Tiene incluso peor pinta que antes de que nos fuéramos.
Casi no sabía dónde nos estaba llevando el director cuando nos dejó en las mazmorras. ¿Por qué estaba Harry allí? En todo caso, ¿no debería estar en los antiguos aposentos del profesor Lupin?
Dumbledore no nos contó demasiado, solo que aún no había recibido ningún tipo de información sobre el paradero del profesor y que Harry no se lo estaba tomando muy bien.
Hombres. Sin importar la edad que tengan, siempre necesitan remarcar lo obvio.
Ron no estaba seguro de si debía venir. Por supuesto, la pelea entre ellos ha estado rondando en su cabeza toda la semana, pero actúa como si no hubiera pasado nada. ¡Hombres!
Pero me alegro de que haya decidido volver al castillo conmigo, y ni siquiera hizo falta la intervención de su madre para convencerlo. Como él siempre ha dicho, como ambos siempre han dicho más bien, somos mejores amigos y los mejores amigos se mantienen unidos pase lo que pase.
Aunque no estoy segura de cómo podremos ayudar en esta situación. Harry tiene aspecto de no haber estado durmiendo bien en todo este tiempo, y no lo culpo. Siempre he sabido que él y el profesor Lupin compartían un vínculo especial, incluso cuando el profesor dejó de dar clases aquí. Y pasaron mucho tiempo juntos durante las vacaciones.
Ojalá levantara la mirada. Ojalá dijera algo. Desearía que lanzara cosas, gritara o hiciera algo para dejar de parecer una cáscara sin vida.
Ojalá pudiéramos hacer algo para ayudarlo.
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—Entrad o marchaos. Pero hagáis lo que hagáis, cerrad la puerta.
Hermione miró brevemente a Ron y cruzó el umbral, haciéndose a un lado para permitir la entrada a su novio, quien también traspasó la puerta con paso vacilante. Acto seguido, la chica cerró y miró a su alrededor. El aula de pociones se veía diferente por la noche; parecía mucho más grande que cuando estaba llena de estudiantes; los calderos vacíos colgaban de sus ganchos, espaciados de manera uniforme; los armarios centelleaban suavemente y los ingredientes nocivos almacenados en cientos de frascos tenían un aspecto particularmente inofensivo. Un pequeño fuego ardía detrás de Harry, quien estaba sentado en el escritorio de Snape.
Ignorando la indecisión de Ron, Hermione se acercó a su amigo y lo envolvió en un fuerte abrazo. Éste no lo rechazó, e incluso levantó levemente los brazos para devolvérselo. El moreno miró por encima del hombro al pelirrojo, que seguía parado cerca de la puerta.
Ron tragó saliva y se dirigió hacia la parte delantera de la habitación.
—Hola, Harry.
La habitación se quedó en silencio por unos instantes.
—Ron.
—Siento lo del profesor Lupin. Estoy seguro de que todo…
—¿Cómo te has enterado? —preguntó Harry con brusquedad.
Hermione lo liberó de su abrazo y se sentó sobre el escritorio, a un lado de su amigo, sintiéndose un poco culpable por tomarse tanta libertad con el mobiliario escolar.
—El Sr. Weasley nos lo ha contado. Creo que se supone que nosotros no deberíamos habernos enterado, ¿no? —la castaña miró a su novio.
—Dumbledore se los debió contar a mis padres tan pronto como se enteró. Mis padres conocen al profesor Lupin desde hace mucho tiempo, y supongo que pensó que tenían derecho a saber lo que estaba pasando. Mi madre no nos dijo nada, como de costumbre. Todavía cree que necesitamos protección —afirmó con claro disgusto.
—El Sr. Weasley nos informó de lo que estaba ocurriendo y decidimos regresar de inmediato. No queríamos que tuvieras que pasar por todo esto solo —agregó Hermione.
—No era necesario —soltó Harry mirando a Ron—. No es como si creyera que a alguien le importa.
—¡No empieces! —exclamó Ron inclinándose sobre el escritorio, con su rostro enrojecido por la rabia—. No me importa lo que haya pasado entre nosotros, eres nuestro amigo y queremos estar contigo. ¿Algún problema?
