CAPÍTULO 3: RINDIENDO CUENTAS
Harry se dirigió después de la cena al despacho del director para la esperada confrontación.
Había estado preparándose para este momento durante bastante tiempo; siempre volvía nervioso a Hogwarts tras los períodos de vacaciones, temiendo que llegara ese instante, y a pesar de haber ensayado tantas veces lo que quería decir, se había visto obligado a realizar un gran esfuerzo para mantener su cuerpo bajo control. Redujo un poco su velocidad, intentando mover los pies al compás de los latidos de su corazón, dejando que el golpeteo limpiara su mente y usándolo como una forma de meditación, como le había enseñado Andy. Respiró lenta y regularmente, volviéndose consciente del silencio que reinaba en los pasillos, roto únicamente por el eco de sus pasos. Olfateó el aroma único del castillo, a piedra antigua, betún y pinturas al óleo, sintiéndose como en casa.
En cuanto estuvo calmado, se centró en todo lo que quería decir y dejar en claro. Y debo mantener la mente abierta, se instruyó a sí mismo, evaluar y decidir en qué momento decir las cosas, y formular las preguntas correctas.
Cuando llegó frente a la gárgola, pronunció la contraseña que McGonagall le había ofrecido tras la comida, y subió tranquilamente las escaleras hacia el despacho del director. No le sorprendió ver a la profesora sentada en un sillón frente al fuego bebiendo té, mientras Dumbledore le pasaba una taza a Snape, quién se hallaba reclinado contra la pared.
—¡Harry! ¿Te apetece un té? ¿Con leche y azúcar? —ofreció Dumbledore sonriendo y agitando la tetera.
—Con leche y sin azúcar. Gracias, señor —accedió Harry, agarrando la taza y tomando asiento en la silla que el director le señaló.
Harry se recostó sobre su asiento y cruzó una pierna sobre la otra, consciente de que una postura relajada y segura se reflejaría en las actitudes de los demás sobre él, lo que le permitiría poseer un mayor control. Bebió un sorbo de té y esperó a que el director hablara.
—Estoy seguro de que no te sorprende que tengamos algunas preguntas que realizarte, Harry —comenzó Dumbledore alegremente.
—Está bien, señor. A mí también me gustaría preguntarle algunas cosas —respondió el ojiverde con tono cortés.
Los ojos de Dumbledore se entrecerraron con sorpresa.
—Responderé todo lo que pueda, por supuesto. —El anciano sonrió—. ¿Quieres empezar tú entonces, Harry?
—No, después de usted, señor —respondió el joven.
—Muy bien, ¿te importaría decirnos dónde estuviste la semana pasada? —inquirió Dumbledore, sin rodeos.
Harry bebió un sorbo de su té antes de mirar al director.
—¿Puedo preguntar por qué la última semana es de tanto interés para usted, director? —preguntó con calma.
—No estaba en la casa de sus parientes —espetó Snape—. Lugar en el que hemos perdido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo colocando barreras para su protección.
Harry lo miró. Era increíble pensar… ¡Ahora no!
El ojiverde tomó otro sorbo de té. El silencio se prolongó durante unos instantes hasta que la profesora McGonagall se volvió hacia su alumno.
—Potter, sabemos que la vida puede volverse un poco aburrida para usted en Privet Drive, pero…
—¿De verdad, profesora? —preguntó Harry suavemente, inclinándose levemente hacia su profesora de Transformaciones—. Eso es… interesante. ¿Qué sabe sobre mi vida en Privet Drive?
Minerva McGonagall lo miró con confusión.
—Lo siento Potter, no entiendo a qué se refiere.
—Solo le estoy haciendo una pregunta. ¿Qué sabe sobre mi vida en Prive Drive?
Minerva lanzó una mirada perpleja a sus dos compañeros, viendo el mismo sentimiento de incomprensión en sus caras.
>>Creo recordar que ningún mago ni bruja adulto ha visitado Privet Drive desde la noche en que me dejaron en la puerta de la casa de mi tía la noche en que mis padres murieron. Solo el verano en el que el Sr. Wesley pasó a recogerme, antes de mi cuarto curso. ¿Me equivoco? —cuestionó el chico.
—Sus parientes no son muy amantes de las brujas y los magos… —comenzó McGonagall, pero Harry interrumpió.
—No, no lo son, ¿verdad? —susurró en tono peligroso.
Hubo un momento de silencio.
Harry contuvo su ira y prosiguió en voz baja.
—Verá, encuentro eso difícil de entender. Llevarme allí la noche en que murieron mis padres… sí, eso era comprensible. No comprobar, nunca, que todo iba bien, a pesar de que sabíais que a los Dursley no les gusta la magia… eso lo encuentro más que incomprensible.
—La Señora Figg… —comenzó Dumbledore.
—No entró en la casa ni una sola vez —terminó Harry.
—¿De verdad, Potter, está intentando convertir todo esto en una triste historia sobre maltrato? ¡Por favor! —se burló Snape.
Harry miró al hombre cuya polla había estado en su boca esa mañana. Le entraron ganas de reír por lo extraña que era la vida.
—En realidad, exceptuando a Voldemort, estoy bastante feliz con mi vida privada actualmente —respondió el ojiverde—, pero me preocupa el posible maltrato que puedan sufrir otras personas.
—Muy Gryffindor por su parte —murmuró Snape, ganándose una mala mirada de la profesora McGonagall.
