alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 5 Jue Nov 05, 2009 5:33 pm | |
| —Dobby dijo que me neces… —Severus se detuvo en el umbral de la puerta de la cocina, mirando a Harry con el ceño ligeramente fruncido; el Gryffindor se veía demasiado satisfecho para su gusto—. ¿Qué es eso? —preguntó, señalando con un gesto el cómodo sillón que, en ese momento, ocupaba el lugar correspondiente a la mesa de cocina.
—Es un sillón de barbero —contestó, sonriente.
—¿Y está en medio de la cocina porque…? —indagó, aunque ya estaba temiendo por dónde iban los tiros.
—Tu cabello está demasiado largo y bastante desigual. Necesitas un buen corte.
—Oh, no, no. No pienso poner mi cabello bajo la punta de tu varita. ¡Ni hablar!
—¿Prefieres tener que vestirte de naranja para ir al Callejón Diagon a cortarte el pelo?
—Mil veces. No me fío que hagas magia en mi cabello. ¿Y si me dejas calvo?
—Creo haberte demostrado reiteradamente que soy bueno con la varita —replicó, demasiado divertido por la actitud del hombre como para sentirse ofendido—. Además, no tienes que preocuparte, lo voy a hacer al estilo muggle —informó, mostrándole las tijeras que tenía en la mano derecha.
—¿Al estilo muggle? Peor.
—Oye, que yo sé mucho de esto. Le cortaba el cabello a tío Vernon y a Dudley.
—Más a mi favor. Vi un día a tu tío en King´s Cross, y lucía un corte espantoso.
—No es mi culpa que tenga mal gusto para elegir los cortes —argumentó el joven—. Anda, ven. Prometo que lo voy a hacer bien —al ver que el hombre no estaba por la labor de aceptar, comentó—: Hagamos algo; si no te gusta como te queda, te prometo que podrás vengarte con mi pelo.
—Esa no es una propuesta justa, tu cabello no puede estar peor de lo que ya está —al ver que el muchacho no se dejaba amedrentar y seguía esperando, aún sonriente, se dio por vencido y comenzó a caminar hacia el sillón—. Si me haces una trastada, yo sí que te voy a dejar calvo —amenazó, mientras se acomodaba en el asiento y Harry se echaba a reír—. Hasta la base del cuello, ni un centímetro menos.
—¿Sabías que eres un exagerado? —se burló el Gryffindor, mientras le ponía un paño de peluquería y lo ataba alrededor del cuello—. Nunca imaginé que fueras tan vanidoso con tu cabello.
—¡No soy vanidoso! —la exclamación no había salido tan hosca como había querido, pues en ese momento Harry estaba peinando con sus dedos los desiguales mechones color ébano y Severus sintió un calorcillo que caldeaba su cuerpo; y cuando las suaves manos del joven levantaron su melena y acariciaron suavemente el pelo más corto de su nuca, un estremecimiento recorrió su columna vertebral.
—Reclínate sobre el respaldo —susurró la voz de Harry, casi pegada a su oído, y él ya no siguió resistiendo y obedeció de manera automática. A ese punto, las caricias de esas manos sobre su pelo se habían vuelto hipnotizantes—. Eso es, Severus, relájate —ahora una de las manos acariciaba su fuerte garganta y la manzana de Adan, y el hombre estaba perdido en el suave toque—. La verdad es que no te lo voy a cortar tanto. Prefiero dejártelo a la altura de los hombros.
El Slytherin se puso nuevamente rígido.
—En la base del cuello —exigió con firmeza.
—Hmm, vamos, tranquilo —la suave caricia en su pelo consiguió que empezara a relajarse nuevamente—. Tienes un cabello sedoso, y no luce para nada grasoso. ¿Por qué antes sí?
—Era un hechizo que me lanzaba para protegerlo mientras hacía pociones. De no haberlo hecho, a estas alturas estaría calvo.
—No, calvo no; sería un pecado que perdieras un cabello tan hermoso —empezó a cortarle las puntas.
—Por eso mismo, ten cuidado con lo que estás haciendo —gruñó, antes de insistir—: A la altura de la base del cuello.
—Anda, déjame a mí —de nuevo el susurro cálido que le hacía estremecer—. Me gusta como te queda atado en una coleta, pero para eso necesito dejarlo a la altura de los hombros.
