La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Un regalo inesperado. Capítulo 2

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alisevv

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MensajeTema: Un regalo inesperado. Capítulo 2   Un regalo inesperado. Capítulo 2 I_icon_minitimeMiér Ago 05, 2009 11:02 pm

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En cuanto abandonó el edificio, Harry pidió a Severus que se aferrara a su brazo y se apareció con él en el vestíbulo de su casa del Valle Godric. Al aparecerse en la puerta de la vivienda, apenas esperó unos segundos a que el hombre se estabilizara después del viaje antes de retirarle su brazo con más brusquedad de la que hubiera deseado. Con un pase de varita, abrió la entrada principal y entró en el vestíbulo a grandes zancadas, seguido por un sumiso Severus Snape, que caminaba con paso presuroso y la cabeza baja.

Harry todavía temblaba de furia cuando fue recibido en la calidez de su hogar, así que no se le ocurrió otra cosa para descargarse que patear un paragüero, que rodó estrepitosamente derramando todo su contenido por el piso, mientras exclamaba:

—¡Maldito hombre! ¡Un día lo mataré con mis propias manos, lo juro!

De inmediato, Severus se agachó, empezando a recoger los objetos desperdigados, mientras Harry lo miraba fijamente, sin entender.

>>¿Qué está haciendo?

El hombre colocó el último paraguas, dejando todo tal cual estaba al llegar. Después, se irguió con toda la dignidad posible, miró la punta de sus sandalias y habló con tono neutral.

—En Azkaban me explicaron claramente mis obligaciones, amo.

Harry palideció, especialmente ante la última palabra, imaginando todas las advertencias que le habrían dado en esa maldita prisión. En ese momento, todo el enfado desapareció y la angustia tomó su lugar. Volvió a maldecir al Ministro y sus secuaces, que se dedicaban a destruir de esa manera la dignidad de los hombres. Pero no iban a lograrlo con Severus, no si él podía evitarlo.

Se acercó lentamente al antiguo Jefe de la Casa Slytherin, que permanecía rígido al lado del paragüero, con la cabeza baja y los ojos clavados en el piso, algo que, evidentemente, también le habían ordenado en Azkaban. Elevó una mano y, con cuidado, la puso bajo su barbilla y alzó su cabeza, para mirar los ojos negros, que continuaban tan vacíos de vida como en la fiesta. Conteniendo un suspiro de impotencia, desató con extremo cuidado la correa del collar en el cuello del hombre y la lanzó sobre los paraguas.

—Por favor, Profesor, acompáñeme, tenemos que hablar —cruzando el pequeño vestíbulo, entraron en la acogedora salita de estar. El dueño de casa señaló con la mano un cómodo sillón y pidió en tono neutro—: Siéntese, por favor.

El hombre negó con la cabeza.

—Está prohibido sentarse en presencia del amo.

Harry bufó con exasperación, conteniendo una nueva maldición.

—Lamentablemente, tendremos que acatar esas infames reglas cuando estemos en público, pero en mi casa, ni usted es mi esclavo ni yo su amo, así que le ruego que tome asiento —al ver que no obedecía, insistió—: Por favor.

Con renuencia, Severus se sentó muy tieso en el borde del sillón que le indicaban, manteniendo la misma posición de sumisión. Harry suspiró, pensando que esto iba a requerir más dosis de paciencia de la que tenía habitualmente, y luego llamó en voz alta:

>>Dobby.

De inmediato, el elfo doméstico apareció con un ligero chasquido.

—El amo Harry Potter regresó temprano —canturreó—. ¿No le gustó la fiesta?

—Nunca me gustan —contestó, señalando a Severus—. El profesor Snape va a quedarse a vivir con nosotros. Por favor, prepárale la habitación al lado de la mía —se giró hacia Severus, explicándole—: Es la más cómoda y tiene una estupenda vista, le va a gustar.

Al escuchar el comentario, Severus alzó la cabeza, sorprendido aunque no lo demostrara. ¿Potter estaba ofreciéndole una habitación cómoda, al lado de la suya, y dándole explicaciones al respecto? Ignorante de las reflexiones del Slytherin, Harry se giró de nuevo hacia el elfo y pidió:

>>¿Podrías traernos unos emparedados para cenar?

