La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry


 
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I

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alisevv

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MensajeTema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I   Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I I_icon_minitimeVie Abr 03, 2009 9:39 pm

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Severus bajó del carruaje y galantemente ofreció una mano para que descendiera Hermione. Luego, extendió nuevamente la diestra y Harry aceptó su gesto con una sonrisa; por Remus, sabía que era habitual dirigir ese tipo de galanterías hacia los jóvenes fértiles, y se alegró internamente que su tutor siguiera teniendo ese tipo de gestos hacia él, aún cuando ya estaba perfectamente de su pierna y no necesitara de su ayuda

En cuanto puso pie en tierra y miró la entrada de la Mansión, abrió los ojos como platos, impresionado.

Pero aunque el hermoso palacete de dos pisos que se extendía ante su vista y los espectaculares jardines que lo rodeaban eran los más hermosos que había visto en su vida, más incluso que la fastuosa Mansión Black, lo que realmente le había impactado era la hilera de personas, todas pulcramente ataviadas con el ropaje que utilizaba habitualmente la servidumbre que trabajaba en las casas de los miembros de la nobleza. De hecho, Harry se sintió de repente tan abrumado que sopesó seriamente la posibilidad de dar media vuelta y correr de regreso al Ducado de Black.

Sintiéndose algo reconfortado por la cálida mano que ahora se posaba en su espalda, se dejó guiar hacia la extensa fila, seguidos de cerca por Hermione, y escuchando por lo bajo como Severus refunfuñaba algo que interpretó como ‘la Nana Minerva es imposible’. Al fin se detuvieron ante quienes, por sus vestiduras y actitud solemne, parecían ser los jefes de la servidumbre.

—Nana Minerva, creí haberte dicho que no deseaba ser recibido nuevamente de esta manera— gruñó Severus a una anciana dama que lucía un elegante traje negro y un alto moño

—Lo siento, Milord— replicó ella, aunque era evidente que no lo sentía en absoluto—, pero ahora hay un nuevo amito en la casa y era nuestro deber salir a recibirlo apropiadamente.

—No debí haberte mandado aviso de que venía con Harry— se rió suavemente el Duque, mirándola con cariño—. Además, confiesa que ninguno aguantaba la curiosidad de conocer a mi nuevo pupilo

La anciana no cambió su semblante pero sus ojos brillaron con diversión.

>>Vale, voy a saciar tu curiosidad— jaló a Harry, quien se había quedado un tanto rezagado—. Te presento a Lord Harry Potter, mi pupilo.

La mujer se quedó mirando fijamente al joven y sus ojos se llenaron de añoranza.

—Dios, si es tan parecido al joven James— musitó, estudiándolo fijamente.

—Harry era hijo de James, Nana.

—¿Era?— preguntó la mujer

—James murió hace unas semanas— explicó escuetamente.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y miró a Harry con calidez.

—Lo siento, joven Lord.

—Gracias— musitó apenas Harry, antes de que la voz de Severus lo distrajera.

—Nana, la linda dama que nos acompaña es Hermione Lupin, espero que me la trates con cuidado.

—Por supuesto, encantada Milady— la saludó con una sonrisa.

—Harry, Hermione, él es Albus Dumbledore, esposo de Minerva y nuestro mayordomo— ambos jóvenes le sonrieron al simpático anciano—. Y él es Amos Diggori, nuestro capataz.

A eso siguió una larguísima presentación de todos y cada uno de los miembros del servicio de la Mansión, mientras Harry se preguntaba por qué se necesitaba tanta gente para atender una casa, por muy grande que esta fuera. Al final, regresaron al comienzo de la fila.

—Diggori— comentó Severus, mirando al capataz—, mañana temprano me gustaría ir a ver las tierras.

—Por supuesto, Milord. ¿A que hora quiere salir?

—Las ocho sería buena hora— replicó, para después girarse hacia el ama de llaves—. Nana, ¿ya dispusiste las habitaciones para Lady Lupin y Lord Potter?

—Si, Milord— contestó la mujer con eficiencia.

—Necesito que asignes a Funge como valet de Lord Potter.

—¿Funge?— inquirió la dama, extrañada—. Pero es muy viejo, Milord, no va a poder atender apropiadamente al joven Lord.

—No te preocupes, mandaremos traer a Salazar, él lo puede ayudar.

—Pero Salazar también es viejo. ¿No cree que…?— la mujer se detuvo de improviso y miró interrogante al amo de la Mansión—. ¿El joven Lord Potter es fértil?

