alisevv
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| Tema: Un regalo inesperado. Capítulo 4 Jue Nov 05, 2009 5:08 pm | |
| Esa noche, luego que cenaran con Remus y Draco, éstos se despidieron y Harry y Severus se encaminaron a la salita. Como la noche anterior, Harry sirvió dos copas de coñac y se acercó lentamente al hombre, entregándole una. Ambos sabían que había una conversación que no podían postergar más tiempo.
—¿Le importa si fumo? —preguntó Severus, sacando una pipa de un bolsillo de su túnica. Era sencilla y podría decirse que rústica, elaborada en madera de brezo, tan gastada que se notaba a simple vista que había acompañado a su dueño en innumerables oportunidades.
—Claro que no. Adelante.
Observó en silencio mientras los largos y delgados dedos del hombre llenaban la cazoleta de la pipa con el tabaco que le había regalado Draco. Una vez terminado, la mirada oscura miró en derredor, como buscando algo. Adivinando de qué se trataba, Harry se levantó y fue a una mesita cercana, tomando un hermoso yesquero con forma de fénix que se posaba sobre la pulida superficie. Cuando se lo entregó a Severus, éste le miró con curiosidad.
—¿Usted fuma?
—No —contestó, sonriendo ligeramente mientras el hombre tomaba el objeto y procedía a encender su pipa—. Me lo regaló el señor Weasley en Navidad. Según me dijo, le pareció muy divertido encontrar la figura de un fénix en un aparato muggle. Imagino que lo fabricó algún mago —mientras el otro asentía y aspiraba con deleite el humo de la picadura, Harry continuó—: A mí me encantó el obsequió. Me recuerda a Fawkes.
No fue necesario que dijera que también le recordaba a Albus Dumbledore, ambos lo sabían. Después de un rato en que los dos hombres se hundieron es sus recuerdos, el Gryffindor habló nuevamente.
>>Nunca le había visto fumar.
Severus expulsó lentamente el humo.
—Los profesores no deben fumar delante de sus alumnos —comentó por toda explicación.
—Pero Draco sabía que usted fumaba.
—Él es diferente, es mi ahijado —dio una nueva chupada a la boquilla y expulsó nuevamente el humo—. Siempre me he sentido lo bastante cómodo como para fumar en su presencia.
Ante sus palabras, Harry sintió un calorcillo caldeando su corazón.
—Me alegra que se sienta lo bastante cómodo como para fumar estando conmigo.
Sorprendido, el hombre se dio cuenta que era verdad. Se había sentido lo suficientemente relajado como para realizar ante él una de sus cosas más personales, pero prefirió no hacer ningún comentario al respecto. Después de largos minutos en los que ninguno de los dos habló, los ojos negros se hundieron en los verdes, y preguntó con tono neutro.
—Señor Potter, ¿a qué está esperando?
El aludido se removió, incómodo.
—No sé a qué se refiere —declaró, enrojeciendo ligeramente.
—Lo sabe perfectamente —su acento era duro—. Soy su esclavo, y debe decirme cuáles serán mis deberes en su casa… —se detuvo, aspiró una gran bocanada de aire, y terminó—: y en su cama.
El rubor de Harry se acentúo.
—Yo no le he tratado como mi esclavo.
—Pero lo soy.
El joven se levantó y empezó a pasear por la habitación. Luego de unos pocos segundos, murmuró, tan bajo que parecía estar hablando para sí mismo:
—Yo no quiero esto.
Severus palideció, y por un momento no supo qué decir. Pero recobrando rápidamente la compostura, también se paró, dejando la copa que sostenía en la mano en la mesita de centro.
—Comprendo. Mañana mismo puede enviarme de regreso a Azkaban.
Harry le miró, aturdido.
—¿Qué? —al ver la decidida y resignada mirada en los ojos oscuros, sintió hervir de furia—. ¿Pero qué demonios le pasa? ¿Cómo puede aceptar todo con tanta pasividad? ¿Qué demonios pasó con el hombre altivo y orgulloso que conocí a los once años?
—Murió —declaró entre los dientes cerrados—. Ese hombre ya no existe, amo —terminó con amargura.
—¡Basta! —gritó el joven, deseando aferrarle y zarandearle hasta que reaccionara. Pero ésa no era la forma, así que, respirando profundamente para tranquilizarse, dijo en un tono menos exaltado—. Por favor, Profesor, estamos juntos en esto. Igual que hicimos mientras me entrenaba para acabar con Voldemort. Juntos lo logramos entonces y lo podemos hacer ahora, pero necesito que regrese aquel Severus Snape, el que estaba dispuesto a enfrentar a todo y a todos por lograr sus objetivos. ¿Cree posible que vuelva?