—¿De pavo estarían bien, amo Harry?

Harry miró otra vez a Severus, quien le devolvió la mirada, aturdido, sin creer que ahora estuviera pidiendo su aprobación para la comida. Finalmente, al ver que el otro seguía esperando respuesta a su silenciosa pregunta, afirmó levemente con la cabeza.

—Si, Dobby —el Gryffindor sonrió suavemente —, de pavo serán perfectos.

Mientras la criatura iba a buscar lo pedido, se levantó y fue hasta el barcito, sacando una botella de vino y dos copas. Sirvió ambas y le entregó una a Severus.

—Relájese un poco, Profesor, no le voy a morder —al ver que empezaba a negar con la cabeza, alzó una mano para detenerlo—. En serio, va a ser muy difícil si, cada vez que le ofrezca algo, usted me sale con eso de que es esclavo y no puede.

—Es que lo soy —contestó, sin dejar traslucir ninguna emoción en su tono de voz.

—Ya le pedí que olvidara eso entre las paredes de esta casa. ¿Acaso debo ordenárselo? —preguntó, mitad en broma, mitad en serio.

Relajándose un tanto ante la cordialidad demostrada por quien sería su dueño durante las próximas dos décadas, aceptó la bebida, pero antes de probarla, lo miró fijamente y preguntó:

—¿Por qué?

—¿Porqué qué? —repitió Harry, haciéndose el tonto, aunque sabía perfectamente a qué se refería.

—¿Por qué todo esto? ¿El vino, la habitación? Soy su esclavo, puede hacer lo que quiera conmigo, vengarse por todo lo que le hice. Entonces, ¿por qué tratarme bien?

—¿Vengarme por lo que me hizo? ¿Por salvar mi vida una y otra vez? —se tomó su bebida de un trago y se sirvió otra copa—. Yo estoy muy agradecido con usted, Profesor, y le pido mil disculpas por no haber impedido que fuera a Azkaban.

Por un momento, Severus pareció sumirse en sus reflexiones.

—Nadie hubiera podido evitarlo —contestó luego de un rato, tomando un sorbo de su propia copa—. Había demasiado odio acumulado.

—No son todos más que una sarta de imbéciles —exclamó Harry, nuevamente furioso—. Unos desgraciados que se comportan igual o peor de lo que se hubieran comportado los Mortífagos. A veces, me arrepiento de haber matado a Voldemort.

—No lo haga —musitó, mientras sus ojos negros mostraba la primera emoción de la noche: un brillo de odio—. Era un ser monstruoso y un demente. Créame cuando le digo que nada puede ser peor que si Voldemort hubiera ganado.

Lo que iba a contestar, se vio interrumpido por la llegada de Dobby, portando una enorme bandeja repleta de emparedados. Hubo un nuevo momento de duda en Severus, pero esta vez fue muy breve y pronto ganó su ansiedad ante la vista del delicioso alimento. Harry observó mientras tomaba un emparedado con mano ligeramente temblorosa y empezaba a comer con apetito, casi con avidez.

—Vaya poco a poco, para hacer estómago —le aconsejó, sin apartar su mirada de él mientras el hombre obedecía—. Lo trataron muy mal en Azkaban —más que una pregunta era una afirmación, y Severus siguió comiendo sin contestar—. ¿Por qué aceptó que yo fuera su amo? Pensaba que me despreciaba.

Esta vez sí se detuvo. Alzó la vista hasta Harry y lo observó largo rato, antes de responder.

—Supongo que despreciaba más a las alimañas que pululaban por mi celda —aunque irónico, su tono no era rudo, y Harry se encontró riendo con suavidad. Al final, dando un nuevo sorbo a su copa de vino, el hombre explicó—: La verdad, después de que mat… —se interrumpió y respiró profundamente, mientras a sus ojos asomaba el dolor del recuerdo—. Después de la muerte de Dumbledore, usted es de los pocos magos vivos que respeto, sino el único. Cuando me informaron de su petición, decidí aceptar.