—¿Sabes que eres un hombre muy terco? —espetó Severus con un nuevo gruñido.
Por toda respuesta, sólo recibió una risa cantarina y un tibio beso en la sien. Y con eso, Severus Snape supo que esa batalla la tenía definitivamente perdida.
Severus bajó el fuego a la poción matalobos y empezó a estirarse para aflojar sus músculos. Llevaba varias horas trabajando, y como la poción necesitaba hervir un buen rato, decidió salir a tomar un poco de aire.
Abandonó la habitación que habían habilitado como improvisado laboratorio y se encaminó hacia la salida trasera de la casa, con la intención de ir a buscar a Harry, que a esa hora debía estar trabajando en su jardín.
Era extraño como, en sólo cuatro días que llevaba en esa casa, sentía como si hubiera estado allí toda una vida. Su joven propietario la había transformado en un lugar cálido y acogedor, un verdadero hogar. Sonrió amargamente; era irónico que fuera un esclavo en el sitio que sentía como el primer hogar verdadero que había conocido en su vida.
Por primera vez desde que tenía uso de razón, sentía que no se comprendía a sí mismo. La mayor parte del tiempo estaba verdaderamente… ¿feliz? Sí, suponía que esa era la palabra. A pesar de no tener magia y ser menos que nada en el mundo mágico, nunca se había sentido tan protegido y cuidado como en la casa de Harry.
Pero por otra parte, le aterraba lo que obligatoriamente sucedería en sólo tres días. Se había acostumbrado a Harry. Le gustaba y mucho, y estaba seguro que sería cuidadoso y gentil cuando le poseyera. Pero de sólo pensarlo, acudían a su mente las terribles imágenes del abuso del Señor Oscuro sobre su persona. Aunque era homosexual, y todas sus relaciones posteriores a esa época habían sido con hombres, nunca había permitido ser tomado, él siempre había dominado.
Y lo que más le mortificaba, era el pensamiento de que ese hecho pudiera cambiar la relación que tenía con Harry. Le apreciaba y había empezado a sentir algo parecido al afecto. Era un sentimiento muy importante para él, el único que tenía aparte de su cariño por Draco, y le aterraba la idea de que el rechazo que sentía a ser dominado, terminara transformando ese lindo sentimiento en algo que también rechazara, aunque fuera inconscientemente.
En ese momento, observó a Harry arrodillado ante un seto de rosas, con un enorme sombrero en la cabeza y guantes de jardinería en las manos, escarbando en la tierra. Ante la hermosa imagen que se mostraba ante sus ojos, decidió apartar por lo pronto sus oscuros pensamientos y esbozó una pequeña sonrisa, al tiempo que alargaba el paso para llegar más rápido.
—¿Todavía con las rosas? —preguntó, y el joven levantó la cabeza, mostrando una alegre sonrisa de bienvenida.
—¿Saliste ya de tu improvisada mazmorra? —bromeó, pues habían instalado el laboratorio en el sótano de la casa, por ser la zona más fresca.
—La poción debe hervir varias horas, así que decidí salir a estirar las piernas y verificar si realmente estabas trabajando o sólo dormitabas bajo un árbol del jardín.
—Hoy he estado muy eficiente —replicó, mientras se levantaba y limpiaba la tierra de sus guantes en su delantal de jardinería—. Ven, sentémonos allí —sugirió, señalando una tapia que estaba a unos metros de distancia. Quitándose el sombrero y los guantes, se sentó en el terreno con la espalda apoyada en la tapia y Severus le imitó.
Permanecieron un buen rato en un cómodo silencio, observando cómo el sol empezaba a descender en el horizonte y el cielo se teñía de naranjas y rojos. Al fin, Severus comentó:
—Es extraño.
—¿El qué?
El hombre dudó un segundo antes de hablar nuevamente, todavía la mirada fija en el horizonte.
—No sé. Estás aquí todo el tiempo, y Dobby me comentó que no sólo ahora que estoy yo, sino desde antes. No trabajas, ni estudias —se giró y encontró los ojos verdes observándole—. ¿Por qué?
Apartando la mirada, Harry se inclinó para arrancar una pequeña flor que crecía a un lado de la tapia y empezó a juguetear con ella entre sus dedos un buen rato, como buscando las palabras para contestar.