Por unos minutos, el hombre siguió ahí, con la cabeza baja, como si no hubiera escuchado o entendido nada. Por fin, levantó la cabeza y una nueva luz brillaba en sus negras pupilas.
—¿Qué quiere que haga?
Harry tomó su mano y le guió hasta un sofá de dos plazas. Instándole a que se sentara, se sentó a su lado.
—Cuando dije que yo no quería esto, no me refería al hecho de que usted estuviera aquí, ayer creí haber dejado claro que estaba muy feliz con su presencia en mi casa —se detuvo un momento, sopesando lo que iba a decir a continuación—. Lo que no deseo es convertirme en su violador, y eso es a lo que me está conduciendo esta situación.
El hombre negó con la cabeza.
—No es así, yo acepté el contrato —declaró, aunque allá en lo profundo de sus ojos oscuros, una llama de angustia desmentía sus palabras.
—Lo aceptó presionado —argumentó Harry—. Si lo tomara en este momento, como un amo a su esclavo, tal vez no estaría violando su cuerpo, pues usted aceptaría, pero estaría violando su alma y su corazón. Eso no podría perdonármelo jamás.
Incapaz de discrepar ante eso, Severus le miró con impotencia.
—Si no desea ejercer sus derechos de amo, ni quiere que regrese a Azkaban, entonces, ¿qué podemos hacer?
Los ojos verdes le miraron por largo rato, y al fin, Harry murmuró:
—Conocernos —al ver que el hombre le miraba con atención, continuó—: Según el contrato, debemos tener relaciones cada siete días como mínimo —Severus asintió—. Bien, entonces nos quedan seis días antes de vernos obligados a… tener sexo. Durante el tiempo en que me entrenó, en mi séptimo año, pienso que forjamos una especie de amistad, al menos de mi parte —volvió a asentir, indicando que también por la suya—. Entonces, rescatemos eso. Vivamos estos días como si ese maldito contrato no existiera y, simplemente, volvamos a ser amigos.
Severus le miró un largo rato.
—Creo que puedo hacer eso —dijo al fin.
Y como respuesta, recibió una sonrisa que le mostraba que quizás las cosas no fueran tan mal después de todo.
—Buenos días, Severus —saludó Harry con alegría, cuando el hombre entró en la cocina a desayunar al día siguiente.
La noche anterior habían estado hablando hasta la madrugada, y una de las cosas que habían decidido era que, si querían empezar a crear un ambiente de confianza entre ellos, lo primero que debían hacer era empezar a tutearse.
—Buenos días, señ… Harry —contestó, mientras se acercaba al fogón, en el momento en que el joven sacaba del horno una tarta de manzana—. Creo que debería empezar a ayudarte con eso —comentó.
—¿Sabes cocinar?
—Soy un experto en Pociones, por supuesto que sé. Lo que es extraño es que tú lo hagas bien, si nos dejamos guiar por lo mucho que te cuesta seguir instrucciones sencillas al preparar pociones.
—Si fuera por eso, Draco debería ser un cocinero fabuloso, y créeme, es peor que malo.
—No tienes que decírmelo, lo sé —convino—. Pero hay que entenderlo, se crió con un elfo doméstico pegado del pañal.
—Sí, supongo que esa es una buena razón para no haber aprendido —sus ojos verdes se entristecieron ligeramente al recordar su propia infancia y el porqué él era tan bueno en la cocina, pero reaccionó rápidamente—. Y ya que mencionamos a Draco —puso el pastel en la mesa, junto a la cafetera y la tetera—, quiero pedirte un favor, algo más importante que el que prepares el desayuno.
—Tú dirás —dijo, mientras ambos se sentaban y empezaban a servirse.
—Verás. Otra de las razones por las que estamos extremadamente molestos con el Ministerio, es porque a los semi humanos los tratan cada vez peor. Prácticamente los ignoran, como si no existieran. Eso ha hecho que sea cada vez más difícil para Remus conseguir una buena Poción Matalobos. Dado que para hacer las pociones no se requiere de magia, Draco ha estado preparándosela, pero a él no le sale tan bien como a ti, y las transformaciones de Remus están siendo muy duras en la actualidad. ¿Crees que podrías elaborársela?
