La Mazmorra del Snarry
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La Mazmorra del Snarry... El escondite favorito de la pareja más excitante de Hogwarts

 

 Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II

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alisevv

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MensajeTema: Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II   Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II I_icon_minitimeSáb Abr 04, 2009 9:01 am

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El hombre, ahora realmente intimidado al saber con quienes estaba hablando, musitó un breve ‘esperen un momento’, se levantó y abandonó la habitación. A los pocos segundos regresó, con el rostro serio.

—Lo lamento— comentó—. El Delfín del Mar ya no se encuentra en el puerto.

—¿Cómo que no se encuentra en el puerto?— estalló Draco, quien hasta entonces había permanecido en silencio.

—Según el encargado de las salidas, la nave partió hace unos veinte minutos.

—Demonios— masculló Sirius entre dientes.

Severus no dijo nada, su mente trabajando con toda celeridad. Al fin, miró al hombre y preguntó:

—¿Qué destino reportaron antes de partir?

—Oman.

—Es una zona muy conflictiva— comentó Sirius, pensativo—. A pesar de la firma del Tratado de Moresby, la esclavitud y la trata de blancas sigue siendo habitual en algunas zonas de la región.

—Tenemos que darles alcance antes que salgan fuera de las aguas territoriales— declaró Severus, enfático, mirando fijamente al hombre de la aduana de puerto—. Supongo que hay un barco de la Marina de Su Majestad atracado en el puerto, ¿no?

—Sí, Milord.

—Llame al Capitán de la nave de inmediato.

Por un segundo, el hombre estuvo a punto de decirles que el Capitán estaba durmiendo y se ponía de muy mal humor cuando se le despertaba, pero al ver los rostros de sus interlocutores, decidió que era más saludable obedecer de inmediato, así que dio la vuelta y se dirigió nuevamente a la puerta posterior.

>>Hasta el más mínimo segundo es esencial— le recordó Severus—. Apresúrese.

Diez minutos después, el empleado regresaba acompañado de un hombre alto, que caminaba con un evidente aire marcial.

—Capitán Horace Slughorn, de la Real Marina de su Majestad— dijo cuando llegó ante Severus y los demás.

—Soy el Duque de Snape, Coronel retirado del Ejército de Su Majestad — contestó Severus, asumiendo a su vez su antigua pose marcial, y añadiendo su antiguo cargo en la milicia. Sabía el respetó automático que sentían los militares hacia sus compañeros de armas—. El Duque de Black, el Vizconde de Malfoy, Lord Merton Lupin y el inspector Edgar Bones.

El hombre hizo un asentimiento de cabeza hacia los demás hombres.

—¿En qué puedo ayudarlos?

Severus le explicó brevemente toda la situación. Al terminar, el hombre frunció el ceño.

—¿Trata de blancas?— preguntó.

—Aunque tras el secuestro de los jóvenes existen razones de otro tipo— intervino el inspector Bones—, sí, es más que posible que los involucrados se dediquen a la trata de blancas.

—Si la nave se dirige a Asia como reportaron, deben haber enfilado hacia el Nordeste por el Canal Inglés— comentó Draco.

—Si siguen la ruta más viable, deben navegar por aguas territoriales por un buen rato— agregó Severus—. ¿Cree que podamos alcanzarlos antes que salgan a aguas internacionales?

—No lo dude— contestó el Capitán—. Mi tripulación está preparada, en unos minutos saldremos.

—Vamos entonces— dijo Severus.

—¿Cómo que vamos?— el hombre frunció el ceño—. Ustedes esperarán en el puerto.

Apretando las mandíbulas, Severus se enfrentó al hombre.

—En ese barco va mi prometido— dijo con tono resuelto—. Voy a ir tras ellos aunque tenga que hacerlo a nado.

El Capitán fijo la vista en la decidida expresión de Severus y luego en las de todos los demás.

—¿Supongo que todos ustedes opinan igual?— los demás asintieron sin hablar. El hombre suspiró y cedió al fin—. Está bien, pero al primero que moleste, lo tiro por la borda.

Y sin decir más, partió con rumbo al muelle donde estaba anclado el barco de Su Majestad. Segundos después, los demás salieron tras de él.



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—¿Harry, logras algo?— preguntó Hermione, mirando a su amigo.

—Nada todavía— contestó el joven, forcejeando con las ligaduras que ataban sus manos—. Están demasiado apretadas.

—No vamos a lograr escapar— en la voz de la chica era patente la desesperanza.

—Te prometo que sí— le aseguró Harry, con una confianza que estaba lejos de sentir. A su mente, llegó la conversación desarrollada minutos antes.


—Harry, ¿son ideas mías o esto se está moviendo?— la voz de Hermione se escuchaba altamente preocupada.

—Nos movemos— confirmó su amigo, aguzando el oído para tratar de identificar los sonidos.

—Si nos vamos, Draco y Severus no van a poder encontrarnos.

Mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para tranquilizar a su amiga, se escuchó nuevamente el sonido de pasos por las escaleras de madera.

—Hazte la dormida— ordenó Harry a Hermione, imitándola.

La puerta de la bodega se abrió y los pasos pasaron al interior, pero a diferencia de la vez anterior, no se detuvieron hasta llegar junto a Harry. Lo siguiente que el joven sintió fue un fuerte puntapié en las costillas. Ante el inevitable quejido que salió de sus labios, el hombre lanzó una risotada.

—Sabía que no estabas dormido— comentó con burla, al ver que Harry abría los ojos—. ¿Será necesario otro puntapié para que la damisela se reúna con nosotros?

Al instante, Hermione abrió los ojos, asustada.

>>Ya me imaginaba que no— se burló de nuevo—. Bienvenidos al Delfín del Mar, su nueva casa temporal.

—¿Quién es usted y por qué nos secuestró?— preguntó Harry, aunque por la conversación escuchada anteriormente, ya sabía a qué se dedicaba ese desgraciado.

—Vaya, ya veo que aún te quedan ánimos para hacerte el gallito— ironizó el hombre—. No tendría por qué contestar a tu impertinencia, pero como soy buena persona, lo haré. ¿Quién soy? Mi nombre no importa, lo único importante es mi profesión. Soy un tratante de blancas. Digamos que ustedes son mi nueva mercancía. Hay un sultán en Oman que seguro pagará una jugosísima cantidad por dos cuerpos tan deseables como los suyos.

Hermione se estremeció y Harry rechinó los dientes con impotencia.

