alisevv
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| Tema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 7. La vida en la mansión parte II Vie Abr 03, 2009 10:56 pm | |
| Una vez que se hubieron despedido del capataz, Severus acercó su caballo al de Harry.
—Vamos—dijo escuetamente—, aún queda un rato antes de que sea hora de comer, quiero aprovechar para mostrarte algo.
Cabalgaron en silencio por un buen rato, disfrutando la sensación de la brisa sobre sus rostros, hasta que Harry frenó un tanto su montura, instando a Severus a hacer lo mismo.
—¿Hasta donde vamos?— preguntó.
Severus lo miró extrañado. Por su cara, parecía que se le acababa de ocurrir una idea muy divertida.
—Hasta el bosquecillo que ves allí— respondió, señalando los árboles que se observaban a una milla de distancia.
—Perfecto— dijo Harry, ampliando la sonrisa—. Te reto a una carrera— y sin esperar respuesta, salió a todo galope.
Severus tardó unos segundos en reaccionar y al fin se echó a reír.
—Pequeño tramposo— y sin más, salió disparado en persecución de su pupilo. Lo alcanzó y sobrepasó cuando ya casi llegaban al lindero de árboles. Ambos rieron divertidos y acercaron sus monturas.
—Mira que eres tramposo— dijo Severus—. Igualito a James.
—Tenía que defenderme— replicó Harry, jadeando del esfuerzo y de la risa—. Tú fuiste soldado, estás más acostumbrado que yo a cabalgar. De hecho, me ganaste.
—¿Es que lo pusiste en duda en algún momento?— preguntó Severus, con fingida jactancia.
—Presumido— Harry miró a su alrededor. El sitio era realmente agradable; altos y frondosos árboles esparcían su sombra refrescante y a sus pies crecía el musgo y algunos hongos silvestres. Era muy semejante al bosque que rodeaba la Mansión Black—. ¿Éste es el lugar que querías mostrarme?
—No exactamente— dijo Severus, jalando las riendas de su caballo para enfilarlo hacia el interior del bosque—. Sígueme.
Trotaron por el difícil terreno durante unos minutos y al final salieron a un claro, donde había un pequeño lago.
Harry abrió los ojos como platos y, desmontando, se acercó presuroso al borde del lago. Lo observó un momento y luego giró su cabeza para mirar con ojos radiantes a su tutor, quien ya se encontraba a su lado.
—¿Éste es, verdad?— preguntó, con voz ansiosa—. El lago al que venían tú y papá siendo niños.
—Sí— contestó Severus, con una leve sonrisa—. Sabes, desde que me despedí de tu padre, nunca volví acompañado a este lugar. Pasé demasiado tiempo lejos de casa, y desde que regresé, he venido varias veces pero siempre solo.
—Gracias por traerme— musitó Harry, con el alma en la mirada.
—Sabía que te iba a gustar venir aquí. A mí siempre me serena este sitio.
—Es un lugar precioso— el joven se inclinó y rebuscó en el suelo hasta encontrar un guijarro—. Te reto a ver quién llega más lejos— dijo, mostrándole la piedra que sostenía.
Severus rió, divertido.
—Cuando lleguemos a Londres me voy a ver obligado a mantenerte alejado de las mesas de juego, te gusta mucho apostar.
—¿Acaso tienes miedo que esta vez sí te gane?
—Ja, eso lo veremos— el hombre se inclinó y buscó otra piedra plana—. Tú primero.
—No, yo prefiero tirar de último— pidió Harry.
Con un asentimiento de cabeza, Severus se preparó y lanzó con toda su fuerza. La piedra voló sobre la pulida superficie del lago, y luego de chocar contra el agua, dio varios botes hasta hundirse definitivamente.
—Buen tiro— comentó Harry, preparándose para disparar. Su piedra también salió como una bala y luego de dar varios botes sobre el agua, se hundió un poco más cerca de la orilla que la de Severus.
—Gané, gané— exclamó Harry, saltando entusiasmado.
Severus se le quedó viendo, asombrado, al parecer los lentes que usaban los Potter no les permitían distinguir correctamente las distancias. Estaba a punto de decirle que estaba equivocado, que su piedra había llegado más lejos, pero al notar el casi infantil regocijo de su pupilo, simplemente sonrió y comentó con alegría.
—Sí, me ganaste. Pero que conste que fue por muy poquito.
En medio de la euforia, Harry se giró hacia Severus y, en un impulso inconsciente, se abrazó a él y le dio un suave beso en los labios. El hombre, sin poderlo evitar, lo abrazó por la cintura y lo plegó contra su cuerpo, profundizando el beso.
Segundos o siglos después, ambos se separaron y se miraron a los ojos. Luego de un momento, Harry musitó, con los ojos turbios por la emoción contenida.
—Gracias por traerme a este lugar, Severus.
El hombre alzó una mano y acarició tiernamente la suave mejilla.
—Fue un placer y un privilegio, te lo aseguro.
Sin otra palabra, ambos montaron en sus cabalgaduras y enfilaron rumbo a la Mansión.
Ese beso junto al lago no se volvió a repetir, ni siquiera se volvió a mencionar, pero desde ese día entre Severus y Harry se estableció una complicidad muy especial.
Al día siguiente, Severus estableció contacto con quienes se iban a encargar de la construcción de la escuela y la vicaría, y dos días más tarde, ya se estaban empezando las obras de la escuela. Asimismo, encargó a una carpintería de un condado vecino, muy famosa por la región, para que elaborara los muebles de la escuela y de la futura capilla de la vicaría.
