alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 1 - NC 17 Jue Jul 30, 2009 9:37 pm | |
| Título:Un regalo inesperado.
Resumen: La guerra ha terminado y el lado de la Luz es el vencedor. Pero no todos están contentos con algunas cosas que establecieron en el Ministerio de Magia para controlar a los vencidos; y uno de esos descontentos es precisamente el salvador del mundo mágico, Harry Potter. En medio de esas circunstancias, nuestro héroe recibe un regalo completamente inesperado.
Clasificación: NC – 17
Beta:Undomiel24
Diclaimer: Nada mío, todo de Rowling, pero nunca me cansaré de repetirlo: Quiero a Sevvvv
Advertencias: Debo aclarar que, a los fines de esta historia, se tomaron como válidas muy pocas cosas del libro seis y nada del libro siete. Ténganlo muy en cuenta cuando vean que algo no les cuadra con la historia original.—¡No, no y no! No pienso ir —vociferaba Harry, paseando por la recién remozada salita de la casa del Valle Godric. La renovación había transformado la derruida casa en un hogar cálido y acogedor, del que si por su gusto fuera, Harry no saldría jamás—. La última vez juré que no iba a asistir a una de esas fiestas nunca más y pienso cumplirlo.
—Tienes que ir, compañero —argumentó Ron—. El Ministerio la va a dar en tu honor, por tu cumpleaños. Y según dicen, te están preparando una sorpresa enorme, un regalo magnífico. No puedes faltar.
Su amigo lo miró con sus verdes ojos destilando furia.
—¿Acaso no recuerdas lo que opino de los desgraciados del Ministerio y de esa mierda que ellos llaman ‘fiesta’? ¿Acaso se te olvida en lo que se ha convertido el mundo mágico y lo que representa el Ministerio? —se le acercó un poco más con aire amenazante—. ¿O es que estás de acuerdo con ellos?
Ron retrocedió un par de pasos, observándolo no sin cierto temor. En ese momento, se escuchó una voz serena, que intentaba relajar la tensa situación.
—Tranquilízate, Harry —murmuró Hermione, acercándose a él y posando una mano sobre su brazo—. Sabes que ni Ron ni yo estamos de acuerdo con la actual situación, pero no podemos hacer nada, al menos de momento —razonó—. Debemos seguirles el juego, hasta que encontremos el modo de cambiar las cosas.
Harry giró la cabeza para mirarla largamente. Ante la cálida comprensión en los ojos de la chica, los del joven se inundaron de lágrimas, y se derrumbó en el sillón más cercano, apoyando los codos en los muslos y enterrando la cara entre las manos.
—No sé qué hacer —musitó, desesperado—. Todo esto es una mierda. Un horror. Ahora, los que se suponía éramos los buenos, estamos esclavizando a todos nuestros enemigos sin darles ni siquiera oportunidad de defenderse.
—Se les está juzgando —comentó un imprudente pelirrojo.
De inmediato, la cabeza de un iracundo Harry se irguió de nuevo.
—¿Se les está juzgando? —repitió, casi mordiendo las palabras—. ¿Llamas juicio a esa mierda que está dirigiendo el Wizengamot? ¿Tengo que recordarte cómo tratan a los procesados? ¡Los condenan incluso antes de entrar a la sala! ¡Igual que hicieron con Severus! ¿Qué justicia hubo con él?
—Pero mató al profesor Dumbledore —intentó refutar Ron—. No podían ignorar eso.
—¡Porque él se lo pidió! Dumbledore estaba sufriendo una agonía espantosa, le rogó que le ayudara. Todos los que estaban en el tribunal pudieron ver los recuerdos de Severus, incluso ustedes.
—Aun así, él lo mató, Harry; el tribunal no podía pasar eso por alto —razonó Hermione.