Harry le dirigió una sonrisa cansada y sus hombros se relajaron ligeramente.
—No, ningún problema —respondió mirando a Ron; realmente era la primera vez que lo hacía en serio desde que el pelirrojo había entrado en la habitación—. Lo siento.
Ron se enderezó.
—Yo también lo siento. ¿Amigos?
Harry asintió, con su sonrisa volviéndose más natural.
—Amigos.
Hermione le dio a su amigo un húmedo y fuerte beso en la mejilla; luego se acercó a su novio, le echó los brazos al cuello y le dio un beso entusiasta en los labios.
—¿Y eso a qué ha venido? —preguntó Ron riendo mientras rodeaba la cintura de la chica con los brazos.
—Sois unos… idiotas los dos.
—Creo que eso significa que le caemos bien —bromeó Ron con Harry.
—Está bien, basta de bromas —lo reprendió Hermione—. Ahora vamos a bajar a las cocinas, buscaremos algo bueno para comer y hablaremos.
—No —respondió Harry de forma clara y contundente—. Quiero quedarme aquí.
Ron miró a su alrededor como si no supiera dónde estaba.
—Pero…pero, ¿por qué aquí, amigo? Es el maldito aula de pociones. ¿Quién en su sano juicio querría pasar más tiempo aquí del necesario?
—Yo —gruñó Harry, devolviendo su atención al montón de pergaminos apilados frente a él.
—¿Qué es eso? —preguntó Hermione mientras extendía una mano con curiosidad hacia los papeles.
—Nada —respondió el moreno, cubriendo con la mano la hoja que su amiga estaba a punto de coger—. Mira, podéis quedaros aquí si queréis, o podéis volver a la torre. Lo que queráis, pero yo no me pienso ir todavía. Tengo cosas que hacer.
Hermione dio un paso atrás, frunciendo el ceño con confusión.
—Lo estás haciendo otra vez.
—¿Haciendo qué? —preguntó Harry sin mirar a su mejor amiga a los ojos.
—Ocultándonos cosas —respondió Ron, caminando alrededor del escritorio hasta que estuvo frente a su amigo.
Las manos de Harry se deslizaban sobre las hojas de pergamino, tocándolas de forma obsesiva, acariciando sus pliegues, y apilándolas cuidadosamente una sobre otra. Se detuvo cuando las grandes manos del pelirrojo se colocaron firmemente sobre las suyas. Harry levantó la cabeza con una lentitud agónica. El rostro normalmente alegre de Ron mostraba seriedad.
—No es necesario que te lo guardes todo.
La mandíbula de Harry se apretó y resistió el impulso de apartarse.
—No sé qué contaros —respondió.
—Dinos lo que puedas. Podrías empezar por contarnos por qué estás aquí en lugar de en la sala común. Eres el único que se ha quedado en la torre en vacaciones, así que el motivo no puede ser que allí no tengas privacidad.
—Aquí puedo… pensar mejor.
Ambos permanecieron en silencio por un segundo, y tras eso, Ron asintió.
—Vale —se mostró de acuerdo con la respuesta mientras se enderezaba. Hermione observaba alternativamente a los dos chicos, percibiendo que existía algún trasfondo que no llegaba a comprender en su conversación.
—¿Qué más queréis saber? —inquirió Harry mientras cruzaba sus manos sobre su regazo y bajaba la cabeza, logrando con ese movimiento que su flequillo quedara flotando sobre sus ojos. La castaña abrió la boca para responder, pero su novio la detuvo con una mirada.
—¿Qué sabes sobre Lupin?
—Ha… —Harry se aclaró la garganta—. Ha desaparecido. Dumbledore me dijo que no asistió a una reunión. Nadie sabe nada. Y él ha ido a buscarlo.
—¿Quién, Harry? ¿Quién ha ido a buscarlo? —preguntó Hermione, incapaz de guardar silencio. Harry levantó la cabeza y su amiga no pudo ocultar su asombro al ver la angustia que brillaba en los ojos del moreno.
—Snape.