—¿Mi petición? Yo nunca lo pedí como esclavo.

El rostro del mago mayor se ensombreció.

—Lo comprendí en la fiesta. Lamento haberlo colocado en este predicamento, y comprendería si pide que me regresen a Azkaban —replicó con tono seco.

Al entender que Severus había interpretado sus palabras como un rechazo, se dirigió presuroso hacia él y puso una mano sobre su hombro. El otro alzó la cabeza para encontrar la expresión preocupada de Harry.

—No me malinterprete. Jamás le hubiera ofrecido ser mi esclavo, pero no por mí, sino porque nunca hubiera podido humillarlo de esa manera —le aseguró—. Yo lo respeto mucho, y le reitero que le estoy muy agradecido. Llegados a este punto, me alegra que pueda estar en mi casa y no en una mugrosa celda. Espero que me crea.

Los ojos negros se clavaron en los verdes por una eternidad. Al final, el antiguo profesor de Pociones asintió levemente, su rostro todavía inescrutable, pero esta vez el brillo en sus pupilas reflejaba una extraña mezcla de confianza e incertidumbre.

Una vez terminaron su improvisada cena, Harry sirvió dos nuevas copas, esta vez de un coñac francés que guardaba para las ocasiones especiales.

—Tómelo todo —aconsejó, mientras le entregaba la copa abombada—. Sé que hace un tiempo que no toma licor, pero al haber comido no creo que le haga daño. Además, le ayudará a relajarse y conciliar el sueño. Y pienso que, justo ahora, ambos lo necesitamos.

Durante eternos minutos, ambos hombres permanecieron en silencio, mientras balanceaban lentamente las copas llenas con el líquido ambarino, calentándolo en sus manos. Al fin, Severus levantó la cabeza y clavó la mirada en los ojos verdes una vez más.

—Sobre el acuerdo de esclavitud… —empezó, vacilante, pero Harry levantó una mano, interrumpiéndolo.

—Mejor dejemos ese tema para mañana; ahora, ambos estamos demasiado agotados para analizarlo con coherencia —propuso, mientras se levantaba—. Venga conmigo, voy a enseñarle su habitación —mientras se dirigía hacia la escalera, agregó—: Y no olvide traer su copa; como dije, le ayudará a dormir.

El hombre lo siguió escaleras arriba, y luego a través de un pequeño pasillo, hasta detenerse frente a una puerta de madera pulida. Harry tomó el brillante pomo dorado y empujó.

>>Esta será su habitación —comentó, mientras atravesaban el umbral—. Espero que se sienta cómodo en ella.

Severus paseó su mirada alrededor. Era una habitación decorada con sencillez pero muy buen gusto. Las paredes estaban pintadas en tonos crema y beige, el techo era de madera oscura, y sobre el piso de machihembrado se extendía una hermosa alfombra en tonos ocres y marrones. La cama era enorme, elaborada en madera y hierro forjado, al igual que las mesillas y el elegante escritorio ubicado en una esquina, al lado de una puerta de cristales que comunicaba con un pequeño balcón. Dos cómodas butacas, una mesita ratona y una elegante chimenea completaban el agradable ambiente.

—Esta era la antigua casa de sus padres, ¿no? —preguntó Severus, que aunque había estado poco tiempo afuera, había reconocido los exteriores de la casa cuando llegaron.

—Sí. La restauré después de la guerra.

—¿Usted solo? —comentó, asombrado. Recordaba el estado en que se encontraba la casa la última vez que la vio.

—Tuve algo de ayuda —contestó, mientras descorría las cortinas de la cama, para mostrar el colchón.

—¿Sábanas verdes? Cuánto honor —estaba tan relajado luego de la comida y el licor, sintiéndose tan persona de nuevo en lugar de un número más en Azkaban, que el comentario había salido sin siquiera pensarlo.

El tono irónico de la voz del hombre y su ceja elegantemente alzada, fue un recuerdo tan vívido de su antiguo profesor, que Harry sintió un calorcito interior y esbozó una pequeña sonrisa.

—Lo que sucede es que Dobby es un elfo precavido —bromeó.

—Ya veo.