—Claro, y pagaron sus veinte años de trabajo como espía para nuestro lado, con otros veinte años de condena en Azkaban —a ese punto, Harry casi estaba gritando—. La maravillosa justicia del mundo mágico.
—No tendría que… quedarse allí —sugirió Hermione, vacilante—. Él podría… Ya sabes…
Harry la miró con incredulidad.
—¿Tú, que has estado protestando por esa práctica abusiva desde que ganamos la guerra, me estás diciendo que Severus debería aceptar convertirse en esclavo sexual de alguien para poder salir de Azkaban? ¿Pensé que estábamos de acuerdo en que ésa era la peor de las aberraciones que ha instaurado el régimen de Scrimgeour?
—Ja, como si alguien quisiera al grasiento como esclavo sexual —comentó Ron sin pensar, y esta vez se ganó dos miradas enfurecidas.
—¡Cierra la boca, Ron! —exigió Hermione, para enfocar nuevamente su atención en el moreno—. Harry, sigo pensando lo mismo, pero dada la situación actual, no veo otra salida —se detuvo un segundo antes de continuar—. Todos tus esfuerzos en su favor han sido inútiles; ni aceptan hacerle un nuevo juicio, ni tu solicitud de clemencia —se quedó largo rato pensativa, como si no supiera cómo continuar—. ¿Y si tú lo pides como esclavo?
—¿Acaso te volviste loca? —exclamó Ron.
Pero Harry ni siquiera notó la exclamación de su mejor amigo. Miró fijamente a Hermione, horrorizado, antes de denegar con fuerza.
—No, no sería capaz de humillarlo de esa manera —declaró, rotundo.
—Ni siquiera para sacarlo de Azkaban.
—Ni aun así. Sabes que en cuanto Severus saliera de Azkaban como esclavo, se le colocaría un collar que le impediría hacer magia y se aseguraría de que… —vaciló un momento antes de seguir— respondiera cuando yo cumpliera mis funciones de amo… Ya saben a qué me refiero —musitó, con las mejillas rojas—. Además, dudo mucho que él aceptara —comentó con tristeza.
—En ese caso, no sé qué más puedas hacer. Snape continuará en prisión, a menos que alguien más lo solicite.
Harry se estremeció. Ése había sido su mayor miedo desde que toda esa locura de la post-guerra empezara, su temor cada vez que llegaba a un festejo: que un día alguien se presentara en la fiesta, llevando como su esclavo sexual a Severus Snape. Tenía que hacer algo para sacar al maestro de Pociones de Azkaban, y tenía que hacerlo pronto.
Estaban a finales de Julio, en pleno verano, cuando los días siempre eran cálidos y soleados. Pero en el interior de la prisión de Azkaban, las celdas eran pequeñas, oscuras y frías en cualquier época del año, y el verano llevaba consigo la desventaja adicional de que las alimañas pulularan a granel.
Echado en su humilde camastro, Severus Snape miraba sin ver el sucio techo, pensando por milésima vez en la misma situación. En pocos minutos vendrían a por su respuesta, y él aún no tenía ni idea de cuál sería.
Su oído, acostumbrado a percibir los sonidos más sutiles, pudo captar el sonido de las pisadas mucho antes que llegaran a su puerta, así que, cuando su celda fue abierta, ya estaba parado ante su cama sin olvidar su porte altivo, aunque estaba sucio y harapiento.
—Vaya, veo que me estaba esperando —comentó Scrimgeour, sonriendo complacido.
—El señor Ministro en persona, cuánto honor —espetó Severus. Su voz, aunque débil, destilaba desprecio.
—Un honor que no va dedicado a usted, evidentemente —contestó con idéntico desprecio—. Vine por su respuesta, la decisión está en sus manos. Para que luego no digan que no les damos derecho de elegir.
—Sí, claro, tanta bondad me conmueve.
—Bueno, dejemos esto que no tengo todo el día. ¿Acepta o no?