—¿Y por qué lo ha hecho? Quiero decir, sé que está de nuestro lado, pero...
Harry metió la mano en su bolsillo y sacó un fragmento de pergamino oscurecido. Se lo pasó a Hermione, quien lo cogió con cuidado, ya que parecía bastante quebradizo al tacto.
—Ocurrió un pequeño accidente —explicó en voz baja.
—¿Qué accidente? —preguntó Ron mientras miraba el papel por encima del hombro de Hermione.
—Le prendí fuego —respondió Harry con una sonrisa irónica. Ron le dirigió una mirada y rio entre dientes. La pareja leyó el pergamino en silencio mientras el moreno daba la vuelta a su silla para clavar sus ojos en la chimenea.
—¡Bueno, nunca me hubiera imaginado esto! —exclamó Hermione con sorpresa
—Yo tampoco. No sabía que el bastardo podría hacer algo tan bueno —concordó su novio.
—Podía, y lo ha hecho —replicó Harry levantándose abruptamente—. No hables así de él.
—Compañero, yo estaba…
—No, Ron. Simplemente... no sigas —suplicó Harry.
El pelirrojo apretó la mandíbula.
—Vale. No hablaremos de él. Ni del hecho de que se haya ido a quién diablos sabe dónde para salvar a Lupin. Lo que quiero saber es: ¿qué vamos a hacer nosotros al respecto?
—¿Qué crees que vamos a hacer? ¡No vamos a hacer nada! —escupió Harry.
—No podemos simplemente…
—Lo he estado pensando, ¿vale? En cuanto me enteré de la desaparición de Remus, todo en lo que podía pensar era en intentar salvarlo. Y luego, cuando me enteré de que Snape… —Su voz se quebró— ¿Dónde se supone que debo ir? ¿Qué se supone que debo hacer esta vez? No tengo ni puta idea de por dónde empezar a buscar, y esta vez ni Fawkes ni una capa de invisibilidad pueden ayudarme, y me siento jodidamente inútil. Pero probablemente sea una trampa y no puedo dejar que me atrapen. No puedo enfrentarme a Voldemort todavía porque no estoy listo, y no pienso morir a no ser que lo mate primero…
—Está bien —lo tranquilizó Ron—. Está bien. No pasa nada, amigo. Te entendemos. No estoy diciendo que debamos hacer nada…
—¡Debería ser yo! —exclamó el moreno dándole una patada a la silla y dándoles la espalda a sus amigos—. Me quieren a mí. Soy yo el que debería estar arriesgando su vida, no Se-Snape. Debería ser yo —gruñó mientras envolvía sus brazos alrededor de su delgado cuerpo y se estremecía, a pesar de que las llamas del fuego casi rozaban su camisón de dormir.
Hermione se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.
—Lo siento tanto, Harry —le dijo, besándolo entre los omóplatos. Su temblor aumentó y la chica apretó su abrazo.
—¿Harry?
El moreno alzó su mirada y vio cómo su amigo le sonreía con tristeza.
>>Vamos, amigo. Volvamos a la torre. Le pediremos a Dobby algo de comida y hablaremos, ¿de acuerdo?
Harry asintió con cansancio, sin despegar su vista de los pergaminos que cubrían el escritorio de Snape, e hizo un gesto a sus amigos, indicándoles que salieran de la sala ellos primero. Ron y Hermione lo esperaron en el pasillo mientras apagaba el fuego con un movimiento de muñeca y cerraba la puerta con cuidado.
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Parte del talento de Snape como espía era su habilidad para ocultarse en la oscuridad. Era capaz de mimetizarse con el paisaje, casi sin respirar, sin moverse, volviéndose más insustancial que un fantasma. Esta era una de las razones por las que tenía tanto éxito en sorprender a los estudiantes, pero también era la única cualidad que lo había mantenido con vida durante tantos años.
Viajó sigilosamente durante noches enteras, como una figura envuelta en sombras, siendo solo un cliente trivial sentado en la mesa de la esquina de los concurridos pubs, oyendo a escondidas, añadiendo alcohol en las bebidas de la gente, acechando a los posibles sospechosos e importunando a los contactos renuentes; en resumen, hizo lo que hacía un espía. Y era muy bueno en eso.