>>En cuanto a por qué los secuestré, debo aclarar que soy inocente de tal acusación. Yo me limito a comprar y vender— declaró con frialdad—. Déjenme decirles que ustedes dos tienen unos enemigos muy malos, jovencitos— se quedó callado un momento, antes de agacharse al lado de Harry, alargar la mano, tomar su rostro, acercarlo hacia sí y besar sus labios con brusquedad. Harry sintió que se le revolvía el estómago del asco—. Delicioso— musitó con lujuria, mientras miraba primero a Harry y luego a Hermione—. Deliciosos— repitió—. Es una pena que la virginidad de la mercancía sea una de las exigencias del sultán. Pero estoy seguro que podremos idear algo para divertirnos, es un viaje muy largo— se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones—. Espero que el viaje sea del agrado de sus señorías— y con una última risotada desagradable, abandonó la bodega.



Harry salió de su reflexión con brusquedad y volvió a su tarea. Tenían que encontrar la forma de salir de ese sitio a como diera lugar.



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—Barco a una milla a babor— informó el vigía, desde su puesto en lo alto del palo mayor.

El Capitán Slughorn tomó un catalejo y oteó el horizonte.

—Parecen ser ellos, los alcanzaremos en unos minutos— comentó, luego de observarlos por un tiempo. Giró la vista a su segundo de a bordo—. Preparen los cañones, no sabemos como van a reaccionar cuando nos aproximemos.

Ciertamente, minutos después, un cañonazo dirigido al casco de proa indicaba que los esclavistas no pensaban rendirse sin pelear.

—Prepárese a disparar, señor Summers— ordenó, dirigiéndose al segundo de a bordo—. En cuanto de la orden abran fuego. Debemos acercarnos lo suficiente como para abordar.

—¿Disparar?— la voz de Severus sonaba ronca de preocupación—. No pueden disparar. Harry y Hermione van en ese barco, podrían resultar heridos.

—Si no disparamos se escaparán, esos maleantes no van a detenerse por las buenas— replicó el otro, con tono brusco—. Ahora, le agradecería que me dejara trabajar.

Severus se apartó y se reunió con los demás. Todos lo miraron, expectantes.

—Van a atacar.

—No pueden, si los hieren…— exclamó Merton Lupin.

—Por mucho que me cueste reconocerlo, no hay otra forma de detenerlos— comentó Severus—. El problema es que pienso que el Capitán Slughorn está más preocupado por atrapar a los maleantes que por salvar a Harry y a Hermione.

—¿Qué vamos a hacer entonces?— preguntó Draco, sumamente agobiado.

—Tendremos que encargarnos nosotros de los muchachos— aseveró Severus—. Deben tenerlos en una de las bodegas, debajo del puente. Cuando abordemos, Sirius y Edgar, vayan a las bodegas de la derecha, Merton, Draco y yo iremos a las de la izquierda.

—Perfecto— dijo Sirius, aliviado de ponerse en movimiento, ya le estaba desesperando tanta pasividad.

Un nuevo cañonazo, esta vez dirigido a la cubierta de babor, les hizo ponerse alerta. En ese momento, estalló un pandemonio. En medio del fuego y el ruido de los cañonazos, Severus y los demás se prepararon para abordar.



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—¿Qué fue ese ruido?— preguntó Hermione, cuando el primer cañonazo se estrelló contra el barco, haciendo que las cajas se tambalearan precariamente.

—Si no me equivoco, son nuestros prometidos que vienen al rescate— dijo Harry, sonriendo con alivio, antes de volver a fruncir el ceño con preocupación—. Tenemos que salir de aquí. Si una de esas balas da contra esta bodega, correremos peligro— miró desesperado a todas partes, hasta que sus ojos fueron a posarse sobre la caja destapada con las botellas de whisky—. Tengo una idea.

Se arrastró con dificultad hasta llegar al lado de la caja. Incorporándose, sacó una de las botellas y la dejó en el suelo a su lado. Revisó frenéticamente hasta encontrar en el piso algo que podía servirle: la palanca con que el hombre había abierto la caja. Tomando la botella, se arrastró de nuevo hasta llegar a la palanca. Se enderezó todo lo que pudo y estrello la palanca contra el recipiente. Nada. Tuvo que repetir la acción por cuatro veces más hasta lograr la fuerza suficiente para romper el grueso vidrio de la botella.

Evitando cortarse con los cristales desperdigados, tomó el cuello de la botella y se arrastró de regreso hasta Hermione. Afuera, las explosiones por los disparos y los gritos de los tripulantes eran cada vez más terribles, y por la claraboya llegaba el olor a humo y carne quemada.

Alcanzando a Hermione, puso sus manos al lado de las de ella y le entregó el pico de botella.

—Tómalo con cuidado, por la tapa— le indico, mientras le pasaba el objeto— y apúntalo hacia mí.

Ella hizo lo que le indicaba. Harry acercó las manos al vidrio.

—Tienes que indicarme donde colocar las manos, no puedo ver— pidió, agradeciendo al cielo que a Hermione le hubieran atado las manos hacia el frente.

—Un poquito a la derecha— indicó ella—. Ahí, adelanta con cuidado— las sogas que ataban sus muñecas chocaron contra el borde cortante y Harry comenzó a frotarlas con intención de cortarlas.

—Auch— se quejó, cuando en un descuido, su mano rozó el filo.

—Harry, te cortaste— exclamó Hermione—. Estás muy cerca de las muñecas, te puedes hacer una herida seria.

—No hay nada que pueda hacer, Hermione, tenemos que salir de aquí como sea— dijo Harry, quien seguía frotando intentando cortar las sogas.

—Más a la izquierda— indicó Hermione—. Ahí.

Luego de unos minutos y varios cortes, Harry logro liberarse de las sogas de las muñecas. Tomó un pañuelo que por suerte no le habían quitado y se vendó la muñeca izquierda, que tenía una herida que sangraba de manera importante. Luego se desató los pies y liberó a Hermione de sus ataduras.

—Vamos— dijo a su amiga, ayudándola a levantarse. Antes de abandonar la bodega, musitó—: espera— miró a su alrededor, tomó la palanca que había usado para romper la botella y se la pasó a Hermione—. Si encuentras a alguien en tu camino, golpea primero y pregunta después— recomendó, sonriente, antes de tomar un tubo que estaba en una esquina para armarse a si mismo—. Bueno, Hermi, allá vamos.



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Los buenos propósitos de Severus y los demás se habían visto truncados en cuanto pusieron un pie en el Delfín del Mar. La tripulación del barco abordado comenzó a luchar sin tregua. Pronto, se vieron enfrentados a los furiosos marinos, y teniendo que luchar por sus vidas.

Desesperado, Severus miraba hacia las bodegas de tanto en tanto, mientras peleaba contra un hombre enorme como una montaña, ante cuyo ataque, sólo la agilidad producto de largos años de entrenamiento había logrado salvarlo.

Mientras los demás luchaban en cubierta, Harry y Hermione habían logrado llegar a la superficie. Al salir de la bodega los había recibido una batalla campal de hombres armados hasta los dientes, cuando ellos apenas contaban con un tubo y una palanca para defenderse.

