Harry se sintió inútil cuando entró en la enfermería. Se estremeció bajo la túnica que se había puesto para cubrir su desnudez en el momento en que Dumbledore había salido a través de la chimenea y le había dirigido una mirada que llevaba implícito que más tarde tendrían una charla.
Pero no ahora. No cuando el cuerpo de Severus estaba convulsionando y luchando bajo las ataduras que lo retenían contra la cama de la enfermería para que no se hiciera daño.
Se estremeció de nuevo, descalzo, sintiéndose indefenso sin su varita; los temblores que recorrían su cuerpo debido a los nervios parecían empeorar con el paso del tiempo. Dumbledore y Pomfrey trabajaban rápido y de manera precisa, ambos lanzando hechizos mientras Severus gemía por el dolor que le estaba provocando su Transformación. Necesitaba hacer algo, lo ansiaba. No estaba en su naturaleza quedarse de brazos cruzados mientras alguien estaba sufriendo, especialmente si era alguien a quien amaba.
Dumbledore se colocó a los pies de la cama, con su atención fija en el colchón y en las ataduras que suavizaban los impactos de las sacudidas de Snape. Pomfrey se acercó al pecho del ojinegro, deslizando su varita de arriba abajo por su torso, desacelerando su respiración, relajando sus contraídos músculos y anestesiando levemente sus nervios para que no se desmayara por el inexorable dolor. Harry se desplazó hacia la cabecera de la cama, deslizándose hasta colocarse en la esquina de la habitación. Apartó cuidadosamente el cabello de Snape de su frente y comenzó a acariciarlo. El movimiento repetitivo pareció calmar a ambos.
Por fin, los ojos negros se abrieron. Pomfrey deslizó un hisopo suavemente por los labios del profesor, para limpiar la sangre que había brotado cuando sus colmillos habían desgarrado sus labios durante los espasmos. Snape echó una ojeada a la sala, encontrándose con el rostro preocupado de la enfermera y la expresión estoica de Dumbledore. Vio a Harry a su lado y le regaló una pequeña sonrisa, antes de cerrar los ojos debido al cansancio.
—Poppy —dijo Dumbledore—. ¿Está lo suficientemente bien para hablar?
La medibruja se mostró inquieta mientras estiraba las mantas y enderezaba las sábanas.
—Solo unos minutos. Tiene que dormir un poco.
—Director… —graznó Snape.
—Ahora no, Severus. Poppy, ¿nos podrías dejar a solas unos minutos?
La enfermera se marchó, y Harry dio un paso atrás para hacer lo mismo.
—También deseo hablar contigo, Harry.
El ojiverde tragó saliva y asintió, colocándose de nuevo al lado de Severus. Snape abrió los ojos y lentamente sacó su brazo de debajo de las mantas, ofreciéndole la mano a Harry. El chico la agarró, con cuidado de no apretar demasiado.
—Severus, hay que discutir algunos asuntos —comenzó Dumbledore—. Y quizás el joven Harry aquí presente también sea de ayuda.
Snape rio entre dientes débilmente.
—Albus, ahora no es el momento.
El director elevó una ceja.
—¿Si no es ahora, cuándo?
Los dedos de Snape se clavaron con fuerza en la mano de Harry.
—Pronto. ¿Puedes dejarme unos minutos con Harry? ¿A solas? No puedes estar preocupado por ninguna de nuestras virtudes en este instante.
—Severus, estás cansado y tu cuerpo está siendo sometido a una gran cantidad de estrés…
—Soy consciente de eso, y por eso pido tu indulgencia. Antes de que se me acabe el tiempo.
Los dos hombres intercambiaron una mirada antes de que Dumbledore asintiera.
—Estaré esperando fuera. Tienes cinco minutos. Sería mejor que Poppy te atendiera de nuevo.
Cuando el anciano se marchó, Snape acercó más a Harry hacia su cama, hasta que éste se sentó con cautela a su lado. El chico intentó sonreír, pero el gesto desapareció de su cara enseguida. Respiró profundamente.
—Ha faltado poco.
—Harry…
—No.
Trató de sonreír de nuevo y su labio inferior tembló. Su visión comenzó a volverse borrosa y se secó los ojos con enfado. El pulgar de Snape acarició la cicatriz descolorida de su mano derecha.
Harry alzó la vista.
—Yo... creo que yo... —Su voz se quebró—. ¡Maldita sea, Severus!
—Shhh —lo tranquilizó el ojinegro, empujándolo hacia abajo, hasta que la cabeza del chico quedó reposando contra su pecho. El ojiverde cerró los ojos con fuerza mientras unos dedos suaves recorrían su cabello y acariciaban la parte posterior de su cuello—. Lo sé. No tienes que decir nada.
—Severus —suplicó Harry.
—Escúchame —habló Snape con tono firme, como si no hubiera estado sufriendo un inmenso dolor tan solo unos minutos antes—. Quiero que sepas que estoy muy orgulloso y muy agradecido por todo lo que has hecho por mí. Nunca nadie se había esforzado tanto ni me ha dado tanto como tú. Y quiero que sepas que... me duele saber que no podré ver en lo que te convertirás, pero no tengo ninguna duda de que harás de forma espléndida cualquier cosa que te propongas hacer.
Snape dio un suave beso en la parte superior de la cabeza de Harry, y susurró contra su cabello:
—Lamento tener que dejarte.
