CAPÍTULO 7: Amigos (II)
Fue durante la primera visita de Harry a las habitaciones de Severus, poco antes de la mitad del trimestre, cuando Harry vio la invitación de Malfoy.
El transcurso de los hechos acontecidos ese día había sido bastante extraño. Para empezar, como Harry había decidido establecer una marcada separación entre sus dos personalidades, en lugar de bajar directamente a los aposentos de Severus, decidió aparecerse en su casa de Hogsmeade, lanzar el glamour sobre su rostro y cambiar su uniforme por una camisa azul marino y unos pantalones vaqueros ajustados, junto con una túnica del mismo tono que la camisa. Cuando terminó, regresó a Hogwarts.
Cuando entró en el castillo, se dirigió apresuradamente a las mazmorras, y llamó a la puerta de Snape, quien lo invitó a entrar inmediatamente. A pesar de estar familiarizado con la escuela, no tuvo que fingir curiosidad al ingresar en los aposentos del ojinegro, ya que jamás había pisado ese lugar. Snape sonrió complacido por su llegada y, en lugar de inclinarse para besarlo, acarició su brazo como saludo. Harry encontraba muy entrañable esa contención por parte del hombre, especialmente conociendo lo desenfrenado que podía llegar a ser Severus, algo que esperaba volver a comprobar más tarde.
Cuando Severus lo había invitado a comer a sus aposentos, Harry mostró preocupación por si los elfos domésticos lo reconocían a través de su encantamiento, e incluso pensó ir a hablar con ellos primero, pero, cuando se apareció en la cocina descubrió que había un gran número de criaturas, y, dado que no estaba dispuesto a contarle su secreto a todos, y tampoco sabía si alguno de ellos era el responsable de servir a Severus, o lo hacían de manera arbitraria, cambió de opinión. En lugar de eso, decidió aceptar una taza de chocolate junto con un trozo de pastel y sentarse a charlar con Winky, quién le informó de que Dobby se encontraba lejos del castillo, cumpliendo una misión para el director. Harry pudo comprobar durante su conversación que la elfa se encontraba más animada que en su última visita y que había superado su afición por beber más de lo debido, por lo que el chico encontró su compañía asombrosamente agradable e incluso encontró bastante útiles conocer sus diferentes puntos de vista sobre diversos asuntos para ver las cosas desde diferentes perspectivas y cuestionarse sus propias ideas.
Harry decidió visitar las cocinas más a menudo y valorar la contribución de los elfos, ya que, a pesar de poseer una magia tan poderosa (el ojiverde incluso podía notar cómo palpitaba el poder en la sala), eran menospreciados continuamente. A Harry le interesaba averiguar si estarían dispuestos a tener un papel activo en la guerra que se aproximaba o si, por el contrario, se mantendrían neutrales.
De vuelta a los aposentos de Severus, Harry aprovechó para echar una ojeada mientras el hombre le servía una copa; la sala era más baja que la sala común de Gryffindor, con un techo abovedado y arcos de piedra formados por cálidos ladrillos dorados. Las paredes estaban recubiertas por estanterías repletas de libros, aportando viveza a la habitación, y en una de las esquinas de la sala se encontraba situado un gran escritorio, cubierto de multitud de pergaminos, entre los que Harry supuso que se encontrarían las redacciones y ensayos entregadas por los alumnos. La luz era tenue, y provenía de velas colocadas en las paredes, así como de las llamas que titilaban en la chimenea, dando una visión acogedora al lugar. Frente al fuego había un pequeño sofá y un sillón, con aspecto de haber sido muy usados, aunque se encontraban en perfecto estado. Sobre la repisa de la chimenea se encontraba un cuadro pintado al óleo, que representaba un paisaje nevado; cuando Harry se acercó a mirarlo, se encontró con un sobre dirigido a “Severus y Alex” apoyado contra un candelabro. El chico no pudo evitar cogerlo y leer su contenido, mirando fijamente a Severus cuando acabó.
—Ha llegado esta mañana. Enviaré nuestras disculpas —explicó Snape, acercando una copa de vino tinto a Harry, quien la aceptó de manera automática y dio un sorbo.
—¿Por qué no puedes ir? ¿Estás ocupado?
El ojinegro le dirigió una mirada que no supo interpretar.
—Lo mejor es que no te involucres con Malfoy. Sea cual sea la misión que cumples para la Orden, tienes que saber que él solo te traerá problemas.
