alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 7 Jue Nov 05, 2009 5:48 pm | |
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A la mañana siguiente, Harry despertó rodeado por la calidez de los rayos de sol que se colaban a través de la ventana y el trinar de pajarillos proveniente del jardín. Se quedó un buen rato inmóvil, sin abrir los ojos, escuchando el insistente reclamo de los pichones para que su madre les diera alimento. Con cuidado, extendió la mano hacia el otro lado de la cama y se sobresaltó. Estaba vacío… y frío.
La calidez que había llenado su corazón hasta ese momento se convirtió en un cerco de hielo, y cuando levantó los párpados, los verdes ojos estaban brillantes de lágrimas. Le dolía indeciblemente que Severus se hubiera ido, por lo visto, bastante tiempo antes. Sabía que era estúpido que estuviera tan acongojado, que era previsible luego de lo sucedido la noche anterior, pero había sido tan hermoso despertarse juntos los días anteriores.
Un ruido en la puerta de la habitación hizo que se volteara con prontitud, logrando que la paz y la alegría regresaran a su espíritu al mismo tiempo. Parado en la puerta, con una bandeja entre sus manos, se encontraba su Severus. Se enderezó al instante, y un agudo dolor en su trasero hizo que lamentara su brusquedad.
—Auch —se quejó, mostrando una mueca de dolor.
—No te muevas tan rápido —aconsejó Severus, acercándose y poniendo la bandeja en la mesita de noche—. Ese dolor es normal —le miró a los ojos y frunció el ceño con preocupación—. ¿Te duele mucho?
—No —desestimó el Gryffindor—. Sólo un poco, y fue porque me moví muy rápido.
—Entonces, ¿por qué tienes los ojos llorosos?
Harry se ruborizó y bajó la cabeza. Luego de unos segundos, confesó:
—Me desperté y no te vi, y pensé… —no fue capaz de terminar su pensamiento, pero el hombre comprendió en seguida.
—Fui a prepararte el desayuno.
—Pero no tenías que hacerlo —le interrumpió, mirándole mientras negaba con la cabeza para confirmar lo que decía—. No eres mi esclavo, te lo he dicho miles de…
—Esto no lo hice como esclavo, sino como amante —le interrumpió, y Harry le miró, atónito. Severus rió internamente ante su aturdida expresión y continuó—: Pedí a Dobby que nos preparara un desayuno para ambos, y yo fui a elaborar una poción.
—¿Una poción? —el joven no entendía nada. ¿Por qué le había dejado para ir a preparar una poción?
—Es una poción calmante y cicatrizante muy efectiva —le explicó con paciencia.
—¿Y para qué querrías prepar…? —en lugar de terminar lo que iba a decir, enrojeció profundamente.
Severus le miró, enternecido aun a su pesar; Harry era tan inocente a veces. Un pequeño geniecillo malvado le instó a seguir mortificando al muchacho un poquito más.
—Entonces, ¿te la aplico antes o después de desayunar?
—¿Aplicarla?
Harry casi se atragantó de sólo pensar lo que le estaba insinuando, y Severus no aguantó más y se echó a reír.
—Ayer no me parecías tan… abochornado —expresó, alargando la mano y tocándole la mejilla—. Harry, he estado pensando mucho las últimas horas —musitó con voz pausada—. He descubierto que eres el hombre más increíble que he conocido, y ayer me entregaste un regalo tan maravilloso como tú. Como te dije anoche, no sé bien lo que siento y… todavía me resulta difícil la idea de ser tomado. Pero no quiero perder esto que tenemos, me he acostumbrado demasiado a ti. Si pudieras darme algo de tiempo…
Harry le miró con ojos brillantes de emoción, e ignorando el dolor de su trasero, se enderezó y se abrazó a Severus, besándole con pasión. El hombre abrió la boca y devolvió gustoso el ardiente beso. Cuando se separaron, Harry sonrió con picardía y preguntó:
—¿Qué te parece si me pones esa poción que preparaste? Me gustaría estar listo muy pronto para ti.
