alisevv
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| Tema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 1. La Promesa Vie Feb 20, 2009 8:50 pm | |
| Título: Una promesa trajo el amor
Resumen: Severus, Duque de Snape, y James, hijo segundo del Conde Potter, hacen una promesa. Veinticinco años después, Severus se enfrenta al reto de cumplirla sin saber que dicha promesa le traería el amor de manos de un hermoso joven de ojos verdes: Harry Potter
Disclaimer: Todos ellos son de Rowling, pero yo quiero a Sev, por fissss.
Advertencias: Esta historia contiene mpreg. Quedan advertidos.
Hola a todos. Esta vez les traigo una historia romántica, al estilo de Bárbara Cartland. Para quienes no la conozcan, fue una escritora del género rosa bastante popular, que ambientaba sus historias en medio de la Corte y la Nobleza inglesas.
No es una adaptación de una de sus historias, el argumento es mío, pero sigue las líneas generales de su narrativa: La doncella (en este caso doncel) en apuros, el malo o mala malosos y el héroe, generalmente rico, atractivo y noble, al rescate.
En cuanto al mpreg, he tomado una idea que ya he visto en algunas historias y es la del hombre fértil. Gracias a la persona o personas que usaron dicho concepto por primera vez.
Por cierto, como notarán enseguida, se trata de un Universo Alternísimo.
En concreto, es una historia romántica y sencilla, sin otra pretensión que hacerles pasar un buen rato. Espero la disfruten.Julio de 1851
El sol vespertino de ese día veraniego iluminaba con calidez los muros de piedra del antiguo palacete de los Duques de Snape. Era una sólida y hermosa edificación que databa del siglo XVI, construida por uno de los antepasados de la poderosa familia como regalo a su esposa, quien adoraba esa zona, y a donde el actual Duque y su familia acostumbraban escaparse siempre que las obligaciones del jefe de familia le permitían alejarse de Londres y de la Corte.
La parte de atrás del edificio daban a una amplia y muy cuidada explanada de césped, que a la derecha se adentraba en un bosquecillo de pinos, y a la izquierda conducía a las caballerizas.
Justo en ese momento, por la puerta que daba hacia la explanada, salía alguien y empezaba a otear el terreno que se extendía ante su vista. Se trataba de una mujer de unos cuarenta y cinco años, delgada y de mediana estatura; llevaba unos lentes de montura redonda y se peinaba con un alto moño. Su vestimenta evidenciaba el alto rango que ocupaba entre la servidumbre del palacete: había sido la nodriza del Duque de Snape, y luego la nodriza de su único hijo y heredero quien, debía reconocer, era su debilidad.
—Lord Severus, Lord James —llamó en voz alta, mientras agudizaba la vista intentando distinguir sus figuras en la distancia—. Estos niños van a acabar conmigo —masculló entre dientes antes de volver a alzar la voz—. Lord Severus, Lord James.
—¿A qué vienen esos gritos, mujer? —escuchó una alegre voz a su izquierda y se giró para enfrentarse con su marido, un hombre alto y delgado, con una cuidada barba, que le sonreía con afecto—. Vas a espantar hasta a las gallinas.
—Son los jóvenes lores, Albus —contestó la mujer, apurada—. La Condesa quiere partir y me mandaron a buscar a Lord James, pero no están por ninguna parte.
—Hace un rato los vi caminar hacia el bosque —contestó el hombre—. Deben estar en el lago.
—Diantre, les dije que no se alejaran de la casa.
—Deben estar despidiéndose, Minerva —razonó el hombre, esta vez con rostro serio—. Sabes que son muy amigos y es posible que no se vuelvan a ver.
—Lo sé —el rostro de la mujer mostraba una expresión verdaderamente triste—. Es injusto, han sido amigos desde que eran pequeñitos.
—Lamentablemente, a partir de ahora sus caminos tomarán diferentes rumbos.
—¿Por qué las leyes son tan injustas, Albus? ¿Por qué el niño James, sólo por el hecho de ser el hijo segundo, no tiene derecho a nada? Como si no fuera tan hijo del Conde como Lord Vernon.
