—¿Qué te pasa hoy?
Por una vez, era la voz de Hermione la que regañaba a Harry en la mesa del Gran Comedor.
El chico sacudió la cabeza, volviendo su mirada hacia su comida.
—Nada.
Los labios de su amiga se fruncieron mostrando su irritación.
—No te creo, y tampoco puedo creer que pensaras que nos tragaríamos eso. Obviamente hay algo que te está perturbando.
—Déjalo, ¿quieres? —espetó Ron—. Ha dicho que no le pasa nada, así que déjalo en paz.
Hermione miró a Ron, con la traición surcando su rostro, y volvió a crispar sus labios.
—Genial —dijo, alejándose de la mesa. Recogió sus cosas bruscamente, y cerró con torpeza la cremallera de su mochila—. Estaré en la biblioteca.
Harry suspiró mientras su amiga se marchaba furiosa.
—No tenías que ser tan duro con ella.
—Bueno, ella no tenía por qué molestarte a ti —respondió Ron, empujando distraídamente la comida en su plato.
—Creo que estaba a punto de llorar.
—Oh, mierda —maldijo Ron en voz baja. Miró a Harry, con la frente arrugada de preocupación.
—Corre —sonrió Harry—. Estaré bien, y querrás compensarla antes de tener una discusión al respecto.
Ron todavía parecía preocupado, dividido entre el deseo de arreglar las cosas con su novia y asegurarse de que su mejor amigo estaba bien.
—Estoy bien —insistió Harry—. Ve a buscarla antes de que se ponga histérica. Yo me disculparé con ella más tarde.
—No tienes nada de qué disculparte —replicó Ron encarecidamente—. Si no tienes ganas de hablar…
—Pero vosotros dos sois mis mejores amigos —dijo Harry—, y si no puedo hablar con vosotros, ¿con quién podría hacerlo? Además, realmente estoy bien. Mejor de lo que he estado en mucho tiempo.
—Has estado muy callado últimamente.
El moreno hizo una pausa antes de responder.
—He estado pensando.
—¿Quieres hablar sobre ello?
—Aún no. No hasta que esté... seguro.
El rostro de Ron mostró resignación.
—Va a ser algo grande, ¿no?
Harry rio entre dientes.
—Si te digo la verdad, no lo sé.
Ron suspiró, se puso de pie y le dio una fuerte palmada en la espalda a Harry.
—Eres peor que Trelawney. ¿Nos vemos más tarde?
Harry asintió y observó a su amigo abandonar el Gran Comedor. La mayoría de los Gryffindors ya se habían ido. Harry permaneció sentado, completamente en paz. Los estudiantes de las otras casas, de grupos de otros años, hablaban, bromeaban y comían, ignorando su presencia. Harry estaba contento, simplemente estando sentado, ajeno a todo por una vez.
Miró hacia la mesa de profesores. Casi instantáneamente, Snape giró la cabeza y lo sorprendió observándolo. Harry sonrió con vacilación, y la frente de Snape se arrugó. El mayor arrojó su servilleta de lino encima de su plato, se levantó de la mesa y se fue antes de que Harry pudiera contar hasta tres.
Harry frunció el ceño. Al darse cuenta de que el director lo observaba, bajó la cabeza, cogió su mochila y se dirigió lentamente hacia las mazmorras.
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—Oh. Ha venido.
—¿Por qué no lo haría? —preguntó Harry, desconcertado.
Snape negó levemente con la cabeza y se apoyó contra el marco de la puerta.
—Lamento tener que cambiar nuestros planes con tan poca antelación, pero ha surgido algo. Me temo que no podremos dar nuestra clase esta noche.
—¿Qué? Quiero decir, eh, ¿pasa algo malo? —tartamudeó Harry.
Snape frunció el ceño.
—No, no pasa nada malo. Simplemente tengo otros planes para esta noche. Ha sido una negligencia por mi parte no informarle con antelación, pero sin duda tendrá otras cosas…, ¡oh, por el amor de Dios, Potter! ¿Qué es lo que le pasa?
Harry continuó mirando fijamente los zapatos de Snape. Solo las puntas eran visibles debajo de su túnica, pero por lo poco que se podía ver, eran muy brillantes.
—Nada, señor —respondió abatido.
Snape hizo un mohín y agarró al joven por el brazo.