—Antes de la guerra, nunca presté mucha atención a lo que haría luego de acabar con Voldemort, probablemente porque pensaba que no sobreviviría. Luego de su muerte, comenzó todo este despropósito y quedé en el aire. Para ser franco, no deseaba ni estudiar, ni trabajar, ni integrarme a este nuevo mundo mágico. Me sentía decepcionado —por fin, regresó su atención a los inquisidores ojos negros—. Y aún me siento igual. Él único lugar en que me gustaría estar, aparte de esta casa, es en Hogwarts. Me planteé la posibilidad de hacer el curso de preparación y entrar como docente, incluso Minerva me ofreció ayudar con las clases de verano que se están impartiendo justo ahora, para ayudar a los chiquillos de primero a adaptarse; pero eso tampoco me hacía mucha ilusión. Estaba estancado en medió de un mundo que todavía amaba, pero que ya no me gustaba. Así que, ya ves, me encerré en este lugar, saliendo sólo cuando era indispensable y tratando de buscar una forma de desactivar los collares y…
—Y sacarme a mí de Azkaban —continuó Severus por él, y joven asintió—. ¿Por qué, Harry?
—Prefiero no hablar de eso —fue casi una súplica, y el hombre aceptó y cambió de rumbo sus preguntas.
—Debes tener mucho dinero en Gringotts para poder vivir sin trabajar —bromeó, y la sonrisa regresó al rostro del mago más joven.
—De hecho, ha estado bajando mucho. Creo que voy a tener que hacer algo pronto si no me quiero quedar en la indigencia —exageró, ganándose una minúscula sonrisa de Severus.
Regresó el silencio confortante, mientras el cielo cambiaba los tonos naranjas por violetas. Luego de un rato, se escuchó nuevamente la voz aterciopelada de Severus.
—Podríamos fabricar pociones y venderlas a los boticarios de Diagon y Hogsmeade —sugirió en tono pausado.
Bruscamente, Harry giró la cabeza hacia él.
—No pienso explotarte —exclamó, frunciendo el ceño.
—¿Acaso no notó el uso del plural, señor Potter? —preguntó, con el tono mordaz de antaño y elevando una ceja con ironía.
Harry se echó a reír antes de preguntar.
—Vale, ¿qué propones?
—A ti se te da muy bien todo esto de la jardinería —explicó Severus—. Hay infinidad de plantas que podrías sembrar, y luego se podrían deshidratar para venderlas como ingredientes, o utilizarlas para la preparación de pociones. Y también me podrías ayudar en el laboratorio… Espera, eso mejor no, que no olvido tu desempeño en Pociones. Mejor tú te encargas del jardín y yo del laboratorio.
Harry no sabía si enojarse o echarse a reír. Al final, sabiendo que el hombre tenía toda la razón, pues él era pésimo en Pociones, decidió hacer una mueca de resignación.
—Vale. Tú el laboratorio, yo el jardín y la comercialización, que eso también es trabajo.
—Ciertamente.
—Y dividiremos al cincuenta por ciento.
—Sabes que yo no puedo manejar dinero —dijo Severus con una sonrisa amarga.
—Pero podrás, Severus —alargó una mano y tomó la del hombre, mirándole a los ojos—. Lo lograremos. Un día serás libre, y cuando eso suceda, quiero que cuentes con un capital para poder comenzar una nueva vida.
Severus apretó su mano y sonrió, pero sin alegría. Asombrado, se dio cuenta que, empezar una nueva vida lejos de Harry, era un pensamiento que ya no le hacía feliz.
Draco estaba leyendo cómodamente sentado en la pequeña biblioteca de la casita de Remus cuando escuchó el chisporroteo en la chimenea, anunciando que alguien estaba llegando a través de la red flu. Al ver a su pareja salir con aspecto agotado, frunció el ceño y apretó los labios, y aunque le preocupaba terriblemente verle así, no hizo amague de levantarse para recibirle.
Remus observó su actitud y suspiró internamente. Sabía que su rubio no estaba demasiado feliz de que él estuviera trabajando en vacaciones. Sin atreverse a acercarse por miedo a recibir un desplante, se sentó en un sillón y, apoyando la espalda contra el respaldo, cerró los ojos.
Después de unos minutos, sintió unas hábiles manos que empezaron a relajar los nudos de tensión de su cuello. Feliz, se dejó mimar largo rato por el amado toque y suspiró con alivio.