Cuando Draco vio a Hermione, empezó a correr hacia ella. Lamentablemente, Rodulphus Lestrenge también la vio, y con ella, a su única oportunidad de salir bien librado del lío en que estaba, así que dando un salto, se acercó a la muchacha, y tomándola por la cintura, corrió hacia el puente.

Harry, que en ese momento luchaba con su mísero tubo contra un tripulante que tenía un cuchillo enorme, se distrajo al oír el grito de Hermione mientras Lestrange la atrapaba. Como estaba cerca de la borda, su contrincante aprovechó para empujarlo.

Desde el otro extremo de cubierta, Severus vio espantado como su amado caía al agua sin poder evitarlo. Haciendo un enorme esfuerzo adicional, se deshizo del hombre que lo atacaba, corrió hacia el lugar por donde había caído Harry, y sin pensarlo dos veces, se lanzó al mar.



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Draco alcanzó a Hermione y Lestrange en el puente de mando y se enfrentó al hombre.

—Rindase, no tiene salida— gritó Draco, mientras observaba angustiado la desmadejada figura de Hermione—. Le prometo que si suelta a la dama y se entrega, yo mismo intercederé para que le den la menor pena posible.

—¿Y piensa que le voy a creer?— dijo el hombre—. Si me entrego estoy perdido, pero no me voy a ir solo— sacó un cuchillo y lo puso en el cuello de Hermione—. Esta bella damita se va a ir conmigo.

—No, espere, no le haga daño— suplicó Draco—. ¿Qué quiere?

—El Capitán del barco tiene autoridad en el mar, sus decisiones en combate son tan legales como las de un juez— dijo el hombre, hincando la punta del cuchillo en la garganta de Hermione—. Quiero que hable con él y le pida que me de el perdón total. Por escrito.

—No va a aceptarlo, entiéndalo— argumento Draco—. Yo puedo conseguirle un buen abogado y…

—El perdón total o nada— la punta del cuchillo se clavó un poco más y Hermione gimió ahogadamente—. Y apúrese pues me estoy poniendo nervioso y…

Lo que pensaba decir Lestrange nunca se supo, un disparo certero a la cabeza terminó con las pretensiones de libertad del Capitán del Delfín del Mar.

Mientras Draco se arrodillaba y abrazada apretadamente a Hermione, Edgar Bones se acercó con la pistola todavía humeante en su mano.

—Lástima, hubiera querido interrogarlo— fue todo lo que dijo, mientras apartaba el cadáver de un puntapié.



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Severus cayó al mar y miró en derredor, ni señal de Harry. Desesperado, tomó una enorme bocanada de aire y se hundió en las oscuras aguas. Trato de buscar alrededor pero la profunda oscuridad no le dejaba ver. Siguió tanteando hasta que sus pulmones no soportaron más y tuvo que salir a respirar.

Tomó nuevamente aire y se volvió a hundir. El agua helada y tenebrosa se sentía como una tumba, y Severus pensó que si no lograba rescatar a Harry, eso sería para él, su tumba final. Una vez más tuvo que salir a respirar y otra vez se hundió en la inmensa negrura. A la tercera inmersión, sus manos tropezaron con un cuerpo, y el alivió lo inundó al darse cuenta que se trataba de Harry.

Abrazó a su amado y nadó presuroso hacia la superficie. En la barandilla de la nave, Sirius ya se preparaba a lanzarse cuando vio ambas cabezas salir. Se lanzó al agua, seguido de un par de marineros, y entre todos ayudaron a Harry y Severus a subir a cubierta.

Sirius dejó a un desmayado Harry en el piso de madera, y Severus casi se arrastró hasta su lado. De inmediato, el médico del navío de Su Majestad acudió al sitio y comenzó a aplicar técnicas de resucitación. Después de no poco esfuerzo, tosiendo estrepitosamente, Harry Potter volvía a respirar y abría los ojos, sólo para ver la amada cara de Severus inclinada sobre él. Segundos después, pupilo y tutor, abrazados, lloraban lágrimas de alivio y felicidad.



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Mientras el carruaje en el que iban se deslizaba veloz por los silenciosos caminos de regreso a Londres, Severus miró con amor a Harry, quien agotado después de todos los sucesos, había caído dormido en su regazo. Sonrió suavemente al pensar que una vez más se encontraba en un carruaje, observando a su amado dormir. Pero a diferencia de las otras veces, en esta ocasión tenía el privilegio de sostenerlo cálidamente arrullado entre sus poderosos brazos.

Levantó la vista y la paseó sobre los demás ocupantes del gran carruaje. Hermione, con el rastro de lágrimas todavía evidente en sus mejillas, también dormía cobijada por Draco, que la miraba con una expresión tan alelada como la que ponía Severus cuando veía a Harry. A su lado, Merton Lupin miraba a su hija con preocupación paternal, y sentado en el asiento al lado de Severus, Sirius observaba el amanecer por la ventanilla del carruaje.

Severus acarició el suave cabello de Harry, quien sonrió sin despertar, y echo la cabeza hacia atrás, descansándola sobre el borde del respaldo. Por primera vez desde que toda aquella locura había comenzado, pudo volver a respirar con calma, y tomarse un minuto de tiempo para agradecer. Entonces, recordando las oraciones que su madre le enseñara siendo niño, ya hace tanto tiempo olvidadas en el fondo de su corazón, oró dando gracias, porque la persona que había llegado a convertirse en su vida entera estaba a su lado una vez más.

—Vaya nochecita— la voz de Sirius lo sacó de sus reflexiones.

—Y que lo digas— musitó, sin dejar de acariciar el cabello de Harry—. Por un momento creí que lo perdería.

—Yo también— musitó Draco con voz ronca, mientras acariciaba suavemente el cuello vendado de Hermione—. ¿Qué vamos a hacer con el Conde Potter y mi… y Narcissa?

—Antes de partir, Edgar me pidió que no hiciéramos nada todavía— explicó Severus—. Él se quedó interrogando a la tripulación a ver qué podía averiguar. Quedó en ir a casa a informarme en cuanto tuviera algo en concreto.

—Sabía que mi madre era cruel y egoísta, pero nunca creí que fuera capaz de hacer algo como esto.

—Si quieres que te sea franco, yo tampoco— comentó Sirius—. Nunca imaginé que fuera tan peligrosa.

—No te atormentes más, no tiene sentido— aconsejó Severus mirando a Draco—. Es tu madre, pero no puedes evitar que sea como es.

—¿Y ahora a dónde vamos?— preguntó Merton, cambiando la conversación al ver que estaban llegando a Londres.

—Al hospital— replicó el Duque de Snape—. Tienen que revisar concienzudamente las heridas de Hermione y Harry, y yo quiero averiguar cómo está Tía Poppy.