—¡Exacto! —exclamó Harry—. Por eso es mejor que lo vigilemos de cerca. Además, también podemos encontrar otros contactos útiles entre los invitados.
—No eres consciente del peligro… —comenzó Snape, siendo interrumpido por el joven.
—No, eres tú el que no entiendes que no estás solo.
El pocionista le dirigió una mirada furiosa, y Harry puso una mano sobre su pecho, intentando calmarlo.
—Me refiero a que, si queremos ganar esta guerra, necesitamos realizar un trabajo en conjunto. Tiene que haber muchas personas haciendo pequeñas tareas, no dos o tres con toda la carga sobre sus hombros. Para eso existe la Orden, ¿no? Y ahora tenemos una oportunidad para…
—Puedo lidiar con Malfoy… —interrumpió Snape.
—No me cabe la menor duda, pero habrá más personas allí, y seguro que organizará más eventos en el futuro. ¿No piensas que es mejor que nos infiltremos dos de nosotros en lugar de uno? —preguntó Harry, sin esperar respuesta y decidiendo cambiar rápidamente de táctica—. ¿Crees que todos los que asistan serán mortífagos?
El chico dejó caer la mano que estaba colocada sobre el pecho del pocionista, pero el ojinegro no se alejó.
—No. Probablemente todos sean simpatizantes del Señor Oscuro, pero Lucius conoce a muchas personas poderosas que prefieren mantenerse apartados, ya que tienen mucho que perder y prefieren ser cautelosos. A Malfoy le gusta rodearse de ellos por si en algún momento necesita contactos que puedan atestiguar que su comportamiento ha sido perfectamente apropiado.
—Entonces nuestra asistencia no supondrá un gran peligro, ¿no?
Severus hizo girar el vino que llenaba su copa, y tras inhalar levemente su aroma, dio un pequeño sorbo.
—¿Qué pasa? —cuestionó Harry, notando la expresión extraña instaurada en el rostro del mayor.
—Prefería mantener nuestra relación lejos de todo eso —comentó Snape en un susurro.
El ojiverde sintió cómo una cálida oleada de emoción recorría su cuerpo, y, dando un paso adelante, apoyó su cabeza contra el pecho de Severus. El hombre permaneció inmóvil, pero no lo rechazó. Harry alzó la cabeza, acariciando con sus labios el mentón del ojinegro.
—Mmmm… Recién afeitado —murmuró, pegando su cuerpo aún más al del mayor y notando como la respiración de éste se volvía entrecortada.
Severus se retiró rápidamente, pero antes de que Harry pudiera emitir una queja por el repentino abandono, el ojinegro soltó su copa, agarrando la del joven para hacer lo mismo, y lanzó al Gryffindor contra sus brazos, comenzando a besarlo ferozmente.
Harry se sentía al borde del desmayo. Rodeó con sus brazos el cuello de Severus, aunque rápidamente los bajó, procediendo a sacar la camisa del hombre de los pantalones, acariciando instantáneamente la espalda de Snape, ansiando tocar su piel y deslizar sus dedos sobre los tensos músculos y las protuberancias a lo largo de la columna del ojinegro. Su entrepierna se clavó contra la del mayor de forma inconsciente, lo que provocó que Severus abandonara su boca y mordiera con fuerza el labio inferior del joven. El dolor repentino, junto con el olor a sangre y el agarre feroz del hombre solo consiguió que la dura polla de Harry se llenara aún más.
—¡Dios! —exclamó el joven, mientras Severus lamía la sangre de forma tosca y descendía su boca por el cuello de Harry hasta llegar a la unión con el hombro, donde dio un fuerte mordisco. Si veinte minutos antes le hubieran preguntado al chico si pensaba que morder era algo erótico, no se habría mostrado muy convencido, pero en ese instante lo único que podía hacer era gemir, abrumado por la intensidad de su excitación—: ¡Dios, Severus, para de hacer eso o me correré!
Snape rugió y se apartó, sacando la camisa del joven de sus pantalones y desabotonándola bruscamente, arrancando algunos botones, para después inclinarse sobre el chico y morder con fuerza uno de sus pezones, al mismo tiempo que pellizcaba el otro. Harry gritó y se corrió, convulsionando levemente mientras el ojinegro lo calmaba con suaves lamidas.
