alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 3 Vie Ago 14, 2009 11:03 am | |
| Al día siguiente, Severus se despertó más cómodo y relajado de lo que se había despertado en mucho tiempo. Pese a que la noche anterior se había acostado con la seguridad de que no iba a poder pegar un ojo, el baño relajante, el coñac, y especialmente toda la tensión acumulada en ese largo día, habían hecho que cayera dormido en cuanto había puesto la cabeza sobre la almohada.
Abrió los ojos y se incorporó momentáneamente sobresaltado, como si no entendiera porqué estaba descansando sobre un colchón blando, entre sábanas limpias, en lugar de en un duro camastro, cubierto por una delgada y mugrosa cobija. De pronto, todas las imágenes del día anterior acudieron a su mente, recordándole el lugar en que se encontraba. Miró alrededor de la habitación, hasta clavar su vista en un antiguo reloj que colgaba de una de las paredes y que en ese momento marcaba las nueve de la mañana.
¿Cómo había podido dormir hasta tan tarde? No podía seguir ahí, acostado; tenía que buscar a Potter y averiguar lo que tenía destinado para él. Con ese pensamiento, se levantó presuroso de la cama, dispuesto a vestirse. Se dirigía a la silla donde había dejado su ropa, maldiciendo el hecho de que ni siquiera le permitieran vestir una indumentaria decente, cuando un repentino chasquido le hizo girar la cabeza.
—Buenos días, Profesor Snape —saludó Dobby, mostrando la expresión asustadiza que acostumbraba lucir ante el hombre, y tendiéndole un sencillo sobre de color azul claro—. El amo Harry le manda esto —cuando Severus lo tomó, agregó—: El amo Harry dice que en cuanto esté listo, lo espera en la cocina para desayunar —y sin esperar respuesta, desapareció con un nuevo chasquido.
Intrigado, Severus se sentó en el borde de la cama y abrió el sobre, sacando un pergamino también de color azul, que desplegó, reconociendo la desordenada letra de su antiguo alumno.
Profesor Snape
Esta mañana temprano, fui a Hogwarts. Sus habitaciones en el castillo, por fortuna, estaban tal como usted las dejó la última vez que vivió allí, así que pedí permiso a la Profesora McGonnagall para que me permitiera retirar algunas de sus cosas, espero que no le moleste
Severus frunció el ceño, intrigado. ¿Por qué Minerva conservaría sus habitaciones sin tocar, especialmente después de todo lo que pasó?
Pedí a Dobby que colocara su ropa en el armario y la cómoda, así que puede vestirse como antes, y dejar esa espantosa túnica para cuando tengamos que asistir a algún lugar público y tenga que utilizarla por obligación
Sin poderse contener, Severus esbozó una sonrisa complacida. Poder utilizar su ropa habitual resultaba un privilegio inesperado.
También traje su baúl con sus objetos personales
El Slytherin saltó de inmediato y dio vuelta a la cama, para encontrar su viejo baúl colocado al pie de la misma. Abrumado aún sin quererlo, acercó su temblorosa mano y acarició la gastada madera. Con cuidado, dio vuelta a la llavecita que colgaba de un pequeño candado, lo abrió y levantó la tapa. Allí estaban, toda una vida concentrada en esos pocos recuerdos que no había esperado volver a ver.
Luego de un rato, se sentó en la alfombra, al lado del baúl, y continuó leyendo.
En el castillo también están sus libros, el instrumental de su laboratorio personal, algunos ingredientes y otras cosas, pero preferí esperar. Más adelante, podemos ir a Hogwarts para que usted decida lo que desea traer.
Cuando esté listo, lo espero en la cocina para desayunar.
Harry
Severus permaneció largo rato en la misma posición, con la vista fija en el nombre de quien, más que su amo, parecía haberse convertido en su salvador.
Ciertamente, él sabía que Potter era un buen hombre, alguien realmente honesto entre tanta podredumbre, y estaba convencido de que, pese a lo precario de su situación como esclavo, el joven no le trataría mal del todo. Pero tantos detalles para con él resultaban algo completamente inesperado e incomprensible.
Decidiendo que ya era muy tarde y debería apresurarse, dobló cuidadosamente la carta, la metió en el sobre y la dejó en el baúl, junto a sus más preciadas posesiones; luego cerró la tapa, se levantó y se dirigió al guardarropa.
Severus bajó las escaleras y encontró fácilmente el camino a la cocina, guiado por el agradable olor a café recién hecho. Cuando entró, lo recibió una nueva sorpresa. Harry estaba frente al fogón, preparando unos huevos revueltos que, debía admitirlo, tenían una pinta estupenda. Al escuchar su llegada, el dueño de casa se giró con una sonrisa de bienvenida.