De nuevo, la disyuntiva. Seguir en esa celda apestosa durante un montón de años más o convertirse en esclavo sexual de… Maldiciendo internamente la pequeña voz en su cerebro que le decía con insistencia que la segunda opción no sería tan desagradable, irguió la cabeza con orgullo y dijo una sola palabra.
—Acepto.
La fiesta había sido como todas las demás, una pesadilla. Cada vez que Harry veía entrar a alguien con un esclavo, sentía que algo se retorcía en su interior. Y se deprimía aún más cuando los veían interactuar en las veladas, donde la mayoría de los esclavos eran maltratados y humillados. Aunque él no era el único que lo pasaba mal, se recordó, al ver la triste mirada de Remus, que en una esquina del salón, sostenía una correa cuyo otro extremo estaba unido al collar que llevaba Draco Malfoy en su cuello.
Harry sabía que Remus y Draco estaban enamorados, y que a Remus le dolía no poder mostrar al rubio como su pareja sino como su esclavo, lo que también convertía al hombre de ojos miel en esclavo del Ministerio. Esbozó una sonrisa de amargura cuando se dio cuenta que todos eran esclavos de ese cruel sistema, incluso él. Harry también sabía que, cuando llegara el momento, podrían contar con la ayuda de ambos. Pero como decía Hermione, aún no era el tiempo; tendrían que seguir fingiendo que estaban de acuerdo con todo ese despropósito y esperar.
Miró con desprecio a Scrimgeour, que en ese momento atravesaba el salón y se dirigía hacia la tarima donde estaba el pequeño grupo musical que animaba el banquete, dispuesto a hablar. Eso era más de lo que podría soportar esa noche, así que, decidido, dio media vuelta y comenzó a dirigirse a la salida, pero fue detenido por Percy Weasley, quien lo sujetó con fuerza por el brazo.
—¿No me digas que te marchas ya, Harry?
Harry lo miró con profundo desprecio. Percy era el único de los Weasley que, no sólo aceptaba la presente situación, sino que estaba metido hasta el cuello en la podedumbre del Ministerio, y tenía de esclavos a dos jóvenes Slytherin a los que trataba fatal.
—No creo que sea algo que te interese, Percy.
—Pues yo creo que sí. Al fin y al cabo, es tu cumpleaños y estoy encargado de evitar que te marches antes de recibir tu regalo.
El moreno lo miró con furia.
—Con tus esclavos puedes hacer lo que te venga en gana, lamentablemente; pero yo soy dueño de mis actos y puedo hacer lo que quiera, cuando quiera. Y en este momento quiero irme.
Mientras forcejeaba con el pelirrojo para que soltara su brazo, se escuchó la voz de Scrimgeour, que resonó por todo el salón gracias a un hechizo de altavoz.
—Les doy la bienvenida a este pequeño homenaje en honor del hombre que, al matar a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, nos salvó de la oscuridad y nos permitió construir un nuevo mundo mágico, libre y próspero.
¿Libre? Harry sintió náuseas al escuchar eso y forcejeó con más fuerza.
>>Sabemos que no hay suficientes honores para cancelar la deuda que tenemos con Harry Potter —continuó la odiosa voz—. Sin embargo, hoy deseamos darle un pequeño obsequio como señal de aprecio —hizo un gesto con la mano, antes de agregar—. Señor Potter, recíbalo como muestra de nuestra profunda gratitud. Feliz cumpleaños.
Pensando que, por lo que a él concernía, el Ministro, el Ministerio y el maldito regalo se podían quemar en el infierno, tiró de su brazo con más fuerza, logrando liberarse por fin. Sin embargo, no pudo cumplir su intención de marcharse, pues quedó súbitamente congelado. En medio de una salva de silbidos y abucheos, en el escenario apareció la figura altiva de Severus Snape.