—Las leyes están creadas para conservar la integridad de los patrimonios y lo sabes. Así garantizan que los títulos y los bienes se preserven para los herederos.
—Conociendo a Lord Vernon, dudo que el patrimonio de los Potter dure mucho luego de la muerte del Conde —comentó Minerva con ironía.
—Sí, yo también lo dudo —convino Albus.
—Si al menos el joven James fuera un noble fértil, se podría casar con mi niño Severus. Es tan bueno, sé que lo haría muy feliz.
—Sabes que ellos no se ven de esa forma, Minerva. Se quieren como hermanos.
—Lo sé, pero…
—De todas formas, no es un noble fértil, así que una boda entre ellos queda descartada —razonó el hombre—. Y de nada vale que te preocupes por cómo suceden las cosas, al fin y al cabo nada puedes hacer.
—Tienes razón —Minerva cambió su expresión soñadora y adoptó su habitual actitud eficiente—. Bueno, lo cierto es que necesito que los señoritos regresen lo antes posible a la casa, ¿podrías ir a buscarlos?
—Con mucho gusto, mi bella dama —y con una sonrisa, se inclinó a besar la mano de su esposa, se dio media vuelta, y se encaminó hacia el bosque.
—¡Mi piedra cayó más lejos! —gritó James, un larguirucho niño de ojos color miel y muy corto y alborotado pelo negro.
—James Potter, necesitas cambiar de lentes —rió Severus, quien tenía unos profundos ojos negros, una prominente nariz, y llevaba su largo cabello atado en una prolija coleta—. Mi piedra ganó por media yarda.
—Me parece que el que necesitas lentes eres tú —James se lanzó al suelo, al lado de su amigo—. Te gané por un pie lo menos.
—Pasan los años y sigues igual de tramposo —dijo Severus, tirando otra piedra al lago antes de quedarse repentinamente serio y callado por un largo rato. Al fin, musitó suavemente—: Voy a extrañarte… con trampas incluidas.
—No te pongas triste —replicó James con una tierna sonrisa—. Vas a ir a la escuela que querías, estoy seguro que te va a ir muy bien.
—No entiendo por qué no puedes venir conmigo.
—Sabes muy bien que a ese colegio van sólo los herederos de título —le recordó su amigo, mientras lanzaba una nueva piedra al lago—. Además, no me gustan las escuelas militares.
—¿Sigues con esa tonta idea de convertirte en vicario?
—No es una tontería —James frunció el ceño—. Me gusta ayudar a la gente, se siente bien hacerlo.
—Pero eres hijo de un Conde, tienes acceso a la Corte.
—El hijo segundo, sin derecho a nada —argumentó James—. Para la Corte de Londres seré poco más que cualquier notario de segunda, allí sólo aceptan a los herederos.
—Son una sarta de ignorantes.
—Eso no te lo discuto —rió James—, y por eso no me importa lo más mínimo no ser parte de ese mundillo.
—Pero podrías estudiar para militar, como yo —Severus no se daba por vencido, se resistía a perder a su mejor amigo en forma definitiva—. Iríamos juntos a la India y la pasaríamos en grande.
—Eres imposible —se burló cariñosamente su amigo—. Te he dicho un montón de veces que no me gusta la milicia, ni la guerra.
—Sí, ya sé, eres un hombre de paz.
—Exacto —confirmó el chico—. Mamá me consiguió cupo en una escuela apropiada; además, habló con el vicario del pueblo donde creció su abuela. Es bastante mayor, pero lo convenció de que siguiera en el puesto hasta que yo esté preparado para asumirlo. También hablaron con el Duque de quien depende la vicaría, y aceptó que yo fuera el sucesor del actual vicario.
—Así que ya lo tienes todo decidido —James asintió en silencio—. ¿Y nosotros? ¿Y si no podemos volver a vernos?
—Tú debes seguir tu rumbo y yo el mío— musitó el chico de cabello alborotado—, pero siempre vamos a ser amigos, pase lo que pase, ¿verdad?