Por su parte, Harry, apoyado por una más que entusiasta Hermione, empezó a trabajar en la obtención del material de estudio y juego. También entrevistaron a varias de las madres que trabajaban en la textilera y eligieron a una diligente y simpática mujer de veinticinco años para que se encargara de los pequeñines.
Severus encargó a una tía en Londres para que le consiguiera varios maestros, a fin de que Harry y Hermione los entrevistaran: ‘no me fío de dejar la elección en manos de la cacatúa’, habían sido sus palabras exactas.
También habían conseguido un vicario, en el mismo condado donde estaba ubicada la carpintería. El religioso, un hombre bondadoso y amable de unos sesenta años, aceptó gustoso oficiar el servicio en la capilla de la Mansión, mientras lograban contratar un vicario para el Ducado. Incluso recomendó a su sobrino para el puesto, comentando que por los momentos se encontraba de misionero en Asia, pero pensaba regresar en un par de meses a lo sumo.
Tanto a Severus como a Harry les pareció perfecto; de todas formas, los constructores les habían dado un estimado de mes y medio para terminar la construcción de la Vicaría, así que les vendría como anillo al dedo.
Así, el siguiente domingo, Severus, Harry y Hermione, cuidadosamente ataviados, se sentaron junto con los trabajadores del Ducado a escuchar el primer servicio religioso que se efectuaba en la hermosa capilla en mucho tiempo.
Al terminar el servicio, se dirigieron a los terrenos donde se había preparado una gran comida para todos y compartieron una agradable tarde como hacía mucho no se veía en la región.
En las siguientes semanas, Harry y Severus apenas se veían un momento en las comidas, cada uno inmerso en sus respectivos quehaceres; pero en la noche, después de cenar, se reunían en el estudio en lo que Hermione denominaba con diversión ‘las veladas culturales’ y a las que ella, quien ya había entendido de qué iba el asunto y quería echar una ayudita a Harry, rara vez asistía.
Así, ambos hombres se sentaban, con una bebida en las manos, y charlaban de lo que habían hecho durante el día o de las noticias que le llegaban a Severus de Londres, y al final, antes de irse a dormir, Harry tocaba un poco de violín o de flauta, y siempre, siempre se despedía de su tutor con un beso en la mejilla.
Una de esas noches, un mes más tarde, Severus le había confesado su idea de escribir un libro sobre la India, un país y una cultura que encontraba realmente fascinantes. Incluso le había prestado unas pocas cuartillas que llevaba escritas. Eso había sucedido la noche anterior y Harry había pasado un par de horas acostado en su cama antes de dormir, leyéndolas como si fueran un tesoro. Y también había tomado una determinación que iba a ejecutar esa misma noche.
Así, luego que Severus le entregara su copa habitual y se sentara frente a él, fue directo al grano.
—Anoche, luego de irme a acostar, estuve leyendo lo que me prestaste— dijo, mostrándole las cuartillas rellenas con la cuidada letra del Duque de Snape—. Es un comienzo excelente, Severus. Con todo el conocimiento que tienes de la India, estoy seguro que lograrás un libro fabuloso.
El hombre sólo sonrió.
>>Por cierto, me di cuenta que acostumbras a fechar las cuartillas— continuó el joven.
—Sí, es un hábito, cada vez que termino de escribir algo, suelo poner la fecha en que lo hice.
—Lo imaginé— el chico buscó la última página escrita—. Esta hoja está fechada hace casi seis meses, ¿por qué, Severus?
—Para poder escribir necesito tiempo y tranquilidad, y eso es algo de lo que no dispongo. No me sobraba mucho tiempo antes pero desde que despedí a mi secretario todo se me ha complicado— explicó el hombre—. Necesito con urgencia a alguien, pero no es fácil conseguir quien reúna las condiciones que exijo. He avisado a mis amistades de Londres para que estén pendientes pero todavía no he tenido noticias.
—Entiendo, y por eso te propongo un trato.
—Mientras no se trate de otra apuesta.
El joven rió, pero ignorando el comentario, siguió con el planteamiento de su idea.
—La otra mañana vi el enorme montón de correspondencia que recibías.
—Sí, eso está relacionado con mis actividades, de Londres o de la finca. La mayoría son tonterías sin demasiada importancia pero aún así requieren respuesta.
—Y te quitan mucho tiempo— completó Harry—. Y aquí viene el trato. Te propongo encargarme de contestar esas cartas tontas y atender en primera instancia a la gente que solicita hablar contigo, así te paso solamente aquellos casos que requieren tu ingerencia.
—De ninguna manera— negó Severus—. Ya bastante tienes con lo de la escuela y supervisar la construcción de la Vicaría.
—La supervisión de la construcción me toma apenas una hora en las mañanas, y la escuela ya está marchando. De hecho, el otro día Hermione y la nueva maestra me sugirieron ‘amablemente’ que dejara de ir por allí porque distraía a los niños— al ver que el otro seguía reacio, insistió—. En serio, Severus, tengo demasiado tiempo libre y me aburro. Además, el trato no es de gratis, solicito algo a cambio.
—¿Y qué será?— preguntó el hombre, enarcando una ceja.
—Quiero que dediques al menos dos horas de tus tardes a escribir sobre la India.
—Eso no es un trato, todas las ventajas son para mí.
—Ja, ¿es que no se nota que quiero leer más sobre esas aventuras? Sobre todo lo que tenga que ver con su Señoría, el Duque de Black— puntualizó Harry, guiñando un ojo. Al ver que Severus se reía, extendió su mano—. Entonces, ¿es un trato?
Mirándolo fijamente con sus agradecidos ojos negros, Severus apretó la mano que le tendían.