Harry notó cómo del rabillo de sus ojos habían brotado algunas lágrimas. Se sentía conmocionado, saciado y un poco tembloroso.
Snape lo abrazó con fuerza y besó su boca suavemente.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Harry con voz ronca.
—Se le suele llamar orgasmo, Sr. Johnson —murmuró Snape, con su característica voz profunda, provocando para asombro de Harry que su polla se moviera con renovado interés dentro de su húmeda ropa interior—. También conocido como corrida, le petit mort*, eyaculación...
—Sí, sí, lo sé —resopló Harry, retrocediendo un poco para mirar al hombre a los ojos—. Dios, necesito sentarme. Mis piernas ahora mismo son como de gelatina.
Snape rio y condujo a su acompañante en dirección al sofá. Una vez sentado, la mirada de Harry se posó sobre la erección que se intuía en el interior de los pantalones de Snape, mientras se relamía los labios. Severus rio de nuevo ante ese gesto y negó con la cabeza.
—Más tarde.
—¿Por qué no ahora? —inquirió el joven, ascendiendo su mano por el muslo del ojinegro.
El profesor lo detuvo instantes antes de llegar a su entrepierna.
—A no ser que no te importe tener audiencia, creo que lo mejor será que esperemos. Los elfos domésticos están a punto de traer la cena y me temó que Albus me pidió permiso para acompañarnos.
—¿Albus? ¿Por qué?
—No me lo ha dicho. Cuando le mencioné que no acudiría esta noche al Gran Comedor porque te había invitado a cenar me pidió unirse a nosotros. Espero que no te importe.
—Oh, qué emoción —respondió Harry con cierta tristeza.
—¡Fantástico! —exclamó el director, atravesando el fuego.
Harry lanzó el hechizo de limpieza más rápido de su vida y, sonrojado, se levantó para saludar al anciano, extendiendo su mano. Severus se había puesto de pie rápidamente y en ese momento estaba colocándose una túnica que había dejado doblada sobre el respaldo de una silla, dándoles la espalda a ambos. Los labios de Harry se crisparon, conteniendo una risa.
>>Me alegra que me hayas invitado, Severus —saludó Dumbledore sonriendo, entregando una botella al pocionista.
—Gracias, Albus —respondió Snape sorprendido.
El director se agachó, momento que Severus y Harry aprovecharon para mirarse con diversión, pero la expresión del joven rápidamente se convirtió en una de espanto cuando el anciano le entregó un botón. El chico deseó que la tierra se lo tragara cuando recordó su camisa aún desabrochada y hecha jirones; lo solucionó con un rápido hechizo, pero su cara estaba tan roja como el cabello de su amigo Ron.
De pronto, se oyó el ruido de los elfos domésticos al aparecerse, y Snape condujo a ambos hombres hacia su pequeña cocina-comedor sin que el director mencionara ninguna palabra sobre lo ocurrido, para alivio de Harry.
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La mayor parte de la cena transcurrió entre conversaciones inconexas. Harry apenas podía saborear la comida, pero cuando apareció el postre, sus ojos se iluminaron y se le hizo la boca agua.
—Entonces, ¿habéis congeniado, muchachos? —preguntó Dumbledore cuando Harry acababa de introducir una cucharada de mousse de chocolate en su boca.
El chico se atragantó y comenzó a toser, pero declinó la oferta del director cuando éste se ofreció a golpearle la espalda para ayudarlo, lanzando una breve mirada a Severus, quien ya estaba respondiendo a la pregunta.
—Quiere acompañarme a la casa de Lucius Malfoy.
Bien, buena táctica, pensó el Gryffindor.
Albus miró a Harry.
—Estoy seguro de que los encantos de la Mansión Malfoy son un buen aliciente, pero, ¿existe otra razón por la que quieras hacer esa visita?
El joven bufó.
—Podría vivir sin conocer los encantos de la Mansión Malfoy, pero es una oportunidad de obtener información, y Severus me ha dicho que es poco probable que sea una reunión de mortífagos.
Se preguntaba qué pensaría Dumbledore acerca de su plan; no había tenido intención de contarle sus intenciones, al menos hasta que ya lo hubiera hecho. Dumbledore sabía quién era y lo que era, a diferencia de Severus; quizá el hombre podría mostrarse en desacuerdo con que el Chico-que-Vivió se metiera en la casa de un mortífago, pero, ¿creería que un hechicero sería incapaz de cuidar de sí mismo?