—Te estás matando de agotamiento —expresó al fin el joven rubio, mientras sus manos bajaban del cuello hacia los hombros—. No deberías trabajar en vacaciones.
—Debo hacerlo, Draco —razonó el mayor—. Nuestras reservas son escasas, y ese dinero extra nos viene muy bien.
Remus sintió como el joven se tensaba.
—Maldito Ministerio —masculló al fin el Slytherin entre los dientes apretados—. Si no se hubieran apoderado de todo lo que era mío, o al menos me dejaran trabajar.
Remus se giró para mirarle y tomó su mano con cariño.
—Ven, amor —musitó, instándole a dar la vuelta al sillón y sentarse en sus piernas, mientras le abrazaba amoroso y le daba un tierno beso en los labios—. No es sólo el dinero. Minerva necesita ayuda. Sabes que plantear que el objetivo de estas clases vacacionales es ambientar a los nuevos alumnos o nivelar a los mayores es sólo una excusa. Lo que en verdad intentamos es minimizar el efecto que están teniendo las ideas del Ministerio y de algunos padres sobre sus jóvenes mentes.
—Claro, y para eso contratan gente como Seamus Finnigan, ¿no? —bufó, al recordar lo que Harry les había contado tras su visita a Hogwarts—. Vaya influencia.
—Minerva habló duramente con él.
—Debería haberle despedido.
—No puede, fue una petición personal del Ministro —al ver que el ceño de Draco se fruncía aún más, agregó—: No me mires así. Sé lo que piensas y estoy de acuerdo contigo, el Ministro le puso allí para espiar. Pero no te preocupes, está controlado.
—Eso espero —Draco se levantó de sus piernas y tomó su mano, instándole a que se levantara también—. ¿Qué trajiste hoy de cenar?
Remus metió una mano en su bolsillo y cuando la sacó, mostró tres pequeños paquetes encogidos en su palma.
—Salmón asado y pudín de fresa —replicó con una sonrisa—. Y estofado de cordero para que almuerces mañana.
—Hmm, delicioso —se acercó, y esta vez el beso que compartieron fue profundo y apasionado. Cuando se separaron, el rubio también sonreía—. Es la única ventaja de que trabajes en vacaciones; no me muero de hambre.
Mientras Remus lanzaba una carcajada, ambos se dirigieron a la cocina a cenar.
Harry dio vuelta en la cama por milésima vez y dejó escapar un suspiro de resignación. Musitó un ‘Lumus’ en tono muy suave y la vela ubicada sobre la mesita de noche se encendió, irradiando una luz tenue. Miró el reloj colocado encima de la mesita. Las tres de la madrugada y él no había podido pegar un ojo.
Había pasado horas y horas reflexionando. Apenas le quedaban dos días para cumplirse el plazo del maldito hechizo del collar, y todavía no sabía que hacer para que su unión sexual fuera lo menos incómoda posible para Severus. Daba vueltas y vueltas buscando la solución y no se le ocurría nada.
Con un cansancio más emocional que físico, salió de la cama, dispuesto a bajar a la cocina a buscar un vaso de leche tibia que le ayudara a conciliar el sueño, y quizás también una poción. La falta de sueño le mantendría lento e irritable al día siguiente, y eso era lo último que necesitaba en esos momentos.
Al abrir la puerta, le pareció escuchar un débil quejido. Aguzó el oído y esperó, tratando de distinguir de dónde provenía el ruido. Unos segundos después, el sonido se repitió, y notó que provenía del cuarto contiguo al suyo.
—Severus…
Frunciendo ligeramente el ceño, se dirigió hacia la puerta y pegó la oreja a la madera. Al notar una voz amortiguada y algo que le parecía un quejido lastimero, tocó la puerta y llamó.
>>Severus, ¿te sientes bien?
Al no obtener más respuesta que nuevos quejidos y la voz del hombre que llegaba a sus oídos con palabras que no podía descifrar, tomó una decisión. Asió el pomo de la puerta y empujó lentamente.
La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por un pequeño rayo de la luna creciente, que entraba por las cortinas entreabiertas e iba a impactar sobre la figura que, en la cama, se retorcía y gemía, susurrando palabras sueltas.
—No, por favor. Eso no.
Harry se acercó presuroso, con intención de ayudar en lo que fuera que estuviera pasándole al hombre.
>>No me lo pidas. Te lo ruego.