—Siempre —aseguró Severus, tendiendo la mano con la palma boca arriba—. Promete que si alguna vez me necesitas, para lo que sea, me vas a llamar.
—Sólo si tú prometes lo mismo —contestó James, aferrando la mano que se le tendía amistosa y sellando un pacto que un día, aún lejano, llegaría a hacerse realidad.
Abril de 1876
Veinticinco años después
Tres jinetes corrían veloces por el frondoso bosque, esquivando los enormes árboles en su frenético recorrido. De pronto, un estruendoso grito de júbilo resonó por el ambiente, mientras un hermoso corcel negro pasaba al lado de un cedro centenario, para luego ir recortando el paso hasta detenerse unas yardas más allá. Al minuto, los otros dos jinetes lo alcanzaban.
—Gané —exclamó alborozado Sirius, Duque de Black—. Creo que ustedes dos me deben una cena con champagne.
—No deberíamos apostar contra ti, conoces este bosque como la palma de la mano —se quejó un atractivo hombre de ojos color miel.
—No te preocupes, mi amor —dijo Sirius, acercándose al otro—. En cuanto nos casemos lo conocerás tan bien como yo —se inclinó sobre su pareja y le dio un tierno beso, antes de musitar—: Pienso hacerte el amor bajo cada uno de estos árboles.
Mientras Remus se ruborizaba y golpeaba el hombro de Sirius a modo de regaño, el tercer jinete comento:
—Pues aunque perdí, debo confesar que disfruté la carrera. Recordé las que hacía con mi tropa en la India.
—Severus sigue extrañando su vida de soldado —rió Remus, mirando con afecto a su amigo.
—Y que lo digas —comentó el aludido—. No termino de acostumbrarme a la vida de Londres. No veía la hora que terminaran nuestras tareas en la Corte para venirnos a la campiña.
—Pues yo creo que más bien no veías la hora de deshacerte de la hermosa viuda del Vizconde de Malfoy —comentó Sirius con ironía—. ¿Qué pasó, Severus? Hace un par de meses parecías muy afecto a ella y ahora le estás huyendo como de la plaga.
—Paso que nuestra querida Vizcondesa casi estaba diseñando las invitaciones de nuestra boda.
—¿Y qué hay de malo en eso? —inquirió Remus—. Es una mujer hermosa, inteligente y culta. Además, algún día tendrás que casarte.
—Lo sé, pero esa mujer no me inspira lo suficiente para casarme —los caballos seguían caminando lentamente, mientras los jinetes conversaban—. Yo quiero otra cosa, algo como lo que tienen ustedes dos.
—¿Prefieres un chico? —preguntó Sirius, un tanto asombrado. Siempre había visto a su amigo rodeado de mujeres hermosas.
—No me refería al sexo de la persona, sino al sentimiento que tienen ustedes —Severus se quedó pensativo—. Aunque para casarme, sí, preferiría que fuera un hombre. Tuve un par de experiencias en la India y fueron muy satisfactorias.
Sus amigos le miraron asombrados, Severus nunca les había hablado de eso. Al final, Remus preguntó:
—¿Y por qué no buscas uno?
—Tendría que ser un noble fértil, de lo contrario la Ley no me permitiría desposarlo, estoy obligado a darle un heredero al Ducado.
—Lo sabemos —dijo Sirius, antes de mirar amorosamente a su pareja y tomar su mano para besarla—. Menos mal que Remus es fértil.
—Pero podrías buscar un noble fértil —insistió Remus, mientras sonreía distraídamente hacia Sirius.
—¿Has visto los nobles fértiles que hay en la Corte? —preguntó Severus, con un mohín de frustración.
Sus amigos se quedaron un minuto pensativos y después soltaron la carcajada.
—Tienes razón —comentó Sirius, divertido—, son horripil…
El comentario del Duque de Black quedó cortado por unos gritos que resonaban con acento indignado.
—Suélteme desgraciado. ¡¡Auxilio!!
Por un segundo, los tres jinetes se quedaron estáticos, mirándose intrigados.
—¡¡AUXILIO!!