Los ojos negros brillaron con ardor mientras se inclinaba hasta su oreja, mordisqueaba el pequeño lóbulo con deleite y susurraba:
—Date la vuelta y ábrete para mí.
Sintiendo que escalofríos de excitación recorrían su columna vertebral ante la sedosa voz, Harry se dio la vuelta en la cama y abrió sus piernas, dejando a la vista su trasero en todo su esplendor. Severus se agachó y, antes que nada, empezó a dejar tenues besos en su nuca, para después seguir a lo largo de su columna vertebral y terminar en las redondas y turgentes nalgas. Mientras el joven se estremecía bajo su contacto, mojó un dedo en la poción y dibujó un delicado círculo alrededor de su entrada, abriéndolo con muchísimo cuidado antes de enterrar el dedo y empezar a distribuir la sustancia por las delicadas paredes.
Aunque su intención inicial había sido aplicar la poción de la forma menos erógena posible, los jadeos de placer que obtuvo de Harry se reflejaron directamente en su miembro, que se empezó a endurecer irremisiblemente, cambiando por completo su intención. Sacando el dedo, agachó la cabeza y lo reemplazó por su lengua acariciadora, alegrándose de que la poción hubiera sido creada específicamente para este tipo de situaciones y fuera comestible. Casi de inmediato, Harry dejó escapar un leve grito de sorpresa y placer, que fue haciéndose más sonoro a medida que la lengua de Severus acariciaba con más profundidad.
—¡Severusss!
Sonriendo, el antiguo profesor de Pociones dejó deslizar su lengua hacia fuera, para acariciar los rosados testículos y la base del pene durante mucho rato, sintiendo cómo los jadeos y gemidos de Harry eran música para sus oídos. Luego, apartó la cabeza e introdujo dos dedos, y mientras distribuía la poción, buscaba la próstata del joven, viendo recompensados sus esfuerzos cuando éste lanzo un gemido más ronco y sonoro que los demás, y alzó sus caderas buscando mayor placer.
Los largos dedos de la otra mano de Severus se movieron por la suave cadera y el tibio vientre, deslizándose entre los rizos negros y cerrándose alrededor del miembro de Harry, que ya estaba duro como roca. Mientras seguía empujando los dedos en busca de su próstata, comenzó a deslizar su mano arriba y abajo a lo largo del duro mástil, masturbándole sin piedad. Pronto, los gemidos de Harry se convirtieron en gritos agónicos, y con un último empujón, se descargó entre los dedos de Severus.
Dándose la vuelta, el Gryffindor cayó sobre la cama, desmadejado, intentando recuperar su ritmo respiratorio, y observando al hombre con sus ojos verdes brillando de deseo satisfecho. Extasiado, observó mucho rato mientras Severus chupaba uno a uno sus largos dedos, cubiertos de su perlada semilla. Cuando terminó, la mirada de Harry bajó hacia la ingle del mayor, donde se notaba claramente una gran protuberancia bajo el pantalón del pijama.
—Parece que aún tenemos algo a lo que poner remedio —comentó, sonriendo con lujuria, mientras se enderezaba y se acercaba al hombre, empujándole hasta que quedó acostado sobre la cama—. Ahora vas a ser un buen esclavo y vas a dejar que tu amo disfrute un poquito más.
Severus se estremeció de deseo mientras el joven le quitaba el pantalón del pijama, liberando su turgente erección, que se irguió orgullosa sobre la espesa mata de vello negro. Sonriendo con deleite, Harry acercó su nariz y comenzó a olfatear. Era un aroma increíble; una mezcla del olor de su piel, de su sudor, y de las gotas de pre-semen que ya brillaban sobre su punta.
Sacó la lengua y empezó a lamer con avaricia la piel de los muslos internos, muy cerca de ese sitio glorioso. Después, la lengua juguetona llegó a los testículos, que lamió a placer mientras Severus emitía unos ásperos gruñidos que al Gryffindor le sonaban apeteciblemente sensuales. Luego de recrearse un buen tiempo lamiéndolos, tomó uno suavemente en la boca.
