—¿Qué está haciendo aquí?
—¿Cómo? —preguntó distraídamente Hermione mientras garabateaba en su pergamino, alternando su atención entre dos libros y algunos apuntes viejos.
—Harry. Creía que estaba pasando tiempo con el profesor Lupin.
Hermione apartó la mirada de los libros, y Ron señaló hacia un lugar por encima del hombro de su novia, abandonando la revista de Quidditch que había estado leyendo a escondidas.
Harry estaba parado cerca de la puerta de la biblioteca. El chico se encontraba escudriñando las mesas, sin percatarse de que sus amigos estaban sentados en el fondo de la sala. De repente, se quedó paralizado al escuchar la risa de Ginny Weasley.
—Lo estaba —respondió Hermione al pelirrojo—. Quizás ha pasado algo. Será mejor que...
—Espera —la detuvo Ron, tocando su brazo. El pelirrojo se acomodó sobre su asiento para tener una mejor vista. La pluma de Hermione cayó de su mano.
Ginny estaba sentada con sus amigos, con Dean Thomas de pie a su lado, inclinado sobre ella de forma casual y escuchando la conversación. Ron vio como Harry se dirigía hacia su hermana e, ignorando a todos los demás, le susurraba algo al oído.
Ginny lo miró perpleja. La chica se levantó y le permitió que la agarrara por el codo, acercándola a las estanterías. Dean los siguió con la mirada y luego ocupó el asiento de Ginny, dándoles la espalda mientras hablaba con sus amigos.
Harry hablaba en voz baja, muy serio. Los ojos de Ginny se agrandaron y negó con la cabeza. El moreno habló de nuevo, con sus manos gesticulando ampliamente, y la chica lo miró con dureza.
—¿Ron? —preguntó Hermione, arrugando la frente.
Ron se revolvió en su asiento con los labios apretados, respirando lentamente.
—Veamos.
Harry puso su mano sobre el hombro de Ginny y ella se apartó bruscamente.
—¡No, Harry! —exclamó lo suficientemente alto como para que Madame Pince levantara la vista de su escritorio. Harry dijo algo de nuevo, con su rostro contraído por la emoción. La pelirroja volvió a negar con la cabeza y respondió solo con unas pocas palabras, con su cara tan tensa como su cuerpo. Irrumpió de nuevo en la mesa, con la cara roja e, ignorando los comentarios de sus amigos, Ginny cogió un libro y lo abrió, centrando su atención en las páginas.
Harry parpadeó con cansancio y abandonó la biblioteca, frotándose la frente.
—Quizás… —dijo Hermione, comenzando a levantarse de su asiento.
—No —murmuró Ron—. Espera aquí. Voy a ir a hablar con él.
Mordiéndose el labio nerviosamente, Hermione observó como su novio salía de la habitación enfadado. Dirigió su vista a Ginny, notando que el rubor había desaparecido y que ésta hablaba en voz baja con Dean, quien frotaba con su mano lentamente su espalda.
Hermione recogió sus libros y su pluma, y esperó a que Ron regresara.
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—¡Oye!
Harry giró la cabeza ante la exclamación. Sus hombros se hundieron cuando vio a Ron caminando hacia él por el pasillo.
—¿Qué? —preguntó, comenzando a caminar más lentamente.
—¿Qué ha pasado en la biblioteca? ¿Qué le has dicho a mi hermana? —inquirió Ron enfadado. Cuando se dio cuenta de que no iba a obtener una respuesta, agarró a Harry por el codo y lo giró con fuerza.
—¡Qué! —respondió Harry, alejándose de su imponente mejor amigo—. No ha sido nada. No te preocupes por eso.
—No me ha parecido que no haya sido nada —dijo el pelirrojo con desprecio—. ¿Qué le has hecho para que se comportara así?
—Nada —escupió Harry—. Pregúntale. No ha sido nada.
—Y si no ha sido nada, ¿por qué has huido?
—No estaba huyendo, iba a regresar al dormitorio. ¿Puedo o necesito pedirte permiso? —preguntó Harry con sarcasmo.