Al llegar al hospital, se encontraron con la buena noticia de que Lady Poppy Pomfrey estaba fuera de peligro y consciente, así que corrieron a la habitación de la herida. Bueno, Harry corrió, los demás simplemente le siguieron de cerca.

—Harry— exclamó la mujer en cuanto lo vio entrar a la habitación—, gracias a Dios estás bien.

El joven no contestó, sólo avanzó con rapidez hasta el lecho de la dama, se sentó en el colchón a su lado y la abrazó con profundo afecto, mientras la angustia que lo poseyera desde que le habían dicho que ella estaba luchando por su vida, se alejaba de su espíritu.

—Tía Poppy, estaba tan preocupado— musitó cuando al fin se separó, mientras la mujer le acariciaba la mejilla.

—Y yo también— convino Severus, colocándose al lado de Harry y sonriendo a la dama.

—Nosotros también estábamos muy preocupados— dijo Remus. En otra esquina, Rebeca estrechaba a su hija contra su corazón.

—Ya estamos aquí, amor— musitó Sirius, sonriendo. Hasta ese momento, ni siquiera había intentado acercarse a su prometido, sabía que debía estar muy cabreado por haberlo mantenido alejado de todo el rescate. Cuando vio que el hermoso hombre de ojos miel lo ignoraba y ni siquiera se dignaba mirarlo, supo que la lucha por el perdón iba a ser muy difícil en verdad. Al ver su cara de carnero degollado ante el desaire de Remus, el resto de los presentes no pudo evitar sonreír.

—No seas malo con Sirius— murmuró Harry, a quien le habían contado la molestia de Remus por no poder acompañar a los demás a buscarlos—. Yo más que nadie puedo entender tu frustración e impotencia por tener que quedarte en casa, pero Sirius y Severus tenían razón, yo no me hubiera perdonado si por rescatarme a mí, tu reputación hubiera quedado manchada.

—A mi no me importaba.

—Pero a nosotros sí.

—Remus, Harry tiene razón— intervino Hermione.

—Además, ¿qué hubiera hecho yo si Rebeca y tú no hubieran estado conmigo?— preguntó Poppy.

—Anda, Remus, perdónalo ya— le animó Hermione.

—Por favor— la cara de Sirius era patética mientras suplicaba—. ¿Si?... Por favor.

—Ya deja de hacerte el payaso— dijo al fin Remus, abrazando y besando a su novio, ante la sonrisa de todos los presentes.

—¿Y cuándo podré salir de aquí?— preguntó Poppy.

—El doctor dijo que si todo sigue bien, en unos pocos días podrás irte a casa— la tranquilizó Severus.

—¿Y cómo vas a hacer con Harry mientras tanto?— siguió indagando la dama—. Severus, él y tú están comprometidos, no puede quedarse en tu casa sin una dama de compañía apropiada.

Harry gruñó en protesta y Severus sonrió.

—Lo sé. Tendré que verificar entre nuestras parientes a ver quién me puede ayudar con eso.

El gruñido de Harry fue más audible, esta vez seguido de una ferviente protesta.

—Pero tu mismo has dicho que todas las demás candidatas a ser mi dama de compañía son horrendas.

—Lo sé, Harry, pero sólo será por unos días, hasta que den de alta a Tía Poppy— dijo Severus, intentando apaciguarlo—. No sé qué otra cosa hacer.

—Se me ocurre algo— intervino Remus, al ver la cara de frustración de Harry—. Si no les incomoda, puedo irme a quedar unos días en su casa, y llevar a ‘mi cacatúa’— miró a su novio, sonriente— conmigo; no es como Hermione o Tía Poppy pero tampoco es tan terrible, pese a lo que diga Sirius. Ella puede servirnos de dama de compañía a Harry y a mí. ¿Qué les parece?

—¿Qué que nos parece?— saltó Harry, feliz, y abrazó a Remus—. Me parece magnífico. Gracias, Rem.

—A mí también me gusta la idea, pero no me lo apretujes mucho que se me magulla— comentó Sirius, frunciendo la nariz, y todos rieron divertidos.



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—Draco, adelante— invitó Severus, cuando el Vizconde de Malfoy entro en la salita de su casa esa misma tarde.

—Te retrasaste— comentó Sirius, quien estaba sentado junto a Remus en un cómodo sofá.

—Lo siento, es que ni vean la que tuve que hacer para convencer a Hermione que se quedara descansando. Estaba empeñada en venir a toda costa.

—¿Cómo sigue?— preguntó Harry, con una cálida sonrisa.

—Regañándome, así que supongo que ya está bien— bromeó Draco, acercándose a su amigo—. Aún así, prefiero que descanse un par de días, todo esto ha sido muy duro para ella. ¿Cómo va tu muñeca?

—Bastante bien, aunque según el doctor, tendré que dejar de tocar violín unos días.

—Tendré que conformarme con la flauta— comentó Severus, y Harry le miró, sonriendo con ternura.

—¿Has regresado a tu casa?— le preguntó Sirius, interesado.

—Preferí no ir, no sé si soportaría ver la cara de Narcissa y permanecer impasible— contestó el joven—. De todas formas, se supone que estoy de viaje así que no creo que mi ausencia le preocupe. Dadas las circunstancias, imagino que debe estar deseando que me demore un día más— fijó su mirada plateada en Severus—. El hombre que mandaste a casa de Hermi dijo que necesitabas hablar conmigo con urgencia. ¿Qué pasó?

—Edgar mandó un mensajero. Va a venir a hablar con nosotros, parece que concluyeron las pesquisas.

En ese momento, entró Gilderoy al saloncito, anunciando:

—El señor Edgar Bones.

Severus se acercó a la entrada a recibir al recién llegado. El hombre entró, saludando con una sonrisa cansada; lucía francamente agotado.

—Vaya, luces terrible— bromeó Sirius.

—Tú te verías igual si no hubieras dormido desde anoche y hubieras tenido que regresar a Londres cabalgando en lugar de en un cómodo carruaje— contestó el aludido, ácidamente.

—Vamos, pasa y ponte cómodo— invitó Severus, con una sonrisa de ánimo—. ¿Quieres tomar algo?

—Un té bien cargado, quizás— aceptó Edgar, sentándose—. Si tomo algo de licor, seguro que me quedo dormido en el sofá de tu sala.

—Serías bienvenido— replicó Severus, antes de mirar a los demás—. ¿Té para todos?— ante el asentimiento general y el gruñido de ‘si no hay nada más fuerte’ de Sirius, Severus se giró hacia Gilderoy—. Por favor, que nos traigan un servicio de té y pastelillos para todos— en cuanto el mayordomo abandonó la habitación, Severus se sentó y fijó la vista en Edgar—. De verdad lamento haberte puesto a trabajar de este modo.

