alisevv
Cantidad de envíos : 6728 Fecha de nacimiento : 15/01/1930 Edad : 94 Galeones Snarry : 241687 Fecha de inscripción : 08/01/2009
| Tema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 11. El rescate, parte I Sáb Abr 04, 2009 7:49 am | |
| —Calla a la mujer— ordenó el hombre que sostenía a Harry.
Mientras éste lo llevaba a un carruaje cerrado situado a unos pasos del sitio, el otro entró en el vehículo del Duque de Snape, donde Poppy gritaba pidiendo auxilio. Al ver al maleante con el rostro cubierto, la mujer empezó a manotear, aterrada.
El hombre, sorprendido, comenzó a forcejear, pero en un descuido, ella le arrancó el pañuelo que cubría su rostro. Con una mirada entre fiera y alarmada, el delincuente tomó una rápida decisión. Golpeó con fuerza a Poppy, aturdiéndola; luego sacó una pistola de cañón corto del bolsillo de su chaqueta, tomó un almohadón de seda que estaba tirado en el piso del carruaje, lo puso sobre el pecho de la mujer y disparó.
Cuando se unió a su compañero en el pescante del otro coche, éste preguntó, frunciendo el ceño.
—¿Disparaste?
—Me vio el rostro, no podía correr el riesgo de dejarla con vida.
El ceño del otro se profundizó, pero no dijo nada. Se limitó a acicatear los caballos y salir a toda prisa del lugar.
—Vaya que estuvo pesada la sesión de la Cámara – comentó Sirius, quien en compañía de Severus caminaba hacia las escalinatas de la entrada de la Casa Snape—. Hace años que lo conozco, y todavía no entiendo cómo Landon puede ser tan aburrido.
—A mi no se me hizo tan fastidiosa— replicó Severus, distraídamente.
—Claro, porque te pasaste toda la mañana cuchicheando con la gente a tu alrededor. ¿De qué tanto hablaban?
—Aproveche para tantear la opinión de algunos de los lores sobre una posible reforma legal en las atribuciones de las mujeres y los varones fértiles en el ámbito social.
Sirius se le quedó mirando con una ceja alzada.
—Supongo que los resultados no fueron muy buenos, ¿o me equivoco?
—Para nada— el tono de Severus sonaba muy frustrado—. El Marques de Dover me dijo que ya su mujer lo pisaba suficiente en casa como para darle mayores libertades fuera de ella— ante la fuerte carcajada de su amigo, Severus lo miró, mosqueado—. No te rías que es serio. Harry tiene razón al decir que es una situación injusta.
—Estoy de acuerdo contigo y por eso prometí ayudar— comentó Sirius, conciliador—. Pero no va a ser fácil cambiar la mentalidad de todos esos viejos carcamales.
La respuesta de Severus quedó en suspenso pues en ese momento se abrió la puerta. La sonrisa de esperanza en el rostro de Severus murió al darse cuenta que quien había salido a recibirlo no era Harry, como era su costumbre, sino Gilderoy.
—Buenas tardes, Milores— saludó el hombre con su habitual afectación.
—Gilderoy— fue la escueta respuesta de Severus, mientras pasaba y revisaba el vestíbulo con la mirada—. ¿Dónde se encuentra Lord Potter?
—Lord Potter y Lady Pomfrey salieron y todavía no regresan.
—¿Salieron?— Severus frunció el ceño, Harry no le había comentado que fuera a salir—. ¿A dónde?
—No lo mencionó, Milord.
El ceño de Severus se profundizó, extrañado de que ni siquiera le hubiera dejado un mensaje.
>>En la sala se encuentra Lord Remus acompañado de Lord y Lady Merton Lupin.
—¿Remus y los padres de Hermione?— el tono de Sirius reflejaba auténtica extrañeza—. ¿Qué harán aquí?
—Ni idea— Severus miró al mayordomo—. ¿Los señores llegaron hace mucho?
—No, milord, unos minutos apenas.
—Entonces vamos— dijo Severus mirando a Sirius, la ausencia de Harry momentáneamente olvidada—. Algo importante debe estar pasando para que hayan venido de improviso y sin previo aviso.
Ambos hombres se dirigieron presurosos hacia la salita que se utilizaba habitualmente para recibir a la visitas.
—Buenas tardes— dijo Severus al entrar, sonriendo en señal de bienvenida.
—Remus, ¿qué pasó?— preguntó Sirius, acercándose preocupado a su prometido.
Remus le dio una vacilante sonrisa a Sirius y luego miró al dueño de casa.
—Severus, disculpa por no haberte avisado de nuestra visita pero es algo muy importante.
—Ni lo menciones— replicó el aludido, señalando hacia los cómodos sillones—. Por favor, vamos a sentarnos y nos cuentan con calma. ¿Desean tomar algo?
—Gracias— respondió Merton, señalando unas bebidas sobre la mesita de centro—. Ya tu mayordomo nos ofreció.
—Permítanme un minuto— se dirigió hacia una mesita donde se encontraban varias botellas—. Sirius, ¿whisky?
Ante el asentimiento de su amigo, sirvió dos vasos y regresó con el grupo. Luego de sentarse, miró a sus invitados, animándolos a hablar.
—Entonces, ¿en qué puedo ayudar?
—En realidad, vinimos a ver si sabían algo del paradero de Hermione.
—¿El paradero de Hermione?— repitió Severus, extrañado—. No entiendo.
—Un hombre se presentó en la casa esta mañana— explicó el padre de Hermione—. Dijo ser de la policía e informó que mi esposa había tenido un accidente y estaba en el hospital. En cuanto lo supo, Hermione y su dama de compañía salieron al hospital.
—Cuando mis tíos llegaron y el ama de llaves les contó lo que había pasado, se preocuparon y me mandaron llamar— continuó Remus con la explicación—. Buscamos en el hospital cercano y nada. Entonces fuimos a la policía pero dijeron que apenas habían pasado unas horas, que seguro estaba con algunas amigas y bla, bla. Así que decidí ir a buscarte— miró a Sirius—. Como no estabas en casa, me vine para acá.
—¿Pero esos tipos son imbéciles?— explotó Sirius—. ¿Acaso no les dijeron lo de la nota y el sujeto que se hizo pasar por policía?
—Sí, pero nos ignoraron.