—Por supuesto —contestó de inmediato, encantado con la idea de poder dedicarse nuevamente a un trabajo que amaba. Pero un momento después, frunció el ceño, preocupado—. Pero Draco es excelente en Pociones; estoy seguro que la está haciendo perfectamente, sobre todo porque es para Remus. No quisiera que resintie…
—Fue una sugerencia de Draco —le interrumpió, tranquilizándole—. Afirmó que tú eras el mejor en eso, y yo estoy de acuerdo, aunque no entiendo que una poción pueda ser más o menos efectiva de acuerdo con quien la realiza. Una poción sale bien o sale mal, ¿no?
—Es evidente que no escuchaste ni una palabra de las que dije en los años que te di clases —declaró, moviendo la cabeza como para indicar que era un caso perdido y sonriendo con ironía. Mientras Harry enrojecía, como pillado en falta, continuó—: La pericia de un buen maestro de Pociones puede ser la diferencia entre una poción perfecta y una mediocre —se quedó un buen rato pensativo antes de proseguir—: Sin embargo, como ya dije, Draco es excelente en la materia. Yo diría que el problema debe estar en los ingredientes.
—¿Los ingredientes? —repitió Harry, sin comprender del todo.
—Sí. No todos los ingredientes que se encuentran en el mercado tienen la pureza requerida para hacer una poción de calidad. Y, si como dices, nadie se preocupa demasiado en atender las necesidades de los licántropos, algunos probablemente se comercialicen en el mercado negro, lo que no es precisamente una garantía de pureza.
—¿Y qué podemos hacer?
—La mayoría de los ingredientes que necesitaré para elaborarla son sencillos y se utilizan en muy diversas pociones, por lo cual se pueden conseguir en el Callejón Diagon en el grado de pureza adecuado. Sólo hay dos que son lo bastante costosos como para que sea rentable su manipulación. Uno de ellos son las uñas de colacuerno húngaro. ¿Weasley todavía trabaja con dragones? —Harry asintió—. ¿Crees que pueda conseguirlo? *
—Cuenta con ello, hoy mismo le enviaré una carta con Hedwig. ¿Y el otro ingrediente?
—Cuerno de unicornio en polvo.
—¿Y dónde podemos conseguir eso? Dudo que uno de los unicornios del Bosque Prohibido esté dispuesto a cedernos su cuerno con facilidad —bromeó.
—De hecho, yo tenía una buena provisión de cuerno de unicornio en mi laboratorio privado —comentó, pensativo—. ¿Dices que todavía se conserva en Hogwarts?
—Según la profesora McGonagall, todo se mantiene tal cual lo dejaste el último día que estuviste en el castillo.
—Me pregunto porqué —musitó, casi para sí mismo, antes de alzar la cabeza y mirar los ojos verdes—. Debo ir a Hogwarts.
—¿Estás seguro? —preguntó Harry, algo dudoso—. La escuela es un sitio público y… tendrás que actuar como mi esclavo.
El hombre le miró divertido y, a pesar de sí mismo, enternecido, aunque en voz alta todo lo que dijo fue:
—No tienes que protegerme tanto, Potter. Hace muchos años que sé cuidarme solo —se levantó, disponiéndose a partir—. Voy a cambiarme la ropa por esa horrenda túnica —su gesto de desagrado fue tan parecido al de un niño que tuviera que comerse algo que no le gustaba, que Harry tuvo que morderse el labio para no echarse a reír—. Mientras tanto, sería bueno que tú mandaras esa carta a Weasley.
Ninguno de los dos tomó conciencia que, por un momento, Severus Snape había dado las órdenes y Harry Potter había estado muy complacido en obedecer.
Harry siempre había considerado Hogwarts como su hogar y no había un lugar en el mundo, después de su casa en Godric´s Hollow, donde se sintiera tan a gusto como en el castillo. Sin embargo, tenía que reconocer que, esta vez, su visita al amado paraje estaba resultando extremadamente incómoda.
Mientras caminaba sujetando la correa de Severus, quien con paso firme caminaba detrás de él, no podía evitar que su corazón se torciera de dolor. Sentía las risas, los abucheos y las ofensas que dirigían al antiguo maestro como si fueran hacia él mismo. ¿Cómo era posible que la sociedad mágica hubiera cambiado tanto? ¿Había sacrificado su adolescencia, trabajando para destruir a Voldemort, para esto? ¿Y Severus? Tantos años de riesgos y sacrificios para tener que soportar el desprecio de unos niños que apenas levantaban del piso. ¿Y cómo era posible que los padres de esos chicos estuvieran inculcando tanto odio en sus corazones?