—Exacto— replicó Severus, sin notar el brillo de alegría que de repente apareció en los ojos de la anciana. Luego regresó su mirada a sus jóvenes acompañantes—. ¿Qué les parece si vamos a sacudirnos el polvo del camino y nos reunimos para cenar en… digamos hora y media?

—Milord, si me disculpan, preferiría cenar en mis habitaciones. Estoy realmente cansada.

—Te entiendo, no te preocupes— se giró interrogante hacia Harry—. ¿También estás demasiado cansado para cenar en el comedor?— preguntó con gentileza.

Harry no sólo estaba cansado, estaba muerto, pero ni loco perdería la oportunidad de cenar a solas con Severus.

—No, Milord, para mí está perfecto dentro de hora y media en el comedor.

Sin otro comentario, los tres se dirigieron al interior de la casa. Luego de despedir a la servidumbre y dar las instrucciones apropiadas al servicio que se iba a encargar de los dueños de casa, Minerva y Albus quedaron solos en el pórtico de la vivienda.

—¿Se puede saber por qué sonríes de esa manera, Minerva?— le preguntó su esposo, intrigado.

—Porque el joven Lord Potter es fértil.

—¿Y qué con eso?

—¿No viste como lo miraba el señor Duque?— Albus la observó, sin comprender—. Mira que eres despistado— se rió la mujer—. Algo me dice que a fin de cuentas se va a cumplir mi sueño y un Potter se va a convertir en el nuevo Amito de la Mansión Snape.



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La cena había sido deliciosa y Harry casi saltó de alegría cuando Severus le propuso acompañarlo al estudio a tomar una copa antes de dormir. Y ahora allí estaban, Harry comiéndose con los ojos a su tutor mientras éste estaba de espaldas, junto al barcito.

—¿Qué te apetece tomar?— escuchó su ronca voz mientras manipulaba las botellas.

—Lo mismo que tú— contestó con una sonrisa.

—Hummm, no lo creo, jovencito— la voz era tan cálida y el tono con que dijo ‘jovencito’ tan tierno, que Harry, lejos de molestarse, se sintió confortado—. Yo voy a tomar coñac y eso es muy fuerte para ti— siguió parloteando Severus—. ¿Veamos, licor de menta, de café o de cerezas… o quizás una copa de oporto?

—Que sea entonces licor de menta— la verdad es que a Harry tampoco le resultaba atractiva la idea del coñac.

Severus regresó con ambas bebidas, le entregó la suya a su pupilo y se sentó frente a él—. ¿Qué te pareció la cena?

—Deliciosa— contestó Harry con sinceridad—. Nunca había comido un pastel de riñones tan rico. Nana Molly, que es quien nos cocinaba a Papá y a mí, solía hacerlo bastante bien, pero ni comparación.

—¿Sabes?— Severus se acomodó mejor en el sillón y dio un sorbo a su bebida con verdadero deleite—. Durante todos los años que estuve en el colegio, y después, durante mi servició en la India, la comida de la señora Hooch fue lo único que verdaderamente extrañé de no estar en casa. No me incomodaban las camas duras o dormir a la intemperie, ni el agua helada con que teníamos que bañarnos en la escuela, o el río que muchas veces tuve que utilizar el la India, pero no hubo una sola comida en que no añorara estar en casa, disfrutando la rica comida de Rolanda.

—¿Por lo que veo, tuviste muchas aventuras?— comentó Harry suavemente, paladeando su bebida.

—La verdad, la época del colegio no fue muy agradable— confesó Severus—. Hubo momentos en que me arrepentí de haber deseado seguir la carrera de las armas. Pero en la India sí tuve unas cuantas aventuras divertidas, algunas de ellas incluyendo a nuestro amigo Sirius; algún día te contaré.

Se quedaron un largo momento callados, compartiendo la intimidad de un silencio relajante.

—Te he escuchado tocar varias veces el violín…— Severus habló al fin.

—¿En serio?— lo interrumpió Harry.

—Sí, en las noches, cuando tocabas desde tu habitación en la Mansión Black— siguió Severus—. Tocas muy bien y siempre eliges melodías hermosas— miró a Harry con una sonrisa—. Pero según nos contaste, también tocas flauta, y no te he escuchado tocarla ni una sola vez, ¿me pregunto por qué?