—Bien, ahí está el baño —informó, señalando una puerta a la derecha—. Dentro hay toallas y todo lo que necesite, y disponemos de agua caliente, por supuesto. Por esta noche, le prestaré uno de mis pijamas agrandado; mañana decidiremos qué hacer sobre su ropa.

—Mejor que en un hotel cinco estrellas —volvió a ironizar Severus, esta vez para tratar de superar la terrible incomodidad que le suponía tener que depender de alguien hasta ese punto, especialmente cuando ese alguien era Harry Potter.

El Gryffindor rió divertido por primera vez en esa infausta noche.

—Bueno, entonces, lo dejo —declaró, dirigiéndose a la puerta—. Si necesita algo, lo que sea, puede llamar a Dobby… —dudó un segundo y agregó—: o a mí, duermo en la habitación de al lado.

—Gracias.

—Buenas noches, Profesor.

—Buenas noches, am… —al ver que Harry lo miraba, negando con la cabeza, rectificó—, señor Potter.



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Cuando el joven salió, el rostro de Severus cambió, abandonando la fingida impasibilidad y mostrando por primera vez la angustia y desesperación que inundaba su alma. Mirando con ojos vacíos la copa de licor que tenía en la mano, la alzó para tomar un sorbo. Mientras el ardiente líquido bajaba por su garganta, regalándole un poco de la calidez que tanto necesitaba, el antiguo profesor de Pociones se perdió en sus reflexiones.

Durante todos los años que estuvo bajo las órdenes del Señor Oscuro, primero por su decisión y luego espiando para Dumbledore, siempre pensó que su vida no podía ser peor de lo que ya era; pero el destino le había demostrado una, y otra, y otra vez, lo equivocado que estaba. Su verdadera desgracia había empezado el día que había alzado su varita para atacar a la única persona que había confiado en él y le había brindado su amistad, aunque tuviera sus motivos personales para hacerlo. El día que mató a Dumbledore, acatando las órdenes del propio anciano, una parte de su alma había muerto, siendo reemplazada por dolor y aterradoras pesadillas.

Sin embargo, él había continuado, viviendo y trabajando con un único objetivo: ayudar a Harry Potter a destruir al monstruo. Y lo había logrado. Su ayuda había sido esencial para que el Gryffindor lograra su propósito, pero al igual que los horcruxes de Voldemort, otro pedazo de su alma había muerto en el proceso. No todos los Mortífagos eran seres tan crueles y depravados como Bellatrix o los hermanos Carrow; muchos eran pobres hombres y mujeres tan confundidos como él, y que no habían logrado salir del hueco en que se habían metido siendo jóvenes e ilusos. Aunque en una forma un tanto bizarra, muchos de aquellos Mortífagos lo habían ayudado y apoyado a través de los años, y como pago, él había contribuido a que terminaran muertos o en la cárcel.

Un suave chasquido lo sacó de sus reflexiones, y alzó la cabeza para encontrarse los ojos enormes de Dobby, que lo observaban fijamente.

—El amo Harry Potter le manda esto, Profesor Snape, y manda preguntar si necesita algo más —dijo el elfo, no sin cierto temor.

Severus vio el juego de pijama y bata de casa que Dobby había dejado sobre la cama. Era de seda roja, pero en un tono tan oscuro que parecía casi negro. Al lado de la ropa, la criatura colocó unas suaves y mullidas pantuflas. Sonrió internamente con amargura, mientras corría su áspera mano por el hermoso tejido; era irónico que, en la precaria situación que se encontraba, estuviera recibiendo la ropa más lujosa que había lucido en su vida.

Escuchó un sonido de impaciencia y levantó la mirada hasta el mensajero.

—No necesito nada más.

Mientras un nuevo chasquido denotaba la desaparición del elfo, Severus se levantó, llevando todavía la copa de coñac a medio tomar en su mano derecha, y se dirigió hacia la puerta que conducía al cuarto de baño. Era una sala espaciosa, decorada en tonos azules, y presidida por una enorme bañera que, notó con gratitud, ya estaba llena de agua jabonosa, que según pudo comprobar al sumergir su mano en ella, estaba a una temperatura ideal. Dejó la copa al borde de la bañera y se despojó con rapidez de la odiosa túnica amarilla que le habían entregado en Azkabán -la identificación de tu estatus de esclavo- le habían dicho; como si el maldito collar que le robaba su magia no fuera identificación suficiente. Mientras su cuerpo se sumergía en el agua caliente, su mente se hundió nuevamente en sus reflexiones.

