alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 11 Jue Nov 05, 2009 6:12 pm | |
| —Cuando Arthur asuma el cargo, lo primero que debe hacer es retirar los collares y enviar a todos los esclavos a Azkaban… Incluyendo a Draco y a mí.
—¿Qué? —exclamó Harry, espantado, mientras todos observaban el intercambio con preocupación—. ¡Eso ni hablar! ¡Olvídalo!
—Si vamos a hacer esto, debemos hacerlo bien, Harry —razonó Severus—. La ley debe ser igual para todos.
—¡Y una mierda! —los ojos verdes destilaban furia—. No me esforcé en hacer todo esto para que tú regresaras a prisión. Lo sufrí todo un año, no pienso soportarlo ni un segundo más.
—Yo tampoco estoy feliz con eso —declaró Remus, rotundo—. Pero estoy de acuerdo con Severus; es necesario, Harry.
—Lamentablemente, yo también tengo que estar de acuerdo —intervino la profesora McGonagall—. Si ellos no regresan a Azkaban, la gente va a pensar que existen favoritismos de tu parte.
Harry se giró a observarla echando chispas por los ojos, pero respiró profundamente antes de contestarle.
—Con el debido respeto, Minerva —musitó pausadamente—, me importa una soberana mierda lo que piense el mundo mágico. No pienso aceptar que ni Severus, ni Draco, pasen un solo día más en ese infierno. ¡Me niego!
—No va a ser como antes, Harry, te lo aseguro —intervino Arthur Weasley—. Si, tal como acordamos, me convierto en Ministro, te garantizo que ambos van a estar bien.
Mientras Harry negaba con vehemencia, Severus, a su espalda, le tomó por los hombros.
—Harry.
El joven forcejeó hasta zafarse del cálido agarre y se alejó un par de pasos.
>>Harry —insistió el hombre con voz suave, pero sin intentar aferrarle de nuevo—, sabes que es lo correcto. Casi toda mi vida he hecho las cosas equivocadas; esta vez quiero hacerlo bien.
El Gryffindor se giró, su furia llegando a límites imposibles.
—¡Y yo estoy cansado de hacer cosas que no deseo, que me hieren, sólo porque es lo correcto! —gritó, iracundo—. ¿Quieres dejarme y regresar a esa maldita prisión? ¡Adelante! —se giró y miró a todos los que les rodeaban—. Pero, escúchenme bien. ¡Si Severus y Draco regresan a Azkaban, no cuenten conmigo para hacer una puta cosa más!
Y sin otra palabra, abandonó la habitación como alma que lleva el diablo.
Severus respiró profundamente. Sabía que le esperaba una larga charla para calmar y convencer a su pareja, pero también sabía que al final lo lograría. Harry Potter siempre hacía lo que había que hacer.
Dos semanas más tarde, Harry y Kingsley caminaban en silencio por los solitarios pasillos del ala principal del Ministerio de Magia, rumbo a la oficina de Rufus Scrimgeour. Al llegar frente a la secretaria del Ministro, ambos hombres esbozaron su sonrisa más cortés.
—Buen día, señorita —saludó Harry, haciendo una leve inclinación de cabeza ante la linda bruja—. ¿Se encuentra el señor Ministro? Tengo una cita con él.
—Buenos días, señor Potter —saludó ella—. El señor Ministro le espera —contestó, antes de lanzar una mirada interrogante hacia el Jefe de Aurores.
—Pasé por la oficina del señor Shacklebolt para pedirle que me acompañara, estoy muy interesado en que asista a la reunión —Harry esbozó su sonrisa más amistosa—. ¿Es eso un problema?
La joven dudó brevemente, pero no resulta nada fácil negarle algo al sonriente Salvador del Mundo Mágico cuando lo pide de una forma tan cálida, ¿verdad? Así que, momentos más tarde, ambos entraban en la lujosa oficina.
—Señor Potter, que bueno verle por a… —el Ministro, que se había levantado de su silla para recibirle, se quedó momentáneamente congelado—. Shacklebolt, ¿qué hace usted aquí?
—Yo le pedí que me acompañara —informó Harry—. Espero que no tenga ningún problema con eso.
Por un momento, pareció que el hombre se iba a negar, pero luego cambió su expresión y esbozó una sonrisa forzada.
—Por supuesto que no —declaró—. Por favor, siéntense. ¿Qué le trae por aquí, señor Potter?
Harry se sentó cómodamente y esperó unos segundos antes de hablar.
—Vine a exigir su renuncia.
El Ministro se le quedó mirando fijamente, boqueando como un pez, hasta que, finalmente, soltó una desagradable carcajada.