Tan bueno que en apenas quince días ya había localizado el paradero de Lupin. Durmiendo solo unas pocas horas, y realizando aún menos comidas, había logrado recorrer de arriba abajo la costa de Gran Bretaña y realizar algunas incursiones infructuosas en Europa, antes de terminar en uno de esos estados eslavos olvidados de la mano de Dios que parecían cambiar de nombre cada mes.
Los mortífagos habían establecido su campamento en un páramo inaccesible, que les permitía permanecer escondidos. Había tres o cuatro edificios sencillos que parecían ser alojamientos generales, y un edificio de aspecto sólido que siempre estaba bajo vigilancia. Lo que sea que los mortífagos hubieran escondido allí, debía ser importante.
También hacía un frío extremo, y una vez más se felicitó a sí mismo por haberse preparado para todas las eventualidades antes de abandonar la comodidad de su hogar.
Abrigado contra el frío, y respirando tan lenta y superficialmente que apenas podía intuirse el vaho que escapaba de su boca flotando en el aire, se agazapó y esperó al momento oportuno.
Esperaba el momento preciso en el que tendría más ventajas para atacar.
Durante las horas de espera en silencio entre las sombras, se dedicó a observar estoicamente a sus antiguos compañeros. Fue testigo de cómo un grupo de mortífagos golpeaban y violaban a tres muggles confundidos, burlándose de ellos por su sangre impura mientras profanaban sus cuerpos. Vio la tortura y mutilación de un joven mortífago que había tenido la audacia de cuestionar las órdenes de su superior. Observó cómo los hombres bebían a escondidas de petacas, contando viejas batallas. Finalmente, los mortífagos se cansaron de alardear de sus actos más atroces y se retiraron a sus habitaciones, dejando atrás a dos desafortunados guardias que no paraban de dar patadas en el suelo y quejarse por la temperatura helada.
Durante esas largas horas de espera, sin apenas respirar y mientras vigilaba con la parte lógica y fría de su cerebro, Snape permitió que el resto de su mente divagara, como no lo había hecho desde que partió de Hogwarts. Sus pensamientos estaban teñidos de un ligero temor por lo que le sucedería si fuera descubierto. Afortunadamente, no había indicios de la presencia de Voldemort o Malfoy en el campamento. Si bien seguramente no serían capaces de percibir su presencia, no sabía si tendría la suficiente fuerza de voluntad para permanecer oculto y no tratar de matarlos, incluso si eso significaba que él y Lupin morirían en el intento.
Mientras seguía esperando al momento oportuno, sus divagaciones derivaron en Harry, con recuerdos cruzando por su cerebro, tan rápidamente como un relámpago. Pensó en la mirada que le dirigió el chico la primera vez que lo vio en Grimmauld Place tras finalizar la escuela, y en cómo le apuntó con su varita; recordó la incómoda disculpa balbuceada tras su ataque; el entendimiento surgido repentinamente entre ambos, siendo no solo capaces de tener una conversación civilizada, sino anhelarla; la paz que reinaba en la sala mientras investigaban, siendo interrumpida ocasionalmente para intercambiar ideas; el brillo de diversión en los ojos de Harry cuando deliberadamente robaba la última galleta del plato, aunque ninguno de los dos la quería.
La forma en que Harry le había ofrecido desinteresadamente tomar su sangre y cómo lo consoló tras perder el control la primera vez. La forma en que Harry había vuelto una y otra vez, ofreciendo, engatusando, seduciendo hasta que no tuvo más elección que abusar de su generosidad.
Recordó la mirada de confusión y dolor en los ojos del chico después de haber sido usado de una forma tan rastrera.
Sus hombros caídos mientras caminaba de una clase a otra.
La forma en que Harry le había gritado por ignorarlo.
La forma en que Harry había besado la palma de su mano en señal de perdón.
A pesar del frío extremo y de estar tan cansado como para poder caer desmayado; a pesar de su estómago vacío; a pesar de que había poca o ninguna posibilidad de que él o Lupin sobrevivieran esa la noche, Snape se sentía feliz. Sus recuerdos lo resguardaron del frío.