—Seguramente pensaron que había sido una excusa de mi hija para salir— Rebeca miró a los hombres casi con fiereza—. Y antes que digan nada, no fue una excusa. Hermione no hace esa clase de cosas.
—Lo sabemos, Lady Lupin— la tranquilizó Severus—. Conocemos a Hermione.
—Mi hija es una joven bastante solitaria— continuó la mujer—. Tiene pocas amistades, pues le asquea toda la frivolidad de la Corte. De hecho, con los únicos que se ha reunido desde que llegó a Londres es con su prometido, que en estos momentos se haya fuera de la ciudad, y con Lord Harry— miró a Severus, sonriendo débilmente—. Ella le tiene un cariño muy especial a su prometido, Milord.
De repente, la mención de Harry encendió una alarma interna en Severus. ¿Por qué él y Poppy no habían regresado todavía? Antes que pudiera decir nada, Gilderoy entró en la salita, su parsimonia habitual perdida por completo.
—Milord, perdone que les interrumpa pero ocurrió algo muy grave.
—¿Qué pasó?— aunque su rostro permaneció inescrutable, Severus sintió que el corazón se encogía en su pecho.
—Es Seamus, el cochero de Milord— explicó el hombre—. Lo encontraron golpeado, atado, amordazado y— dudó un segundo, mirando a Lady Lupin.
—¿Y?— interrogó Severus con tono imperioso.
—Y en ropa interior— explicó el hombre, abochornado—. Lo dejaron detrás de unos matorrales, en el jardín.
Ahora sí que todas las alarmas de Severus se pusieron en funcionamiento.
—¿Lord Potter no salió con el carruaje?
—Si, Milord.
Tratando de mantener la calma, Severus preguntó:
—¿Dónde está Seamus?
—Le están curando la herida, Milord. Enseguida viene.
—También quiero que venga Funge—ordenó—. De inmediato.
—Sí, Milord— al tiempo que el mayordomo salía a cumplir el encargo, entraba Seamus, aún aturdido y apoyado en un lacayo.
—¿Cómo te sientes, Seamus?— preguntó Severus, aunque lo que quería era zarandear al hombre y preguntarle dónde estaba Harry.
—Un poco dolorido, Milord, pero mejor— contestó el cochero.
—¿Qué fue lo que pasó?— interrogó Severus con voz calmada.
—Pues— empezó el hombre, tratando de recordar— estaba en la cocina tomando un té cuando llegó Funge y me dijo que Lord Potter quería que preparara el carruaje y lo colocara frente a la casa— se detuvo un momento, presa de un repentino mareo. Cuando se le paso, continuó hablando—. Yo fui enseguida, sabía que si Lord Potter lo pedía con urgencia era por algo importante. Cuando llegué al frente de la casa, empecé a revisar los cascos de los caballos para asegurarme que todo estuviera bien. Entonces sentí un fuerte golpe en la cabeza y ya no supe más.
—Demonios— masculló Severus entre dientes.
—Milord, Funge no aparece por ninguna parte— informó Gilderoy, entrando de nuevo—. Revisamos en su habitación y sus cosas no están.
—¡Demonios!— esta vez la exclamación de Severus fue claramente audible por todos—. Me temo que las desapariciones de Hermione y Harry están relacionadas, y creo saber quién está detrás de todo esto.
—¿A qué te refieres?— preguntó Merton Lupin. En el rostro de los demás estaba plasmada la misma interrogante.
—Hace unos días, cuando fuimos a la ópera— explicó Severus con tono duro—, nos encontramos a Narcissa Malfoy y nos amenazó.
—¿Narcissa?— Remus se veía dudoso—. Sabemos que clase de mujer es pero no creo que llegara a tanto.
—Pues yo sí lo creo— contradijo Sirius—. Es una mujer desaprensiva, celosa y envidiosa, mala combinación.
—Además, todo tendría sentido. Ella nos odia a Harry y a mí, y quería casar a Draco con alguien de prestigio, preferiblemente un hombre— comentó Severus—. No le debió hacer ninguna gracia que él se decidiera por Hermione y ella no pudiera impedirlo. Deshacerse de dos molestias a un tiempo debió resultar muy tentador para ella.
—Pero no podemos enfrentarla sin pruebas— reflexionó Sirius—. Es más que seguro que negaría todo, y una simple amenaza no significa nada desde el punto de vista legal.
—¿Y qué podemos hacer entonces?— preguntó Rebeca.
—Por mi gusto, iría a ver a esa mujer y le sacaría la verdad a la fuerza, pero Sirius tiene razón— replicó Severus—. Además, prefiero no ponerla sobre aviso. Mejor vamos a Scontland Yard. Allí tengo un amigo que nos puede ayudar.
Y poniendo acción a las palabras, se encaminó hacia la puerta, seguido de todos los demás.
El carruaje corría a través de los verdes campos, alejándose cada vez más de la capital del reino. Al fin, divisaron la pequeña villa que era su objetivo, pronto podrían deshacerse del muchacho y cobrar su recompensa. Si tenían suerte, estarían libre de todo mucho antes que en Londres se dieran cuenta de lo que había sucedido.
Disminuyeron la velocidad mientras cruzaban el pueblo y llegaban hasta un granero abandonado situado en el extremo más alejado de la villa. Vigilando que no hubiera nadie por las inmediaciones, entraron en el granero.
En el recinto ya se encontraba un enorme carromato pintado en colores chillones y con un gran cartel que rezaba “Circo ambulante de horrores de la familia Gaunt” . En cuanto se detuvieron y se apearon, dos hombres y una mujer les salieron al paso.
Cualquiera que viera al singular trío, pensaría que eran las personas ideales para manejar un ‘Circo de horrores’. Los tres eran bastante feos y desaliñados. El hombre mayor había perdido varios dientes y tanto él como su hija eran estrábicos. En cuanto al otro hombre, era pequeño y bastante peludo. Los recién llegados sintieron la súbita necesidad de salir cuanto antes de ese lugar
—Los estábamos esperando— dijo el mayor de los hombres, Morfin Gaunt—. ¿Cumplieron la misión?
Por toda respuesta, uno de los secuestradores abrió el carruaje y sacó a un Harry todavía dormido.
—Perfecto, déjenlo en el suelo— ordenó el patriarca de la familia Gaunt.
Cuando Harry estuvo tendido en el suelo, la mujer se acercó y procedió a inyectarle una sustancia.
—¿Qué le están poniendo?