—Muy buen chiste, Potter. Por un segundo, me engañó.
—¿Acaso ve que estoy riendo? —preguntó, levantando una ceja en una copia exacta a como lo hacía Severus.
El hombre borró por completo su expresión risueña.
—¿Qué es toda esta tontería? ¿Con qué derecho viene a mi oficina a exigir mi renuncia?
—Con el derecho que me da el haberle salvado el culo a todo el mundo mágico al matar a Voldemort, ¿no le parece suficiente?
—¿Y piensa que por eso voy a renunciar tan tranquilamente?
En lugar de contestarle, Harry se giró hacia Kingsley.
—Te advertí que no aceptaría por las buenas —volvió a mirar a Scrimgeour y, en un rápido movimiento, sacó su varita—. En cuyo caso, deberá ser por las malas —declaró, impasible, apuntándole directo al corazón.
—¿Cómo entró su varita hasta aquí? —preguntó, visiblemente nervioso—. Está prohibida en las instalaciones del Ministerio.
—Ventaja de ser amigo del Jefe de Aurores. Y será mejor que no saque la suya —dijo al ver el gesto que hacía el otro—. No quisiera tener que manchar la alfombra con su sangre. Levante ambos brazos con mucho cuidado y colóquelos sobre los apoyabrazos de su silla.
—¿Acaso se volvió loco, Potter?
—Es algo que han dicho de mí desde que cumplí los trece años… ¿o sería a los doce? No importa; lo importante es que quizás los rumores sean ciertos, así que le aconsejaría que me hiciera caso.
—Va a pagar por esto —replicó el Ministro, obedeciendo con renuencia.
—No antes que usted —le aseguró, para luego pronunciar claramente—: Incarcerus.
Al instante, gruesas cuerdas aparecieron, atando al Ministro a la silla. Luego, Harry se volvió hacia la puerta y lanzó dos hechizos más, uno de silencio y otro de cierre.
—¡Cómo se atreve! —gritó Scrimgeour, cada vez más nervioso—. Shacklebolt, usted es el Jefe de Aurtores, ayúdeme.
El hombre negro permaneció impasible, sentado en un sillón al lado de Harry.
—Por favor, señor Ministro —dijo Harry con desprecio—. ¿Acaso aún no se ha dado cuenta que Kingsley está de mi parte?
De pronto, empezó a hablar con un ronco siseo que estremeció a los otros dos magos presentes, mientras apuntaba con su varita hacia Rufus Scrimgeour. Ahora sí que el Ministro se veía aterrado, e incluso el rostro de Kingsley se mostraba impresionado, a pesar de saber de qué trataba todo eso.
—Maldición, ¿qué está haciendo? —gritó Scrimgeour, removiéndose en el pequeño espacio que le permitían las cuerdas—. Deténgase ya.
Ignorando los gritos, Harry siguió siseando, hasta que de su varita salió un rayo azul que fue a impactar directamente sobre la entrepierna del Ministro de Magia. Luego, levantó la mirada y contempló a su cautivo, sonriendo complacido.
>>¿Qué demonios me hizo? —preguntó Scrimgeour.
—Oh, sólo un pequeño hechizo que nos permitirá que el señor Ministro se vuelva más cooperativo —se burló Harry.
—Está loco si piensa que después de esto voy a ceder a sus estupideces. Ustedes dos pagarán caro lo que acaban de hacer.
—Pero si Kingsley no ha hecho nada todavía —la sonrisa de Harry se borró de repente—. Pero créame, él y sus aurores están más que dispuestos a hacerle la vida muy desagradable si no hace lo correcto por una vez en su puta vida. No nos partimos el culo en la guerra para que usted convirtiera el mundo mágico en una letrina.
—No me interesa cuántos aurores estén de su parte —replicó el Ministro—. Yo también tengo mucha gente que me apoya. Si quieren pelea, la tendrán.
—El asunto es que yo no quiero pelear, estoy cansado de pelear —Harry hizo un gesto de desgano—. Así que prefiero que esto lo arreglemos entre nosotros tres. Basta con que renuncie al Ministerio, y dos o tres cositas más.
—¡Eso nunca!
Harry volvió a mirar a Kingsley.
—Eres testigo de que hice todo lo posible por evitarlo —el Jefe de Aurores asintió y Harry se enfocó nuevamente en Scrimgour, antes de pronunciar con un suave siseo en parsel—. Aprieta Rufusss.
Al momento, un agudo dolor atravesó los genitales del Ministro de Magia, que no pudo evitar lanzar un grito agudo. Después de unos segundos, Harry volvió a hablar en parsel:
—Basssta.