—Director, ¿sabe cuántos huérfanos hay en la escuela ahora mismo? —inquirió Harry, cambiando ligeramente de táctica.
—¿Se puede saber en qué diablos le concierne eso a usted? —gruñó Snape.
Harry se esforzó por contener su mal humor.
—No estoy pidiendo nombres, solo el número aproximado. Seguro que una buena cantidad de estudiantes han quedado huérfanos por el asunto de Voldemort.
—¿Preocupado por los hijos de los pequeños mártires, Potter?
—Supongo que en su Casa también existirán niños huérfanos, hijos de mortífagos que contrariaron a Voldemort, profesor. —Harry miró directamente a Snape—. Y estoy igual de preocupado por ellos. Solo me gustaría saber si este es el tipo de seguimiento que se sigue normalmente para todos los huérfanos, porque si lo es, no es muy bueno.
Los profesores se miraron entre ellos y contemplaron a Harry como si fuera un niño que no entendía nada sobre la vida.
—Potter, la mayoría de los huérfanos de brujas y magos son acogidos por sus familias. No hay necesidad ni tiempo para realizarles un seguimiento… —apuntó la profesora McGonagall con condescendencia.
—Profesora, la gente espera que arriesgue mi vida por salvar el mundo mágico. Aunque gane, indudablemente habrá mucho dolor involucrado en el camino, ya que Voldemort le tiene un cariño especial a la maldición Cruciatus. Necesito que valga la pena luchar por este mundo.
—¡Potter, su deseo de ser el héroe mimado es realmente vergonzoso! Se queja de que el mundo mágico no lo consintió lo suficiente, pero después ignora sus esfuerzos por mantenerlo a salvo —exclamó Snape, apoyándose contra el respaldo de una silla, clavando sus dedos con fuerzas en ella, mientras sus ojos oscuros reflejaban auténtico desprecio.
—Los “esfuerzos por mantenerme a salvo” fueron lamentables —espetó Harry—, y solo para asegurarse de que el hombre que se supone que debe salvar el mundo mágico no estire la pata antes de que esté listo. Dígame, ¿los hechizos de protección le aseguraron que estaba en Privet Drive cuando llamó Remus Lupin?
Snape y McGonagall miraron al profesor Dumbledore.
—Lo hicieron, Harry —respondió, preguntándose a dónde lo querría conducir el chico.
—Entonces, ¿por qué Lupin no exigió verme?
—Asumimos que tal vez tus parientes te habían castigado en tu habitación por mal comportamiento y no te permitían recibir visitas.
—Ah. Por supuesto, todos esperaríais que me comportara mal. Así que solo empezasteis a preocuparos cuando parecía que mi fuerza vital se estaba agotando —objetó, observando la cara de las tres personas que lo acompañaban en aquel despacho, cada una de ellas intentando no mostrar ninguna expresión en su rostro—. Si me hubiera estado muriendo dos días antes de que esto ocurriera, no hubiera sido vuestra responsabilidad en absoluto, ¿cierto?
—¡Potter, está siendo completamente ridículo! —se burló Snape—. ¡Deje de ser tan melodramático! ¿Por qué demonios deberíamos haber pensado que podría resultar herido dentro de su propia casa?
—¡Porque es la jodida verdad! —respondió Harry bruscamente.
Se hizo el silencio en la sala por unos instantes.
—Señor Potter… —terció Minerva McGonagall en voz baja, levemente temblorosa—. ¿Nos está diciendo que sus parientes abusaron de usted?
El chico pudo sentir la feroz intensidad de tres pares de ojos clavados sobre él.
—Lo que estoy diciendo es que no teníais forma de saberlo y, francamente, tampoco os importaba averiguarlo.
Volvió a reinar el silencio en el despacho.
Harry inspiró lentamente para tranquilizarse.
—Mi principal preocupación es evitar que otros niños se vean en la misma situación. Sé que no es vuestra responsabilidad cuidar de los niños antes de que ingresen en Hogwarts, pero el mundo mágico debe asegurarse de que alguien se encargue de ellos. Y debería existir también una forma de supervisar que todo vaya bien una vez que sean estudiantes de este colegio.
—Entonces está admitiendo que abusaron de usted. —La voz de Snape ya había perdido el tono de burla, pero Harry seguía enfadado porque el hombre no estaba comprendiendo lo que quería decir.
—No, profesor Snape, no es eso lo que quiero decir. Lo que me pasó a mí es irrelevante…
El ojinegro soltó un resoplido y Harry lo fulminó con la mirada.
—Está bien, usted ha preguntado. No abusaron de mí; probablemente me pegaron más veces que a la mayoría de los niños, y pasaba hambre en muchas ocasiones. La mayoría de la gente probablemente creerían que mis condiciones de vida eran inaceptables, pero no estoy molesto por…
—La casa parecía apropiada, Harry. Además, tus parientes no son pobres… —comentó Dumbledore, desconcertado.
El ojiverde suspiró; No iban a pasar esto por alto.
—¿Alguna vez ha estado dentro de una casa muggle, señor? —le preguntó al director.
Dumbledore se mostró distraído.
—No, creo que no —respondió lentamente.
El chico asintió.
—Las casas muggles no son como las mágicas. Las habitaciones no se expanden para adaptarse a los deseos de los ocupantes. ¿No le pareció en lo más mínimo extraño, señor, que mi carta de Hogwarts estuviera dirigida a la alacena bajo la escalera?
Los tres pares de ojos intercambiaron miradas antes de volver a centrarse en el joven.