—¿No me digan que se preocupan por el muchacho?— dijo Morfin con una mueca grotesca que pretendía ser sonrisa—. Es algo para que duerma el resto del viaje.
—¿A dónde lo llevan?
—Eso no les importa— replicó con un gruñido—. ¿Tuvieron algún inconveniente?
Los hombres se miraron brevemente y al fin uno de ellos respondió, lo más convincente que pudo.
—Ninguno, todo salió bien.
—Perfecto, aquí tienen su paga— el hombre le entregó un buen fajo de libras esterlinas—. Ya saben, desaparezcan de circulación por varios días.
—Entendido.
En cuanto salieron del lugar, uno de los hombres preguntó al que había sido su compañero de fechorías por largos años.
—¿Y ahora qué hacemos?—
—Ahora, mi amigo— dijo el otro, metiendo la mano en el bolsillo y sacando el puño cerrado—, vamos a ir a la zona roja a vender esto antes que Londres se vuelva un hervidero buscando al chico— dijo, mientras abría la mano para mostrar el anillo de compromiso y el reloj de Harry.
—Ey, ¿dónde conseguiste eso?
—Eran de nuestro amiguito allá adentro, pero ahora no los va a necesitar, ¿cierto?
—No, supongo que no— el hombre rió con vulgaridad antes de ponerse nuevamente serio—. Pero tampoco es que eso sea la gran cosa. Del reloj tal vez se pueda sacar algo, pero el anillo es de plata y muy sencillo.
—Mira que serás burro— declaró su compañero—. Tanto tiempo traficando con antigüedades y no conoces algo bueno cuando lo ves. Este anillo es muy antiguo, y muy, muy valioso.
El otro lo miró dudoso, no creía que el tipo de sujetos con los que trataban estuvieran dispuestos a comprar reliquias familiares, ellos preferían las joyas con esmeraldas o rubíes, que eran mucho más fáciles de revender. Además, particularmente no le hacía demasiada gracia exponerse a vender esos objetos, prefería esconderse durante un buen tiempo.
—¿No sería mejor esperar unos días?— intentó convencer al otro—. Hacerlo ahora podría ser peligroso.
—En unos días nadie va a querer comprar esto, recuerda que le disparaste a la mujer— argumentó su compañero—. Debemos desaparecer de la ciudad y empezar en otra parte y para eso necesitamos mucho más dinero del que nos pagaron por el trabajo. Así que, andando.
Mientras se alejaban, en el interior del cobertizo Sorvolo Graun levantaba a Harry del piso y lo tiraba como un fardo junto a una igualmente drogada Hermione Lupin.
—Caramba, el Duque de Snape en persona— saludó un hombre que estaba tras un escritorio, en cuanto Severus entró en su despacho de Scorland Yard—. ¿Cómo te trata Londres, compañero? ¿Es difícil lidiar con todos esos políticos juntos?— preguntó, estrechando amistosamente la mano que el Duque le tendía.
—Y que lo digas— contestó Severus—. A veces extraño un montón la vida en la India.
—Yo también, aunque no niego que tratar todo el día con criminales es bastante divertido.
—Más divertido que lo mío, seguro— replicó Severus, y señaló a los que le acompañaban—. ¿Recuerdas a Sirius?
—Por supuesto. Aunque yo me vine poco tiempo después de que Milord llegara a nuestro regimiento— le tendió la mano a Sirius quien la estrechó con gesto amable.
—Y ellos son Remus Lupin, el prometido de Sirius, y Merton y Rebeca Lupin, unos buenos amigos— presentó Severus—. El inspector Edgar Bones.
—Encantado— Remus le tendió la mano—. ¿Estuvieron juntos en la India?
—Tuve la buena fortuna de servir bajo las órdenes del señor Duque— contestó el inspector—. Pero siéntense, por favor. ¿En qué los puedo ayudar?
—Es algo muy grave y delicado, se trata de la desaparición de mi prometido y una buena amiga— empezó Severus, mirando a su antiguo subordinado con rostro serio, antes de proceder a narrarle todos los hechos acaecidos esa mañana.
Cuando terminó el relato, Edgar Bones se quedó un rato pensativo. Luego se paró y se acercó a la puerta de la oficina.
—Rita, ven un segundo, por favor— cuando la joven secretaria entró a la oficina, el hombre preguntó—: ¿Sabes si John ya salió?
—No, pero está a punto de irse.
—Dile que venga de inmediato, creo que le voy a ahorrar un viaje.
Se sentó nuevamente tras su escritorio y miró a sus visitantes, que lo observaban interrogantes.
—Hace un rato escuché que John Carpenter, uno de mis compañeros, hablaba sobre un nuevo caso, puede que esté relacionado con lo de ustedes— explicó. En ese momento, entró a la oficina un hombre alto y rubio—. Ah, John, que bueno que no te habías ido todavía.
—Me pescaste por los pelos— miro a los presentes y musitó un breve saludo—. ¿Qué es eso que dijo Rita de que me ibas a ahorrar un viaje?
—Ya sabes de quienes son los carruajes que encontraron esta mañana.
—Uno de ellos— contestó el hombre—. La librea del cochero y el escudo del vehículo pertenecen a la Casa Snape, salía para allá en este momento.
—¡Mi carruaje!— exclamó Severus en ese momento—. ¿Encontró a los ocupantes? ¿Cómo están?
El hombre miró a Severus, interrogante.
—¿Su carruaje?
—John, te presento a Lord Severus Snape.
—Milord— dijo John con tono de disculpa—. No sabía que era usted, ahora me dirigía a avisarle.
—Por favor, me puede decir qué pasó— pidió Severus, tratando de hablar con tono inexpresivo.
—Hace unas horas encontramos dos carruajes abandonados en un paraje en la periferia de la ciudad— explicó el inspector Carpenter con tono profesional—. Uno era el suyo, el otro no sabemos a quien pertenece.
—Debe ser el mío— intervino Merton Lupin.
—¿Y los ocupantes de los carruajes?— Severus urgió al hombre a responder.
—La dama que se encontraba en el suyo está gravemente herida— explicó el hombre mirando a Severus—. La otra dama no estaba herida pero tenía tal ataque de nervios que fue imposible sacarle información alguna. Ambas están en el hospital. Pensaba dirigirme allí luego de ir a su casa a avisarle del incidente.
—Y Harry y Hermione?— insistió Severus con acento demandante.