Harry sintió que su corazón se estremecía al verlo. El hombre vestía el atuendo obligatorio para todo esclavo que se presentara en un sitio público del mundo mágico: una túnica sencilla hasta medio muslo, de un color entre marrón y amarillo absolutamente espantoso, unas sandalias de cuero rústico, y en el cuello un collar también de cuero, aunque más suave, al que estaba atada una correa del mismo material. Lucía extremadamente delgado, pálido y con profundas ojeras; su cabello, aunque limpio, estaba deslucido y mal cortado, y sus ojos, sus hermosos ojos negros, mostraban, incluso a la distancia, un vacío aterrador.
Como un sonámbulo, sin apartar la vista de Severus, atravesó el salón y subió a la tarima. Se acercó al hombre y miró profundamente sus ojos oscuros, y luego de largo rato, logró encontrar una pequeña llamita en medio de esa inmensa desolación, aunque no sabía si ese brillo indicaba reconocimiento, ira, alegría o algún otro sentimiento oculto. Momentos después, giró hacia el Ministro con los ojos relampagueantes de furia.
—¿Qué significa esto? —preguntó con acento duro—. ¿Cómo se atrevió? No puede regalar a un ser humano como si fuera un objeto.
—Por supuesto que sí —contestó el mago con petulancia—. El prisionero aceptó, es completamente legal —Harry sintió que su sangre hervía—. Pensamos que le gustaría tener a Snape a su merced, dado que se ha mostrado tan interesado por sacarlo de prisión, pero entiendo que quizás sea demasiado desagradable para usted cumplir con los requisitos de un trato de esclavitud con esta escoria en particular —por el rabillo del ojo, Harry notó que Severus palidecía aún más ante esas palabras, y su furia creció—. Pero si no le gusta este reo no hay problema. Lo podemos regresar a Azkaban y encontrar alguno que le agrade más, ¿más joven y guapo tal vez?
Harry vio rojo. ¿Cómo se atrevía ese imbécil a humillar a Severus de esa manera? Recordándose a sí mismo que aún no era tiempo, respiró profundo para tranquilizarse, prometiéndose mentalmente que un día mataría a ese hombre como el perro que era. Algo más tranquilo, se acercó nuevamente a Severus.
—Profesor Snape, ¿de verdad está de acuerdo con esta situación?
—Se lo aseguro, señor Potter —se escuchó nuevamente la odiosa voz de Scrimgeour—. No va a tener ningún problema con él, firmó su aceptación.
—No le pregunté a usted —dijo Harry con tono helado, sin apartar la vista de Severus—. ¿Profesor?
El hombre apretó los dientes y asintió con la cabeza, aunque no fue capaz de emitir sonido alguno.
>>Bien —aceptó, después de pensarlo unos segundos—. Por favor, acompáñeme, Profesor.
—No tiene que tratarlo con tanta amabilidad, señor Potter —habló nuevamente el imprudente Ministro—. Basta con que lo jale por la correa y él lo seguirá. Igual que un perro —terminó con una risotada, que fue coreada por algunos de sus subordinados.
Lívido de ira, Harry se acercó hasta quedar frente a Scrimgeour, mientras todas las risas cesaban de golpe.
—¿El Profesor Snape es mi esclavo o no lo es? —indagó con tono duro, mordiendo cada palabra.
—Por supuesto.
—Entonces, convendrá conmigo en que puedo tratarlo como me de la gana, ¿no?
—Sí, claro.
—Gracias, es todo lo que necesitaba saber —replicó con ironía, antes de girarse una vez más a Severus y tomar la correa que un empleado del Ministerio le estaba entregando—. Profesor Snape —dijo con voz muy fuerte, para que lo escuchara la mayor cantidad posible de personas—, ¿gustaría acompañarme, por favor?
Y sin otra palabra, abandonó el salón en compañía de Severus, ante las miradas atónitas de la concurrencia.
Última edición por alisevv el Dom Feb 21, 2016 5:37 pm, editado 7 veces | |
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