Después de la batalla final, había soñado hacer una vida lejos de todo, irse a vivir al mundo muggle, donde nadie le conociera, y donde pudiera tratar de olvidar todo lo que se había visto obligado a hacer a lo largo de su vida. Se podría echar a reír pensando en lo iluso que había sido al soñar que eso pudiera ser para él. No. Severus Snape tendría que cargar con el destino de los espías, que terminaban siendo odiados tanto por un bando como por el contrario. Su juicio había sido una charada donde todos, amigos y enemigos, lo único que deseaban era que terminara de una vez y que le dieran el beso del dementor, o en el mejor de los casos, lo encerraran en un hueco de Azkaban por el resto de la eternidad.

Sorpresivamente, la única voz que se había alzado en su defensa durante el juicio había sido la de Harry Potter. El Gryffindor, asombrando a todos, había luchado con uñas y dientes por defenderlo durante el proceso, y aunque Severus no lo admitiría en voz alta, ese cálido recuerdo había sido lo que le había ayudado a soportar Azkaban.

Mientras pensaba en ello, empezó a enjabonarse de manera automática, sintiendo la suavidad de la esponja y recordando, sin poderlo evitar, la porquería que le había rodeado en el maldito sitio.

Un año había pasado en la prisión de los magos; un año espantoso. Hambre, frío, inmundicia y malos tratos era la rutina diaria. Además, aunque el viejo presidio ya no estaba custodiado por dementores y era más parecido a una prisión muggle, donde los presos tenían cierto contacto en los lugares comunes, eso no había sido un alivio para Severus. Todos sus antiguos compañeros lo despreciaban, y debía permanecer todo el tiempo alerta, para evitar ser atacado. De hecho, pese a todas sus precauciones, había sido herido un par de veces durante el tiempo que había estado allí.

Fue en una de esas ocasiones, mientras permanecía convaleciente en la enfermería de la prisión, cuando el médico a cargo le contó que tenía un hermano trabajando en el Ministerio y que era una secreto a voces los infructuosos esfuerzos que estaba haciendo el Salvador del Mundo Mágico para sacarlo de prisión. Entonces, esa pequeña calidez que le traía el recuerdo de la actitud de Potter durante el juicio, creció un poco más; aunque pareciera una locura, allá fuera había alguien que se preocupaba sinceramente por él. Y sabía, internamente, que esa era la razón de que finalmente hubiera aceptado convertirse en su esclavo sexual.

Aún recordaba la primera vez que había escuchado sobre la nueva práctica que había instaurado el Ministro de Magia, prácticamente en cuanto terminaron todos los juicios contra los Mortífagos. A los pobres desgraciados encerrados en esa maldita roca, se les conmutaría la pena si a cambio aceptaban convertirse en los esclavos sexuales de algún mago que los solicitara, por un tiempo igual al de su condena. Eso desató la locura; todos los presos querían salir, aunque tuvieran que soportar las leoninas condiciones que exigía el programa. Pero pronto se dieron cuenta que, en la práctica, esa supuesta ventaja sólo estaba reservada para los presos jóvenes y bellos.

Él sabía que nunca sería elegido, pero tampoco le importaba pues, dado el caso, no aceptaría. Prefería pudrirse entre rejas antes que perder su dignidad siendo esclavizado por un mago de pacotilla; al menos en su celda nadie tenía derecho sobre su mente ni sobre su cuerpo. Sin embargo, un día había llegado un delegado del Ministerio planteándole lo impensable: Harry Potter lo había solicitado como esclavo sexual. Y pese a todas sus dudas, Severus Snape aceptó.



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Harry no se sentía mucho más tranquilo que Severus. Después de darse una ducha rápida, se acostó desnudo sobre la colcha a cuadros que cubría su cama, puso las manos cruzadas bajo su cabeza, y clavó la mirada en el techo, pensativo.