Por el rabillo del ojo observó a Severus. A pesar de llevar la cabeza baja, como ordenaba el maldito Ministerio, su cuerpo se mantenía firme y erguido, derrochando dignidad aún en medio de tanta ignominia. En ese momento, le admiró más que nunca.
Tan distraído estaba en sus pensamientos, que no vio llegar a su antiguo compañero de Gryffindor.
—Harry, qué bueno verte, ¿qué haces por aquí? —le saludó alegremente, tendiéndole la mano.
—Seamus —estrechó la diestra que le tendían, mientras esbozaba una sonrisa cordial—. Vine a visitar a la profesora McGonagall. Supe que ahora trabajas aquí.
—Sí, soy el nuevo profesor de Estudios Muggles —informó con orgullo—. Y no necesito preguntar cómo te va a ti, imagino que debes estar disfrutando tu regalo —comentó, lanzando una mirada de desprecio en dirección de Severus, que estaba parado unos pasos más allá con la cabeza baja.
Ante el desagradable comentario, Harry apretó la mandíbula, mientras sus ojos echaban chispas de furia. Tratando de controlarse, comentó:
—Seamus, discúlpame, pero tengo prisa. La Directora me espera.
—Hombre, no te vayas tan rápido —el muchacho irlandés le tomó de un brazo mientras preguntaba en un tono que a Harry le sonó desagradablemente lascivo—. ¿Qué tal se siente follar al grasiento? ¿Supongo que disfrutarás siendo muy rudo, para hacerle pagar todo lo que nos hizo? —Harry estaba enrojeciendo de furia, pero el imprudente Gryffindor le ignoró, continuado con su burla—. Sabes, yo tengo un esclavo que tiene diecisiete años y está muy bien; si estás de acuerdo, podríamos reunirnos para intercambiar. Me apetece un montón follar a este cretino hasta hacerle sangrar.
Sin poder contenerse más, Harry sacó su varita y la clavó en el cuello de Seamus.
—Una palabra más —pronunció, en un tono aterrador— y te mueres.
Seamus le miró, asustado; nunca había visto tanta furia en los ojos de su antiguo condiscípulo. Por su parte, Harry a duras penas contenía los impulsos de lanzarle una muy dolorosa maldición, y Severus observaba, impotente. ¿Acaso ese Gryffindor tonto e impulsivo no entendía que a él no le importaba lo que ese niñato de Finnigan o el resto del mundo mágico pensaran de él? No deseaba que Harry hiciera una tontería, pero estaba consciente que si intervenía para impedirlo, sólo contribuiría a humillarle en su posición de amo, algo completamente inconcebible para un esclavo.
En ese momento, una mano se posó sobre la que se mantenía apuntando el cuello de Seamus, y una voz amistosa musitó con tono tranquilizador:
—Baja la varita, Harry —pidió Neville Longbottom, y Severus pensó que era la primera vez que se alegraba de ver al muchacho—. Estás asustando a los pequeños.
Reaccionando ante las serenas palabras, respiró profundamente para controlarse y bajó la varita, pero sus ojos verdes no apartaron su furiosa mirada de Seamus.
Una vez que confirmó que su amigo estaba más tranquilo, Neville se giró hacia los espectadores que les rodeaban.
—Vamos, chicos, circulen. Ya casi es la hora de empezar sus clases— luego que todos los curiosos se dispersaran, se giró hacia Seamus—. Es mejor que tú también te vayas. Pero que te quede claro que esto lo sabrá la Directora; sabes perfectamente lo que ella piensa sobre actitudes como la que acabas de demostrar.
Cuando el ceñudo irlandés hubo desaparecido de la vista, Neville se giró hacia los recién llegados con una sonrisa de disculpa.
>>Lamento el mal rato que acaban de pasar —Severus levantó la vista y le miró, extrañado ante el uso del plural—. No se sorprenda, Profesor; no todos pensamos como ese imbécil —declaró con una sonrisa—. Sea bienvenido a Hogwarts.
—Gracias —musitó, antes de volver a bajar la cabeza rápidamente.
—Espero que esto no te traiga problemas —dijo Harry, mirando a su amigo, apenado.
—No te preocupes. Afortunadamente, en Hogwarts todavía sigue mandando la Directora, no el Ministerio. Y la profesora McGonagall ha dejado muy claro ante su personal que no aceptará que se emitan opiniones a favor de las políticas de Scrimgeour, que ya bastantes problemas tenemos para controlar a algunos alumnos, que vienen de sus casas con la cabeza llena de estupideces.