Se detuvo al lado de la cama, notando el rostro crispado y humedecido por las lágrimas derramadas en medio de lo que, a luces vista, era una desagradable pesadilla.
>>Haré lo que sea, pero eso no. Por favor.
Considerando que lo mejor era despertarle, alargó una mano y tocó el cuerpo tembloroso y perlado de sudor.
—Severus, despierta —susurró en voz muy baja.
—No puedo hacerlo —de nuevo la voz derrotada, y Harry zarandeó un poco más fuerte.
>>No… no.
—Severus.
Jadeando como si se estuviera ahogando y tratara de hacer llegar un poco de aire a sus pulmones, el durmiente abrió los ojos y miró sobresaltado a su alrededor.
—¿Q… qué?
—Fue sólo una pesadilla, Severus —llegó la afectuosa voz desde algún lugar a su izquierda—. Ya todo pasó.
—¿Harry? —indagó, girándose hacia el origen de la voz y llevando una mano a su cara para limpiar las lágrimas y espantar el sueño.
—Sí, soy yo. Te escuché gemir y vine a ver qué te pasaba. Tenías una pesadilla.
—Otra pesadilla —musitó con una voz donde se podía leer claramente el desaliento, mientras se enderezaba hasta quedar sentado en la cama—. Gracias, pero no tenías que haberte preocupado por mí.
—Por supuesto que sí —replicó el joven antes de mirarle con sospecha—. ¿Otra pesadilla, dijiste? ¿Te ocurre con frecuencia?
—No tiene importancia.
—Sí la tiene, si se repite con frecuencia —insistió Harry—. ¿Lo hace?
Severus soltó un suspiro de derrota y asintió en silencio.
>>¿Qué sucede en las pesadillas? —preguntó, aunque por lo que había escuchado ya imaginaba de qué se trataban. Al ver que no contestaba, se sentó al borde de la cama y alargó una mano para estrechar cálidamente la de Severus—. Por favor, cuéntame.
El hombre permaneció largo rato en silencio, permitiéndose el placer de ser consolado por primera vez en su vida. Al final, musitó:
—Son… sobre la muerte de Albus —comenzó, con acento inseguro—. A veces, me pide que… le mate, y otras veces… —se detuvo, buscando el valor para hablar—. Otras veces, le mato.
Harry no dijo nada, sólo permaneció allí, acariciando suavemente su mano, y Severus agradeció el gesto y el silencio. Luego de un largo rato, el joven musitó en voz muy queda:
—Voy a buscar un poco de poción para dormir sin sueños.
El otro aferró su mano con fuerza.
—No.
—¿No quieres tomar la poción? —Severus negó con la cabeza—. ¿Por qué?
El aludido no contestó, sólo siguió aferrando su mano como si la vida le fuera en ello.
>>Severus, ¿por qué? —insistió.
—No lo merezco —su murmullo era casi un gemido agónico.
Harry tardó un buen rato en comprender, y cuando al fin lo hizo, sintió como si un puño de hierro estrujara su corazón al pensar en el gran dolor y sentimiento de culpa que debía estar agobiando a su antiguo profesor.
—¿Quieres decir que no deseas poner remedio a las pesadillas porque piensas que las mereces? —el hombre no contestó pero bajó la vista. Con su mano libre, Harry tomó su barbilla, hizo que levantara la cabeza para mirarle, y creyó morir al contemplar la angustia y desolación que inundaba la oscura mirada—. Tú no tuviste la culpa, Severus.
El Slyterin apretó los dientes con fuerza, sacudió la cabeza y arrancó su mano de la de Harry, alejándose un poco de él.
—Si yo no tuve la culpa, ¿entonces quién? —gritó con amargura. Aunque ya no había lágrimas como en el sueño, los ojos oscuros eran un pozo de desolación—. No creo haber escuchado que nadie más hubiera pronunciado el Avada.
—Dumbledore —ante eso, el mago mayor retornó toda su atención al Gryffindor, mirándole con el rostro ceñudo—. No me mires así, porque aunque te empeñes en negarlo, sabes tan bien como yo que es cierto. Dumbledore era un hombre bueno, pero como todo hombre, mago o no, era falible. Nos quería, quién lo duda, pero más quería el conseguir lo que él consideraba su gran objetivo: destruir a Voldemort. Ésa era su prioridad, y nunca le importó a quién tuviera que sacrificar para lograrlo.