—No lo lamentes— replicó el inspector, sonriendo—. En estos momentos soy la estrella de Scotland Yard. Al parecer, esta gente era banda organizada, contrabandistas y tratantes de blancas, responsable de varias desapariciones en el Reino.

—¿Y cómo es posible que no hubieran sido descubiertos hasta ahora?— preguntó Draco.

—Tenían un cómplice en el puerto, que era quien hacía las revisiones del cargamento y daba el visto bueno— explicó el hombre—. En cuanto a las personas raptadas, todas eran mujeres jóvenes y bellas pero de baja extracción social.

—Lo cual garantizaba que nadie investigara demasiado— sentenció Severus.

—Lamentablemente, así es— confirmó el inspector—. Mientras estábamos en Dover, John atrapó a los contactos, un trío de seres horrendos, si me permiten que lo diga. A través de ellos atrapamos al resto de la banda.

—¿Y Narcissa Malfoy y Vernon Potter?— Remus puso en palabras la pregunta que rondaba por la mente de todos.

Edgar Bones meneó la cabeza con desaliento.

—No hay forma de atraparlos.

—¿Por qué?— interrogó Sirius, alzando una ceja—. Tiene las confesiones de quienes participaron.

—El problema es que son confesiones contradictorias— explicó el inspector—. Cornelius Fudge sólo trató con Lady Malfoy, mientras que los sujetos que ejecutaron el secuestro, fueron contactados directamente por el Conde Potter, y no tenemos forma de relacionarlos a ambos.

—¿Y la gente del barco?— cuestionó Severus.

—Interrogué a todos exhaustivamente, ninguno sabe nada. Al parecer, el único que sabía de Vernon era Lestrange, el Capitán. El sujeto que maté mientras retenía a Lady Lupin. Lo lamento.

—Ni lo mencione— dijo Draco—. De no ser por usted, en estos momentos quizás Hermione no viviría para contarlo.

—¿Entonces no hay nada que se pueda hacer?— preguntó Sirius, decepcionado.

—Quizás sí— musitó Draco. Al ver la pregunta en los ojos de todos, explicó—: ¿Recuerdan la conversación que escuché entre Potter y Narcissa? Ahí hablaban del éxito de sus planes, y que el barco iba a zarpar anoche, con Hermi y Harry a bordo.

El rostro de Edgar Bones se transformó.

—Es cierto. Si seré tonto, con tanto ajetreo había olvidado que fue gracias a usted que supimos lo del puerto— dijo con voz animada—. Con su testimonio, podríamos enviarlos a la cárcel por mucho tiempo.

Mientras todos asentían, se escucho la voz de Harry por primera vez desde que el inspector había llegado.

—Draco no va a hacer tal cosa— afirmó.

—¿Qué dice?— preguntó Edgar Bones, mirándolo con el ceño fruncido.

—Lo siento, inspector, pero Narcissa Malfoy ya ha hecho demasiado daño a Draco como para permitir que le haga más— declaró con firmeza—. ¿Tiene idea lo que significaría para Draco, a nivel social, no sólo que declararan Narcissa culpable y la encerraran, sino que además eso se hiciera con su declaración? El mundo de la Corte es muy feo, inspector, yo lo sé, y aunque esperamos que algún día cambie, mientras tanto debemos seguir conviviendo en él. No estoy dispuesto a permitir que Draco y Hermione sean tratados como parias sociales a causa de esto.

—¿Ni aunque ese par de malhechores se salga con la suya?— preguntó el inspector.

—Ni así. El precio a pagar es demasiado alto.

—Harry, yo estoy dispuesto a asumirlo, de verdad.

—No, Draco, Harry tiene razón— dijo Severus—. Además, se me ocurren otras formas en las que podemos encargarnos de esos dos.

—¿A qué te refieres?— indagó Sirius.

Ignorando su pregunta, Severus clavó su mirada en el joven rubio.

—Draco, tú y yo vamos a ir a hablar con Narcissa— dijo Severus—, en el camino te explico— luego se giró hacia Sirius y pidió—: Busca a alguno de nuestros amigos de la Cámara de los Lores, mientras más influyente, mejor. Tráelo y espérenme aquí, regresaré pronto.

—Pero Severus…— musitó Harry, confundido.

El Duque se acercó a su prometido y se inclinó para acariciarle la mejilla.

—No te preocupes, amor— dijo con ternura—. Todo va a resultar bien.

Y sin otra palabra, se enderezo y, acompañado de Draco, se dirigió a la salida.



Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II Gif-animados-WebDiseno-Lineas-Particion_06432_zpsi58j44am



Narcissa estaba en su salita, paseando de arriba a abajo. Pese a todo lo que le había dicho Vernon Potter, no podía dejar de sentirse intranquila. Tenía un presentimiento, algo en su interior que le decía que las cosas habían resultado mal.

—No seas estúpida, Narcissa— dijo en voz alta, abrazándose a si misma para tranquilizarse—. Nada puede haber resultado mal o ya lo sabrías.

—Pues parece que tus canales de información no son tan buenos como crees, madre— se escuchó la dura voz de Draco.

La mujer rubia se giró bruscamente.

—Draco, me asustaste— se quejó antes de notar quien acompañaba a su hijo y palidecer—. ¿Severus?

—Hola, Narcissa— dijo el hombre, mientras se quitaba la capa y el sombrero—. ¿No me invitas a pasar?

—¿Q… qué haces aquí?— tartamudeó la mujer.

—Vaya, Narcissa, siempre creí que tenías mejores modales— se burló Severus, mientras ella se preguntaba desesperada por qué estaba ahí—. ¿No me ofreces algo de tomar?

Narcissa respiró hondo, en un intento por serenarse, antes de replicar.

—La última vez que estuve en tu casa me echaste como un perro, no creo que tenga que atenderte en la mía.

—Ya veo que lo recuerdas— Severus se acercó, amenazante—. A ver si tienes tan buena memoria para todo. ¿Recuerdas que te dije que si le hacías algo a Harry te destrozaría con mis propias manos?

Ella retrocedió un par de pasos, aterrada.

—Draco— musitó, suplicando ayuda.

—No creo que tu hijo esté muy dispuesto a ayudarte, Narcissa— Severus rió internamente al notar el estremecimiento de temor que recorrió a la mujer ante su tono de voz—. ¿Sabes dónde estuvimos anoche? En el puerto de Dover.

La palidez de Narcissa se acentuó drásticamente y tuvo que sostenerse en una silla para no caer.

>>Supongo que adivinas lo que encontramos allí, ¿no?— la mujer no respondió, sólo siguió mirándolo con los ojos muy abiertos—. Sabes, lamento tanto tener que desilusionarte pero tu plan no funcionó. Encontramos a Hermione y a Harry sanos y salvos.

