó, pero sé que jamás me atrevería a regalársela. Es un obsequio demasiado personal y probablemente me la tiraría al rostro. Sin embargo, la conservaré, y quién sabe, algún día quizás me atreva a regalársela. Quién sabe.
—¿Es esa misma esclava, abuelito? —preguntó Lisa, mirando la pulsera que, desde que tenía uso de razón, siempre había visto rodeando la muñeca de su abuelo Severus.
—Sí, mi niña —contestó el mago, acariciando el objeto como si fuera algo vivo.
—Así que al fin te atreviste a dársela —más que una pregunta, lo de Frank fue una afirmación.
—Se la obsequié el día que nació tu padre —explicó Harry con una sonrisa.
—Y desde ese día la he llevado conmigo —agregó Severus, cobijando a su esposo más cerca de su corazón. Harry, envuelto en el cálido abrazo, tomó el diario y empezó a leer nuevamente.
Aunque parezca contradictorio, ésta ha sido una Navidad realmente hermosa. Después de la lucha contra Voldemort y de todas las pérdidas sufridas, las familias se han unido muchísimo; por esta razón, todos los alumnos fueron reclamados con ansiedad por sus familias en cuanto empezaron las vacaciones. Por su parte, la mayoría de los profesores también decidieron tomarse su tiempo libre para pasarlo con sus familias, de forma que el castillo quedó para nosotros solos.
Cómo Ron y Hermione decidieron quedarse, la familia Weasley en pleno y los padres de Hermione llegaron a Hogwarts el día veintidós, invitados por la profesora McGonagall, quien hizo un hechizo especial para que el castillo aceptara a los señores Granger a pesar de ser muggles. Como el Gran Comedor era demasiado grande para tan pocas personas, Remus y Bill ofrecieron sus dependencias para realizar la cena de Nochebuena. El espacio resultó perfecto, ya que tienen una salita de estar muy cómoda, un comedor que agrandamos un tanto para que cupiéramos todos, y hasta una cocina que nos resultó de mucha utilidad, no sabes cuánto.
Después de mucho discutirlo, y como si fuera un reto, decidimos decorar y cocinar al estilo muggle –sugerencia del papá de Hermione, aunque al final la decisión la tomó Draco, por supuesto– y se estableció una multa para aquel que usara magia de cualquier tipo.
Una vez decididos, se repartieron las tareas. Fred y George fueron los encargados de ir a buscar a Hogsmeade los adornos y una lista interminable de chucherías para la cena.
A Remus y a Bill les tocó ir al Bosque Prohibido a cortar un pino mediano, y se fueron encantados con el hacha al hombro. Claro, estos dos tienen una idea bastante particular de lo que es ‘mediano’, y cuando al fin llegaron con el árbol –debo decir que para mí que estuvieron haciendo antes ‘otras cosas’, que no se tarda tanto rato en cortar un árbol, aunque lo hagas con métodos muggles– no cabía por la puerta. ¡Estuvieron casi una hora para meterlo en la salita! Bueno, bien les está, por exagerados.
Ron y Hermione fueron los encargados de conseguir la música navideña, así que fueron al Londres muggle con el señor Granger, a comprar un reproductor de CD y varios discos. Claro, olvidaron el pequeño detalle de que en Hogwarts no hay electricidad, así que tuvieron que regresar a comprar las pilas.
La señora Weasley fue la encargada de preparar la cena, ayudada por Ginny, la profesora McGonagall, la mamá de Hermione y, no lo vas a creer, Severus. Al final, resultó que Sev es un repostero excelente; a petición de Draco, hizo un pastel con una receta que por lo visto sólo conoce su familia y que estaba para chuparse los dedos.
A media tarde entré a husmear en la cocina para ver cómo iba todo, y la imagen que me recibió fue realmente hermosa. Sev se había puesto uno de esos sombreros altos de cocinero y un delantal, ambos blancos, cosa rara en él. Estaba frente a una mesa llena de ingredientes y batía una mezcla en un recipiente. Estaba transfigurado; era claro que disfrutaba al máximo de lo que hacía. Sin querer que su expresión de placer desapareciera al verme, me fui en silencio, sin que nadie notara mi presencia en la cocina.
Yo me dediqué a hacerle compañía a Draco mientras llegaban con los adornos y el arbolito. Los gemelos aprovecharon, cuando no, y compraron unas cuantas bromas, así que cuando al fin comenzamos a decorar, aquello parecía una batalla campal. Los objetos de broma comenzaron a saltar aquí y allí y, como no podíamos usar magia por el reto, al final terminamos todos embadurnados de tinta, crema de afeitar, betún de zapatos y otras sustancias que prefiero no averiguar qué eran.