—¿Perdón?
—Las damas heridas eran las acompañantes del prometido de Milord y la hija de los señores— le explicó Edgar Bones.
—Lo siento, Milord, en ninguno de los carruajes se encontró a nadie más— comunicó el hombre.
—Se los llevaron— comentó Sirius entre dientes.
—¿Un secuestro?— preguntó el inspector Bones.
—Podría ser— comentó John—. Ambos sitios son lugares poco transitados, y se encontraron huellas frescas de ruedas, aparte de las de los carruajes de las presuntas víctimas— terminó con tono profesional.
—No son presuntas, fueron secuestrados— afirmó Severus, contundente—. Golpearon a mi cochero y le robaron su uniforme. Además, también desapareció el valet de mi prometido, Cornelius Funge, él está implicado en todo esto. Y presumo que el cochero de Lord Lupin también.
—No se preocupen, yo en persona voy a ayudar a John, les prometo que conseguiremos a los jóvenes— les aseguró Edgar Bones, antes de fijar su mirada en Severus—. Tiene mi palabra, mi Capitán.
Con una sonrisa agradecida, Severus se despidió y salió de las oficinas de Scotland Yard acompañado del resto. En cuanto estuvieron en la calle, Sirius miró a Severus.
—Bien, ¿por dónde empezamos?
—¿A qué te refieres?— interrogó Remus.
Ignorando la pregunta de Remus, Severus le contestó a Sirius.
—Primero quiero ir a ver a Tía Poppy al hospital y tratar de interrogar a la dama de compañía de Hermione— dijo resuelto—. Luego iremos a la zona roja a ver qué podemos averiguar. Seguro que podemos localizar a alguno de nuestros contactos.
—Perfecto, pero antes tenemos que cambiarnos de ropa. ¿Crees que alguno de tus lacayos tenga algo que me sirva?
—Si, pienso que…
—Ya basta— Remus interrumpió a Severus, bastante enojado—. ¿Quieren dejar de hablar como si estuvieran en el ejército y explicar qué planean hacer?
—No te molestes, amor— comenzó Sirius, intentando tranquilizarlo.
—No te atrevas a seguir hablándome en ese tono, Sirius Black— le advirtió su pareja.
—Remus tiene razón— intervino Merton Lupin—. Tenemos derecho a saber qué están planeando.
—Tienen razón— cedió Severus al fin—. En nuestro trabajo para el Príncipe de Gales, Sirius y yo hemos tenido que hacer algunas tareas… llamémoslas poco convencionales— explicó—. Y para ello hemos utilizado ciertos contactos de la zona roja.
—Delincuentes— puntualizó Remus.
—Digamos que son personas que no viven de acuerdo a ciertas normas sociales— comentó Sirius.
—Lo importante es que esas personas saben muchas cosas de las que se mueven en los trasfondos de la zona roja— continuó explicando Severus—. Si algún comentario se ha filtrado en la zona, tengan por seguro que ellos lo saben.
—Perfecto, yo voy con ustedes— declaró Merton.
—Y yo también— agregó Remus.
—Remus, amor, tú no puedes venir— musitó Sirius.
—¿Cómo que no?— los ojos color miel echaban llamaradas de furia.
—Eres fértil, amor.
—¿Y?
—Antes de que asesines a tu futuro esposo antes de la boda— intervino Severus, conciliador—, tengo que decir que estoy de acuerdo con Sirius— levantó una mano para detener la protesta del otro—. Ni Harry ni Hermione nos perdonarían si por esta causa permitiéramos que arruinaras tu reputación.
—Demonios, las malditas leyes sociales.
—A mí me desagradan tanto como a ti— musitó Rebeca, tomándolo por un brazo—. Yo también quisiera ir y buscar a quien le hizo esto a mi hija y destrozarlo, pero no podemos.
—Pero no podemos quedarnos en casa sin hacer nada, me niego— insistió Remus.
—Amor, como le dije a Harry, te prometo que voy a luchar para que la situación cambie, pero de momento no hay nada que podamos hacer.
—Pero sí hay algo que tú puedes hacer— dijo Severus—. No sabemos cómo está Tía Poppy, pero parece ser que su herida es grave— dijo con tono apagado—. Necesito que tú y Rebeca se queden en el hospital y estén pendientes de cualquier cosa que requieran los médicos. Tienes mi autorización para buscar lo que sea, sin importar el costo— ante el asentimiento de Remus, terminó—. Vamos ya al hospital, no hay tiempo que perder.
Severus, Sirius y Merton habían pasado por el hospital, donde recibieron con desasosiego la noticia de que Lady Poppy Pomfrey ya había salido de la operación pero los pronósticos sobre su posible recuperación no eran demasiado halagüeños.
Dejando a la buena mujer al cuidado de Remus y Rebeca, partieron a la casa de Severus, donde consiguieron ropa apropiada para los tres. Cuando salían a la calle, se encontraron de frente con el inspector Edgar Bones, vestido de manera muy similar a la de ellos.
—¿Qué haces aquí?— preguntó Severus, alzando una ceja.
—No serví en su regimiento varios años por nada, Capitán— comentó, dándole el rango militar que tenía en la India—. Sabía que iba a ir a averiguar usted mismo, así que decidí acompañarlo— dudó un segundo y rectificó—. Acompañarlos. Bueno, si me lo permiten.
Luego de una cabezada general de aceptación y un ‘gracias’ de Severus, los cuatro se dirigieron a un coche bastante maltrecho que había traído consigo el inspector.
—Es parte de la fachada— dijo por toda explicación.
Habían pasado varias horas recorriendo todos los tugurios de la zona roja de Londres, haciéndose pasar por un grupo de alegres borrachos, pero apenas habían encontrado dos contactos, uno de Sirius y uno del propio Edgar Bones, pero ninguno de los dos les habían podido dar información alguna. Todos empezaban a desesperar cuando llegaron a uno de los últimos pub que les quedaba por revisar.
—No creo que encontremos nada— comentó Merton con desaliento.
—Los secuestradores deben estar escondidos, sobre todo al pensar que mataron a Lady Pomfrey— concordó el inspector.
—Aquí suele encontrarse uno de mis mejores informantes, quizás tengamos suerte— comentó Severus, y empujo la puerta.