—¡Merlín, Harry! Por favor…
Sonriendo para sí, soltó el testículo y, muy lentamente, se acercó a su objetivo mayor. Lamió el largo mástil, terminando en la punta, donde probó con deleite el gusto acre de las delicadas gotas perladas, para después abrir la boca y tragar la dura vara hasta donde le fue posible. Severus gritó, mientras Harry comenzaba a trabajar con sus labios y lengua, adentro y afuera, al tiempo que sus manos masturbaban al mismo ritmo de su boca. Poco después, Severus dejó escapar un gemido casi animal y se descargó por completo en la dulce boca que lo recibió con alegría.
Cuando se hubo recuperado del intensísimo orgasmo, Severus se agacho para atrapar al muchacho y atraerle hasta su altura, cobijándole en un cálido y confortante abrazo, y besándole con absoluto sentido de posesión. El desayuno quedó por largo tiempo olvidado.
Draco caminaba por el callejón Diagon justo como lo mandaban las leyes, unos pasos detrás de Remus y con la cabeza baja. Bueno, ni tan baja, pues siempre se las apañaba para inclinarla apenas lo mínimo indispensable y así poder echar un vistazo a lo que le rodeaba. Y lo que estaba viendo no le estaba gustando en absoluto.
Era una mañana de domingo de mediados de septiembre, y Remus estaba disfrutando de la semana de permiso que le habían dado en Hogwarts, pues hacía apenas un par de días terminaba de pasar su transformación. A Draco no le había gustado la idea de salir, pues aun con la poción preparada por Severus, el hombre de ojos dorados se veía demacrado y cansado, pero Remus había insistido en que un poco de aire fresco les haría bien, y de paso podría adquirir unos implementos que necesitaba para sus clases.
Draco había aceptado a regañadientes pero tenía un mal presentimiento. No que un Malfoy inteligente creyera en esas cosas, pero algo le decía que no deberían haber salido, y el ambiente a su alrededor no hacía más que confirmar esa sensación. Había notado que muchas personas les dirigían miradas desagradables. Él ya se había acostumbrado a que le miraran con desprecio a causa de su condición, pero esta vez era diferente ya que la mayoría de las miradas eran dirigidas a Remus, mostrando rabia pero principalmente temor, y los transeúntes se apartaban del camino cuando él pasaba.
Estaba tan inmerso en sus cavilaciones que apenas se dio cuenta que su pareja se detenía, y se paró abruptamente para no chocar contra él. Levantó ligeramente la cabeza y vio que tres magos corpulentos les cerraban el paso. Entre gritos de ‘sí, es él’, ‘acabemos con el monstruo y su maldito esclavo mortífago’, y cosas similares, los hombres comenzaron a lanzarles piedras tan inesperadamente que Remus no tuvo tiempo de sacar su varita. ‘No usen sus varitas, sólo piedras’, fue lo último que alcanzó a escuchar Draco antes que una roca lanzada contra su cabeza le dejara sin sentido.
Harry y Severus estaban en la salita de su casa disfrutando de la placentera mañana cuando las llamas de la chimenea comenzaron a chisporrotear, indicando que alguien estaba tratando de comunicarse por la red flu. Preguntándose quién estaría interesado en llamar un domingo tan temprano, Harry se acercó a la chimenea y, con un pase de varita, conectó la red.
—¡Kingsley! —exclamó sorprendido al ver entre las llamas el rostro del actual Jefe de Aurores del Ministerio.
—Hola, Harry. Perdona que te llame un domingo a esta hora pero es importante. Necesito que vengas de inmediato a la casa de Remus.
—¿Remus? ¿Qué sucedió? ¿Se encuentra bien?
—Ven y aquí hablamos —contestó escuetamente—. Y trae a Snape contigo.
Harry se incorporó y observó a Severus, preocupado.
—¿Qué sucedería? ¿Remus habrá tenido problemas con su transformación?