La verdad, fue la locura, y Draco, sentado en su silla flotante, reía como hacía tiempo no lo hacía. Fue verdaderamente hermoso.
Cuando todo estuvo listo, tomamos la estrella y Draco flotó hasta la cima del pino para colocarla, mientras pedíamos un deseo, que estoy seguro fue el mismo en todos los casos. Lástima que es muy poco probable que ese milagro se nos conceda.
La cena estuvo deliciosa, y el postre que hizo Severus, definitivamente increíble, cualquiera mataría por esa receta. Después de la cena, la profesora McGonagall hizo aparecer un piano, el papá de Hermione se sentó a tocar, y todos cantamos villancicos, incluyendo a Sev, que cedió a unirse al coro para complacer a Draco.
Sin embargo, creo que esto último fue alguna clase de venganza de Draco hacia nosotros por algo que desconozco, porque yo adoro a Sev, pero no puedo negar la realidad. ¡CANTA ESPANTOSO!
—Oye, que yo no canto tan mal —se quejó Severus, frunciendo el ceño.
—No, abuelo, no cantas mal —convino Fran desde la alfombra. Ante la cara satisfecha de su abuelo y la ceja levantada de Draco en incredulidad, agregó—: Cantas peor.
Cuando las risas que estallaron ante la cara de frustración de Severus se apaciguaron, Lisa intervino.
—No les hagas caso, abuelito —le consoló con una sonrisa—. Además, es cierto que tu postre especial es riquísimo.
Riendo ante el fuerte gruñido que acababa de dar su esposo, Harry abrió de nuevo el diario y se dispuso a continuar.
Después de la cena repartimos los regalos, y la cara de sorpresa que puso Severus al ver el libro que le regalaba Draco dedicado por su autor, valió la pena todo el esfuerzo que me costó conseguirlo. Yo había puesto mi presente para él bajo el arbolito y George, que junto a Fred estaban repartiendo todos los paquetes, dijo quién lo regalaba y a quién iba dirigido; todos me miraron como si fuera extraterrestre, especialmente Severus. Yo me limité a ignorarles y seguí hablado con Draco como si nada, aunque por dentro me estaba muriendo. Él, por su parte, abrió el obsequió y simplemente me lo agradeció con una leve inclinación de cabeza, lo cual parece no ser la gran cosa, pero proviniendo de Severus Snape es definitivamente un mundo.
Hoy en la mañana se entabló una cruenta guerra de bolas de nieve en los terrenos del colegio y Draco nos rogó a Severus y a mí que le permitiéramos salir a observar. Acepté a regañadientes y después le tuve que ayudar a convencer a Severus, lo cual fue extremadamente difícil.
Yo entiendo y comparto la preocupación de Severus por la salud de Draco, pero también entendí que él merecía la oportunidad de sentirse libre, aunque fuera por un corto tiempo. Así que, enfundados de pies a cabeza con ropas de abrigo, salimos al prado nevado y presenciamos una batalla que hubiera hecho palidecer a Voldemort. Luego, entre todos hicimos un enorme muñeco de nieve, también al estilo muggle, y que tenía un parecido francamente asombroso con Dobby, según hizo notar Draco con las mejillas sonrosadas y riendo a carcajadas. Por ese breve instante, sentimos que todo estaba perfecto y que nada ni nadie podría llegar a dañarnos. En ese momento, en los campos nevados y disfrutando el débil rayo de sol, pudimos permitirnos soñar.
—Yo tengo varias fotos de ese muñeco, y de mi abuelo riendo junto a él —comentó Draco, pensativo.
—Sí, en esos días yo andaba arriba y abajo con una cámara mágica y siempre que Draco estaba distraído, le tomaba una foto. Pensaba que cuando Esperanza fuera grande, ese sería un recuerdo que atesoraría con amor— musitó Harry con aire melancólico.
—Y lo hace —aseguró el joven rubio—. Ella y yo. Para nosotros, esas fotos son un tesoro invaluable— miró a Harry a los ojos y terminó—: Gracias, abuelo.
Harry extendió la mano e hizo una suave caricia en la mejilla de su nieto mayor, antes de regresar a la lectura.
¡No lo puedo creer! Recuerdas la promesa que hice a Draco hace algunos días, aquella de proteger y cuidar a Esperanza, y que yo no sabía cómo iba a poderla cumplir. Pues ya lo sé, y definitivamente, ¡no lo puedo creer!
Verás, resulta que hace un rato, apareció Dobby en mi habitación y me dijo que si podía ir al cuarto de Draco pues me necesitaba, y entonces....