—Bueno, digamos que eso es culpa de mi Tío Vernon— al ver que Severus lo miraba intrigado, siguió explicando—. Como debes saber, todos los nobles fértiles poseemos una marca de nacimiento en…— se detuvo, ruborizado ante la idea de mencionarle a Severus la marca de nacimiento en su nalga derecha. Al ver el predicamento del joven, el hombre se apresuró a ayudarlo.

—Sí, sé donde— sonrió comprensivo.

—Bien— Harry continuó su narración—, hace un par de años, mi Tío Vernon se presentó en la Vicaría. Al parecer, una antigua prima de mi madre, quien conocía de la marca, se lo había comentado. Prácticamente le exigió que me dejara a su cuidado, ya te imaginarás con qué intención— Severus asintió pero no lo interrumpió—. Mi padre se opuso y discutieron fuertemente. Al salir de la Vicaría, mi tío me encontró en el patio, practicando con la flauta. Como iba tan furioso, me insultó, me la arrebató, la tiró contra el suelo y la pisó, destrozándola.

—Desgraciado— musitó Severus.

—No quise contarle nada a mi padre para evitarle otra confrontación con su hermano, así que cuando me preguntaba, simplemente le decía que prefería el violín. Desde ese día estuve reuniendo para comprarme otra flauta, pero los buenos instrumentos son muy caros y lo que yo podía ahorrar era muy poquito.

El Duque de Snape no dijo nada durante un buen rato; al fin, se levantó del sillón y se dirigió hacia un gabinete de madera pulida, bellamente tallado. Lo abrió y tomó la hermosa flauta que allí se guardaba, antes de regresar al lado de Harry.

—Toma— dijo, entregándole la flauta—. Por favor, toca para mí.

Harry tomó el delicado instrumento y lo acarició casi con reverencia. Al final, levantó la vista hacia Severus.

—¿Tú tocas flauta?— preguntó, intrigado.

—No, digamos que yo me decanto por las letras— negó el hombre con una sonrisa—, sería incapaz de emitir ni un acorde. Esa flauta era de mi madre, ha estado silenciosa desde que ella murió. Me encantaría volver a escuchar sus notas. ¿Podrías?

Con una tierna sonrisa, Harry se llevó la flauta a los labios y las notas del fragmento andantino, del Concierto para Arpa y flauta K299 de Mozart, comenzaron a inundar el ambiente. Cuando terminó, Severus sólo lo miró y suplicó:

>>Continúa, por favor.

Satisfecho al ver a su amado tan relajado, disfrutando la música, Harry siguió tocando fragmentos de obras de Bach, Vivaldi y algo de música Celta.

—Hermoso— fue todo lo que logró decir Severus una vez que Harry desgranara la última nota. Cuando el joven hizo ademán de regresarle la flauta, Severus hizo un gesto negativo con la mano—. Quédatela, es tuya.

—No puedo— negó el joven, ruborizado—. Era de tu madre y...

—Estoy seguro que, donde esté, mi madre está feliz de que su querida flauta vuelva a ser tocada de una manera tan hermosa. Lo único que te ruego es que la toques de vez en cuando para mí.

—Cada vez que quieras— prometió Harry, acariciando una vez más el instrumento.

—Bueno, creo que ya es hora de que vayamos a dormir, el viaje ha sido largo y ambos estamos agotados— musitó Severus—. Te gustaría acompañarme mañana a recorrer los campos.

—Me encantaría— aceptó el más joven, entusiasmado.

—Entonces a dormir. Te espero mañana a las siete y media para desayunar.

Harry sonrió y se levantó.

—Seré puntual— dudó un segundo pero, recurriendo a todo su valor, se inclinó sobre Severus y le dio un suave beso en la mejilla—. Buenas noches, Severus. Gracias por la flauta, te prometo que desde hoy va a estar entre mis objetos más preciados.

Y sin decir nada más, dio media vuelta y abandonó el recinto.

Durante un largo rato, el Duque de Snape quedo allí, acariciando la mejilla donde había sido besado y con una inmensa y boba sonrisa iluminando su rostro



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La mañana siguiente, Harry despertó con la brillantez del sol que entró a raudales en su habitación cuando alguien descorrió las cortinas, y un fastidiosísimo rum rum en la oreja.

—Lord Potter, Lord Potter.

—Déjenme dormir— murmuró el muchacho, tapándose con la cobija para evitar el molesto resplandor y tratar de alejar la fastidiosa voz.