>>A mí, me dejó abandonado en manos de unos parientes para los que siempre fui un estorbo, sin volver a interesarse de si estuve bien o mal. Y luego, por una profecía que decía que era el único capaz de destruir a su gran enemigo, me manipuló, siendo apenas un adolescente, para que enfrentara una tarea que, ante los ojos de cualquiera, iba a significar mi muerte. Y aún así, no dudó ni un segundo en utilizarme.
>>Y lo que te hizo a ti —ahora su voz denotaba un claro resentimiento—. Lo mío no importa, pero lo mataría si no estuviera muerto por lo que te hizo a ti. Te manipuló para que arriesgaras tu vida espiando en las filas de Voldemort, siempre con la maldita espada de Damocles sobre tu cabeza, haciendo de tu vida un infierno. Y luego, no contento con eso, te pidió que le mataras. Todo muy conveniente. Ibas a quedar en posición privilegiada para ayudar a concretar su gran objetivo, aunque él ya estuviera muerto y no pudiera verlo, y de paso le aliviabas de su dolorosa agonía. Y él sabía lo que eso significaría para ti. Estaba consciente que iba a convertir tu vida en un miserable hoyo de culpas y amargura. Pero NO le importó.
Se acercó un poco al hombre que, con los ojos cuajados de lágrimas contenidas, todavía le miraba hundido en su miseria, y tomó nuevamente su mano.
>>Severus, no te pido que dejes de amar y respetar el recuerdo de Dumbledore, yo también lo hago a pesar de todo, pero debes reaccionar y distribuir correctamente las culpas en lo que pasó. Ambos no fuimos otra cosa que muñecos manipulables en manos de Albus Dumbledore.
—Era necesario para acabar con Voldemort —trató de defenderle Severus.
—Él tuvo sus razones para hacerlo, y probablemente estaba en lo cierto al pensar que no había otra forma de destruir al monstruo. Pero nos sacrificó para lograrlo. Igual que sacrificó a mucha otra gente.
—Pero ni esa otra gente ni tú le mataron —argumentó el mago, no queriendo atender razones—. Fui yo. Yo alcé la varita y grité… —su voz se quebró sin poder continuar.
—Porque él te manipulo. Te convenció de que no había otra posibilidad —el Slytherin sacudió la cabeza, como negándose a ceder—. Severus, a pesar de su gran egoísmo, Dumbledore te amaba. ¿Crees que querría que ahora estuvieras torturándote por su culpa? Yo no lo creo.
Severus le miró largamente, con la angustia plasmada en su rostro.
—Yo maté a la única persona que confió en mí, que me ayudó —dijo luego de mucho rato, con voz impregnada de dolor.
—¿No puedes entender que le amaste tanto como para olvidarte de ti mismo y hacer lo mejor para él? Estaba sufriendo muchísimo y ya no tenía salvación; lo único que hiciste fue ahorrarle una agonía terrible.
—Lo sé, pero aún así, no me puedo perdonar —enterró la cara entre las manos, temblando incontrolablemente. Harry se trepó sobre la cama, acercándose a él, y rezando porque no le rechazara, le abrazó y le acurrucó contra su pecho. Afortunadamente, en lugar de rechazarle, Severus se permitió ser consolado, mientras el joven le acunaba y musitaba suavemente:
>>Algún día lo harás, yo te ayudaré —luego de un rato, los temblores cesaron y Harry puso un dedo bajo su barbilla, levantó su rostro y miró los acongojados ojos negros—. Pero hasta que eso suceda, no puedo permitir que sigas teniendo pesadillas, como si fueran una forma de expiar las culpas que crees tener —declaró, soltándole—. Ahora, voy a ir a buscar esa poción para dormir sin sueños y vas a poder descansar —el otro negó con la cabeza, y Harry bufó con impaciencia—. Severus…
—No voy a tener más pesadillas esta noche.
—¿Cómo puedo estar seguro de eso?
El hombre dudó un minuto antes de proponer:
—Podrías quedarte a dormir conmigo… para asegurarte.
Con una sonrisa radiante, Harry Potter no se hizo repetir la petición, retiró la sábana de la cama y se metió dentro.
—¿También puedo volver abrazarte? Sólo para estar más seguro.
—Si lo deseas —aunque su semblante aún se mostraba triste, la voz de Severus era seda pura al contestar.