Harry echó un rápido vistazo a la habitación y apuntó su varita hacia un trozo de pared en blanco cerca de la chimenea. Tras agitarla, apareció una pequeña puerta, de aproximadamente metro y veinte de alto, y sesenta centímetros de ancho*, con un pestillo en su parte exterior.
>>Mi habitación —dijo Harry—, hasta que recibí mi carta de Hogwarts. Podéis echar un vistazo.
Todos se dirigieron hacia la puertecita.
>>Tendréis que entrar uno por uno —añadió Harry, con diversión en su voz, antes de ponerse de pie y mantener la puerta abierta para la profesora McGonagall, quien agachó la cabeza y entró. El ojiverde cerró la puerta.
—¡Esta oscuro! —Se escuchó su voz amortiguada.
—Sí.
—¡Ay! ¡Me he golpeado la cabeza!
—Lo siento, profesor. Hay que tener cuidado con las escaleras, solo puede ponerse derecha junto a la puerta.
—¡Pero no puedo ver la puerta!
—Claro que puede. Busque la línea de luz debajo de ella.
—Pero Potter, ¿dónde está el interruptor de la luz? ¡Los muggles tienen electricidad!
—Por lo general, no se me permitía tener una bombilla —explicó Harry en voz baja—. La electricidad cuesta dinero.
Snape y Dumbledore contemplaron al ojiverde, quien evitó el contacto visual y dio un paso adelante para abrir la puerta. McGonagall permaneció dentro durante unos instantes, observando la habitación, antes de salir y encaminarse de nuevo hacia su asiento, rozando levemente el brazo de Harry con su mano mientras pasaba, sin mirarlo. El joven se sintió extrañamente conmovido.
Dumbledore simplemente se reclinó junto a la puerta, mirando hacia el interior del cuarto mientras giraba el pestillo.
—¿Solo está por fuera, Harry? —preguntó suavemente.
El chico asintió.
Snape prácticamente tuvo que gatear para entrar en la habitación, y Harry intentó no mirar su trasero mientras lo hacía. El hombre cerró la puerta, y el ojiverde pudo escuchar el crujir de la cama cuando Snape se sentó sobre ella. Por un momento pensó que de alguna forma extraña era bastante íntimo que el profesor se encontrara sobre la cama en la que había pasado su infancia. Sabía que su nariz debía estar captando los aromas que inundaban el espacio cerrado; el olor a sábanas sin lavar, sudor, calcetines y orina, así como el agradable aroma del betún de zapatos, que guardaba en un estante situado detrás de la puerta.
Snape dio un golpe en la puerta y Harry la abrió. Tras eso, tomó una rápida decisión y, agitando su varita de nuevo, la pequeña puerta fue sustituida por otra de mayor tamaño.
—Esta se convirtió en mi nueva habitación cuando llegó mi primera carta de Hogwarts. Mis tíos se asustaron y decidieron que me mudara al segundo dormitorio de Dudley.
Harry mantuvo la puerta abierta mientras los otros tres entraban, siguiéndolos instantáneamente. Snape se quedó observando todos los candados colocados en la puerta mientras pasaba. Los profesores se apiñaron en la pequeña sala, contemplando los escasos muebles y los barrotes de la ventana. Harry se agachó y levantó una de las tablas del suelo.
—Aquí escondía mi varita y todos mis objetos preciados. Todo lo demás lo tenía que guardar en mi baúl y no se me permitía tener acceso a ello.
—Al menos tenía un gato como compañía —comentó la profesora McGonagall al ver la gatera en la puerta, intentando que su voz sonara alegre.
—No, eso era para dejarme pan y agua. Me encerraban aquí durante semanas, aunque me dejaban salir fuera para hacer trabajos en la casa.
El silencio en el lugar se volvió muy denso. Harry abandonó la habitación y se sentó de nuevo en el despacho.
En silencio, Dumbledore conjuró más té y lo sirvió.
—Debe odiarlos. Y a nosotros, también —susurró la profesora McGonagall.
—Los odiaba —convino Harry—, hasta que tuve una conversación sincera con mi tía al comienzo de las vacaciones de verano el año pasado, justo después de la muerte de Sirius. Ahí pude darme cuenta de lo injusto que había sido todo para ellos —explicó, sin poder evitar el tono reprobatorio en su voz.
—¿Siente pena por ellos? —preguntó el profesor Snape con incredulidad.
—Sí —asintió Harry, volviéndose inmediatamente hacia el profesor Dumbledore—. Señor, necesito que me garantice algo.
—¿Una garantía, Harry? ¿De qué? —cuestionó el director con sorpresa.
—Necesito que me asegure que, independientemente de lo que os cuente ahora, mantendrá su compromiso de pagar las tasas escolares de Dudley. Es su último curso.
Dumbledore miró con seriedad al joven que se encontraba sentado frente a él, sintiendo que su comprensión de la realidad estaba distorsionándose y que tenía problemas para volver a restablecerla. Sin embargo, fue capaz de responder con su tono habitual.
—Está bien, Harry.
—Gracias, señor. —El ojiverde dejó escapar un suspiro de alivio, ya que había logrado uno de sus objetivos.
—Debe tenerle mucho cariño a su primo, Sr. Potter —comentó la profesora McGonagall con voz cálida.
Harry rio.
—Lamento decepcionarla, profesora, pero me temo que no puedo soportar a Dudley. Sin embargo, llegué a un acuerdo con mi tía.