—Está bien, entonces tendré que decirle a su Señoría que no puede acompañarlo a cabalgar.

Ante esto, Harry se descubrió de inmediato y enfocó la vista en la persona que le hablaba.

—¿Funge?

—Buenos días, joven Lord— saludó el anciano, impasible—. Son las siete de la mañana y Milord lo espera en el comedor a las siete y media. Ya preparé su baño y la ropa de montar.

—¿Ropa de montar? Yo no tengo ropa de montar— comentó Harry, saltando de la cama y dirigiéndose al baño.

—Lo esperaré aquí— dijo el anciano, sin emitir comentario sobre lo dicho por Harry—. Si necesita algo, por favor, avíseme.

Harry se bañó y vistió lo más rápido que pudo con la ropa que encontró cuidadosamente colocada en un banco cercano; sintiéndose algo incómodo en esa indumentaria, salió a la habitación, dirigiéndose al espejo de cuerpo entero que ocupaba una de las esquinas. Admiró su apariencia. No era un hombre vanidoso, pero tenía que aceptar que se veía muy bien con ese traje de excelente corte y las altas botas. Además, todo le calzaba como un guante.

Deteniéndose apenas un minuto para agradecer a su valet, corrió escaleras abajo, rumbo al comedor.

—Buenos días, Severus— saludó alegremente al hombre que ya estaba sentado, leyendo una carta.

—Buen día— contestó el Duque, admirando la apariencia de su joven pupilo—. Veo que eres puntual.

—De eso se encargó Funge. Los tienes muy bien entrenados, ¿sabías?— Severus lanzó una carcajada—. ¿Y Hermione?

—Parece que su doncella no es tan efectiva como tu valet— se burló Severus.

“O ella no está tan motivada como yo”, pensó Harry, pero se limitó a sonreír y atacar su desayuno con mucho apetito.

>>De todas formas, dudo que ella quisiera acompañarnos. Nunca iba con Sirius y Remus cuando salían a montar a caballo.

—Sí, ya Remus me contó que las normas en el campo son más relajadas que en Londres, y como le dije a él, me parece bastante absurdo.


—Para serte sincero, a mí también— confesó Severus—. Pero qué quieres que te diga, así es nuestra Reina— dejó la servilleta con que se estaba limpiando a un lado—. Si ya terminaste, podemos ir a las caballerizas para que elijas tu caballo.

—¿Un caballo para mí?— preguntó Harry, emocionado.

—Por supuesto, no puedes manejarte en el campo sin un caballo propio— y viendo la cara emocionada del chico, no pudo evitar bromear—. No pretenderás andar siempre a la grupa del mío.

Rojo hasta las orejas de sólo imaginar la visión de él sobre el caballo, abrazado al hombre que amaba, Harry dijo unas cuantas cosas incoherentes, de las que Severus sólo logró captar ‘entonces vamos a las caballerizas’, mientras salía a escape del comedor. Riendo enternecido por el bochorno del chico, el Duque salió tras su pupilo.

Lo alcanzó justo cuando salía por la entrada principal, ya más calmado, y lo guió rumbo a los establos. Cuando llevaban un buen trecho andado, Harry se animó a preguntar.

—Severus, ¿de quién es este traje de montar?— indagó, señalando lo que llevaba puesto.

—Tuyo— contestó el otro sin detener sus pasos.

—Pero no entiendo. ¿Cómo?

—Mientras estabas convaleciente en casa de Sirius, mandé un mensaje para que mi sastre te hiciera algo de ropa— el hombre se detuvo y miró a Harry con fijeza—. Por favor, no quiero que te ofendas, pero a partir de ahora debes empezar a vestirte de acuerdo a tu posición. Son...

—Sí, ya sé— lo interrumpió Harry, un tanto frustrado—, exigencias de la Corte.

—¿Qué ocurre?— preguntó Severus, notando el gesto de disgusto del joven—. ¿No te gustan los trajes? Sólo te mandé hacer unos pocos, de corte clásico, pero voy a mandar a venir a mi sastre y podrás elegir nuevos diseños.

Harry respiró hondo, cada vez más frustrado.

—Severus, no es por ti, de veras. Te agradezco todo lo que haces por mí y el traje es perfecto, pero todas estas normas de la Corte me están desquiciando, y tampoco me parece justo que tengas que asumir todos esos gastos por mí.