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Lupin escuchó chirriar las bisagras oxidadas de la puerta de su celda al abrirse. Entreabrió lentamente el ojo izquierdo; el derecho se encontraba tan hinchado que no había podido ni siquiera tocarlo durante días. La repentina aparición de luz provocó que emitiera un siseo de dolor. Trató de incorporarse, luchando contra las cadenas que lo anclaban al suelo. Si tenía suerte, tal vez en esta ocasión consiguiera comida, en lugar de otra paliza.
Una risita grave atravesó el aire y, contra su voluntad, Lupin se encogió de miedo.
Nunca se había considerado un cobarde, pero las torturas que podía soportar un hombre tenían su límite. Y había habido muchas últimamente; días de privación del sueño; horas de palizas; maldición Cruciatus durante varios minutos seguidos… Si había algo que los Mortífagos podían hacer bien era torturar, y todos parecían disfrutarlo.
Remus se preguntó de nuevo por qué seguiría vivo. Sabía que había sido obligado a tomar Veritaserum al menos cuatro veces y, en contra de su voluntad, había confesado toda la información que conocía sobre la Orden. Afortunadamente, la estricta política de Dumbledore de nunca dejar que la mano derecha supiera lo que estaba haciendo la izquierda había limitado la cantidad de información nueva que los lacayos de Voldemort podían obtener. Habló de Harry, pero no pudo recordar el paradero exacto de la casa de los Dursley. Les dijo quiénes eran los amigos más cercanos de Harry, qué hacía para divertirse, qué solía comprar cuando iba a Hogsmeade… Por suerte, la mayor parte de la información era inofensiva: cualquier espía que se hubiera infiltrado en Hogwarts podría haberles suministrado la misma información fácilmente.
Remus les dio los nombres de los miembros de la Orden que conocía, y no se sorprendió al ver que esa información no era nueva para sus torturadores; desafortunadamente, la Orden del Fénix no era una entidad tan confidencial como él hubiera deseado. Había hablado de Snape y quedó complacido al ver cuánto lo odiaban los mortífagos; no porque hubiera sospechado que Severus fuera un traidor contra su causa, sino porque tenía la certeza de que el profesor de pociones estaría feliz de saber cuánto lo temían e insultaban las personas a las que había engañado con tanto éxito.
Había confesado la ubicación de Grimmauld Place y eso le había dolido. No solo porque la Orden ahora tendría que encontrar otro lugar seguro, sino porque le recordaba a Sirius. Lupin deseaba que la casa estuviera vacía en ese momento y que los Mortífagos la destruyeran por completo. Pensó que a Sirius habría disfrutado al ver la devastación total de la casa de su familia.
Voldemort obviamente no se encontraba en ese lugar, y Lupin estaba agradecido por ello, ya que, si éste hubiera estado allí, le hubieran sonsacado la información y matado muchos días atrás. Aunque sabía que no había posibilidad de sobrevivir, seguía aferrándose estúpidamente a la vida. Una vida de hambre y dolor era mejor que la muerte.
—¿Tienes hambre, mi sombrío amigo? —preguntó el mortífago que había abierto la puerta. Llevaba su rostro al descubierto, y Lupin lo reconoció como un hombre al que había visto en algunas ocasiones, aunque no era uno de los que había participado en sus palizas. Este mortífago, a quien Remus había identificado como un vampiro desde el momento en que abrió la boca para hablar, se paseó lánguidamente por la habitación, burlándose del cuerpo casi desnudo del licántropo. Lupin se cubrió lo mejor que pudo con los pocos harapos que aún conservaba y se limpió un pedazo de tierra que tenía en la manga.
—Por supuesto no. Comí por última vez hace unos tres días. Estoy tan lleno que seguro que no podría meterme nada más, pero gracias por preguntar —respondió, agradeciendo que no se hubiera percibido ningún tipo de vacilación en su voz.
El vampiro rio entre dientes de nuevo, burlándose mientras recorría con los ojos la silueta maltrecha de Lupin. Olfateó profunda y lentamente, y se humedeció los labios mientras miraba las heridas sangrientas que formaban costras alrededor de las muñecas y tobillos de Lupin bajo las esposas.