De inmediato, el dolor cesó. El cautivo jadeó para recuperar el aliento, los ojos anegados en lágrimas ante el fuerte dolor recibido. Cuando al fin pudo hablar, masculló:
—¡Maldito!
—No, Scrimgeour. El maldito en esta oficina no soy yo, sino usted.
—Mas le vale que me quite este hechizo y me desate de inmediato —dijo con una rabia sorda, mientras sus ojos se iluminaban con una repentina idea—. Recuerde que usted siente un ‘fuerte aprecio’ por Severus Snape, y él y el resto de los esclavos están en mis manos. No querrá que paguen por su causa, ¿verdad?
Harry esbozó una sonrisa irónica.
—Usted es más ingenuo de lo que pensaba —se burló—. ¿Cree que estaríamos aquí si no tuviéramos todo controlado? ¿Acaso piensa que somos tan estúpidos? —la voz destilaba ironía, imitando el mejor estilo de Severus Snape; incluso se dio el lujo de alzar una ceja—. Ya elaboramos el contra-hechizo del collar.
—Miente —dijo el hombre, palideciendo—. Eso no es posible.
—A diferencia de usted, yo nunca miento. ¿A oído hablar de Hechizos de Sumisión: Cómo Conseguir el Esclavo Perfecto? —la palidez del cautivo se acentuó—. Sí, ya veo que ha escuchado hablar del libro.
Scrimgeour le miró con fiereza, poco dispuesto a renunciar a todo el poder que poseía, e intentó por otro lado.
—No me importa el maldito hechizo que me lanzó. Me va a tener que soltar en algún momento, y entonces los dos terminarán con sus huesos en Azkaban.
—Pero que hombre tan terco —dijo Harry a nadie en particular, antes de sisear—: Aprieta Rufusss —el Ministro se empezó a retorcer durante segundos que le parecieron horas, hasta que Harry siseó—: Basssta.
Sonrió con ironía al ver al hombre atado, que nuevamente intentaba recuperarse del agudo dolor.
>>Sabe, en Hogwarts hay una Cámara que perteneció a uno de los Fundadores, la encontré durante mi segundo año allí —su tono pausado seguía destilando sarcasmo—. En esa Cámara hay una gran biblioteca con muchos libros con hechizos y maldiciones que usted no podría comprender así viviera mil años… porque están escritos en parsel. Como verá, yo también puedo encontrar libros extraños.
Sonrió con desdén al ver que el hombre palidecía aún más, y prosiguió:
>>Déjeme explicarle brevemente cómo funciona el hechizo que le lancé, a ver si así reconsidera su posición —Harry se recostó en su asiento y jugueteó con su varita—. Es un hechizo que hay que lanzar en parsel, como ya se habrá dado cuenta, lo que me da la ventaja de ser el único que puede hacerlo, algo realmente conveniente, como verá —sonrió ampliamente—. Cada vez que yo diga Aprieta Rufusss —ante el siseo, el cautivo comenzó a retorcerse— empezará a sentir un dolor agudo en su polla y sus bolas, hasta que yo diga Basssta —ante el nuevo siseo, el rostro dolido se relajó.
>>Es un hechizo muy interesante, porque sin importar la distancia a la que me encuentre de usted, siempre funcionará —el dolorido rostro del Ministro empezó a mostrar verdadero horror—. Y por si se le ocurriera alguna idea estúpida, le advierto que si yo muero, sufrirá ese dolor durante dos minutos de cada hora del resto de su vida —miró a Scrimgeour, que tenía los ojos desorbitados y sudaba frío —. ¿Cree que ahora podamos empezar a conversar civilizadamente?
Media hora después, Harry y Kingsley se disponían a abandonar las oficinas del ex-Ministro, una vez conseguidos totalmente los propósitos que les habían llevado allí, y luego de haber lanzado sobre el hombre una promesa inquebrantable, para asegurarse que no pudiera repetir de ninguna forma lo que allí se había conversado. Llevaban con ellos el ejemplar de Hechizos de Sumisión: Cómo Conseguir el Esclavo Perfecto que poseía Scrimgeour, luego de verificar que no habían lanzado ningún hechizo de copia sobre el libro, y la lista con las cinco personas que sabían de su existencia, además de una lista con los nombres de todos los colaboradores del flamante ministro recién depuesto dentro de la burocracia ministerial.
—Kingsley, con estos cuatro hagan como acordamos, pero a Percy Weasley déjamelo a mí. Voy a hacerle una visita en este momento —pidió, entregándole una de las listas—. Esta otra lista se la entregaré a Arthur; antes de irme voy a pasar por su oficina a notificarle que ya es el nuevo Ministro. Creo que va a considerar necesario limpiar los pasillos de este edificio, huele muy mal por aquí.