—¿Qué tipo de información esperas obtener, si se diera el caso? —preguntó Albus.
—Bueno, me he basado en unas ideas que me ha dado un amigo —respondió el Gryffindor, pensando en la sorprendente tarea de investigación que estaba realizando Ron por gusto.
Harry expuso su plan, y tanto Dumbledore como Snape se mostraron bastante impresionados, aunque estuvieron de acuerdo en que valía la pena intentarlo.
La conversación continuó por distintos derroteros, hasta que Albus preguntó a Alex si le gustaba Hogsmeade, lo que derivó en una explicación sobre la localización de su casa y, en consecuencia, sobre su descuidada huerta. Para asombro de Harry, cuando mencionó en broma que necesitaría contratar a alguien para que la arreglara un poco, Snape (¡Snape!) le recomendó a Neville Longbottom, ya que ese mismo día Madame Sprout había estado alabando sus habilidades en la sala de profesores. Dumbledore, quien había parpadeado varias veces con evidente sorpresa, se mostró de acuerdo con la idea y comentó que el Sr. Longbottom no encontraría ninguna objeción por su parte si deseaba trabajar fuera del castillo.
La conversación no se alargó mucho tiempo más, y, tras la partida de Dumbledore (quien había dirigido una mirada severa a Harry, que, aunque el joven no supo muy bien identificar, supuso que era una advertencia de que evitara hacer daño a Severus), Harry y Snape se sentaron juntos de nuevo frente a la chimenea, con la cabeza del Gryffindor sobre el hombro del mayor, y el brazo del ojinegro rodeando al joven. Harry se sentía muy cómodo y relajado en esa postura, así como afortunado. Se inclinó sobre Snape para soltar su taza de café sobre la mesa colocada en uno de los laterales del sofá, quedando tendido sobre el ojinegro, notando el movimiento de los músculos del hombre bajo él. Sus rostros estaban muy cercanos, y Harry acarició suavemente con una de sus manos el mentón del mayor. Los oscuros ojos de Snape se clavaron fijamente en los suyos, incitándolo, y, mientras descendía su cabeza para alcanzar los labios del hombre, podía sentir la tensión acumulada entre ambos. Cuando estaba a punto de atrapar la boca de Severus con sus labios, un fuerte golpe en la puerta los interrumpió.
—¡Joder! —murmuró Snape.
Harry se separó del ojinegro.
—¿Es un estudiante? ¿Se irá pronto?
El pocionista miró hacia lo que Harry había pensado al principio que era un espejo, colgado en uno de los laterales de la puerta. El artefacto comenzó a mostrar parte del pasillo que se encontraba fuera de las habitaciones y al joven que estaba llamando en ese instante. Era Draco Malfoy.
—Tengo que atenderlo —explicó Snape, levantándose del sofá—. El señor Malfoy tiene guardia esta noche. No me molestaría a menos que haya ocurrido algo urgente.
Harry asintió, poniéndose de pie también.
—¿Quieres que te espere en la cocina?
Severus reflexionó por unos instantes.
—Si no tienes ninguna objeción, no me importaría que te quedaras. El señor Malfoy es el hijo de Lucius, y no supondrá ningún problema que le cuente a su padre que te conoció aquí.
Harry asintió.
—No importa, puedo marcharme si es un asunto privado.
—Gracias. Lo siento...
—No pasa nada —interrumpió el joven, acariciando brevemente el brazo del pocionista antes de que éste se dirigiera hacia la puerta y abriera.
—Profesor, lamento molestarlo...
—Entre, Sr. Malfoy —respondió el ojinegro.
Draco obedeció inmediatamente, pero se detuvo bruscamente al darse cuenta de que había otro hombre en la habitación.
—Si es un asunto privado me marcho —terció Harry.
—Eh... ¡no! —respondió el rubio con dificultad y menos frialdad de la habitual, mientras sus ojos recorrían la habitación, fijándose en la luz tenue, las tazas y las copas, y la vestimenta informal de ambos hombres; la túnica de Snape ni siquiera estaba abrochada, y su camisa tenía los botones superiores abiertos, dejando incluso parte de su vello al descubierto—. No es privado... y lamento mucho la interrupción —añadió, alternando su mirada entre su Jefe de Casa y el hombre desconocido, con un tenue rubor comenzando a cubrir sus pálidas mejillas—. Daventry ha tenido un pequeño accidente. Lo he llevado a la enfermería, pero Madame Pomfrey dice que hay que ponerse en contacto con sus padres, y...