—Entre —ordenó, arrastrando a un reacio Harry al interior de sus aposentos. Tan pronto como estuvieron dentro, Snape soltó su brazo y lanzó un hechizo para cerrar la puerta.
—¿Cuál es el problema, señor Potter? —gritó.
¡Ouch! Señor Potter. Hacía ya bastante tiempo que no escuchaba a su profesor nombrarlo así fuera de la clase de Pociones. El joven parpadeó rápidamente, respiró hondo y dijo con una sonrisa falsa:
—Ninguno, señor. Lamento haberle molestado. No es necesario que me cuente sus asuntos privados, por supuesto. ¿Quizás podríamos reprogramar la lección para otra noche, cuando no esté tan ocupado?
Snape lo miró con recelo.
—No vas a dejarlo pasar hasta que sepas qué es lo que voy a hacer, ¿verdad?
Harry lo fulminó con la mirada.
—No tiene que decirme nada. Lo entiendo. Todo el mundo tiene secretos, y yo no quiero entrometerme en los suyos.
Snape siseó.
—Realmente eres el mocoso más desagradecido y molesto que por desgracia he tenido que…
—¿Eso es todo, señor? —preguntó Harry, con ojos duros.
—No —escupió Snape—, no es todo. Ya que muestra un gran interés conocer mis asuntos, le diré lo que está pasando. Quizás entonces deje de poner esa cara.
—¿Qué cara? —inquirió Harry acaloradamente.
—Esa cara —Snape lo parodió—. La que parece que alguien acaba de quitarle su última rana de chocolate.
—Lo juro, si no fuera mi profesor…
—Pero lo soy —fue la rápida respuesta.
—Sí, bueno —respondió Harry tímidamente. Volvió a mirar a los pies de Snape—. No he venido aquí para discutir, ¿sabes?
Escuchó a Snape suspirar.
—Sí, ya lo sé. Lástima.
Los ojos de Harry se alzaron y miró a Snape con furia controlada. Los párpados del hombre bajaron. Estaba cerca de lograr que el mayor diese el brazo a torcer, por lo que decidió intentarlo.
—Si voy a ser un estorbo, no me importa irme —dijo Harry en voz baja.
—No, no vas a ser ningún estorbo. Es solo que... no tengo grandes esperanzas de tener éxito esta noche, y no quería hacer ilusiones a nadie. Tampoco nadie más ha presenciado mis fracasos —agregó con una mueca—. Estoy acostumbrado a que mis propias esperanzas sean siempre negadas. He tenido años de práctica.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Harry con entusiasmo.
Los ojos de Snape brillaron.
—Creo que sí. Ven.
Harry siguió a Snape con impaciencia hasta su desordenado escritorio.
—Lee —ordenó Snape, mientras le entregaba a Harry un trozo de pergamino desgastado. Aunque estaba arrugado y tenía algunas manchas en los bordes, las palabras estaban tan nítidas y legibles como el día en que fueron escritas.
—Pero esto es solo el poema —dijo Harry, desconcertado.
—Sí —asintió Snape— pero presta atención a la última línea.
—El recipiente debe verterse o será condenado —recitó Harry—. No lo pillo. ¿En qué se diferencia eso de lo que pensábamos antes?
—No hay diferencia —murmuró Snape, cogiendo el pergamino de las manos de Harry y colocándolo con un golpe sobre la mesa—. El poema es exactamente el mismo, lo que ha cambiado ha sido mi interpretación. El recipiente debe verterse, pero, ¿cuánto se debe verter? ¿Será suficiente un episodio para detener la maldición, o es necesario que ocurra de forma regular?
—Si no necesitas derramar toda tu sangre —dijo Harry comenzando a comprender al hombre—, no tendrías por qué morir.
—No —Snape sonrió con suficiencia—. No lo haría.
—¡Pero eso es brillante! —gritó Harry—. ¿Que necesitamos hacer?
Los ojos de Snape se abrieron por un instante ante el entusiasmo de Harry. El chico le sonrió con clara emoción en su rostro.
—No necesitamos hacer nada. Necesito derramar mi sangre. Y estaba a punto de hacerlo, cuando me interrumpiste de esa forma tan grosera —dijo Snape.
—De ninguna manera —se rio Harry entre dientes—. No me perdería esto por nada del mundo—.