—Entiendo que las normas de la Corte te incomoden— replicó Severus, comprensivo—, a veces son verdaderamente agobiantes, especialmente para los hombres fértiles, pero te aseguro que pronto te acostumbrarás a lidiar con ellas. Y por los gastos, no quiero volver a oírte hablar de eso, para mí es un verdadero placer hacerlo, te lo aseguro.

Harry lo miró con ojos agradecidos y al final lanzó un largo suspiro.

—Sólo desearía que nunca tuviéramos que ir a Londres, que pudiéramos quedarnos aquí por siempre.

Ante eso, el corazón de Severus dio un salto de alegría; sin embargo, se limitó a comentar con tono ligero:

—Créeme, muchas veces yo pienso lo mismo. Pero la vida en Londres tiene muchos atractivos, especialmente para alguien de tu edad.

Sin más, el Duque siguió caminando, guiando a Harry hasta un enorme establo. Al entrar, el joven aspiró ampliamente. Amaba los caballos casi tanto como a la música y ese olor rancio que habitualmente impregnaba los establos y que a la mayoría de la gente le resultaba desagradable, a él le hacía sentir extrañamente cómodo.

—Igor— saludó Severus a un hombre alto y delgado, que a Harry le habían presentado el día anterior como el jefe de establos.

—Buenos días, Milord— contestó el hombre, respetuosamente.

—Harry, ya conoces a Igor Karkaroff— comentó Severus—, el hombre que más conoce de caballos en todo el reino.

—Sus palabras me honran, Milord, pero exagera— replicó el otro con modestia.

—Igor, necesitamos un buen caballo para Harry.

—Por supuesto, si el joven Lord quisiera seguirme.

A medida que le mostraban todos los animales de las caballerizas de el Ducado, Harry se dio cuenta de cuanta verdad había en las palabras del Amo de la Mansión. Igor Kerkaroff conocía al detalle las virtudes y defectos de cada uno de los animales que estaban a su cargo.

—Y este es Tormenta— decía el hombre en ese momento—, el caballo de Milord.

—Sí, yo lo conozco— dijo Harry, acercándose al enorme animal y haciéndole una suave caricia en el morro. Luego se fijó en el pesebre que estaba a la derecha del de Tormenta, donde un hermoso ejemplar se removía inquieto. Su pelaje era castaño oscuro, y las crines y la cola de un negro profundo; en la frente, en medio de los ojos, tenía una mancha blanca en forma de media luna.

Fascinado, se acercó a la barandilla del pesebre y empezó a hablar suavemente con el animal. Karkaroff iba a hacerle una advertencia, pero Severus le puso una mano sobre el brazo, indicándole que dejara hacer a Harry. Durante los días de viaje desde la Casa Black, había notado la especial influencia que su pupilo parecía tener sobre los caballos.

Harry siguió hablando con suavidad hasta que el animal se sereno y avanzó un par de pasos.

—Eso es, pequeño— musitaba la hipnotizante voz de Harry—, acércate más, sólo quiero ser tu amigo— el caballo avanzó un poco más—. Eres muy bello, ¿sabías?

El joven siguió hablando durante unos minutos hasta que el caballo, vencida su reticencia, acercó su hermosa cabeza a la puerta del pesebre. Con mucha lentitud para no asustarlo, Harry alargó la mano y la posó con cuidado sobre el morro del animal, acariciándolo mientras seguía diciéndole palabras dulces.

—Así, eres muy buen chico— el caballo se movió contra la mano que lo acariciaba—. ¿Te gusta?— Harry subió la mano y empezó a acariciar la hermosa crin—. Buen chico— metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó un terrón de azúcar y lo entregó al caballo—. Muy buen chico.

—¿Traes terrones de azúcar en el bolsillo?— preguntó Severus, asombrado.

—Los tomé de la mesa de desayuno— contestó Harry, mientras seguía acariciando al animal—. Cuando se trata de caballos, nunca se sabe cuando se pueden necesitar.

—Eso es un vil soborno— rió Severus.

—Culpable— aceptó Harry, y luego se giró hacia Karkaroff—. Me quedo con él…. ¿Tiene nombre?

El jefe de cuadras carraspeó.

—Joven Lord, no es por llevarle la contraria, pero ese caballo no es buena elección. Hasta la fecha no ha dejado que nadie lo monte.

—Me lo envió hace unos meses un amigo de la India— explicó Severus—. Parece que no le gustó el viaje, porque aunque mi amago me aseguró que está domado, como dice Igor, no ha sido posible montarlo desde entonces.