Harry caminaba presuroso por los fríos y húmedos pasillos de las mazmorras, preocupado por la premura con que le había mandado llamar su amigo.
“Se habrá sentido mal”, se preguntaba angustiado. “Pero no, no puede ser eso”, hacía lo posible por convencerse a sí mismo. “En ese caso, hubiera sido Severus quien me hubiera mandado llamar”
Llegó a la puerta de las dependencias del maestro de Pociones y casi gritó la contraseña. Cuando el cuadro se deslizó para permitirle la entrada, Harry se precipitó hacia el interior de la habitación sin demasiado preámbulo.
—Tan descortés como siempre —oyó la seca voz de Severus Snape—. ¿Acaso no le han dicho que antes de entrar a una habitación se debe llamar?
—Lo lamento —se disculpó Harry, mirando a su profesor con cierta molestia no exenta de tristeza, jamás se acostumbraría a que fuera tan desagradable con él—, pero Draco me envió a llamar con urgencia y estaba preocupado.
El aludido, que se encontraba con rostro inescrutable, sentado frente a Severus en el rincón más próximo a la chimenea, emitió una tenue sonrisa y comentó:
—No tienes porque ser tan desagradable con Harry, Severus. Además, él tiene razón, yo le mandé llamar. De hecho, mandé llamar a ambos porque tengo algo muy importante que pedirles —al ver que el Gryffindor continuaba parado en el dintel de la puerta, pidió con voz suave—. Harry, por favor, cierra y ven a sentarte aquí —señaló un asiento ubicado al lado del de Severus.
Decididamente intrigado, el recién llegado se dirigió al sitio indicado y se sentó, sin dirigirle otra mirada al mago mayor sentado a su lado.
—Bueno, verán —el joven rubio dudó y sus amigos se quedaron mirándole absolutamente asombrados, jamás le habían visto en tal estado de nerviosismo—. Esto que voy a decirles es muy difícil para mí —vaciló un segundo—, por lo que les pido que me permitan hablar hasta el final sin interrumpir.
Ante el mudo asentimiento de sus amigos, continuó:
>>Desde que supe que si continuaba con mi embarazo iba a morir —empezó, fijando la vista en los rostros de los otros dos—, me ha agobiado la angustia de pensar qué va a ser de mi niña cuando yo no esté.
>>No sé si sabrán que cuando mi padre y el padre de Blaise nos desheredaron, lo hicieron completamente; es decir, no sólo nos despojaron de apellido y bienes materiales, sino que incluso hicieron un maleficio, evidentemente oscuro, para que nuestra huella mágica no pudiera ser relacionada en absoluto con nuestras familias. Y eso se aplicaba, por supuesto, a cualquiera de nuestros herederos.
>>Eso no nos importó. Éramos jóvenes, y pensábamos que al acabar la guerra podríamos labrar nuestro futuro desde cero, tal vez en algún lugar lejano —se detuvo un momento y tomó un sorbo de agua de un vaso colocado en la mesita de centro. Harry y Severus, fieles a su palabra, no dijeron nada mientras esperaban que continuara.
>>Cuando llegó la batalla final y Blaise murió, yo sólo deseaba morir también, por lo que lo del apellido siguió sin importarme en absoluto. Pero cuando supe que estaba embarazado, supe también que tenía que hacer algo al respecto, al menos quería darle a mi niña un apellido. Por ese tiempo, pensé que una vez naciera Esperanza y yo saliera de la escuela, empezaría una pelea legal en el Ministerio para que me regresaran mi apellido y unas propiedades –que no correspondían al patrimonio Malfoy, sino a los bienes personales de mi madre, y que me había heredado a mí– y me ayudaran a recuperar mi huella mágica familiar.
>>Sin embargo, eso ya no podrá ser —fijó la vista por un momento en las llamas de la chimenea, antes de voltear a ver a sus amigos otra vez—. Si yo muero sin apellido ni huella mágica familiar, mi niña se convertirá en una don nadie, una paria que probablemente terminaría en un maldito orfanato, pues el Ministerio no permitiría ni siquiera que la adoptara una pareja de magos de buena familia.
>>No quiero eso para mi bebé —la voz de Draco era suplicante—. No quiero que viva como una pobre huérfana, entre personas que tal vez no la quieran. Harry —los atormentados ojos grises se fijaron en las anegadas orbes verdes—, tú creciste siendo huérfano, ¿entiendes que no puedo permitir que a mi Esperanza le pase eso?
Harry asintió. En ese instante, aunque hubiera querido era incapaz de emitir palabra alguna.
Viendo que Draco se quedaba callado, Severus le animó a continuar.