—Buenos días, Profesor —lo saludó animado, mientras señalaba la mesa cercana, un hermoso mueble rústico fabricado en madera que ya estaba completamente servida para dos comensales. En el centro, el olor del aromático café que le había llevado hasta allí se mezclaba con otro mucho más suave, el del té recién hecho—. Dobby me comentó que ya se había levantado. Siéntese, enseguida le sirvo el desayuno. Los huevos revueltos están casi listos.
—Se supone que yo debería ser quien estuviera haciendo eso —replicó, mirándole fijamente—. Los del Ministerio…
—Creí que eso ya había quedado claro anoche —lo cortó Harry. Sirvió los huevos en una bandeja, colocó unas cuantas salchichas que estaban listas en otra sartén, y la puso sobre la mesa—. En el mundo mágico puede que mande el Ministerio, de manera muy deplorable, todo hay que decirlo. Pero en mi casa mando yo. Y aquí, usted es mi invitado.
—Eso no es cierto y usted lo sabe.
Ignorando el comentario, Harry insistió.
—Siéntese, por favor. Le hice café fuerte, como le gusta. Yo prefiero el té.
El hombre alzó una ceja, preguntándose cómo el otro sabía que le gustaba el café negro y fuerte, pero decidió obedecer. Ese desayuno se veía demasiado apetitoso para perder el tiempo discutiendo.
Comieron casi en silencio, intercambiando apenas algunas frases corteses, como si habían dormido bien o que el día había amanecido soleado. Cuando estaban terminando, Dobby apareció de improviso.
—Amo Harry Potter, el señor Ron y la señorita Hermione acaban de llegar.
—Ya se habían tardado —murmuró, divertido, casi para sí mismo—. Por favor, diles que vengan hasta aquí.
—Sí, amo Harry Potter.
Cuando el elfo doméstico desapareció, masculló entre dientes:
—¿Cómo voy a lograr que deje de llamarme amo?
—Puede ordenárselo, como hizo conmigo.
Harry miró a Severus, dándose cuenta que había hablado en voz alta, y al ver su expresión irónica, se echó a reír.
—Lamentablemente, Dobby no es tan listo como usted, y bastante más terco.
Antes que el hombre pudiera contestar, Hermione y Ron irrumpieron en el recinto. De inmediato, Severus se levantó y se apartó, bajando la cabeza en señal de sumisión. Harry suspiró pesadamente, iba a ser muy difícil que Severus olvidara que era sólo un esclavo.
—Hola, Harry —saludó Hermione, abrazándolo—. ¿Cómo estás? Quedamos muy preocupados ayer, cuando abandonaste la fiesta así.
—Compañero —Ron le dio unas palmaditas en el hombro—. Yo quería venir anoche mismo, pero Hermi me convenció de que era mejor esperar.
—Hermione tuvo razón —contestó Harry, sonriéndole a su amiga—. Desayunen con nosotros —pidió, para luego llamar a Severus—. Profesor, regrese aquí. No se preocupe, Hermione y Ron son amigos.
Al ver que el hombre negaba sin levantar la cabeza, la chica se acercó a él y puso una cálida mano sobre su brazo.
—Profesor —llamó suavemente. Cuando el hombre alzó la mirada, ella prosiguió—. Sé todo lo que le dijeron en Azkaban antes de salir; acerca de su comportamiento como esclavo, quiero decir —el hombre se ruborizó ligeramente y apretó los dientes—. También sé que le advirtieron que, a la primera desviación, usted regresaría a prisión. Pero puede confiar en nosotros, no le vamos a delatar —le tranquilizó con voz dulce, antes de bromear—. Ni siquiera Ron, sabe que Harry lo mataría.
Mientras Ron hacía una mueca y Harry sonreía, Hermione tomó el brazo de Severus y le guió de regreso a la mesa. Cuando estuvieron instalados, el anfitrión preguntó:
—¿Quieren huevos y salchichas?
—No, gracias, ya desayunamos. Sólo té, por favor —dijo Hermione.
—Habla por ti —dijo su novio, quien vivía permanentemente hambriento—. A mí aún me queda un hueco.
Mientras la chica negaba con la cabeza, dándole por imposible, Harry se levantó a buscar un plato y un par de tazas. Cuando todos estuvieron cómodamente instalados, Ron comentó.