Los labios de Snape se crisparon.
—¿Está ansioso por ver si mi sangre es tan roja como la suya, Potter?
La ceja de Harry se arqueó.
—Estaría igualmente feliz de tener pruebas de que eres humano. Señor —añadió con descaro.
Snape negó con la cabeza.
—No podría convencerte de ninguna forma de que te des la vuelta, salgas y finjas que nunca hemos tenido esta conversación, ¿verdad?
Harry sonrió.
Snape suspiró.
>>Oh, bien. De todas formas, si no fueras tú, sin duda sería Dumbledore el que estaría metiendo las narices en esto.
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—¿Está cómodo, señor? ¿Hay algo que pueda ofrecerle? —preguntó Harry con entusiasmo.
—¡Puedes sentarte y dejar de preocuparte! —espetó Snape, acomodándose en su silla—. Siéntate y guarda silencio.
Para desconcierto de Snape, Harry se sentó en el borde de su escritorio. El profesor suspiró y acercó el pequeño caldero a su cuerpo. Su brazo izquierdo estaba en decúbito supino sobre el escritorio, y el cuchillo que habían usado en anteriores ocasiones para hacer cortes a Harry ya estaba esterilizado y brillaba intensamente en la penumbra. Cuando el joven había preguntado a Snape si se mordería su propio brazo en lugar de usar el cuchillo, el hombre le había recompensado con una mirada tan fulminante que el chico se había sonrojado.
Snape miró a Harry con seriedad.
—No debes tocar nada. Y cuando digo nada, me estoy refiriendo a absolutamente nada. Ni el cuchillo, ni el caldero, ni a mí. Y especialmente la sangre. Aunque no estoy bebiendo la tuya ahora, no sabemos cuánto tiempo permanece el hechizo en espera de la reciprocidad. Si te conviertes por tu idiotez o por un descuido mío, le habré hecho un favor al Señor Tenebroso y me suicidaré antes de que Albus me ponga las manos encima. ¿Está claro, Potter?
Harry asintió muy serio.
—Sí, señor. No tocaré nada, pase lo que pase. Si parece que algo va mal, me iré de inmediato y llamaré al director.
Snape miró a Harry con recelo.
—No creo que tu valentía Gryffindor te permita hacer eso fácilmente.
—No querría hacerlo, señor, pero lo prometo. Dejaré mis actos heroicos a un lado.
Snape suspiró.
—Ojalá me lo pusieras por escrito.
Harry rio suavemente y alejó un poco su cuerpo.
—Bien, señor. Cuando estés listo.
Snape asintió y levantó su mano derecha para desabrochar los pequeños botones del puño de la manga de su camisa. Hizo una pausa y lanzó una mirada un poco aprensiva en dirección a Harry.
El joven rompió el contacto visual, miró la zona aún cubierta del antebrazo izquierdo de Snape y luego volvió a mirar al hombre, sonriendo levemente.
Snape asintió de nuevo, sintiendo como el nudo de su estómago se había aligerado un poco. Se fue subiendo la manga lentamente, con la suavidad blanquiazul de la parte interior de su muñeca cediendo paso a la mancha negra de su Marca Tenebrosa. Continuó ascendiendo hasta que la manga quedó por encima de su codo. Ambos hombres observaron fijamente el brazo del mayor.
—Bueno —dijo Snape.
—¿Quieres el cuchillo? —preguntó Harry, amablemente. El profesor asintió, por lo que Harry se lo pasó con cuidado, asegurándose de que sus dedos no estuvieran cerca de la hoja. Snape lo cogió con su mano derecha y levantó su brazo izquierdo. Harry empujó el caldero y el mayor apoyó el brazo en él, quedando el codo en el medio.
—Muy bien —dijo Snape, y sin vacilar un instante, cortó la vena más grande que era visible en la curva de su codo. Su sangre comenzó a fluir inmediatamente, supurando espesamente sobre su brazo y acabando en el caldero colocado debajo. Tanto Harry como él mismo no podían dejar de mirar con fascinación.
—¿Duele? —inquirió Harry en un susurro.
—No —susurró Snape en respuesta, mientras se preguntaba interiormente por qué hablaban tan bajo. Pasaron minutos en silencio, en los que el flujo de sangre no disminuyó, aunque la respiración del hombre comenzó a acelerarse.
Harry lo miró preocupado.