—Harry —musitó el hombre negro, preocupado—, ¿qué vas a hacer con Percy?
—Nada extremo, no te preocupes —sonrió levemente—. Sólo pienso que sería justo que alguien compartiera el destino de nuestro querido ex-Ministro, ¿no crees?
Mientras el Jefe de Aurores movía la cabeza, riendo, se escuchó la desesperada voz de Scrimgeour.
—Espere un momento, Potter. ¿Cuándo me retirará el hechizo?
Harry se giró hacia él, sonriente.
—Ah, olvidé decírselo —comentó tranquilo—. Ese hechizo en particular no tiene contra-hechizo. ¿A qué es divertido?
Esa noche, acostados en la cama de su habitación de Godric’s Hollow, Harry se arrebujaba en el cálido consuelo de los brazos de Severus.
—No puedo creer que le hayas hecho eso a Scrimgeour. Juro que me hubiera gustado verle la cara cuando le dijiste que no existía contra-hechizo.
—Se lo mereció, por desgraciado —replicó Harry, su cabeza apoyada sobre el firme pecho de su pareja, mientras escuchaba el rítmico latido de su corazón—. Además, de esa forma garantizamos que no vaya a crear problemas en un futuro.
—Sí, eso es cierto —convino el antiguo profesor—. ¿Y qué pasó con Percy? Dijiste que habías ido a verle.
—Lo hice cuando salí del Ministerio —confirmó el joven—. Aún no puedo creer que fuera él quien encontró el hechizo y le dio la idea a Scrimgeour. ¡Maldito mal nacido! —hizo una pausa y sonrió, mientras acariciaba el suave vello en el pecho de su amante—. Le lancé el mismo hechizo que a esa piltrafa que teníamos como Ministro. Y creo que voy a estar hablando en parsel con mucha frecuencia a partir de ahora, así que no te asustes —Severus le miró, incrédulo—. ¿Qué pasa? El sombrero quería mandarme a Slyterin por algo, ¿no?
El mago mayor no pudo evitar reír suavemente, antes de volver a ponerse serio.
—¿También le obligaste a hacer la promesa inquebrantable?
—Sí. Aunque le tengo ‘cogido por las bolas’, literalmente hablando —replicó Harry, y Severus volvió a sonreír, esta vez con ironía—, no es seguro dejarle la posibilidad de que vaya contando cosas por ahí.
—¿Quién te ayudó con el hechizo?
—Arthur.
Severus le miró, absolutamente asombrado.
—¿Arthur Weasley te ayudó a que lanzaras ese hechizo a su propio hijo?
—De hecho, me lo agradeció —Harry estaba absolutamente serio—. Él no es tonto, Severus. Sabe que si Percy siguiera como va, cualquier día terminaría en Azkaban, o incluso muerto.
—Es una mala semilla —convino Severus, y Harry asintió.
—De esta manera, Arthur sabe que va a estar controlado. Aunque, para serte sincero, Percy va a preferir que le hubieran encerrado en Azkaban.
Severus notó que el tono de voz de Harry destilaba algo muy similar al odio, pero no insistió y cambió el tema a puntos menos álgidos.
—¿Y qué hicieron con el resto de los involucrados?
—Kingsley partió con el encargo de modificar su memoria para que olvidaran todo lo relacionado con el libro y el hechizo, y… —dudó un momento y terminó—… otra cosita.
Severus alzó una ceja, intrigado.
—¿Otra cosita?
—Sí —confirmó, sonriendo con travesura—. Se les va a lanzar un hechizo adicional. Poquita cosa, en serio.
—Harry…
—Vale —dijo al fin, riendo—. Digamos que a partir de ahora, todos están convencidos de que sufren una disfunción eréctil irremediable.
El hombre le miró con los ojos muy abiertos por el asombro.
—No puedo creer que tú y Kingsley hayan hecho algo así.
—Habíamos decidido que jugaríamos su juego, ¿no? —de repente, el rostro de Harry se tornó terriblemente serio—. No podíamos dejar que se fueran sin un castigo apropiado.
—Y este es realmente ‘apropiado’ —convino Severus, sonriendo, antes de ponerse nuevamente serio—. Las cosas no van a ser fáciles. Arthur va a tener muchos problemas para arreglar este lío. A mucha gente no le van a hacer gracia los cambios.
—Lo sé —convino Harry—. Pero gracias a los artículos publicados por El Quisquilloso y Corazón de Bruja, muchas cosas están cambiando. En Corazón de Bruja recibieron muchas cartas positivas luego de la entrevista con Rem y Draco, y el editor asegura que nuestra entrevista va a conmover a mucha más gente, no siempre se publica la historia de amor de dos pobres héroes de guerra maltratados. La van a publicar mañana —Severus lanzó un gruñido y Harry se echó a reír, antes de continuar—. También visité El Profeta.