Los ojos de la mujer destellaron, el miedo momentáneamente remplazado por la ira.

>>Tienes suerte— siguió Severus, implacable—. Si los hubiéramos encontrado muertos, en lugar de tener que pasar el resto de la vida en un calabozo de la Torre, como va a ocurrir, hubieras tenido que enfrentarte a la horca.

—No sé de qué me hablan.

—Por supuesto que lo sabes, Narcissa, deja de fingir. Hablo del secuestro de Harry y Hermione y tus planes de mandarlos a Asia como esclavos.

La mujer pareció meditarlo un minuto y al fin decidió enfrentar a Severus, no iba a quedarse ahí inmóvil, como un ratón al que un gato estaba a punto de lanzarle un zarpazo.

—No pueden probar nada— dijo convencida.

—Te equivocas, Fudge confesó.

Narcissa jadeó, no pensaba que hubieran descubierto su relación con ese valet. Aún así, se recuperó muy pronto.

—Es un miserable empleado. Si nos enfrentamos, ¿a quién crees que van a creer? ¿Al viejito resentido o a la pobre, desvalida y noble viuda?

—¿Y si al cuadro le agregamos el honesto hijo de la viuda?

—¿Qué quieres decir?— los inquietos ojos de Narcissa iban de Severus a Draco.

—Escuché tu conversación con Vernon Potter— declaró Draco, mirándola con furia—. ¿Cómo era que decías? ¿Por qué esperar tanto tiempo? Mientras sigan en el Reino, Severus puede localizarlos. ¿Cómo fuiste capaz de planear algo tan horroroso, madre?

—No me importa lo que digan— hizo un último y desesperado esfuerzo por salvarse—. Lo negaré todo. No podrán acusarme de nada.

—Bueno, si piensas así, imagino que no tiene sentido que te planteemos la alternativa a un juicio— dijo Severus, mientras se dirigía a tomar su capa y su sombrero—. Vamos, Draco, tenemos que ir a Scontland Yard. Tienes una declaración que hacer.

La mente de Narcissa Malfoy viajaba a millón y en ella sólo se repetía una palabra: alternativa, alternativa.

—Esperen— casi gritó a los hombres que salían.

—¿Decías?— interrogó Severus con tono neutro.

—¿Cuál es la alternativa?— preguntó al fin.

—Me alegra que estés dispuesta a hablar— dijo Severus con tranquilidad—. La propuesta es ésta: Firmarás una confesión completa— al ver que ella iba a protestar, la detuvo con un gesto—. No puedo arriesgarme a que más adelante, cuando hayan archivado el caso, te arrepientas. Te doy mi palabra que mientras cumplas el resto del trato, esa confesión no verá la luz.

—¿Cuál es el trato?

—Te internarás en un convento en Escocia, donde vivirás hasta el fin de tus días. Y para que veas que no somos crueles, Daco dará una buena cantidad anual para que te traten adecuadamente.

—¿Un convento en Escocia? ¿Durmiendo en celdas heladas y comiendo comida de pobre? ¿Acaso se volvieron locos? ¿Bromean, verdad? ¿Qué diferencia hay entre eso y estar encerrada en la Torre?

—¿Tengo cara de risa?— el gesto de Severus fue amenazante—. La diferencia es que en la Torre vas a vivir como una paria, sin ver la luz del sol, y con tu nombre, del que tan orgullosa te sientes, enlodado por el piso.

La mujer se volteó hacia Draco, suplicante.

—Draco, soy tu madre, ¿serías capaz de hacerme esa crueldad?

—¿Mi madre?— el tono de Draco fluctuaba entre la burla y el dolor—. ¿Cuándo te has comportado como una madre? Lo que hiciste fue terrible; mi prometida, la mujer que amo, estuvo a punto de morir por tu causa. Te aseguro, madre, que no soy la persona que se va a condoler de tu pena. La situación es simple, o aceptas el convento en Escocia, o te vas a enfrentar a un juicio por secuestro, aunado al cargo de complicidad en la trata de blancas. Si pierdes el juicio, dudo que vuelvas a ver la luz del sol, y créeme, por más terrible que suene, no lo lamentaría en absoluto.

La mujer rubia se dejó caer en una silla, derrumbados todos sus argumentos.

—Está bien— aceptó al fin—. Firmaré.



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—¿Cómo les fue?— preguntó Sirius, en cuanto Severus entró en la salita donde Remus y él lo esperaban, acompañados de un hombre bajito, regordete, medio calvo y con unos grandes mostachos blancos: Lord Newton, Marqués de Scamander.

—Como estaba previsto— contestó Severus, dirigiéndose al Marqués—. Newton, gracias por venir.

—Sirius me dijo que era urgente— replicó, pues eso lo explicaba todo—. Por cierto, felicidades por tu compromiso.

—Gracias— Severus miró a Sirius—. ¿Dónde está Harry?

—Subió a descansar— respondió Remus—. Le dolía mucho la muñeca.

—Mejor, no me gustaría que oyera lo que vamos a hablar— dijo Severus, dirigiéndose a una de las vitrinas y sacando una caja de madera—. Esto es lo que necesito que hagan.



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—Milord, Lord Sirius, Duque de Black, y Lord Newton, Marqués de Scamander, solicitan hablar con usted— dijo el mayordomo, parado en la puerta del estudio de la Casa Potter.

—¿Qué quieren esos dos?

—No lo mencionaron, Milord.

Vernon respiró con resignación. No le gustaba la idea de recibir al tal Black, pero no era cuestión de rechazar la visita de dos personas tan importantes dentro de la Corte.

—Está bien, diles que pasen.

Momentos después, el mayordomo regresaba acompañado de ambos hombres.

—Lord Potter— dijo Sirius en cuanto entró.

—Lord Black, Lord Scamander— saludó Vernon, obsequioso—. ¿En qué les puedo ayudar?

—Venimos en calidad de padrinos del Duque de Snape.

—¿Padrinos? ¿Padrinos de qué?

Sirius puso la caja de madera sobre el escritorio y la abrió, mostrando un par de pistolas de duelo.

—Lord Severus, Duque de Snape, lo reta a duelo por la afrenta hecha a su honor al tratar de secuestrar a su pupilo y prometido, Lord Harry Potter— dijo Sirius con tono neutro—. Le envía sus pistolas de duelo para que puedan ser revisadas por sus padrinos y la caja sellada. Si no le agradan estas pistolas, puede elegir las propias, siempre y cuando se nos permita revisarlas y sellarlas antes del duelo— guardó silencio un momento, antes de agregar con voz potente—. El duelo será a veinte pasos, a pie firme y a muerte.