—Es un trato.
Días más tarde, Hermione encontró a un serio y pensativo Harry, sentado en una de las sillas de la terraza y con la vista perdida en el paisaje frente a él.
—Hola, Lord Harry— saludó divertida, sentándose en una silla a su lado—. ¿En qué estás pensando, tan serio y concentrado?
Saliendo de su ensimismamiento, Harry se giró hacia la chica, que se preocupó al ver su expresión.
—¿Harry, qué pasa? ¿Tuviste algún contratiempo?
El joven le contestó con otra pregunta.
—Hermione, ¿sabes quién es la Vizcondesa de Malfoy?
Ante la pregunta, su amiga frunció el ceño con evidente disgusto.
—¿Dónde oíste hablar de ella?
—Esta mañana, cuando Severus estaba revisando la correspondencia para descartar las cartas no importantes y entregármelas, había una misiva que desprendía un perfume francamente desagradable— Harry frunció la nariz—. Severus la tomó y se apresuró a guardarla en el escritorio, pero yo alcancé a leer el remitente: Narcisa, Vizcondesa de Malfoy.
—Pronto tendrá que dejar de usar ese título— musitó Hermione, casi para sí, antes de agregar en voz más alta—. No te preocupes por ella, no es nadie importante.
—¿Cómo no? Severus se apresuró a guardar la carta entre sus cosas personales, como si fuera muy importante, y noté el gesto de desagrado que apareció en tu cara ante su mención. ¿Por qué?
Al ver la ansiedad en el rostro de su amigo, la chica posó una delicada mano sobre su brazo.
—De verdad no debes preocuparte, Harry— musitó—. Esa mujer no es competencia para ti— al ver que el otro enrojecía fuertemente y bajaba la mirada, continuó—: No debes sentirte avergonzado conmigo. Yo soy tu amiga y siempre voy a ser solidaria contigo. Siempre.
—¿Tanto se me nota?
—Yo diría más bien ‘tanto se les nota’. Severus está tan enamorado de ti como tú de él.
—¿De verdad lo crees?— preguntó el chico con ansiedad.
—Harry, que no eres tonto. Has tenido que darte cuenta como te mira.
Su amigo enrojeció más si cabe.
—Sé que le gusto, pero de ahí a estar enamorado…
—Pues si a las mujeres nos permitieran apostar, yo apostaría todo lo que tengo a que sí.
—¿Entonces, por qué no hace algo al respecto? Se supone que él debe dar el primer paso, eso me dijo Remus.
—¿Qué quieres que te diga? ¡¡HOMBRES!!!
Ambos se echaron a reír, divertidos.
—¿Pero no me has respondido qué tiene que ver Severus con esa Vizcondesa?— Harry volvió a su idea inicial.
—Mira que eres insistente— comentó la chica—. Bien, digamos que la dama en cuestión estuvo tras los huesitos de tu amado la temporada social pasada. Él parece que tuvo… cierto acercamiento con ella, pero parece que ella esperaba más de lo que tu tutor estaba dispuesto a ofrecer.
Harry frunció el ceño, no le agradaba la idea de que alguien con quien Severus había tenido ese ‘acercamiento’ meses atrás, estuviera enviándole cartas perfumadas. Luego cayó en cuenta que, siempre que hablaba de la mujer, su amiga utilizaba un tono claramente despectivo.
—¿Y a ti por qué te cae tan mal la Vizcondesa?
Pillada en falta, esta vez le tocó enrojecer a Hermione, pero no dijo nada.
>>—Vamos, Hermione, somos amigos. Acabo de aceptar ante ti mi amor por Severus. ¿No tienes suficiente confianza en mí para contarme?
Alisando los pliegues del vestido, la joven, aún ruborizada, comenzó a hablar.
—Verás, la Vizcondesa tiene un hijo, Draco— musitó suavemente—. Nos encontramos en algunos bailes la temporada pasada, bailamos, conversamos, y…
—¿Y?— la animó Harry, sonriendo con ternura.
—Nos enamoramos y nos hicimos novios en secreto— confesó ella al fin.
—¿Por qué en secreto?— Harry frunció el ceño, si ese tal Malfoy no respetaba a su amiga, se las iba a ver con él.
—No pongas ese tono, no es por nada malo— lo tranquilizó Hermione—. Draco me ama, como yo lo amo, pero decidimos esperar hasta que cumpla su mayoría de edad y reciba el título y la herencia que le dejó su padre.
—¿Por qué? No entiendo.
—Draco teme que su madre quiera hacer algo para separarnos y él no tenga posibilidad de evitarlo— explicó la joven—. Parece que ella está empeñada en casarlo con un hombre fértil, pues eso le daría un mayor prestigio en la Corte.
—Pero si él se niega, su madre no puede obligarlo.
Hermione se quedó callada un largo rato. Al fin, con un suspiro, continuó:
—Por lo que Draco me contó, la mujer es de armas tomar— explicó la chica—. Le hizo la vida imposible a su padre, y a él se la sigue haciendo. En cuanto a lo que podría hacer, Draco teme especialmente por mí.
—¿Y qué podría hacerte?
—La Corte de Londres es un nido de chismes y habladurías. Una mujer como la Vizcondesa podría inventar cualquier atrocidad y destruir mi reputación en un abrir y cerrar de ojos— Hermione lanzó un suspiro de frustración—. Por eso, Draco no quiere que ella se entere hasta que nuestro compromiso sea un hecho consumado. Ya habló con su tío, y en cuanto cumpla la mayoría de edad, en poco más de un mes, ambos van a ir a hablar con mis padres para solicitar mi mano y establecer el compromiso. Entonces sólo quedaría esperar a la primera fiesta de la Corte para presentarnos ante la Reina y solicitar su aprobación. Luego de eso, la Vizcondesa ya no podrá hacer nada para impedir nuestro matrimonio.