Esta vez el ojiverde no fue capaz de contenerse. Las emociones de frustración y enfado brotaron de él y lloró amargamente. Cada muerte que había sufrido había sido diferente, y con cada una había tenido que soportar un nuevo tipo de tortura. La muerte de sus padres había supuesto un doloroso vacío que había sentido durante toda su vida. La de Sirius había sido tan repentina que había tardado meses en asimilarla. Con Cedric, Harry se había sentido culpable por haber sido incapaz de cambiar las circunstancias. Pero la muerte de Severus significaba para él todo eso y más; desesperación por la incapacidad de encontrar una solución; tristeza por la pérdida de alguien a quien sabía que amaba locamente; ira por la situación; furia contra el vampiro que había provocado esto; indignación contra el mundo.
Los brazos fuertes del pocionista lo apretaron contra su cuerpo, y Harry alzó la cabeza. Su visión estaba borrosa, y pudo comprobar que los ojos del mayor no estaban secos tampoco. Se besaron. Fue un beso húmedo, necesitado, y bastante torpe.
Harry tiró del cabello de Snape y unió sus frentes.
—Por favor, no me dejes.
—Harry, no quiero hacerlo. Pero no hay otra forma…
—No te vayas. No podré hacer esto sin ti.
—Potter —susurró el ojinegro, mientras rodeaba con sus manos frías el rostro del chico—, vas a hacer esto sin mí. Tienes muchos amigos, y muchas personas dispuestas a ayudarte con tu misión. Vas a matarlo. Lo harás por mí.
—¿Y cuando ya lo haya logrado? ¿Qué se supone que debo hacer después? Ya no me quedará nada.
—“Después” —musitó Snape—. “Después” será una historia completamente diferente. “Después” será cuando pase mucho tiempo. No estás listo todavía, y él tampoco. Este problema no se resolverá fácilmente. Todavía te quedan muchos años.
—¿Qué voy a hacer sin ti? —preguntó Harry.
—Meterte en líos —respondió Snape arqueando una ceja—. Meterte en situaciones inverosímiles y encontrar formas impensables para escapar de ellas. Ser una mala influencia para Weasley y Granger. Reír un poco. Vivir mucho.
El ojiverde se enderezó y frotó sus mangas contra su rostro mojado.
—¿Sabes una cosa? —preguntó sin esperar respuesta—. Te amo.
Snape sonrió de la forma en que solía sonreír en la clase de Pociones cuando Neville cometía un error más grave de lo habitual.
—Lo sé.
—Supongo que es mucho pedir que me digas si me amas tú también.
—No es mucho pedir.
Harry gruñó.
—¿Entonces? ¿Me amas?
Snape se mofó, pero su mirada se suavizó.
—Sabes que sí, chico idiota.
Harry refunfuñó de nuevo.
—Ni siquiera puedes decir un halago a alguien sin insultarlo. Solo quería escucharte decirlo una vez en mi vida.
Snape resopló y se acomodó un poco en la cama.
—Harry, se me acaba el tiempo. En más de un sentido * —dijo, curvando su boca.
—Te das cuenta de que estás mal de la cabeza, ¿no?
—Bésame.
Y Harry cumplió la orden sin dudarlo. El beso comenzó siendo suave y rápido, pero cuando ambos fueron conscientes de que probablemente esta sería la última vez que se besarían, se volvió más lento, profundo y tierno.
El ojiverde se negaba a ser el que le pusiese fin, y lloriqueó cuando Snape se apartó suavemente.
—Vete ya, Harry.
—Severus.
—Lo sé. —Los labios del mayor recorrieron los párpados y la nariz del chico—. Lo sé.
—Gracias —susurró Harry.
Snape dio un último beso en los labios del ojiverde y luego lo apartó.
—Dile al director que quiero verlo.
Harry se levantó de la cama y echó un último vistazo a las manos y al cabello del mayor. A la cara de Severus.
—Siempre has sido un bastardo marimandón —trató de bromear el joven.
—Yo también te amo —contestó Snape con voz ronca—. Ahora, lárgate. No quiero volver a verte.
La garganta de Harry se contrajo y asintió rápidamente, dirigiendo la vista al suelo. Cuando abrió las cortinas para llamar al director, escuchó a Dumbledore susurrar algo mientras notaba una varita presionando contra su sien.
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Harry cerró los ojos con fuerza y giró la cabeza. La intensidad de las luces que brillaban en el lugar dificultaba su visión. Echando una ojeada por debajo de sus pestañas, fue capaz percibir las siluetas difuminadas de dos personas vigilándolo, una a cada lado.
Aurores, pensó.
Abrió los ojos y luchó contra las tensas cuerdas que lo mantenían atado a su asiento.
El Wizengamot.
Harry se dio cuenta de que estaba soñando.
Las luces se atenuaron un poco, lo suficiente para que pudiera abrir los ojos con cautela. Podía escuchar sonidos de gente moviéndose en sus asientos y voces murmurando. Parecía que la sala estaba llena.
—Harry James Potter —entonó una voz severa y asexuada.
Su cabeza se dirigió de golpe hacia donde estaba escuchando esa voz.
—Se le ha llamado a esta asamblea para que responda preguntas relativas a su conocimiento sobre Aquel-Que-No-Debe-Ser-Nombrado.
Dumbledore, vestido con una túnica de colores chillones, se acercó caminando lentamente hacia un altar.
—Bueno, bueno, no hay necesidad de comportarse así —dijo con una sonrisa astuta—. Harry, muchacho, ¿cómo estás?