—¿Le importaría explicar eso? —terció Snape.
El joven miró al hombre de cabello oscuro, quién ahora estaba sentado en una de las sillas, con su espalda muy recta y una taza acunada con aparente indiferencia entre sus dedos, y no pudo evitar pensar que se veía increíblemente sexy. El ojiverde sintió un movimiento inapropiado en su ingle. ¡Contrólate!, pensó, mientras giraba su cabeza para mirar de nuevo al director.
—Primero necesito hacerle una pregunta o dos, señor.
—¡Dispara! —exclamó el mago mayor sonriendo, sintiéndose fortalecido tras haber ingerido un buen sorbo de té muy cargado y dulce.
—La primera es personal —comenzó Harry, e hizo una pausa con tono de disculpa.
—La responderé si puedo hacerlo —respondió el anciano.
—Gracias, señor. ¿Ha tenido hijos?
La sorpresa iluminó los rostros de los tres magos mayores.
—No, no he tenido, pero como sabrás, he estado involucrado con niños durante la mayor parte de mi vida.
—Sí, señor, pero no es exactamente lo mismo, ¿verdad?
Dumbledore lo miró inquisitivamente.
Harry suspiró.
>>En realidad, me siento un poco aliviado, ya que eso supone que sus acciones se debieron al completo desconocimiento, y no a la maldad.
El ojiverde pudo sentir la conmoción que se extendió tras esa declaración, pero era importante para él aclarar ese punto.
—¿Maldad? ¿Hacia ti? ¿Por qué creías eso, Harry? —preguntó Dumbledore con sorpresa.
—No tengo idea, señor. Solo he considerado todas las posibles razones de sus acciones.
—Simplemente, dejarte con tus parientes me pareció lo más apropiado. Así te mantendría lejos de la adulación del mundo mágico…
—¿No se le pasó por la cabeza que dejarme a cargo de una familia muggle que detesta absolutamente la magia y que considera que los magos son monstruos, e intentaban quitarme la magia a golpes, podría hacerme creer que Voldemort tenía razón?
La tensión que se instauró en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. ¿Qué esperaban?, pensó Harry.
—¿Y a qué conclusión llegó, señor Potter? —preguntó Snape con tono sedoso.
—Antes de venir a Hogwarts no tuve ninguna buena experiencia con el mundo muggle —comenzó Harry—. Aunque, por otro lado, no todos los encuentros que he tenido con magos han sido cálidos y agradables —añadió, con ligera diversión en su voz—. Por fortuna, conocí primero a Hagrid, y más tarde a los Weasley, ya que, francamente, si no hubiera sido así, jamás hubiera conocido la bondad o el significado de tener una familia. Y, por suerte, en el último año he conocido a algunos muggles maravillosos, así que creo que ahora poseo una percepción más equilibrada del mundo.
—¡Entonces ha sido lo mejor para todos, Harry! —exclamó Dumbledore cogiendo una rebanada de pastel.
—Quizá le gustaría ir a decirle eso mismo a mi tía, señor —objetó Harry con tono crítico.
—¿Disculpa? —inquirió Dumbledore, mordiendo un trozo de glaseado.
—Digo que quizá le gustaría ir a decirle eso mismo a mi tía, señor.
—No entiendo qué quieres decir, Harry.
—Ya veo que no. Como dije antes, comprendo la decisión inicial de llevarme a la casa de mi tía, ya que fue tomada apresuradamente y con el impacto de la muerte de mis padres. Pero usted sabía que ellos no me querrían, ¿no es así? De lo contrario, hubiera llamado a la puerta y le habría contado que su hermana estaba muerta. ¿Qué clase de persona deja a un bebé en una puerta, con una sola carta cobarde?
Snape siseó. ¡Potter había llamado cobarde a Dumbledore! Pero la profesora McGonagall estaba sentada, completamente inmóvil; ella también había estado allí, y estaba sumida en las profundidades de su propia culpabilidad.
>>Me cuesta creer que no hiciera ningún esfuerzo por averiguar nada sobre ellos, o sobre mí, más tarde. ¿Sabía que los Dursley nunca quisieron tener hijos?
El director se limitó a observarlo, sin comentar nada.
>>¿Sabía que, tras la llegada inesperada de Dudley, mi tía sufrió una severa depresión postparto? ¿Sabía que acababa de superarla y lo estaba compensando malcriando a Dudley? ¿Tiene idea de lo difícil que puede resultar criar a dos niños pequeños? ¡Tengo amigos con hijos pequeños y son agotadores después de un par de horas! ¿No se le ocurrió siquiera preguntarle a la Sra. Weasley? ¡Piense en Fred y George antes de que existiera la posibilidad de rebatir con ellos!
Harry pudo comprobar que con lo último que había dicho todos los que se encontraban en el despacho habían comprendido lo que quería decir al ver sus caras de terror.
>>Petunia no fue capaz lidiar con ello. Ella no quería lidiar con ello, ¿y por qué tenía que hacerlo? ¿Le ofreció alguna ayuda? ¿Algún respiro? Tenían un niño que no querían, siempre en medio. Un niño que los aterrorizaba porque comenzó a desarrollar habilidades mágicas y suponía una amenaza para su mundo. ¿Podían hablar con alguien de ello? ¿Alguien les informó sobre cómo podían mantenerlo bajo control? Vivían con miedo de que pudiera hacer algo terrible, y podría haber sucedido, de hecho. Cometió un gran error al obligarlos a pasar por todo eso. Ellos nunca tuvieron la oportunidad de ser una simple familia; incluso aunque era necesario que me quedara allí, podría haberles ofrecido algún descanso. Seguro que podría haber encontrado a alguien que me acogiera durante alguna semana o, al menos, algún fin de semana. No es de extrañar que odien a los magos.