—Escucha, amigo —replicó Ron, bajando la voz mientras se acercaba a Harry—, no sé qué es lo que te pasa, pero no me gusta. Sea lo que sea lo que le hayas dicho, puedes volver allí y retirarlo.
—No, escucha tú, amigo. Ya te he dicho que no ha sido nada. Si no me crees, entra en la biblioteca de nuevo y pregúntale tú mismo a tu estúpida hermana.
—Mi hermana no es estúpida —gruñó Ron.
—Bien, lo que sea, déjame en paz —murmuró Harry, volviéndose para alejarse.
—¡Potter!
Harry se giró y entrecerró los ojos ante la tenue luz del pasillo.
—¿Sí, Weasley?
El rostro de Ron se endureció.
—No sé cuál es tu problema, pero ni se te ocurra desquitarte con mi familia. ¿Entendido?
El aire se cargó de una silenciosa hostilidad. Harry asintió bruscamente.
—Entendido.
—Bien —respondió Ron y se dio la vuelta, marchándose.
Harry vio como la luz de la biblioteca se tragaba la figura del pelirrojo. Se dejó caer hacia atrás contra las frías piedras de la pared. Un grupo de estudiantes de tercer año pasó junto a él, con las cabezas juntas mientras susurraban y miraban en su dirección.
Harry tragó saliva y se dirigió a las mazmorras.
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Había luchado contra lo que sentía durante tanto tiempo que ya no recordaba realmente por qué se había estado resistiendo. Su mente estaba llena de recuerdos de ellos, resguardados en la habitación, juntos, ambos ensangrentados, sudorosos y jadeando. Lo había intentado con todas sus fuerzas, durante mucho tiempo, y con tanta gente como pudo, pero finalmente no le quedaba ni un ápice de resistencia. Lo había pensado fríamente; había intentado razonar todos los problemas que les acarrearía esta situación. Incluso había intentado emplear el chantaje emocional sobre sí mismo: qué dirían sus amigos, cómo reaccionaría Dumbledore si alguna vez se enterara, qué habrían pensado sus padres de su elección. Qué hubiera dicho Sirius.
Pero ya nada de eso importaba. Estaba harto de vivir en el pasado y cansado de tener que estar siempre pensando en el futuro. Todo lo que tenía era el presente, y todo lo que quería era sentir esos labios sobre él de nuevo. Quería sentir la dureza del hombre presionando contra su cuerpo. Quería gemir, retorcerse y sentir, y nadie podía lograr que Harry se sintiera así excepto él.
Excepto Severus.
Bloqueando a la parte consciente de su mente, llamó brevemente a las puertas personales de Snape y, tras asir el pomo y comprobar que se abría, empujó sin esperar respuesta.
Snape se encontraba desplomado en una silla, con un vaso vacío en la mano. Al oír la puerta abriéndose, apartó la mirada del fuego. Frunció el ceño cuando Harry cerró la puerta, lanzó un rápido hechizo de bloqueo y corrió hacia él.
El joven le quitó el vaso de la mano, lo dejó caer al piso y se lanzó sobre el regazo del Maestro de Pociones, agarrando su cabeza y besándolo con fuerza. Las manos de Snape se aferraron con fuerza a sus hombros, obligando a Harry a retroceder, con una expresión de asombro en su rostro cuando preguntó con incredulidad:
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—Te deseo —explicó Harry jadeante, usando todas sus fuerzas para retirar las manos del hombre y succionar urgentemente su cuello. Sus caderas comenzaron a moverse cuando su lengua probó el cuello y la oreja de Snape.
—Potter. ¡Harry!
—Te deseo —repitió el joven gimiendo. Sus dedos tiraron con fuerza del cabello de Snape mientras obligaba al hombre a mirarlo a la cara. El profesor estaba pálido y con sus labios formando una fina línea.
>>No quiero pelear más contra esto. No puedo hacerlo; lo he intentado, pero te deseo. Te deseo tanto —gimió Harry de nuevo, lanzándose para dar otro beso al mayor. Apretó despiadadamente sus labios contra la boca de Snape, en un beso frenético e histérico, como si finalmente hubiera enloquecido.