—Has hecho bien en venir aquí, Draco —lo interrumpió Snape, asintiendo y girándose hacia Harry.
—Me voy —dijo el Gryffindor, caminando hacia la puerta—. ¿Te veré el fin de semana?
—Sin duda —respondió el ojinegro, con un tono cálido y profundo que Draco nunca había oído emitir al hombre, y que provocó escalofríos a lo largo de su columna vertebral.
Harry le tendió una mano al rubio antes de abandonar la habitación.
—Encantado de conocerle, Sr. Malfoy. Hace poco conocí a su padre.
Mientras Draco estrechaba la mano ofrecida, Snape hizo brevemente las presentaciones, y, una vez finalizadas, Harry se marchó con una sonrisa.
Severus escuchó los detalles del accidente de su alumno, agradeció a Draco y decidió ir a la enfermería a ver al niño antes de contactar a sus padres, ya que parecía un asunto serio pero que no amenazaba a su vida. Parecía que iba a ser una noche ajetreada.
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Draco regresó a su sala común, notando como sus niveles de adrenalina descendían paulatinamente. Esa noche había tenido que enfrentarse a un grave accidente, intentar que los miembros de su Casa no entraran en pánico y además había confirmado que el Jefe de Slytherin era gay. Bueno, en realidad el hombre que lo acompañaba en sus habitaciones podía ser solo un amigo, pero la calidez entre los dos y el ambiente de comodidad e intimidad lo hacían dudar.
A pesar de que había escuchado a su padre hablar sobre las preferencias de Snape por su propio sexo, nunca lo había visto con otro hombre. Tampoco lo había visto nunca comportarse de otra forma que no fuera con severidad; incluso cuando hablaba con los alumnos pertenecientes a su Casa, su postura y ademanes siempre eran rígidos y carentes de emoción. Incluso en las clases de Potter, donde el profesor se convertía en un alumno al igual que ellos, seguía siendo frío. Verlo completamente relajado con alguien... no es que fuera extraño que los profesores tuvieran vidas privadas, todos debían tenerlas, pero Draco no podía evitar mostrarse asombrado con la de Snape.
Lo que había visto en las habitaciones del profesor era la clase de cotilleo que uno se moría por compartir con alguien, pero decidió no hacerlo por dos motivos fundamentalmente: no se le pasaba por la cabeza ninguna persona a la que le apeteciera contárselo, y creía que su relación con su Jefe de Casa podía mejorar si le demostraba que era capaz de guardar para sí los asuntos privados.
No sabía qué pensar de Severus Snape. Ni tampoco de Harry Potter.
Potter había sido su archienemigo durante 6 años, y, sin embargo, le estaba ofreciendo ayuda. Y a Snape también. ¿Acaso no sabía que el pocionista era un mortífago? Incluso si pensaba que ya no lo era (Draco tampoco lo sabía ya con seguridad), debía saber que lo había sido en el pasado y que todavía portaba la Marca Tenebrosa, por lo que Voldemort podía convocarlo en cualquier momento; había visto a su padre ser convocado en numerosas ocasiones, por lo que había podido distinguir varias veces la leve sacudida de Snape al notar su Marca arder.
¿A qué estaba jugando Potter? ¿Realmente era tan ingenuo como para creer que ambos lo apoyarían cuando hubieran adquirido sus poderes por completo?
Por otro lado, tampoco estaba seguro de que las clases de Potter pudieran ser efectivas; ¿podía adquirir un mayor nivel de poderes? Sabía que era más poderoso que la mayoría de los magos, y además poseía riqueza, estatus e influencia. Pero, aún así, los poderes que Potter había mostrado el primer día se encontraban tan alejados de sus límites (y de los de cualquier persona conocida), que sería estúpido no explorar las posibilidades, y Draco Malfoy no era idiota.