>>No tienen idea la que se armó anoche, cuando ustedes se fueron; todos burlándose y cuchicheando sobre el regalo.
Severus bajó la vista, avergonzado, y Hermione le dio un golpe al pelirrojo.
—Ron, no seas burro.
—Detesto en lo que se ha convertido todo este despropósito —bufó Harry, indignado—. ¿Han hecho algún avance sobre los collares?
—Nada, todavía —contestó su amiga—. Es un hechizo muy poderoso.
—Yo tampoco he encontrado nada, y eso que he estado estudiando los libros de la Cámara de Slytherin, en Hogwarts.
—¿Sabes si Remus ha encontrado algo?
—No sé, tengo días que no hablo con él, y anoche apenas si nos saludamos. Voy a llamarlo para que venga a comer con Draco, así podremos hablar todos.
Severus, que había escuchado todo el intercambio en silencio, ya no pudo aguantar la curiosidad y preguntó:
—¿Qué ocurre con los collares?
Los otros tres lo miraron unos segundos y al final Harry, sonriendo internamente al ver un atisbo de su antiguo profesor, explicó:
—Llevamos un tiempo intentando encontrar el contra hechizo para anular los collares —informó, tocando con un dedo la tira de cuero que rodeaba el cuello del hombre—. Fue una idea de Remus, a quien le preocupaba mucho eso.
—¿Por qué?
—A causa de Draco —quien habló esta vez fue Hermione—. Como debe saber, el collar tiene un hechizo bastante complejo y definitivamente perverso —el hombre asintió, con semblante sombrío, y la chica continuó—: Tiene tres funciones. La primera, anular completamente la magia del portador. La segunda, asegurarse de que el esclavo no escape, para lo cual tiene un localizador que lo encontraría de inmediato allí donde se escondiera, ya sea en el mundo muggle o mágico.
>>Pero la peor de las funciones, y la que más le preocupa a Remus… —hizo una breve pausa —y a todos nosotros también, es la de asegurarse que el preso cumpla correctamente sus funciones de… esclavo sexual —de nuevo se detuvo, ruborizada, y observó a Severus, que había palidecido sin poderlo evitar—. Si el amo no tomara al esclavo al menos una vez por semana, el hechizo obligaría a la correa a apretar su cuello hasta morir.
Durante varios minutos, nadie habló, cada cual inmerso en sus propios pensamientos. Al fin, se volvió a escuchar la voz pausada de Harry.
—A Remus le preocupa terriblemente que, un día, en una de sus transformaciones, se haga más daño de lo habitual, y… no pueda cumplir con sus funciones de amo. En ese caso, para que Draco no muriera estrangulado, tendría que renunciar a él y regresarlo a prisión, sin posibilidad de ser solicitado por Remus nuevamente.
Tratando de ignorar la forma en que eso los afectaba a él mismo y a Harry, Severus cuestionó:
—¿Y no han logrado nada?
—Hemos hecho algunos avances —explicó Hermione —, pero…
Luego de eso se hizo otro largo silencio, antes que Severus hablara nuevamente:
—Ya no tengo mi magia, pero mi conocimiento está intacto. Espero que me permitan ayudar.
—Por supuesto que sí —declaró Harry, feliz de que el hombre estuviera lo bastante animado como para ofrecer su conocimiento—. Su colaboración va a ser muy valiosa, estoy seguro.
—Y Merlín sabe que, en este momento, necesitamos toda la ayuda posible —concluyó Ron.
—Remus, Draco, qué bueno que llegaron —los saludó Harry, mientras ambos entraban a la salita de estar—. ¿Estuvieron fuera? —preguntó, al ver que el rubio vestía la túnica que evidenciaba su condición de esclavo. Cuando venían directo de la casa de Remus, siempre llevaba sus ropas normales.
—Venimos del Callejón Diagon —informó Remus—. Draco quería comprar algo —comentó, aunque esto último era una forma de hablar, los esclavos no podían comprar absolutamente nada.
—Y tener que llevar esta estúpida túnica no me lo iba a impedir. Además, a mí todo me queda bien —afirmó el rubio con suficiencia, mientras todos reían y Remus le quitaba la correa con cuidado y le hacía una cariñosa caricia en el cuello. Ya libre de la incómoda correa, Draco se giró y clavó los plateados ojos en Severus—. Hola, Padrino. Me alegra verte.
Ambos se miraron con lo que, a los ojos de cualquier Slytherin, sería catalogado como un despliegue de emoción, aunque los efusivos Gryffindor se preguntaban porqué, siendo padrino y ahijado, no se abrazaban o algo más.