Harry dejó su taza sobre la mesa y se pasó las manos por el cabello desordenado. Quería que comprendieran lo que habían hecho.
La profesora McGonagall miró al ojiverde después de unos instantes.
—¿Nos ha dicho que llegó a un acuerdo con su tía, señor Potter?
Harry le sonrió brevemente.
—Sí.
—¿Para ayudar en la casa?
Harry soltó una risa irónica.
—¡Eso fue probablemente lo que más le costó renunciar a mi tía! Las únicas formas con las que pudieron lidiar conmigo fueron usándome o ignorándome. Aprendí a hacer las tareas del hogar desde que era un niño, y no me quejo de ello porque, cuando me fui a vivir solo, cuidarme fue pan comido. Cuando no estaba haciendo tareas domésticas, tenía que quitarme de en medio, marchándome de la casa, o encerrándome en mi alacena o en mi dormitorio, dependiendo de su estado de ánimo. No quiero decir que todo lo que hicieron fuera malo, pero no deseo que nadie más tenga que pasar por algo así. No si puedo hacer algo al respecto.
—¿Y nos estás pidiendo que te ayudemos? Solo quedan dos días de vacaciones, puedes quedarte en Hogwarts… —comenzó Dumbledore.
—¡No, gracias! —contestó Harry riendo—. Me encantaba quedarme aquí en navidad y Pascua, pero ahora no lo necesito. Gracias de todas formas, profesor.
—Entonces, ¿quieres quedarte con los Dursley? Volviste a su casa la pasada navidad, y en Pascua también, ¿no es así? —preguntó Dumbledore, un poco confuso.
—Oh, no me quedé en la casa de los Dursley.
—¿Disculpa?
—No he vuelto con los Dursley desde que tuve esa conversación con mi tía Petunia.
—¿Qué está diciendo, Potter? —se mofó Snape.
—Eso es lo que quería decir antes. Las protecciones son una basura, y lo siento por el vocabulario, pero es la verdad.
—¡Potter, realmente…! —comenzó Snape, siendo interrumpido inmediatamente por el chico.
—Profesor Dumbledore, ¿qué le está indicando sus protecciones ahora? Esas que le dicen si estoy con los Dursley.
Los ojos del director se agudizaron, y se giró para mirar un pequeño objeto de vidrio colocado en un estante alto, detrás de su silla.
Snape ya había apuntado con su varita a Harry antes de que el anciano se hubiera dado la vuelta, y la mantuvo allí mientras la profesora McGonagall se situaba frente al chico, desplazando la varita sobre él lentamente.
El ojiverde permaneció recostado cómodamente sobre su silla, observando.
—¡Regresso! —exclamó McGonagall, realizando un movimiento de muñeca.
No sucedió nada.
—<em>Soy</em> Harry Potter —indicó el joven, sonriendo a la tensa mujer.
—No es posible confundir al detector con multijugos —objetó Snape con autoridad.
—Oh, lo sé, señor —respondió Harry sonriendo, mientras se acomodaba aún más sobre su silla y volvía a cruzar sus piernas, jugando levemente con el nudoso hueso de su rodilla.
—Nadie puede entrar en la casa usando mechones de mi cabello o uñas. Esa era una precaución sensata, pero fácil de resolver. Simplemente se requiere que una parte viva de mí se encuentre en la casa.
Un silencio intenso y expectante se extendió de nuevo por el despacho.
—¿Le importaría explicarnos eso? —inquirió Snape, logrando que, a pesar de su curiosidad, sonara como una petición aburrida.
—Los espermatozoides pueden vivir varios días si se mantienen a la temperatura adecuada —expuso Harry con tono animado.
Snape parpadeó varias veces, y el ojiverde tuvo que aguantarse la risa.
—Señor Potter —terció la profesora McGonagall, irguiéndose, mientras sus suaves mejillas se tenían de rosa—, ¡¿está diciéndonos que le envió muestras de semen a su <em>tía</em>?!
—¡Ha dado en el clavo, profesora! —respondió Harry sonriendo.
Para el secreto deleite de Harry, la boca de Snape se abrió durante un instante, antes de cerrarse de golpe y mirar al chico intensamente con sus ojos negros. Acto seguido, se giró y caminó en dirección a la chimenea, dando una patada a un tronco que había quedado suelo, introduciéndolo en el fuego.
—Le ha estado enviando a su tía muestras de... de... —La profesora McGonagall parecía ser incapaz de repetir la temida palabra.
—Ella no sabía lo que eran —espetó Harry suavemente—. A no ser que abriera los paquetes, algo que pudo haber hecho, pero eso no es mi culpa.
Harry se inclinó hacia adelante y cogió la tetera.
—¿Puedo? —le preguntó a Dumbledore, antes de llenar su taza, añadir leche y beber un sorbo.