Tenía que admitir que las lecciones lo habían sorprendido de distintas formas. ¿Quién podría haber imaginado que Neville Longbottom no era un completo zopenco? Sabía que era uno de los alumnos favoritos de la profesora Sprout, pero nunca le había dado mucha importancia a la Herbología, ya que tenían a varios empleados en su mansión para ocuparse de esos trabajos de baja categoría. Pero Neville lo había asombrado al usar ese conocimiento para resolver un enigma; mientras él mismo se había visto paralizado por el terror que le provocaba el Bosque Prohibido, Longbottom había sido capaz de usar su habilidad para hacer deducciones y sacarlos a todos de allí. Por un momento se había preguntado si no habría sido todo una treta ideada por Longbottom y Potter para dejarlos mal a él y a Snape, pero lo había descartado inmediatamente; eso solo podría haber ocurrido si Potter no fuera tan Gryffindor.
Además, si las personas que acudían a la clase de Potter eran realmente los más poderosos del lugar, le convenía relacionarse íntimamente con ellos.
Asimismo, las lecciones habían resultado ser bastante interesantes; Potter poseía una verdadera habilidad para hacer reflexionar a la gente sobre el por qué, el cómo y el para qué.
Naturalmente, era uno de los mejores en todo lo que se daba en las clases, exceptuando Herbología y Pociones. Potter le había asignado como tarea explicar algunos principios básicos de pociones a McMillan (Ernie) y a él mismo, algo que parecía fácil, aunque fue bastante incómodo cuando tuvo que hacerlo en presencia de Snape (al pocionista lo había emparejado con Padma, y ambos debían lanzar algunos Encantamientos usando cada uno la varita del otro). Le había sorprendido la dificultad que suponía explicar a otra persona algo que entendía de forma innata. Había disfrutado bastante del desafío, aunque se había mostrado contrariado en múltiples ocasiones, ya que quería acudir a esas clases para aumentar sus poderes, no para convertirse en profesor particular para los demás.
Además, no veía avances en el empleo de magia sin varita. De hecho, si Potter no la usara todo el tiempo de manera inconsciente y sin apenas esfuerzo, como si fuera una extensión de sí mismo, habría tirado la toalla y no hubiera lo hubiera creído posible. Pero Potter era la prueba viviente de que era factible, y si ese idiota mestizo lo había conseguido no podía rendirse bajo ningún concepto.
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La entrevista con Neville había sido bastante extraña. Su compañero había llegado a su casa de Hogsmeade tras enviarle una lechuza con una carta a nombre de “Alex Johnson”, en la cual le ofrecía trabajar en el mantenimiento de su huerta a cambio de un pequeño salario.
Neville había llamado a la puerta de su casa en Hogsmeade y lo había mirado durante unos instantes en silencio cuando abrió. Harry lo invitó a pasar, pero su amigó se negó, pidiéndole que le mostrara el jardín, que se encontraba en la parte trasera de la casa. En otros tiempos, el lugar habría estado repleto de finas hierbas, pero en la actualidad se hallaba repleto de maleza, enredaderas y todo tipo de plantas invasoras conocidas por el hombre. Harry había realizado suficientes labores de jardinería con los Dursley como para saber las horas de trabajo que habría que dedicarle para que volviera a estar presentable. La única zona que se había molestado en arreglar era la situada al fondo, donde se encontraba el manzano del que había usado su madera para fabricar su nueva varita.
Neville le había preguntado qué quería que hiciera en el lugar, y Harry había tenido que reflexionar durante unos instantes, ya que no había pensado en ello antes. Tenía claro que no quería un jardín como el de los Dursley, tan elegante y arreglado hasta el punto de llegar a ser enfermizo.
FLASHBACK
—Me gustaría que fuera un lugar cómodo para sentarme, donde pueda beber una taza de té y almorzar, o tomar una copa de vino por la noche —respondió Harry—. Quiero que tenga muchos colores y olores, y algunas plantas que pueda usar para cocinar. Y que no tenga aspecto demasiado meticuloso; quiero que se vea arreglado pero natural, no sé si sabes a qué me refiero —añadió, mirando a su amigo, quién asintió en respuesta. Harry se sintió mal por ocultarle su verdadera identidad, pero jamás se le hubiera ocurrido pedírselo de otra forma, ya que temía que Neville sintiera algún tipo de obligación por su amistad o por las clases adicionales si hubiera revelado su secreto, y Harry no quería que eso ocurriera—. Preferiría que no tocaras las plantas que se encuentran bajo el manzano. Se llena de flores silvestres en primavera, y me parece algo mágico —agregó, en tono de disculpa.