—Vaya enredo— comentó Harry.
—Dímelo a mí— dijo Hermione, sonriendo—. Me muero por ver a Draco, pero por lo pronto es imposible.
—Espero que esa mujer no vaya a causar problemas ni en tu vida ni en la mía— musitó Harry, frunciendo el ceño.
—Sí, yo también lo espero.
— Albus, ¿queda alguien más esperando?— preguntó Harry, quitándose los lentes y pellizcándose el puente de la nariz.
Había sido una mañana realmente pesada. Primero, había tenido que mediar entre los dos constructores principales de la Vicaría, quienes no terminaban de ponerse de acuerdo con unos detalles de la capilla. Luego había regresado a la Mansión y había estado reunido largo rato con un grupo de agricultores, conversando sobre una variedad de cebada que supuestamente era más resistente a las plagas y daba un rendimiento diez por ciento superior a la variedad que se sembraba actualmente. Por último, había tenido una larga conversación con el encargado de la textilera, en relación a ciertos problemas de seguridad laboral.
Pese a sentirse realmente cansado, estaba satisfecho. Le había ahorrado a Severus largas horas de discusión; ahora tenía propuestas concretas que presentarle al Duque para su aprobación.
—Si, joven Lord, queda un muchacho en la antesala.
—¿Un muchacho? ¿Qué muchacho?
—Nunca antes lo había visto, creo que no es de por aquí— miró a Harry y le advirtió—. Por cierto, insiste en ver al señor Duque.
Harry frunció el ceño con fastidio, lo que menos necesitaba era tener que lidiar con alguien que insistiera en ver a Severus. Al fin, con un suspiro de resignación, musitó:
—Mejor hazlo pasar y terminemos con esto.
Momentos después, Albus regresó con un joven bastante guapo, de unos veinte años, alto y delgado, de piel, ojos y cabello oscuros. Vestía sencillas ropas de trabajo y su actitud en general era bastante agresiva. En cuanto vio a Harry, frunció el ceño, molesto, y casi escupió las palabras.
—Usted no es el Duque.
Harry lo miró, igualmente molesto por su actitud, y replicó:
—En primer lugar, le agradezco que mientras esté en la Casa Snape, se refiera a su dueño con el debido respeto— señaló, levantando una mano para evitar que hablara—. En segundo lugar, tiene razón, no soy el señor Duque.
—Yo sólo pienso hablar con— se detuvo un momento, como resistiéndose a dar a Severus el tratamiento que Harry exigía—… su Señoría.
—Lo lamento, o habla conmigo o no habla con nadie. Usted decide.
El joven rumió con rabia durante unos segundos y al fin miró a Harry con rostro ceñudo.
—¿Y usted quién es?
Harry respiró profundo, definitivamente iba a necesitar más paciencia de la que había pensado en un principio.
—Mi nombre es Lord Harry Potter— contestó, haciendo énfasis en la palabra Lord—, y si quiere que tengamos una conversación civilizada, le agradezco que me trate con la misma cortesía con que lo trato yo.
Al ver que ante sus palabras y el tono con que fueron dichas el joven bajaba un tanto la guardia, Harry distendió su ceño.
>>Parece que nos vamos entendiendo— dijo, y señaló un asiento—. ¿Qué le parece si para empezar toma asiento y me dice su nombre?
El hombre se sentó en la orilla de la silla; una vez calmada su furia, era evidente su incomodidad al encontrarse en un sitio tan lujoso.
—Me llamo Zabini, Blaise Zabini
—Ahora, señor Zabini— continuó Harry—, ¿me podría decir qué lo trae a la Casa Snape y por qué necesita hablar con su Señoría?
El joven moreno miró a Harry a los ojos y por alguna razón que no alcanzaba a comprender, sintió que le inspiraba confianza. Así que, totalmente derrumbadas sus defensas, empezó a hablar. Cuando terminó, mucho rato después, Harry lo miró con el ceño fruncido.
>>Le puedo asegurar que el señor Duque desconoce completamente esa grave situación— se levantó e hizo un gesto al joven—. Por favor, acompáñeme.
Harry salió de la habitación que utilizaba como despacho privado y llamó a Albus.
—¿Diga, joven Lord?— preguntó el hombre cuando llegó a su lado.
—¿Milord está en su despacho?
—Sí, joven Lord.
—Gracias.
Sin otra palabra, Harry se dirigió al despacho de su tutor. Sonrió al joven criado que estaba al lado de la puerta por si a Severus se le ofrecía algo, golpeó la madera suavemente y cuando obtuvo permiso para entrar, asomó la cabeza con una sonrisa de disculpa.
—Milord, siento molestarlo, podría concederme unos minutos.
Extrañado por la actitud de Harry y por el hecho de que no lo estuviera tuteando, Severus replicó:
—Sí, Harry, pasa.
El joven pasó, seguido de cerca por Blaise Zabini. Al mirarlo, Severus alzó una ceja interrogante.
—Milord, el joven que me acompaña se llama Blaise Zabini— explicó Harry. Ante un gesto de Severus, ambos chicos tomaron asiento. El hombre los miró realmente intrigado y Harry, entendiendo su gesto, continuó hablando—. Viene del norte. ¿Usted tiene noticias de unas minas de diamante propiedad del Ducado, situadas a cuatro horas de camino de aquí?