Snape se giró para mirar al chico, quién se encontraba sentado con las piernas abiertas y la taza acunada contra su abdomen, y se horrorizó cuando en su cerebro se instauró la imagen de Potter, recostado desnudo, completamente libertino, y con sus manos envolviendo su propio pene, en lugar de la taza, proporcionando dicha muestra. El ojinegro volvió a mirar al fuego rápidamente, aterrorizado por la agitación que cruzó su cuerpo. ¡Nunca había tenido fantasías sexuales por ninguno de sus estudiantes! ¡Jamás! ¡Era algo vil y asqueroso! Supuso que todo se debía a que su libido estaba por las nubes después de la noche (y también la mañana) que había pasado con Alex. En un principio, no había tenido la intención de aceptar la invitación de Alex sobre reunirse con él de nuevo, pero tal vez necesitara replanteárselo. Era mucho mejor aceptar esa propuesta que tener pensamientos inapropiados sobre uno de sus alumnos. ¡Y más si este alumno era Harry Potter! ¡Merlín, estaba enfermo! Había odiado al chico durante años, pero lo veía sentado en esa silla, convertido en todo un hombre y… <em>¡Joder! </em>
Dumbledore tosió para captar la atención del ojiverde.
—Entonces, ¿le enviaste una muestra esta mañana? —preguntó el anciano.
—Sí, intuía que íbamos a tener esta charla —afirmó Harry.
—¿Y nos vas a contar dónde has estado pasando todas las vacaciones? ¿Las de este verano? ¿Las de Pascua? ¿Navidad? ¿Las del último verano? —inquirió Dumbledore, intentando averiguar durante cuánto tiempo los había conseguido evadir Harry.
—He estado viviendo en Brighton —respondió el joven.
Snape se giró de nuevo para observar al chico.
—Mejorando su bronceado, por lo que veo —gruñó.
—Trabajando —espetó Harry suavemente.
—¿Trabajando? —preguntó Dumbledore—. ¿Dónde? ¿Por qué?
—En una obra. De ahí el broceado. Aunque fue muy agradable también pasar tiempo en el mar este verano, profesor. Y ganar dinero para pagar el alquiler, por supuesto.
—¿Se da cuenta del peligro al que se ha expuesto? —inquirió la profesora McGonagall, tras recobrar el aliento—. Potter…
—Estoy vivo, ¿no? Más fuerte, más en forma y más saludable de lo que nunca hubiera estado con los Dursley —objetó con dureza—. Y durante todo ese tiempo usaba un glamour, obviamente —añadió, logrando bajar los humos de la profesora y captar su interés al mismo tiempo.
—¿Un glamour? No podría haber mantenido el glamour durante todo el verano…
La mujer interrumpió sus palabras por la mirada fulminante que le lanzó el chico, pero prosiguió con su diatriba.
>>Es extremadamente agotador para un mago mantener el hechizo de glamour. Drena mucho los poderes —replicó a la defensiva—. Se lo quitaba al llegar a casa, me imagino.
—No —respondió Harry pacientemente—. Vivía con varios muggles, uno de ellos trabajaba conmigo. Y tiene razón, fue un poco agotador mantenerlo durante el verano pasado, pero como también estaba cansado por todo el trabajo físico que realizaba, tampoco notaba mucho la diferencia. Así que, este verano ya estaba acostumbrado. Además, creo que es bueno que aprenda a lidiar con una pérdida constante de energía. De todas formas, el glamour era solo para la cabeza, el cuerpo seguía siendo el mío.
—¿Podrías enseñárnoslo, Harry? —preguntó el director.
El ojiverde negó con la cabeza; después de lo que había ocurrido la noche anterior, era imposible revelar su identidad. Pero también existía otra razón por la que no quería hacerlo. Cuando heredó todos los bienes de Sirius, decidió comprar una pequeña casa en Hogsmeade. Solo había estado en ella unas pocas veces, pero la había adquirido como Alex, y no tenía intención de revelar que Harry Potter poseía una casa en el pueblo. Era su escondite, y la podría usar mucho más si era capaz de persuadir a Severus de continuar con su relación.
—Preferiría no hacerlo, por el momento, señor. He estado viviendo bajo un nombre y una apariencia falsa desde hace un poco más de un año, sin que me capturaran ni hirieran, y he tenido la oportunidad de aprender mucho.
—¿Has vivido únicamente en el mundo muggle?
Harry volvió a negar con la cabeza.
—No. La mayor parte del tiempo sí, pero también he estado en el callejón Diagon y en Hogsmeade sin ningún problema…
—¿Es consciente de lo fácil que es para un mago experimentado detectar los hechizos, Potter? —intervino Snape—. ¡No puedo creer que haya sido tan imprudente! Bueno, me corrijo. ¿Qué más se podía esperar de alguien que ha convertido el desprecio por las normas en todo un arte?...
Harry contempló al profesor intensamente mientras soltaba su diatriba y, lentamente, pasó una mano por su propio rostro.
Snape se detuvo abruptamente, ya que cuando el joven terminó su movimiento, ya no era Harry Potter quién lo estaba mirando, sino él mismo. Con una semejanza asombrosa.
La profesora McGonagall jadeó.
—Por favor, comprobad si sois capaces de detectar que esto es un glamour —propuso Harry. Su voz sonaba extraña saliendo por la boca de Snape, y tanto Dumbledore como McGonagall alternaban su mirada del rostro falso al auténtico. Acto seguido, los tres magos mayores dieron un paso adelante y comenzaron a lanzar hechizos reveladores sobre el joven.
—¿Es sólido? —preguntó el chico.
—¿Cómo diablos lo ha hecho? —gruñó el pocionista cuando los hechizos no revelaron nada—. ¿Y cómo diablos podemos saber que la cara de Potter no es un glamour también?