El mayor seguía negándose a participar, por lo que el joven hizo un ruido de frustración, envolvió con sus brazos los hombros de Snape y ladeó la cabeza, logrando un mejor acceso a esos labios que no respondían a su caricia. Era como besar mármol; el hombre se negaba a moverse o a mostrar algún indicio de que disfrutaba de lo que estaba pasando.
Pero tampoco lo había separado de él, y eso le dio a Harry la suficiente confianza en sí mismo como para seguir intentándolo. Sus manos abandonaron los rígidos hombros y bajaron por el estrecho pecho, desabrochando botón tras botón a medida que descendían por el cuerpo del profesor. Pasó su lengua por los labios de Snape, intentando encontrar alguna abertura en ellos. Gruñó de frustración y recorrió con sus manos el pecho desnudo del hombre, hundiendo sus dedos en los costados, tirando de él hacia adelante para que pudiera sentir la erección de Harry empujando contra él rítmicamente.
>>Oh, por favor —gimió Harry, depositando húmedos besos en la frente y los ojos cerrados de Snape, para luego bajar por sus afiladas mejillas, hasta llegar a la suave piel de su cuello, mordiendo y succionando la base de su garganta—. Por favor, por favor, por favor —suplicó. Quería esto demasiado; lo necesitaba tanto que, si Snape no se rendía ante sus caricias, seguramente se derrumbaría.
Y entonces una mano fría y fuerte le agarró por la nuca y tiró de su cabello hasta que se encontró mirando unos severos ojos negros. Harry sabía que se mostraba desesperado; sus ojos estaban muy abiertos, como si hubiera visto un fantasma; su respiración era pesada e irregular; se lamía los labios constantemente, como si necesitara comer, saborear, darse un festín.
>>¡Por favor! —suplicó de nuevo—. ¡Me cortaré! ¡Te daré sangre, si eso es lo que quieres! Cualquier cosa. ¡Cualquier cosa, por favor!
Ya fuera por las emociones en su rostro, por el tono de su voz, o por las palabras que había usado, Snape pareció tomar una decisión repentina, porque un segundo después, esos delgados labios se abrieron y presionaron con fuerza contra los suyos, succionando el aire de sus pulmones y empujándolo tan fuerte que Harry sintió que la esquina de su labio superior se quebraba. Snape se estremeció y lamió la sangre que brotó del lugar. El mayor lamió los dientes y chupó la lengua del joven, presionando con fuerza la cabeza de Harry al mismo tiempo, con los dedos clavados en su cabello para que el chico no se pudiera mover incluso si hubiera querido hacerlo.
Harry arremetió contra el abdomen desnudo de Snape y sacudió sus caderas. Deseaba estar desnudo; deseaba que ambos estuvieran desnudos. Quería sentir la fría carne del hombre contra la suya; quería sentir su polla desnuda contra la suya; ansiaba verla, quería sentir cómo de dura estaba; deseaba ver cuan grande era. No sabía si la quería en la boca o en el trasero, y deseaba que existiera un hechizo que le permitiera tenerla en ambos lugares al mismo tiempo.
Snape soltó súbitamente la cabeza de Harry y se inclinó un poco hacia atrás.
—¿Era eso lo que querías? —preguntó, respirando con dificultad.
Harry se pegó a él de nuevo, y lamió su pecho reluciente, saboreando el sudor. Lamió los pezones con rudeza, acariciando y agarrando los costados de Snape al mismo tiempo.
—Quiero más —exigió. Quería acción, y movimiento, y más, siempre más.
—Harry —advirtió Snape débilmente mientras el joven se bajaba de su regazo, arrodillándose en el suelo frente a él y deslizaba su boca por el cuerpo del profesor, descendiendo por el esternón hasta descansar sobre la suave piel de su estómago, y continuando su camino hasta la cadera, la cual frotó con su nariz.
Harry elevó la vista, mirando al hombre con frustración, y tiró enfadado del cinturón de Snape.
—Quiero más —repitió, con los ojos brillando con determinación. Necesitaba tanto esto y no entendía por qué seguían parados sin ningún motivo.