—¿Minas de diamante?— inquirió el Duque, extrañado—. No, entre las propiedades del Ducado no existen ningunas minas de diamante.
Blaise iba a hablar para protestar pero Harry, de forma automática, le puso una mano en el brazo para impedirlo. De inmediato, notó la mirada molesta en los ojos negros de su tutor y retiró la mano con rapidez.
—Hace alrededor de medio año, el dueño de las minas murió; al parecer, tenía una vieja deuda con su padre, y en su testamento legó las minas al Ducado— continuó explicando Harry.
—Jamás tuve noticias de esa herencia— denegó Severus.
—Pero no es posible— argumentó Blaise Zabini—. El señor Goyle llegó con un poder de usted y recibió la propiedad.
—¿Goyle?— exclamó Severus, frunciendo el ceño—. Imposible, era mi secretario pero jamás otorgué un poder a su nombre.
—Y no termina todo ahí— intervino Harry—. Al parecer, Goyle se presentó en tres oportunidades adicionales, y en cada una de ellas se llevó un buen lote de diamantes— miró a Severus significativamente—. La última vez fue por el tiempo de la muerte de mi padre.
—Canalla desgraciado— masculló Severus—. Deja que lo agarre, lo voy a despellejar vivo— miró fijamente a Blaise—. Le agradezco mucho que viniera a avisarme, si algo puedo hacer por usted…
—En realidad, esa no es la razón de mi presencia aquí— lo interrumpió el visitante—. De hecho, todos estábamos convencidos de que él actuaba en su nombre.
—¿Entonces?— inquirió el Duque.
El hombre carraspeó y se removió incómodo en su asiento. Había llegado guiado por la furia y la impotencia, dispuesto a decirle al Duque de Snape lo miserable que era, pero ante el giro de los acontecimientos, trataba de buscar las palabras para que el Lord entendiera la penosa situación que le había llevado a la Mansión.
—Verá. El antiguo propietario de las minas era un hombre déspota y malvado— comenzó su relato—. Su única preocupación eran las ganancias que pudiera obtener, nunca el bienestar de las gentes que trabajaban para él.
>>Cuando murió, que Dios nos perdone, no pudimos evitar alegrarnos. Sus hijos son personas mucho más decentes, y pensábamos que al heredar ellos, todo cambiaría. Pero cuando se abrió el testamento, resultó que había legado la propiedad de las minas a alguien completamente extraño para nosotros, el Duque de Snape.
>>El señor Goyle se presentó a la lectura del testamento en su representación, aduciendo que usted tenía demasiadas ocupaciones en la Corte y le resultaba completamente imposible asistir. Cuando terminó la lectura, mi padre, que es el encargado de las minas, se presentó ante él y le explicó toda la situación. El hombre le dijo que le transmitiría sus preocupaciones a usted y se marchó.
>>En las siguientes visitas que hizo, siempre decía que usted seguía ocupado en Londres y no había podido comentarle nada al respecto, pero en cuanto regresara a la Mansión se lo haría saber.
>>Yo llevaba varios días pidiéndole a mi padre que me permitiera venir a… reclamarle— confesó el joven—, pero mi padre se negaba y decía que había que tener paciencia y esperar, hasta que…— el joven hombre se detuvo, como si un nudo de emoción le impidiera hablar— ayer pasó algo que le obligó a aceptar mi petición.
—¿Qué ocurrió?— preguntó Severus, hablando por primera vez desde que Blaise empezara su relato.
El joven respiró profundo y explicó.
—Una zona de una de las minas se derrumbó y atrapó a tres personas— explicó, con el rostro sombrío—. Todos murieron.
Severus frunció profundamente el ceño y Harry no pudo evitar intervenir.
—Y eso no es lo peor, Milord— musitó, acongojado—. Una de las víctimas sólo tenía doce años. Era apenas un niño.
—¿Qué?— el rostro de Severus se había convertido en una mascara de furia—. ¿Qué hacía un niño trabajando en las minas? ¿Cómo lo permitieron?
—Hay varios niños trabajando en las minas, Milord— informó Blaise, contrito—. Esa fue la mayor lucha de mi padre desde que lo nombraron encargado; con el dueño anterior insistió reiteradamente en que dejara de tener niños en ese trabajo hasta que el desgraciado lo amenazó con despedirlo. A mi padre no le importó, y de hecho estuvo a punto de renunciar, pero los otros trabajadores le convencieron de quedarse, mal que bien, mi padre siempre ha tratado de ayudarlos en todo lo que le ha sido posible.
—Severus, no tienes idea de lo que me ha contado— Harry estaba tan acongojado que por un momento olvidó el trato que daba a su tutor cuando había alguien presente—. Las minas son completamente inseguras, por eso ocurrió el accidente. Las viviendas son insalubres y cuando llueve se cuela el agua por los techos. No tienen doctores ni medicinas. Les pagan en fichas, y el encargado de pagar los salarios, que por lo que entendí hizo un trato con Goyle, es el dueño del único lugar donde pueden cambiar esas fichas para comprar comida y otros artículos esenciales— los sentimientos de Harry bullían en una mezcla de tristeza y rabia profunda—. Ese lugar es un infierno, no sé cómo pueden quedar todavía sitios así en Inglaterra.
—Esa es una de las luchas que tenemos en la Corte, Harry— le explicó Severus—. Todavía quedan demasiados sitios así, aunque uno de los propósitos de nuestra Reina y el Príncipe de Gales es acabar completamente con esa lacra— se giró hacia Blaise—. Tranquilízate, muchacho. Ahora ya es muy tarde, pero mañana a primera hora te voy a acompañar hasta allí a ver lo que podemos hacer— tocó una campanilla que tenía sobre el escritorio y segundos más tarde entraba el lacayo de guardia.