—¿Y qué has pensado hacer? ¿Hay algo en lo que te pudiéramos ayudar?
—De hecho —musitó el rubio, centrándose de nuevo en lo que quería pedir—, sí, sí lo hay —miró a los dos magos intentando conseguir valor para pedir lo que tenía que pedir, lo que era indispensable que pidiera—. He estado manejando un sinfín de posibilidades, y sólo hay una que es viable —respiró hondo y atacó de nuevo—. Existe un antiguo hechizo, ya prácticamente en desuso pero todavía vigente, por el cual se puede cambiar la huella mágica de un recién nacido y ponerle la huella mágica de sus padres adoptivos.
—El ‘Cambius Mágicus’ —musitó Severus, empezando a comprender.
—Exacto.
—Pero ese es un hechizo que requiere condiciones muy especiales —argumentó Severus—. Si mal no recuerdo, los padres adoptivos deben ser una pareja casada, y no sólo por medios convencionales, sino bajo la forma de ‘Matrimonio Imperecedero’
—¿Matrimonio imperecedero? —preguntó Harry, que seguía sin entender de qué iba la cosa.
Severus bufó exasperado ante lo que consideraba un total desconocimiento de Potter sobre el mundo mágico, pero Draco se giró hacia él y le explicó con amabilidad:
—En el mundo mágico hay diferentes tipos de uniones, dependiendo del grado de compromiso establecido entre las partes. El Matrimonio Imperecedero es, con mucho, la más fuerte. Los esposos no sólo intercambian votos, sino también parte de su huella mágica, es lo que podría llamarse una unión de almas. Por supuesto, es indisoluble.
—¿Y tú conoces alguna pareja que esté casada bajo esos términos? —preguntó Harry.
—De hecho, sólo confiaría mi niña a dos personas en este mundo —declaró Draco, sosteniendo la respiración en espera de que el mundo reventara sobre su cabeza.
—Eso sí que no —saltó Severus, comprendiendo al instante—. Eso es imposible, tiene que haber otra solución.
Sin entender porqué Severus estaba tan alterado, Harry preguntó con ingenuidad.
—¿Y quiénes son esas personas, Draco?
—Potter, ¿usted es tonto o se hace? —gruñó Severus con brusquedad—. Se refiere a nosotros dos.
—¡¡¿Que qué?!! —la exclamación retumbó en la habitación—. ¿No hablan en serio, verdad?
—Sí, Harry —confesó Draco—, es totalmente en serio. No hay nadie más en el mundo a quien confiaría a mi hija —viendo que sus amigos iban a empezar a protestar de nuevo, alzo las manos para detenerles—. Sólo piénsenlo, por favor. Tienen hasta mañana para decidir, porque como Severus debe saber, otra de las condiciones de este tipo de matrimonio es que sólo puede hacerse la medianoche del treinta y uno de Diciembre… al menos con eso fui afortunado —esto último lo musitó casi para si mismo, antes de reponerse y continuar en voz más alta—. Si aceptan, se necesita una poción elaborada con la sangre de ustedes para entonces. Sólo piénsenlo —repitió.
La última súplica encogió el corazón de Harry, quien preguntó en un susurro tan bajo que apenas se escuchó.
—¿Estás seguro que es la única alternativa?
—Sí
Después de eso, Severus salió intempestivamente de la habitación, y yo me quedé ahí parado, sin lograr reaccionar. Y aún sigo igual. ¿Casarme con Severus? ¿Estar unido a él de por vida? No hay nada que pudiera desear más que eso, pero sé que él me odiaría eternamente. Si acepto, ¿lograré vivir con su odio? Y si no acepto, ¿qué será de Esperanza?
Sólo tengo una alternativa, debo hablar con Severus para ver qué opina de este asunto, y cuánto antes, mejor.
Al levantar la cabeza y ver la mirada entre ansiosa y atónita de sus nietos, Harry estuvo a punto de echarse a reír, pero viendo que muy probablemente su integridad física peligraría si no seguía leyendo, pasó la hoja del cuaderno y continuó:
Amigo, creo que es definitivo, me voy a casar. Escucha y luego dime si mi vida no es un carrusel de locos. Te voy a contar lo que pasó cuando fui a ver a Sev...
Harry se detuvo vacilante frente a la entrada de la oficina de Severus Snape. Por unos minutos, se quedó mirando fijamente la puerta de madera sin saber qué hacer. Al fin, aspirando una gran bocanada de aire para tranquilizarse, levantó la mano y tocó suavemente, casi como deseando que desde el interior no le oyeran.
—Potter, pase de una maldita vez.