—A mi también, Draco.
—Remus me dijo que Harry había traído tus cosas de Hogwarts, así que le pedí que me acompañara a comprarte esto —musitó el rubio, entregándole una bolsita con su picadura favorita—. También iba a traerte una pipa, pero imaginé que preferirías la tuya.
Severus sintió cómo su mirada se empañaba, mientras ambos recordaban el tiempo en que, siendo Draco un chiquillo, su padrino iba a visitarlo. Para el pequeño solitario, a quien sus padres ignoraban la mayor parte del tiempo, esas visitas eran mejor que una fiesta; y lo que más disfrutaba era cuando ambos se sentaban frente a la chimenea de su cuarto en la mansión Malfoy, y mientras Severus fumaba su pipa, le narraba historias de aventuras, que el pequeño escuchaba con los ojos brillantes de emoción.
—Gracias.
Ninguno dijo nada más, pero ambos sabían cómo se querían y cuánto se habían extrañado realmente.
Todos comieron en una atmósfera distendida y cordial, comentando las noticias del mundo mágico. Luego de los postres, una vez que Remus confirmara que tampoco había hecho grandes progresos sobre el hechizo de los collares, Hermione y Ron se despidieron, pues los esperaban esa tarde en la Madriguera.
Mientras Remus acompañaba a Harry a la salita de estar, Draco guió a Severus hacia los jardines, para poder conversar en privado. Salieron por una puerta encristalada, cruzaron un pequeño patio y bajaron tres peldaños de una escalera de piedra. Caminaron lentamente por el estrecho sendero que, pocos metros más allá, se sumergía en un pequeño bosquecillo de pinos.
Todavía sin hablar, siguieron caminando, aspirando el aroma de las agujas de pino y escuchando el trinar de los muchos pájaros que revoloteaban por el bosque. Después de caminar unos quince minutos, llegaron a una pequeña cascada que derramaba sus aguas en un arroyo cristalino. Draco se sentó en un banco cerca de la cascada y Severus se sentó a su lado.
—¿Potter creó todo esto? —preguntó Severus, pues era evidente que el lugar había sido creado con magia.
El joven rubio asintió.
—Tiene buen gusto el cararrajada, ¿cierto? —comentó con una sonrisa. El hombre no contestó, sólo fijó su oscura mirada en el agua que caía interminablemente. Luego de un rato, Draco habló de nuevo—. ¿Fue muy difícil?
Luego de un momento de silencio, Severus contestó.
—Sólo un poco —desestimó, con una mueca que quiso parecer sonrisa. Respiró profundamente y continuó—: Estaba muy preocupado por ti. Sabía que los más jóvenes estaban ubicados en otra zona de la prisión, pero no nos llegaban informaciones. ¿Qué condena te dieron?
—Diez años. Es lo mínimo que dieron a todos los que llevaban la marca.
—Pero tú no hiciste nada. Tomaste la marca porque tu padre te obligó. Y eso fue pocos días antes de la batalla final.
—Eso es algo que a los que estaban juzgándonos no les importaba en absoluto. ¿Acaso lo olvidaste?
—Pensaba que habían sido más clementes con los jóvenes.
—Esa gente no sabe de clemencia, sólo de venganza —murmuró en voz baja y llena de ira—. Y de abuso, por supuesto.
Severus alzó la mano y acarició su cabello con cariño, como hacía cuando era un niño.
—¿Cuándo te reclamó Lupin? —preguntó, sin parar la caricia—. ¿Y por qué aceptaste?
Draco bajó la cabeza y miró las uñas de sus manos con atención.
—Fue muy poco después que salió la ley —explicó, con tono pausado—. Nosotros… —dudó un momento, esperando que su padrino no se lo tomara a mal— teníamos una relación antes que yo tomara la marca —Severus lo miró con sorpresa, pero aunque sentía la intensidad de la mirada oscura, el joven no se atrevió a alzar la cabeza—. Remus me había convencido de unirme a ellos, pero antes que pudiera hacerlo, mi padre me llevó obligado y el Señor Oscuro me marcó.
El dolor en la voz de Draco era tan profundo, que Severus pensó que, si Lucius no estuviera muerto, él podría haberlo matado en ese mismo momento. Abrazándole, lo atrajo contra sí, y le acunó suavemente. Momentos más tarde, el joven alzó la cabeza y se separó, recuperando la compostura.
>>Cuando me juzgaron, Remus hizo todo por evitar que me sentenciaran, como hizo Harry contigo, pero también fue inútil. Por eso, en cuanto salió la ley de esclavitud como pago de condena, Remus me pidió y me convertí en su esclavo.