—Tengo que salir de aquí, director. —Algo malo estaba pasando. Harry podía sentir cómo su pánico se incrementaba por momentos, pero la primera vez que había estado en esta sala también había entrado en pánico. Trataba por todos los medios de recordar algo que estaba asomando a su memoria. Estaba asustado. El tiempo se acababa.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó el ojiverde, intentando mostrarse seguro de sí mismo.
—Ha llegado el momento de discutir algunos asuntos —respondió Dumbledore—. Señorita Granger, si es tan amable…
Un foco de luz brillante se dirigió a la parte superior izquierda de la fría cámara. Hermione se puso de pie y se aclaró la garganta con nerviosismo. Harry parpadeó varias veces; su amiga iba vestida como una novia muggle, con varios diamantes lanzando destellos desde su tocado.
—Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, y algo azul.
La chica se sonrojó y se sentó de nuevo mientras los aplausos resonaban por toda la habitación. Ron estaba sentado a su lado, aplaudiendo con entusiasmo. El pelirrojo besó a Hermione en la mejilla y giró la cabeza hacia Harry, levantando un pulgar hacia arriba.
—¿Ron? ¿Qué sucede…? —preguntó el moreno.
—Y ahora, nuestro segundo orador —continuó el director con suavidad.
La luz volvió a brillar, pero ahora se centró en una silla que estaba colocada inmediatamente a la derecha de Dumbledore. Draco Malfoy se levantó lentamente, apartándose el flequillo de la frente con un gesto calculado. Hizo una pausa dramática hasta asegurarse de tener la atención de toda la sala sobre él.
—Sangre sucia —escupió—. Asqueroso… pequeño… y sucio… sangre sucia.
Mientras la multitud vitoreaba, Malfoy se giró e hizo una media reverencia a Dumbledore, que el director le devolvió. El rubio sonrió a Harry y se sentó.
El ojiverde luchó contra sus ataduras.
—Tengo que salir de aquí —dijo con los dientes apretados.
Una mano increíblemente grande le dio una palmada en el hombro.
—Todo irá bien, Harry —afirmó Hagrid.
Una ráfaga de aire le hizo cosquillas en la oreja. Giró la cabeza para encontrarse con los cálidos ojos marrones de Remus Lupin.
—Escucha —suspiró el licántropo.
—Profesora McGonagall, si es tan amable… —continuó el director.
La profesora se puso de pie lentamente, mirando fijamente la luz brillante que la enfocaba en ese instante. Desenrolló con cuidado un pergamino y lo ojeó a través de sus gafas.
—Un cambio —dijo con severidad— es tan bueno como unas vacaciones.
—Muy bien, Minerva, tienes toda la razón. Ahora, si no hay nada más...
—Si me permite, director.
Harry jadeó ante el sonido de esa voz. Los pasos resonaron con fuerza cuando Severus Snape entró en la sala. El hombre se paró al lado del chico y lo miró con desdén, mientras los ojos de Harry recorrían su cuerpo vorazmente. El rostro del maestro de pociones mostraba una expresión severa y su cuerpo estaba muy rígido. Estaba pálido, pero sus ojos y dientes habían vuelto a su forma habitual.
—El señor Potter se ha mostrado negligente con sus obligaciones. Siempre he dicho que alimentar su ego sería un error. En este caso… —se burló de nuevo.
Harry tragó saliva. La expresión suave que el chico se había acostumbrado a ver en el rostro del profesor se había marchado. Atrás había quedado la tensa sonrisa que algunas veces asomaba a su cara sin quererlo; este hombre parecía que realmente lo odiaba, que siempre lo había hecho y siempre lo haría.
—Severus —susurró el ojiverde sin estar seguro de dónde había sacado el valor para llamarlo por su
nombre.
—Supongo que es demasiado pedir que preste atención cuando hablo, ¿no es así, señor Potter? —siseó Snape.
—Severus, lo siento —se disculpó Harry, sin entender por qué se sentía confuso y triste—. Lo siento —repitió.
El ojinegro se situó frente a él y colocó una mano a cada lado del cuerpo del chico, dejándolo aún más atrapado. Se inclinó y siseó:
—Carne fresca.
El joven se estremeció cuando Snape lamió lentamente su cuello.
—Sangre fresca. —La lengua del mayor recorrió la mejilla de Harry.
El chico jadeó y luchó por liberarse.
—No…
—Sangre joven y poderosa —murmuró el ojinegro contra la boca de Harry. Con un gemido, los labios del joven se separaron y la lengua de Snape se coló dentro de su boca, girando mientras Harry empujaba su cabeza, intentando profundizar el beso.
El pocionista se apartó de repente, con sus ojos brillando de emoción disimulada.
—Y por eso eres un estudiante tan mediocre.
Harry se atragantó; apenas podía respirar. Tenía que salir de allí.
Hubo algunos aplausos aislados cuando Snape resopló y se acercó rápidamente a Dumbledore. Miró enfadado a los magos y brujas que llenaban la habitación.
—Si no hay más demandantes, creo que deberíamos dar por terminada la sesión —dijo Dumbledore.
—¿Qué pasa? —exclamó Harry—. Director, Ron, ¿qué está pasando?
Dumbledore lo miró fijamente por encima de sus gafas, con ojos inexpresivos.
—Hay algunas cosas que solo tú puedes hacer, jovencito. Si no lo haces —Dumbledore se encogió de hombros con tristeza —habrá gente que morirá.