Harry tomo un cepillo que había cerca y se giró hacia Karkaroff.

—Por favor, consígame manta y una silla de montar. Que la silla sea ligera.

El hombre dudó otro segundo, pero ante el asentimiento de Severus, partió a buscar lo ordenado. Entonces, Severus miró fijamente a su pupilo.

—¿Estás seguro?

—Confía en mí— contestó el muchacho, mientras abría la puerta del pesebre y entraba—. ¿Cómo se llama?

—Aún no le ponemos nombre. Lo dejo a tu elección.

—Entonces te llamaré Centella— dijo Harry, acariciándole la crin—. ¿Te gusta?

Mientras seguía musitando suavemente, comenzó a cepillar el lomo del animal, siguiendo la línea natural del pelo.

—¿A que esto también te gusta?— susurraba, concentrado en su trabajo—. Tenemos que cepillarte bien, para que no quede ni una pequeña brizna de paja que te pueda molestar cuando te monte— luego de terminar el proceso, alzó cada una de las patas del animal y revisó los cascos, asegurándose que las herraduras estaban bien puestas y no había ninguna piedrecilla.

—Perfecto— le dijo al animal cuando terminó la larga tarea; luego, se giró a Severus, consciente que ya estaban bastante retrasados—. Lamento la demora.

—No importa— desestimó el hombre, quien había mirado con orgullo todas las acciones de Harry.

El joven tomó la manta que había traído Karkaroff y la colocó con cuidado sobre el lomo del animal, deslizándola en dirección del pelo hasta dejarla en la posición correcta.

—Esto es para que el roce de la silla no te haga daño, Centella— acarició el hocico del animal, que se dejaba hacer. Cuando le colocó la silla, se removió algo inquieto—. Tranquilo, verás que no te molesta— musitó, ajustando la cincha—. Es necesario para que te pueda montar.

Una vez terminó de ensillar el caballo, lo tomó de las riendas, lo jaló fuera del pesebre y guió hasta estar a campo abierto.

—Bueno, Centella, ahora necesito que me dejes montarte— una vez más acarició su morro—. Mira que pradera tan linda, verás como nos divertimos cabalgando por ella.

Severus miraba cada vez más asombrado, de no estar seguro que ello era prácticamente imposible, hubiera podido jurar que el caballo entendía todo lo que Harry le hablaba.

Con el ceño fruncido por la preocupación, vio como Harry ponía un pie en el estribo y se impulsaba encima del animal. Contuvo la respiración mientras Centella se encabritaba al sentir el peso sobre su lomo, pero Harry se inclinó sobre la cabeza del animal, hablando nuevamente y manejándolo de manera impecable, hasta que logró tranquilizarlo. Momentos después, potro y jinete salían a todo galope. Cuando regresaron, diez minutos más tarde, Harry tenía una amplia sonrisa adornando su rostro; acababa de encontrar un nuevo amigo



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Severus y Harry se habían encontrado con el capataz y se habían dirigido hacia las tierras de cultivo.

Habían pasado por los prolijos huertos, que abastecían a la despensa de la Mansión y a las casas de todos los trabajadores que dependían del Ducado. Luego habían pasado a la zona de cultivo de cereales, especialmente cebada y trigo, y ahora estaban recorriendo los sembradíos de fibras textiles. Harry había notado que, en todos los casos, las personas que trabajaban la tierra lo hacían con eficiencia y se veían realmente contentas.

—En esta zona sembramos lino y cáñamo— decía en ese momento el señor Diggori—, que es utilizado en la factoría textil. Tenemos una especie de pequeña sociedad familiar en el Ducado; una gran parte de los hombres trabajan en la tierra y el resto y las señoras en la fábrica de hilado y la destilería. En los tiempos del viejo Duque las cosas eran diferentes y la gente trabajaba descontenta, devengando un salario apenas justo. Pero desde que llegó Milord— miró a Severus con profundo respeto— se han hecho fuertes reajustes, de forma que cada familia recibe una buena parte de las ganancias de la finca y todos están realmente satisfechos.

—Diggori, Harry no necesita conocer eso— comento Severus, algo incomodo.

—Por supuesto que sí— replicó Harry, y miró al capataz con una sonrisa—. Sígame contando.

—Milord también mando renovar las maquinarías y los equipos, de forma que el trabajo ahora resulta más eficiente y cómodo para los operarios, y mucho menos riesgoso.