—No sabes lo feliz que me hace que tu estancia aquí te haya resultado agradable. Yo también tengo un poco de hambre. Y la elección de... comidas... aquí es bastante limitada. Me siento inclinado hacia algo un poco más exótico. Algo un poco... prohibido.
Lupin sonrió, aunque podía sentir que le temblaban las extremidades.
—Bueno, si está prohibido, no deberías darte el gusto. No querrías meterte en problemas con tus superiores, ¿verdad?
El vampiro se movió y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba agachado sobre el cuerpo tendido boca abajo del licántropo.
—Esa es la cuestión —respondió, moviendo el cuello y la cabeza sinuosamente, siguiendo el olor de Lupin como si fuera una víbora—. No me preocupo mucho por lo que digan mis superiores. Eran algo divertidos al principio, debo reconocerlo. Incluso dejé que me hicieran este ridículo tatuaje en la piel —explicó, levantando el brazo para que Lupin pudiera ver la marca tenebrosa—. Pero, como la mayoría de las cosas de vuestro mundo, todo es efímero. He existido durante mucho tiempo y sé que el gobierno de los hombres cambia constantemente. Cuando no asciende un megalómano hambriento de poder, lo hace otro igual.
Lupin trató de alejarse del cuerpo del vampiro.
—Será mejor que nadie más te oiga decir eso. No puedes ser un buen mortífago si hablas así del jefe.
Remus tomo consciencia de lo gélida que era la piel del vampiro cuando una mano rodeó su garganta y la apretó con fuerza.
—No soy el sirviente de ningún hombre, licántropo. Lo que hago, lo hago porque me agrada. Y tú, mi cadáver tembloroso y sangriento, me agradas inmensamente. Tanto es así, que deseo... fortalecer nuestra amistad.
—No soy tu amigo, capullo psicótico —replicó Lupin con voz ronca. Su visión comenzó a nublarse a medida que el oxígeno dejaba de llegar a su cerebro. Tan repentinamente como había comenzado a apretar, la mano liberó su garganta y Remus introdujo grandes bocanadas de aire en sus pulmones. La mano acarició su mejilla mientras subía por su rostro, agarrando su cabello y tirando de su cabeza hacia atrás bruscamente.
Lupin no pudo ocultar un escalofrío ahora que su garganta estaba completamente expuesta al vampiro, quien miró su longitud con apreciación.
—Un poco sucio —dijo, dándole una larga lamida al cuello del licántropo—. Un poco áspero. Pero muy agradable, no obstante.
—¿No deberíamos conocernos primero? —bromeó Lupin intentando ocultar su miedo. Estaba atrapado; lo único que podía ver eran los fríos ojos azules del vampiro sobre los suyos, una penetrante mirada que lo hipnotizaba y lo reconfortaba. Remus cerró los ojos con fuerza: si esto iba a pasar, no quería estar bajo el encantamiento del vampiro. La tentación de ceder pacíficamente era demasiado fuerte.
—Hueles genial —afirmó el vampiro mientras acariciaba su garganta.
Lo siento, pensó Lupin sin dirigirse a nadie en particular mientras su cuerpo se tensaba en anticipación a la mordedura.
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Snape confió en que el clima frío y la fisiología humana básica le darían su primera oportunidad. Tras quince minutos de estar cumpliendo su deber vigilando frente al edificio, uno de los hombres se apartó de las puertas que estaba custodiando para hacer sus necesidades en los arbustos. Dos minutos más tarde, el desafortunado guardia yacía muerto a los pies de Snape, con la túnica arremangada cerca de la cintura tras ser derribado con una maldición pronunciada en un susurro. Snape se apostó sigilosamente entre las sombras, esperando a que el compañero del hombre viniera a buscarlo. Una vez más, el descuido de los secuaces de Voldemort le dio ventaja; tras llamar a su compañero y no recibir respuesta, el segundo guardia se introdujo en el oscuro bosque.
Instantes después, salió Snape. Solo.