—¿Me necesitaba, Milord?
—Sí. Por favor, dile al señor Dumbledore que venga enseguida.
Poco después, el anciano mayordomo entraba en el despacho.
—Albus, el señor Zabini va a pasar la noche en la Mansión, procura que se sienta cómodo. Y por favor, dile a Lady Hermione y a Karkaroff que los necesito en el estudio— mientras Blaise y Albus se dirigían a la salida, Severus agregó—: Señor Zabini, siéntase en su casa, saldremos mañana al amanecer.
Una vez hubieron abandonado la habitación, Harry miró a su tutor.
—¿Hermione?
—Supongo que querrás acompañarnos al viaje, ¿o me equivoco?
—Por supuesto que quiero ir.
—En ese caso, vas a necesitar una dama de compañía. Ni siquiera en el campo es apropiado que emprendas un viaje tan largo conmigo sin que vaya Hermione.
Antes que Harry pudiera replicar nada, se escucharon unos suaves golpes en la puerta.
—Pasa, Hermione— concedió Severus.
La chica entró, sonriente.
—Albus me dijo que me necesitaban.
—Sí, siéntate por favor— cuando la joven se instaló en una silla al lado de Harry, Severus explicó—. Mañana tenemos que ir a un pueblo que queda a unas horas de aquí y Harry va a necesitar una dama de compañía, ¿crees que sería muy molesto para ti acompañarnos?
—Claro que no— dijo la chica, sin perder la sonrisa, a la que agregó una expresión curiosa.
—Anda, pregunta— se rió Harry, mirando la cara de ansiedad de su amiga—. Te mueres por saber qué vamos a hacer allí.
Hermione enrojeció fuertemente.
—Harry, no es de caballeros burlarse de una pobre damisela curiosa— Severus siguió el juego de su pupilo—. Tranquila, Hermione, Harry te va a poner al tanto de lo que pasa, y conociéndote, estoy seguro que te va a gustar esta expedición.
Unos nuevos golpes en la puerta anunciaron la llegada de Karkaroff.
—Adelante— el hombre pasó y se cuadró ante el Duque—. Igor, necesito que habilites una de las carretas grandes y las llenes de provisiones, alimentos, aceite, carbón; manda que recolecten una buena cantidad de frutas y verduras de la huerta y consigan unas cuantas piezas de cacería, patos, conejos, ya sabes. También quiero que incluyan varias mantas y una buena cantidad de piezas de tela de la textilera. Y necesito que le digas a Seamus que prepare el coche más cómodo, y que todo esté dispuesto para partir al amanecer.
—¿Va a ir muy lejos el señor?— preguntó el jefe de caballerizas.
—A unas cuatro horas de aquí, y por cierto, prepárate porque tú vienes con nosotros. Y elige a un par de hombres para que ayuden con la carga y descarga de la carreta.
—Enseguida me pongo a organizar todo— dijo el hombre, solícito—. ¿Necesita algo más, Milord?
—Eso es todo.
Cuando el hombre hubo partido, Severus fijó su atención en Harry y Hermione.
—Ahora es mejor que vayamos a comer, me muero de hambre
Cuando llegaron a las minas, a todos se les cayó el alma a los pies. Una cosa era escucharlo y otra muy diferente ver los rostros macilentos de las personas, especialmente los niños, y esos ojos con una tristeza tan profunda que llegaba al alma.
Después de conversar con el encargado, Theodore Zabini, y recorrer todo el lugar, Severus reunió a toda la gente que vivía y trabajaba en ese inhóspito sitio.
Les comunicó que iba a contratar a un grupo de personas especializadas para que se encargaran de revisar las minas y acondicionarlas con las medidas de seguridad necesarias para el caso. También pensaba enviar los materiales requeridos para acondicionar todas las viviendas; así, mientras se realizaban los trabajos de adecuación de las minas, los mineros quedarían encargados de restaurar sus casas, y no sólo eso, siguiendo el ejemplo implantado en el Ducado Snape, se debería construir un dispensario y una pequeña escuela para los niños de la zona.
Por supuesto, quedaba terminantemente prohibido el trabajo de los pequeños en las minas. Las mujeres quedaron encargadas de confeccionar ropa nueva para todos y cuidar a los niños y los enfermos mientras se conseguía un médico que estuviera dispuesto a residir en la zona.
El señor Zabini iba a ser el destinado para vigilar que todo lo planeado se adelantara correctamente y el joven Blaise iba a ser el encargado de realizar los pagos. Mientras las minas no estuvieran produciendo, el Ducado se iba a encargar de cancelar todos los gastos, incluidos los salarios. Una vez entrara en su funcionamiento normal, Blaise, en representación del Duque, también tendría la asignación de vender los diamantes y presentar las cuentas ante Severus.
—Esto va a ser solamente por un tiempo— explicó Severus, una vez que se quedaron a solas con Theodore y Blaise Zabini—. No estoy interesado en conservar las minas, no es correcto ni ético— miró fijamente a Theodore—. ¿Cómo son los hijos del antiguo propietario?
—Excelentes personas— comentó el hombre—. Siempre se preocuparon por lo que ocurría en la mina, supongo que eso enfureció a su padre y fue una de las causas que lo impulsó a dejarle las minas a otra persona.
—¿Cree que podría comunicarse con ellos?
—Sí, trabajan en una región cercana. Su padre les dejó una ínfima herencia, su posesión más valiosa eran las minas, pero son trabajadores y están saliendo adelante.