Harry miró fijamente los ojos de Snape. Se había convertido en un experto a lo largo de los meses en juzgar los estados de ánimo del hombre a través de ellos. Había visto esos ojos pasar del desdén a la ira, a la diversión y al arrepentimiento. Harry vio todas esas emociones, junto con otras que no pudo identificar, cruzando rápidamente por ellos. Se apartó con tanta paciencia como pudo, pero seguía retorciéndose y mordiéndose el labio con frustración. Saboreó la sangre en su labio superior y se la limpió con la lengua, disfrutando el gusto de su propia sangre cálida y con un deje metálico.
Snape tragó saliva y una mirada de casi desesperación cruzó sus ojos.
>>¡Estoy harto de luchar contra esto! ¿Por qué no me dejas? —lloriqueó Harry a sus pies.
Los ojos del mayor se endurecieron.
—Desnúdate —ordenó.
Harry se congeló, incapaz de creer que el profesor finalmente se hubiera rendido, pero rápidamente se levantó y comenzó a quitarse la ropa antes de que el hombre cambiara de opinión. Se quitó las zapatillas de deporte sin desabrochar los cordones y tiró la capa al suelo. Torpemente se quitó la camiseta con una mano, mientras con la otra tocaba a tientas en su entrepierna, buscando desabrochar el cinturón, desabotonar los pantalones y abrir la cremallera. Agarró sus jeans y su ropa interior, tirando de ambos hacia abajo hasta dejarlos en sus tobillos, tratando de no tropezar mientras sus pies se enredaban. Finalmente apartó de su lado ambas prendas de una patada y quedó desnudo frente a Snape, con las manos apretadas en puños, y su polla completamente alzada, dejando manchas de fluido contra su estómago.
El profesor se desprendió de su camisa ya abierta y la dejó caer al suelo. Se desabrochó los pantalones, se los quitó y se echó hacia atrás en su asiento, quedando recostado y desnudo sobre su silla.
Harry aprovechó la oportunidad para mirarlo fijamente. Las piernas de Snape eran largas y se encontraban relajadas, y Harry podía ver el saco oscuro y pesado de sus testículos descansando sobre el asiento. Su polla era larga y gruesa, de un delicado color rosa exceptuando la cabeza, que estaba morada de necesidad.
Snape acercó una de sus manos a su propia erección; sus dedos largos, hábiles y con puntas ligeramente amarillentas agarraron la base de su polla, tirando hacia arriba en un largo y uniforme movimiento, frotando su pulgar contra la brillante cabeza cuando terminó su camino. Con la otra mano, acomodó sus testículos sobre su asiento, hasta que descansaron cómodamente bajo el duro mástil. Tras esto, colocó sus manos sobre los brazos de la silla y se acomodó aún más en su asiento, con ojos inexpresivos.
La invitación quedó implícita y Harry la aceptó sin dudarlo. En cuestión de segundos estuvo de rodillas frente al hombre antes de que Snape tuviera la oportunidad de cambiar de opinión. Se mordió el labio inferior con un deje de inseguridad sobre cómo proceder, mientras con las manos abiertas recorría la entrepierna del hombre sin llegar a tocarla. Sabía cómo hacer esto, sabía que en el fondo formaba parte de él. Centrándose solo en la piel frente a él, rodeó con sus dedos la polla del mayor. La piel era suave como la seda y podía sentir el latido constante de la sangre latiendo por las venas. Tiró hacia arriba experimentando, y decidió introducir su otra mano debajo de los testículos de Snape, girándolos suavemente y notando el áspero vello, la piel flexible, y la acumulación de sangre y semen que estaban separados de él solo por una fina capa de piel.
Harry abrió la boca con ansia, introduciendo la cabeza de la polla de Snape en ella como si fuera un trozo de chocolate. Succionó con fuerza, deseando saborearlo, y que el fluido espeso y amargo llenara su boca y se derramara por sus labios. Su mano se movía con ritmo constante, bombeando la polla del profesor mientras intentaba introducir más en su boca. Snape dejó escapar un siseo de dolor cuando Harry accidentalmente lo pinchó con un diente afilado, y el chico lo apaciguó lamiendo el área una y otra vez.