—¿Quién se está muriendo? —preguntó el ojiverde con voz ronca.
— ¿No lo sabes, Harry?
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Harry luchaba por recuperar la consciencia. En su mente se arremolinaban imágenes y palabras mientras intentaba despertar.
Muerte.
Vida.
Renacimiento.
Nuevo.
Él.
Sangre.
Él.
Severus.
¡SEVERUS!
Harry jadeó y se incorporó rápidamente, con su cabeza dando tantas vueltas que casi se cayó de la cama al hacerlo. No llevaba las gafas puestas y dio varios manotazos sobre la mesilla que estaba a su lado hasta dar con ellas. Se las colocó y miró a su alrededor; todavía estaba en la enfermería, vestido con su túnica y nada más. Saltó de la cama y comenzó a correr hacia donde se encontraba Severus, tambaleándose un poco.
Las cortinas que rodeaban el lecho del profesor estaban echadas, pero el ojiverde podía escuchar unos suaves sollozos femeninos y una relajada voz masculina.
¡Oh Dios, demasiado tarde!
Apartó las cortinas. McGonagall estaba llorando sobre un pañuelo de cuadros escoceses mientras Pomfrey acariciaba su espalda para reconfortarla. Los ojos de Dumbledore estaban enrojecidos, pero su brazo sostenía su varita con firmeza, apuntando directamente al cuerpo inmóvil y casi sin respiración de Severus Snape.
—¡NO! —gritó Harry, saltando sobre la cama y colocando su cuerpo sobre el del ojinegro. Dejó caer todo su peso sobre el hombre, sin importarle si lo lastimaba mientras intentaba protegerlo con su propio cuerpo.
—¡Harry! —exclamó McGonagall.
—¡No! —repitió el moreno, rodeando con sus brazos el cuello de Snape. El profesor gimoteó y, cuando el chico lo miró, vio el mal aspecto que tenía su piel bajo la tenue luz que iluminaba la sala; su aspecto era cerúleo y seco.
—Harry —susurró Dumbledore.
El joven se giró y gruñó.
—¡NO! ¡No te lo voy a permitir!
McGonagall comenzó a sollozar más fuerte, resoplando sobre sus manos mientras el director bajaba su varita.
—Harry, escúchame. Severus quería que hiciera esto. Está demasiado ido. El cambio puede ocurrir en cualquier momento, y tú tampoco quieres que pase por eso. Respeta su deseo y déjame hacer lo que debo.
—¡Que se jodan sus deseos y que te jodan a ti!
Pomfrey jadeó y los labios de Dumbledore se tensaron.
—Sé que estás molesto pero…
Harry apretó sus dientes con frustración.
—Director —suplicó—, si le cuento algo, algo realmente importante, ¿podría esperar solo un poco más?
—Será más fácil para Severus a la larga si hacemos esto antes de que se complete la Transformación.
—Lo sé, sólo… Acérquese, no quiero que nadie más lo sepa.
Dumbledore avanzó poco a poco y Harry aprovechó la oportunidad para arrebatar la varita de la mano del anciano en un abrir y cerrar de ojos. Giró su cuerpo completamente en un instante, aun sobre la cama, sosteniendo el cuerpo inerte de Snape con su brazo izquierdo mientras apuntaba con la varita que agarraba con su mano derecha a los sorprendidos adultos.
—¡Señor Potter! —exclamó McGonagall.
—Escuchadme —dijo Harry con voz temblorosa—. Solo escuchadme y nadie saldrá herido.
Dumbledore dio un paso hacia adelante y la mano del ojiverde se desplazó bruscamente en su dirección.
—No se acerque más.
—Harry, todos sabemos que no vas a hacerle daño a nadie No está en tu naturaleza. Sé que estás molesto, pero no hagas nada de lo que vayas a arrepentir. Él no querría que hicieras esto.
El ojiverde tragó saliva y contempló el rostro relajado de Snape. Su mandíbula se había abierto y su respiración se había vuelto superficial y rápida mientras sus pulmones intentaban introducir el suficiente oxígeno para mantenerlo con vida. Harry alzó la vista.
—Lo sé. No voy a hacerle daño a nadie.
Giró la varita hasta presionar la punta contra su pecho, justo encima de su propio corazón.
—Pero juro por Dios que, si se acerca un poco más, me mataré. Lo haré. Lo juro por la tumba de mis padres. Que se joda Voldemort y que se joda el mundo mágico. Lo haré.
Ambas mujeres se quedaron inmóviles mientras Harry y el director intercambiaban miradas. Parecían estar manteniendo una conversación silenciosa que terminó cuando Dumbledore suspiró y se alejó de la cama.
—Como desees, Harry. ¿Qué es lo que quieres?
—Llamad a Hermione. Y a Ron. Y hacedlo rápido. El tiempo se está agotando.
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Los amigos de Harry tardaron diez minutos en llegar. Diez minutos en los que el chico estuvo de los nervios, sin confiar en que los adultos no intentaran retomar el control. Sabía que Dumbledore estaba más que capacitado para recuperar su varita, pero, aun así, la mantuvo con la punta sobre su pecho, lanzando miradas furiosas en su dirección. El chico dio un suave beso sobre la sien de Snape.
—Falta poco —susurró—. Estoy haciendo todo lo posible, de verdad.
El ojinegro gimió y se retorció contra él. Harry lo besó de nuevo.
>>No voy a permitir que te vayas. Te amo. Aguanta un poco más.