—¿No es suficiente todavía, señor? Ya has perdido mucha sangre. No tienes buen aspecto.
Y era cierto que Snape no se encontraba bien; cada vez le resultaba más difícil controlar su respiración, a pesar de que se obligaba a hacerlo lenta y profundamente. Dejó caer el cuchillo sobre el escritorio y se pasó la mano por la frente, notándola cubierta de un sudor pegajoso.
—Creo que deberías parar ya —sugirió Harry, endureciendo su voz—. ¿Puedes detener el flujo de la misma forma que lo haces con el mío?
Snape negó con la cabeza.
—No creo que pueda. Pásame mi varita.
Harry se la acercó con cuidado, sintiendo como un cosquilleo recorría su brazo mientras sostenía la varita desconocida. Snape la cogió y la sacudió sobre la herida, susurrando un hechizo de curación.
El flujo de sangre se volvió más lento instantáneamente, hasta que el río rojo se redujo a un hilo.
—¿Debería…? —comenzó Harry, mientras extendía su mano hacia el caldero.
—¡No! —exclamó Snape abruptamente. Suavizó su voz al ver el rostro preocupado de Harry—. No sabemos cómo te puede afectar. Casi se ha detenido ya. Corre a pedir un poco de té.
Harry asintió lentamente y saltó del escritorio, aterrizando sobre sus pies, temblando un poco. Snape volvió a mirar su brazo, observando la mancha caoba de sangre, ya seca, que cubría casi por completo su Marca. Soltó su varita y apretó su palma contra la herida. Susurró ahora un hechizo sin varita y sintió como un repentino chisporroteo golpeaba su piel y cerraba la herida. Con gran cansancio, volvió a coger su varita y murmuró otro encantamiento sobre el caldero, haciendo desaparecer la sangre y dejándolo limpio, al igual que al cuchillo.
Cuando eliminó toda evidencia de su sangre contaminada, se reclinó en su silla y cerró los ojos.
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—No tienes buen aspecto.
Snape abrió un ojo, soñoliento. Harry estaba sentado en el borde de su asiento, con su cuerpo rígido mientras miraba al hombre con preocupación.
—Una vez más, señor Potter —dijo Snape con cansancio—, estoy asombrado por su espectacular capacidad de observación.
Harry sonrió, notando como la ansiedad parecía desaparecer al fin de su cuerpo.
—Bueno, suenas igual de encantador que siempre, así que no debes encontrarte tan mal. Pero estás pálido. Más pálido de lo habitual.
Snape se reacomodó en su asiento de forma rígida e intentó reprimir un gruñido. A pesar de que estaba intentando parecer estoico, realmente no se sentía del todo bien. Típico que el mocoso se hubiera dado cuenta y lo hubiera comentado.
>>Entonces, ¿crees que ha funcionado? —preguntó Harry con inquietud.
Snape bajó la cabeza y cerró los ojos. Relajó su mente, dejando que su percepción se expandiera por toda la habitación, hasta notar los límites de la sala. Se percató de que aún podía oír la respiración levemente temblorosa de Harry; podía oler el sudor distintivo del chico; incluso podía oler su propio sudor más almizclado. Se centró en sus dientes, concentrándose un poco, y sintió que sus colmillos se extendían y afilaban. Tocó ligeramente la punta de uno con la lengua y abrió los ojos.
—No, creo que ha fallado.
Harry hizo un mohín.
—Lo siento mucho —murmuró.
Snape hizo otra mueca en respuesta.
—No importa. Era solo una idea, y parece que no ha sido muy buena. Todavía no me estoy agarrando a un clavo ardiendo.
Harry se puso de pie y se acercó al mayor, apoyando suavemente una mano en su hombro.
—No nos vamos a rendir.
Los ojos de Harry brillaban con determinación. Snape se sintió abrumado por la cantidad de convicción que vio brillar ahí, y el duro acero de su mirada. A veces se olvidaba de lo verdaderamente poderoso que era Potter. Tanto poder en bruto, y tan poco aprovechado.
>>Entonces —añadió Harry, retirando su mano del hombro de Snape—, creo que necesitas algo para recuperar fuerzas.
Los labios de Snape se fruncieron mientras su estómago se revolvía.
—Me temo que no se me antoja nada, pero puedes servirte más té, si quieres.