—¿Fuiste a El Profeta? —preguntó Severus, intrigado—. ¿Para qué?
—Tuve una larga charla con el editor. Le expliqué civilizadamente que a partir de mañana habría un nuevo Ministro que contaba con todo mi apoyo, y que no estaba dispuesto a permitir que NADIE interfiriera con las decisiones que iba a tomar, todas ellas de un gran bien para la sociedad mágica en general.
—O sea, que le amenazaste.
—Uyy, que fea palabra esa. Nada de eso, fui extremadamente cordial.
Severus se echó a reír nuevamente.
—Voy a tener que ser muy precavido contigo, tu lado Sly está siendo cada vez más evidente.
Harry levantó la cabeza y alzó un tanto el cuerpo para apresar con pasión los labios de su pareja, besándolos por un largo rato.
—No te preocupes —musitó casi sobre sus labios, una vez roto el beso—. Para ti siempre voy a ser tu dulce Gryffindor.
Severus rió sobre esos deliciosos labios.
—¿Por qué será que no me lo creo?
Una vez más, ambos se besaron con ansia incontenible. Un beso de necesidad y agonía pura; el beso de dos seres que sabían que pronto tendrían que separarse quién sabe por cuánto tiempo.
—Te amo y te deseo tanto, Sev —musitó Harry mientras dejaba tenues besos junto al oído de su amor.
—Y yo a ti —musitó el otro en respuesta, y después de unos segundos, agregó—: Quiero que me hagas el amor.
Harry se congeló. Lo que Severus había dicho…, la forma en que lo había dicho. Levantó la cabeza, una inmensa interrogante reflejada en sus luminosos ojos verdes, y una maravillosa respuesta brillando en los irises negros.
—Sí, mi amor —confirmó el hombre, sonriendo—. Hoy quiero que tú me poseas. Quiero llevarme ese recuerdo para que me acompañe mientras estemos separados.
—¿Estás seguro? —preguntó Harry, indeciso—. Sabes que a mí no me import…
—Quiero que me hagas el amor —repitió, interrumpiéndole—. Lo deseo con todo el corazón.
Por un segundo, Harry se quedó sin saber qué decir ni qué hacer, así de maravillado estaba. Para él, lo que Severus pedía significaba muchísimo más que el hecho de hacerle el amor a su esposo, poseyéndole. Significaba que Severus confiaba lo suficiente en él como para abandonarse en sus manos y permitirle llevar el mando. Significaba que todo su amor y devoción al fin estaban dando frutos, y las heridas en el alma de su pareja estaban comenzando a sanar. Significaba que, por fin, su amor podía dejar el pasado atrás y ser completamente feliz.
Después de un tiempo que a ambos pareció eterno pero apenas fueron unos segundos, Harry sonrió ampliamente y se abalanzó a apresar la deliciosa boca de Severus con la propia. Besos ávidos, duros, que transmitían una gama infinita de sentimientos. Las lenguas se entrelazaron poderosas, los dientes chocaron en batalla, y las manos empezaron a actuar.
Separando su boca de la de Severus apenas el tiempo suficiente para tomar algo de aire, volvió a apresar sus labios mientras sus dedos empezaban a desabotonar la camisa del pijama del hombre. Uno a uno, los botones se fueron soltando, hasta que al fin las manos traviesas culminaron su labor y comenzaron a acariciar la tersa piel que había quedado al descubierto. La ardiente boca de Harry se separó, empezando a desgranar húmedos besos a lo largo de la mandíbula de Severus, para seguir hacia el cuello. El hombre echó la cabeza hacia atrás para darle más espacio y Harry se regodeó largo rato en la tibia piel, donde una pequeña palpitación en la vena indicaba cuán acelerado estaba el corazón del Slytherin. Aspiró con fuerza, marcándole un chupetón que con toda seguridad le haría un buen morado que le duraría varios días, y de alguna forma extraña a ambos les gustó la idea; esa pequeña marca sería como una señal de que, dondequiera que estuviera, Severus Snape tenía dueño y estaba muy feliz por ello.
Abandonando el cuello al fin, los besos y lamidas de Harry bajaron por el duro hombro y el firme pecho hasta detenerse al lado de una oscura tetilla cuya punta marrón ya estaba dura y firme. Cuando la rosada lengua salió y empezó a acariciar con su tibia humedad el contorno de la tetilla, Severus dejó escapar un sonido de profunda satisfacción, y cuando la ardiente boca se cerró alrededor de su pezón y empezó a succionar, jadeó y su mano se elevó para enredar sus dedos en los desordenados mechones negros.