El desagrado impregnado en el tono de su profesor ratificó sus peores presentimientos, pero sin pensarlo más, abrió la puerta y entró en la oficina. Tuvo que esperar unos segundos para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad reinante, eso sin hablar de que el frío del ambiente se colaba hasta el último de sus huesos. Tal parecía que el recinto reflejaba el estado de ánimo de su propietario.
—¿Cómo supo que era yo? —preguntó Harry, acercándose hasta el escritorio tras el cual se sentaba el hombre.
—A ver, Potter —Severus se levantó y dio la vuelta al escritorio hasta ubicarse cerca del muchacho—, ¿cómo le diré? Draco acaba de pedirnos que nos casemos y adoptemos a Esperanza, ¿cree que hace falta ser un genio para saber que usted vendría de inmediato a hablar conmigo? De hecho, mucho se tardó —al ver que el rostro del chico enrojecía furiosamente, agregó—: De todas maneras, me alegra que haya venido, yo también quiero hablar —miró fijamente los atemorizados ojos verdes y frunció el entrecejo.
—Usted no quiere esta boda, ¿verdad? —Harry apenas podía controlar el temblor de su voz.
—¿Acaso usted sí?
—No se trata de lo que yo quiera. Prometí cuidar y proteger a Esperanza con mi vida y estoy decidido a hacerlo —ni el mismo Harry entendía porqué hablaba así, cuando un rato antes era un mar de dudas.
—¿Entiende bien todo lo que implica el que usted y yo... nos casemos? ¿Qué sea un matrimonio para toda la vida? —Severus se alejó del muchacho y comenzó a pasear arriba y abajo por la habitación, hasta que fue a pararse de nuevo frente a Harry—. Yo siempre fui un solitario, no he sido un hombre... fiel, de pareja, y por eso jamás me he casado. En cierta forma, siempre pensé que si algún día me establecía, sería para formar una familia, tener un hogar, no una parodia de matrimonio.
>>Me niego a vivir el resto de mi vida una mentira, buscando en otras camas lo que debería tener en la mía —se acercó un poco mas a Harry que retrocedió un paso involuntariamente.
>>Me niego a que el hombre que comparta mi vida me tema —declaró con desdén, ante el obvio movimiento de Harry—. Puede que no le ame o no me ame a mí, pero necesito respeto y confianza... y necesito una relación plena, en todos los sentidos. ¿Sería usted capaz de proporcionarme eso?
Ante las rudas palabras, Harry se irguió cuan alto era.
—No me menosprecie, Profesor —dijo, sosteniendo su mirada—. Podría darle más de una sorpresa.
—Estoy seguro que sí —un nuevo paso de avance, pero esta vez Harry no retrocedió—. Me gusta y mucho, creo que a estas alturas es inútil negarlo —ante la expresión de Harry, emitió una risa ronca—. ¿Por qué le sorprende? Debe saber que es un hombre extremadamente atractivo —otro paso de avance—. Y también sé que no le soy indiferente, ¿no es cierto? —Harry sólo pudo asentir con el corazón encogido.
>>Ahora la pregunta es… —hablaba ya tan cerca de la boca de Harry que sus labios casi se tocaban—… ¿esa atracción será suficiente para mantener nuestra unión? —un breve beso cayó en los labios del joven, apenas una caricia sutil—. ¿Eso evitará que con el paso de los años terminemos aburridos uno del otro? —una mano se deslizó por su cintura y Severus le atrajo con fuerza contra si, mientras profundizaba el beso por breves segundos—. ¿De verdad crees que eso baste?
Sin poder ni querer resistirse, Harry alzó los brazos y los cerró en torno al fuerte cuello de Severus, al tiempo que se empinaba y juntaba sus labios con ferocidad, en un beso que les dejó plenos y ansiosos a la vez.
Las lenguas comenzaron un juego interminable, mientras las manos acariciaban cabellos, espaldas, hombros, culos, piernas, ansiosas por probar esos caminos no recorridos, mientras las caderas se frotaban una contra otra, reuniendo las excitaciones en una lucha imposible.
Al final, la necesidad de aire les hizo separarse, Harry apoyó la frente contra el pecho de Severus y, luego de recobrar un poco de aliento, musitó:
—Yo estoy dispuesto a intentarlo.
—En ese caso —murmuró Severus, levantando con un dedo el rostro de Harry—, la suerte está echada. Casémonos —y con esas palabras, volvió a buscar los deliciosos labios y a sumergirse en la maravilla recién descubierta.
Lo dicho, en tres días me caso
Última edición por alisevv el Mar Sep 15, 2015 7:35 pm, editado 1 vez | |
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