—Sonó a la derecha —comentó Severus—. Vamos a ver qué ocurre —y acicateando a los caballos, los tres hombres se dirigieron al lugar de donde venían los gritos.
Al llegar, los sorprendió una escena impensable. Un hombre flaco y macilento, pero evidentemente fuerte, había tumbado a un joven al suelo y trataba de besarlo, mientras el muchacho se debatía por soltarse, defendiéndose con uñas y dientes.
—¿Qué demonios sucede aquí? —preguntó Severus, saltando del caballo y dirigiéndose presuroso hacia los dos hombres.
Al instante, el agresor se levantó con presteza, dejando a la vista de Severus al joven más hermoso que había visto jamás. Tenía el pelo negro y despeinado, y unos impresionantes ojos verdes cuya belleza era incapaz de opacar los anteojos de carey que los cubrían y que en ese momento estaban torcidos a consecuencia del forcejeo. Y tenía un cuerpo… Dioses, que cuerpo.
Tendió una mano al joven caído en el suelo. Después de un instante de duda, éste extendió su diestra y permitió que Severus le ayudara a levantarse.
—¿Estás bien?
—Sí, señor. Gracias —contestó el joven, bajando la vista con timidez.
—¿Quiénes son ustedes y cómo osan interrumpirnos? —se quejó el agresor, sacudiendo el polvo de su chaqueta.
Severus lo miró con fiereza.
—Eso precisamente me estoy preguntando yo. ¿Quién es usted y por qué estaba agrediendo al chico?
—Soy el Vizconde Augus Filch, y no estaba agrediendo a este sinvergüenza. Intentó robarme y le estaba dando su merecido.
—Eso no es cierto —se defendió el aludido—. Yo estaba caminando tranquilamente y usted me atacó.
—Mientes —el hombre se volvió furioso hacia Severus y los demás—. Además, soy un Vizconde y ustedes no son nadie para venir a pedirme explicaciones.
—¿Así que nadie? —musitó Severus, con una suavidad que no reflejaba la furia que bullía internamente—. Creo que debemos presentarnos ante el señor. Yo soy el Duque de Snape —el hombre palideció, en la nobleza todos habían oído hablar del Duque de Snape y sabían la fuerte influencia que tenía en la Corte— y mis amigos son Lord Remus, hijo del Marqués de Lupin, y Lord Sirius, Duque de Black y dueño de estas tierras —a este punto el hombre se estremeció visiblemente—. ¿Sigue pensando que no podemos pedirle explicaciones?
—No, no señor Duque, disculpe su Señoría —balbuceó el hombre—. Es que me tomaron por sorpresa. Estaba furioso porque el chico intentó robarme y…
—Miente —repitió el muchacho, rechinando los dientes.
—De hecho, yo estoy de acuerdo con el joven —habló Sirius por vez primera, fijando la vista en la mejilla lastimada del chico—. A nosotros nos pareció que estaba intentando forzar al muchacho, además de pegarle.
El hombre palideció más intensamente.
—No, yo…
—No me interesan sus explicaciones —lo cortó Sirius, tajante—. Éste bosque es de la Casa Black y me gustaría saber qué está haciendo usted por aquí.
—Bueno… yo me dirigía al castillo para hablar con usted, Señoría.
—¿Para qué?
—Pues, quería proponerle un negocio que podría ser muy ventajoso para ambos y…
—No acostumbro hacer negocios con gente como usted, así que le agradezco abandone mi propiedad de inmediato.
—Pero Señoría…
—Tampoco acostumbro repetir las cosas dos veces —gruñó, mirándolo con fiereza.
Sin atreverse a decir una palabra más, el enfurecido hombre dio media vuelta y montando en su caballo se alejó con rapidez.
—Y tú, muchacho —preguntó suavemente Remus, dirigiéndose a la temblorosa figura que estaba a un lado—. ¿Cómo te llamas y dónde vives?
—Me llamo Harry, Milord, y vivo en el pueblo. Soy el hijo del vicario.
—¿Y qué hacías solo en el bosque? —indagó Sirius—. Como pudiste ver, no es un lugar muy apropiado para ti.