—Entendido —respondió Neville—. ¿Quieres que siembre plantas en otras zonas? Cuando logre eliminar toda la maleza, quedará bastante hueco libre. ¿Te gustaría que plantara algo en concreto?
—Eh... no sé. Quizá te gustaría encargarte de eso. Si piensas sembrar algo demasiado caro, me gustaría que me lo consultaras primero. ¿Quieres que te dé dinero por adelantado para comprar cosas?
Neville soltó una carcajada.
—Voy a intentar cultivar a partir de esquejes y semillas, así que no tienes que preocuparte por el dinero. ¿Te parece bien?
—¡Sí, fantástico! Pero tengo que pagarte por tu tiempo, además de por tu trabajo.
Ambos acordaron un salario e hicieron el trato.
FIN DEL FLASHBACK
Desde ese día, Neville había estado yendo dos veces por semana al lugar, y Harry ya podía notar la mejora.
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Un miércoles, Snape llegó más temprano de lo habitual a la casa de Hogsmeade, encontrándose con Neville, quien aún no se había marchado.
—Señor Longbottom —saludó cordialmente.
El Gryffindor, que estaba separando un rosal que había quedado enterrado bajo la maleza, se pinchó el dedo por la sorpresa, y sacudió su mano adolorida.
—¡Profesor! —exclamó Neville, lamiendo brevemente la sangre de su dedo—. ¿Me estaba buscando, señor? ¿Hay alguna emergencia? —cuestionó con preocupación.
El hombre resopló, y el joven pudo ver cómo los labios de Snape se curvaban con peculiar diversión.
Mientras intentaba averiguar el porqué de la expresión del ojinegro, la puerta se abrió, apareciendo por ella un Alex muy emocionado.
—¡Sev! —lo llamó, sonriendo.
—Buenas tardes, Alex —respondió Snape, con tono grave y cálido—. Parece que el señor Longbottom ha encontrado algo de vida debajo de toda la maleza.
Neville alternó su mirada de uno a otro, conmocionado.
>>Cierre la boca, Sr. Longbottom —añadió Snape, arrastrando las palabras—. Tiene la lengua de color púrpura. Supongo que ha estado probando alguna tontería de los Weasley.
Neville cerró la boca de golpe, pero se las arregló para replicar.
—En realidad han sido caramelos de Honeydukes.
—Perdone mi confusión —respondió Snape con aire burlón—. No soy capaz de encontrar la diferencia, de todas formas.
Harry rio y golpeó suavemente el brazo del ojinegro.
—¡No seas tan antipático, Severus! Al fin y al cabo, fuiste tu quién me recomendó a Neville.
Los ojos del chico casi se salieron de sus órbitas al ver la familiaridad con la que trataba Alex a Snape y al oír el comentario del joven.
—¿Usted me recomendó? —graznó.
—Oí a la Profesora Sprout mencionar que era pasable en Herbología —respondió Snape con indiferencia, sacudiendo una mota de polvo de su manga—. Y pensé que aquí no podría arruinar demasiado.
—¡Oye! ¡El jardín está quedando magnífico! —objetó Harry, con una amplia sonrisa.
—Por supuesto. Sr. Longbottom, veo que tiene mucho trabajo por delante, así que lo dejaremos tranquilo —se despidió mientras se dirigía hacia el interior de la casa.
—Nos marcharemos en un minuto —explicó Harry a Neville—. Voy a reajustar las barreras para que te reconozcan y puedas traspasarlas sin problema. Siéntete libre de servirte una cerveza de mantequilla de la nevera.
—Gracias —respondió su amigo, aún conmocionado—. ¿Sois...? Eh... lo siento, no es de mi incumbencia —se interrumpió, con un leve sonrojo.
—Lo somos —afirmó Harry, esperando que a Severus no le importara que Neville se enterara de que le gustaban los hombres. ¿Por qué tendría que molestarle?
—Está bien —murmuró Neville, dirigiendo su mirada de nuevo hacia el rosal—. Que lo paséis bien, entonces. ¿Vais a algún lugar interesante?
Harry tuvo que aguantarse la risa al darse cuenta de los intentos de su amigo por mantener un tono sereno.
—Al cine. Nos encanta ver películas.
—Alex —interrumpió Snape, llamando al joven desde la puerta.