McGonagall regresó con Hermione y Ron, quienes estaban bastante perplejos.
—¿Harry? —El pelirrojo se había quedado boquiabierto al verlo.
—¿Qué está pasando? —exclamó Hermione.
—Tengo una idea y necesito tu ayuda. Necesitamos hacerle una transfusión de sangre.
—¿Qué? —preguntó la castaña, intercambiando una mirada de incredulidad con Ron.
—El problema es su sangre. Recuerda lo que decía el poema: el recipiente debe verterse o será condenado. Probó a verter parte de su sangre, pero no creo que fuera suficiente. La maldición la porta en ella; lo que necesita es sangre nueva, y se la vamos a dar.
—Potter, eso es… —objetó Pomfrey.
—¡Cállese! —replicó, acurrucándose aún más contra Snape—. Sólo escuche. ¿Hermione? Puedes explicarlo mejor que yo.
La chica tragó saliva cuando sintió la mirada de todos los que se encontraban allí sobre ella.
—Bueno —comenzó la castaña con voz temblorosa—, en el mundo muggle, cuando alguien se somete a una operación, o se lesiona y pierde mucha sangre, los médicos le introducen al paciente sangre donada por otras personas. Pero yo no…
—¡Eso es una barbarie! —exclamó McGonagall.
—En realidad —rebatió Hermione, obteniendo seguridad en sí misma mientras su tono cambiaba a uno que usaría en una conferencia—, es una técnica bastante acertada. Los muggles no tienen pociones restauradoras de sangre, y no siempre podemos confiar en que el cuerpo pueda reponerse a tiempo. Por supuesto, existen ciertas condiciones: la sangre debe estar libre de enfermedades, y donante y paciente deben poseer el mismo grupo sanguíneo o alguno compatible, pero es un procedimiento muy común. Pero Harry, ¡no sé si esto puede funcionar!
—Encontraremos la forma. Ella tiene que conocer alguna manera de hacerlo, ¿no? Los magos no siempre han tenido pociones, ¿verdad? —preguntó dirigiéndose directamente a Madame Pomfrey.
—No —respondió la enfermera frunciendo el ceño pensativa—. Lo que habéis descrito se hacía también en el mundo mágico, aunque hace muchos años, y ya ha dejado de usarse.
—Bueno, ahora lo vamos a hacer.
—Harry.
El ojiverde se pegó más a Snape si es que eso era posible, y miró al director con recelo.
Dumbledore alzó sus manos de forma sumisa y dijo:
>>Incluso aunque lograras reemplazar toda la sangre de Severus, no existe ninguna garantía de que funcione. Puede transformarse durante el procedimiento, o incluso poco tiempo después.
—Lo sé. Pero al menos lo quiero intentar.
—Puedes causarle más daños que beneficios —indicó Dumbledore.
—Lo sé —repitió Harry. Miró a Snape y le pareció oírlo susurrar su nombre, pero lo atribuyó a una fantasía pasajera. Dirigió su vista de nuevo al director—. ¿Va a ayudarme?
Dumbledore suspiró y miró a Pomfrey, cuyos labios estaban tensos. Tras unos segundos de vacilación, asintió de forma brusca y suspiró de nuevo.
—Como desees, Harry.
—¿Lo promete?
—Lo juro solemnemente, por mis poderes de mago.
Ante la formalidad de sus palabras, el ojiverde asintió y relajó un poco el agarre de la varita.
>>Pero —continuó el anciano— si esto no sale como esperabas…
—Lo sé —respondió Harry de manera entrecortada—. Será todo culpa mía. Pero estoy dispuesto a arriesgarme por él. Asumiré las consecuencias de mis acciones y.… si no funciona, puede hacer lo que prometió, señor. No lucharé más contra usted, incluso le ayudare si quiere.
—Colega —dijo Ron, con su rostro surcado por la tristeza.
—Todo saldrá bien, Ron —afirmó Harry, esperando que la emoción que sentía en su estómago fuera confianza—. Entonces, Hermione, ¿qué tenemos que hacer?
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Estuvieron listos para comenzar en poco menos de una hora. Harry había permitido que Pomfrey tumbara a Snape de espaldas, con dos tubos estériles inyectados con firmeza, uno en la arteria carótida y otro en la vena yugular. El ojiverde agarró la mano del profesor, intentando no interponerse en el camino de la ocupada enfermera, pero negándose a alejarse demasiado.
Ron se acercó lentamente a su lado, contemplando el semblante pálido de Snape.
—Sabes que si esto no sale bien, se va a enfadar muchísimo contigo, ¿verdad?
—Lo sé —resopló Harry suavemente.
—Va a estar cabreado del tipo “voy a romper tu flacucho cuello”. Eso es si vive lo suficiente para averiguarlo.
—No estás ayudando, Ron.
—Lo siento.
Dumbledore se unió a ellos, quedándose de pie al otro lado de la cama y apartando el cabello de Snape de sus ojos, teniendo cuidado de no tocar los tubos relucientes.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Harry.
—Yo también lo espero —gruñó el chico.
—Quiero que sepas algo antes de comenzar —dijo el director, enderezándose—. Sin importar lo que creas, no he permitido continuar con esto por temor a que acabaras con tu vida y arruinaras nuestras posibilidades de librar al mundo de Tom de una vez por todas. Lo he hecho porque tengo esperanzas, y quiero que Severus viva.
—Gracias Señor.