—No creo —le tranquilizó Severus—, Draco nos hubiera avisado antes. Lo mejor es que vayamos allá y salgamos de dudas —propuso, mientras el Gryffindor asentía en silencio.
Minutos después, ambos salían por la chimenea de la sala de estar en la casa de sus amigos.
—¡Remus! ¡Draco! —exclamó Harry al ver que ambos lucían varios moretones en la cara, cuello y brazos, además de una venda que cubría parte de la cabeza del rubio.
—¿Qué sucedió? —preguntó Severus, quien mientras Harry había acudido a abrazar a Remus, se había acercado a su ahijado con el ceño fruncido—. ¿Tuvieron un accidente?
—Sí, claro —replicó Draco con sarcasmo—. Varios matones nos apedrearon ‘accidentalmente’, mientras la gente que nos rodeaba, miraba el espectáculo con satisfacción… También ‘accidentalmente’.
—¿Les apedrearon? —repitió Harry, con una mezcla de extrañeza y horror—. ¿Cómo que les apedrearon?
—¿Acaso no entiendes el concepto, Potter? —preguntó el joven rubio con amargura—. Apedrear, es decir, tirar piedras contra algo; en este caso, nosotros.
—Cálmate, Draco —pidió Remus—. Harry no tiene la culpa de nada.
El joven respiró hondo antes de musitar:
—Lo lamento.
Al ver que tanto Harry como Severus seguían observándoles, interrogantes, Remus explicó.
—Esta mañana salimos un rato a caminar por el callejón Diagon y hacer unas compras. Había una atmósfera extraña, como si todos nos miraran con odio o temor —aspiró profundamente para serenarse—. En un momento dado, nos encontramos tres patanes que, sin mediar disputa alguna, comenzaron a insultarnos y a lanzarnos piedras. No tuve tiempo de sacar la varita para protegernos, y cuando una roca golpeó a Draco y se desmayó —miró por un momento a su pareja, que estaba sentado con el rostro pétreo mientras una mano de Severus apretaba su hombro en un gesto evidentemente tranquilizador— pensé que estábamos perdidos. Por suerte, Kingsley intervino en ese momento y nos salvó.
Severus elevó sus agradecidos ojos hacia el hombre de piel oscura, mientras Harry expresaba el mismo sentimiento en voz alta.
—Muchas gracias, Kingsley.
—Ni lo mencionen —contestó el Auror—. Menos mal que pasaba por allí en ese momento.
—¿Ya fueron a San Mungo para que les revisen? —indagó Severus, sabiendo que Shacklebolt era un amigo y ante él no tenía que asumir la actitud de esclavo—. La herida de la cabeza de Draco debe ser examinada con cuidado.
—Vino un medimago amigo mío a curarles —explicó Kingsley—. No creí prudente acudir a San Mungo, dadas las circunstancias.
—¿Circunstancias? ¿Qué circunstancias? —preguntó Harry, con el rostro extremadamente serio y cada vez más confundido.
Antes que el mago pudiera contestar, las llamas de la chimenea chisporrotearon nuevamente, y poco después Hermione y Ron llegaban a la habitación.
—¡Remus, Draco! ¿Qué les sucedió? —preguntó la chica mientras se acercaba a ellos, seguida de cerca por su novio.
—Nos apedrearon en el callejón Diagon —contestó Draco, arrastrando las palabras como si ya estuviera cansado de repetir lo mismo.
—¿Salieron al callejón Diagon en las actuales circunstancias? —Hermione los miraba como si estuvieran dementes.
—No lo sabíamos cuando salimos esta mañana —replicó Remus.
—¿Podrían explicarme de una vez cuáles son esas malditas ‘circunstancias’? —intervino Harry, antes que ella pudiera argumentar, en un tono tan alto que sobresaltó a todos.
—A mí también me gustaría saberlo —agregó Severus, con tono seco pero más controlado.
—¿No leyeron El Profeta de hoy? —preguntó Ron, al tiempo que tendía a su mejor amigo el ejemplar que llevaba en la mano.