Se dirigió hacia las puertas, inspeccionando el terreno y escuchando con atención los ruidos que pudieran indicar la llegada de refuerzos. Abrió uno de los portones con cautela y, tras deslizarse a través de él, lo cerró con el mismo cuidado. Según sus cálculos, nadie extrañaría a los guardias hasta que concluyera su turno, para lo que estimaba que quedaban unas dos horas completas; tiempo suficiente para encontrar a Lupin y abandonar el lugar.
Snape oyó voces; no había previsto que hubiera alguien en la celda de Lupin. Como no había visto a nadie entrar, el profesor se dio cuenta de que debía haber otra entrada. Esta información adicional arrojaba una nueva luz sobre sus posibilidades de un rescate exitoso. Maldijo en voz baja y escuchó; reconoció la voz de Lupin, intentando mostrarse valiente pero obviamente temblando por el miedo y la fatiga; oyó la risa de un Mortífago. Sosteniendo su varita con fuerza y haciendo uso de toda la energía que le quedaba, se deslizó a través de la puerta y lanzó un hechizo hacia la figura con capa negra agachada sobre el cuerpo de Lupin. El cuerpo del mortífago hizo un sonido satisfactorio al chocar contra la pared de la celda. Lanzó un hechizo de atadura al vampiro, envolviendo su cuerpo completo con cuerdas, y se dirigió hacia el licántropo.
—Incorpórate —gruñó Snape mientras trataba de enderezar el cuerpo maltratado de Lupin para poder liberarlo de las cadenas.
—Deberías haberlo matado —dijo Lupin con voz ronca.
—No quería arriesgarme a matarte a ti también —respondió Snape de forma cortante mientras echaba una rápida ojeada al licántropo. Aparte de las obvias heridas en sus muñecas y tobillos, y su apariencia casi anoréxica, parecía que iba a sobrevivir. Snape ignoró la saliva que inundó su boca al oler la sangre espesa y cálida de Lupin—. ¿Puedes ponerte de pie?
—Creo que sí —contestó Remus mientras pasaba su brazo sobre los hombros de Snape—. Gracias, Severus.
Snape sonrió con ironía.
—Un placer. Ahora, si has terminado con los comentarios corteses, te sugiero que nos larguemos de aquí.
—Me temo que no puedo permitir que hagáis eso —replicó una voz detrás de ellos. Snape se giró rápidamente y soltó a Lupin, quien cayó pesadamente al suelo. El vampiro flexionó los dedos y la varita del profesor abandonó su mano, volando hacia el mortífago que estaba de pie, quien lo agarro y, con una sonrisa malévola, la partió por la mitad. Dejó caer los pedazos al suelo y se frotó las manos, como si estuviera quitando polvo de ellas—. Muy mal, hermano. Obviamente, no has descubierto todo el potencial de tus poderes.
—Tú —exclamó Snape, palideciendo al reconocer al mortífago como el vampiro que lo atormentaba en sueños. El que lo había convertido.
El vampiro asintió con la cabeza cortésmente y sonrió.
—Es un placer verte de nuevo. Rara vez puedo ponerme al corriente de dónde está mi… familia.
—Voy a matarte —rugió Snape, ignorando a Lupin, quien se estaba poniendo la capa en vano.
Las pupilas del vampiro se dilataron hasta que prácticamente no podía verse el azul de sus irises.
—¿Y cómo vas a lograr hacerlo… mago?
Snape siseó mientras sus labios se retraían en una mueca. La repentina aparición de sus colmillos le causó dolor, pero lo ignoró.
>>Conque así, ¿no? —el vampiro tuvo la osadía de reír. Retiró sus propios labios y mostró sus afilados dientes—. Entonces que gane el mejor.
Snape se arrojó sobre el mortífago, y sintió todo el poder que durante mucho tiempo se había negado circulando por su sangre, dando fuerza a sus músculos. Rodeó con sus manos la garganta del vampiro y apretó.