Sin dejar de sonreír, Harry se acurrucó contra el cálido cuerpo y suspiró. Por esa noche, nadie iba a tener más pesadillas en esa casa.
La tarde del día siguiente, Severus se encontraba en la salita revisando un libro de hechizos antiguos que Harry le había entregado para que le ayudara a buscar datos sobre el hechizo de los collares, cuando la chimenea se encendió, anunciando la llegada de alguien. Segundos más tarde, Percy Weasley salía del fuego, sacudiéndose las cenizas de la túnica con aire displicente.
—Harry, ¿estás en casa?
De inmediato, Severus se levantó del sillón y se paró rígido, con la cabeza gacha.
>>Vaya, miren a quien tenemos aquí —comentó el pelirrojo con tono burlón—, el nuevo esclavo sexual de Harry. Y veo que mi amigo te permitió cambiar tu túnica de esclavo —se acercó con paso desafiante—. En vez de la mierdita que parecías en la fiesta, vuelves a ser el murciélago asqueroso de siempre.
Severus encajó los dientes, pero no contestó ni levantó la mirada.
>>Entonces, Snape, ¿supongo que ya Harry ha probado tu asqueroso trasero? —alargó la mano y tomó un mechón del cabello negro que colgaba al tener el hombre la cabeza baja—. ¿Qué se siente tener el privilegio de ser follado por el salvador del mundo mágico?
Severus retrocedió un paso, impactado por el hiriente comentario e intentando escapar de la grosera mano, pero el otro volvió a adelantarse.
>>Me pregunto qué se sentirá tenerte desnudo de cuatro patas y darte por el culo hasta perder el sentido —ahora tomó su barbilla e hizo que alzara la cara, para ver los ojos negros brillando de furia—. Voy a pedirle a Harry que te preste una noche. Incluso podría montar una pequeña fiesta, tengo un par de amigos que estarían encantados de follarte.
Severus intentó retroceder de nuevo pero Percy no se lo permitió.
—O no, Snape, no te vas a alejar de mí —sacó su varita y Severus le miró preocupado y asustado; ante un mago con varita estaba completamente indefenso—. Immobilus —angustiado, el Slyterin notó como sus músculos se negaban a moverse—. Así está mucho mejor. Ahora tú y yo, putito, vamos a divertirnos un rato mientras llega tu amo.
Aterrado, Severus notó como su agresor empezaba a desabotonar su túnica con calma, como para demostrarle que podía hacer lo que le diera la gana con él, al tiempo que una de sus manos iba derecho hacia su entrepierna. Mientras tomaba consciencia de que ya no tenía posibilidades de defensa y probablemente iba a ser nuevamente violado, escuchó un grito que destilada furia.
—¡Expelliarmus!
Ante la fuerza del impacto, Percy Weasley salió volando por los aires y fue a chocar contra una de las pareces del recinto, cayendo desmayado. Sin dar otra mirada al bulto pelirrojo tirado en el piso, Harry corrió hacia Severus.
—Finite Incantatum —pronunció, para luego tomar el cuerpo del Slytherin, que cayó desmadejado en sus brazos, presa de los efectos posteriores al hechizo y la tensión.
Con cuidado, Harry condujo a Severus a un sofá y acarició suavemente su mejilla.
>>¿Estás bien? ¿Te hizo algo ese maldito?
—No me hizo nada —contestó luego de un rato, aunque era evidente que no estaba bien en absoluto.
—Vamos a tu cuarto, es mejor que descanses un poco —propuso mientras se levantaba y le tendía la mano.
Severus se levantó, todavía con el semblante pétreo, y sin aceptar la mano que se le tendía, salió de la salita sin mirar atrás.
Severus se había negado a ir a su habitación. Pese a las protestas de Harry, se había dirigido al lugar al que siempre acudía cuando necesitaba serenarse y sentirse seguro: su laboratorio.
Había pasado toda la tarde cortando, moliendo y triturando, sin salir siquiera para cenar. Revivía una y otra vez el miedo y la angustia que había sentido al sentir las manos del pelirrojo sobre su cuerpo, una impotencia similar a aquella que había sentido veinte años antes. Volvía el asco y la desesperación. El sentimiento de ser una basura al que cualquiera podía pisar sin misericordia.