El joven frunció los labios y continuó succionando rápidamente, depositando besos a lo largo de la longitud; un gemido escapó de su garganta mientras experimentaba una satisfacción plena y absoluta. No más tratar de luchar contra lo que sentía, no más tratar de ocultarlo. Esto era contra lo que había estado luchando y se sentía tan bien al ceder finalmente a sus pequeñas y sucias necesidades. Todo lo que había estado anhelando durante los últimos meses, todo con lo que había soñado y tratado de negar, finalmente estaba aquí, hinchado y llenándole la boca. La polla de Snape. Sabía a néctar.
Volvió a ascender hasta la punta de la erección con su boca, y su mano comenzó a bombear la polla del mayor más rápido, mientras las caderas de Harry embestían infructuosamente contra el aire. Una de las manos de Snape bajó hasta su frente y fue recompensado con unos dedos acariciando su cabello sudoroso.
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—Dios mío, pero sí que eres bueno en esto —dijo Snape, en voz baja y seductora. Harry gimió alrededor de la dura polla que estaba en su boca y miró hacia arriba con entusiasmo. Snape se percató del afán y deleite del joven por lo que acababa de decir, por lo que decidió continuar.
>>Tienes una boca hecha para chupar pollas, Potter —prosiguió, alentando a la húmeda boca a continuar sus movimientos. Los ojos de Harry se cerraron y succionó más rápido, más fuerte, con su lengua girando rápidamente mientras trataba de tomar más. Snape jadeó cuando liberó un pequeño chorro de líquido preseminal y Harry gimió en voz alta, saboreándolo con placer.
Snape sacudió sus caderas.
>>Esos hermosos labios rojos que tienes. Te he estado observando durante días Harry; durante semanas, meses, y todo en lo que podía pensar era en ponerte de rodillas frente a mí. ¿Te gusta mi sabor, Harry? ¿Te gusta que me folle tu linda boca? Podría follártela durante horas, dejarte lamer y jugar con mis testículos, dejarte tocar mi polla hasta correrme e inundar tu garganta. ¿Quieres que haga eso, Harry?
El joven lloriqueó y llevó una de sus manos hacia abajo para acariciar su propia polla necesitada.
>>¿Quieres chupármela hasta dejarme seco? ¿quieres que inunde tu boca virgen hasta que se desborde; que me corra tan fuerte en tu boca que no puedas retenerlo todo? —continuó Snape con voz profunda—. Si pudiera, haría que me la chuparas todos los días, Potter, a cada hora. Eres tan bueno haciendo esto, y nadie me creería nunca. Nadie más en el mundo sabe lo que yo sé, ¿verdad Harry? Nadie más en el mundo sabe que a Harry Potter le encanta chupar pollas. Que nunca tiene suficiente. Es un sucio chupapollas y lo necesita tanto, está tan desesperado por ello, que incluso está dispuesto a chupar la de su grasiento profesor de Pociones. Porque lo necesitas, ¿verdad Harry? Lo necesitas.
El joven jadeó alrededor de la jugosa polla de Snape, sintiendo su propio orgasmo inminente. Ambos estaban tan cerca que podía saborearlo.
>>Para —ordenó Snape, apartando la cabeza de Harry de su regazo y levantándose con un brillo intenso en sus ojos. Harry se echó hacia atrás y, a regañadientes dejó de masturbarse, con el pecho agitado por el esfuerzo. El mayor se encaminó hacia su habitación.
>>Ven conmigo —le pidió, y el chico lo siguió con entusiasmo, tan necesitado, tan desesperado, tan lleno de lujuria y deseo que habría hecho cualquier cosa que Snape le hubiera ordenado.
El mayor se acostó de espaldas en la cama.
>>Sobre tus manos y rodillas —le ordenó a Harry, quien obedeció con entusiasmo.
—No de esa forma —lo reprendió el profesor y, tirando del cuerpo del chico, maniobró hasta que sus cuerpos estuvieron alineados, boca contra entrepierna, con los suaves testículos de Harry apostados sobre su cara. Snape agarró los muslos del joven y los separó. Acarició la suave piel con los pulgares y los brazos de Harry comenzaron a temblar mientras se apoyaba contra el hombre.