Lo vio en cuanto entró y supo que el hombre lo había visto a él. Por eso retrocedió un paso y permitió que los demás entraran. Hizo una seña casi imperceptible a Sirius quien entendió de inmediato. Así, mientras el Duque de Black lanzaba una risotada de borracho y hacía algo de escándalo, Severus se escurrió hacia el exterior. Poco después, aprovechando la distracción general, el informante salió también.
El hombre salió presuroso y revisó el callejón. Seguro de que nadie lo veía, dio vuelta al edificio, andando un camino ya conocido; no era la primera vez que Severus lo esperaba en ese lugar. Al llegar a su lado no saludó ni preguntó, simplemente esperó.
—¿Qué sabes de un secuestro producido esta mañana?— preguntó Severus, yendo directo al grano.
—No he escuchado nada sobre el asunto— respondió su interlocutor.
—¿No has observado ningún comportamiento extraño? ¿Algún intercambio de dinero tal vez?
—Nada que yo haya oído— contestó el sujeto. De repente, frunció el ceño, cómo pensando—. No sé si tendrá relación pero…
—¿Pero?
—Hace un rato llegaron al pub unos sujetos. Los vi tratando con Paul, uno de los intermediarios más fuertes, parece que trataban de venderle un anillo— Severus se tensó de inmediato ante la mención del anillo, pero su informante no lo notó—. Discutieron un rato pero al final parece que no llegaron a un acuerdo porque Paul se fue y los otros quedaron bastante molestos.
—¿Viste cómo era el anillo?
—Era sencillo, una banda de plata. Parecía muy antiguo pero a nadie le gusta comprar joyas antiguas, son mucho más difíciles de colocar.
Severus apretó las mandíbulas, era el anillo de Harry.
—¿Sabes donde están esos hombres ahora?
—Siguen en el pub. Son un pelirrojo y un hombre negro que están sentados al fondo, en el extremo derecho, justo al lado de la diana de dardos.
—Perfecto— musitó Severus, impasible, aún cuando su corazón golpeaba como loco en su pecho. Sacó varios billetes del bolsillo de su chaqueta y los entregó al hombre—. Gracias.
Sin otra palabra, Severus dio media vuelta y se alejó. Entró al pub como si acabara de llegar, tambaleándose ostensiblemente. Miró alrededor sin disimulo, y fijando la vista en la mesa donde estaban Sirius y los demás, fue hacia allá con una sonrisa perdida, como si fuera un borracho que acabara de encontrar a sus amigotes. Por el rabillo del ojo vio que, en efecto, los hombres seguían en la mesa de la esquina. Mientras los otros reían y hacían bromas, como festejando su arribo, Severus les contó en voz baja lo que acababa de saber.
—¿Tienen idea de cómo hacer para sacarlos de aquí?— preguntó el inspector Bones. Los sujetos parecían ser conocidos en el lugar y sabía que esos delincuentes solían defenderse entre ellos.
—Yo podría provocar una pelea mientras ustedes sacan a esos dos— propuso Sirius.
—Interesante, pero no me gusta la idea de tener que enfrentarme a Remus cuando le lleve tu cadáver— sentenció Severus.
—Lo mejor es que esperemos que se vayan y atraparlos afuera— sugirió Bones—. Además, no creo que tengamos que esperar demasiado. Esos sujetos se ven muy nerviosos y parece que están discutiendo.
—Tienes razón, es mejor esperar— convino Severus, tomando un trago de su bebida.
—Yo voy a salir y espero afuera— propuso Sirius—. Así los atrapamos por dos flancos.
—Me parece buena idea— aceptó el inspector.
Sirius salió, mientras los secuestradores parecían discutir cada vez con más fuerza. Unos veinte minutos más tarde, uno de los hombres dio un golpe en la mesa, se levantó y se dirigió a la salida. Instantes después, era seguido por el otro.
Cuando salieron al exterior, se encontraron a Sirius, quien los detuvo y con voz tomada levantó una jarra que llevaba en la mano.
—Epa, amigos, ¿beben conmigo?
—Déjanos en paz, borracho del demonio— replicó uno de ellos, manoteando a Sirius para que se alejase.
—Pero es sólo un trago, hombre— repitió Sirius, mientras por el rabillo del ojo veía que los demás ya estaban saliendo.
—No, y apártate de nuestro camino.
—Creo que no va a poder ser.
Con una agilidad producto de largos años de entrenamiento, Sirius hizo una finta y golpeó al hombre en el rostro, lanzándolo al piso. Sorprendido, su compañero fue dominado fácilmente por los demás. El inspector Bones se arrodillo junto al hombre caído, que estaba desmayado.
—¿Tenías que golpearle con el jarro de cerveza?— preguntó, mirando a Sirius entre divertido y mosqueado.
—Lo siento, se me olvidó que la tenía en la mano— se disculpó Sirius, aunque no parecía ni ligeramente apenado por lo que acababa de hacer.
—Bien, subamos a estos dos al carruaje y vayámonos de aquí antes que alguien se de cuenta de lo que está pasando— sugirió Severus, quien amenazaba al otro sujeto con una pistola.
—Un momento— Edgar Bones revisó los bolsillos del hombre desmayado y sacó una navaja. Luego se acercó al que retenía Severus y le quitó una pistola, otra navaja, además del anillo y el reloj de Harry. A la vista de los objetos, Severus frunció el ceño profundamente pero no dijo nada—. Ahora sí— continuó el inspector—, podemos irnos.
La carreta del “Circo ambulante de horrores de la familia Gaunt” entró en el Puerto de Dover y de inmediato enfiló hacia los muelles. Recorrió el camino hasta llegar casi al final, donde en un rincón bastante oculto anclaba ‘El Delfín del Mar’
Protegido por la oscuridad, Morfin Gaunt descendió de la carreta y se encaminó presuroso al velero. Desde el barco, un tripulante que estaba de vigilia dio aviso. Momentos después, el Capitán de la nave, Rodolphus Lestrange, bajaba y se acercaba a Gaunt.
—¿Los tienes?
—En la carreta.
—Perfecto— hizo una seña a dos de sus tripulantes quienes de inmediato se encaminaron al carromato—. Necesito que hagas otro viaje.
—¿No se suponía que éstos eran ‘clientes’ especiales y que zarparían en cuanto estuvieran a bordo?
—Se suponía— replicó el otro con tono duro, sin darle explicaciones adicionales—. Son cuatro mujeres y deben estar aquí esta misma noche. Si a las doce no has llegado, nos vamos y tú te las arreglas con el paquete.