—No estaba pensando en eso —replicó Harry, colocando sus manos sobre la corbata del uniforme.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Snape desconcertado.
—¿A ti qué te parece? —rio Harry entre dientes—. Necesitas alimentarte. Por suerte para ti, el almuerzo está servido.
—Potter, no es necesario…
—No, no lo es —respondió Harry bruscamente, dejando las manos quietas sobre la prenda—. No es necesario, y no es sábado, pero aun así lo vamos a hacer, ¿queda claro? Puedo ver que te sientes débil y sé que esto te hará sentir mejor. Así que no lo pienses más, ¿de acuerdo?
Las manos de Harry empezaron a trabajar de nuevo en su corbata; sus ágiles dedos la aflojaron y la retiraron de su cuello rápidamente, dejándola caer al suelo con indiferencia.
>>Y odio cuando me llamas Potter.
—Harry entonces —dijo Snape, molesto por haber sido interrumpido—. Harry, no creo que tenga la energía para levantarme en este momento. Si me das un poco de tiempo...
—No. No hay tiempo, Severus. ¿Puedo llamarte así? Cuando estemos solos, por supuesto.
Y Snape no podría haber pensado en una razón por la que debía decir que no, ni aunque su vida dependiera de ello. Asintió lentamente y Harry dejó escapar el aire que había estado conteniendo.
>>Está bien, tienes que moverte.
Antes de que el mayor pudiera protestar porque ya le había dicho a Harry que no tenía la energía necesaria para hacer nada, el chico tiró del costado de su silla, indicándole a Snape que empujara su silla hacia atrás y hacia un lado, hasta quedar sentado paralelo a su escritorio. Los brazos del mayor se cruzaron con fuerza sobre su pecho.
—¿Qué crees que estás haciendo…?
Sin ninguna contemplación, Harry se dejó caer sobre los muslos de Snape, sentándose a horcajadas sobre sus piernas con facilidad.
—Así —dijo Harry, quedándose un poco sin aliento—. Así está bien, ¿no?
Los ojos de Snape brillaron con furia.
—Señor Potter, esto definitivamente no está bien. Tenga la bondad de salir de mi regazo.
—No estoy sobre tu regazo realmente, sino sobre tus rodillas —sonrió Harry, apartándose el flequillo de su frente.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —gruñó Snape—. Deja de ser beligerante. Esto es totalmente inapropiado en muchos aspectos…
—¿Todavía tienes tus colmillos? —preguntó Harry, ignorando deliberadamente la obvia frustración de Snape.
—Harry —replicó Snape sombríamente, con los labios curvándose en una cruel sonrisa que dejó a la vista las puntas de los mortíferos dientes—, si no…, ¿qué estás haciendo?
Harry sonrió de nuevo.
—¿No es obvio? Me estoy desabrochando la camisa.
—Pero ...—Y de nuevo Snape enmudeció al ver los ágiles dedos de Harry desabrochando con cuidado los botones transparentes que mantenían su camisa cerrada. El chico rozó con los dedos su torso, separando la tela blanca, quedando el pecho desnudo frente al rostro asombrado del profesor.
—Aquí —indicó Harry, tirando del cuello de la camisa hacia atrás hasta que la tela quedó arremolinada por debajo de sus hombros. Se inclinó ligeramente hacia adelante y ladeó la cabeza, exponiendo la suave piel de su cuello.
Snape estaba absolutamente consciente del aumento de su frecuencia cardíaca y se preguntó si el joven podría escuchar su frenético ritmo.
—No puedo…
—Claro que puedes —lo tranquilizó Harry—. Necesitas esto. Y no es como si no lo hubiéramos hecho antes.
Y de nuevo, Snape no pudo pensar en ninguna razón para rechazarlo.
Levantó la mano lentamente, deslizando un dedo a lo largo de la línea de la mandíbula de Harry, y descendiendo por la suave extensión de su cuello, hasta dejarlo descansar en el hueco de la base de su garganta. Podía ver el pecho del chico moviéndose con rápidos y superficiales jadeos; podía ver el brillo de la saliva que el joven había dejado en su labio inferior al lamerlo. Snape vio que los ojos de Harry se oscurecían y sus manos temblorosas delataban su nerviosismo.