—En cualquier caso —añadió Dumbledore, mirando con severidad al ojiverde por encima de sus gafas—, cuando todo esto acabe, independientemente del resultado, tú y yo nos sentaremos y hablaremos. Tenemos una charla muy seria pendiente.
Harry asintió. No le importaba que Dumbledore lo amenazara; si Severus moría, asumiría las consecuencias de sus acciones y cualquier castigo que el director considerara adecuado imponer a un estudiante que había mantenido relaciones sexuales con un profesor. Y si sobrevivía…
Bueno, ya se enfrentarían él y Severus a lo que ocurriera, juntos.
Hermione y Madame Pomfrey susurraban, terminando los preparativos. Tras una conversación muy técnica que ni Harry ni Ron habían tenido la esperanza de poder entender, las dos brujas habían logrado idear un plan de batalla. Hermione había corrido a la biblioteca mientras Pomfrey rebuscaba entre sus viejos libros de texto.
La enfermera informó de que un humano adulto promedio tenía unos cinco litros de sangre circulando por su cuerpo, por lo que necesitaban al menos cinco y medio para estar seguros. Hermione le había explicado que la donación promedio entre los muggles era de 500 mililitros, por lo que necesitaban contar con la ayuda de otras personas. Incluso aunque ella misma, junto con Harry y Ron se ofrecieron a donar dos unidades ** cada uno (sin prestar atención a las advertencias de que se marearían y se sentirían indispuestos), todavía se quedaban cortos.
Por deferencia a su edad, Pomfrey permitió a Dumbledore donar solo una unidad. Ella misma decidió no participar, ya que necesitaba mantener los cinco sentidos alerta para llevar a cabo el procedimiento. McGonagall se negó a atender a razones y entregó dos unidades, aunque necesitó acostarse después de hacerlo.
Hagrid, Flitwick y Hooch fueron descartados, ya que no eran completamente humanos. Ron quería despertar a Ginny y algunos otros Gryffindors, pero Dumbledore descartó su propuesta, abandonando la enfermería para regresar posteriormente con una Trelawney muy alegre y una señora Pince con aspecto preocupado. Tras explicarles la situación, ambas mujeres ofrecieron lo que fuera necesario para ayudar a que su compañero sobreviviera.
Una vez que habían logrado reunir todo lo necesario para comenzar, Hermione se mostró preocupada porque, a pesar de que todos eran brujas y magos, había que tener en cuenta la biología humana y los grupos sanguíneos, ya que, si no empleaban los correctos, el procedimiento fracasaría. Pomfrey le mostró un hechizo muy complicado que ya no se usaba con frecuencia, pero que servía para “equilibrar los antígenos y los linfocitos, mientras se mantiene la viabilidad de los eritrocitos”.
Harry dejó de prestar atención en ese instante, y vio como las dos brujas hacían girar una serie de viales lentamente por el aire mientras negociaban y discutían, hasta llegar finalmente a un acuerdo.
Harry no sabía si su idea funcionaría o no, pero su sueño tenía que tener algún significado. Se aferró firmemente a su suerte, que siempre le permitía librarse de todo. Acabaría bien. Tenía que ser así.
—Todo listo, director —indicó Pomfrey, haciendo levitar dos grandes frascos rellenos de sangre roja. Hermione se movía junto a ella, pálida y retraída, pero con una mirada de determinación en su rostro.
Pomfrey intentó apartar a Harry y Ron del profesor. El pelirrojo retrocedió, pero el ojiverde tan solo soltó la mano de Severus y se negó a moverse.
—Debo decir que no me gusta la ética de esta situación —espetó la enfermera—. Va en contra de mis principios realizar procedimientos novedosos en pacientes sin haber recibido su consentimiento expreso con antelación.
—Lo entendemos, Poppy, pero como bien ha dicho Harry, a estas alturas ya no tenemos nada que perder —respondió el director mientras le ofrecía una vaga sonrisa—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
—Apartarse —contestó brevemente—. Granger, ponte aquí. Y tú —añadió, mirando fijamente a Harry—, prepárate para cualquier cosa que pueda ocurrir. No tengo idea de lo que puede pasar.
—Sí, señora —respondió el chico con modestia mientras apoyaba las puntas de sus dedos contra el cráneo de Snape.
—Bien, comencemos entonces —dijo Pomfrey, extendiendo su varita para apoyarla contra la frente del ojinegro para inducirle un sueño más profundo. La respiración del hombre se volvió más superficial, y su boca se tensó en una mueca forzada, mientras su cabeza continuaba echada hacia atrás para dejar espacio libre a las agujas que penetraban su garganta. Sus colmillos parecían haber crecido en el tiempo que llevaba ingresado en la enfermería.
—Allá vamos —suspiró Pomfrey, golpeando el catéter conectado a la yugular de Snape y murmurando un hechizo. Al instante, la sangre parduzca comenzó a escapar lentamente por el tubo, recorriéndolo hasta llegar a los recipientes herméticos que habían colocado a los pies de la enfermera. La mujer observó el flujo y volvió a golpear el catéter, hasta que la sangre comenzó a brotar más rápidamente.
—Director, ¿puede lanzar un hechizo de contención sobre los recipientes de recolección?
Dumbledore asintió e hizo lo que había solicitado la enfermera. Los envases brillaron debido a la potencia del hechizo, y después volvieron a recuperar su color.
Pomfrey apuntó con su varita al pecho de Snape y comenzó a resonar el sonido amplificado de los latidos de su corazón por toda la sala. El ritmo era extremadamente lento, pero la mujer no se mostró preocupada por ello.