—Ya nos dimos cuenta —comentó Harry con acento sombrío.
Neville asintió.
—Por eso es inadmisible, para un profesor de Hogwarts, una actitud como la que tuvo Seamus, y él lo sabe —sonrió nuevamente—. En fin, olvidemos al tarado. Si me permiten, será un placer acompañarlos a la oficina de la Directora.
Harry sonrió agradecido, sabiendo que la compañía de Neville les evitaría nuevos inconvenientes en su trayecto. Diez minutos después, los tres arribaban ante la gárgola que protegía la entrada de la Dirección.
>>La contraseña es caramelos de limón.
Esta vez, todos sonrieron con cariño ante el recuerdo del anciano a quien tanto gustaban esos caramelos en particular. Luego de despedirse de Neville, Harry pronunció la contraseña y subió las escaleras hasta la puerta del despacho. Tocó suavemente y, luego de escuchar un conciso “adelante”, empujó la puerta y entró en el recinto, seguido de cerca por Severus.
—¡Harry, Severus, bienvenidos!
Ante la alegría que traslucía su voz, el antiguo profesor de Pociones alzó la vista y la enfocó en la bruja. Minerva McGonagall parecía haber envejecido veinte años desde la última vez que la viera. Su cabello, peinado en su habitual moño, tenía más canas, y su rostro más arrugas, pero lo que daba la sensación de vejez era el cansancio y la tristeza que se veían en sus cálidos ojos. La bruja se acercó a ellos, sonrió a Harry y luego abrazó a Severus.
>>Me alegra verte de nuevo, Severus.
—Minerva —musitó, sin tener casi palabras ante la muestra de afecto. Pese a que Harry le había asegurado que todo estaba bien con ella, no podía creer que la dama le hubiera perdonado la muerte de Dumbledore—. Yo… —empezó, pero se calló, sin saber que decir.
—No tienes que disculparte, Severus —musitó ella, sonriendo suavemente, leyendo en el alma del hombre como si se tratara de un cristal transparente—. No debes culparte, le ayudaste de un modo que nadie hubiera podido —le aseguró.
Pero él sintió cómo el peso de su pecado se posaba de nuevo en su corazón.
—¿Cómo puedes exculparme por haber cometido ese horror?
Sonriendo con comprensión, la Directora apretó su mano y musitó:
—Algún día entenderás que tú no tuviste la culpa de nada. Sólo ruego porque sea pronto.
Luego, sin transición, se dirigió hacia su escritorio y se sentó, señalando dos asientos al frente.
>>Pónganse cómodos. Vamos a tomar un té antes que vayan a la habitación de Severus.
Mirando al hombre, que no se decidía a sentarse, Harry pidió.
—Siéntate, Severus, la Profesora también es de confianza, lo sabes.
Al ver que el hombre obedecía con renuencia, la bruja los miró con ojos bondadosos y comento:
—Es difícil, ¿verdad?
—No imagina cuánto —contestó Harry, mientras ella servía tres tazas de té—. Por cierto, ¿podría alguien ayudar a Severus a recoger y encoger sus cosas? Yo quisiera aprovechar para ir a la Cámara de Slytherin y buscar unos cuantos libros más.
—Yo misma le ayudaré, si no te importa, Severus.
El hombre asintió, mientras bebía un sorbo de té.
—Gracias —la miró detenidamente y agregó—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—Después que… sucedió lo de Albus, nadie sabía los motivos de mi ataque. ¿Por qué, a pesar de eso, conservaste mis aposentos intactos?
—De hecho, no fui yo —al ver que él la observaba, con una ceja alzada en señal de interrogación, explicó—. Debo confesar que, al principio, estaba furiosa contigo. Después del entierro de Albus, fui a tu habitación con la intención de destrozar todo —bajó los ojos a su taza de té, sintiéndose culpable por sus sentimientos pasados—, pero me fue imposible entrar. Imaginé que era debido a tus protecciones, así que intenté destruirlas. Y no sólo yo, varios lo intentaron, pero nos fue imposible. Y ahora que lo pienso, ¿qué hechizo de protección les lanzaste, es realmente bueno?
El hombre negó con la cabeza.
—Tenía un hechizo de protección muy sencillo de destruir, al menos para ti.
—No, Severus, te aseguro que lo intenté reiteradamente.
—Fue el castillo —dijo Harry, y ambos le miraron, desconcertados—. Lo sentí ayer, cuando vine a buscar tus cosas. La profesora McGonagall me explicó lo de las protecciones. Cuando estuve frente a la puerta de tus aposentos, sentí que el castillo me reconocía como tu… amo, y retiraba su magia para permitirme entrar.