No lloró. Hacía mucho tiempo que había decidido no volver a llorar, no por esa causa al menos. Después de horas de reflexión, decidió hacer lo que había hecho antes para evitar ser destruido y seguir viviendo. Lo encerró en el fondo de su mente, esperando poder tener la fortuna de superarlo algún día.
Al final de la noche, apareció Dobby con una bandeja de emparedados, y sin que se lo preguntara, le contó que Harry, luego de lanzarle un Enervate y darle una paliza al estilo muggle, le había dicho a Percy Weasley que, como se volviera a aparecer en su casa, no dudaría en lanzarle una imperdonable aunque terminara con sus huesos en Azkaban. Luego había hablado con Ron, explicándole que su hermano ya no iba a ser bienvenido en su casa, y después que éste le diera mil disculpas y le asegurara que él mismo se encargaría de Percy, había cortado la comunicación y había cambiado las protecciones de la chimenea para que sólo Remus, Draco, Ron y Hermione pudieran utilizarla sin permiso.
También le había comentado el elfo doméstico, como quien no quiere la cosa, que su amo estaba muy triste, y había pasado varias veces frente al laboratorio, mirando la puerta con desconsuelo.
Luego de oírle, Severus se había sentido mucho más reconfortado. Se daba cuenta que no estaba solo, que por una extraña paradoja del destino, ahora tenía a Harry apoyándole. Y a pesar de su corta edad, el Gryffindor era un hombre sabio. Unas horas antes había comprendido que él todavía no estaba listo para hablar. Le había permitido retirarse a su espacio, y aun sin mostrarse para no avasallar, había permanecido vigilante, cuidándole y esperando.
Severus suspiró profundamente. Sabía que necesitaba hablar con Harry de su pasado, pero no estaba preparado todavía. Se sentía demasiado avergonzado aún.
A media noche, mucho más sereno, apagó el fuego sobre el cual se posaba un caldero burbujeante y abandonó la habitación. Cuando se encaminaba a su dormitorio, vislumbró luz en la salita y se acercó a apagarla. Pero la habitación no estaba vacía como había pensado. Acostado en un sofá se encontraba Harry, aparentemente dormido.
Se acercó con cuidado y pudo ver que tenía los lentes torcidos, un gesto de tristeza en el rostro y huellas de lágrimas en las mejillas. En su regazo, estaba el libro que él había estado leyendo esa misma tarde.
Se sentó en la alfombra, a su lado, y tocó suavemente su mejilla. El joven debía estar sólo adormecido, pues pese a lo sutil de la caricia, abrió los ojos y le miró, parpadeando.
—Severus.
—Hola —musitó, sonriendo tibiamente.
—Lo siento —se disculpó Harry, con ojos pesarosos—. Juró que no volverá a pasar algo así, yo…
—Shhh —le interrumpió, poniendo un dedo sobre sus labios—. No debes disculparte por nada, soy yo quien debe hacerlo por apartarme así. Necesitaba estar solo para reflexionar.
—Lo entiendo —dijo, mientras disfrutaba del cuidadoso dedo que ahora estaba acariciando su mejilla—. ¿Te sientes mejor?
El hombre asintió.
—Comprendí que Weasley no es más que otro de los muchos imbéciles que hay en el mundo mágico. Si dejo que me afecte, él gana.
—¿Seguro? —insistió Harry, mirándole preocupado—. Sabes que puedes confiar en mí; si puedo hacer algo por ayudarte, me gustaría que me lo dijeras.
—Estoy bien, te lo aseguro —contestó, apartando un mechón de cabello de su frente—. Pasa de la medianoche, es mejor que nos vayamos a dormir.
Consciente de que Severus no deseaba hablar más del asunto y que cualquier insistencia podría ser contraproducente, Harry decidió distraerle hacia cosas más gratas y le miró con esperanza.
—¿Me dejarías dormir contigo de nuevo?
—No es mala idea —contestó Severus con una tibia sonrisa—. Eres una buena medicina para controlar las pesadillas.
—Y tú eres bastante bueno para remediar el insomnio —replicó, sonriendo ampliamente mientras ambos se levantaban—. ¿Crees que también pueda conseguir un beso de buenas noches?
Severus observó su expresión juguetona, y contestó en el mismo tono:
—Es posible, Potter. Es posible.
Última edición por alisevv el Lun Feb 22, 2016 3:37 pm, editado 3 veces | |
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