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Vernon estaba aterrado y furioso. Esos malditos habían descubierto todo y le habían amenazado. Ahora, además de perder una pequeña fortuna, se veía ante la disyuntiva de batirse a duelo o terminar sus días con sus huesos en la Torre.

Por supuesto, se había visto obligado a aceptar el duelo. Él no era un mal tirador, pero el Duque de Snape, según había oído, era todo un experto. Su única ventaja era que, al ser retado, tenía el privilegio de disparar primero. Pero, ¿y si fallaba el primer tiro? A veinte pasos no era fácil atinarle a nada.

—Maldita seas, Narcissa Malfoy, y maldito yo por permitir que me metieras en esto.



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—¿Un duelo? ¿Cómo que vas a tener un duelo? ¿Acaso te volviste loco?— gritaba Harry, mientras sentía como la conocida garra de la angustia volvía a apretar su garganta.

—Tranquilo, Harry, todo va a estar bien.

—¿Cómo que todo va a estar bien? Él va a disparar primero, podría matarte— miró a los profundos ojos negros y bajó la voz, hasta convertirla en un susurro conmovedor—. ¿Qué haría yo si mueres, Severus? ¿Cómo podría seguir viviendo?— los ojos de Harry estaban cuajados de lágrimas, y respiró profundo intentando contenerlas—. ¿Por qué vas a hacer esto, Severus?

—Harry— musitó el hombre, tomando la querida cara entre sus manos—. Entiende, tengo que terminar con esto o siempre vamos a estar preocupados por cuál sería el nuevo ataque de tu tío. Si no lo hago, nunca vamos a poder vivir en paz.

—Pero…

—Te prometo que voy a regresar, y en muy poco tiempo nos vamos a casar y tendremos una veintena de hijitos tan hermosos como tú.

—¿Veinte? Santo Dios— musitó Harry, sonriendo débilmente entre las lágrimas.

—¿Te parecen muchos?— preguntó Severus, sonriendo también—. No lo creo.

—Porque tú no eres quien los vas a gestar.

Severus se inclinó y besó a Harry con ternura infinita.

—Nos veremos pronto— prometió.

Harry le tomó el brazo con fuerza.

—Yo quiero asistir al duelo.

—No, amor, si estuvieras allí no podría mantener la serenidad que necesito, estaría más preocupado por ti y por cómo te sientes que por el duelo.

Aunque aceptó con un movimiento de cabeza, entendiendo la sensatez de sus palabras, Harry no lo soltó

—Júrame que volverás. Sin importar cómo lo hagas, júrame que vas a volver.

—Te juro que haré todo lo posible.

Y con esa última promesa, miró a sus testigos y los tres salieron sin mirar atrás, dejando a Harry acongojado, llorando en brazos de Remus.


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La luz del amanecer se filtraba entre los pinos, iluminando aquel pequeño claro en el medio del bosque y a los hombres que allí se encontraban.

Severus y Vernon estaban frente a frente, ambos en mangas de camisa, mientras uno de los padrinos de Vernon voceaba las normas del duelo.

—Va a ser un duelo a veinte pasos, con pistola y a pie firme— decía en ese momento—. El primero en disparar será el Conde Vernon Potter. Si éste falla, le corresponderá el turno al Duque Severus Snape. Si éste falla disparará nuevamente el Conde Potter y así sucesivamente. Tienen que esperar a que yo de la orden antes de disparar. ¿Quedó claro?— al ver que ambos hombres afirmaban, continuó—. Pónganse en este punto, espalda contra espalda. Van a avanzar diez pasos a medida que yo cuente. Cuando terminen, den la vuelta y esperen mis instrucciones.

>>Uno, dos, tres…

Mientras el hombre contaba y Severus se alejaba, su único pensamiento era Harry y su esperanza de volverlo a ver. Al fin, los diez pasos fueron cumplidos y el Duque se enfrentó a su oponente.

—Conde Potter— escuchó Severus nuevamente al hombre—. Prepare— se escucho el arma al ser cargada—. Apunte— vio como el tío de Harry alzaba la pistola hacia él pero ni siquiera parpadeó—. Dispare.

El estampido del disparo resonó en el aire matinal y, segundos después, Severus pudo respirar con tranquilidad, Vernon Potter había fallado.

Vernon se estremeció de temor al ver que su disparo no había dado en el blanco, estaba seguro que acababa de perder su única oportunidad. Como en sueños, escuchó la voz de su padrino.

—Duque Snape, prepare— el ruido del arma al amartillarse resonó como un trueno en la cabeza de Vernon—. Apunte— aterrado, vio como Severus levantaba el arma y apuntaba a su pecho—. Disp…

—Esperen— gritó antes que el testigo pudiera terminar, tirándose al suelo, temblando.

—Qué pasa, Potter, estoy esperando— se escuchó la voz de Severus, pero Vernon no se levantó.

—Conde Potter, debe ubicarse en su lugar— ordenó el hombre que fungía de árbitro, pero Vernon no obedeció.

Lentamente, Severus caminó hasta él. Cuando llegó a su lado, Vernon levantó la cabeza.

—Le daré lo que quiera, Snape, pero no me mate.

Las miradas de todos los padrinos, propios y ajenos, destilaban desprecio. Severus, impertérrito, preguntó:

—¿Todo lo que quiera?

—Sí, pero por favor, no me mate.

—Muy bien— aceptó Severus—. Le voy a perdonar la vida, pero a cambio usted va a firmar una carta donde confiesa ser el autor intelectual del secuestro de Lord Harry Potter. No se preocupe— continuó, ante el rostro de Vernon—, no voy a usar esa carta siempre y cuando cumpla lo que le voy a pedir, le doy mi palabra de caballero ante estos testigos.

Vernon se enderezó con dificultad y miró a Severus.

—¿Qué quiere que haga?

—Hoy mismo va a renunciar a su título a favor de su hijo mayor— ordenó Severus con voz pausada—, y va a salir del país a la mayor brevedad. Yo voy a pedir a los presentes que me den su palabra de honor de que no repetirán lo sucedido aquí, así sus hijos no tendrán que cargar con su vergüenza. Pero si pone un pie de regreso al país o de alguna forma alguien vuelve a atentar contra Harry por orden suya, lo buscaré y esta vez nadie lo va a salvar. Y daré permiso para que estos caballeros hablen y digan lo cobarde que es, ¿quedó claro?

Vernon Potter asintió en silencio.

—Pero no puede pedirnos que ocultemos la cobardía de este hombre— dijo el noble que había arbitrado el duelo.

—No se preocupe, Milord, no vamos a saber nada más de él, y su familia no tiene la culpa de que sea tan cobarde. Le pido conserve el secreto.

—Lo haré, Lord Snape, pero sigo pensando que la Corte debería saber la clase de sabandija que es éste sujeto.

Sin una palabra más, todos los hombres abandonaron el claro, dejando a Vernon, Conde de Potter, a solas con su propia ignominia.