>>Los niños buenos no chupan pollas —dijo Snape, lamiendo lentamente los testículos de Harry. El joven gimió y bajó la boca hasta la erección del mayor. El profesor se estremeció mientras disfrutaba de las reacciones del chico a sus palabras.
>>Los Gryffindors dorados no son maricones indecentes —continuó Snape, moviendo la punta de su lengua rápidamente sobre la cabeza de la polla de Harry, y manteniendo los muslos del joven abiertos y firmes con sus manos. El chico gimió y succionó más fuerte, con la saliva goteando por su barbilla.
>>Los salvadores del mundo no permitirían que nadie les lamiera el trasero —susurró y tiró de las caderas de Harry con fuerza. El joven dejó escapar una exclamación de sorpresa cuando la lengua de Snape comenzó a subir y bajar por su hendidura.
—Oh, joder —gimió el chico, sacudiendo las caderas sin descanso. Sus manos convulsionaron violentamente sobre la polla del mayor, quien siseó con sorpresa contra la estrecha abertura de Harry—. No te detengas —suplicó el joven.
La lengua de Snape se sacudió fuerte y húmeda, saboreando y provocando.
—Si quieres que siga, chúpame la polla, Harry —dijo, y emitió un alarido de sorpresa ante la succión repentina. La boca de Harry lamía y acariciaba de manera demoníaca. Las caderas del joven comenzaron a embestir y Snape lo empujó hacia abajo hasta que el trasero del chico quedó completamente accesible. Con los dedos clavados en las caderas de Harry, el profesor lamió hasta dejar completamente húmeda la caliente abertura.
Mordiendo ligeramente, y dejando marcas blancas en la piel de Harry, Snape preguntó:
>>Te gusta esto, ¿no es así, Harry? Te gusta tener mi lengua en tu trasero. Eres verdaderamente un sucio hijo de puta, ¿no? Harías cualquier cosa para tener mi lengua en tu entrada.
Snape sintió la cabeza de su polla presionando contra la parte posterior de la garganta de Harry y supo que ninguno de ellos duraría mucho más. Dio una última y fuerte lamida, y retiró la lengua del trasero del joven, tirando al mismo tiempo de las caderas de Harry hasta que la goteante cabeza de la polla reposó sobre sus labios. Dejó que la punta húmeda le recorriera los labios cerrados, y tras eso sacó la lengua para probar. Sin previo aviso, el hombre engulló la erección completa, metió un dedo en la abertura de Harry y succionó su erección con fuerza.
El chico se corrió en un instante, liberando su semilla en gruesos chorros, y con su cuerpo convulsionando mientras se vaciaba en la boca del mayor. Las manos de Harry se retorcieron y su garganta se abrió, por lo que Snape folló la boca joven y caliente sin piedad mientras se corría. Su semen inundó la boca de Harry y se derramó por los labios del chico, pero éste lamió la suave polla del mayor y el parche húmedo de vello púbico hasta que quedó completamente limpio.
Snape exhaló fuertemente, con su cabeza cayendo hacia atrás; su pecho dolió al tratar de introducir aire en sus pulmones. Harry cayó torpemente a un lado, con los ojos cerrados mientras su lengua se movía sobre sus labios, buscando hasta la última gota de la cálida semilla del profesor.
Tras un minuto o dos, la visión de Snape comenzó a aclararse y se incorporó lentamente. Harry seguía acostado de lado, con los ojos medio cerrados con aparente felicidad y las rodillas pegadas al pecho. El chico le regaló una sonrisa cansada.
Snape reprimió cualquier sentimiento de cariño que hubiera podido sentir; no era el momento adecuado para profundizar en ellos y no mostraría debilidad ante el chico, por lo que endureció los ojos y respiró hondo.
>>¿Ya estás feliz, Potter? —sonrió con ironía y salió de la cama, ignorando la mirada de confusión en los ojos del chico.
>>Ya has conseguido lo que querías. Ahora vete a la mierda —agregó con dureza, ignorando la opresión en su garganta cuando entró en el baño y cerró la puerta. Se apoyó pesadamente contra la puerta y escuchó con atención. Después de unos minutos, escuchó el portazo en la puerta de las mazmorras. Tras esto, se dejó caer al suelo y colocó su cabeza sobre sus rodillas.