—¿Hermione? —llamó Harry, preocupado.
Su amiga asintió para indicarle que lo había escuchado y después se giró hacia la enfermera.
—Parece que ya ha salido casi una unidad y media, señora Pomfrey.
La mujer asintió, pasando el dorso de su mano por su frente.
—Lo sé, pero quiero extraer el máximo posible antes de introducir la sangre limpia.
—¿Cuánta sangre puede perder una persona antes de morir? —susurró Ron desde la esquina de la habitación.
Tanto Pomfrey como Hermione lo ignoraron, observando cómo subía y bajaba el pecho de su paciente.
—Van dos unidades —informó la castaña en voz baja.
La enfermera suspiró, agitando su varita y haciendo aparecer una serie de líneas de colores que parpadeaban y soltaban destellos, formando unos números que cambiaban constantemente.
—La presión arterial está bajando.
—¡Haz algo! —exclamó Harry con aspereza.
—Señor Potter —replicó Pomfrey lanzándole una mirada penetrante—, a menos que seas un medimago completamente capacitado, no vas a decirme lo que tengo que hacer.
—La idea ha sido mía —protestó enfadado.
—Sí —resopló la enfermera—, y esperemos que haya sido una de tus mejores. —Dio varios toquecitos con su varita el frasco más cercano lleno de sangre donada, y ésta comenzó a circular por el catéter hasta introducirse en la arteria de Snape—. Ahora veamos…
El cuerpo de Snape se sacudió, tensando sus ataduras, y su espalda se arqueó un instante, descendiendo de nuevo hasta quedar apoyada contra la cama.
—¡Sujetadlo! —gritó Pomfrey, comprobando que los tubos no se hubieran movido de su lugar. Harry agarró los hombros del hombre mientras que Ron se lanzaba sobre sus piernas. Dumbledore se encontraba a los pies de la cama con la varita preparada.
El fuerte sonido de los latidos del corazón de Snape cambió; primero el ritmó se aceleró, y posteriormente se volvió entrecortado.
—Creo que tenemos que darnos prisa —dijo Hermione.
Pomfrey asintió y sacudió su varita dos veces. La sangre donada fue abandonando rápidamente los frascos que la contenían mientras que la sangre maldita continuaba vertiéndose en los recipientes colocados a los pies de la enfermera.
Snape jadeó, abriendo su boca y mostrando sus largos colmillos, mientras sus pulmones luchaban por introducir aire en ellos.
—Aguanta —suplicó Harry—. Ya falta poco.
El cuerpo del hombre convulsionó de nuevo, sacudiéndose y retorciéndose mientras el ojiverde y Ron intentaban contenerlo con todas sus fuerzas. Sus ojos se abrieron de golpe; sus pupilas se habían contraído tanto que solo se veían dos pequeños puntos, y el color de su iris había dejado de ser negro para convertirse en un carmesí brillante.
Snape siseó.
—Ya casi hemos acabado —murmuró Pomfrey, viendo como el nivel de sangre donada descendía a pasos agigantados.
—Creo que su cuerpo está luchando contra la maldición —dijo Hermione.
—Esperemos que sea eso —respondió Pomfrey mientras lanzaba un hechizo de relajación sobre el cuerpo del pocionista, logrando que se tranquilizara un poco.
Harry colocó su cabeza junto a la de Snape, ignorando los gruñidos salvajes que éste estaba emitiendo.
—Falta poco, Severus —le susurró al oído—. Aguanta un poco más.
Los latidos del corazón de Snape se aceleraron hasta que llegó a ser casi imposible escuchar una pausa entre ellos.
Harry presionó su frente contra la sien del ojinegro.
—No te rindas, bastardo. No me hagas quedar como un imbécil.
Dumbledore sonrió y acarició el pie de Snape.
—Lo estás haciendo estupendamente, viejo amigo.
—Ya está —dijo Hermione, balanceándose sobre sus pies—. Ya hemos acabado.
Todos miraron los frascos de sangre vacíos ante la afirmación.
Pomfrey extrajo con cuidado el catéter que estaba enganchado a la arteria aorta del hombre y dio varios toques sobre el área, esterilizándola.
—¿No debería parar ya? —preguntó Ron, al ver que la enfermera aún no retiraba el otro tubo.
—En seguida, señor Weasley —respondió Pomfrey de manera distraída, observando los números de colores que flotaban delante de ella—. Granger, ¿los recipientes ya están llenos?
Hermione agachó la cabeza.
—Casi. Tienen cinco litros.
—Sólo un minuto más —murmuró la enfermera.
El pelirrojo tragó saliva, pero no retiró sus manos de las caderas de Snape. Harry acarició la mejilla del ojinegro.
—Lo estás haciendo muy bien. —Tenía la esperanza de que Severus pudiera escucharlo aún en medio de su lucha.
—Ya está —susurró Pomfrey, haciendo desaparecer los brillantes números. Golpeó con su varita el tubo restante y lo retiró suavemente, repitiendo los hechizos de curación y limpieza.
Se quedaron en silencio mientras escuchaban cómo el corazón de Snape latía con un ritmo lento y constante. Harry dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Hermione sonrió débilmente y se frotó los ojos, mientras los de Dumbledore brillaban.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ron.
—Esperar —respondió Pomfrey, deshaciendo el hechizo que les permitía escuchar el latido del corazón del pocionista—. Moveos.