Snape inclinó la cabeza hacia un lado y apoyó la cara en el hombro de Harry. Respiró hondo, aclimatándose al aroma del joven. Podía sentir el pulso rápido y rítmico de la vena que se encontraba cerca de la superficie, haciendo circular la sangre de Harry a apenas un milímetro de sus labios.
Lamió lentamente el punto del pulso.
Harry se estremeció y puso sus manos sobre los hombros de Snape para estabilizarse.
El hombre colocó sus manos con cuidado en las caderas de Harry y lamió de nuevo, presionando su lengua contra la piel, dejando que el sabor bañara su boca.
Un gemido entusiasta escapó de la boca de Harry, y Snape fue muy consciente de ello, al igual que era consciente de otra miríada de cosas que estaban sucediendo en el mismo instante. Podía sentir la saliva acumulándose en la parte posterior de su boca mientras su cuerpo anticipaba la dulzura que estaba a punto de saborear; podía sentir sus labios estirándose hacia atrás con fuerza, dejando al descubierto sus colmillos; y podía sentir el aumento de la temperatura corporal de ambos.
Mordió.
Cuando sus dientes se encontraron completamente incrustados en la vena de Harry, Snape exhaló con placer. La sangre que inundó su boca parecía haber desencadenado una sacudida de energía. Sintió que sus músculos comenzaban a aflojarse, y sus ojos rodaron hacia atrás en éxtasis mientras succionaba vorazmente.
El temblor de Harry se había convertido en movimientos espasmódicos aleatorios, todos ellos acercándolo cada vez más a Snape. El chico se impulsó con sus pies hacia delante, hasta que su pecho estuvo apretado contra el del profesor. Tras eso, rodeó con sus piernas el respaldo de la silla y apretó, inclinando su pelvis hasta que su dureza presionó contra el abdomen de Snape.
Dejó escapar un jadeo de placer cuando el hombre gimió y retiró sus manos de las caderas de Harry, envolviendo con sus brazos la parte baja de la espalda del chico, y empujándolo hacia él con más fuerza; con tanta fuerza que ya no quedaba espacio entre ellos. Snape abrió más la boca y succionó con mayor ímpetu, con la sangre goteando por un lado de su boca mientras pasaba su lengua sobre las dos perforaciones gemelas, atrapando cada gota antes de que tuvieran la oportunidad de deslizarse por el pecho de Harry.
El chico arqueó la espalda, y su cabeza cayó hacia atrás, lleno de placer mientras comenzaba a mecerse contra Snape, frotando su polla --constreñida por sus pantalones ajustados-- contra el firme cuerpo de su profesor.
Snape siseó contra el cuello sudoroso de su dispuesta víctima. Desplazó sus manos de nuevo hacia las caderas de Harry, donde sus dedos se clavaron cruelmente mientras empujaba al chico contra sí; tiró de Harry con fuerza y precisión, restregándolo contra su abdomen, sintiendo como las nalgas del joven se agitaban y se rozaban contra su propia excitación; el movimiento de balanceo enviaba escalofríos de placer a través de su ingle, mientras se deleitaba con la sangre de Harry. Continuó empujando al mismo tiempo que escuchaba al chico repetir una y otra vez un gutural “Sí”.
Harry gimió. Fue un gemido de necesidad, de frustración, mientras cruzaba los tobillos detrás de la silla, levantando sus caderas con el movimiento, colocándose en la posición correcta para que cuando llegara su liberación, fuera rápida y fuerte. Su respiración se volvió más errática mientras se corría, y continuó meciéndose contra el hombre; el ablandamiento de su polla ya calmada no logró disminuir el placer que todavía sentía al ser abrazado tan estrechamente, tan fuerte.
Se echó hacia atrás bruscamente, provocando que Snape sacara los dientes de su cuello. No prestó atención al repentino y desgarrador dolor en su garganta, ignoró los ojos de Snape abriéndose repentinamente y, en un estallido de pasión, presionó sus labios con fuerza contra la boca abierta de Snape.
Con más urgencia que habilidad, Harry metió su lengua en la boca del hombre, rozando sus colmillos y moviéndola despiadadamente. Podía probarse a sí mismo en Snape; podía saborear su propia sangre, y el sabor metálico de la misma le hizo gemir. El mayor no respondía; su boca permanecía quieta, por lo que Harry gruñó con frustración, y se introdujo más profundamente. Sus labios se movían sin cuidado sobre la fina boca de Snape, lamiendo y chupando con desesperación. De pronto, sintió una repentina exhalación por parte del hombre y, por fin, notó como su beso era respondido. Harry gimió cuando la boca de Snape se movió con dureza sobre la suya, ofreciendo besos largos y húmedos intercalados con suaves mordiscos.