Era un inmenso alivio que Severus estuviera finalmente en su casa, protegido, y no en una mugrosa celda de Azkaban. Pero aún así, le angustiaba pensar en las condiciones bajo las que había salido de allí, sin magia y teniendo que acatar completamente los deseos de otra persona, aunque esa persona fuera él.

Era irónico, unos años antes hubiera estado incluso satisfecho de que su antiguo maestro estuviera en esa situación, pero muchas cosas habían sucedido que hicieron que su visión del Slytherin se modificara profundamente, en su mente y en su corazón.

El hombre le había amargado la vida durante sus primeros años en Hogwarts, llegando al punto que la sola mención de su maestro de Pociones hacía que se le revolviera el estómago. Sin embargo, durante el transcurso de su quinto año, dos cosas hicieron que empezara a ver al Slytherin de otra manera. La primera, fue comprender que era absoluta e irremediablemente homosexual, y que su odioso profesor le parecía un hombre misterioso pero muy atractivo; la segunda, averiguar que la infancia y adolescencia de Severus Snape había sido incluso peor que la propia, y eso ya era mucho decir.

Cuando en su sexto año había visto cómo Severus mataba a Dumbledore, su decepción fue inmensa. El oscuro hombre atractivo, cuya odiosa actitud hacia él, Harry había intentado justificar como resentimiento por lo que le habían hecho, primero Tobías Snape y luego James Potter, ahora se había vuelto injustificable. El hombre sólo era un maldito asesino.

Pasó varios meses odiándolo y sintiéndose miserable, hasta que una carta póstuma de Dumbledore vino a aclararlo todo. En ella, el anciano le contaba que él estaba agonizando y había pedido a Severus que lo matara, pues además de acabar con su sufrimiento, reforzaría su posición en las huestes de Voldemort, lo que redundaría en beneficios para el bando de la Luz. También le pedía que se acercara a Severus y dejara que lo entrenara. Incluía un traslador que, sin que nadie en la escuela lo notara, lo enviaría directamente al lugar donde estaría esperándolo el antiguo profesor, tal como habían acordado hacer antes de la muerte del Director.

Y a partir de ese día, cada noche, Harry se encerraba en su cama, corría las cortinas, mandaba un hechizo para que nadie pudiera abrirlas, y activaba el traslador. Y mientras aprendía hechizos de defensa y ataque, mientras Severus le enseñaba a conocer la forma de pensar, luchar y actuar de Voldemort, a fin de que pudiera anticipar hasta el menor de sus movimientos durante la batalla final, mientras aprendía que para lanzar un Avada tenía que desear matar, también aprendía a conocer el alma, oscura pero aún así hermosa, de su antiguo profesor de Pociones. Y aprendía que iba a poder encontrar el deseo de matar a Voldemort, porque así podría liberar del yugo de la maldita serpiente, al hombre que estaba empezando a amar.




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Última edición por alisevv el Dom Feb 21, 2016 5:49 pm, editado 5 veces
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MensajeTema: Re: Un regalo inesperado. Capítulo 2   Un regalo inesperado. Capítulo 2 I_icon_minitimeJue Ago 06, 2009 1:57 pm

Que capítulo; muy bueno, como siempre Very Happy. Es perfecta la manera en que Harry, en cierta medida, le devuelva el favor a Sev después de todo lo que hizo por él. ¿Cómo es posible no amarlo cuando está jugando con su propia vida para poder ayudarlo?
Espero ansiosa tu próximo capítulo.
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MensajeTema: Re: Un regalo inesperado. Capítulo 2   Un regalo inesperado. Capítulo 2 I_icon_minitimeVie Ago 14, 2009 11:16 am

Sí, Harry le debe mucho a Sev, y lo ama, y va a hacer todo lo posible por ayudarlo a superar todo y ser feliz. Ojalá te guste el nuevo capítulo.

Besitos


lol!
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MensajeTema: Re: Un regalo inesperado. Capítulo 2   Un regalo inesperado. Capítulo 2 I_icon_minitime

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