Harry pasó un buen rato agasajando a las montañitas gemelas y frotando con la nariz el suave vello oscuro que las rodeaba, antes que sus labios siguieran su viaje hacia el sur, delineando cariñosamente su tórax hasta llegar a la siguiente depresión. La sonrosada lengua salió disparada y empezó a trazar círculos alrededor del ombligo, mientras Severus se estremecía bajo él y jalaba ligeramente su cabello.
Mientras la boca y lengua de Harry seguían su dedicado trabajo a lo largo del vientre de su pareja, una de sus manos bajó hasta su entrepierna y comenzó a frotar en una lenta caricia, logrando que Severus se arqueara y suspirara profundamente.
—Harry —murmuró con voz ronca por la excitación—. Yo quiero… a ti…
El joven dejó momentáneamente su labor en el vientre, aunque su mano no se detuvo, mientras alzaba la cabeza y miraba al agonizante hombre, sonriendo.
—Hoy es tu día, amor. Disfrútalo.
Dicho esto, regresó su atención al cuerpo de Severus para empezar a desatar el cordón que sostenía el pantalón de su pijama. Aflojándolo un poco, enganchó sus dedos en la pretina y jaló la molesta prenda hacia abajo, revelando una larga e hinchada erección donde las venas que la recorrían parecían a punto de explotar, y en cuya punta ya se podían apreciar las primeras gotas de pre semen. De nuevo, la habilidosa lengua salió para capturar las pequeñas perlas cristalinas, deleitándose con el amargo sabor mientras Severus se estremecía con anticipación.
Sonriendo malévolamente, Harry se apartó y se levantó de la cama, ganándose un profundo gruñido y una mirada hosca de los ojos negros. Sin permitir que su sonrisa decayera, se acercó al pie de la cama y terminó de despojar a Severus de sus pantalones del pijama. Luego volvió a ubicarse a un lado de la cama, donde el antiguo profesor pudiera disfrutar de la vista, y empezó a quitarse la franela que usaba para dormir. Severus llevó su mano hacia abajo y acarició su pene, mientras sus ojos negros observaban con lujuria la bronceada piel que se iba revelando.
Estremeciéndose de excitación ante la depredadora expresión del hombre, Harry metió su mano dentro de sus pantalones y comenzó a acariciar su más que notoria excitación, pero sin permitirle ni un pequeño vistazo a Severus. Extasiado, apenas notó cuando el Slytherin se levantó en un rápido movimiento, llegó hasta él, y sosteniendo la cinturilla de su pijama, lo bajó de un tirón, jadeando ante la hermosa visión que apareció ante sus ojos. Sin perder un instante, se arrodilló ante Harry y engulló su dura asta lo más profundo que pudo.
El sonido gutural que escapo de los labios de Harry fue una intensa mezcla de deleite y sorpresa. El joven permitió que su pareja se diera gusto por un rato, sintiendo cómo su caliente boca se movía adentro y afuera de su dura erección. Pero no podía permitir que siguiera mucho rato o no resistiría el trecho que aún le quedaba; así que se alejó.
Esta vez, el gruñido de protesta de Severus fue mucho más sonoro, no estaba dispuesto a que le quitaran su preciado juguete tan pronto, así que posó sus grandes manos en las nalgas del joven y, atrayéndole hacia él, volvió a meter su pene en su boca.
—Sev… —jadeó Harry, agonizando de placer—. Suél… tame. Tengo que… prepararte.
El otro negó levemente con la cabeza y no le soltó.
La respiración de Harry se estaba haciendo más pesada.
—Sev… vamos… déjame —el otro siguió como si no hubiera escuchado—. Te propongo un trato —los ojos negros se elevaron hacia él pero no le soltó. Harry respiró profundamente para tratar de mantener el control—. Vamos a la cama, yo te preparo y tú te diviertes, ¿vale?
Los negros ojos brillaron con comprensión y la boca de Severus se abrió y las manos sobre sus nalgas aflojaron su presión. Momentos después, el Slytherin estaba nuevamente acostado sobre la cama, esperando. Harry se inclinó para besarle. Severus pasó sus largos dedos por la nuca del joven y la acarició a placer, mientras se devoraban uno al otro.
Poco después, Harry se separó con movimientos felinos, sonrió a su Slytherin, y colocó una almohada debajo de la zona más baja de su espalda, levantando sus caderas para ubicarle en una mejor posición. Luego, girando su cuerpo hasta quedar mirando el pie de la cama, se trepó sobre ésta y se colocó a horcajadas sobre su amado. Mientras Severus recuperaba el juguete perdido y empezaba a atenderlo nuevamente con sumo placer, Harry musitó unas palabras ahogadas, convocando el lubricante y lanzando un hechizo de limpieza sobre Severus.