Siguieron galopando hasta llegar a una zona donde se alineaban una serie de casas primorosamente pintadas y adornadas con bellos jardincillos.

—Otra de las cosas que mandó hacer fue la remodelación de las casas, transformándolas en un lugar mucho más cómodo y agradable; se amplió el dispensario y se aprovisionó con una buena dotación de medicinas adecuadas para una gran variedad de enfermedades, y se contrató un médico y dos ayudantes que están disponibles las veinticuatro horas.

—Es estupendo todo esto, Milord, verdaderamente impresionante— dijo Harry, mirando a Severus. Luego de pensar un momento, agregó—: Hasta ahora no he visto ni la escuela ni la Vicaría, ¿dónde están?

—La verdad es que mi padre nunca prestó atención a esos aspectos y mi madre siempre fue una mujer débil sin mucho poder de decisión— dijo Severus—. Y yo… bueno, debo confesar que desde que llegué no he prestado la atención que requería.

—Sé que has estado muy presionado con tus actividades de Londres y todo lo que has hecho aquí, y no has tenido ayuda, Severus— dijo el joven, acercándose a su tutor para que el capataz no lo escuchara—. Pero esos aspectos son muy importantes. Los niños no pueden estar sueltos por ahí como si fueran cervatillos, es necesario prepararlos; y las personas necesitan consuelo espiritual. ¿Me dejarías ayudarte con eso?— preguntó Harry, tratando de evitar que el hombre se sintiera mal.

—Claro, ¿qué se te ocurre?

—Se podría construir una pequeña escuela al lado del dispensario, no es necesario que sea muy elaborada, apenas un salón amplio con varios ventanales para que entre bien la luz y uno más pequeño para los chiquitines, así le resolveríamos un problema a las madres que tienen que salir a trabajar— comenzó Harry—. También habría que comprar unos cuantos muebles, libros de enseñanza básica, materiales de trabajo, y materiales de juego para los pequeños. Y por supuesto, contratar un maestro o maestra para los mayorcitos y quizás contratar a una de las madres que trabaja en la textilera para que se encargue de los chiquitines.

—Me parece bien— decidió Severus, realmente admirado del poder de organización de su pupilo—. Mañana mismo voy a dar orden para que comiencen la construcción de la escuela. Me gustaría que pudieras supervisar los adelantos.

—Cuenta con eso, y también me encantaría ayudarte con todo lo demás. Y sé que Hermione también se entusiasmará con la idea.

—Entonces está decidido— confirmó Severus—. Y en cuanto a la Vicaría, prometo construir un edificio apropiado, ¿algo como la que tenía tu padre podría ser?

—Sería perfecta— comentó Harry, entusiasmado—. Pero eso se va a llevar algo de tiempo; ¿qué te parece si mientras la terminan habilitamos la capilla de la Mansión? Supongo que allí es donde se oficiaba misa en tiempos de tus abuelos. Podríamos ver si algún clérigo de las villas vecinas está dispuesto a venir un par de horas los domingos, mientras terminas la Vicaría y consigues un vicario.

—Excelente idea— aceptó Severus, entendiendo por primera vez la falta que hacía una pareja en su vida, no sólo desde el punto de vista emocional sino también a nivel práctico. Se quedó mirando largo rato a Harry, que en ese momento le daba la espalda para comentar algo con el señor Diggori.

Justo en ese momento, entendió plenamente lo solo que había estado hasta entonces, la inmensa falta que hacía la calidez y el amor de Harry en su vida.





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Última edición por alisevv el Dom Feb 14, 2016 5:20 pm, editado 4 veces
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I   Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I I_icon_minitimeSáb Jun 21, 2014 10:53 pm

me gusta como Harry se esta adaptando a su nueva vida y como controlo a su caballo, Very Happy
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I   Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I I_icon_minitimeVie Jul 04, 2014 3:16 pm

Y no sólo controla al caballo, también a cierto Duque  sarcastic 
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Yuki Fer
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I   Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I I_icon_minitimeMar Ene 20, 2015 12:33 pm

jajajaja eso no cabe la menor duda...ahora sabemos quien lleva los pantalones en esa casa.XD ahahaha ok nop...T_T hahahah ese harry llegando llegando y ya da ordenes como dueño...XD
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I   Una promesa trajo el amor. Capítulo 6. La vida en la mansión parte I I_icon_minitime

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