Harry sonrió a Neville en forma de despedida y siguió al ojinegro al interior de la vivienda, cerrando la puerta tras él. Snape lo empujó inmediatamente contra la encimera de la cocina, besándolo apasionadamente, antes de comenzar a mordisquear el lóbulo de su oreja.
—¿Te gusta? —gruñó en el oído del menor.
—¿Qué? —respondió Harry, con la mente completamente en blanco, abrumado por el aroma a limón y salvia que desprendía Snape, y por el cálido aliento rozando su piel. Se estremeció al notar el firme cuerpo del mayor aplastándolo, y sintió como su sangre se agolpaba en su entrepierna.
—Longbottom. ¿Te parece atractivo? Tan atractivo y sudoroso...
—¡¿Neville?! —exclamó Harry con incredulidad, al comprender al fin lo que quería decir Severus—. ¿Qué si me gusta Neville? ¿Te has vuelto loco? ¡Espera! ¿Y a ti?
—¡Claro que no! Es solo un niño —se burló Snape, lamiendo el cuello del joven—. Pero has estado pasando mucho tiempo con él, y puedo ver que tiene ciertos atributos...
—¡Ni hablar! —respondió Harry riendo, ante la idea de que pudiera gustarle su amigo. Además, había estado seis años durmiendo en el mismo dormitorio que Neville y nunca había notado que el chico mostrara ningún tipo de interés sexual por su mismo género. De repente, se le pasó por la cabeza la idea de que quizá la animosidad entre Snape y su amigo pudiera deberse a una atracción encubierta, y no le gustó nada ese pensamiento, por lo que se apartó del ojinegro, colocando las palmas de sus manos contra el pecho del mayor.
—¡Espera! ¿Lo encuentras atractivo? —increpó.
—Tengo ojos, Alex. Es un joven que está en forma, con buenos músculos, un rostro bonito...
—¿Y eso te gusta?
—Puedo ver su potencial, pero personalmente no me atrae. Es mi alumno...
—Eso no tiene nada que ver...
—Claro que tiene que ver. Jamás he pensado en mis alumnos en términos sexuales. No es apropiado.
—Acabas de pensar en él en términos sexuales —señaló Harry con brusquedad.
Snape lo miró fijamente.
—¿Estás celoso?
El joven abrió la boca, dispuesto a negarlo, pero cambió de opinión.
—Sí. ¿Tengo motivos para estarlo?
El pocionista soltó una carcajada y lo abrazó con fuerza, besándolo hasta dejarlo sin aliento.
—Claro que no —susurró contra los labios de Harry—. Contigo me basta. Y si alguna vez tuviera que considerar a algún estudiante como posible conquista, lo cual no haré jamás, no sería el Sr. Longbottom.
Snape se arrepintió de su última oración en cuanto la dijo, ya que una imagen repentina de Harry Potter se instauró en su cerebro. Alex tenía razón; había pensado en un alumno en términos sexuales. Con solo recordar sus gestos, el movimiento de sus músculos, su actitud... ¡No! ¡Tengo que dejar de pensar en el maldito chico! Se alegró de haber encontrado a Alex; si su libido iba a dispararse ese año, le gustaba contar con una salida satisfactoria. Y el joven también parecía disfrutarlo. Abrazó con más fuerza a Alex, comenzando a frotarse contra él; el menor gimió, empujándose contra su cuerpo.
—Tenemos que irnos —dijo Harry con pesar.
—Mmm... Quizá esta noche pueda quedarme hasta tarde —sugirió Snape, mordisqueando la mandíbula del joven.
—¡Gracias a Merlín! —gimió Harry—. Lo haces a propósito, ¿no? Sabes que ahora voy a estar medio duro toda la noche.
—¿Solo medio duro? Debo estar perdiendo mi toque —respondió Snape, con voz profunda, mientras sus dedos recorrían la polla de Harry cubierta por el pantalón.
—¡Bastardo! —exclamó el Gryffindor, derritiéndose ante el toque.
Snape se apartó.
—En efecto —contestó el ojinegro sonriendo—. ¿Nos vamos?
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Esa misma noche, cuando regresó a su cama de Hogwarts completamente saciado, Harry evitó pensar en la reacción de Severus cuando descubriera que había estado saliendo con uno de sus alumnos después de todo.
*Aparece así en el original. La “pequeña muerte” es un término en francés para llamar al estado de consciencia justo después del orgasmo, aunque el término en francés es “la petite mort”, imagino que será un fallo del autor.