Harry miró a Dumbledore.
—¿Tiene el Mapa del Merodeador en su poder, señor?
Dumbledore contempló al joven con severidad, antes de dirigirse hacia un armario y sacar el familiar pergamino. A Harry no le sorprendió que el anciano supiera cómo utilizarlo. El mapa los mostró a todos, y en el punto que se encontraba el ojiverde, la etiqueta mostraba claramente “Harry Potter”. Para sorpresa del chico, ninguno de los profesores hizo comentario alguno sobre el mapa.
Como profesora de transformaciones, McGonagall parecía fascinada con el glamour de Harry.
—¿Cómo lo ha hecho, Sr. Potter? —inquirió, aunque su tono sonaba más curioso y menos exigente que el de Snape—. No ha dicho nada ni ha usado su varita —murmuró.
—La magia corporal, cuando es usada sobre el propio cuerpo, no lo necesita —explicó Harry tranquilamente—. En realidad es un glamour un poco modificado, ya que un glamour lo que hace es convencer a las personas que te miran de que lo que están viendo es real, por eso es tan agotador, ya que la magia tiene que estar funcionando todo el tiempo. Al principio intenté hacerlo de esa forma, pero cuando me detuve a pensarlo, encontré una forma mucho más simple. Solo tienes que comunicarle a tu cuerpo cómo quieres que cambie tu apariencia —explicó el ojiverde, mientras asentía, dando permiso a la profesora para que acariciara su mejilla con los dedos.
Snape sintió una extraña perturbación al ver a McGonagall acariciando el que, a todos los efectos, era su rostro. Aunque también era el del chico, y tuvo que luchar contra la urgencia de sentirlo también entre sus dedos.
>>¿Quiere comprobarlo, profesor? ¿Quiere comprobar si realmente se parece a la cara que se afeita por las mañanas? —preguntó Harry con tono burlón.
Snape se enderezó.
—Solo por el bien de la ciencia y todo eso.
El ojinegro no fue capaz de resistirse. Además, el chico jamás podría adivinar o que estaba sintiendo. Antes de darse cuenta, sus pies se habían dirigido hacia la silla en la que el joven se encontraba sentado y se había colocado entre las piernas de Potter. El chico se puso de pie, lo que hizo que el profesor retrocediera bruscamente, malhumorado. Sin embargo, ver que Potter conservaba aún su estatura habitual, llegando solo hasta la altura de su barbilla, lo alivió un poco. Extendió la mano hacia adelante, y acarició la línea de la mandíbula del chico; siempre desarrollaba una sombra de barba si no usaba su propia poción depilatoria, y esa mañana se había afeitado con un hechizo porque no llevaba dicha poción encima. Apartó la mano de la cara del joven y la llevó hacia su propia mandíbula, maravillándose de la similitud, aunque no tenía la intención de decírselo al chico. Además, quedó pasmado al notar que también olía como él.
Harry se estremeció al sentir los dedos de Snape recorriendo su mandíbula, y tuvo que resistir el deseo de cerrar los ojos e inclinarse hacia su toque. Cuando el ojinegro retiró la mano y la llevó hacia su propio rostro para comparar, el joven tocó con su mano la cara del pocionista, con la excusa de comprobar si lo había hecho bien.
Snape retrocedió cuando notó el roce de los dedos de Potter, rompiendo el contacto. Sus años de entrenamiento para ocultar sus reacciones impidieron que la brusca inhalación y los acelerados latidos de su corazón mostraran algo más que aversión.
—Supongo que es una falsificación aceptable —comentó el profesor, arrastrando las palabras.
—¡Severus! ¡Es tu doble! —exclamó McGonagall—. ¡Este es un concepto mágico realmente interesante! Parece ser más un tipo de transformación que un encantamiento, ¿no es así, señor Potter? —cuestionó con tono animado, dejando claro que una nueva rama de trabajo se estaba abriendo frente a sus ojos.
—Sí, eso creo —asintió el ojiverde, sonriéndole, antes de pasar la mano sobre su cara y volver a ser Harry Potter.
—Y no necesitas la varita para hacerlo —musitó Dumbledore, mientras el chico se sentaba de nuevo.
—Bueno, eso fue algo que descubrí por casualidad —comentó Harry, sonrojándose.
Dumbledore ladeó la cabeza, con una sonrisa asomando en sus labios.
—¿Estabas intentando evadir al ministerio, Harry?
—Bueno, sí que lo estaba cuando comencé a probarlo —convino el ojiverde—, ya que en aquel momento aún era menor de edad. Es curioso como algo que empiezas a hacer por una razón acaba convirtiéndose en lo mejor al final —añadió, sonriendo.
—¿Qué fue lo que le hizo darse cuenta de que podía hacer magia sin varita, sin ser detectado por el ministerio? —preguntó la profesora McGonagall.
—Bueno, en aquel momento estaba pensando en algo más que en magia corporal —respondió el chico.
Snape arqueó una ceja, y Harry le devolvió la sonrisa.
—¡Nada por el estilo, profesor! Me refiero a que estaba pensando en chicas.
—Eso es algo bastante habitual para ese tipo de magia —comentó Snape con una sonrisa socarrona.
—¡Severus! —exclamó McGonagall, con sus labios temblando.