Harry lo desplegó presuroso mientras Severus se acercaba a mirarlo por encima de su hombro. En primera plana y a todo color había una foto de Remus y Draco, tomada probablemente en la fiesta del cumpleaños de Harry. Debajo de la imagen, en grandes letras rojas, un titular rezaba:
¡¡¡HASTA CUÁNDO LOS MONSTRUOS VAN A SEGUIR ENTRE NOSOTROS!!!
Después de ver cómo seres violentos y peligrosos campean libremente por nuestras calles, este periódico se pregunta: ¿Está la sociedad mágica realmente segura? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que esos seres vivan entre nosotros como si fueran magos y brujas normales y decentes?
Para muestra, hoy les traemos un ejemplo verdaderamente preocupante.
Remus Lupin, un peligroso licántropo que, para colmo de males enseña a nuestros pequeños en Hogwarts, y que adquirió como esclavo a Draco Malfoy, un reconocido Mortífago hijo de Lucius Malfoy, quien fuera la mano derecha de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado.
Esta reportera se pregunta: ¿Cuántos horrores podrán estar planificando esos dos? ¿Vamos a quedarnos sentados y esperar tranquilamente a que nos ataquen? Háganme caso, señoras y señores, hay que atacar primero.
Rita Skeeter
—Maldita desgraciada —exclamó Harry, lanzando el periódico al piso—. Debimos habernos desecho de ella cuando pudimos, Hermione.
—Ella es sólo un instrumento —musitó Severus, casi para sí mismo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Draco, alzando una ceja.
Antes de contestar, el hombre de ojos negros miró fijamente a Kingsley Shacklebolt.
—Apostaría a que esto es una nueva trama del Ministerio, esta vez con intención de deshacerse de los semi humanos.
El hombre de piel oscura asintió.
—No tengo nada confirmado, pero hay rumores de una nueva política de las altas esferas del Ministerio para poner a la opinión pública en contra de los que ellos consideran ‘inferiores’ —comentó—. De hecho, juraría que los tipos que les atacaron no fueron espontáneos, sino contratados por el Ministerio.
—¿Crees que hayan llegado a tanto? —preguntó Remus.
—Y a más —confirmó, con un suspiro de cansancio—. Ordené apresar a los tres que les atacaron, pero podría apostar que cuando regrese ya los habrán liberado con alguna excusa pueril.
—Debiste ir a interrogarlos en lugar de venir con nosotros —comentó Remus.
—Era mas necesario aquí —desestimó con un gesto—. Además, estoy seguro que ese interrogatorio no hubiera servido de nada. Puede que yo sea Jefe de Aurores, pero en este momento, los que mandan en el Ministerio son los burócratas.
—Puedo dar fe de ello —comentó Ron.
—Supongo que después de esto tendré que renunciar a Hogwarts antes que me despidan —musitó Remus, completamente angustiado. ¿Cómo iba a hacer para mantener a Draco y a sí mismo?
—La profesora McGonagall sería incapaz de despedirte —argumentó Hermione.
—Lo sé, pero va a verse obligada. ¿Recuerdas en tu tercer año? —ante la mención, Severus bajó la mirada, recordando su comportamiento de aquel entonces. Remus le miró y sonrió ligeramente—. No te apenes, Severus. Eran otros tiempos y todos éramos distintos —luego regresó su atención a Hermione—. El asunto es que entonces se enteró poca gente, pero aún así tuvieron fuerza para presionar a Dumbledore para que me sacara del colegio. Lo que tendría que enfrentar Minerva ahora sería mucho peor. No, Hermione, no hay ninguna posibilidad de que siga en Hogwarts.
—¿Pero qué van a hacer entonces? —intervino Ron—. Es difícil que en este momento alguien te dé trabajo, y si no consigues un ingreso estable para mantenerte, tendrás que entregar a Draco.
El joven rubio palideció intensamente y Remus frunció el ceño con fiereza.
—Para quitarme a Draco tendrían que matarme —declaró con un tono realmente aterrador.