—Bien. Dígales que vengan a verme, que necesito conversar con ellos sobre las minas.
—Con gusto, Milord.
Cuando Severus y su pequeña comitiva abandonaron el lugar, fueron despedidos por un grupo de personas cuyos rostros seguían igual de macilentos, pero ahora estaban adornados por una hermosa sonrisa.
Cansados y satisfechos, Severus, Hermione y Harry ya estaban llegando al Ducado cuando sintieron un súbito ruido y el carruaje empezó a moverse descontroladamente. Por suerte, el cochero logró estabilizarlo y, momentos después, lo detenía no sin cierta brusquedad.
Severus abrió la portezuela y bajo en medio del camino.
—¿Qué pasa?
—Es una de las ruedas, se salió del eje, Milord— explicó Seamus, el cochero—. Tendremos que detenernos mientras se repara.
Severus frunció el ceño pero decidió tomarlo con filosofía, por suerte aún quedaba un buen rato para que oscureciera, así que se asomó al interior del carruaje y puso cara de circunstancias.
—Chicos, lo siento pero hay que bajar un momento, una rueda se rompió.
Gruñendo porque ya ansiaban llegar a casa y darse un buen baño, ambos jóvenes descendieron del carruaje. Mientras el cochero y su ayudante reparaban la rueda, vieron acercarse la carreta conducida por Igor Karkaroff.
—¿Qué ocurrió, Señoría?— pregunto el hombre, deteniendo la carreta al lado de Severus.
—Una rueda del carruaje— contestó el Duque por toda explicación—. Si quieren, pueden adelantarse.
—Mejor no— contestó el jefe de caballerizas—. No sabemos qué pueda presentarse, podrían necesitar ayuda.
Con un asentimiento de cabeza, Severus se dio la vuelta y se dirigió hacia el lugar donde Harry y Hermione parecían estar revisando un arbusto.
—¿Qué hacen?— preguntó, curioso.
—Mira, Severus, son frambuesas— contestó Harry, con una sonrisa radiante—. Y están deliciosas.
—Por lo visto, sí— contestó el hombre, riendo al ver como los otros comían frambuesas sin parar—. A ver, denme unas…— Severus se interrumpió y llevó una mano a su pierna con gesto de dolor.
—¿Qué ocurre?— preguntó Harry, preocupado.
—Algo me picó.
—Fue una serpiente— dijo uno de los hombres que iban en la carreta—. La vi huir entre los arbustos.
Al instante, Karkaroff saltó de la carreta y corrió hacia Severus.
—Acuéstese, Milord— su tono no era de petición sino de orden, sabía que si la serpiente era venenosa no podía perder ni un instante—. Dean, prepara un cuchillo. Joven Lord, sostenga la cabeza de Milord.
Mientras Harry ayudaba a acostar a Severus y ponía su cabeza sobre su regazo, Dean juntaba hojas secas, las encendía con un fósforo, y sacaba un cuchillo de hoja afilada y lo pasaba por las llamas. Entretanto, Karkaroff retiraba la bota de Severus, desgarraba la pernera de su pantalón y aplicaba un torniquete por debajo de la rodilla.
—El cuchillo, rápido— ordenó el hombre, antes de girarse hacia Harry—. Déle su pañuelo a Milord, que lo muerda con fuerza.
Al ver que Severus se iba a negar, Harry murmuró en su oído:
—No seas terco, esto te va a ayudar a controlar el dolor.
Mientras Severus mordía con fuerza el pañuelo, su empleado hizo un corte profundo en la zona donde claramente se veían los orificios de la picadura de la serpiente. Luego, acercó su boca a la herida y chupó con fuerza, para después escupir a un lado lo succionado. Repitió la operación varias veces más y por último, vendó la herida con su propio pañuelo.
—Tiene que verlo un doctor lo antes posible— explicó Karkaroff, mirando a Harry, que acariciaba suavemente el cabello de su tutor, intentando tranquilizarlo—, no sé cuánto de la ponzoña pudo haber entrado en su sangre.
Con un asentimiento de cabeza, Harry miró al cochero del carruaje.
—¿Falta mucho con esa rueda?
—Ya está lista, joven Lord— contestó Seamus, que estaba todavía blanco de la impresión.
—Dean— ordenó al hombre que había preparado el cuchillo—, adelántate con un caballo y busca al doctor, necesito que esté en la Mansión cuando lleguemos— miró a Karkaroff—. Por favor, ayúdenme a llevar a Milord al carruaje— inclinó la cabeza al oído de Severus, quien a pesar del dolor estaba murmurando que no necesitaba ayuda, y susurró—. Y tú, deja de gruñir.
En momentos, Severus, junto a Harry y Hermione, estaban instalados en el carruaje que partió a toda velocidad.
Para cuando llegaron a la Mansión, Severus ardía en fiebre y deliraba. Desesperado, Harry siguió a los hombres que lo transportaban hasta su habitación, donde ya esperaba el médico.
Los siguientes minutos fueron los más angustiantes en la vida de Harry, quien esperaba en el pasillo mientras el médico atendía a Severus. Hermione, a su lado, intentaba tranquilizarlo, aunque ella no estaba mucho mejor. Un tanto alejados, Minerva, con rostro acongojado, y Albus, con semblante preocupado, también esperaban en silencio. Al fin, el hombre salió y se dirigió a Harry.
—Por lo que veo, le fue extraída la mayor parte del veneno, pero al parecer se trataba de un animal muy ponzoñoso— explicó, con semblante serio—. Hice lo que pude pero, lamentablemente, aún no se encuentra fuera de peligro.