—Ah, eso no habría surtido ningún efecto sobre mí —dejó caer Harry casualmente—. En realidad, estaba pensando en los hechizos para el cabello y en ese tipo de cosas que las chicas usan todo el tiempo. Ya sabéis a lo que me refiero, encantamientos para mantenerlo bajo control, o cambiarlo de estilo y color, y comencé a plantearme cómo podían mantener esos mismos hechizos durante las vacaciones, y ahí fue cuando comencé a pensar en la magia corporal, y en el hecho de que se puede realizar cualquier cosa sobre tu propio cuerpo sin que sea detectado. Creo que la mayoría de la gente puede hacer cambios en su propio cuerpo sin usar la varita, ya que se necesita muy poca magia cuando lo haces con voluntad, pero creo que simplemente no se dan cuenta y utilizan sus varitas de forma automática.
Los tres magos mayores miraron al joven asombrados. Incluso Snape estaba sorprendido por la profunda comprensión de la magia que parecía poseer el chico. Y parecía haberlo averiguado todo por casualidad. ¡La típica suerte de Potter!
—Bueno, esta charla ha sido muy interesante —terció Dumbledore jovialmente—, y creo que por fin tenemos las respuestas a todas nuestras preguntas. No puedo decir que esté feliz de que te marcharas sin decirnos nada y nos engañaras, Harry —agregó, mirando el detector que seguía parpadeando sobre el estante, para, acto seguido, cogerlo y convertirlo en un trozo opaco de vidrio púrpura con un movimiento de su varita, colocándolo sobre una de las pilas de pergamino que se encontraban sobre su escritorio—. ¿Eres consciente de que tus… muestras podrían haber caído en las manos equivocadas? ¿De que un seguidor de las artes oscuras podría haberles dado algún uso… enfermizo? —inquirió mirando fijamente a Harry, quién comenzó a sentirse tenso por el comentario de “decepción”.
—Era un riesgo bastante aceptable, bajo mi punto de vista —respondió el ojiverde, enfatizando sus últimas palabras—. Enviaba los paquetes con Hedwig, y mi tía me mandaba de vuelta las viejas muestras para que yo las desechara. No le agradaba tocar a mi lechuza, pero intercambiar un paquete una vez al día era un pequeño precio a pagar a cambio de deshacerse de mí y tener cubierta las cuotas escolares de Dudley. En un principio, me preocupó que resultara extraño que yo nunca saliera de casa, por lo que me planteé pedirle a mi tía Petunia que metiera los paquetes en su bolso cada vez que fuera de compras.
La profesora McGonagall se atragantó, y Harry le sonrió.
>>Sí, al final yo también llegué a la conclusión de que sería algo un poco perturbador —convino el chico—, y, en teoría, la casa tenía protecciones. Sería menos llamativo dejar la muestra allí, ya que nadie sabría lo que estaban buscando. Y, al fin y al cabo, nadie se dio cuenta de que yo nunca había salido de la casa. Jamás —añadió Harry, incapaz de ocultar el rastro de amargura en su voz. Cuando se recompuso, miró a Dumbledore—. Ahora ya sabe todo lo que quería saber, aunque probablemente desearía no hacerlo. Necesito que me asegure que se pondrá en marcha algún medio para la protección de otros magos huérfanos. ¿Irá al ministerio, o debo hacerlo yo?
Snape no podía reconocer a ese joven que estaba frente a él. Ya no era ningún niño; de alguna forma se había convertido en algo más que un joven. Parecía irradiar confianza y poder, y la capacidad de manejarlo. Y Dumbledore también era capaz de sentirlo.
—Me alegra que nos hayas concienciado sobre estos asuntos, Harry, y lamento todo lo que has tenido que pasar, aunque sé que una disculpa no es suficiente. Me pondré en contacto con el ministerio.
El ojiverde asintió.
—Me gustaría que me informara sobre su progreso —dijo el chico. Como si fuera completamente lógico esperar que el mago más poderoso del mundo le informe, pensó Snape con amargura, sorprendiéndose aún más cuando el director accedió a su petición con calma.
—En cuanto sepa algo.
—Gracias. Y si es posible —continuó Harry, ahora de pie frente al escritorio de Dumbledore—, me gustaría hablar con usted sobre otro asunto más adelante. ¿Podría recibirme el jueves por la noche?
—Puedo hablar contigo ahora, Harry —propuso el director con curiosidad, lanzando una mirada a los otros dos profesores, indicándoles que se marcharan.
—No, gracias. Necesito prepararme primero —respondió el joven con firmeza.
Dumbledore miró al chico con intensidad.
—¿Quedamos el jueves a las nueve, entonces? —sugirió el anciano.
Harry asintió.
—Gracias.
El ojiverde se giró, y sus ojos se detuvieron unos instantes sobre Snape, antes de dirigirlos hacia la profesora McGonagall.
>>Buenas noches, profesores.
—Buenas noches, Sr. Potter —respondió su Jefa de Casa con tono cálido.
Snape permaneció en silencio.
Harry se encaminó hacia la salida, pero cuando colocó su mano sobre el pomo de la puerta, se dio la vuelta de repente, mirando directamente a Severus.
—Profesor Snape, discúlpeme por hacerle perder parte de sus vacaciones buscándome.
Y salió de la habitación sin esperar respuesta, dejando a los tres profesores intercambiando miradas en silencio.
—¿Whisky de fuego? —ofreció Dumbledore, sacando una botella del armario situado detrás de él.
*4 pies y 2 pies, respectivamente. Lo he pasado a nuestro sistema métrico para que sea más comprensible, ya que, por lo menos yo, de pies no tengo ni idea jajajaj.