Todos quedaron pensativos un momento, hasta que Harry exclamó:
—Draco no va a ir a otra parte que a Godric’s Hollow —declaró con decisión, mirando a Remus—. Tú y él se van a venir a vivir con Severus y conmigo.
—No podemos, Harry, yo…
—No voy a aceptar una negativa —replicó, moviendo la cabeza—. Así puedes alquilar esta casa y recibir un ingreso extra. Y pueden ayudarnos a Severus y a mí elaborando pociones y en el campo de cultivo. Ya comenzamos a vender algunas pociones y está resultando muy bien.
—Yo… —Remus le miró, conmovido—. No sé cómo agradecértelo; si perdiera a Draco, moriría.
Harry le abrazó con cariño durante largo tiempo.
—Lo sé, Remus; créeme que lo sé.
Hermione carraspeó para espantar la emoción y habló con su objetividad habitual.
—Ahora necesitamos solucionar el problema de Hogwarts, y creo que tú eres la respuesta, Harry.
—¿A qué te refieres? —indagó su amigo.
—La profesora McGonagall va a necesitar un sustituto para Remus con urgencia.
—¿Estás pensando en mí para dar Defensa? ¡Olvídalo! Ni siquiera he tomado el curso de docencia.
—Eres muy inteligente, Harry, y experto en Defensa, por algo derrotaste al Señor Oscuro —razonó la chica—. Yo puedo ponerte al día en poco tiempo.
—Pero es que yo no tengo interés en dictar la materia, Hermione. Y no quiero dejar solo a Severus, y menos con la situación actual.
—Si me permiten un consejo, yo te sugeriría que aceptaras, Harry —intervino Kingsley—. En el Ministerio es un secreto a voces que Umbridge quiere recuperar ese puesto y tiene mucha influencia sobre el Ministro —Harry rechinó los dientes ante la sola mención del nombre de esa bruja—. En cuanto se sepa de la renuncia de Remus, Scrimgeour va a insistir en que se le de el cargo a ella. Eres el único con el que no se atrevería a enfrentarse.
—En cuanto a Severus —agregó Hermione—, ahora va a estar acompañado por Remus y Draco, y tú puedes regresar cada noche a tu casa, yo lo hago.
Harry miró a Severus, para saber qué pensaba, y al ver que éste hacía un ligero movimiento afirmativo, suspiró.
—Vale, acepto. Y espero no arrepentirme.
—No lo harás —aseguró su amiga antes de abrazarle.
Harry se apareció en los terrenos de su casa y casi corrió hacia la puerta de entrada. Llevaba mes y medio dictando clases de Defensa en Hogwarts y se sentía realmente satisfecho, aunque extrañaba muchísimo su huerto y su jardín, a los que solamente se podía dedicar algunos fines de semana.
Su relación con Severus había progresado mucho, tanto que a veces casi podía olvidarse del maldito collar y soñar que eran una pareja normal. Dormían juntos y hacían el amor con regularidad, y aunque Severus aún no había planteado la posibilidad de dejarse tomar, a él no le importaba. Podría vivir feliz con ese arreglo el resto de su vida; al fin y al cabo, era una delicia ser el pasivo cuando Severus Snape era el dominante. Su única mortificación real era no haber podido romper todavía el hechizo del collar. Pero ahora no quería pensar en eso, tan sólo deseaba llegar a casa y besar a Severus.
Atravesó la puerta de entrada y estaba a punto de gritar llamando a su pareja, cuando Dobby se apareció frente a él con un suave estallido.
—Bienvenido, Amo Harry.
—Hola, Dobby. ¿Dónde está Severus?
—El profesor Snape está en el laboratorio —sonriendo, Harry se giraba para dirigirse hacia allí cuando el elfo doméstico volvió a hablar—. El Amo Harry tiene una visita en la salita.
—¿Una visita? —repitió, frunciendo el ceño—. ¿Quién?
—La señorita Weasley, Amo.
—¿Ginny? —su ceño se profundizó. La menor de los Weasley había demostrado ser una mujer caprichosa y superficial, que había estado muy pesada con su coqueteo hacia él durante varios meses. Había respirado con alivio cuando la chica le informó que se iba a estudiar a Francia—. ¿Cómo llegó hasta aquí?