—No me gusta hacer las cosas con tan poco tiempo— argumentó Morfin—. Además, no hemos descansado.
—Para eso se te paga y muy bien— sentenció el Capitán—. Claro, si te ves incapaz de hacerlo sólo dilo, tengo una fila de gente que mataría por estar en tu lugar.
Frunciendo el ceño profundamente, el hombre renegó por lo bajo pero al fin aceptó.
—Está bien.
Mientras se alejaba, escuchó la última advertencia de Lestrange.
—Recuérdalo, esperaré hasta las doce, ni un minuto más.
—¿Ya regresó John?— preguntó Edgar Bones en cuanto entró a la sede de Scaotland Yard, empujando a uno de los secuestradores mientras Severus y Sirius retenían al otro que ya se había recuperado del golpe.
—Llegó hace un rato— le contestó el inspector de guardia—. Está en las salas de interrogatorios.
—¿Trajo a alguien?
—Sí, un anciano pequeño y tembloroso, que parecía muy asustado.
—Debe ser Funge— intervino Severus.
—Bien, nosotros también vamos para allá— informó, empujando al sujeto que retenía con más rudeza de la necesaria.
Cuando llegaron a su destino, metió a cada uno de los delincuentes en un cubículo distinto; en ese momento, su compañero salía de uno de los cuartos.
—John, ¿qué conseguiste?
El aludido miró sorprendido a Severus y los demás y levantó una ceja interrogante hacia su amigo.
—¿Dónde te habías metido? Pensé que ibas a ayudar en la investigación.
—Cuéntame primero y luego te digo— al ver que el hombre miraba con renuencia a los demás, Edgar Bones lo tranquilizó—. Habla con confianza, los amigos aquí presentes están tan empapados de este asunto como nosotros, te lo aseguro.
—Bien— empezó el hombre, dudando todavía—, logramos capturar a Cornelius Fudge, estaba en casa de una hermana— informó el hombre—. Del cochero de Lord Lupin ni rastro. Tampoco encontramos nada sobre los que cometieron los secuestros.
—¿Qué dijo Fudge?
—Está aterrado y ha cantado como un canario— dijo el hombre—. Aunque dice que sólo conoce a una de las personas implicadas, quien lo contrató.
—¿Cuál es esa persona?— el hombre volvió a lanzar una mirada dudosa sobre Severus y compañía—. ¿John?— insistió Edgar Bones.
—Dice que quien lo contrató fue la Vizcondesa de Malfoy— informó al fin—. Pero estoy seguro que inventó ese nombre para escapar del asunto.
—No sería la primera vez que un delincuente intentara escudar su fechoría en alguien de la aristocracia para así salir bien librado— convino el inspector Bones.
—¿Y tú qué tienes?
—Conseguimos a los que secuestraron a Lord Potter?
—¿Consiguieron?— el otro hombre frunció el ceño, intrigado.
—Es una larga historia, después te contaré— desestimó el inspector Bones—. Ahora tenemos que interrogarlos. Sígueme— se giró hacia los demás—. Lo lamento, pero tienen que esperar, los veré en mi oficina en cuanto acabe.
Pasaron más de dos horas antes que el inspector regresara a su oficina y enfrentara los ansiosos ojos de los que allí esperaban.
—¿Y bien?— indagó Severus.
—¿Ustedes conocen al Conde Potter? ¿Algún parentesco con su prometido?— preguntó el inspector, mirando a Severus.
Severus y Sirius fruncieron el ceño de inmediato. Lo de Narcissa se lo esperaban, pero esto era toda una sorpresa. Aunque si lo pensaban bien, no resultaba tan ilógico.
—Es el tío de Harry— contestó Severus, escuetamente.
—¿Qué tal las relaciones entre ellos?
—No son las mejores. Vernon Potter es un jugador compulsivo que está en la ruina. Trató de casar a mi prometido a cambio de dinero— explicó Severus—. ¿Está implicado en el asunto?
—Ambos sujetos coinciden en que él es quien les pagó para efectuar el secuestro— confirmó Edgar Bones.
—¿Ya fueron a aprenderlo?— preguntó Lord Lupin.
—No es tan fácil— argumentó el inspector.
—¿Por qué no?
—Sólo tenemos la palabra de dos delincuentes— explicó el hombre, entendiendo la impotencia que debía generar el asunto a los hombres—. Podríamos traerlo e interrogarlo, pero es seguro que negara todo y saliera en libertad en unas horas.
—Lo pondríamos sobre aviso y peligraría la vida de Harry y Hermione— concluyó Severus por él.
—Exacto— confirmó el agente de la ley.
—¿Qué más averiguaron?— indagó Sirius.
—Además del nombre del Conde, confesaron los nombres de los implicados en el secuestro de Lady Hermione, fueron su cochero y otro sujeto; también dijeron el sitio donde debían entregar a los jóvenes y los nombres de las personas que los recibieron— explicó Bones—. Ya enviamos unos hombres al lugar a ver qué podían averiguar, está a un par de horas de aquí.
—¿Qué podemos hacer ahora?
—Les sugiero que vayan a su casa y descansen un poco— dijo el inspector—. Nosotros vamos a seguir interrogando a estos sujetos a ver si les podemos sacar algo más, y vamos a enviar una comisión a buscar a los demás secuestradores.
—¿Y si el tal Vernon se entera de todo y se fuga?— preguntó Merton Lupin.
—No se preocupe, se hará todo con total discreción— les aseguró el hombre—. Según estos sujetos, sus órdenes eran ocultarse hasta que todo se calmara, así que a los autores intelectuales no les va a extrañar que no aparezcan— miró los rostros agotados de todos los presentes e insistió—. Vayan y descansen un rato, en cuanto tengamos algo les avisaré, lo prometo.
Harry empezó a despertar de su profundo letargo. Lo primero que sintió fue un agudo dolor de cabeza y unas fuertes náuseas. Sin abrir los ojos, respiró profundamente hasta que logró controlar las náuseas. Trató de moverse pero con un estremecimiento notó que estaba atado de manos y pies. Entonces recordó todo lo que había pasado.
Intentando conservar la serenidad ante la precaria situación en que se encontraba, empezó a abrir los ojos. Parpadeó repetidamente, intentando despejar la niebla del sueño, y enfocó su mirada, borrosa por la ausencia de sus anteojos, en el espacio que le rodeaba.