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Esa noche, Remus, sabiendo cuanto necesitaban Severus y Harry un momento a solas, se encargó de convencer a la dama de compañía y ambos se retiraron a dormir después de la cena. Así, Harry y Severus se acurrucaron frente a la chimenea del estudio a mirar las llamas brillar, mientras conversaban de una y mil cosas, y se hacían arrumacos de tanto en tanto.

—Estuve tan asustado— murmuró Harry, acercándose aún más al cálido cuerpo de su prometido.

—Lo siento, mi amor, pero era necesario— dijo Severus—. Necesitaba llevar a tu tío al límite, para que aceptara irse del país. Mientras siguiera en Inglaterra, estoy seguro que no nos iba a dejar en paz.

—¿Y si te hubiera acertado?— Severus estrechó a Harry más fuerte pero no contestó—. ¿Y si no hubiera reaccionado como lo hizo y hubiera seguido con el duelo? ¿Lo hubieras…. matado?

Severus tardó un momento en contestar.

—Yo estaba dispuesto a morir por ti, Harry— musitó—. Y sí, si hubiera sido necesario, también estaba dispuesto a matar.

Esta vez el que guardo silencio fue Harry. Se veía concentrado, como reflexionando.

—Entiendo lo que dices— dijo al fin—, porque si fuera al revés, yo también estaría dispuesto a morir o a matar por ti.

Esa declaración, dicha con los labios temblorosos y las mejillas arreboladas, tocó profundamente el corazón del Duque de Snape, que sin poder ni querer evitarlo, se inclinó sobre Harry y tomó su boca en un apasionado beso. Al momento, el más joven abrió los labios y muy pronto, dos lenguas frenéticas luchaban por dar y obtener placer.

Las manos, como presas de vida propia, empezaron a acariciar hombros, pechos y espaldas, mientras las caderas se pegaban una a la otra, y los excitados miembros se frotaban sin piedad.

—¡Dios, Harry, como te deseo!— murmuró Severus, hundiendo la boca en el níveo cuello de su pareja.

—No más que yo, Sev, no más que yo.

La tensión de los dos días pasados, la alegría y el alivio de que todo se hubiera solucionado, el deseo contenido por tanto tiempo, todo explotó a un tiempo, de modo que ninguno de los dos tenía valor para contenerse más. Cuando las manos empezaban a desanudar corbatas y apartar ropas, un leve sonido en la puerta les regresó a la realidad.

—Chicos— se escuchó la voz de Remus—, siento interrumpir, pero la Tía Marge me envió a ver por qué tardaban tanto.

—Demonios— gruño Harry.

—Y esa es la razón por la que las damas de compañía son tan útiles— rió Severus con ternura, al tiempo que le daba un suave beso en la frente y se separaba. Luego que ambos hubieron acomodado sus ropas y tratado de verse medianamente presentables, Severus invitó a Remus a pasar.

—De verdad lo siento— se disculpó Remus cuando entró, mirando con una sonrisa las arreboladas mejillas de Harry—. Es que Tía Marge es…. digamos que un incordio, de tanto en tanto.

—No te disculpes, viniste justo a tiempo, Harry iba a tocar un poco de flauta, ¿verdad, mi amor?

—Verdad— dijo el joven, resignado, al tiempo que iba a buscar la flauta para ocultar su turbación. Ya frente al armario, respiró un par de veces para calmarse y sacó el instrumento. Cuando regresó con los otros, una sonrisa tranquila iluminaba su rostro.

—Entonces, mi querido público— preguntó, sentándose junto a Severus—, ¿qué quieren oír?



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Gotitas musicales

Cuando yo era peque, había una serie de televisión que se llamaba El Llanero Solitario. Era muy simple y en blanco y negro, pero cada vez que el protagonista salía a perseguir a los malos, ponían una partecita de una música maravillosa, la Obertura de la Ópera Guillermo Tell, de Gioacchino Rossini. Así, como me parece apropiada como telón de fondo del rescate de Harry y Hermi, aquí se las dejo. ( La obertura empieza suavecita, pero escuchen hasta el final y encontrarán la partecita a la qué me refiero ^_^.) ^aquí



Y aunque no cuadra en el capítulo, quiero incluirles otra música hermosísima, de un compositor genial. 20 Rapsodias húngaras, de Frank Liszt
1846—1885 — 20 Rapsodias húngaras — nº 2 aquí

Gotitas históricas


Sultanato de Oman:País localizado al sudoeste de Asia, en la costa sudeste de la Península Arábiga. En 1822, el Tratado de Moresby limita la trata de esclavos y hace que empeore la economía del sultanato. En 1861 es dividido en varios principados y en 1891 se convierte en protectorado británico.


Canal Inglés:También llamado Canal de la Mancha por los franceses, es el brazo de mar del Océano Atlántico que lo comunica con el Mar del Norte, al oeste de Europa, y separa el noroeste de Francia de la isla de Gran Bretaña. Su punto más angosto está en el paso de Calais, donde sólo 34 kilómetros de distancia separan Dover y el Cabo Gris—Nez.


Duelo:Es un tipo formal de combate, como se ha practicado desde el siglo XV hasta el siglo XX en las sociedades occidentales. Puede ser definido como un combate consensuado entre dos caballeros, que utilizan armas mortales de acuerdo con reglas explícitas o implícitas que se respetan por el honor de los contendientes, acompañados por padrinos, quienes pueden a su vez luchar o no entre sí. En general —y especialmente en las últimas décadas — un duelo es un acto ilegal en cualquier país civilizado.

Los duelos fueron generalmente ilegales, a pesar de que en la mayoría de las sociedades donde fue usual, contó con aceptación social. Los participantes de un duelo correctamente planteado no eran por lo general perseguidos, y en los casos en que sí lo eran, no se los encarcelaba por tal motivo. Se consideraba que sólo los caballeros tenían un honor que defender, y por lo tanto la clase socia alta era la que calificaba para realizarlo: si un caballero era insultado por alguien de la clase baja, aquel no lo retaba a duelo, sino que le infligía algún castigo físico o comisionaba a sus sirvientes para que lo hicieran.

Nota: En los duelos de pistola, supuestamente el afrentado era quien disparaba primero. Yo lo cambié un poquillo y lo puse al revés.




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Última edición por alisevv el Vie Feb 19, 2016 5:53 pm, editado 3 veces
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MensajeTema: Re: Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II   Una promesa trajo el amor. Capítulo 12. El rescate, parte II I_icon_minitimeMiér Ene 21, 2015 10:18 pm

si claro iba a tocar la flauta.... aja pero quien sabe que flauta pensaba tocar harryy Cool upsss shhhhhhh que cosas digoo..>.<
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http://yukif.livejournal.com/
 
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