—Pero yo pensé que Severus te había explicado cómo quitarlas.
—No.
Los tres permanecieron en silencio, hasta que la bruja habló nuevamente.
—Parece que este viejo castillo es más astuto de lo que pensábamos —comentó, sonriendo—. Al parecer, protegió tus pertenencias hasta que llegó alguien con quien supo que iban a estar seguras —se levantó de su silla—. Vamos a buscar tus cosas, Severus. Harry, ¿te parece si nos reunimos aquí en tres horas para almorzar? Estoy segura que la profesora Granger y los profesores Longbottom y Lupin estarán encantados en acompañarnos.
Y sin otra palabra, salió de la oficina seguida de los otros dos.
Luego de pasar todo el día en el castillo, se aparecieron en el sendero atrás de la casa de Harry, justo al borde del bosque de pinos. Caminaron en silencio, llegando rápidamente a las escaleras de piedra que conducían a la vivienda. Mirando al Gryffindor, Severus preguntó:
—¿Te importaría si me quedó unos momentos? La noche es muy agradable y quisiera fumar un poco.
El joven asintió, sin poder ocultar su desilusión, y cuando estaba a punto de entrar, volvió a escuchar la voz aterciopelada.
>>Si lo deseas, puedes acompañarme.
Sin esperar a una segunda invitación, Harry sonrió, radiante, y se sentó en un escalón, al lado de Severus. Luego de observarle fumar por largo rato, comentó:
—A veces, me gustaría saber fumar. Se nota que lo disfrutas mucho.
—Mejor no, señor Potter, es un vicio muy feo —se burló el mayor.
—Ya soy un hombre —replicó, enfurruñado—. Puedo darme el lujo de tener ciertos vicios.
Severus le miró por largo rato, como evaluándole.
—Cierto, ya eres un hombre —dijo finalmente—. Y para ser honestos, uno muy atractivo.
El joven se ruborizó, pero armándose de todo su coraje Gryffindor, levantó una mano y la posó sobre la mejilla del mayor.
—Tú también eres muy atractivo —susurró, mientras bajaba los dedos y delineaba el fuerte cuello—. Me pregunto cómo sabrá el humo de ese tabaco.
—¿Quieres probar? —ofreció, alzando su pipa, pero sin apartar los ojos de las esferas verde brillante.
—No de allí —uno de los dedos siguió la línea de su mandíbula y fue a caer sobre los suaves labios—. De aquí. ¿Puedo?
Severus no dijo nada, sólo se le quedó mirando fijamente, los ojos negros taladrando las irises verdes.
>>Recuerda que en esta casa no soy tu amo —Harry avanzó un poquito más—. Si no lo deseas, sólo tienes que retirarte.
El hombre siguió observándole en silencio, pero no se retiró.
La excitación del momento hacía que mariposas revolotearan en el estómago de Harry. Una llamita en los ojos negros parecía decirle que sus avances serían bien recibidos. Sin pensarlo más, volvió a deslizar su mano por el cuello del hombre, pero está vez avanzó hasta su nuca, atrayendo su cabeza para encontrar sus labios y devorarlos con ansiedad. Por unos segundos, Severus permaneció impávido, sin responder; pero cuando Harry estaba a punto de retirarse, pensando con tristeza que había malinterpretado las señales, el Slytherin abrió los labios, permitiendo que la insistente boca del joven tomara posesión plena de la suya, buscando su lengua para saborearla. Por largo rato, el mundo se centró en los labios y lenguas que se estaban dando un infinito placer. Cuando la necesidad de respirar fue más fuerte que el ansia de seguir besándose, Harry se separó, mordisqueando y lamiendo el labio inferior de Severus antes de musitar, casi sobre su boca:
—Draco tenía razón. El sabor del humo de ese tabaco es absolutamente delicioso.
Con otro breve beso que fue prontamente correspondido, Harry se levantó y entró en la casa, dejando a Severus con una pipa encendida en la mano, y una enorme pregunta en el corazón.*Busqué y busqué y no encontré ninguna referencia a los ingredientes de la poción Matalobos, así que los adapté a mi conveniencia. Por otra parte, no creo recordar que se requiriera magia alguna para hacer pociones. Si estoy errada, ruego no tengan en cuenta ese desliz.
Última edición por alisevv el Lun Feb 22, 2016 1:09 pm, editado 4 veces | |
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