—Como yo de Potter —musitó Severus, frunciendo el ceño.
Draco le miró con comprensión, y puso su cálida mano sobre la diestra de Severus.
—Harry es un buen hombre, padrino —habló suavemente—. Si no hubiera sido por él, Remus nunca hubiera conseguido que aceptaran su petición ante el Ministerio, debido a su condición de licántropo, y yo estaría en Azkaban o en manos de quien sabe quién. Y también ha luchado mucho por ti, para poder sacarte de allí. En este momento, de todos los escenarios posibles, éste es el mejor para ti, Padrino, te lo aseguro.
—Lo sé, pero…
El hombre no completó lo que iba a decir pero Draco no lo necesitaba. Él mejor que nadie sabía lo que para Severus Snape significaba ser esclavo sexual de una persona, aunque fuera de un hombre tan honesto y gentil como Harry Potter.
En tanto Severus y Draco hablaban en la cascada, Harry entregaba una copa de coñac a Remus, mientras se sentaba frente a él, en uno de los confortables sillones de su despacho.
—Esto ha sido toda una sorpresa —comentó el mago mayor, balanceando el licor en el cuenco de su mano.
—Dímelo a mí —contestó Harry, mirándolo fijamente—. ¿Cómo se les pudo ocurrir algo así a esos desgraciados? Son unos animales sin entrañas, tratar de esa manera a Severus.
—Es cierto —contestó con tono pausado—. Pero tienes que aceptar que, aún sin intención, te facilitaron las cosas.
—¿Qué quieres decir? —indagó, observándolo con mirada dura.
—Harry, para empezar, no te pongas a la defensiva —pidió, y vio cómo el otro se relajaba ligeramente—. Todos tus esfuerzos para sacar a Severus de la cárcel habían resultado infructuosos, y sabes bien que la situación no tenía perspectiva de mejorar —ignoró el bufido del otro y continuó—. Severus había sido herido en dos oportunidades, su permanencia en Azkaban significaba un peligro constante. Ahora está aquí, protegido y cuidado por ti.
—Sí —aceptó el joven a regañadientes—. Tienes razón. Pero a cambio tuvo que convertirse en mi esclavo.
—Mejor tuyo que de otro —razonó Remus.
—Pero no entiendes —gimió Harry, desesperado, con los ojos cuajados de lágrimas—. En menos de siete días voy a tener que follarlo a menos que lo regrese a Azkaban o deje que ese maldito collar lo estrangule hasta morir. ¿Qué voy a hacer, Remus? ¡No puedo humillarle de esa manera!
El hombre se levantó de su silla, se sentó al lado del muchacho y tomó su mano, acariciándolo con cariño.
—No le vas a follar, Harry. Le vas a hacer el amor.
—Pero él no lo va a ver así.
—Entonces tendrás que hacer que lo vea, es muy importante.
Harry le miró, extrañado. La expresión de Remus se mostraba preocupada.
—¿Por qué dices que es muy importante? —preguntó, sintiendo que el antiguo amigo de sus padres sabía algo que él debía saber.
—Verás —musitó Remus, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Anoche, Draco estuvo hablando conmigo; me contó algunas cosas que piensa que tú debes saber, algo que escuchó una vez a su padre… Yo también creo que debes saberlo.
Al ver que el otro no se animaba a seguir, Harry presionó su mano con fuerza.
—Remus, por favor, dime qué ocurre.
El aludido tomó un trago de su bebida y empezó a hablar en un tono neutro.
—Draco me contó que, cuando Voldemort estaba en pleno auge, antes que tú nacieras, tenía unas prácticas bastante enfermizas.
—¿Qué clase de prácticas? —presionó, al ver que se detenía nuevamente.
—Él acostumbraba a abusar de los mortífagos más jóvenes… Abusar sexualmente, quiero decir —mientras el otro lo miraba, horrorizado, continuó—: Severus fue muy abusado en su juventud, Harry.
El joven negó con la cabeza.
—No, Remus, no puede ser.
—Lamento tener que darte esta noticia, pero debías saberlo. El hechizo exige que la primera vez que tengan relaciones, tú debes dominar; pero, hagas lo que hagas, tienes que tener mucho cuidado con Severus. No se sabe hasta qué punto pueda seguir afectado.
Desolado, Harry enterró la cabeza entre las manos.
—¡Merlín, Remus! ¿Qué voy a hacer?
Última edición por alisevv el Lun Feb 22, 2016 12:55 pm, editado 6 veces | |
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