Respiró profundamente, tratando de concentrarse en lo que debía hacer y no en el escalofrío que estaba recorriendo su columna vertebral ante las maravillosas sensaciones que provocaba la sabia boca que jugueteaba con su erección. Con una suave presión, instó a Severus para que abriera las piernas, mientras besaba sus muslos internos.
—Encoge las piernas, amor —pidió suavemente, y enseguida el hombre dobló las rodillas y encajó los pies en el colchón, dando al joven una espléndida vista.
Harry siguió lamiendo suavemente sus testículos y la suave piel debajo de ellos. Luego de acariciar y mordisquear las redondas nalgas, las separó suavemente y permitió que su lengua alcanzara la rosada entrada. Lamió la zona con esmero, antes de sumergir un dedo en lubricante y empezar a introducirlo suavemente a través de la estrecha entrada.
Severus se tensó, y soltando la erección de Harry, siseó con anticipación.
—Shh, Severus, tranquilo. Todo está bien —murmuró Harry, mientras acariciaba sus caderas con un movimiento tranquilizador. Al ver que su pareja se relajaba nuevamente, tomó su erguido miembro en su boca, y comenzó a mover el dedo dentro del estrecho canal. Pronto, sus cuidadosas atenciones dieron frutos y tuvo a Severus retorciéndose de placer bajo él; justo era el momento de introducir otro dedo.
Los movimientos de tijera que los dedos de Harry hacían para distender a Severus, estaban lanzando oleadas de excitación a través del cuerpo del hombre de ojos negros, las cuales llegaron a su punto culminante cuando Harry tocó cierto punto extremadamente sensible.
—Harryyyy.
El joven sonrió mientras añadía un tercer dedo, y momentos más tarde, escuchó la suave súplica.
>>Harry,.. por favor.
Entendiendo que Severus ya estaba preparado para él, Harry giró de nuevo y se sentó de rodillas en la cama, enfrentando a su amado. Debía asegurarse nuevamente.
—Sev, ya estás listo para mí. ¿Estás seguro…?
En los negros ojos que le miraron había mil emociones: deseo, amor, incertidumbre, felicidad, pero ni un atisbo de miedo.
—Te amo… y te deseo. Por favor.
Harry jadeó ante la necesidad y sinceridad que destilaba la voz ronca. Sonriendo con el alma, se acercó al cuerpo de su pareja y colocó sus piernas sobre sus hombros.
—Si en algún momento necesitas que me detenga, sólo tienes que decirlo y lo haré de inmediato —declaró Harry.
—Lo sé —dijo con una sonrisa—. Confío en ti.
Harry colocó la punta de su erección en su entrada, y mientras clavaba sus ojos verdes en los negros, con la mirada inundada de amor, empezó a abrirse paso a través del cuerpo de Severus, haciendo todo lo posible por evitar lastimarle. Cuando estuvo completamente enterrado, ambos hombres expulsaron el aire que habían estado conteniendo sin siquiera darse cuenta. El joven esperó unos momentos para permitirle acostumbrarse a su intrusión, antes de empezar a moverse.
Cuando Harry se retiró con cuidado para volver a enterrarse, Severus sintió que una oleada de plenitud mezclada con alivio le inundaba; y a medida que las certeras estocadas de su pareja golpeaban en su próstata, regalándole un nivel de éxtasis inenarrable, todos los ingratos recuerdos de antaño se empezaron a difuminar, siendo reemplazados por imágenes de amor y gozo glorioso, por el perfecto recuerdo de ser tomado por la persona amada.
Las embestidas de Harry fueron cada vez más rápidas y erráticas, mientras masturbaba a Severus con fiereza y ambos se acercaban al borde de la agonía. Pronto, Severus, incapaz de soportar por más tiempo todas las emociones que le abrumaban, se descargó con un ronco gemido, y al sentir su pulsante erección apretadamente estrechada por las paredes de Severus, Harry se corrió en su interior segundos después.
Aún sin salir del cuerpo de Severus, Harry se giró con cuidado y se acostó, llevándole con él y abrazándole con profundo cariño. Eso exorcizó el último recuerdo amargo. A partir de ahora, Severus Snape no quedaría roto en el suelo como trapo viejo luego de ser tomado; a partir de ahora, dormiría arrullado en unos brazos amorosos, que le trataban como el hermoso ser humano que era en realidad.