—Estaba buscando unas plantas que sólo crecen en este bosque y son medicinales —contestó, señalando un saco y un pequeño montón de hojas que había bajo un árbol cercano.
—¿Estás enfermo? —preguntó Severus, frunciendo el ceño.
—Yo no, mi padre —contestó Harry, mirándolo, y Severus pensó una vez más en lo bellos que eran esos ojos.
—¿Qué tiene tu padre? ¿Ya lo vio el médico? —Remus también se veía preocupado.
—Sí. El doctor dice que es un problema del corazón.
—En ese caso, no creo que sea buena idea hacer esperar más a tu padre —dijo Severus, mientras se dirigía a su caballo y montaba en el. Fijando su oscura mirada en Harry, que se había quedado mirándole aturdido, le tendió la mano—. Vamos.
—¿A dónde? —preguntó el muchacho sin entender.
—Voy a llevarte al pueblo, pronto va a oscurecer y no queremos que te vuelva a pasar algo malo. Vamos, qué esperas.
Ante la perentoria orden, Harry se acercó al caballo y le tendió su mano. Severus dio un jalón, elevándolo con facilidad y sentándolo frente a él, antes de girarse hacia sus amigos >> Los veré en la Mansión.
Ante la mirada atónita de Remus y Sirius, acicateó a su montura y se encaminó hacia el pueblo.
Arthur Weasley entró en la pequeña casa correspondiente a la Vicaría y se dirigió presuroso hacia la habitación de James Potter. Luego de tocar discretamente, una agotada voz le dio permiso de entrar.
—Arthur, al fin llegas —musitó James, que estaba acostado con aspecto muy desmejorado.
—Vine en cuanto me dijeron que me necesitabas —contestó el hombre, cuya pelirroja cabeza mostraba una calva incipiente. Se giró hacia la otra persona en el cuarto, Frank Longbotton, notario de la aldea y amigo personal de ambos, y le hizo un ademán con la cabeza a guisa de saludo, antes de fijar su atención nuevamente en James—. ¿Te has sentido peor?
—Es difícil que pueda sentirme peor de lo que estoy —con un ademán de la mano, detuvo la protesta del hombre—. Tengo poco tiempo y ambos lo sabemos. Por eso necesito dejar protegido a Harry —en su rostro se reflejó una angustia profunda—. Es lo más importante para mí, cuando su madre murió me dedique a él en cuerpo y alma, y mi único deseo en este mundo es que sea feliz —le hizo una seña al hombre a su lado, quien le tendió un documento al pelirrojo.
>>Arthur, necesito dos favores tuyos. El primero es que firmes este documento, así Frank podrá autentificarlo y será legal.
Arthur leyó el documento y levantó la vista hacia el enfermo.
—Pero esto…
—Es la única posibilidad que tengo de proteger a mi hijo de mi hermano, no quiero dejar a Harry a merced de Vernon. Necesito que tú seas testigo de mi voluntad. Por favor, firma.
Arthur asintió con la cabeza antes de inclinarse y firmar el documento. Luego se lo entregó al notario, quien lo dobló y lo guardó, disponiéndose a salir.
>>Gracias por venir, Frank.
—Ni lo menciones —contestó el otro, acercándose y apretando su hombro—. Cuídate, James —se giró hacia Arthur y le sonrió—. Nos vemos.
En cuanto el hombre abandonó la habitación, James sacó una carta de debajo de la almohada.
—Necesito que lleves esto enseguida.
El hombre pelirrojo giró el sobre y miró el destinatario. Luego, levantó la cabeza y lo miró interrogante
>>Sí, es para él —James confirmó su muda pregunta—. Ahí le explico lo que está pasando y la decisión que tomé.
—¿Estas seguro de esto, James? —Arthur estaba indeciso—. Hace muchos años que no sabes de él, tal vez…
—Confío en él, Arthur. Estoy seguro que hará lo correcto —se recostó con cansancio en los almohadones—. Él es mi única alternativa para lograr que Harry sea feliz.
Última edición por alisevv el Dom Feb 21, 2016 5:14 pm, editado 9 veces | |
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