El mortífago luchaba y daba patadas mientras intentaba morder las muñecas de Snape. El profesor se retorció cuando una rodilla impactó fuertemente contra su muslo y lo hizo perder el equilibrio, cayendo de espaldas y escuchando débilmente un grito de sorpresa de Lupin cuando el vampiro aprovechó su nueva posición para rodear la garganta de Snape con sus manos. Los dos hombres se enfrascaron en un combate a muerte, apretando los dedos mientras intentaban arrebatarse la vida el uno al otro.
—Debería haber bebido tu sangre cuando tuve la oportunidad —jadeó el vampiro, lanzándose hacia adelante mientras intentaba bajar la cabeza hacia el cuello de Snape, quien intentó apartarlo, luchando contra el cuerpo pesado del vampiro mientras la boca abierta y los ansiosos colmillos se acercaban a él.
—¡Severus!
Escuchó la advertencia de Lupin de fondo. Snape aguantó, apretando su agarre cada vez con más fuerza cuando su vista comenzó a oscurecerse debido a la falta de oxígeno. Una de las rodillas del vampiro se hundió cruelmente en su costado. A pesar de retorcerse sin parar, Snape no era capaz de empujar al mortífago a un lado.
—Mío —susurró el vampiro mientras bajaba la boca.
Una fracción de segundo antes de morir y convertirse, por la mente de Snape se sucedieron los recuerdos más importantes de su vida, pero destacó una imagen de Harry sobre todas las demás.
Por favor. Te deseo.
—No... soy tuyo —siseó. Liberó el cuello del vampiro y, antes de que el mortífago tuviera la oportunidad de hundirle finalmente los colmillos, Snape colocó una mano detrás de la cabeza del vampiro, y la otra en su barbilla y, con sus últimas fuerzas, giró bruscamente la cabeza del otro hombre.
Se escuchó un fuerte crujido cuando el cuello del vampiro se rompió. Su cuerpo se convulsionaba mientras su cerebro intentaba enviar señales a las extremidades ahora desconectadas. Snape volvió a agarrar la cabeza con fuerza, girándola de nuevo hasta colocarla en su posición inicial. El cuerpo quedó completamente inmóvil.
Snape soltó su agarre y cayó hacia atrás cuando el cuerpo del mortífago se desplomó sobre el suyo. Hizo una mueca y trató inútilmente de apartarlo, pero no pudo evitar sentirse mareado. Entonces vio a Lupin inclinado sobre él, quitándole el cadáver del vampiro de encima. Snape se giró hacia un lado y jadeó, tratando de vomitar los jugos que quedaban en su estómago vacío.
—Ya ha pasado todo, Severus. Está muerto —susurró Lupin mientras arrastraba el cadáver a una esquina de la celda y lo arrojaba contra la pared.
—Aún no —gruñó Snape, escupiendo en el suelo, y dándose la vuelta—. Apártate.
Cuando el licántropo se colocó a reguardo tras él, el profesor levantó un brazo con cansancio.
—Accio corazón —Tras escuchar varios crujidos, el corazón del vampiro salió de la caja torácica astillada. El cálido órgano golpeó con fuerza su mano extendida, y Snape lo dejó caer al suelo y, con los ojos apretados por el dolor, susurró—: Incendio —El órgano viscoso desapareció con una repentina llamarada.
Snape cayó hacia atrás, y su cabeza chocó con fuerza contra el suelo. Se sentía agotado; le dolían los pulmones, le picaban los ojos, y tenía la boca en carne viva por el constante roce de sus colmillos. Vio el rostro cansado y lleno de cicatrices de Lupin cernirse sobre él.
—¿Severus? Tenemos que salir de aquí.
—No puedo levantarme. Agáchate —murmuró Snape mientras tiraba de la manga del licántropo. Lupin se colocó junto al hombre, con su mano sobre el pecho frío del moreno, lo que supuso una agradable fuente de calor para el profesor—. A Hogwarts. Juntos —gruñó mientras entrelazaba sus dedos con los de Remus.
Vio a Lupin asentir débilmente, y cerró los ojos. Respiró hondo y, segundos después, ambos hombres se habían ido.
Perdón por el retraso chicos, pero me he tomado un descansito en navidad jajaj. Intentaré subir el próximo lo antes posible. Ya queda muy poquito.