Dos días más tarde, Harry y Severus estaban terminando de arreglarse en su habitación cuando Dobby les informó que Kingsley Shacklebolt les estaba esperando en la salita. Con los semblantes pétreos y las manos unidas, entraron en el recinto donde ya el Jefe de Aurores estaba reunido con Remus y Draco, los tres con semblantes igualmente serios.
—Arthur dio orden de restaurar el Wizengamot —explicó Kingsley por todo saludo —. Muchos de los magos retirados por Scrimgeour fueron restituidos a sus puestos, y algunos de los que fueron complacientes con el antiguo Ministro han sido retirados. Ahora tenemos un tribunal justo e imparcial. Ayer se reunieron y decidieron revisar concienzudamente todas las sentencias que dictó el Wizengamot de Scrimgeour —se detuvo un momento para tomar valor antes de continuar—. Anoche mismo emitieron la orden para que los esclavos sean liberados de sus collares y regresen a Azkaban —les miró como pidiéndoles disculpas por algo que escapaba de sus manos—. Vine a llevarme a Severus y a Draco.
Sin poderlo evitar, Harry lanzó un quejido y se abrazó a Severus, sintiendo que su corazón se partía en dos; sabía que eso estaba por venir, pero saberlo no ayudaba en absoluto.
>>Van a estar bien, se los aseguro —continuó Kingsley, con un nudo en la garganta; al trabajar juntos esos meses, había llegado a apreciar sinceramente a los dos Slytherin—. Arthur designó a Amos Diggory como Director de Azkaban y ya comenzaron a implementar fuertes cambios. Además, les van a ubicar en una zona especial, con los más jóvenes; los que probablemente salgan absueltos o con sentencias cortas.
Por unos momentos nadie dijo nada, inmersos en su propia angustia.
—No quiero que te vayas —dijo Harry al fin, su murmullo contra el pecho de Severus era un lamento—. No voy a poder estar sin ti.
—Vas a poder —musitó Severus a su oído—. Vamos a poder los dos.
—¿Pero por qué tienes que irte? No es justo —parecía un niño pequeño a punto de echarse a llorar—. Vámonos lejos; al mundo muggle, donde nadie nos conozca.
—Sí es justo y lo sabes, Harry —razonó el hombre, apartándole un poco y mirándole a los ojos—. Es lo correcto. Si tú me lo pides, me iré contigo al mundo muggle, pero siempre seré un fugitivo. ¿Es eso lo que realmente deseas para mí?
El joven tragó con fuerza; por supuesto que eso no era lo que deseaba. Quería que todo el mundo mágico reconociera al hombre que amaba como lo que era en realidad: un héroe de guerra; el mayor de los héroes de esa maldita guerra. Pero no podía evitar el miedo.
—¿Y si te condenan?
—Cumpliré lo que el tribunal decida —contestó Severus, rotundo—. Cuando regrese a ti quiero hacerlo con mi nombre limpio, con la posibilidad de ofrecerte un futuro transparente; el futuro que mereces.
—Si te condenan no lo voy a resistir, Severus. No lo haré.
—Lo harás, como yo lo haré, sabiendo que al final de todo voy a encontrarte a ti —puso un dedo bajo su barbilla y miró los ojos verdes—. ¿Estarás, verdad?
Harry le miró con el alma en los ojos e hizo un juramento más fuerte que el juramento inquebrantable más profundo.
—El día que salgas de Azkaban, voy a estar ahí, esperándote. Lo juro.
Se besaron mucho tiempo, transmitiéndose todo el amor y la fortaleza que tanto necesitaban. Cuando se separaron, Severus fue a despedirse de Remus, y Draco se acercó a Harry.
—Cuídale por mí —rogó el rubio, mirando con tristeza a su pareja—. Tiene una dosis de poción matalobo, pero si para la próxima transformación nosotros no hemos… —se interrumpió, las palabras atoradas en su garganta. Momentos después, respiró profundo y prosiguió—. Busca el mejor experto en pociones que puedas encontrar y oblígale a que la prepare.
—Para entonces ya estarán aquí los dos mejores expertos en Pociones que conozco —contestó Harry, con una débil sonrisa—. Y tú, cuida a Severus por mí. Y cuídate tú.
—Lo prometo —le aseguró con semblante sereno—. Hasta pronto, cararrajada.
—Hasta antes de lo que piensas, huroncito.
Severus y Remus se acercaron a ellos, ya era la hora de partir. Severus clavó sus ojos negros en Harry y éste cerró los suyos; no soportaría verle partir. Cuando los ojos verdes se abrieron nuevamente, en la habitación sólo se encontraban Remus y él.
Última edición por alisevv el Miér Feb 24, 2016 1:51 pm, editado 5 veces | |
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