—Tocó la puerta, Amo —contestó Dobby simplemente.
Suspirando, cambió de rumbo y se dirigió a la sala de estar.
—¡Harry! —gritó la muchacha en cuanto le vio, corriendo a abrazarle—. Te extrañé mucho.
Él le devolvió el abrazo sin demasiado entusiasmo.
—¿Qué haces aquí?
—¿Esa es la forma de recibirme después de meses de ausencia? ¿Acaso no me extrañaste?
—Sí, claro que sí —contestó por cortesía—. Pero pensé que te habías ido por dos años, ¿por qué regresaste antes de tiempo?
—Percy me escribió y supe que tenía que venir a arreglar las cosas y defender lo mío. ¿Qué es toda esa tontería de que ahora eres amo de Severus Snape?
Severus apagó la llama de su poción y echó un vistazo al reloj de pared. Quitándose la bata que utilizaba como protección mientras trabajaba, miró a sus compañeros.
—Por hoy, terminé. Nos vemos más tarde.
—Lo cual quiere decir que es la hora del regreso de Harry —se burló Draco, mientras Remus reía.
Ignorándoles, salió con la intención de darse un baño y llamó a Dobby para que cuando llegara Harry le informara que él estaba en la habitación común.
—El Amo Harry ya llegó, profesor Snape. Está en la salita con…
Sin esperar mayores explicaciones del elfo doméstico, se dirigió hacia la salita con una sonrisa en los labios, que murió cuando llegó a la puerta y escuchó una afectada voz femenina.
—Percy me escribió y supe que tenía que venir a arreglar las cosas y defender lo mío. ¿Qué es toda esa tontería de que ahora eres amo de Severus Snape?
—Percy no tenía porqué haberte escrito nada —replicó Harry, furioso ante esa escena.
—Claro que sí, alguien tiene que arreglar todo este desastre. Nunca debí irme, pero ya estoy aquí. Ahora vas a regresar a ese apestoso a Azkaban y nosotros podremos empezar de nuevo —declaró, para después acercarse y besarle.
Severus cerró los ojos sintiendo como si una garra de acero apretara su corazón, y dando media vuelta, escapó casi corriendo escaleras arriba. Estaba destrozado; sólo le quedaba su dignidad y esa no iba a perderla. Llegó a su cuarto y empezó a buscar entre sus cosas hasta encontrar su túnica y sandalias de esclavo. No podía culpar a nadie por su amargura; la culpa la tenía él, por haberse permitido soñar. Por olvidar que los sueños nunca se hacían realidad para personas como Severus Snape.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gritó Harry, tomando a la chica por los brazos y apartándola con brusquedad, al tiempo que la miraba con furia.
—Por favor, Harry —siguió ella con zalamería—. No te hagas el interesante. Sabes que te gusto. Sólo tienes que deshacerte del murciélago grasiento y podremos ser muy felices.
El joven respiró profundamente en un intento por tranquilizarse antes de empezar a maldecirla en serio.
—Mira, Ginny, no quiero ser grosero, pero es mejor que te marches de mi casa.
—Pero, querido… —Harry tomó con fuerza la mano que ella trataba de acercar a su cara.
—No sé qué clase de estupideces te habrá dicho Percy, o te habrás inventado tú, pero nosotros no vamos a tener ninguna relación, ni ahora, ni mañana, ni nunca. Y Severus Snape es la persona más importante de mi vida, ¿te quedó claro? Por favor, te agradezco que abandones mi casa de inmediato.
Y sin una palabra más, dio media vuelta y la dejó sola en la habitación.
Luego de hablar con Dobby y pedirle que se asegurara de que Ginny Weasley abandonara su casa de inmediato, subió a su habitación a buscar a Severus. Extrañado al no encontrarle allí, se dirigió a la antigua recámara del hombre. Cuando entró, frunció el ceño, confundido, al observarle parado a un lado de la cama, vestido con su ropa de esclavo y con la cabeza baja.