Al parecer se encontraba en una bodega, a juzgar por la cantidad de cajas apiladas. Desde donde se encontraba, sólo se distinguía una pequeña claraboya, que a duras penas dejaba pasar un débil rayo de luz. Ante eso y el fuerte olor a salitre, dedujo que se hallaba en el interior de algún tipo de barco, aunque la ausencia de movimiento le indicó que afortunadamente no estaban navegando.
De repente, un quejido a su izquierda llamó su atención. Con dificultad, dio vuelta para encontrarse con una visión que le hizo sentir peor de lo que ya estaba. Hermione, su mejor amiga, estaba en las mismas condiciones que él: atada y aturdida.
—Hermi— musitó, empezando a arrastrarse hacia su amiga—. Hermione.
—¿Harry?— la chica giró la cabeza con dificultad e intentó enfocar la mirada en su amigo—. ¿Harry, qué pasó?— habló con dificultad, todavía algo adormilada.
—Me secuestraron, y supongo que a ti también— contestó el joven, que seguía arrastrándose con dificultad para acercarse a ella.
—Sí, ahora recuerdo— replicó ella, alarmada—. ¿A dónde… nos trajeron?
—Al parecer, estamos encerrados en la bodega de un barco.
—¿Sabes cuánto tiempo pasó desde que nos secuestraron?
—Ni idea, estuve todo el tiempo dormido— replicó Harry—. Aunque al parecer estamos en el mar, y en ese caso debe haber sido bastante tiempo, el puerto más cercano a Londres es Dover y queda a muchas leguas de camino.
—Harry, ¿qué vamos a hacer?— preguntó ella, angustiada.
Harry desesperaba por poder abrazarla y confortarla, pero le era imposible. Lo único que logró hacer fue acercarse lo suficiente para que ella pudiera apoyar la cabeza en su hombro.
—Ya, pequeña— susurró, intentando calmarla—. Estoy seguro que Severus y Draco están removiendo cielo y tierra buscándonos, pronto nos van a encontrar.
—Draco no está en la ciudad— musitó Hermione desconsolada, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.
—Verás que regresa y viene a buscarte— siguió susurrando Harry, abrazándola aunque sólo fuera con la calidez de su voz—. Y también Sirius y Remus. Ya verás.
Pasaron un buen rato así, en silencio, consolándose con su mutua presencia. De repente, el sonido de varias pisadas les alertó de que alguien se acercaba.
—Hazte la dormida— ordenó Harry, mientras se alejaba de ella, intentando regresar lo más cerca posible de su posición inicial.
—¿Para qué?
—Son más de uno. Si piensan que seguimos inconscientes, quizás hablen entre ellos y nos podamos enterar de algo más.
Siguiendo el consejo de su amigo, Hermione echó la cabeza a un lado y fingió dormir. Harry se acomodó lo mejor que pudo e hizo otro tanto. Escucharon que se descorría un cerrojo y la puerta se abría, antes que dos pares de fuertes pisadas resonaran en el suelo de madera.
—¿Y estos dos siguen durmiendo?— se escuchó una burlona voz, cuyo propietario parecía sufrir de afonía.
—Mejor así— replicó otra voz, mas gruesa y sonora—. Mientras más duerman, menos molestias darán. Si tenemos suerte, dormirán hasta que estemos en alta mar.
—¿Cuándo zarpamos, Capitán?
—En cuanto lleguen el resto de nuestras pasajeras— la voz destilaba ironía.
—Pensaba que éste era un trabajo especial.
—Lo es. El Sultán Voldemort nos va a pagar extremadamente bien por un doncel fértil y una doncella de alta sociedad para su harén— replicó el Capitán—. Pero estos viajes son largos y arriesgados, y cuatro hembras más para negociar no son cosa de despreciar, ¿no crees?
—Pero si se entera el que encargó este trabajo…
—Mandé a alguien a hablar con él. Le va a decir que por problemas con la Capitanía de Puerto no podemos zarpar hasta esta noche.
—Espero que todo salga bien.
—Saldrá, no te preocupes. Tenemos a estas dos palomitas, las cuatro que vienen en camino, y un enorme cargamento de botellas del mejor whisky escocés— declaró, mirando las incontables cajas que se apilaban una sobre otra—. Por cierto, ahora que lo pienso, se me acabó la bebida. Saca un par de botellas para mí y otra para ti.
El hombre de la voz de flauta bajó una de las cajas de madera, tomó una palanca de hierro que estaba cerca y abrió la tapa, sacando tres botellas del interior.
—Definitivo, el mejor whisky escocés— comentó el Capitán, tomando una de las botellas—. Un negocio redondo, sí señor.
Sin otra palabra, ambos hombres salieron, dejando a Harry y Hermione con el corazón encogido y rogando porque acudieran pronto a rescatarlos, antes que ese maldito velero se hiciera a la mar.
Después de pasar por el hospital, donde le informaron que la Tía Poppy aún no estaba fuera de peligro pero seguía estable, Severus había contratado a una enfermera para que se quedara permanentemente con la enferma. Así, Sirius, Remus y los Lupin se habían ido a casa de estos últimos y Severus había llegado a su casa con la intención de descansar.
Se había bañado y comido algo, pero por más que lo intentó, le fue imposible conciliar el sueño, así que al fin, desesperando, había bajado al estudio. Se dirigió al armario donde guardaban los instrumentos de Harry y tomó el violín. Pero no el Stradivarius, sino aquel viejo violín que James había comprado a un vendedor ambulante, aquel que el hermoso joven de ojos verdes amaba tanto.
Se sentó en su sofá preferido y empezó a acariciar la gastada madera, recordando la suave piel de Harry, sus deliciosos labios rojos, sus hermosas esmeraldas y su cálida sonrisa. Y entonces dejó que su alma se abriera y lloró. Lloró de angustia e incertidumbre, de miedo y de añoranza. Lloró de amor.
Severus había quedado dormido, abrazado al gastado violín. Despertó sobresaltado al sentir unos apresurados toques. Sin llegar a dar permiso para entrar, vio que la puerta se abría de par en par.
—Lamento no haber esperado pero no es momento de formalidades— comentó Sirius, quien llegaba acompañado de Merton Lupin y, sorpresivamente, Draco Malfoy.