—¿Qué significa eso?— Harry luchaba denodadamente para que la desesperación no se reflejara en su semblante.
—Las próximas veinticuatro horas van a ser determinantes. Si logra superarlas, de seguro se recuperará.
—¿Y qué debemos hacer para que las supere?— insistió Harry, desesperado porque el hombre no terminaba de explicarse.
—Lo único que se puede hacer es tratar de evitar que la fiebre suba demasiado y rezar— dijo el doctor—. Deben ponerle paños de agua continuamente, cambiarle las ropas por algo ligero y abrir las ventanas de la habitación, y hacerle beber mucho líquido. También, cada seis horas, tienen que darle un medicamento que dejé sobre su mesita de noche. Yo ya le di la primera dosis
—Bien. Nott— llamó al valet de Severus, que también se encontraba allí cerca—. Por favor, cambie a su Señoría y póngale la ropa más fresca que encuentre. En cuanto esté listo, avíseme— se volvió hacia Minerva y pidió—: Nana, pide que traigan un recipiente con agua y varios paños de lino; además, una jarra de agua fresca para beber.
Cuando Harry entró, Severus reposaba, con un sueño intranquilo, en la amplia cama. Poco después, llegó una doncella con una gran vasija llena de agua y la propia Minerva transportando una jarra y un vaso.
—Dejen todo allí— ordenó Harry, señalando la mesita de noche. Luego, tomó uno de los inmaculados lienzos, lo empapó, lo exprimió levemente y lo puso sobre la frente de Severus.
—Niño Harry— musitó Minerva, acercándose a la cama—. ¿Por qué no se va a descansar, yo me puedo quedar cuidando a Milord?
Harry miró los bondadosos ojos donde se reflejaba el sufrimiento de aquella buena mujer que siempre había amado a Severus como a un hijo.
—No voy a dejar a Milord hasta que haya pasado el peligro, nana— musitó suavemente. Al ver la decepción en el rostro de ella, agregó—: Pero me encantaría que me hicieras compañía.
Con una sonrisa, la mujer se sentó al otro lado de la cama, tomó un nuevo paño que le pasaba Harry y lo puso sobre la ardiente frente del que siempre sería su niño.
Ambos permanecieron junto al enfermo sin ceder a las presiones de Hermione y Albus, e incluso del doctor, quienes insistían en relevarlos del cuidado del enfermo; mientras, Severus se removía y de tanto en tanto deliraba a consecuencia de la fiebre, susurrando el nombre de Harry y rogándole que no le abandonara. Cuando eso pasaba, el joven le apretaba la mano y le susurraba palabras de afecto y de apoyo, y el hombre, como si entendiera, se tranquilizaba y caía en un pesado sueño, del que lo volvía a despertar un nuevo delirio.
Por fin, casi veinte horas después de que toda aquella locura empezara, Severus cayó en un sueño más relajado y la fiebre cedió.
Minerva salió presurosa a avisar al médico, que había permanecido al pendiente todo ese tiempo. Luego que el buen hombre revisara a Severus, levantó la mirada, la fijó en los angustiados rostros de Harry y Minerva, y sonrió.
—Su Señoría ya está fuera de peligro.
Internamente, Harry y Minerva elevaron una oración de agradecimiento y amor.
Si Severus dijera que no había disfrutado la convalecencia, mentiría. Se había visto consentido por Harry, Hermione y la nana Minerva, especialmente, y por todo el personal de la Mansión en general.
Varios días después, un Severus completamente repuesto se encontraba en la terraza de la casa, acompañado de Hermione y Harry, cuando vieron un elegante carruaje que se acercaba por el camino que conducía hacia la entrada de la Mansión. Extrañado, se dirigió a la puerta principal, con la idea de recibir al visitante, con los más jóvenes siguiéndole de cerca.
Observaron mientras el vehículo se detenía y un apuesto caballero rubio descendía y extendía la mano. Una blanca mano se posó en la del caballero y una hermosa dama rubia también descendió del vehículo.
Con el corazón oprimido, Harry observó como la bella mujer caminaba presurosa hacia Severus y, echándole los brazos al cuello, musitaba:
—Mi amor, al fin, no sabes cuánto te extrañé.
Narcissa Malfoy había llegado a la Mansión Snape.
Gotitas Históricas
Les pongo un párrafo para ilustrar lo que era la vida del proletariado inglés en el siglo XIX
En aquel entonces, la vida del trabajador cambió radicalmente. Se le impuso un nuevo ritmo y horario de trabajo por medio de una estricta disciplina laboral, severas sanciones a los transgresores y bajos salarios. Las condiciones de trabajo eran deplorables, pues se realizaba en medio de una enorme contaminación y suciedad, y carente de los más elementales servicios públicos (agua, cloacas, sanitarios, limpieza de calles) y de viviendas higiénicas. Tal pobreza, e insalubridad, estimuló el desarrollo de epidemias de cólera y de fiebre tifoidea, particularmente a partir de 1830. Más tarde, en 1848, los mayores centros urbanos comenzaron a modernizarse, se difundieron los servicios públicos y la situación ambiental mejoró, pero el régimen de trabajo, pese a haber mejorado, continuó siendo espantoso. La historia transcurre en 1875, pero asumí que las malas condiciones de trabajo continuaban imperando para esa época en los lugares alejados de los grandes centros poblados.
** Walker creó los fósforos en 1827 y eran llamados de fricción, pero con ellos se corría el riesgo de que se encendieran imprevistamente al menor roce. Un sueco, Pasch, inventó en 1848 los fósforos de seguridad.
Última edición por alisevv el Dom Feb 14, 2016 6:16 pm, editado 6 veces | |
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