Se apartaron de su camino mientras la mujer levitaba con cuidado la sangre contaminada que había caído al suelo.
—Director, necesito su ayuda para limpiar esto.
—Por supuesto, Poppy. Aunque creo que deberíamos conservar una muestra. No tengo ninguna duda de que a Severus le gustará echarle un buen vistazo.
—Madame Pomfrey, todavía tiene colmillos —comentó Hermione.
—Bueno, ya no podemos hacer nada más al respecto. Ha funcionado o no, pero ya no se puede hacer nada más. Ahora, vais a beber una poción restauradora de sangre y os marchareis a descansar un rato. Eso lo incluye a usted, director. Y a ti también, señor Potter.
—No lo voy a dejar solo —murmuró el ojiverde.
—No pienso discutir con…
—Poppy —interrumpió Dumbledore—, Harry y yo nos vamos a quedar. No hay duda de que Severus se sentirá mejor si al despertarse ve alguna cara familiar, ¿no?
Pomfrey refunfuñó y fue a recoger las pociones para entregárselas a todos.
—Hermione, Ron —dijo Harry, deteniendo a sus amigos antes de que se marcharan—. Solo quería decirte... —comenzó, mirando a la castaña—, que no podría haber hecho nada de esto sin ti, y lamento ser tan mal amigo...
—¡Oh, Harry! —exclamó Hermione, rodeando su cuello con sus brazos.
>>Estoy tan orgullosa de ti —le susurró la chica al oído. Harry le devolvió el abrazo con fuerza, y después retrocedió un poco, mirando a su mejor amigo a los ojos.
—Ron...
El pelirrojo sonrió y agarró la nuca del moreno, agachando su cabeza hasta que sus frentes se tocaron.
—Haría cualquier cosa por ti, ¿vale? Esto no ha sido nada.
—No te merezco —susurró Harry, haciendo una mueca al sentir que su labio inferior temblaba.
—Yo también te quiero, idiota. —Ron le dio un rápido beso en la mejilla y lo empujó—. Corre a sentarte con el cretino. Le hará feliz poder gritarte nada más abrir los ojos.
Harry asintió y se frotó los ojos, mientras Hermione le daba un suave beso de despedida. Escuchó a sus amigos hablando en voz baja con Pomfrey al mismo tiempo que él se sentaba junto a la cama de Snape, y después se marcharon en dirección a la Sala Común.
Dumbledore se dejó caer en la silla que estaba frente a la de Harry.
—Parece que tiene mejor color —comentó, acariciando la mejilla de Snape.
—Sí —murmuró el chico, manteniendo su mirada fija en el pecho del ojinegro. Era reconfortante poder ver cómo subía y bajaba con cada respiración.
Ambos se mantuvieron en silencio mientras Pomfrey les obligaba a beber las pociones y les ofrecía una manta a cada uno, para después comenzar a colocar hechizos de monitoreo sobre su paciente.
—¿Señora Pomfrey? —la llamó Harry con nerviosismo—. Siento mucho la forma en la me he comportado antes, y quería agradecerle porque no podríamos haber hecho esto sin usted. Muchas gracias, de verdad.
—Acepto las disculpas y el agradecimiento, señor Potter, aunque creo que unas pocas horas limpiando los orinales no le vendrían mal.
—Sí, señora —respondió—. Lo que sea necesario.
El rostro de la enfermera se suavizó.
—Descansad un poco, anda.
Dumbledore y Harry permanecieron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. El ojiverde notó que se le empezaban a cerrar los párpados, por lo que se enderezó rápidamente, intentando mantenerse despierto.
—No le va a pasar nada mientras yo esté aquí, Harry —dijo Dumbledore en voz baja.
—Lo sé —asintió el chico sosteniendo la mano de Snape entre la suya—. Tampoco mientras yo esté aquí.
El director se acomodó en su asiento, con los ojos fijos en las manos unidas de Harry y el profesor. Dumbledore dirigió su mirada al rostro de Harry, pero éste lo ignoró, sin dejar de contemplar el pecho de Snape. Aún sigue vivo, aún sigue vivo…
—¿Harry?
El ojiverde negó con la cabeza. No quería tener esa conversación en ese momento.
—Harry…
—Por favor. Ahora no, ¿vale? Más tarde, cuando nosotros... Ahora no, por favor.
Dumbledore suspiró.
—Creo que Severus tenía razón.
Harry alzó la cabeza bruscamente.
—¿A qué se refiere?
El anciano sonrió.
—Tiendo a darte una consideración especial.
Harry volvió a sacudir la cabeza, luchando contra otra ola de cansancio. Continuó observando el constante ascenso y descenso del pecho de Snape, ignorando todo lo demás. Eso era lo único que tenía importancia ahora, su única preocupación: el constante ascenso y descenso, el suave sonido de su respiración, la entrada y salida de oxígeno que indicaban que todavía estaba…
El pecho del hombre se elevó.
Y descendió
Y descendió.
Y se detuvo.
¿Por qué no estaba...?
Harry gritó.
—¡No respira!
*”My time is nearly up. In more ways than one”. Tras darle varias vueltas a la frase, creo que se refiere a que se le están agotando los minutos que le ha dado Dumbledore, pero hace un juego de palabras con lo de que le queda poco tiempo de vida. No sé si me he explicado o lo he liado más jajajaj
** Una unidad de sangre son unos 450 ml.
Y ya casi, casi hemos llegado al final, chicos. El último capítulo es muy cortito, así que no os queda mucho para poder saber el final.