—Severus, ¿qué haces ahí y con esa ropa puesta?
—Estaba esperando, Amo.
—¿Esperando a qué? ¿Y por qué rayos me dices amo?
El hombre alzó la cabeza, los ojos negros refulgiendo con un sentimiento que Harry nunca le había visto y no podía descifrar.
—A que terminara de hablar con su novia y viniera a llevarme a Azkaban, Amo —replicó con tono seco y Harry vio que se llevaba la mano al collar, como si le molestara.
—¿Mi novia? —preguntó con asombro, antes de caer en cuenta—. ¿Te refieres a Ginny? ¿Escuchaste nuestra conversación?
—No fue mi intención, pero así es más fácil para usted, Amo.
—Severus, ¿estás celoso? —de no ser por la furia con la que el hombre le miró, hubiera saltado de alegría —Ginny no significa nada para mí, yo te amo a ti.
—Claro, y por eso la besaste, ¿no? —reclamó con ira, llevando nuevamente su mano al collar.
—Severus, yo no la besé, fue ella —explicó el joven, acercándose hasta él y tocando su brazo—. Si hubieras esperado un poco más, hubieras visto cómo la rechazaba.
—¡No te creo y no me toques! —gritó, apartando su brazo con fuerza. En el brusco movimiento, le golpeó la cara con la mano.
De inmediato, el rostro de Severus se transformó. Ante los asombrados ojos de Harry, se llevó las manos al cuello y empezó a jalar el collar en un gesto tan desesperado como inútil. Angustiado, entendió que había desatado el cuarto y más nefasto poder de control del collar. Había notado los avisos previos, esos ligeros apretones de advertencia, pero en medio de sus celos los había desestimado, y ahora quizás ya fuera demasiado tarde.
El corazón de Harry saltó dentro de su pecho al ver la repentina reacción de su pareja, quien seguía forcejeando, como si quisiera desprender el collar de su cuello. No podía entender lo que sucedía ante sus ojos, nunca antes Severus se había mostrado tan frenético por quitar la prenda que rodeaba su garganta, casi como si...
—Severus, por Merlín, ¿qué ocurre?
Incapaz de hablar, el hombre siguió jalando el collar mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de impotencia. Le era casi imposible llevar un poco de aire a sus agonizantes pulmones, y el esfuerzo que hacía por respirar casi le impedía razonar con coherencia. Sabía lo que tenía que hacer, pero no sabía si podría lograr que Harry entendiera, o si tan siquiera sería capaz de expresar la única palabra que debía ser dicha, que era esencial que fuera dicha.
Aterrado, Harry le sujetó los antebrazos, preguntando con tono agónico.
>>Severus, amor, ¿cómo te ayudo? —preguntó aterrado, entendiendo por fin que el collar le estaba asfixiando—. ¡Remus, Draco, ayúdenme! —gritó a voz en cuello.
Sin dejar de forcejear, Severus se arrodilló, mirándole implorante, y mientras seguía luchando contra el collar, hizo un esfuerzo sobrehumano para hablar.
—Per… dón.
—¿Qué? —preguntó Harry, que no había logrado entender el jadeante susurro, mientras se arrodillaba frente a él y empezaba a jalar el collar con todas sus fuerzas. El pánico se apoderaba de él al ver que el collar estaba a punto de estrangular al hombre que amaba y no podía hacer absolutamente nada para evitarlo. Pero el hechizo era más fuerte que los dos juntos, y a pesar de lo mucho que tiraban, no lograban que el collar cediera ni un milímetro.
Sin saber qué otra cosa hacer para que Harry entendiera, Severus movió una mano del collar y la acercó a su mejilla, que estaba humedecida por las lágrimas que el joven derramaba sin control, y le instó a mirarle a los ojos. Con un nuevo esfuerzo, tal vez el último, logró volver a musitar quedamente:
—Perdón.
Última edición por alisevv el Mar Ago 17, 2010 10:51 pm, editado 2 veces | |
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