Harry sacudió sus caderas, sintiendo la dura erección de Snape debajo de su trasero. Se sorprendió al encontrarse repentinamente tirado en el suelo, con la espalda dolorida tras aterrizar en las frías piedras.
—¿Por qué has hecho eso? —gritó Harry, mientras se llevaba una mano a su cuello, que estaba sangrando. Snape permanecía sentado en la silla, completamente inmóvil, con el pecho moviéndose agitadamente. Maldiciendo entre dientes, Harry se levantó con torpeza, retirando la mano de su garganta; la palma estaba cubierta de sangre pegajosa e hizo un mohín. Se quitó la camisa, hizo una bola con ella y la apretó contra la herida—. ¿Qué pasa?
Snape soltó una risa histérica. ¿Que qué pasaba? ¿El chico idiota estaba parado frente a él, furioso, con una gran mancha húmeda cubriendo la parte delantera de sus pantalones, la camisa del uniforme hecha un ovillo, ensangrentada y presionada contra su cuello… y le estaba preguntando que qué pasaba?
Snape abrió los labios, rozó sus colmillos con dedos temblorosos y, con un poco de esfuerzo, los hizo retraerse a su tamaño normal. Tras eso, se puso de pie temblando un poco.
—Deberías irte.
—¿Qué?
Y de repente, toda la ira, la frustración y el rechazo que Snape había estado reprimiendo durante los últimos meses brotaron de su corazón, escaparon de sus estrechos confines y salieron por su boca.
—No te atrevas a cuestionarme, chico. ¡He dicho que te vayas! Márchate en este instante o juro por Merlín que haré que te arrepientas.
—¡No me llames chico! Mi tío me llama así y lo odio. No soy tu jodido chico —exclamó Harry, con la rabia llenando su voz—. ¿Qué pasa? ¿Por qué te estás comportando así?
—¿Eres siquiera gay, Potter? ¿O mi abdomen ha sido simplemente un objeto contra el que podías descargarte? —preguntó Snape con sarcasmo.
Harry frunció el ceño. En momentos como este, cuando Snape mostraba su lado más exasperante, más sádico, era en los que Harry se preguntaba si había cambiado en lo absoluto.
—Tú… tú ...
Snape se acercó a él, pero Harry se mantuvo firme. La camisa cayó al suelo sin que ninguno le prestara la más mínima atención. Aunque el flujo de sangre de su cuello finalmente había cesado, todavía parecía como si hubiera sido atacado por algún animal salvaje. Harry se enderezó, sin comprender lo que estaba pasando, pero seguro de que, por una vez, no era solo culpa suya.
—No seré una herramienta para que experimentes. Has cruzado una línea esta noche, y ser el niño mimado de Dumbledore no va a cambiar nada.
—¡¿He cruzado una línea?! —gritó Harry indignado—. ¡Pues no te ha impedido ponerte duro!
Snape lo abofeteó antes de que Harry fuera capaz de ver su mano moverse. Pasaron uno o dos segundos; fue un breve instante, en el que todo lo que Harry pensaba que sabía se derrumbó, se revolvió y se reconstruyó en algo que estaba completamente fuera de su comprensión. Se llevó una mano a la cara, sintiendo la carne caliente, y se preguntó si habría una marca visible. No le había dolido; Ron lo había golpeado con más fuerza en broma, pero el pensar en lo que le acababan de hacer y en quién lo había hecho, hizo que su corazón se rompiera.
—Te irás en este instante —gruñó Snape, en voz baja y peligrosa, al oído de Harry—, o no tendré nada más que ver contigo por el resto de tu vida —El profesor se alejó del joven, mirándolo con ojos duros y penetrantes, mientras Harry se hundía aún más por su rechazo.
—Realmente te odio a veces, ¿lo sabes? —dijo Harry, torciendo la boca por la emoción.
—Yo también, Potter. Yo también.
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No fue hasta muchas horas después que Snape recordó que no había curado al chico antes de echarlo de sus aposentos.