—Draco— musitó Severus, despejando súbitamente su sueño—. Te hacíamos fuera de la ciudad. ¿Ya te enteraste?
—Llegué hace un rato— contestó el joven, que venía con el rostro arrebolado y bastante agitado—, y no sólo me enteré del secuestro sino de dónde están.
—¿Qué?— preguntó Severus, expectante.
—Me lo encontré en la entrada tratando de convencer al estúpido de Gilderoy que lo dejara hablar contigo— comentó Sirius.
—Draco, dinos dónde están, cada segundo es importante.
—Como dije, regresé hace un rato, había logrado desembarazarme del asunto que me tenía alejado de Londres un día antes de lo previsto— comenzó a explicar—. Al llegar a casa vi un carruaje desconocido en la puerta. Pensando que era alguna amiga de mi madre, y sin ganas de hablar con nadie, di la vuelta a la casa para entrar por la puerta de atrás. Cual no sería mi sorpresa cuando al pasar frente a la salita de mi madre, la vi hablando con Vernon Potter. Eso me extrañó y me preocupó realmente, así que me acerqué al ventanal para tratar de averiguar qué se traían entre manos mi madre y esa sabandija. Les juro que aún no puedo creer lo que oí.
—Todo salió como estaba previsto— comentó Vernon Potter con una radiante sonrisa—. Ya Lord Harry Potter y Lady Hermione Lupin están en el barco y esta misma noche zarparán rumbo a Asia.
—¿Esta noche?— la voz de Narcissa sonaba entre alarmada y enfadada—. ¿Por qué esperar tanto tiempo? Mientras sigan en el Reino, Severus puede localizarlos.
—Parece que se trata de un problema con la Capitanía de Puerto, el Capitán del barco no podía presionar más o levantaría sospechas— razonó Vernon—. Tranquilízate. No tienen forma de saber que están en un barco en un muelle de Dover— la tranquilizó Vernon—. A estas horas todos los que participaron en el secuestro deben estar escondidos, si es que no se fueron de la ciudad, y la policía debe estar buscando por todo Londres sin ningún éxito.
—¿A qué hora tienen previsto zarpar?— Narcissa se estrujaba las manos con impaciencia.
—Ni idea— contestó Vernon con displicencia—. Pero ya no te preocupes y brindemos por nuestro éxito. ¿Puedes creer que esos piratas llaman a su barco ‘El Delfín del Mar’? Si serán ridículos.
—Desgraciados— los ojos de Severus echaban fuego de furia.
—Me quedé un segundo más a ver si daban algún otro dato pero se dedicaron a burlarse de todos nosotros y decir lo que harían con el dinero— comentó Draco, asqueado—. Juro que quise matarlos en ese mismo instante, no sé como me contuve. Sólo sé que monté mi caballo y cabalgué desesperado hasta aquí para pedirte ayuda.
—¿Qué hora es?— preguntó Severus.
—Las tres— contestó Merton Lupin.
—Debemos apresurarnos— Severus abrió la puerta y, en lugar del joven lacayo que siempre se encontraba allí por si algo se precisaba, encontró a su mayordomo.
—¿Gilderoy?— preguntó, extrañado.
—Me quedé por si Milord requería algo— se notaba que el hombre estaba apenado y preocupado por no haber dejado pasar a Draco.
—Manda que ensillen mi caballo de inmediato.
—Yo lo ordené, Milord. Pensé que quizás podría necesitarlo.
Severus hizo un gesto de asentimiento, quizás su mayordomo no fuera un caso perdido después de todo.
—Vamos— dijo a los demás—. Tenemos que pasar a buscar a Edgar, vamos a necesitar algo de ayuda. Y aún nos queda un largo viaje hasta Dover.
Rodolphus Lantrnge oteaba impaciente el camino por donde debía llegar Gaunt con el encargo, al tiempo que miraba su reloj una y otra vez. El retraso del hombre no le daba buena espina. Los dos huéspedes de la bodega parecían ser gente muy importante, y si los descubrían en su barco, estaba seguro que le iría muy mal, así que tomó lo que consideraba la más sabia decisión.
—Avery— gritó a su segundo de a bordo—. Prepara a los hombres y dispón todo. Zarpamos de inmediato.
El grupo de jinetes habían cabalgado como desquiciados desde Londres, sin detenerse ni siquiera para tomar aliento. Entraron al puerto de Dover como alma que lleva el diablo y enfilaron de inmediato hacia las dependencias de la Capitanía de Puerto.
Severus descendió como una exhalación y entró, seguido de los demás. Se enfrentó al hombre que estaba en el escritorio de recepción y, sin siquiera saludar, preguntó:
—¿En qué muelle está anclado ‘El Delfín del Mar?
—¿Quién lo pregunta?— exigió el hombre, a quien no había gustado la actitud de Severus.
—A usted no le importa, sólo dígame cuál es el muelle.
—Para eso debe contestarme algunas preguntas y…
—Soy Edgar Bones, inspector de Scotland Yard— antes de que a Severus se le ocurriera destrozar al hombre del escritorio, el otro intervino con acento profesional, sacando una identificación—. Éste es un asunto policial y extremadamente urgente. Le agradeceré que conteste la pregunta que le acaba de hacer el Duque de Snape.
El hombre, ahora realmente intimidado al saber con quienes estaba hablando, musitó un breve ‘esperen un momento’, se levantó y abandonó la habitación. A los pocos segundos regreso, con el rostro serio.
—Lo lamento— comentó—. El Delfín del Mar ya no se encuentra en el puerto.
Gotitas musicales
Bethoven: (1801) — Sonata piano nº 14 Claro de luna, op.27 nº 2 — 1º Movimiento aquí
Chopin: (1843) — Polonesa "Heroica", Opus 53 aquí
Gotitas históricas
Scontland Yard:Con este nombre se conoce a la policía de Londres, luego de su reorganización de 1829. Ese año se instaló en las dependencias traseras de un castillo medieval que había pertenecido a la nobleza escocesa, del que tomó el nombre. Adquirió reputación por su departamento de investigaciones, aunque también están a su cargo desde la lucha contra el tráfico de estupefacientes hasta el patrullaje y el control de tránsito en la ciudad. Fue una de las primeras en desarrollar sistemas modernos de pericias criminales, comenzando por el archivo de huellas dactilares. Fuente: Wikipedia
Última edición por alisevv el Jue Feb 18, 2016 5:53 pm, editado 5 veces | |
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